Desarrollo y calidad de vida, no siempre pueden ser evaluados en puros términos económicos. El estado indio de Kerala es uno de estos ejemplos.
Una quinta de la población subsiste con menos de un dólar al día. Más de un tercio son analfabetos mientras que más de cien millones no tienen acceso a las mínimas atenciones médicas ni a la educación. Constituyen una segunda humanidad, un mundo cuyas continuas privaciones desafían el ímpetu de prosperidad global, que es uno de los signos más destacados de este siglo. Actualmente, en los países Occidentales y en algunas partes de Asia, los modelos de vida han alcanzado cotas de bienestar sin precedentes, mientras que en el 80 por ciento de la población mundial, la prosperidad brilla por su ausencia : continúan ganando menos del 20 por ciento del total de los ingresos mundiales.
Paradójicamente, si queda alguna esperanza para toda esta gente, tal vez la podemos encontrar en un curioso estado en forma de cuña, de no mucha extensión, en la costa del sudoeste de Asia, y uno de los países más pobres del mundo. Este estado, Kerala, es pobre incluso comparado con los restantes de la India. El producto interior bruto per capita es sólo de 1.000 dólares anuales, unos 200 menos que la media de la nación y 26 veces menos que la media americana. En Kerala, las casas son pequeñas y la ropa es simple y sin demasiadas filigranas. Para la mayoría de los 33 millones de ciudadanos Keralitas (1998) , la vida parece condicionada por ajustadas demarcaciones dominadas por la agricultura. Sin embargo, tenemos que considerar lo siguiente:
La expectativa de vida en Kerala es de 72 años, que es una cifra muy cercana a la media americana (76 años) y mucho mayor que la media india de 61
La mortalidad infantil es una de las más bajas de los países en vías de desarrollo de todo el mundo, siendo de apenas la mitad de la China y menor que otros países más ricos como Argentina .
El crecimiento demográfico está también bajo control en Kerala. El índice de fertilidad es de 1.7 nacimientos por mujer, más bajo que en Suecia o en América.
Pero lo que es quizás más impresionante es que el 90% de los Keralitas están alfabetizados, unas cifras que equiparan este estado con Singapur o España (?). Es posible que los niños de Kerala mendiguen un bolígrafo, pero no dinero. Las escuelas, con sus aulas limpias y bien cuidadas, se llenan con estudiantes vestidos en brillantes uniformes de colores, y las podemos encontrar a unos pocos kilómetros unas de otras por todo el estado.
Todos estos datos constituyen indicadores del nivel de vida que uno esperaría encontrar solamente en algunas partes del mundo industrializado, y no en un estado con una renta per capita igual a la de Camboya o Sudan. Pero Kerala, es incluso más que la prueba de que incluso las sociedades más pobres pueden alcanzar niveles de vida decentes; y esto desafía la tópica concepción de que la calidad de vida se mide por los ingresos económicos. En los últimos años esta ortodoxia se ha ido imponiendo por las incursiones de un grupo de economistas y expertos sociales, cuya pretensión sería el sustituir la limitada idea del desarrollo económico, por la noción más amplia del bienestar social y humano. Para este grupo, que justamente son los que están detrás de la publicación anual de Naciones Unidas "Informe del desarrollo Humano", salud, educación y libertad contra toda forma de discriminación, son tan necesarias para la calidad de vida, como la riqueza material. Amartya Sen, una reconocida economista que a la que ha llamado la atención el fenómeno de Kerala, ha afirmado que el éxito y los fracasos respecto a los esfuerzos emprendidos para el desarrollo humano, no pueden ser juzgados únicamente en términos de ingresos o gastos. "Lo que importa en definitiva", concluye Sen, "es el tipo de vida que la gente pueda o no llevar".
