La crisis del movimiento comunista
Tomo I : De la Komintern al Kominform1. El tomo 2 no se llegó a editar
libro de de Fernando Claudín (Ediciones Ruedo ibérico)
articulo-reseña de Juan Andrade sobre el libro - en Cuadernos de Ruedo ibérico nº 25, junio-julio 1970
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Confieso que siento siempre una gran aprensión, en principio, cuando voy a abordar la lectura de un libro escrito por un antiguo dirigente comunista que ha roto las amarras con el partido, y que trata de justificar o explicar sus posiciones políticas presentes. Generalmente se descubre un renegado, en el peor sentido del término, que ha vendido su alma al diablo, y que trata de hacer méritos de arrepentido ejercitándose en un anticomunismo frenético, en el que no se ataca ya sólo a la burocracia estalinista sino también todo lo que sea anticapitalismo, es decir las ideas socialistas en general. Es la manera de intentar justificar el poder servir a otros. Son los que terminan como apóstatas integrales, y desgraciadamente he conocido algunos ejemplos.
Pero inmediatamente nos sentimos tranquilizados con el libro de Fernando Claudín en cuanto a su propósito. La crisis del movimiento comunista: de la Komintern al Kominform, primer tomo de una obra de gran importancia que constará de dos volúmenes, es un libro honrado, producto de las reflexiones de un antiguo revolucionario que no quiere dejar de serlo, y sobre todo un estudio profundo, como se encuentran pocos, desgraciadamente. en la bibliografía española, tan parca en análisis teóricos o históricos sobre el movimiento socialista.
Ahora bien, temo que produzca la impresión en algunos lectores, como en parte me ha producido a mí, de obra de desconcierto, a fuerza de cómo están formuladas e incluso forzadas las críticas negativas de todo el desarrollo del proceso histórico de la Internacional Comunista, sobre todo en su iniciación, incluso desde los tiempos de Lenin y Trotski. Se diría que las consideraciones de Claudín sobre la fundación de la IC están inspiradas en el pensamiento de Otto Bauer contra la ideología bolchevique y el leninismo. Si no es deliberadamente sí es coincidencia, y revela principalmente un criterio de revisionismo reformista, como si fuera la nave de salvamento que encuentra Claudín por la desilusión sufrida.
No quiero tampoco dejar de señalar la extrañeza que causa que una inteligencia que se expresa con tanta clarividencia crítica a través de todas las páginas, haya resistido hasta 1956, con el informe de Jruschov, para enterarse de todo el curso de la degeneración del estalinismo, y haya esperado hasta 1965 para romper definitivamente con él. Sin embargo, y es una prueba de la sinceridad de Claudín, reconoce que estaba " alienado ", que " el año 1956 fue para mi, como para otros tantos comunistas, el comienzo de ruptura con una confortable y optimista representación del estado y las perspectivas de nuestro movimiento. Hasta entonces su pasado y presente -incluso su futuro- no eran problemas. Marx y Engels, Lenin y Stalin, los supergenios de la humanidad, habían despejado todas las incógnitas fundamentales ". Y preveyendo las posibles objeciones a este mimetismo que se le puede achacar, Claudín declara sinceramente : " No hace falta decir que este libro no es solo una crítica del movimiento comunista sino una autocrítica del autor ". Menos mal, esta sinceridad no es frecuente.
¿ Qué conclusión. en perspectiva, se puede sacar del interesante libro de Claudín? No es muy fácil de deducir. Se puede interpretar únicamente por algunas expresiones, precisamente de la Introducción : " Lo que ha fracasado históricamente no es el marxismo, sino determinada dogmatización y perversión del pensamiento marxiano. Su esencia crítica-revolucionaria, no pocas de sus principales concepciones y tesis siguen vivas, actuales. A condición, claro está, de que nos decidamos resueltamente a situar a Marx en su tiempo histórico, y a continuarlo de acuerdo con el nuestro. O en otros términos: a considerar y utilizar el marxismo de manera marxista. " De acuerdo, pero precisamente ése es el hueso. Desde hace ya bastantes años, la reorganización del movimiento revolucionario, nacional e internacional, se encuentra en panne. De lo que se trata es de encontrar una salida para ponerla en marcha.
