La planificación en los Estados Mayores ya entonces había llegado lejos, y el secretario de Defensa, Forrestal, pidió el 10 de julio de 1948 presentar al Gobierno una exposición íntegra de la política nacional respecto a la Unión Soviética sin la cual no se podían adoptar decisiones lógicas sobre la dimensión de los recursos destinados a fines militares. El Consejo de Planificación de la Política presentó el análisis requerido, bajo el título Objetivos de los EE.UU. respecto a Rusia, ratificado el 18 de agosto de 1948 como directiva 20/1, estrictamente secreta del Consejo de Seguridad Nacional. En 33 pliegos de escritura apretada este documento vio por primera vez la luz en los EE.UU. en 1978, en la recopilación Contención. Documentos sobre la política y la estrategia norteamericana en 1945-1950. En la introducción se enunciaba:
"Por exigencias de la guerra política en curso, el Gobierno se ve obligado a fijar ya ahora, en tiempos de paz, respecto a Rusia objetivos más determinados y belicosos que los que fue necesario formular respecto a Alemania y Japón antes del comienzo de las hostilidades contra estos países... Hay que determinar en la actual planificación gubernamental, antes de comenzar la guerra, nuestros objetivos alcanzables tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra, reduciendo al mínimo la distancia entre ellos".
En frases exquisitas se decía:
"Nuestros objetivos básicos respecto a Rusia, en realidad, son sólo dos:
a) Reducir el poder y la influencia de Moscú;
b) Lograr un cambio básico en la teoría y la práctica de las relaciones internacionales seguidas por el Gobierno que está en el poder en Rusia".
Según la práctica ya establecida de la alta dirección del Estado, se proyectaban acciones para condiciones de tiempos de paz y de tiempos de guerra. Para el período de paz, la directiva 20/1 del CSN auguraba la capitulación de la URSS bajo presión exterior. Por supuesto, en la directiva 20/1 del CSN se preveían las consecuencias de esta política:
"Nuestros esfuerzos para que Moscú acepte nuestras concepciones equivalen a decir que nuestro objetivo es el derrocamiento del Poder soviético. Partiendo de este punto de vista, cabe aducir que estos objetivos son inalcanzables sin guerra, y, por consiguiente, reconocemos con ello que nuestro objetivo final respecto a la Unión Soviética es una eventual guerra y el derrocamiento del Poder soviético mediante la violencia.
Sería un error peligroso aceptar tal línea de razonamientos.
En primer término, no estamos limitados por un plazo determinado para lograr nuestros objetivos en tiempos de paz. No tenemos una rígida periodicidad de guerra y de paz que nos obligue a decir que debemos alcanzar nuestros objetivos de tiempos de paz para una fecha precisa o que deberemos recurrir a otros medios.
En segundo lugar, con toda razón no debemos experimentar ninguna sensación de culpa pretendiendo destruir una concepción incompatible con la paz y la estabilidad internacional y remplazarlas con la de tolerancia y colaboración internacional (así denominan, respectivamente, al socialismo y el capitalismo. —N. Y.). No es asunto nuestro pensar en las consecuencias internas que puede tener la adopción de tales concepciones en otro país, igual que no debemos pensar en que tenemos responsabilidad alguna por estos acontecimientos. Si los líderes soviéticos estiman que la creciente prevalencia de los conceptos más cultos de relaciones internacionales es incompatible con el mantenimiento de su poder en Rusia, esto será asunto suyo, y no nuestro. Nosotros debemos trabajar para lograr que allí se produzcan acontecimientos... Como Gobierno, no tenemos responsabilidad por las condiciones internas en Rusia.
En la directiva 20/1 del CSN la actividad subversiva contra la Unión Soviética se reconocía fríamente como política de Estado y un elemento de la política general de Washington. Para ello necesitaron movilizar considerables recursos y la hipocresía tradicional en los Estados Unidos. En la directiva 20/1 se declaraba de modo extraordinariamente sofisticado:
"Nuestro propósito en tiempos de paz no es el derrocamiento del Gobierno soviético. Naturalmente, tendemos a crear circunstancias y situaciones que no agraden y con las que no podrán transigir los actuales líderes soviéticos. Es posible que, viéndose en tales condiciones, no puedan conservar su poder en Rusia, pero es preciso reiterar que eso es asunto suyo, y no nuestro... Si surge realmente la situación que procuramos crear en tiempos de paz, que sea intolerable para el mantenimiento del poder interno en Rusia y que obligue al Gobierno soviético a desaparecer de la escena, no lo deploraremos, pero tampoco asumiremos la responsabilidad de haber conseguido o realizado eso".
¿De qué "situación" se trataba? En la directiva 20/1 del CSN se señalaba en forma generalizada, pero con suficiente precisión: "Se trata ante todo de que la Unión Soviética sea política, militar y psicológicamente débil en comparación con las fuerzas internacionales fuera de su control".
En resumidas cuentas, se pretendía derrocar el régimen socialista en nuestro país mediante acciones subversivas y otros métodos. Este era el objetivo que fijaba para "tiempos de paz" la directiva 20/1 del CSN.
En caso de guerra todo resultaría mucho más simple, se preveía una manera de obrar de lo más enérgica. Sin entrar en detalles de cómo infligir una derrota militar a la Unión Soviética —para eso están los generales—, pasaron a repartirse la piel del oso antes de matarlo, a considerar lo que los EE.UU. debían hacer tras la victoria sobre la URSS. Por lo visto, llegaron a mirar el mapa, porque apuntaron:
"Debemos partir, ante todo, de que para nosotros no será provechoso o será prácticamente irrealizable ocupar todo el territorio de la Unión Soviética estableciendo allí nuestra administración militar. Ello es imposible por la gran extensión del territorio y por el número de sus habitantes... En otras palabras, no es preciso esperar la plena inserción de nuestra voluntad en el territorio ruso, como pretendimos hacer en Alemania y Japón. Debemos reconocer que el arreglo final debe ser político".
Los estrategas de Washington examinaron variantes de tal "arreglo" en dependencia del desenlace de las operaciones militares:
"En el peor de los casos, esto es subsistiendo el Poder soviético en todo o casi todo el actual territorio soviético, debemos exigir:
a) el cumplimiento de condiciones directamente militares (la entrega del armamento, la evacuación de las áreas claves, etc.) para asegurar por largo tiempo el desamparo militar;
b) condiciones que determinen una considerable dependencia económica del mundo exterior”. Esas condiciones tienen en cuenta el desmembramiento de nuestro país, la libre penetración ideológica, etc. “Todas las condiciones deben ser duras y humillantes para el régimen comunista. Podrían semejarse en líneas generales al tratado de Brest-Litovsk de 1918, que a este propósito merece la más atenta consideración".
