El fin del socialismo
El fin del socialismo no es la abolición de la propiedad privada, una sociedad sin clases, educación, salud universal y gratuita, etcétera. Éstos son medios indispensables para conseguir la mayor aspiración que la humanidad persiguió, persigue y seguirá persiguiendo, la Libertad; mas el fin de lo que nosotros llamamos “enemigos” también es, teóricamente, la Libertad. Entonces debemos encontrar puntos claros, indubitables, desde los cuales se pueda establecer qué es la Libertad, y, por atajada, qué no lo es, y así tener bases comunes para actuar contra esos enemigos en pos de la Revolución.
Se halla, desde muchos puntos de vista, que empíricamente ha fracasado el modelo socialista, pero los socialistas acuden al “revisionismo” o la “incorrecta implantación” del sistema como causa de esa caída. Pero del otro lado encontramos que el capitalismo destruye directa e indirectamente culturas enteras, financia el sabotaje y el genocidio -entre otras monstruosidades-, pero ellos justifican su vigencia impoluta por que esos “errores” son “desviaciones”, “salvajismo”, “corrupción” o simples exageraciones de la izquierda.
La realidad que percibimos es claramente espantosa, basta con conocer algo de Latinoamérica, África o Asia para dar cuenta de ello. Nadie, creo yo, con una conciencia –no digo limpia, con una conciencia por lo menos- puede negar la desvergüenza de muchos sectores de gran poder económico que sobre la sed y el hambre del pueblo amasaron fortunas e implantaron su moral –doble moral por cierto-, ya por el sistema en si ya por la corrupción aislada. Éstas concepciones (las del desencanto del progreso) entierran, parcialmente, el encanto de generaciones que dieron la vida por esa nebulosa -lastimosamente sólo teórica- que muchos llamamos Libertad. Si en estas generaciones, las actuales, sobrevive la muerte, y el consumo como paradigma esencial, podemos poner las manos en el fuego en que no hay futuro, y no nos vamos a quemar, pero ¿es tan así?, me gustaría creer que no, me -y nos- gustaría creer que en esta generación, en la que nosotros estamos, la que nosotros sentimos y vivimos, hay un halo de lucha, de veracidad, de ir contra la paradójicamente estancada corriente. Pero de esta concepción ciertamente optimista nace una cuestión que debemos tener en cuenta: ¿sólo los peces muertos van con la corriente? No. Algunos tiburones, que no son ni buenos ni malos, van contra la corriente en busca de presas. Por ejemplo, ser católico hoy en día, en esta sociedad de consumo, en la que los hijos de las masas trabajadoras perdieron prácticamente todos los valores religiosos para suplirlos con burdos placeres momentáneos, es ir contra la corriente, por más “conservador” y “reaccionario” que nos resulte a nosotros los socialistas. Pero la secuencia “causa-efecto” no comienza por generación espontánea en el caso anterior, se deduce que esta sociedad controlada por el cuarto poder analiza –analiza con suerte- errónea y superficialmente los problemas de índole social y las distintas vías de solución de los mismos, como ser la concepción de la clase media de lo que cree el mayor problema de la sociedad, la inseguridad, sin comprender que este sólo es un marcapaso que refleja el latir agitado de una sociedad enferma, ignorante, grandemente pobre y, en muchos casos, hasta indigente, o cómo entiende esta misma clase la democracia, pluripartidismo –o bipartidismo- y votaciones de tanto en tanto. En los países colonizados el abismo entre las concepciones capitalistas y las resoluciones socialistas no es tan amplio cuando no se aspira a la Libertad sino al “purismo” ideológico, si no se entiende el pensamiento y los prejuicios de los trabajadores difícilmente podrán llegar muy lejos en eso de la “justicia social”.
Noto que muchas veces los sectores “populares” no entienden que las masas poseen esos prejuicios nacidos del poder de cuarta, y una truncada capacidad de cambio. Mi texto más que generar una posición fija genera una bilocación, u optar por un paternalismo, u optar por un izquierdismo; los dos, creo yo, contrarios al purismo del que, por cierto, también estoy en contra. Entonces, ¿hasta que punto en este maremagno uno debe optar por los cambios bruscos, las frases hechas y los ademanes carismáticos?, ¿hasta que punto puede brindarnos ese distanciamiento de las masas una concepción vanguardista pero inútil?. Aquello que antes tenía pros y contras, ahora parece sólo tener contras.