A la letra, no parece ofrecer objeciones esta declaración, a pesar de que deja completamente de lado el leninismo. Sin embargo, habiendo leído su obra y el pensamiento crítico general que se desprende a través de toda ella, a mi me parece que Claudín, a pesar de toda su buena voluntad, no emite sobre la misma longitud de onda que la vieja oposición marxista revolucionaria y que los jóvenes de las nuevas generaciones marxistas-leninistas. Si se niegan los propios principios y táctica que dieron lugar a la constitución de la III Internacional, ateniéndonos a las consideraciones de Claudín terminaríamos desembarcando en una nueva especie de Internacional II y 1/2, o más bien en un comunismo " a la italiana ", policéntrico, en busca de una abertura gubernamental para el partido, cuyo " liberalismo " a lo Longo y Améndola se ha mostrado prácticamente en las medidas de expulsión de los dirigentes de Il Manifasto.
Los orígenes de la crisis
Este primer tomo sobre La crisis del movimiento comunista, comprende principalmente la disolución de la Internacional Comunista, la guerra civil de España, la experiencia del Frente Popular y la colonial, la revolución frustrada de Francia, la de Italia, las revoluciones sin permiso (Yugoslavia y Grecia), la gran alianza de los dos campos, el reparto de las " esferas de influencia ", el Kominform y la nueva táctica. El segundo tomo, según anuncia, llevará por título " Del XX Congreso a la invasión de Checoslovaquia ", es decir hasta la actualidad.
La obra es densa, de un gran interés informativo, pero sus glosas o comentarios a los hechos sugieren, a su vez, observaciones y críticas, que es imposible hacer en los límites, siempre reducidos, de un artículo. Nos dedicaremos, pues, a lo más sobresaliente.
La obra comienza por la disolución de la Internacional Comunista, " como centro dirigente del movimiento obrero internacional ", el 10 de junio de 1943, o sea una de tantas maniobras inútiles de Stalin y de sus funcionarios. Justamente, el autor alega que este hecho, el de la disolución de la IC, ha sido objeto de escasa atención hasta hoy, y es cierto. Para los principales críticos de la IC, según Claudín los trotsquistas, fue " el final lógico de la instrumentalización de la IC al servicio de la política exterior de la URSS ", y en este mismo sentido abunda Deutscher en su libro Stalin. Para los estalinistas del mundo entero se trataba de la política que mandaban hacer. Claudín tiene su propia interpretación, "después de su estudio del problema ".
Cree que existen ambas motivaciones, " pero dentro de un conjunto más complejo de factores [...], recubre, en realidad, la llegada a un punto crítico, en un momento de viraje de la historia mundial -la disolución coincide con el viraje decisivo de la guerra a favor de la coalición antihitleriana, y está en intima conexión con él-, de procesos políticos y estructurales que venían de lejos, del nacimiento mismo de la III Internacional. Es el último episodio de una larga crisis, iniciada en 1921, cuando el curso real del mundo capitalista entró en contradicción con los fundamentos teóricos y orqanizacionales de la IC ".
Es decir, la conclusión de Claudín sobre la liquidación de la Komintern es que fue súbitamente llevada a cabo en la primavera de 1943 por orden de Stalin, de lo que no cabe la menor duda. Y que esta determinación estuvo inspirada en facilitar las negociaciones Stalin-Roosevelt-Churchill, no sólo para asegurar la derrota de Alemania sino el reparto del mundo entre los "tres grandes ". Pero fue también el efecto de una causa, de todo un proceso, el de la degeneración a consecuencia de la omnipotencia de Stalin. Y en búsqueda de las causas, el autor va, efectivamente, muy lejos, demasiado. Es precisamente la parte de su obra más contestable, y que será más impugnada. Porque el caso es ya bastante paradójico en sí, dado que cuando después de muchos años de militancia en la IC, cuando el autor llega a comprender lo que era el estalinismo, concluye hasta negando la necesidad misma de la constitución de la Internacional Comunista.