¡Magnífico! ¡En 1948 el Consejo de Seguridad de los EE.UU. se declara heredero de los militaristas alemanes de 1918! Pero la directiva 20/1 del CSN corrige el "error" de la Alemania del Káiser:
"Debemos aceptar como requisito incondicional que no concluiremos un tratado de paz ni reanudaremos relaciones diplomáticas normales con ningún gobierno ruso dominado por alguno de los actuales líderes soviéticos o personas que compartan sus opiniones. Demasiado hemos sufrido en los últimos quince años, haciendo como si fueran posibles relaciones normales con tal régimen".
Pero esos 15 años fueron el período del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los EE.UU. y la URSS en 1933, de cooperación de nuestros dos países en la guerra contra las potencias del “eje” fascista. No sólo nosotros, sino toda la humanidad vio que la Unión Soviética defendió la causa de las Naciones Unidas, incluyendo a los EE.UU., y en 1948 resultaba que los Estados Unidos habían "sufrido"; "sufrido" ¡pese a que los soldados soviéticos habían salvado también a los Estados Unidos! Pero es inútil hablar de moral o elemental decencia, volvamos a la directiva 20/1 del CSN. Los estrategas analizaron en detalle un desenlace de la guerra mucho más atractivo para ellos: la desaparición del Poder soviético:
"Surge la cuestión de qué fines debemos perseguir respecto a cualquier autoridad no comunista que apareciera en parte o en todo el territorio ruso como consecuencia de los acontecimientos de la guerra. Cabe señalar con todo vigor que, independientemente de la base ideológica de todo régimen no comunista e independientemente de la medida en que esté dispuesto a servir de palabra a la democracia y al liberalismo, debemos perseguir nuestros propósitos básicos dimanantes de las demandas enumeradas. En otros términos, debemos crear garantías automáticas de que incluso un régimen no comunista y nominalmente amistoso:
a) no tenga gran poder militar,
b) económicamente dependa en grado considerable del mundo exterior,
c) no ejerza gran autoridad sobre las principales minorías nacionales, y
d) no instale nada semejante al telón de acero. En caso de que tal régimen sea hostil a los comunistas y amistoso con nosotros, debemos mirar que estas condiciones no sean impuestas de manera ofensiva o humillante, pero debemos imponerlas sea como fuere para proteger nuestros intereses".
Es decir que junto con el Poder soviético querían destruir la propia existencia de Rusia como Estado, eliminar a nuestro país de entre las grandes potencias; ¿quién gobernaría según el Consejo de Seguridad Nacional en los territorios que antes integraran la Unión Soviética? "Actualmente —se decía en la directiva 20/1 del CSN— hay cantidad de interesantes y fuertes grupos políticos rusos en el exilio... cualquiera de ellos... desde nuestro punto de vista es preferible al Gobierno soviético para administrar Rusia". Naturalmente, todos esos grupos eran mantenidos por los servicios especiales de los EE.UU., a los que pedían cada vez mayores dádivas. Es de suponer que causaron grandes quebraderos de cabeza a sus amos, pues en la directiva 20/1 del CSN se incluyó un plan que debía librar a los dirigentes estadounidenses de muchos cuidados:
"Debemos esperar vigorosos esfuerzos que emprenderán diversos grupos para inducirnos a tomar medidas en los asuntos internos de Rusia que nos comprometan y constituyan un motivo para que los grupos políticos en Rusia continúen pidiendo nuestra ayuda. En vista de ello debemos hacer determinados esfuerzos para eludir la responsabilidad por la decisión de quién gobernará Rusia después de la desintegración del régimen soviético. La mejor salida para nosotros es permitir que todos los elementos emigrados vuelvan a Rusia lo más pronto posible, y hacer todo lo que de nosotros dependa para que reciban posibilidades aproximadamente iguales en las opciones al poder... Probablemente surjan querellas entre los grupos, pero aun así no debemos intervenir mientras la lucha no afecte nuestros intereses militares".
Quedaba la cuestión de la política respecto al Partido Comunista de la Unión Soviética. "Qué hacer con el poder del Partido Comunista de la Unión Soviética: este es un problema extremadamente intrincado, que no puede ser resuelto simplemente".
Después de todo tipo de divagaciones, los autores de la directiva 20/1 del CSN determinaron ponerlo en manos de aquellos "gobernantes" que los Estados Unidos traerían a nuestro país desde el extranjero. Ellos se encargarían de eliminar físicamente a los comunistas, y los EE.UU. se lavarían las manos:
"En cualquier territorio liberado del Poder soviético se nos presentará el problema de los remanentes humanos (¡vaya lenguaje! —N.Ya.) del aparato soviético de poder. Si las tropas soviéticas se retiran en orden del actual territorio soviético, es posible que el aparato local del Partido Comunista pase a la clandestinidad, como sucedió en las regiones ocupadas por los alemanes en la guerra pasada. Luego posiblemente reaparezca en parte en forma de guerrillas.
En este aspecto el problema de cómo tratarlo será relativamente sencillo; nos bastará dar las armas necesarias y apoyo militar a cualquier autoridad rusa no comunista que controle la región respectiva y permitir que dicha autoridad se deshaga de las bandas comunistas por los procedimientos tradicionales de la guerra civil rusa. Un problema mucho más difícil representarán los miembros de base del Partido Comunista o funcionarios (del aparato soviético) que sean descubiertos o apresados o se entreguen a merced de nuestras tropas o de cualquier autoridad rusa. En este caso tampoco tenemos que asumir la responsabilidad por el modo de proceder contra estas personas ni dar órdenes directas a las autoridades locales de qué hacer con ellos. Esto será asunto de cualquier autoridad rusa que sustituya el régimen comunista. Podemos estar seguros que tal autoridad estará más capacitada que nosotros para juzgar sobre el peligro que los antiguos comunistas puedan representar para la seguridad del nuevo régimen y dispondrá de ellos de manera que no causen daño en el futuro... Debemos recordar siempre que las persecuciones por un Gobierno extranjero crean inevitablemente mártires locales... En suma, no debemos fijarnos la tarea de realizar con nuestras propias fuerzas en el territorio liberado del comunismo un amplio programa de descomunización y en general debemos dejarlo a consideración de cualquier autoridad local que sustituya al Poder soviético."
