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    Los proles

    detruncas
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    Mensaje por detruncas Jue Ene 12, 2012 6:52 am

    http://revolutioninspain.blogspot.com/2012/01/los-proles.html

    El proletariado (del latín proles, linaje o descendencia) es un término utilizado para designar a la clase social más baja que, en el modo de producción capitalista, carece de propiedades y medios de producción por lo que, para subsistir, se ve obligada a vender su fuerza de trabajo a la burguesía, propietaria de los medios de producción.


    Si hay alguna esperanza, escribió Juan, está en los proles.

    Si había esperanza, tenía que estar en los proles porque sólo en aquellas masas abandonadas, que constituían el 98% de la población del mundo (aunque muchos se distancien de la noción de proletarios y aseguren pertenecer a la falsa clase media), podría encontrarse la fuerza suficiente para destruir al capitalismo. Éste no podía descomponerse desde dentro. Sus enemigos, si los tenía en su interior, no podían de ningún modo unirse, ni siquiera identificarse mutuamente. Incluso si existía la legendaria izquierda política resultaba inconcebible que sus miembros se pudieran reunir en grupos mayores de dos o tres. La rebeldía no podía pasar de un destello en la mirada o de una determinada conversación; a lo más, alguna manifestación o acampada.

    Pero los proles, si pudieran darse cuenta de su propia fuerza, no necesitarían conspirar. Les bastaría con encabritarse como un caballo que se sacude las moscas. Si quisieran podrían destrozar el capitalismo mañana por la mañana. Desde luego, antes o después se les ocurrirá. Y, sin embargo...

    Recordó Juan una vez que había dado un paseo por una calle de mucho tráfico cuando oyó un tremendo grito múltiple. Centenares de voces, voces de mujeres, salían de una calle lateral. Era un formidable grito de ira y desesperación, un tremendo ¡O-o-o-o-oh! Juan se sobresaltó terriblemente. ¡Ya empezó! ¡Un motín!, pensó. Por fin, los proles se sacudían el yugo; pero cuando llegó al sitio de la aglomeración vio que una multitud de doscientas o trescientas mujeres se agolpaban sobre los puestos del Corte Inglés con expresiones tan trágicas como si fueran las pasajeras de un barco en trance de hundirse. En aquel momento, la desesperación general se quebró en innumerables peleas individuales.

    Por lo visto, era el primer día de rebajas. Eran ropajes muy feos, pero bueno. Por fin, había llegado una provisión inesperadamente. Las mujeres que lograron adquirir alguna que otra baratija fueron atacadas por las demás y trataban de escaparse con sus trofeos mientras que las otras las rodeaban y acusaban de ladronas. Aseguraban que tenía más ropa en reserva. Aumentaron los chillidos. Dos mujeres, una de ellas con el pelo suelto, se habían apoderado de la misma falda y cada una intentaba quitársela a la otra. Tiraron cada una por su lado hasta que se rasgó en dos pedazos. Juan las miró con asco. Sin embargo, ¡qué energías tan aterradoras había percibido él bajo aquella gritería! Y, en total, no eran más que dos o tres centenares de gargantas. ¿Por qué no protestarían así por cada cosa de verdadera importancia?

    Escribió:

    Hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se rebelarán, y hasta después de haberse rebelado, no seran conscientes. Éste es el problema.

    Juan pensó que sus palabras parecían sacadas de uno de los libros de texto capitalistas. El capitalismo pretendía, desde luego, haber liberado a los trabajadores de la esclavitud. Antes eran explotados y oprimidos ignominiosamente por los señores feudales. Pasaban hambre. Las mujeres tenían que trabajar a la viva fuerza en el campo, los niños eran vendidos a la edad de seis años. Pero, simultáneamente y según los pensadores liberales, los proles eran inferiores por naturaleza y debían ser mantenidos bien sujetos, como animales, mediante la aplicación de unas cuantas reglas muy sencillas.

    En realidad, se sabía muy poco de los proles. Y no era necesario saber mucho de ellos. Mientras continuaran trabajando y teniendo hijos, sus demás actividades carecían de importancia. Dejándoles en libertad como ganado suelto en la pampa de la Argentina, tenían un estilo de vida que parecía serles natural. Se regían por normas ancestrales. Nacían, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, pasaban por un breve período de belleza y deseo sexual, se casaban a los treinta años, empezaban a envejecer a los cuarenta y se morían casi todos ellos hacia los setenta años. El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya. Unos cuantos intelectuales circulaban entre ellos, esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocos considerados capaces de convertirse en peligrosos; pero no se intentaba adoctrinarlos con la ideología liberal, que ni entenderían.

    No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente.

    Los grandes males, ni los olían. La mayoría de los proles ni siquiera era vigilada por los medios de comunicación. La policía los molestaba muy poco. Como sus actividades delictivas tenían lugar entre los mismos proles, daba igual que existieran o no. En todas las cuestiones de moral se les permitía a los proles que siguieran su código ancestral.

    Como decían en la tele: «los proles y los animales son libres».

    http://revolutioninspain.blogspot.com/2012/01/los-proles.html
    Basado en el libro 1984, de George Orwell

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