Analizando retrospectivamente las consideraciones de Lenin al poco de la revolución de Octubre y las perspectivas que se ofrecían en Europa, los bolcheviques consideraron la necesidad de la creación de la IC. Claudín hace resaltar que esta decisión fue adoptada desoyendo la opinión de los espartaquistas alemanes, y agrega que éste era el grupo revolucionario más importante. Esto es cierto si se refiere a su valor teórico y si se considera sólo los grupos que eran ya independientes de la socialdemocracia, pero no si se tiene en cuenta las corrientes ya organizadas dentro de los partidos socialistas en otros países de Europa. La Liga Espartaco la integraban únicamente 500 militantes en 1918, muy selectos, ciertamente, pero se encontraba ante una organizción mastodóntica como la socialdemocracia alemana, por lo cual era explicable que su punto de vista no fuera idéntico al de los bolcheviques. La creación del PC en Alemania no era fácil, como se demostró al ser fundado y al manifestarse la pugna entre las tres corrientes ideológicas que se manifestaban en su seno : luxemburguistas, anarcosindicalistas y bolchevistas.
La argumentación de Claudín para poner en duda la necesidad de la IC en el momento en que lo fue y con las características con que se estableció, se funda en recoger las opiniones optimistas de Lenin, que correspondían a la coyuntura, sobre el curso rápido del desarrollo de la revolución en Europa y deducir que ninguna se cumplió, para llegar a la conclusión de que Lenin había formulado un esquema sobre la situación y que en función de él se había llegado a la conclusión de crear el instrumento de la revolución mundial : la Komintern.
La verdad es que ni Carlos Marx, sobre los juicios del cual también se muestra crítico el autor de la obra, ni Lenin eran profetas o adivinos que podían garantizar con seguridad el porvenir del desarrollo histórico de los acontecimientos : analizaban los datos en presencia para exponer sus posibles desenvolvimientos. Y la situación de Europa en aquella época era tal y como la definía Lenin, llena de esperanzas para la revolución socialista, y se imponía la organización del instrumento que preparase y coordinase la acción, lo cual no podía hacerse más que a escala internacional.
Pero Claudín no se limita a juzgar prematura la fundación de la III Internacional y a poner en contradicción los juicios teóricos y políticos de Lenin con la realidad de lo que pasó después, sino que combate incluso crudamente una de las reglamentaciones en que se fundamentó el nuevo organismo internacional revolucionario : las 21 condiciones, a las que califica nada menos que de « modelo de sectarismo y de método burocrático en el movimiento obrero *.
Indudablemente, Fernando Claudín ha vivido durante toda su actuación, como militante y dirigente, no sólo alienado sino engañado. Su criterio, que se manifiesta a lo largo de esta parte de la obra, de hacer crítica retrospectiva, le lleva frecuentemente a ignorar la situación concreta de la época y de las condiciones imperantes ; es una especie de revisionismo a fondo, no ya, lo que es justo, de la degeneración estaliniana, sino de los tiempos de Lenin y Trotski. Todo se hizo entonces mal, lo que explica la decadencia vergonzosa actual de los partidos comunistas ; esto es lo que viene a sacarse, a veces, de su análisis. No es que en la obra haya propósito deliberado de mala voluntad: pero sí me parece ver, independientemente de su interés y grandes méritos, que hay algo de barullo en los conceptos y una escritura un tanto confusa por demasiado afán critico del pasado, que le lleva casi a considerar que en el leninismo estaba implícitamente comprendido el estalinismo.
Creo, por el contrario, que una nueva Internacional socialista revolucionaria no podrá por menos de inspirarse en las 21 condiciones para establecer la reglamentación de admisión de sus secciones nacionales e imponer una disciplina en la acción. El arma internacional de la revolución socialista, no puede estar formada a base de " gentes de buena voluntad " y mucho menos de políticos profesionales que buscan un destino, como eran y son los que abundan en los partidos socialdemócratas. Tiene derecho, está obligado a garantizarse contra toda deformación. Además, como los partidos o grupos eran libres de aceptar, o no, en manera alguna se puede juzgar que era un método burocrático, era sólo una medida profiláctica.
Las 21 condiciones fueron principalmente impuestas por la situación del partido socialista francés. La creación de la III Internacional despertó un extraordinario movimiento de simpatía y entusiasmo en las filas del partido socialista en particular y de la clase obrera en general, como se comprobó en el Congreso de Tours, que acordó por gran mayoría su adhesión a la III Internacional. Pero numerosos caciques locales, abogados y arribistas del tipo de político profesional, trataban de adaptarse provisionalmente para desviar al nuevo partido de sus principios revolucionarios. Era natural que se quisiera levantar una barrera para impedir el acceso a todos esos elementos : ésta era las 21 condiciones.
