Interesante capítulo de un libro de Losurdo, conste no comparto completamente su opinión ya que creo que en algunos aspectos conserva bastante de la visión paradigmática (sobre todo en otros capítulos sobre el mismo tema). Pero creo que tanto su opinión como sobre todo su investigación son muy interesantes. El aspecto más curioso es que la mayoría de las fuentes que usa difícilmente puede catalogarse de “estalinistas” (cosa que le gusta alegar a los anticomunistas sobre cualquier fuente soviética o en general con cualquier fuente que no ponga a parir a la URSS) e incluso los escritos del propio Trotsky para desmitificar que la visión de Trotsky respecto al terrorismo contra la Unión Soviética (eso sí justificado con consignas ultraizquierdistas como “revolución” contra “los déspotas de la burocracia”) es “una invención estalinista”, si bien algunos si que tienen claro todo esto, otras personas parecen no tenerlo tanto. Aunque en general pone en evidencia lo absurdo de la visión que aún perdura sobre este tema de parte de los anticomunistas burgueses occidentales y de los revisionistas.
De Losurdo, Domenico, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, El Viejo Topo, 2008, pp.81-85.
* Es posible que sea un error de la traducción dado que por aquellas fechas no se llamaba así, si bien eso no resta interés al texto.
Editado: solventada una errata
El asesinato de Kírov, ¿complot del poder o terrorismo?
El grupo dirigente que asume el poder en octubre de 1917 se muestra desde el comienzo profundamente dividido acerca de las cuestiones más importantes de política interna e internacional. Apenas contenida mientras Lenin está en activo, tal fractura se hace irremediable una vez desaparecido el líder carismático. ¿Se mantiene limitado el choque al ámbito político-ideológico?.
Ya han pasado los tiempos en los que, en relación al caso de Serguei M. Kírov (dirigente de primerísima línea del PCUS* asesinado a tiros frente a la puerta de su oficina por un joven comunista, Leonid Nikolaev, el 1 de diciembre de 1934 en Leningrado), se podía escribir que “no hay ninguna duda ya sobre el hecho de que el asesinato haya sido organizado por Stalin y realizado por sus agentes de policía” (204). La versión y las insinuaciones contenidas en el Informe Secreto habian suscitado una patente perplejidad ya a mediados de los noventa (205). Pero ahora disponemos del trabajo de una investigadora rusa, publicada también en francés en una colección dirigida por Stéphane Courtois y Nicolas Werth, esto es, los editores del Libro negro del comunismo. Estamos por lo tanto en presencia de un trabajo que se presenta con credenciales antiestalinistas más que probadas; y sin embargo, pese a negar que tras el aesinato hubiese una amplia conspiración, destroza la versión contenida o sugerida en el Informe Secreto al XX Congreso del PCUS. La narración de Jruschov se revela como mínimo “inexacta” ya sólo a partir de una serie de detalles; por otro lado, su autor “sabía que necesitaba argumentos de peso para provocar un shock psicológico en los seguidores del “padrecito de los pueblos””; de hecho, la tesis del complot de Stalin contra Kírov respondía admirablemente a esta necesidad” (206).
Las relaciones reales de colaboración y amistad establecidas entre el líder y su colaborador emergen con claridad del retrato que la investigadora rusa traza acerca de Kírov:
“Este hombre abierto no amaba la intriga, ni la mentira, ni el engaño. Stalin tuvo que apreciar estos rasgos de carácter que fueron la base de sus relaciones. Según los testimonios de sus contemporáneos, Kírov era en efecto capaz de hacerle objeciones a Stalin, de atravesar su espíritu suspicaz y su tosquedad. Stalin lo entusiasmaba sinceramente y confiaba en él. Apasionado de la pesca y la caza, enviaba a menudo a Moscú pescado fresco y caza mayor. Stalin tenía tal confianza en Kírov, que le invitó varias veces a ir a la sauna con él, “honor” que él otorgaba a un sólo mortal, el general Vlassik, jefe de su guardia personal.” (207)
Hasta el final nada interviene para turbar esta relación, como se confirma en las investigaciones de otro historiador ruso: de los archivos no surge ningún elemento que apunte hacia una divergencia política o una rivalidad entre los dos. Aún más ridícula es esta tesis por el hecho de que Kírov participa sólo ocasionalmente “en la actividad del más alto órgano de poder del partido”, el Politburó, concentrándose más bien en la administración de Leningrado. (208)
Pero, si “la idea de una rivalidad que opusiese a Kírov a Stalin no se apoya en nada” (209), da que pensar la reacción de Trotsky:
“El cambio hacia la derecha en la política exterior e interior no podía sino alarmar a los elementos del proletariado con una mayor conciencia de clase [...] . También la juventud se ve golpeada por una profunda inquietud, sobre todo la parte que vive cerca de la burocracia y observa su arbitrariedad, sus privilegios y su abuso de poder. En esta atmósfera sofocante detonó el disparo de arma de fuego de Nikolaev [...] Es extremadamente probable que él quisiese protestar contra el régimen existente en el partido, contra la incontrolabilidad de la burocracia o contra el viraje a la derecha.” (210)
Transparente es la simpatía o la comprensión hacia el perpetrador y explícitos el desprecio y odio reservados a Kírov. Lejos de compadecerlo como víctima del dictador del Kremlin, Trotsky lo etiqueta como el “dictador hábil y sin escrúpulos de Leningrado, personalidad típica de su corporación” (211) Y aún más, in crescendo: “Kírov, sátrapa brutal, no suscita en nosotros compasión alguna” (212). La víctima es un individuo contra el que crecía desde hacía un tiempo la cólera de los revolucionarios:
“Quienes recurren al nuevo terror no son ni las viejas clases dominantes ni los kulaks. Los terroristas de los últimos años son reclutados exclusivamente en la juventud soviética, en las filas de la organización juvenil comunista y del partido” (213).