Cuenta una leyenda, que Kerala fue creada cuando el dios hindú Parasurama, arrojó su hacha al océano y provocó un levantamiento que dio origen a un nuevo territorio de entre las aguas. Actualmente, y por lo que he podido apreciar en mis tres visitas, este estado parece estar hecho de una materia diferente a la de sus vecinos. La mayor parte de Tamil Nadu, el estado que tiene al Este, y con el que Kerala comparte su límite más largo, es virtualmente un desierto; una tierra de malezas llana y abrasadora. Los suelos están troceados, agrietados como las pezuñas de las flácidas vacas que rebuscan por encontrar alguna raíz perdida que comer; los arbustos están desnudos, con sus pelados troncos apuntando al cielo como manos artríticas.
Desde Tamil Nadu, Kerala parece al principio como una distante serie de incisiones en el horizonte. Son los picos de los Ghats Occidentales, una cadena montañosa que se levanta como un centinela de un estado tan amable y acogedor, como Tamil Nadu es áspero e implacable. Exuberantes plantaciones de cardamomo, pimienta, caucho y te, se prodigan por sus escalonados valles; el verde y fértil paisaje, alojas docenas de ríos entrelazados por una extensa red de canales de poco profundos conocidos como backwaters, En el extremo sur de Kerala, unas barcas estrechas y de poco calado, navegan por estos backwaters, haciendo las veces de sistema de transporte público y ofreciendo una tranquila alternativa a los demenciales autobuses que surcan las carreteras. Se puede ir en barca desde casi cualquier pueblo o aldea; el paseo, descubre al viajero el pausado paisaje de casas con tejas rojas en medio de los arrozales, las hojas de los bananos, y los omnipresentes cocoteros de Kerala.
La agraciada geografía de este estado, va de la mano de sus impactantes diferencias con el resto de la India. Mientras la mayor parte de la nación parece constantemente a punto de desmoronarse bajo las diversas facciones religiosas, las minorías musulmanas y cristianas de Kerala conviven pacíficamente durante siglos con las creencias hindúes. De igual modo, cuando India se empeña en remodelarse a la imagen del estilo capitalista americano, Kerala continua osadamente comunista, un bastion de sindicatos militantes y planes económicos quinquenales. Por toda Kerala, son evidentes los signos de su anacronismo ideológico; las carreteras aparecen ambientadas con banderitas de papel con la hoz y el martillo y las paredes encoladas con retratos de Marx, Lenin y Che Guevara. En una ocasión, cuando el coche en el que viajaba se estropeó, me encontré justamente enfrente de un taller, con el esperanzador nombre de "Recambios Lenin".
En Trivandrum, la calmada capital del estado que se extiende sobre siete colinas, visité a C.P. Narayan, un destacado miembro del Partido Comunista de Kerala. Su oficina estaba justo enfrente de la sede del partido, un horrible bloque de hormigón, algo parecido a la Bucarest de Nicolae Causescu.
Narayan no es un hombre muy feliz en los últimos tiempos. Mientras las lluvias monzónicas batían contra sus ventanales, y mientras sus ayudantes se deambulaban por aquí y por allá, llevando papeles para que los firmara, él se quejaba del capitalismo global y del programa de liberalización emprendido por la India en 1991. En Kerala, me decía, no hay lugar para las modernas industrias que se establecen por todo el país. "Lo que se hace", alzando la voz bajo el chapucero, "tiene que hacerse para la mayoría". Con una copia de el "The Economist" que contenía artículos sobre la crisis económica Asiática, añadió: "Lo que vemos, es que las naciones son gobernadas a la ligera". Cuando expresé mi sorpresa de que estuviera leyendo esta encorsetada publicación del mercado libre inglés, Narayan, me respondió con un comentario salido directamente de las trincheras de la Guerra Fría: "Claro que lo leo", dijo con una risita entre dientes, "Debemos conocer lo que nuestro enemigo piensa y lo que está planeando".
Funcionarios como Narayan han gobernado Kerala ininterrumpidamente desde 1957, cuando los Comunistas fueron elegidos para la legislatura del estado. Fue la primera vez en el mundo, en que un gobierno Marxista, accedía democráticamente al poder. Estos dirigentes han sido los responsables de todo lo que ha sucedido en el desarrollo de Kerala, lo mejor y lo peor. La pobreza del estado habría que buscarla en su rígido anti capitalismo: Kerala dispone de abundantes recursos naturales, pero las industrias se han marchado en su gran mayoría, por temor a las dificultades que plantean los sindicatos y tribunales de justicia que los favorecen, con unos salarios mínimos muy elevados. La consecuencia ha sido el sufrir uno de los índices de desocupación más elevados de India, según algunos, del 25 por ciento, y una economía marcada por grandes déficits presupuestarios.
