Me estuve informando y lei acerca del tema en un blog.Que opinais?Cuan ciertas son estas declaraciones?
Hasta el final de la Guerra Fría, los países comunistas eran potencias deportivas. Las olimpíadas se habían convertido en un nuevo campo de batalla ideológica entre Occidente y Oriente. Países como la URSS, Rumania, Cuba y la Alemania Oriental ofrecían numerosos atletas de alto nivel. De hecho, una de las grandes críticas que elocuentemente se formulaba al régimen de Castro era su excesiva asignación de recursos a los atletas cubanos, mientras las necesidades más elementales del pueblo eran dejadas de lado.
Pero, los comunistas no siempre tuvieron simpatías por el deporte, y de hecho, buscaron suprimir la industria deportiva en los países que conformaban el imperio soviético. En primer lugar, los comunistas opinaban que el deporte era una actividad burguesa. En esto, no se equivocaban: el fútbol, el crícket el rugby, el tennis y muchos otros deportes hoy sumamente populares, surgieron en clubs privados de la aristocracia inglesa. Es, de hecho, la misma crítica que Hugo Chávez en algún momento hizo respecto al golf, a pesar de que, insólitamente, luego su gobierno ha destinado enormes recursos al patrocionio de competidores venezolanos de golf y carreras de fórmula uno. Es de suponer que, en su mezcolanza ideológica, a veces a Chávez le interesa más el nacionalismo (apoyando a atletas venezolanos, sin importar cuán poco proletarios sean sus deportes) que el socialismo.
La crítica comunista del deporte iba aún más lejos. Los soviéticos de la primera mitad del siglo XX advertían que el deporte incentiva la competencia, y establece una jerarquía de desigualdad entre ganadores y perdedores. El deporte competitivo, en vez de promover la salud mental y física de los atletas, más bien iría en detrimento de ella. Así, surgió el movimiento de los ‘higienistas’, quienes propusieron actividades deportivas en las que no hubiera ganadores ni perdedores. Cada atleta se esforzaría en correr más rápido, pero no con el propósito de vencer a un rival, sino de mejorarse a sí mismo. La carrera, por así decirlo, sería contra el reloj, pero no contra los camaradas.
Hasta el final de la Guerra Fría, los países comunistas eran potencias deportivas. Las olimpíadas se habían convertido en un nuevo campo de batalla ideológica entre Occidente y Oriente. Países como la URSS, Rumania, Cuba y la Alemania Oriental ofrecían numerosos atletas de alto nivel. De hecho, una de las grandes críticas que elocuentemente se formulaba al régimen de Castro era su excesiva asignación de recursos a los atletas cubanos, mientras las necesidades más elementales del pueblo eran dejadas de lado.
Pero, los comunistas no siempre tuvieron simpatías por el deporte, y de hecho, buscaron suprimir la industria deportiva en los países que conformaban el imperio soviético. En primer lugar, los comunistas opinaban que el deporte era una actividad burguesa. En esto, no se equivocaban: el fútbol, el crícket el rugby, el tennis y muchos otros deportes hoy sumamente populares, surgieron en clubs privados de la aristocracia inglesa. Es, de hecho, la misma crítica que Hugo Chávez en algún momento hizo respecto al golf, a pesar de que, insólitamente, luego su gobierno ha destinado enormes recursos al patrocionio de competidores venezolanos de golf y carreras de fórmula uno. Es de suponer que, en su mezcolanza ideológica, a veces a Chávez le interesa más el nacionalismo (apoyando a atletas venezolanos, sin importar cuán poco proletarios sean sus deportes) que el socialismo.
La crítica comunista del deporte iba aún más lejos. Los soviéticos de la primera mitad del siglo XX advertían que el deporte incentiva la competencia, y establece una jerarquía de desigualdad entre ganadores y perdedores. El deporte competitivo, en vez de promover la salud mental y física de los atletas, más bien iría en detrimento de ella. Así, surgió el movimiento de los ‘higienistas’, quienes propusieron actividades deportivas en las que no hubiera ganadores ni perdedores. Cada atleta se esforzaría en correr más rápido, pero no con el propósito de vencer a un rival, sino de mejorarse a sí mismo. La carrera, por así decirlo, sería contra el reloj, pero no contra los camaradas.