`La tumba de Lenin´
David Remnick viene a ser una especie de referencia en el periodismo norteamericano. Hoy en día es, si no ha cambiado de trabajo, editor de The New Yorker, una revista de profunda solera y cierta tendencia a ser considerada como la biblia de los progres estadounidenses. Ha escrito una minuciosa y documentada biografía de Obama y un libro sobre Muhammad Alí que me lleva de cabeza encontrarlo y que corresponde a su tiempo como editor deportivo. No es un vejestorio -anda por la cincuentena y media- y posee en sus estanterías los premios más deseados por los periodistas de medio mundo; entre ellos, el codiciado Pulitzer. El tipo tiene unas cuantas ideas claras y escribe algo más que bien. Siento por él envidiosísima admiración.
Un abuelo de David emigró a Estados Unidos desde la Unión Soviética del estalinismo, ese paraíso con el que tanto soñaban los intelectuales de Occidente y del que tanto querían huir los que tenían la `suerte´ de vivir en él. Por ello, por el interés que suscitaba ser testigo del desmerengamiento de la mentira soviética, por el atractivo de relatar la llegada y posterior calvario de Mijaíl Gorbachov y por la necesidad que siente todo buen reportero de estar en el sitio adecuado en el momento preciso, David asumió la plaza de corresponsal de The Washington Post en Moscú. Al poco de volver del edificio resquebrajado de lo que iba a ser la tierra prometida de todos los combativos comunistas del mundo, tras tres años eléctricos y memorables escribió una crónica precisa y voluminosa, documentada y sesuda, sobre los últimos días del imperio soviético, a la que tituló La tumba de Lenin. Ahora, con motivo de los veinte años transcurridos desde los estertores del comunismo oficial y la desaparición del invento bolchevique, la editorial Debate ha publicado el libro en España con una traducción excelente de Cristóbal Santa Cruz.
Tan solo la crónica de los primeros días de Remnick en el Moscú de Gorbachov y Sájarov vale por todo el resto, que es igualmente excelente. Su primer empeño fue conocer y entrevistar a Lazar Kagánovich, uno de los privilegiados supervivientes del círculo íntimo de Stalin (privilegiado especialmente por el hecho de que Stalin no lo matara): el hombre que le dio nombre al metro de Moscú, cuyas obras supervisó; el coordinador de la colectivización de los años 20, la que aniquiló a millares de campesinos; el despiadado responsable de las purgas estalinistas, que se llevaron por delante a millones de rusos, ucranianos, bielorrusos o georgianos; el dinamitador de iglesias y sinagogas, entre ellas, la del Cristo Salvador de Moscú, cuyos tejados podían divisarse desde los despachos del Kremlin; el diabólico urdidor de matanzas de polacos en los bosques de Kalinin y Katyn, mediante las que Stalin quiso deshacerse de la oficialidad polaca para enviar un mensaje a todos los pueblos sometidos y consiguiendo después que, durante años, medio mundo creyera que había sido obra de los nazis alemanes... Kagánovich tenía entonces, cuando Remnick lo buscaba, algo más de noventa años -murió apenas unos meses antes del derrumbe soviético- y no salía de su apartamento del Embarcadero Frunzenskaya de Moscú. No quería hablar con nadie, estaba casi ciego y no atendía llamada alguna... aun así, la sola mención de su nombre todavía causaba temor entre sus compatriotas.
No les desvelo más, pero un buen periodista es insistente y contumaz. Es solo el comienzo del libro. El resto es demoledor y suficientemente didáctico acerca de las vicisitudes de un régimen que no tenía más remedio que acabar descompuesto: bastó que Gorbachov abriera algo la ventana. Sorprende pensar cómo millones de personas en el mundo han comulgado bovinamente con la mentira cruel y asesina del comunismo y como aún, después de crónicas documentadas como la presente de Remnick, hay cretinos que siguen pensando que el experimento valió la pena. Será que tienen miedo a crecer y que están poco capacitados para la renuncia a la infantilidad ideológica. Esperemos que esta publicación en español colabore a que, al menos, no haya gente que los crea.
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