No ser tú. Vivir sin poder ser nunca uno mismo. Néstor Estebenz Nogal
Las memorias de Doña Eulalia de Borbón, alteza de España es un documento histórico al que se puede acudir para tener una visión de primera mano de alguien que tuvo contactos con la realeza europea y con destacadas figuras políticas de los siglos XIX y XX.E la visión de una monárquica que nunca renunció a su condición de pertenencia a los privilegios de clase pero que sí fue critica con la corte de Madrid a la que interpretó como la más rancia y atrasada de su época. Mientras las otras cortes eran fastuosas y llenas de colorido, la española era oscura y poco original. Su impresión del pueblo español es en todo el libro de que siempre fue profundamente monárquico pero cuando su mayoría electora votó la república en 1931, unos comicios a los que ni siquiera siguió quitándoles importancia, tanto ella como toda la realeza española se llevaron una gran sorpresa. Ese solo detalle fue un indicativo muy valioso que demostraba lo mucho que el poder autocrático vive metido en su propia salsa en el desconocimiento completo de la realidad, eso se ha repetido históricamente en muchas situaciones en las que predominaba la escisión entre poder y pueblo.
Los acontecimientos reivindicativos desde 1920 en Italia y en la propia España parecían no haber sido suficientes para alertar que nuevos cambios sociales se iban a producir. Su alteza doña Eulalia, así tratada por ser hija de una reina, vivió su papel de cortesana desde el principio con la rebeldía de juventud ,propia de quien no quiso ser manipulada por su familia pero consciente siempre de que le iba tocar vivir una vida de apariencias, sin poder hacer o ser la suya.
Alberto Lamar Schweeyer, su prologuista, dice acertadamente que “vivir es cansarse” y esa es una máxima que reza tanto para reyes como para plebeyos, para ricos y pobres, para la alta alcurnia y la baja estofa, solo que es tanto más cansado vivir una vida llena de preparativos y protocolos. La memorias de E.de Borbón se podrían definir como las de una vida sin sentido o retitularlas como Observaciones desde Palacio. Pero no ha sido ni será la única vida sin sentido aunque estuviera repleta de relaciones personales y de casta con figuras de las que salen en los libros de historia y en las enciclopedias.
Hermana de Alfonso XII, rey y tía de Alfonso XIII, ídem, tuvo una visión de primera mano del significado de ser la figura pública principal de un país y de lo manipulable que puede llegar a ser.
Por el período vivido y por los lugares visitados fue una señora que si bien apenas protagonizó ningún acontecimiento relevante sí tuvo acceso a las fuentes directas que los protagonizaron. Participó en una delegación a Cuba cuando todavía era una isla bajo el dominio español y terció a favor de un primo con el que apenas se había tratado por la cuestión de la ley agraria checoslovaca que lo expropiaba. Fue una hija y miembro incondicional de su casta más atenta a la cursilería, la pedrería, las joyas, el abolengo, la cortesía y por supuesto del protocolo aunque ella empezara siendo criticada por el mismo que no en el trasfondo de las cuestiones. Evidentemente -para ella- los grandes nombres de la historia eran magnificas personas que la historiografía las trato injustamente Valoración ésta, que constituía otro indicador de subjetivismo extremo desde el cual se podía justificar toda conducta del poder. Ella trataba no con su función ni tenía que sufrirla sino con individuos con los que empatizaba. Su biografía de rara dentro de la clase de los privilegiados no la excluyó nunca de continuarlo siendo ni tampoco la llevó a autoexcluirse, aunque sí se separó de la casa real española viviendo como visitante por las cortes europeas.
El libro termina justo con el exilio real de un Alfonso XIII que no abdicó pero que se fue el mismo día que la proclamación de la república española a Paris, bajo los auspicios, curioso, no de la republica francesa, con el ofrecimiento del general Sanjurjo de levantarse en armas contra los resultados electorales.
El libro deja la sensación como si quedara privado de una segunda parte: la historia de la república y la de los años de la guerra civil. Se pueden suponer las opiniones de la autora al juzgar por las tan favorables que tuvo con el duce Mussolini y a favor de Primo de Rivera Curiosa la psicología de autora que por una parte vivió en carne y biografía propias los condicionantes de pertenecer a un mundo donde cada frase a decir tiene que estar previamente pactada limitándole la libertad y que por otra parte hacia apología de dictadores y manos duras.