Así terminaba la directiva 20/1 del CSN (subrayado según el texto del documento) que fue recibida con euforia en la Casa Blanca y puesta en la base de la política estadounidense hacia la Unión Soviética. En muchos aspectos, hasta en la numeración, tenía connotaciones con la directiva N 21 impartida unos ocho años antes por Hitler para el plan "Barbarroja"...
Sin embargo, la cuestión sobre la prioridad del genocidio respecto a los que son considerados enemigos no es tan sencilla. La directiva 20/1 del CSN estaba totalmente de acuerdo con la manera tradicional de los Estados Unidos de llevar a cabo la guerra, manera admirada por el propio Hitler. En una nueva biografía de éste, perteneciente a la pluma del historiador estadounidense John Toland, leemos: "Hitler afirmaba haber tomado sus conceptos de campos de concentración y de la utilidad del genocidio del estudio... de la historia de los Estados Unidos. Admiraba... los campos creados en sus tiempos para los indígenas en el salvaje Oeste. Ante sus allegados alababa a menudo la eficiencia de la técnica norteamericana de eliminación física: por el hambre y la lucha impuesta en condiciones desiguales".2 La revista Newsweek elogió el libro como "la primera obra que debe leer todo el que se interese por Hitler... Comprende muchas cosas nuevas", y el autor fue distinguido en los EE.UU. con el premio Pulitzer. ¡Tomaremos nota de estas "cosas nuevas"!
En 1948, los Estados Unidos pusieron rumbo a la agresión contra la Unión Soviética en un futuro inmediato. De acuerdo con las tareas directas de planificar la guerra, el documento descrito debía ser refundido sucintamente como guía para el mando de las Fuerzas Armadas. En esta labor se enfrascaron los miembros del Consejo de Seguridad Nacional: A. Barkley, vicepresidente del CSN; George Marshall, secretario de Estado; James Forrestal, secretario de Defensa; K. Royall, secretario del Ejército; J. Sullivan, secretario de Marina; S. Symington, secretario de Aviación; el contralmirante R. Hillenkoetler, primer director de la CIA; J. Steelman, secretario del Departamento de Recursos Nacionales, y el almirante S. Souers, secretario ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional.
El imponente grupo de autores trabajó varios meses sobre su propia versión de la directiva 20/1 del CSN reduciendo el texto a un cuarto. La variante final ofrecida a Truman y aprobada por éste el 23 de noviembre de 1948 como directiva 20/4 del CSN reproducía las tesis básicas de la directiva anterior, algo empeoradas por el estilo burocrático de los altos funcionarios. Por supuesto, ni ellos ni todos sus ayudantes juntos poseían el don literario del jefe del Consejo de Planificación de la Política, donde fue formulada la directiva 20/1.
Con elegancia oficinesca, en la directiva 20/4 del CSN se decía: "El peligro más grave para la seguridad de los Estados Unidos en el futuro previsible proviene de los designios hostiles, del enorme poderío de la URSS y de la naturaleza del sistema soviético". O sea que la sola existencia del régimen soviético es "una grave amenaza". Así como suena. Más adelante se repetía la directiva 20/1 del CSN, a veces parafraseando algo, pero, en lo fundamental, con la reproducción literal de los lugares claves, y se enumeraban las acciones que ya conocemos para “tiempos de paz” y para la guerra. Es verdad que en comparación con ella se ponía mayor énfasis en la labor subversiva para ambos casos, haciéndose la siguiente conclusión final:
“Si los Estados Unidos aprovechan las posibilidades potenciales de la guerra psicológica y las actividades subversivas, la URSS se encontrará ante el crecimiento del descontento de la oposición ilegal en el área que se encuentre bajo control soviético”.
Por cuanto la directiva 20/4 del CSN era entregada a los ejecutores, a éstos les aseguraron que la guerra tomaría por sorpresa a la URSS, pues "el minucioso análisis de diversos factores indica que el Gobierno soviético no planea en este momento ninguna acción militar calculada para implicar a los EE.UU."
Los mandos militares estadounidenses siguieron las indicaciones de la directiva 20/4 del CSN, que fueron citadas y tenidas en cuenta al elaborar los planes de las operaciones de ataque a la URSS, los cuales abundaron en aquellos tiempos. Los políticos reiteraron a los generales quién era el enemigo, y a ellos, a su vez, sólo les quedó definir los métodos y los medios militares para derrotar a la Unión Soviética; lo cual no debía tardar mucho, porque las directivas 20/1 y 20/4 del CSN partían de que la guerra contra la URSS no estaba lejos.
Para 1948 en los Estados Mayores ya se habían elaborado muchos planes de ataque a la Unión Soviética. Participaron tanto la Junta de Jefes de los Estados Mayores como los jefes de los mandos locales. Por ejemplo, Dwight Eisenhower, jefe de las tropas estadounidenses en Europa, legó a su sucesor en este cargo el plan Totality, confeccionado ya a finales de 1945. Como es natural, los planes se renovaban, pero la preparación general del cercano ataque a la URSS comenzó después de la aprobación de las analizadas directivas del CSN.
Por indicación de la Junta de Jefes de los EE.MM., hacia mediados del año 1948 fue confeccionado el plan Charioteer. La guerra comenzaría "con ataques aéreos masivos empleando bombas atómicas contra centros gubernamentales, políticos y administrativos, conglomerados urbanos industriales y zonas petrolíferas, desde bases situadas en el hemisferio occidental y en el Reino Unido".
Durante el primer período de la guerra — treinta días— debían ser arrojadas 133 bombas atómicas sobre 70 ciudades soviéticas. Ocho bombas se destinarían a Moscú para la destrucción de unas 40 millas cuadradas y siete a Leningrado, 35 millas cuadradas. En dos años de guerra se calculaba arrojar otras 200 bombas atómicas y 250 mil toneladas de bombas corrientes. El mando de las Fuerzas Aéreas estratégicas suponía que durante o después de esos bombardeos la Unión Soviética capitularía.
Para el 1º de septiembre de 1948 se despachó a los EE.MM. de las unidades de las Fuerzas Armadas de los EE.UU. el plan Fleetwood, guía para el trazado de planes operativos. Lo mismo en los bosquejos del Charioteer como en el plan Fleetwood se admitía que después de iniciada la contienda la Unión Soviética podía ocupar toda Europa. Por ejemplo, en el plan Fleetwood se señalaba respecto a la región del Mediterráneo:
"Para fines del sexto mes de las operaciones militares, los Soviets pueden ocupar y consolidarse en todo el litoral norte del Mediterráneo, desde los Pirineos hasta Siria, y someter las líneas de comunicación por mar a fuertes ataques aéreos. Además, a los seis meses de empezar la guerra, la URSS podrá ocupar España y someter las comunicaciones a bombardeo de la artillería (por el Estrecho de Gibraltar)".