En mi país, Argentina, existe una polarización de la sociedad, pero no lo suficientemente aprehendida como para politizarla. Parece que siempre estoy escribiendo del mismo tema, del ya obsoleto mecanismo socialista de antaño, no porque no esté de acuerdo con la mayoría de sus concepciones y de sus frutos, sino porque lo veo inaplicable, no por creerlo utópico, sino por creer sus tácticas actuales inservibles.
Como conclusión puedo exponer dos opiniones: lo que yo considero que se debería hacer para solucionar estos problemas, ya que estaría tullida mi crítica si no la reparo con una alternativa, y mi opinión de aquellos que están en la lucha, directa e indirectamente.
Considero que los que nos llamamos socialistas, además de dar el ejemplo de una conducta intachable, hagamos política prefigurativa, no debemos ser honestos, debemos también parecerlo. El orden cotidiano debe ser el campo de batalla, llevar al extremo los odios comunes del “vulgo” con nosotros y encauzarlos hacia una política, para luego formarlo en una Política. Para que no parezca sólo un recurso retórico, voy a dar ejemplos: Si el común rechaza a la clase gobernante por “corrupta”, si cree que de allí proviene el mal, de la corrupción y no del sistema en sí, no los acomplejemos dándoles explicaciones económicas de porqué es tal y cual cosa –que a veces hasta yo, que me declaro socialista, no entiendo de lo complicadas que son- acompañémoslo en su rechazo y hagamos de esa repugnancia un anhelo de cambio político (organizaciones, aunque sean pequeñas), para luego llevarlo a la Política (una decidida campaña anti-corrupción, fase en la que se puede sumar el rechazo al control de los grandes grupos económicos), éstos rechazos pueden darse, y se dieron, por ejemplo en la Argentina el americanismo devino en antiimperialismo, y el federalismo en anticapitalismo. Lo mismo puede darse con el descreimiento de la democracia burguesa, de las clases altas, de cualquier exgobernante, de la Iglesia, entre otros.
Y mi opinión de y para los que están, estamos, actualmente en la lucha, en mayor o menor medida, es que no deben mermar sus ímpetus, pero sí deben, contrariando a los que nos dijo El Che, “confundirse” en el pueblo, porque en estos períodos contradictorios, donde conviven el pensamiento único, el falso individualismo y la dejadez transformada en imbecilidad e indiferencia es necesario crear, en paralelo, una fuerza nacida desde el pueblo, para facilitar el camino a los revolucionarios y luchadores “directos”, sin que ninguno tenga mayor validez que el otro.
Si fuéramos capaces de unirnos qué hermoso y cercano sería el futuro El CheSe halla, desde muchos puntos de vista, que empíricamente ha fracasado el modelo socialista, pero los socialistas acuden al “revisionismo” o la “incorrecta implantación” del sistema como causa de esa caída. Pero del otro lado encontramos que el capitalismo destruye directa e indirectamente culturas enteras, financia el sabotaje y el genocidio -entre otras monstruosidades-, pero ellos justifican su vigencia impoluta por que esos “errores” son “desviaciones”, “salvajismo”, “corrupción” o simples exageraciones de la izquierda.
La realidad que percibimos es claramente espantosa, basta con conocer algo de Latinoamérica, África o Asia para dar cuenta de ello. Nadie, creo yo, con una conciencia –no digo limpia, con una conciencia por lo menos- puede negar la desvergüenza de muchos sectores de gran poder económico que sobre la sed y el hambre del pueblo amasaron fortunas e implantaron su moral –doble moral por cierto-, ya por el sistema en si ya por la corrupción aislada. Éstas concepciones (las del desencanto del progreso) entierran, parcialmente, el encanto de generaciones que dieron la vida por esa nebulosa -lastimosamente sólo teórica- que muchos llamamos Libertad. Si en estas generaciones, las actuales, sobrevive la muerte, y el consumo como paradigma esencial, podemos poner las manos en el fuego en que no hay futuro, y no nos vamos a quemar, pero ¿es tan así?, me gustaría creer que no, me -y nos- gustaría creer que en esta generación, en la que nosotros estamos, la que nosotros sentimos y vivimos, hay un halo de lucha, de veracidad, de ir contra la paradójicamente estancada corriente. Pero de esta concepción ciertamente optimista nace una cuestión que debemos tener en cuenta: ¿sólo los peces muertos van con la corriente? No. Algunos tiburones, que no son ni buenos ni malos, van contra la corriente en busca de presas. Por ejemplo, ser católico hoy en día, en esta sociedad de consumo, en la que los hijos de las masas trabajadoras perdieron prácticamente todos los valores religiosos para suplirlos con burdos placeres momentáneos, es ir contra la corriente, por más “conservador” y “reaccionario” que nos resulte a nosotros los socialistas. Pero la secuencia “causa-efecto” no comienza por generación espontánea en el caso anterior, se deduce que esta sociedad controlada por el cuarto poder analiza –analiza con suerte- errónea y superficialmente los problemas de índole social y las distintas vías de solución de los mismos, como ser la concepción de la clase media de lo que cree el mayor problema de la sociedad, la inseguridad, sin comprender que este sólo es un marcapaso que refleja el latir agitado de una sociedad enferma, ignorante, grandemente pobre y, en muchos casos, hasta indigente, o cómo entiende esta misma clase la democracia, pluripartidismo –o bipartidismo- y votaciones de tanto en tanto. En los países colonizados el abismo entre las concepciones capitalistas y las resoluciones socialistas no es tan amplio cuando no se aspira a la Libertad sino al “purismo” ideológico, si no se entiende el pensamiento y los prejuicios de los trabajadores difícilmente podrán llegar muy lejos en eso de la “justicia social”.