Al menos en este momento – entre 1935 y 1936- no se habla en modo alguno del atentado contra Kírov en términos de montaje. Sí, se afirma que todo ello puede ser instrumentalizado por la “burocracia en su conjunto”, pero se subraya al mismo tiempo no sin complaciencia, que “cada burócrata tiembla frente al terror” proveniente de abajo (214). Si también se ven privados de la “experiencia de la lucha de clases y de la revolución”, estos jóvenes inclinados a “colocarse en la ilegalidad, a aprender a combatir y templarse para el porvenir” constituyen un motivo de esperanza. (215) Trotsky apela a la juventud soviética, que ya comienza a sembrar el el miedo entre los miembros de la casta dominante, llamándola a una nueva revolución que presiente cercana. El régimen burocrático ha desencadenado “la lucha contra la juventud”, como ya denuncia en el título de uno de los párrafos centrales de La revolución traicionada. Ahora los oprimidos derrocarán a los opresores:
“Cualquier partido revolucionario encuentra sobre todo apoyo en la joven generación de la clase ascendente. La senilidad política se expresa en la pérdida de la capacidad para arrastrar a la juventud [...] Los mencheviques se apoyan en los estratos superiores y más maduros de la clase obrera, no sin encontrar en ello motivos de orgullo y no sin mirar por encima del hombro a los bolcheviques. Los acontecimientos mostraron despiadadamente su error: en el momento decisivo, los jóvenes arrastraron a los hombres maduros e incluso a los viejos”. (216)
Es una dialéctica destinada a repetirse. Por inmaduras que puedan ser las formas que esta asuma inicialmente, la revuelta contra la opresión siempre tiene un valor positivo. Después de haber reafirmado su desprecio y odio contra Kírov, Trotsky añade:
“Permanecemos neutrales frente a aquél que lo ha asesinado solamente porque ignoramos sus móviles. Si supiésemos que Nikolaev ha golpeado intencionadamente en un intento de vengar a los obreros cuyos derechos pisoteaba Kírov, nuestras simpatías irían sin reservas para el terrorista.”
Como los “terroristas irlandeses” o de otros países, también los terroristas “rusos” merecen respeto (217).
Inicialmente, las investigaciones de las autoridades se dirigen hacia los “Guardias blancos”. De hecho, en París estos círculos estaban bien organizados: habían conseguido efectuar “cierto número de atentados en territorio soviético”. En Belgrado actuaban círculos parecidos: la revista mensual que publicaban especificaba, en el número de noviembre de 1934, que con el fin de “derrocar a los dirigentes del país de los soviets” convenía “utilizar el arma del atentado terrorista”. Entre los dirigentes a eliminar figuraba precisamente Kírov. Y sin embargo, estas investigaciones no llevan a resultados; las autoridades soviéticas comienzan entonces a mirar hacia la oposición de izquierdas. (218)
Como hemos visto, quien avala la nueva pista es Trotsky, que no se limita subrayar la ebullición revolucionaria de la juventud soviética sino que aclara además que quienes recurren a la violencia no son y no pueden ser clases definitivamente derrotadas y por tanto ya próximas al abandono:
“La historia del terrorismo individual en la URSS caracteriza fuertemente las etapas de la evolución general del país. Al alba del poder de los Soviets, los Blancos y los socialistas-revolucionarios organizan atentados terroristas en la atmósfera de una guerra civil. Cuando las viejas clases propietarias han perdido toda esperanza de restauración, el terrorismo cesa. Los atentados de los kulaks, que se han prolongado hasta los últimos tiempos, han tenido un carácter local; completaban una guerrilla contra el régimen. El terrorismo más reciente no se apoya ni en las viejas clases dirigentes ni en los campesinos ricos. Los terroristas de la última generación se reclutan exclusivamente en la juventud soviética, entre los jóvenes comunistas y en el partido, a menudo también entre los hijos de los dirigentes.” (219)
Si las viejas clases despachadas antes por la Revolución de octubre y después con la colectivización de la agricultura se han resignado, no ocurre lo lo mismo respecto al proletariado, protagonista de la revolución y momentáneamente bloqueado y oprimido por la burocracia estalinista. Es en esta última la que debe temblar: el atentado contra Kírov y la difusión del terrorismo entre la juventud soviética son el síntoma del aislamiento y de la “hostilidad” que rodean y alcanzan a los usurpadores del poder soviético (220).