Pero si la Kerala comunista ha fracasado en estimular el crecimiento económico, ha alcanzado un singular éxito en la consecución del desarrollo por medio de la re-distribución. Este igualitarismo se puede atribuir principalmente a tres medidas políticas decretadas por sus líderes: un salario mínimo generoso; uno de los sistemas de distribución más eficientes del país, sosteniendo toda una red de tiendas que venden toda clase de artículos, desde arroz a baterías, y todo ello con precios subvencionados; y en tercer lugar, un programa de reforma de tierras, aprobado en 1960 y acompañado de un tremendo impacto social. Finalmente, un ambicioso proyecto que abolía las grandes propiedades y las distribuía entre un millón y medio de antiguos arrendatarios. Todo ello condujo a un crecimiento en la producción de las cosechas, mientras que la re-distribución aseguraba a los Keralitas unos ingresos básicos que los protegía de las privaciones extremas.
Los cambios efectuados por los comunistas en Kerala, ponen de manifiesto su insistencia en cambiar el orden social existente, una tendencia que puede ya constatarse en el siglo 19, cuando los gobernantes de los distritos más sureños, promovieron todo un conjunto de reformas que restringieron el poder de las castas altas y de los señores feudales. Y casi por la misma época, una serie de protestas de las castas inferiores, significaron el principio de un periodo de drásticas reformas sociales.
Hasta entonces, Kerala había estado sometida a unas jerarquías sociales muy complejas y rigurosas, tanto es así, que movieron al destacado líder espiritual y reformador hindú del siglo 19, Swami Vivekananda, a etiquetar este estado como "una casa de locos". Pero hacia la mitad del mismo siglo, intocables y otras castas bajas empezaron con sus demandas al derecho a la educación y acceso a los templos entre otras . Y su lucha culminó con un notable éxito. Aunque pueden darse algunos casos aislados de discriminación, en ningún otro lugar de la India, la "intocabilidad" - esta "mancha del hinduismo" según palabras de Gandhi - ha sido tan ampliamente extinguida del tejido social.
Cuesta un poco seguir las huellas de los orígenes de este empeño de Kerala para organizarse a si misma. Se puede no obstante, visitar la ciudad de Cochín, en el extremo sur del subcontinente, en un vuaje de diez horas desde Kanyakumari, La ciudad continental, esta envuelta de numerosas islas, que hacen de esta "Venecia India", uno de los puertos con más actividad del país. Ya desde muchos siglos, este estrecho canal al Mar de Arabia ha servido de puerta comercial con países tan diversos como la China, Egipto, Grecia, Portugal y Holanda. Aún hoy en día, las en las calles de Cochín se puede apreciar la influencia de todas estas culturas. A lo largo de la costa, pescadores con sus habituales taparrabos, se ganan la vida con estas redes en forma de embudo, suspendidas por un intrincado armazón de estructuras de bambú, un método de pesca artesanal importado por los mercaderes chinos en el siglo 13. Más al interior, junto a las haciendas de los descendientes holandeses, se concentra la elite de Cochín, con una iglesia levantado por los franciscanos en 1503. Adentrándose por el laberinto de los sinuosos callejones de la ciudad, nos encontramos con una sinagoga, establecida por la comunidad judía y cuyas raíces se remontan a cerca de 2000 años.