La revolución inoportuna : España 1936-1939
El capitulo consagrado a la guerra civil y la revolución españolas, comprende sólo veinte paginas (además de bastantes notas al final, complementarias y muy interesantes). Resulta un poco extraña esta reducción del tema, no únicamente porque el autor es español y porque asumió entonces funciones dirigentes principales, sino también porque la " rusificación " de España, término que él emplea acertadamente en otras ocasiones, llegó en nuestro país a su grado máximo, y sobre todo porque fue en él donde por primera vez en Europa el estalinismo se manifestó como una fuerza contrarrevolucionaria y terrorista activa : fue donde sus métodos de " persuasión " hicieron su experiencia inicial en país extranjero.
Es cierto que la Internacional de Stalin no supo valorizar ni comprender al principio el desenvolvimiento de la revolución española que comenzó desde la caída de la dictadura de Primo de Rivera, y que Manuilski manifestó en 1930, ante el Ejecutivo de la Komintern, " que una revolución en España tenía menos importancia que una huelga en cualquier país ". Pero este desprecio hacia el movimiento obrero español tenía su origen en que el PCE había conservado siempre, hasta 1932, una cierta libertad de opinión y decisión ante la instancia suprema, incluso aunque aplicaba sus resoluciones principales. En este sentido, por ejemplo, hubiera sido de gran interés histórico estudiar la crisis del PCE de 1932, en la que el equipo Bullejos-Adame-Trilla se rebeló contra el Comité ejecutivo de la Komintern y fue reemplazado por el equipo Díaz-Pasionaria, que se entregó a la domesticación total de la sección española, bajo la alta dirección del manager estalinista Palmiro Togliatti (Ercoli), de triste memoria, responsable de toda la política realizada en España, unos años antes y durante la guerra civil.
Stalin y sus servidores sólo concedieron importancia a los hechos españoles cuando se encontraron de sopetón con la realidad de la guerra civil. Decir como Claudín que las otras organizaciones obreras no tenían conciencia del gran desarrollo del fascismo que se producía ya antes de 1936, y que sólo el PCE lo denunciaba, es un tanto pueril. Desde que se proclamó la República, el 14 de abril de 1931, los comunistas, efectivamente, no dejaron de ver fascistas por todas partes ; a falta de programa y de perspectivas, no tenían más consigna de propaganda que calificar a todo Cristo de fascista: el gobierno republicano-socialista era fascista, los socialistas eran socialfascistas, los libertarios anarcofascistas; cada día encontraban un jefe fascista nuevo: Alcalá Zamora, Azaña, Miguel Maura, Indalecio Prieto y no sé cuantos politices más; llegaron incluso en un momento a ver al peligro fascista en José Ortega y Gasset. ¿ Es que se puede considerar esa irresponsabilidad política, ese griterío permanente como conciencia política ? Por otra parte, ningún partido u organización obrera dejó de señalar, de una manara responsable, el desarrollo del peligro fascista, y en Madrid, por ejemplo, fueron los socialistas los que desencadenaron contra la Falange la acción violenta más activa desde el principio.
El autor titula el capitulo sobre España : " La revolución inoportuna ", y es un acierto. Porque, en efecto, Stalin hubiera preferido que no se produjera, que no hubiera venido a complicar sus manejos diplomáticos con las potencias occidentales después del pacto con Laval. El propio embajador español en Moscú, Pascua, que era hombre de toda confianza del gobierno ruso, le declaró abiertamente a Azaña : " Para la URSS el asunto de España es baza menor. " Pero habiéndose presentado inesperadamente la revolución, se trataba de aprovecharla reduciendo todo lo más posible su alcance, de aprovecharla para llegar a tener en su juego todo el poder determinante en su orientación. Para realizarlo tenía su instrumento: el equipo dirigente de Pasionaria; pero esto tenía también sus peligros, la oposición del largocaballerismo, de la CNT-FAI y del POUM. Ante todo, era primordial tener en mano a la policía y al ejército, a lo que sus agentes se aplicaron celosamente. Con una nube de expertos " rusos ", a los pocos meses eran ya dueños del aparato policiaco y del militar. Si bien fueron hábiles para infiltrarse en toda la estructura del Estado existente entonces, en lo relativo a la ciencia militar los "especialistas" soviéticos no mostraron gran genio. Es imposible llegar a encontrar algún éxito en todas las operaciones militares estratégicas, lo que no se ha estudiado nunca, aunque vale bien la pena. Sus logros se demostraron totalmente eficaces, eso sí, en el terreno de la represión.