El Comité Conjunto de Información concluyó en una adición al plan Fleetwood:
"La URSS en la lucha con los probables enemigos — los EE.UU., Inglaterra y las naciones con ellos aliadas— podrá ocupar áreas claves de Europa y Asia".
Las perspectivas parecían ser poco agradables para los agresores yanquis, entonces ¿para qué comenzar la guerra, en el primer período de la cual, según los planes, no se pensaba más que en la evacuación de Europa Occidental? El mando de la aviación estratégica proponía cerrar por un tiempo los ojos a todo eso, pues mientras el Ejército Rojo avanzara por Europa y Asia, los golpes atómicos contra el territorio de la Unión Soviética destruirían el elemento fundamental —político— del poderío soviético, que, según el Comité Conjunto de Información decía en el Anexo al plan Fleetwood, consistía en lo siguiente:
"1. el valor innato, la firmeza y el patriotismo del pueblo ruso; 2) el mecanismo elaborado y preciso con el que el Kremlin ejerce el control centralizado en la órbita soviética... 3) el atractivo ideológico del comunismo teórico; 4) la evidente habilidad del régimen soviético para movilizar el patriotismo ruso innato en apoyo a esfuerzos de guerra soviéticos; 5) la capacidad del pueblo y del Gobierno para hacer la guerra en circunstancias de extrema desorganización, demostrada en los primeros años de la segunda guerra mundial".
Pero las bombas atómicas, según los generales yanquis, podían más. Sobre este punto —si la aviación estratégica podría o no quebrantar la voluntad de los rusos— se entabló una polémica en la plana mayor de las Fuerzas Armadas, polémica que transcurría mientras se ultimaban los preparativos para el ataque atómico. El 21 de diciembre de 1948, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea expuso ante la Junta de Jefes de los EE.MM. el plan operativo 1-49 de las Fuerzas Aéreas Estratégicas:
2. La guerra comenzará antes del 1º de abril de 1949.
3. Las bombas atómicas se utilizarán en las proporciones que sean consideradas factibles y deseables...
a. Teniendo en cuenta el número de bombas atómicas disponibles, el alcance de la aviación aliada, la precisión de bombardeo, el poder de los bombarderos y el tiempo necesario para determinar sus efectos, como objetivos prioritarios de los golpes aéreos se fijan los principales centros de la Unión Soviética. Su destrucción minará en tal grado los centros industriales y administrativos de la URSS, que el poderío ofensivo y defensivo de las Fuerzas Armadas Soviéticas quedará reducido drásticamente...
b. Los planos de los objetivos y los mapas de navegación para las operaciones contra las primeras 70 ciudades serán distribuidos a las unidades para el 1º de febrero de 1949. Los actuales mapas de navegación en escala 1:1 000 000 son suficientemente precisos para asegurar el vuelo a cualquier punto deseado del territorio de la URSS...
l. A los efectos de la planificación, para los primeros bombardeos atómicos se admiten pérdidas eventuales del 25% del número de los bombarderos utilizados, lo que no estorbará el empleo de toda la reserva de bombas atómicas. En la medida en que vaya influyendo la ofensiva atómica en la defensa antiaérea soviética, las pérdidas de los bombarderos se reducirán...
De todo lo expuesto se infiere:
Que puede ser lanzada conforme al plan una fuerte ofensiva aérea estratégica contra los elementos claves del potencial militar soviético.
Los generales de las Fuerzas Aéreas eran muy optimistas. Ardían en deseos de subir al aire la aviación estratégica, pero evidentemente no comprendían que no se trataba de si destruían o no las ciudades (los generales respondían a ello afirmativamente), sino de las consecuencias morales que todo eso podía tener para la población y el logro de los objetivos de la guerra en general. Los jefes de otros ejércitos y armas, aparte de la aviación estratégica, consideraban poco reales las pretensiones de los mandos. A comienzos de 1949 se constituyó un comité especial formado por los altos jefes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, encabezado por el teniente general H. Harmon, que procuró evaluar las consecuencias políticas del proyectado ataque aéreo a la Unión Soviética. El 11 de mayo de 1949, el comité presentó el informe confidencial Evaluación del efecto que puede tener sobre los esfuerzos de guerra soviéticos una ofensiva aérea estratégica.
Problema:
1. Evaluar el efecto que puede tener sobre los esfuerzos de guerra de la URSS la ofensiva aérea estratégica contemplada en los planes militares actuales, incluyendo la apreciación del efecto psicológico de los bombardeos atómicos sobre la voluntad de los Soviets de sostener la guerra...
3. El plan de la ofensiva aérea estratégica... comprende dos fases:
a. La fase inicial consiste en una serie de ataques principalmente con bombas atómicas contra 70 ciudades (en el presente el mando de la aviación estratégica planea realizar esto en unos 30 días).
b. La segunda fase consiste en continuar el ataque inicial con el empleo de bombas tanto atómicas como convencionales.
Efecto sobre la capacidad industrial:
Los daños físicos a las instalaciones, la muerte del personal concentrado en las zonas industriales y otros efectos acumulativos directos o indirectos llevarán a la reducción en un 30 o un 40 por ciento de la capacidad industrial de la URSS, pero ésta no será permanente, sino que será aliviada por las obras de reconstrucción soviéticas o agravada en dependencia de la fuerza y la eficacia de los bombardeos posteriores...
Víctimas entre el personal:
La fase inicial de la ofensiva atómica provocará por lo menos 2 700 000 muertos y 4 000 000 de víctimas adicionales dependiendo de la eficacia del sistema soviético de defensa pasiva. Será destruido un gran número de viviendas, complicándose mucho el problema de la vida para los sobrevivientes de los 28 000 000 de habitantes (la población total de las ciudades blancos de los bombardeos atómicos. —N.Ya.).
Efectos psicológicos:
La ofensiva atómica de por sí no provocará la capitulación, no destruirá las raíces del comunismo ni debilitará críticamente el poder de la dirección soviética.
Para la mayor parte del pueblo soviético los bombardeos atómicos confirmarán la propaganda soviética contra las potencias extranjeras, estimularán su resentimiento contra los Estados Unidos, unirán a este pueblo e incrementarán su voluntad de luchar. Entre una minoría indeterminable, los bombardeos atómicos pueden estimular la disidencia10 y la esperanza de liberarse de la opresión. Si ante los disidentes no se abren posibilidades mucho más favorables, estos elementos no ejercerán efecto alguno apreciable sobre los esfuerzos de guerra soviéticos.