Los barcos que recalan en Cochín, lo hacen en busca de gemas, hojas de té, especias o madera de teka de Kerala, de la cual se dice fue usada para la construcción del palacio de Nebuchadnezzar. "Aquí … ocurrió alguna vez …", explicaba un marinero portugués del siglo 16, "que se llegaron a cambiar un puñado de perlas por una campana o un espejo". Estos intercambios comerciales iban acompañados por una importante aportación de nuevas ideas. Los marineros y los mercaderes, llevaron consigo no sólo la quincallería propia de la moda de Occidente, sino también las nuevas corrientes intelectuales y religiosas. El resultado es una cultura de amplio alcance, receptiva a las nuevas formas de ver el mundo y dispuesta a los intentos de innovación propios. "Las ideas, vengan de donde vengan, están disponibles para el consumo público," me comentaba P.V. Venkateswaran, un profesor y activista Keralita. "las nuevas modas y tendencias influyen en la esfera pública."
Es esta porosidad cultural la que explicaría la mentalidad abierta de la gente de Kerala. En contraste con el resto de la India, con su larga historia de invasiones y ocupaciones extranjeras, Kerala ha estado en comunicación con el mundo exterior, más bien a través de los canales comerciales y la actividad misionera. Cuando una novedad ha llegado a este estado, ha sido recibida de forma abierta y amistosa, sin prejuicios o temores y los Keralitas has respondido a ellas de forma amable, asimilando las nociones foráneas para reforzar sus mejores rasgos indígenas. Por ejemplo, el respeto brahmanico por la educación, fue en un principio extendido por los misioneros cristianos hacia las castas inferiores, cuyas escuelas estaban abiertas a todos los sectores de la sociedad. De la misma manera, los gobernantes reformistas de Kerala, se inspiraron en parte en las nociones de buen gobierno que entonces empezaban a hacerse populares por Occidente: entre todas las medidas que instituyeron, estaban la abolición de la esclavitud y la adopción del estilo Occidental en los procesos judiciales.
Actualmente, uno sólo tiene que visitar la cantina (tea shop) en una aldea, para confirmar que Kerala continua estando abierta a estas nuevas ideas. Aquí, bajo unos raídos tejados de paja, sentados en unos desmadejados bancos de madera y bebiendo en unos vasos agrietados, los Keralitas se reúnen todos los días. La escena es la representación viva de las afirmaciones de "esfera pública" de Venkateswaran. La conversación es animada y el debate caluroso, a menudo centrada en el contenido de un periódico que de mano en mano pasa por los clientes. (En Kerala se registra el mayor número de consumidores de periódicos de toda la India). Ningún tema por extraño que sea, escapa al ámbito de estos improvisados seminarios; Ventakeswaran me comentó que él había participado en discusiones sobre las tendencias postmodernas del cine de Kerala. I efectivamente, en Trivandrum, me encontré en los estantes de las librerías, con títulos como Texto/Contratexto, Insinuaciones de Post-Modernidad o El Espectro de Hegel.
La escena anterior del bar , se repite por toda Kerala en multitud de clubs, grupos y asociaciones que proliferan por todo el aanico social del territorio. "El estado tiene un acusado sentido cívico, una gran vida asociativa", afirma Ashutosh Varshney, un investigador político docente en Columbia que relaciona Kerala con la América que observó Alexis de Tocqueville en el siglo 19: "una nación repleta de asociaciones … de miles de géneros, religiosas, moralistas, serias, inútiles, generales, restringidas, masivas o minoritarias."
En ciudades y pueblos, colgando de los tejados de todo tipo de casas, pueden verse carteles que anuncian un club de brujería, un club de cine o asociaciones de jóvenes, todos ellos proporcionando oportunidades para debates tan animados como los de la cantina. Casi todos los pueblos disponen de una biblioteca, otro centro de actividad social. Podemos encontrar también asociaciones políticas y grupos activistas empeñados en reformas sociales, en una extensión, que no admite paralelismo con ningún otro lugar de India. El número de miembros de estas organizaciones se puede cifrar en decenas de miles: para la mayor parte de los Keralitas, el pertenecer a alguno de estos grupos, es casi una obligación ciudadana.
El resultado es una especie de activismo democrático, en el cual los bien informados ciudadanos conocen sus derechos y se sienten suficientemente fuertes como para tomar en sus manos cualquier asunto. Kerala es un país orgulloso, desprovisto de la auto humillación que habitualmente conlleva la pobreza. Apenas se encuentran mendigos. Las mujeres de Kerala te miran a los ojos; aquí no se manifiesta la socialmente condicionada solemnidad que uno puede encontrar en el resto de la India. Menos agradable, pero indicativo de las mismas cualidades, es el hecho de que los empleados de las tiendas y hoteles, pueden ser asombrosamente toscos con sus clientes: el servicio no es una noción asumida facilmente por el trabajador de Kerala.