Su crítica del tratado de Versalles y de la figura de los parlamentos como encadenadores de la libertad de acción de los gobiernos ponen a Eulalia en las antípodas del progresismo a pesar de ser proscrita por la propia corte española y por su sobrino. Su europeísmo no la civilizó tanto como una primera interpretación haría suponer. El desagrado que le produjo Blasco Ibañez la delata una vez más como persona acostumbrada a besamanos y a superficialidades no a verdades directas que inevitablemente se expresan con rudeza.
Comienza su libro sintetizándose como la historia de una mujer que no quiso tener ninguna. A la vista del paso de los años Eulalia fue un personaje de segunda categoría, una bon vivant que pudo gozar siempre de un alto nivel de vida sin tener que trabajar nunca pero no una militante de ninguna clase de ideas. Le fue pasando la vida mientras se la pasaba entre salones, séquitos o conocidos incondicionales y las conversaciones palaciegas.
Sus memorias empiezan en su nacimiento no exento de protestas por ser niña y llegar en mal momento. La revolución de 1868 empujó al exilio a la familia real mientras que el panorama monárquico español lejos de ser unitario siempre tuvo trifurcas en relación al heredero al trono. Hija de Isabel II que no renunció a su trono del que se consideraba depositaria y no dueña, y del rey Francisco al cual el exilio, paradójicamente, le supuso la libertad de dedicarse a sus viajes y a abandonar la familia. Es curioso que por la elección vital de su padre, ella lo califique de errabundo cuando no deja de ser la que hizo ella misma unos años después. El libro empieza con un exilio, el suyo, y termina con el otro, el de su sobrino para dar paso a la república. Ella es una septuagenaria al darlo por terminado momento en el que decide retirarse de la vida pública y no habla de la República del 1931-36 pero no hay que ser adivino por las ideas que hubiera podido expresar en su contra así como a favor del alzamiento golpista de Franco del 1936 que costó una sangrienta guerra civil a los españoles.
Las memorias de Doña Eulalia de Borbón, alteza de España es un documento histórico al que se puede acudir para tener una visión de primera mano de alguien que tuvo contactos con la realeza europea y con destacadas figuras políticas de los siglos XIX y XX.E la visión de una monárquica que nunca renunció a su condición de pertenencia a los privilegios de clase pero que sí fue critica con la corte de Madrid a la que interpretó como la más rancia y atrasada de su época. Mientras las otras cortes eran fastuosas y llenas de colorido, la española era oscura y poco original. Su impresión del pueblo español es en todo el libro de que siempre fue profundamente monárquico pero cuando su mayoría electora votó la república en 1931, unos comicios a los que ni siquiera siguió quitándoles importancia, tanto ella como toda la realeza española se llevaron una gran sorpresa. Ese solo detalle fue un indicativo muy valioso que demostraba lo mucho que el poder autocrático vive metido en su propia salsa en el desconocimiento completo de la realidad, eso se ha repetido históricamente en muchas situaciones en las que predominaba la escisión entre poder y pueblo.
Los acontecimientos reivindicativos desde 1920 en Italia y en la propia España parecían no haber sido suficientes para alertar que nuevos cambios sociales se iban a producir. Su alteza doña Eulalia, así tratada por ser hija de una reina, vivió su papel de cortesana desde el principio con la rebeldía de juventud ,propia de quien no quiso ser manipulada por su familia pero consciente siempre de que le iba tocar vivir una vida de apariencias, sin poder hacer o ser la suya.
Alberto Lamar Schweeyer, su prologuista, dice acertadamente que “vivir es cansarse” y esa es una máxima que reza tanto para reyes como para plebeyos, para ricos y pobres, para la alta alcurnia y la baja estofa, solo que es tanto más cansado vivir una vida llena de preparativos y protocolos. La memorias de E.de Borbón se podrían definir como las de una vida sin sentido o retitularlas como Observaciones desde Palacio. Pero no ha sido ni será la única vida sin sentido aunque estuviera repleta de relaciones personales y de casta con figuras de las que salen en los libros de historia y en las enciclopedias.