Deducción general:
Desde el punto de vista de nuestra seguridad nacional, las ventajas del uso inmediato del arma atómica deben estar por encima de todo. Deben ser emprendidos todos los esfuerzos razonables con tal de preparar los medios para llevar rápida y eficazmente el máximo número de bombas atómicas a los objetivos planificados.”
En todo caso, en vísperas de la guerra los generales deben pensar en victorias y no en derrotas, de ahí el optimismo que matiza el informe del Comité Harmon. Pero si se mira con mayor atención, se percibe evidentemente una honda preocupación por los designios demenciales de derrotar a la Unión Soviética principalmente si no exclusivamente por medio de bombardeos atómicos. Incluso si todo se desarrolla según el plan —como promete el mando de las fuerzas aéreas— y matan durante el primer mes a 6,7 millones de soviéticos, la moral de los rusos no será minada y la voluntad de luchar sólo crecerá. Harmon y sus colegas no miraron más allá del primer mes de la guerra y suponemos que premeditadamente: a buen seguro les aterroriza pensar qué sucedería después del prólogo atómico. El arma, y, en particular, sólo el arma atómica, no resolverá los problemas políticos. Naturalmente, tal como corresponde a militares, llamaron a completar los arsenales, especialmente de los medios de transporte, etc.
Las cuentas y los cálculos del comité Harmon (seguramente hubo también otros de la misma índole) no permitieron a los atomistas traspasar el límite fatal, pero el siniestro rumbo a la guerra contra la URSS quedó intacto. En abril de 1949 se amalgamó el agresivo Pacto del Atlántico Norte. A lo largo de las fronteras de los países socialistas se construían y habilitaban nuevas bases militares. Los EE.UU. aceleraban el mecanismo de la industria de guerra. Los máximos dirigentes estadounidenses, cuya mentalidad se militarizaba sin cesar, confiaban en lograr una aplastante superioridad militar sobre la URSS, capaz de reducir al mínimo la importancia de los factores políticos descritos. El procedimiento es sencillo: exterminar físicamente a todos los soviéticos. Así se imaginaba el asunto el general Curtis Le May, comandante de las Fuerzas Aéreas de los EE.UU. en Europa. Habló con desdén entonces de la confección de los diversos planes de guerra contra la URSS: no hacían la menor falta cuando los EE.UU. poseían los medios para simplemente “despoblar vastas dimensiones de la superficie terrestre, dejando sólo vestigios de la actividad material del hombre”.12 Sujetos como Le May estaban seguros de disponer de tiempo. En Occidente pensaban que pasarían muchos años antes de que la URSS tuviera el arma atómica. Pero...
El 3 de septiembre de 1949 un bombardero estadounidense B 29 en misión de patrulla sobre la parte septentrional del Pacífico detectó en unas de las pruebas de aire una radiactividad superior a la normal. Al cabo de una semana de verificaciones se disiparon todas las dudas: la Unión Soviética había probado la bomba atómica. La Comisión de energía atómica estadounidense, que un año antes había creado el "programa de detección lejana" —observación dosimétrica continua de la atmósfera— estaba satisfecha: en la apreciación de la ciencia soviética acertaron los científicos y no los militares, especialmente los de las Fuerzas Aéreas...13 Aquella fue una proeza de los científicos e ingenieros soviéticos que pusieron fin al monopolio yanqui del arma atómica. Nuestros sacrificios materiales no habían sido en vano, el país ya tenía también un escudo atómico para defenderse.
El 25 de septiembre de 1949 TASS comunicó: "La Unión Soviética descubrió los secretos del arma atómica ya en 1947. En lo que se refiere a los temores que con este motivo propagan determinados círculos extranjeros, carecen de fundamento. Cabe señalar que a pesar de que dispone de armas atómicas, el Gobierno soviético se mantiene y se mantendrá en su anterior posición de prohibir incondicionalmente el empleo del arma atómica".
La respuesta de Washington fue considerar con urgencia la posibilidad de desencadenar una guerra preventiva.
"Pero la guerra preventiva no se desencadenó —consta el investigador estadounidense A. Brown—. Aparte de otras cosas, los Estados Unidos no podrían haber vencido en tal guerra en 1949-1950. En aquel tiempo la aviación estratégica no era capaz de asestar a Rusia un solo golpe irreparable".
Brown analiza las causas de ello en su libro Dropshot. El plan estadounidense de guerra atómica contra la URSS en 1957 (1978). A fines de 1949 los EE.UU. tenían 840 bombarderos estratégicos en acción y 1 350 en reserva, y más de 300 bombas atómicas. Sólo desde las bases en las Islas Británicas se podía alcanzar Moscú, Leningrado y otros objetivos en la parte europea de la URSS. En los planes se fijó como día de comienzo de la guerra el 1º de enero de 1950. En los primeros tres meses debían ser arrojadas unas 300 bombas atómicas y 20 000 toneladas de bombas ordinarias sobre cien ciudades soviéticas, para lo cual se calculaban necesarios 6 mil vuelos. Todo esto se denominaba el plan Troyano. La Junta de Jefes de los EE.MM. ordenó comprobar mediante ejercicios de los Estados Mayores las probabilidades de poner fuera de combate nueve zonas estratégicas: Moscú — Leningrado, los Urales, los objetivos próximos al mar Negro, el Cáucaso, Arjánguelsk, Tashkent — Alma-Atá, el Baikal y Vladivostok. Tomemos como botón de muestra los cálculos de las operaciones contra la zona del mar Negro de 233 bombarderos B 29 y B 50 (32 con bombas atómicas y los demás para neutralizar la defensa antiaérea y crear interferencias a los radares). Debían arrojar sobre los objetivos 24 bombas atómicas (tres bombas se pierden en aviones derribados, dos no llegan a lanzarse, tres no dan en el blanco). Las pérdidas suponen 35 aviones abatidos por cazas, más 2 por la artillería antiaérea, más 5 por otras causas y más un número indefinido de aparatos que sufren averías irreparables.