Noto que muchas veces los sectores “populares” no entienden que las masas poseen esos prejuicios nacidos del poder de cuarta, y una truncada capacidad de cambio. Mi texto más que generar una posición fija genera una bilocación, u optar por un paternalismo, u optar por un izquierdismo; los dos, creo yo, contrarios al purismo del que, por cierto, también estoy en contra. Entonces, ¿hasta que punto en este maremagno uno debe optar por los cambios bruscos, las frases hechas y los ademanes carismáticos?, ¿hasta que punto puede brindarnos ese distanciamiento de las masas una concepción vanguardista pero inútil?. Aquello que antes tenía pros y contras, ahora parece sólo tener contras.
En mi país, Argentina, existe una polarización de la sociedad, pero no lo suficientemente aprehendida como para politizarla. Parece que siempre estoy escribiendo del mismo tema, del ya obsoleto mecanismo socialista de antaño, no porque no esté de acuerdo con la mayoría de sus concepciones y de sus frutos, sino porque lo veo inaplicable, no por creerlo utópico, sino por creer sus tácticas actuales inservibles.
Como conclusión puedo exponer dos opiniones: lo que yo considero que se debería hacer para solucionar estos problemas, ya que estaría tullida mi crítica si no la reparo con una alternativa, y mi opinión de aquellos que están en la lucha, directa e indirectamente.
Considero que los que nos llamamos socialistas, además de dar el ejemplo de una conducta intachable, hagamos política prefigurativa, no debemos ser honestos, debemos también parecerlo. El orden cotidiano debe ser el campo de batalla, llevar al extremo los odios comunes del “vulgo” con nosotros y encauzarlos hacia una política, para luego formarlo en una Política. Para que no parezca sólo un recurso retórico, voy a dar ejemplos: Si el común rechaza a la clase gobernante por “corrupta”, si cree que de allí proviene el mal, de la corrupción y no del sistema en sí, no los acomplejemos dándoles explicaciones económicas de porqué es tal y cual cosa –que a veces hasta yo, que me declaro socialista, no entiendo de lo complicadas que son- acompañémoslo en su rechazo y hagamos de esa repugnancia un anhelo de cambio político (organizaciones, aunque sean pequeñas), para luego llevarlo a la Política (una decidida campaña anti-corrupción, fase en la que se puede sumar el rechazo al control de los grandes grupos económicos), éstos rechazos pueden darse, y se dieron, por ejemplo en la Argentina el americanismo devino en antiimperialismo, y el federalismo en anticapitalismo. Lo mismo puede darse con el descreimiento de la democracia burguesa, de las clases altas, de cualquier exgobernante, de la Iglesia, entre otros.
Y mi opinión de y para los que están, estamos, actualmente en la lucha, en mayor o menor medida, es que no deben mermar sus ímpetus, pero sí deben, contrariando a los que nos dijo El Che, “confundirse” en el pueblo, porque en estos períodos contradictorios, donde conviven el pensamiento único, el falso individualismo y la dejadez transformada en imbecilidad e indiferencia es necesario crear, en paralelo, una fuerza nacida desde el pueblo, para facilitar el camino a los revolucionarios y luchadores “directos”, sin que ninguno tenga mayor validez que el otro.
Silvio