Los comunistas españoles fueron ejecutantes fieles de esa política de Stalin. Había que liquidar todo carácter socialista de la revolución, para tranquilizar a las democracias occidentales, que era toda la política que interesaba a Stalin entonces. Pepe Díaz leía declaraciones que habían sido escritas por Togliatti, Gero, el búlgaro Stepanov o el atorrante argentino Codovila ; Pasionaria pronunciaba sus discursos a base del guión que le facilitaban los mismos. Reproduce Claudín, tomado de las Memorias de Azaña, un diálogo entre el presidente de la República y Pasionaria, que había ido visitarle para formular ciertas quejas. Del final de la entrevista, dice Azaña : " Supongo, le digo riéndome, que eso de la dictadura del proletariado lo habrán aplazado ustedes por una temporada. " A lo que Pasionaria respondió : " Si, señor Presidente, porque tenemos sentido común. " Y el caso es que Dolores tenía razón : en efecto, no deseaban la dictadura del proletariado español, sino la de la burocracia soviética en España, lo que desgraciadamente consiguieron.
El problema del POUM
Me permitiré referirme ahora a las alusiones de Claudín referentes al POUM. No es que sus interpretaciones o consideraciones contengan errores fundamentales, y mucho menos partidistas. El proceso que culminó en la represión contra este partido, aunque brevemente expuesto, es en su conjunto justo. Desde el momento en que la prensa poumista elevó enérgicamente su protesta contra las ejecuciones en Rusia de la vieja guardia bolchevique rusa, el POUM estaba inexorablemente condenado, era la bestia negra del dictador moscovita. Claudín no lo comprendió entonces, estaba " alienado ". Pero creo que comete dos errores de bulto.
En primer lugar estima que ante la campaña del estalinismo, "los planteamientos políticos del POUM en ese periodo hicieron el juego a la provocación [estalinista] que se estaba montando contra él, y de la que era plenamente consciente." " Hacer el juego a la provocación " se entiende que es para el autor, por ejemplo, el que Andrés Nin dijera en un célebre mitin de Barcelona, en marzo de 1937: " Aunque menos favorable que durante los primeros meses de la revolución, la relación de fuerzas es tal que el proletariado puede actualmente apoderarse del poder sin recurrir a la insurrección armada. "
Es pura coincidencia seguramente, pero estas manifestaciones de Nin fueron también el caballo de batalla de Trotski contra el POUM, aunque, naturalmente, visto el problema desde un ángulo totalmente diferente.
No se trata de abordar aquí la opinión del trotsquismo, tan errónea y demagógica en este extremo como en muchos más referentes a la revolución española, sino de señalar el error de Claudín. Reproducir meramente una frase, separada de su contexto, del lugar y del tiempo, supone cometer una inexactitud. Aclararemos. en primer lugar, que Nin se refería sólo a la situación concreta de Cataluña, no a la de toda España, donde el panorama era diferente y los comunistas estaban ya implantados sólidamente. La situación en Cataluña era aún bastante diferente, aunque la introducción en masa de los comunistas comenzaba a sentirse orgánicamente, y era a lo que Nin quería ofrecer una parada : la CNT-FAI poseía todo el peso determinante de la situación, y el POUM, aunque era una fuerza menor, era dinámico y contaba con una fuerza de influencia positiva entre los trabajadores catalanes revolucionarios no cenetistas. Una acción conjunta de presión resuelta hubiera sido suficiente para la formación de un gobierno obrero en aquellas circunstancias. Esto es lo que quería expresar Nin, dirigiéndose a los líderes cenetistas y faístas en aquella coyuntura de comienzo de degeneración de la revolución en Cataluña, y comprendiendo también los peligros que habría tenido la insurrección armada.
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