En total, un 70 % de impactos y la pérdida del 55 % de los bombarderos. ¿Podrían las tripulaciones seguir cumpliendo sus tareas con semejantes pérdidas? Durante la segunda guerra mundial sufrió las mayores bajas el grupo de 97 aviones que bombardearon Nuremberg la noche del 30 al 31 de marzo de 1944. No volvieron a sus bases 20 aviones, o sea, el 20,6 %. Después de ello, entre el personal de vuelo en las bases de Inglaterra comenzó a fermentar la desobediencia. Y en el caso del plan, las pérdidas ascienden al 55 %. Por varias razones técnicas, el ataque aéreo a la URSS no podía ser fulminante, los bombardeos atómicos de Moscú y Leningrado se efectuarían solamente el noveno día de hostilidades. Por otra parte, los cálculos más optimistas indicaban que las bases en las Islas Británicas serían puestas fuera de combate por las Fuerzas Aéreas de la URSS, ya con utilización de bombas atómicas, lo más tarde al cabo de dos meses. Eso con seguridad, pero podía ser que aún antes. ¿Cuándo precisamente? Se puso en claro que después de ocasionar un enorme daño a las ciudades de la URSS, la aviación estratégica de los EE.UU. quedaría fuera de juego, sin aviones ni bases suficientes y con el sistema logístico en total desorden. Entre tanto, los ejércitos soviéticos alcanzarían para entonces las costas del Atlántico y del Índico. En los planes estadounidenses de la guerra contra la URSS se daba por axioma la pérdida de Europa, el Medio Oriente y el Extremo Oriente, ya en los primeros meses.
El mayor general Anderson, jefe de la dirección operativa del Estado Mayor del Aire, informó el 11 de abril de 1950 al secretario de Aviación, Symington: "La Fuerza Aérea no puede a) completar enteramente la ofensiva aérea según el plan Troyano y b) asegurar la defensa aérea de los Estados Unidos y Alaska".
La cuestión de la guerra preventiva contra la URSS en 1950 fue retirada en vista de su impracticabilidad militar. Debido a que se puso en claro que los Estados Unidos no disponían de fuerzas suficientes para derrotar a la Unión Soviética, la agresión fue transferida a un plano de preparación de la guerra por parte de una coalición de países. Para eso se requería tiempo. Se fijó la fecha de comienzo de operaciones militares: el 1º de enero de 1957.
Por indicación del Gobierno, la Junta de Jefes de los EE.MM. proyectó a partir de 1949 un plan de guerra cifrado Dropshot; en aras del secreto se le dio intencionadamente un nombre sin sentido. Suponíase que junto a los EE.UU. actuarían todos sus aliados de la OTAN. Irlanda, España, Suiza, Suecia, Egipto, Siria, Libia, Irak, Arabia Saudita, Yemen, Israel, Irán, la India y Paquistán "procurarán mantenerse neutrales, pero se unirán a los aliados si son agredidos o expuestos a una grave amenaza". Como es natural, muchos países no pertenecientes al bloque atlántico no sospechaban que habían sido incluidos en el plan Dropshot.
La "concepción estratégica general" del plan se presentaba así:
"En cooperación con los aliados se impondrán nuestros objetivos de guerra a la Unión Soviética, destruyendo su voluntad y su capacidad de resistencia mediante la ofensiva estratégica en Eurasia Occidental y la defensa estratégica en el Extremo Oriente.
Inicialmente: defender el hemisferio occidental; lanzar una ofensiva aérea; iniciar la contención discriminatoria del poderío soviético dentro del área general. Polo Norte — mar de Groenlandia — mar de Noruega — mar del Norte — Rin — Alpes — río Piave — mar Adriático — Creta — noreste de Turquía — valle del Tigris — golfo Pérsico — Himalaya — Sudeste de Asia — mar Meridional de China — mar Oriental de China — mar del Japón — estrecho de Bering — Polo Norte; mantener y controlar las zonas estratégicas, las bases y las comunicaciones principales; efectuar la guerra psicológica, económica y subversiva, sometiendo a una implacable presión las defensas y empleando todos los medios para agotar al máximo los recursos militares soviéticos.
Consiguientemente: lanzar contra la URSS operaciones ofensivas coordinadas de todas las Armas".
En la etapa inicial de la guerra, se planeaba arrojar sobre la Unión Soviética más de 300 bombas atómicas, 250 000 toneladas de explosivos convencionales y destruir así hasta el 85 % de la industria soviética. Fueron concretadas las tareas para aplastar la defensa antiaérea soviética y las fuerzas terrestres, navales y aéreas de la URSS. En la segunda etapa proseguiría la ofensiva por aire, y se prepararían para entrar en acción las fuerzas terrestres de la OTAN, 164 divisiones, de ellas 69 estadounidenses. Se establecería el control de las comunicaciones marítimas y oceánicas, etc. En la tercera etapa pasarían a la ofensiva 114 divisiones de la OTAN en el sector oeste y 50 en el sur (desembarcos en la costa noroeste del mar Negro), aniquilando a las Fuerzas Armadas Soviéticas de Europa Central. Estas acciones, más los incesantes bombardeos a las ciudades soviéticas, obligarían a la URSS y a sus aliados a capitular. En la guerra contra la URSS participarían hasta 250 divisiones: 6,25 millones de efectivos. En la aviación, la Marina, la defensa antiaérea, las unidades de servicio, etc., unos 8 millones de hombres más. En total para llevar a cabo el plan Dropshot estaba previsto emplear fuerzas armadas con veinte millones de efectivos.
La cuarta y última etapa es descrita en el plan Dropshot con verdadera fruición: “A fin de cumplir nuestros objetivos nacionales, los aliados deben ocupar” la Unión Soviética y otros países socialistas de Europa. Las necesidades totales en tropas de ocupación se fijaban en 38 divisiones, o aproximadamente un millón de hombres de las fuerzas terrestres. De ellas, divisiones cumplirían misiones de ocupación en la Unión Soviética. El territorio de nuestro país se dividía en cuatro “regiones de responsabilidad”, o zonas de ocupación: Parte occidental de la URSS; Cáucaso — Ucrania; Urales — Siberia Occidental — Turkestán; Siberia Oriental — Transbaikal — Primorie. Las regiones se dividían en 22 "subregiones de responsabilidad". Se designaron las ciudades para el acantonamiento de las tropas de ocupación: dos divisiones en Moscú y a razón de una división en Leningrado, Minsk, Múrmansk, Gorki, Kúibishev, Kíev, Járkov, Odesa, Sebastopol, Rostov, Novorossisk, Batumi, Bakú, Sverdlovsk, Cheliabinsk, Tashkent, Omsk, Novosibirsk, Jabárovsk y Vladivostok.
En la URSS estarían dislocados cuatro de los cinco ejércitos aéreos destinados a ocupar todos los países socialistas. Cada ejército se compondría de cinco o seis grupos de combate, un grupo de transporte y otro de asalto. Una fuerza operacional de portaviones se destacaba al Báltico y otra al mar Negro. Se recalcaba especialmente que la alta proporción de la aviación en las tropas de ocupación debía dar a los soviéticos "una demostración palpable del poder de los aliados". Teniendo en cuenta que los ocupantes tendrían que desempeñar funciones represivas, el plan Dropshot preveía todo tipo de transporte adicional para las tropas, asegurando así su alta movilidad.