Es cierto, Trotsky se apresura a precisar que el terrorismo individual no es realmente eficaz. Pero se trata de una precisión no del todo convincente y, quizás, no del todo convencida. Mientras, en las condiciones en las que se encuentra la URSS, se trata de un fenómeno inevitable: “El Terrorismo es la trágica realización del bonapartismo.” (221). Además, si tampoco es capaz de resolver el problema, “el terrorismo individual tiene sin embargo la mayor importancia como síntoma, por cuanto caracteriza la dureza del antagonismo entre la burocracia y las vastas masas populares, más concretamente entre los jóvenes”. En todo caso se va incrementado la masa crítica para una “explosión”, es decir para un “cataclismo político”, destinado a inflingir al “régimen estalinista” una suerte análoga a la sufrida por el régimen “en cuya cúspide se encontraba Nicolás II” (222).
Fuentes:
(El año entre paréntesis es un código que se refiere a la edición, no al año de la obra original.)
204. Cohen, S.F. (1975), Bucharin e la rivoluzione bolscevica. Biografia politica 1888-1938, Feltrinelli, Milano, p.344.
205. Thurston, R.W. (1996),Life and terror in Stalin's Russia 1934-1941, Yale University Press, New Haven-London, pp.20-3.
206. Kirilina, A. (1995), L'assasinat de Kirov. Destin d'un stalinien, 1888-1934, Seuil, Paris, (trad. Franc.), pp.223 y 239.
207. Ibíd, p.193.
208. Chlevnjuk, O.V. (1998), Das Politbüro. Mechanismen der Macht in der Sowjetunion der dreißiger Jahdre, Hamburguer Edition, Hamburg , pp. 365-6.
209. Kirilina, A. (1995), L'assasinat de Kirov. Destin d'un stalinien, 1888-1934, Seuil, Paris, (trad. Franc.), p.203.
210. Trotsky, L.D. (1988), Schriften. Sowjetgesellschaft und stalinistische Diktatur, ed. H. Dahmer et al., Rasch und Röhring, Hamburg, pp.573 y 575.
211. Ibíd, p. 986 (=Trotsky (1968), La rivoluzione tradita (1936-7), Samoná e Savelli, Roma, p.263)
212. Trotsky, L.D. (1967), La loro morale e la nostra (1938-9), De Donato, Bari, p.75.
213. Trotsky, L.D. (1988), Schriften. Sowjetgesellschaft und stalinistische Diktatur, ed. H. Dahmer et al., Rasch und Röhring, Hamburg, p.655
214. Ibíd.
215. Ibíd, p.854 (=Trotsky (1968), La rivoluzione tradita (1936-7), Samoná e Savelli, Roma, p.149)
216. Ibíd, p.851 (==Trotsky (1968), La rivoluzione tradita (1936-7), Samoná e Savelli, Roma p.146)
217. Trotsky, L.D. (1967), La loro morale e la nostra (1938-9), De Donato, Bari, p. 75.
218. Kirilina (1995), pp. 67-70.
219. Trotsky, L.D. (1988), p. 857 (=Trotsky (1968), La rivoluzione tradita (1936-7), Samoná e Savelli, Roma, p.152).
220. Ibíd, p. 553.
221. Ibíd, p.655.
222. Ibíd, pp. 856-61 (=Trotsky (1968), La rivoluzione tradita (1936-7), Samoná e Savelli, Roma, pp. 152-155)
De Losurdo, Domenico, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, El Viejo Topo, 2008, pp.81-85.
* Es posible que sea un error de la traducción dado que por aquellas fechas no se llamaba así, si bien eso no resta interés al texto.
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Última edición por alguien el Dom Mar 18, 2012 11:07 pm, editado 1 vez