Hermana de Alfonso XII, rey y tía de Alfonso XIII, ídem, tuvo una visión de primera mano del significado de ser la figura pública principal de un país y de lo manipulable que puede llegar a ser.
Por el período vivido y por los lugares visitados fue una señora que si bien apenas protagonizó ningún acontecimiento relevante sí tuvo acceso a las fuentes directas que los protagonizaron. Participó en una delegación a Cuba cuando todavía era una isla bajo el dominio español y terció a favor de un primo con el que apenas se había tratado por la cuestión de la ley agraria checoslovaca que lo expropiaba. Fue una hija y miembro incondicional de su casta más atenta a la cursilería, la pedrería, las joyas, el abolengo, la cortesía y por supuesto del protocolo aunque ella empezara siendo criticada por el mismo que no en el trasfondo de las cuestiones. Evidentemente -para ella- los grandes nombres de la historia eran magnificas personas que la historiografía las trato injustamente Valoración ésta, que constituía otro indicador de subjetivismo extremo desde el cual se podía justificar toda conducta del poder. Ella trataba no con su función ni tenía que sufrirla sino con individuos con los que empatizaba. Su biografía de rara dentro de la clase de los privilegiados no la excluyó nunca de continuarlo siendo ni tampoco la llevó a autoexcluirse, aunque sí se separó de la casa real española viviendo como visitante por las cortes europeas.
El libro termina justo con el exilio real de un Alfonso XIII que no abdicó pero que se fue el mismo día que la proclamación de la república española a Paris, bajo los auspicios, curioso, no de la republica francesa, con el ofrecimiento del general Sanjurjo de levantarse en armas contra los resultados electorales.
El libro deja la sensación como si quedara privado de una segunda parte: la historia de la república y la de los años de la guerra civil. Se pueden suponer las opiniones de la autora al juzgar por las tan favorables que tuvo con el duce Mussolini y a favor de Primo de Rivera Curiosa la psicología de autora que por una parte vivió en carne y biografía propias los condicionantes de pertenecer a un mundo donde cada frase a decir tiene que estar previamente pactada limitándole la libertad y que por otra parte hacia apología de dictadores y manos duras.
Su crítica del tratado de Versalles y de la figura de los parlamentos como encadenadores de la libertad de acción de los gobiernos ponen a Eulalia en las antípodas del progresismo a pesar de ser proscrita por la propia corte española y por su sobrino. Su europeísmo no la civilizó tanto como una primera interpretación haría suponer. El desagrado que le produjo Blasco Ibañez la delata una vez más como persona acostumbrada a besamanos y a superficialidades no a verdades directas que inevitablemente se expresan con rudeza.
Comienza su libro sintetizándose como la historia de una mujer que no quiso tener ninguna. A la vista del paso de los años Eulalia fue un personaje de segunda categoría, una bon vivant que pudo gozar siempre de un alto nivel de vida sin tener que trabajar nunca pero no una militante de ninguna clase de ideas. Le fue pasando la vida mientras se la pasaba entre salones, séquitos o conocidos incondicionales y las conversaciones palaciegas.
Sus memorias empiezan en su nacimiento no exento de protestas por ser niña y llegar en mal momento. La revolución de 1868 empujó al exilio a la familia real mientras que el panorama monárquico español lejos de ser unitario siempre tuvo trifurcas en relación al heredero al trono. Hija de Isabel II que no renunció a su trono del que se consideraba depositaria y no dueña, y del rey Francisco al cual el exilio, paradójicamente, le supuso la libertad de dedicarse a sus viajes y a abandonar la familia. Es curioso que por la elección vital de su padre, ella lo califique de errabundo cuando no deja de ser la que hizo ella misma unos años después. El libro empieza con un exilio, el suyo, y termina con el otro, el de su sobrino para dar paso a la república. Ella es una septuagenaria al darlo por terminado momento en el que decide retirarse de la vida pública y no habla de la República del 1931-36 pero no hay que ser adivino por las ideas que hubiera podido expresar en su contra así como a favor del alzamiento golpista de Franco del 1936 que costó una sangrienta guerra civil a los españoles.