De hecho, este rechazo al servicio es el que constituye la base de las huelgas promovidas por trabajadores irritados y que paralizan a menudo el país. Pero este mismo derecho es el que constituye el motor que anima a la sociedad de Kerala. Los cambios han llegado aquí en oleadas, en forma de movimientos populares que se han sucedido uno tras otro, consiguiendo pequeños éxitos, mayores sin embargo que los que hubieran aportado las urnas, el método tradicional para efectuar un cambio político. En el siglo 19, las protestas de las castas inferiores condujeron a la electrificación del estado y a mitad del siglo 20, los movimientos para la reforma de la tierra, convulsionaron la sociedad de Kerala.
En 1989, las organizaciones activistas de Kerala lanzaron una campaña para la completa alfabetización del país. En un periodo de tres años, más de 350.000 voluntarios se distribuyeron por todo el estado, llevando sus pizarras y cuadernos a los pueblos de los pescadores, los barrios de chabolas de las ciudades, y zonas tribales remotas. En las calles y en el campo, los voluntarios escenificaron obras de teatro, adaptando escenas de los mitos tradicionales y de la vida cotidiana, para estimular el entusiasmo popular. Las clases se desarrollaban en el exterior, a la sombra de los árboles, o en las habitaciones únicas de las casas de los aldeanos. Elias John, un cineasta indio que produjo una serie televisiva para la campaña, comparó el espíritu del movimiento con la "lucha por la libertad."
Al igual que la reforma de la tierra, la alfabetización cambió a Kerala, infundiendo auto confianza en los ciudadanos corrientes. El primer movimiento había garantizado un cierto grado de seguridad financiera; las campañas educativas proporcionaron en cierta medida, seguridad psicológica. Cuenta John, que los nuevos estudiantes adultos incorporados a las letras, se describían a si mismos como habiendo superado un trauma. Decía que algunos habían seguido las clases para poder leer las cartas que les mandaban sus hijos, mientras que otros lo hacían para poder descifrar los carteles de los autobuses y poder llegar a su destino sin tener que preguntar.
La nueva auto estima adquirida tenía también otras vertientes públicas. Según John una vez más, uno de los momentos más destacados en la campaña, ocurrió cuando un grupo de nuevos letrados, encabezados por una muchacha musulmana discapacitada llamada Rabia, exigió - y consiguió - iluminación pública para las calles de su pueblo. En la asamblea de zona de la demarcación, en las afueras de Ernakulam, Sulekha Sasidharam, una líder asamblearia, me contaba que desde la campaña, las mujeres estaban más comprometidas con las cuestiones comunitarias: "Las mujeres acuden y ponen mucho interés, especialmente ahora que están educadas y son más conscientes de los cuidados de sus hijos". Hablé con otros en Kerala que me confirmaron que las campañas formativas habían incrementado la participación de la mujer en la vida pública, un logro impresionante en un país por otra parte no muy distinguido por la emancipación de la mujer.
En uno de mis últimos días en Kerala, una tarde de cielo cargado de gris y con una humedad opresiva, visité toda una rareza en Kerala: un complejo industrial, un sembrado paisaje de factorías y cadenas de montaje, en las afueras de la ciudad de Kalamaserry. La vista no era muy agradable. La tierra era árida y unos vahos sulfurosos llenaban el aire. En lugar del suave oscilar de unos amables cocoteros, se divisaba una línea de abultadas chimeneas cuyos humos parecían alimentar aquel grisáceo cielo.
En la factoría de curtidos del complejo, pude comprobar las condiciones que la industria había mantenido en la mayor parte de Kerala. Durante más de dos horas, uno de los cinco directivos de la planta, se lamentaba de los problemas que suponía trabajar con trabajadores tan educados y firmes, amenazando con huelgas y exigencias agresivas para mejorar las condiciones de trabajo. "Esta gente tiene la sangre la sangre alterada …" me decía. Se quejaba de que en otros estados, los obreros suplicaban a los patronos por un trabajo, pero que en Kerala, siempre pedían más y más.