Tanto en los planes de agresión anteriores, como en el plan Dropshot, la guerra contra la Unión Soviética y la ocupación tenían un acentuado carácter de clase. La guerra se justificaba por "la grave amenaza a la seguridad de los Estados Unidos que... representaba la naturaleza del sistema soviético...
Nunca antes en la historia la intención y los objetivos estratégicos de un agresor se habían definido con tanta claridad. En cientos de años la victoria del proletariado sobre la burguesía en la lucha de clases se identifica como el medio con el que el comunismo dominará en el mundo".
Dropshot marcó un viraje en los planes militares de los EE.UU. en el sentido de que, a diferencia de los planes anteriores, que contaban con la agresión por medios puramente militares, en esta guerra contra la Unión Soviética se dedicaba atención al empleo de los aliados de clase al otro lado del frente, es decir, a los "disidentes". El término se incluyó en los planes de la guerra. Claro que los programadores en los Estados Mayores no se hacían ilusiones respecto a la fuerza de tales "disidentes":
"Será más difícil aplicar los métodos de la guerra psicológica al pueblo de la URSS que al pueblo de los Estados Unidos.
La guerra psicológica es un importantísimo medio de promover la disensión y la defección en el pueblo soviético, minar su moral y sembrar la confusión y la desorganización en el país...
"Una de las más importantes tareas de los Estados Unidos es desplegar una amplia guerra psicológica. Su propósito fundamental es destruir el apoyo de los pueblos de la URSS y los países satélites a su actual sistema de gobierno y la divulgación entre los pueblos de la URSS de la conciencia de que el derrocamiento del Politburó se encuentra dentro de las posibilidades reales...
"Cabe esperar resistencia eficaz o motines sólo cuando los aliados occidentales puedan dar apoyo material, dirigir y asegurar a los disidentes que la liberación está próxima"
En realidad, estos razonamientos eran una perífrasis de los estudios especiales estadounidenses de aquellos tiempos en torno a las causas del fracaso de la agresión de la Alemania hitleriana contra la Unión Soviética. Los teóricos estadounidenses estimaban que en 1941-1945 Berlín perdió de vista los aspectos políticos formulados por Karl Von Clausewitz, a saber: “Rusia no es un país que pueda ser conquistado, es decir, ocupado realmente... Un país como éste puede ser vencido sólo por la debilidad propia y la acción de las discordias internas”.21 Los estrategas yanquis se propusieron reparar las faltas de los dirigentes del Reich.
Además, los autores del plan Dropshot introdujeron en él disposiciones de la directiva 59 del CSN aprobada por Truman el 14 de septiembre de 1949: Política de los EE.UU. respecto a los satélites soviéticos en Europa Oriental. Mantenían la ilusión de que las desviaciones nacionalistas "debilitarían seriamente el bloque soviético. Los Estados Unidos debían aprovechar esta debilidad creando —para emplear como cuña y minar el prestigio soviético— un grupo de naciones comunistas contramoscovitas".
¿Cómo se realizaría todo esto? Los militares autores del plan Dropshot no tenían respuesta, pero en la directiva 50 del CSN, publicada en 1978 con grandes cortes, se afirmaba:
"Nuestro último propósito es, naturalmente, la aparición en Europa Oriental de Gobiernos no totalitarios que deseen ubicarse y participar en la comunidad del mundo libre, pero consideraciones tácticas muy serias impiden plantear este propósito como objetivo inmediato... Para nosotros el curso inmediato prácticamente realizable es ayudar al proceso herético de desprendimiento de los satélites. Por muy débiles que parezcan, ya existen premisas para el cisma herético. Podemos coadyuvar a esta escisión sin contraer por ello ninguna responsabilidad. Y cuando se produzca la ruptura final, no estaremos envueltos directamente en el reto a la autoridad soviética, la querella se desarrollará entre el Kremlin y la Reforma Comunista".
En la directiva 58 del CSN se enfatizaba que, al aplicar esta política, los Estados Unidos debían borrar por todos los medios las huellas:
"La ofensiva debe mantenerse no sólo en un plano abierto, sino también de forma encubierta... El rumbo a la estimulación del cisma en el mundo comunista debe sostenerse con prudencia, pues este rumbo no es más que una necesidad táctica y no debe oscurecer nuestro objetivo básico y de largo alcance: la creación de un sistema no totalitario en Europa Oriental. La tarea consiste en facilitar el desarrollo del comunismo herético, sin causar al mismo tiempo un grave perjuicio a nuestras posibilidades de remplazar este totalitarismo intermedio por regímenes tolerantes pertenecientes al mundo libre. Debemos incrementar al máximo la ayuda posible a los líderes y los grupos pro occidentales en estos países".
Pero... siempre callarse la boca, aleccionaba constantemente George Kennan tras las puertas cerradas de los departamentos gubernamentales de Washington. "No tenemos por qué hacer contribuciones gratuitas a la propaganda soviética asumiendo la responsabilidad por el proceso de desintegración en los países comunistas" —decía en aquel tiempo Kennan en una conferencia secreta en el Pentágono.
La guerra psicológica ocupaba el siguiente lugar en la concepción estratégica general del plan Dropshot:
Análisis: El comienzo o la intensificación de la guerra psicológica, económica y clandestina dirigida a grupos o países amigos y enemigos aumentará grandemente las probabilidades de terminación rápida y exitosa de la guerra, puesto que ayudará a quebrantar la voluntad de lucha del enemigo, sostener la moral de grupos amigos en territorio enemigo, mejorar la moral de los países amigos y la actitud de los neutrales hacia los aliados.
Este tipo de guerra puede aplicarse también en tiempo de paz contra los Soviets y las naciones amigas, pero debe ser reforzada fuertemente después de comenzar la guerra, explotando al máximo los efectos psicológicos de la ofensiva aérea estratégica. Requerirá la participación de todos los tipos de fuerzas armadas para prestar asistencia en su realización a otras agencias...
Tarea: Lograr la integración de la guerra psicológica, económica y clandestina con los planes de las operaciones militares.”25
El plan Dropshot terminaba con un vistazo al futuro: después de la derrota de la URSS y sus aliados en Europa, llegaría el turno al Extremo Oriente, donde los EE.UU., en el curso de la guerra contra la Unión Soviética, mantenía una defensa estratégica. Dice así:
"Consideramos que China comunista y otras regiones del Sudeste de Asia controladas por los comunistas nativos, a diferencia de Corea y los satélites europeos, no caerán bajo la completa dominación de los Soviets y en caso de una rápida capitulación de la URSS, tampoco capitularán necesariamente. Por consiguiente, la introducción de las tropas aliadas de ocupación en estas áreas antes de capitular la URSS, puede resultar tanto irrealizable como indeseable, por cuanto para vencer la oposición se necesitará sostener una verdadera guerra. En consecuencia, la decisión sobre las acciones apropiadas en estas áreas se tomará teniéndose en cuenta la situación creada después de la capitulación de la URSS. Es necesario comprender que la realización de los objetivos nacionales de los EE.UU. exigirá una gran ofensiva en el Extremo Oriente y Asia Sudoriental tras la capitulación de la URSS".
Si consideramos que, según el plan Dropshot, con los EE.UU. debían alinearse, de grado o por la fuerza, no sólo los países de la OTAN, sino también varios países de Asia y el Medio Oriente, en tanto América Latina y África harían el papel de reserva y fuente de materias primas, resulta que las operaciones en el Lejano Oriente y en el Sudeste de Asia cerraban la cuenta: Washington tenia la intención de eliminar por las armas el socialismo. Ello significaba al mismo tiempo el cumplimiento del sueño de la oligarquía yanqui: establecer la hegemonía mundial de los Estados Unidos. Si se necesitaran pruebas oficiales provenientes de la élite gobernante de los EE.UU., ahí están: ¡el plan Dropshot!
¿Por qué se dejó que algunos investigadores accedieran al Dropshot? A. Brown, que lo sacó a luz en 1978 en un libro con sus comentarios, escribe:
"Dropshot, el plan estadounidense de guerra mundial contra la Unión Soviética, fue elaborado en 1949 por una comisión de la Junta de Jefes de los EE.MM. con la autorización y el conocimiento del presidente Truman... Después de todo, la geografía militar no cambia, y el armamento convencional cambia sólo por el grado de su poder destructivo. Los campos de batalla de 1949 a 1957 pueden muy bien convertirse en los campos de batalla de la guerra futura.
Estas consideraciones evidentes conducen a plantear la cuestión más importante: ¿no era una tontería dar a la publicidad el plan Dropshot? He reflexionado mucho sobre este asunto y deduje que la publicación de este documento fue, ciertamente, una tontería. Habría sido necesario quemarlo, enterrarlo, guardarlo en la caja fuerte más inviolable, pues no hace a los EE.UU. más atrayentes a los ojos de Rusia. Dropshot no era solamente el plan de atomización de Rusia; preveía la ocupación de un extenso continente por ejércitos estadounidenses y la extirpación de las raíces del bolchevismo. Obviamente, en nuestros tiempos críticos —la guerra fría ha cesado, aunque sea temporalmente, pero sigue con intensidad la guerra política e ideológica—, los rusos dirán que Dropshot constituye una prueba de la persistente belicosidad estadounidense hacia Rusia y, por lo tanto, Rusia deberá incrementar sus fuerzas armadas.
¿Por qué, entonces, se publicó el plan Dropshot? Ninguna ley obligaba a la Junta de Jefes de los EE.MM. a hacerlo... El documento y los materiales anexos muestran que (1) los EE.UU. podrían haber perdido la tercera guerra mundial; (2) Rusia seguramente ocuparía Europa Occidental en 20 días; (3) el mando de la Fuerza Aérea de los EE.UU. estimaba que Rusia lograría en 60 días poner fuera de combate a Inglaterra, principal aliada de los EE.UU. y con bases de primera importancia para el lanzamiento de los golpes atómicos; (4) los ataques atómicos rusos combinados con las guerrillas comunistas en los EE.UU. quebrantarían gravemente nuestra capacidad y voluntad de conducir la guerra; (5) los EE.UU. no podrían defender sus ciudades; (6) se necesitarían al menos dos años para colocar la industria y las Fuerzas Armadas de los EE.UU. a un nivel que permitiese el retorno militar a Europa; (7) los EE.UU. pretendían ocupar Rusia con el riesgo de provocar una interminable guerra de guerrillas en ese país…
A mi parecer, la Junta de Jefes de E. M. decidió revelar el plan sin ningún motivo especial. El hecho es sencillo: se consideró que el plan es anticuado. Con los armamentos modernos nos aproximamos al día del Juicio Final y por eso el plan Dropshot carece de importancia".
En el razonamiento de Brown hay parte de verdad, pero sólo una pequeña parte. La publicación del plan y de otros documentos similares obedece a motivos complejos. En cuanto a la “antigüedad” y los designios criminales, como los plasmados en el plan Dropshot, el sentido común se revela sólo con la idea que a ellos pueda ser aplicado el plazo de prescripción. Cabe afirmar con seguridad que la publicación es un modo de justificación: se quiere demostrar "a posteriori" que Washington nunca fue “blando” con el comunismo, tesis cara a los militaristas resentidos porque no se descargó entonces el golpe atómico a la Unión Soviética. Creen que el éxito era seguro. El general Le May, ascendido a jefe del E. M. de las Fuerzas Aéreas bajo la presidencia de Kennedy, publicó en 1968 su libro Norteamérica en peligro, en el que, refiriéndose a los últimos años cuarenta y los primeros cincuenta, repetía: “Podríamos destruir por completo a Rusia sin lastimarnos siquiera las manos”.28 El plan Dropshot, ahora develado, lleva a desvalorizar toda la sabiduría del general.
Así y todo, quienes dieron el visto bueno a la puesta en circulación de los documentos mencionados piensan más en el futuro que en el pasado. A los estadounidenses se les ha referido inteligiblemente y se les ha mostrado con claridad las consecuencias desastrosas que acarrearía una gran guerra contra la Unión Soviética incluso cuando no existía todavía el arma termonuclear, y los misiles intercontinentales no habían despegado aún de las mesas de los proyectistas... Indirecta y a veces directamente se insinúa que con la presente correlación de fuerzas entre la URSS y los EE.UU. el choque armado sería mortal también para los Estados Unidos. Los decenios de la carrera de armamentos, que sustrajeron a los estadounidenses sumas fabulosas, no han dado a Washington la superioridad que desea en el terreno militar. No se ha logrado romper el equilibrio de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo, alcanzado, en lo fundamental, por el pueblo soviético en los años 1941-1945. Lo debemos a los soldados de la Gran Guerra Patria, héroes de la lucha a muerte contra las potencias del “eje” nazifascista, a aquellos que demostraron cuánto puede hacer un pueblo que defiende su propio poder.
Última edición por Ereshkigal el Vie Abr 01, 2011 10:24 pm, editado 1 vez