El director de esta compañía es más afortunado que muchos otros hombres de negocios de Kerala; después de una larga batalla de pleitos, le fue permitido importar mano de obra de otros estados. Aun así, aseguraba que sus preocupaciones no habían terminado, señalando a unos servicios de tratamiento de aguas situados a un extremo del complejo de la compañía. Una vez al mes, inspectores del gobierno visitaban esta instalación depuradora, poniendo en ello un celo que nunca hasta entonces había visto en los países donde anteriormente había estado, lugares como Tamil Nadu, China o Taiwan.
Cuando estaba ya a punto de marchar, le pregunté al director si realmente se sentía tan desafortunado al tener que vivir en un estado educado y que cuida de su entorno. Se encogió de hombros, secándose el sudor de frente. y susurrando algo entre una risita y un suspiro: "Es un buen lugar para vivir, pero un sitio duro para los negocios."
El problema de Kerala es que en una India en proceso de cambio, el hacer negocios , es cada vez más importante. Y como la época del socialismo va llegando a su fin en toda la nación, la resistencia que Kerala opone a la industria moderna, puede ser una prueba de insostenible tolerancia. Durante muchos años, la economía del estado, ha caminado cojeando sobre un pie: el sector agrícola. Me explicaba Michael Tharakan, un historiador del Centro de Estudios para el Desarrollo en Trivandrum, que este sector agrícola ha estado subvencionado en buena parte por tarifas nacionales que han elevado los precios de las cosechas importadas. (La economía de Kerala a estado también sostenida por los ingresos que los trabajadores de allí en extranjero, particularmente en el Golfo Pérsico han remitido a sus casas). Decía Tharakan: "En cierta medida, Kerala se beneficia de unas condiciones de mercado ventajosas."
Pero Kerala no existe en el vacío. Y conforme la liberalización económica se va afianzando, los precios van descendiendo. Otros estados han paliado la desaparición de la economía a base de subsidios, volviéndose hacia otro tipo de empresas de mercado libre o favoreciendo la instalación de industrias multinacionales. Cuando llegaba por ejemplo desde Tamil Nadu, pasé por delante de una gran planta embotelladora de Pepsi y una mastodóntica factoría construida por Ford en colaboración con la empresa del automóvil india Mahindra.
El hecho de si Kerala va a adoptar unas medidas similares, es un asunto que preocupa mucho en todo el estado. Los periódicos van llenos con historias acerca del cardamomo barato de Guatemala o el aceite de coco de Filipinas; incluso C.P. Narayan, llegó a admitir que Kerala podría aceptar cierto grado de industrialización, aunque se apresuró a añadir que sólo se aceptarían industrias con mano de obra intensiva.
A pesar de que el modelo de Kerala corra el riesgo de ser aplastado por la economía de cambio India, todavía puede ser útil a esta economía. Hace cincuenta años, en un discurso con motivo de la celebración de la reciente independencia del país, el entonces primer ministro de la nación, Jawarhal Nerhu, exhortaba a sus oyentes a trabajar para terminar con la pobreza, la ignorancia , la enfermedad y la desigualdad de oportunidades. Actualmente, este discurso es ampliamente recordado (fue retransmitido el año pasado para conmemorar el medio siglo de soberanía), pero estos ideales objetivos, permanecen tristemente pendientes de consecución. Nerhu puso en marcha su plan para alcanzar estas metas con una ambiciosa agenda centrada en el desarrollo de la industria pesada y en el aumento de la auto-confianza económica. Hoy en día, mientras la nación se debate en la búsqueda de un nuevo modelo económico, Kerala sugiere una alternativa más, una que no solamente ponga énfasis en el crecimiento económico, sino que también reconozca la importancia de la distribución equitativa de los recursos, entre una población con mentalidad abierta y socialmente comprometida, y con un cierto grado de gobierno inteligente