Interesantísimo artículo fechado en 2005 del gran Albert Escusa que he encontrado en Kaos, sobre ese gran desconocido que es Gramsci, que argumenta la continuidad de sus ideas con el pensamiento marxista-leninista.
Gramsci y el marxismo occidental. Respuesta a Manuel Góngora
Eduardo Núñez y Albert Escusa
Introducción
El compañero Manuel Góngora ha iniciado un interesante debate acerca de la contraposición entre los llamados por él “marxismo soviético” y “marxismo occidental”. (1) Góngora realiza una acertada denuncia de las desviaciones que en nombre del marxismo han sido realizadas por los críticos del llamado “marxismo soviético”, y que han conducido, en último término, a la justificación de políticas de renuncia de la transformación socialista y de sostén al sistema capitalista a través de las corrientes que han bebido ideológicamente de este marxismo, el reformismo socialdemócrata y el eurocomunismo. No obstante, consideramos que aspectos de sus análisis son unilaterales y erróneos cuando sitúa a Gramsci, en bloque junto a Lukács, como los padres intelectuales de las corrientes reformistas y socialdemócratas modernas en occidente. No nos detendremos a repasar la postura de Lukács, muy marcada por las oscilaciones filosóficas e ideológicas y por una práctica política muy discutible desde el marxismo. Pero sí creemos imprescindible reivindicar a Gramsci como filósofo marxista, a Gramsci como profundamente revolucionario y mostrar algunos aspectos de la continuidad de su pensamiento con el de Lenin.
Antes de finalizar esta introducción también queremos matizar muy brevemente dos puntos más. Primero, nosotros entendemos que la discusión ideológica puede constituir un ámbito más para la unidad entre comunistas y es desde esta premisa que partimos en la crítica a las posturas del compañero Góngora, el cuál, estamos convencidos, no entiende ni interpreta bien la obra y el pensamiento de Gramsci. Segundo, nosotros consideramos, al igual que Gramsci, que la discusión científica no debe emprenderse en forma de un juicio final que coloque a unos y otros en el redil del revisionismo. Efectivamente, hay revisionismo, faltaba más, pero también hay a día de hoy mucho desconocimiento, incomprensión y, en consecuencia, demasiado etiquetaje fácil entre comunistas.
La ruptura de la unidad filosófica en el marxismo soviético y el nacimiento del «marxismo occidental»
La primera objeción que hacemos reside en cuestiones de metodología, en la contraposición entre “marxismo soviético” y “marxismo occidental”. En primer lugar, porque a partir de 1956, se produjo en la URSS y en muchos otros países socialistas un viraje teórico (y práctico, por supuesto) a todos los niveles. En filosofía hubo una revisión sistemática de las posiciones precedentes, llegando a alcanzar su núcleo fundamental. Así, mientras que para Stalin, en su famosa popularización de la filosofía marxista Materialismo dialéctico y materialismo histórico, el materialismo histórico era la aplicación de las leyes de la materialismo dialéctico al estudio de la sociedad, el nuevo Manual de la Academia de Ciencias de la URSS proclamaba una separación radical de ambos, sosteniendo que el materialismo histórico tenía unas leyes propias que fundamentaban a las ciencias sociales. (2) Para Stalin, la sociedad humana era una parte indisociable y específica de la naturaleza, mientras que los filósofos posteriores rompían esta continuidad humanidad-naturaleza, tan importante en el pensamiento filosófico de Engels. Paralelamente, se desarrolló entre los filósofos soviéticos un marcado interés por el estudio de campos de investigación desarrollados en paralelo por los filósofos antisoviéticos de occidente: la ética, el humanismo, la alienación, etc. (3) Al mismo tiempo, la reacción antiestaliniana en la filosofía oficial soviética transitaba por el camino de la especulación y la vuelta a Hegel:
«Vuelta a Hegel, vuelta a Deborin, vuelta a los interminables cursos y estudios sobre las categorías. Esta ha sido la respuesta de la filosofía soviética al stalinismo en filosofía: una incansable especulación sobre las categorías. (...) Es necesario señalar que en esta especulación la filosofía soviética acaba perdiendo todo contacto con el materialismo dialéctico.» (4)
A todo este cuadro, habría que añadir los diferentes caminos, a veces diametralmente opuestos, que siguieron países que, en su origen, desarrollaron su propio proceso revolucionario bajo el impulso práctico e ideológico de la Unión Soviética: China, Albania, Corea del Norte y Cuba, y sus simpatizantes en Occidente. Por citar algunos ejemplos, en diferentes momentos los partidos comunistas de estos países, tuvieron serias discrepancias en cuanto a consideraciones referentes a la teoría del Estado y del partido, la caracterización de la URSS, el problema de la revolución, el papel del sujeto en la historia, las diferentes posturas filosóficas, etc. Esto comportó, evidentemente, acusaciones cruzadas de “revisionismo”, término que era el más suave de los utilizados. En segundo lugar, bien es verdad que hubo un gran número de intelectuales occidentales que se inscribieron en una corriente marxista que se pretendía opuesta al marxismo soviético ─la llamada “escolástica soviética”─, mejor dicho, fundamentalmente al elaborado en la época de Stalin, conocido como Diamat; muchos de estos filósofos antisoviéticos, para resaltar la ruptura con la filosofía soviética, llegaron al extremo de rechazar catalogarse como marxistas y se inventaron el término “marxiano”. Pero, por otra parte, hubieron muchos otros marxistas dentro de los países occidentales, y dentro de algunos partidos comunistas, que no buscaron una ruptura con la teoría elaborada desde la URSS, sino que buscaron una continuidad tanto política como filosófica e ideológica. Finalmente, ¿cómo catalogar a una personalidad tan relevante como el filósofo marxista Althusser? Iría contra toda evidencia poner al filósofo francés, que llegó a ser considerado por algunos como «neoestalinista», en el mismo saco que los representantes más ortodoxos del “marxismo occidental”. Althusser tuvo una influencia importantísima en su época y fue uno de los críticos occidentales de Gramsci al acusarle, como Góngora, de una «desviación» historicista del marxismo y de idealismo. (5) ¿Cómo etiquetar, por otra parte, al célebre historiador marxista francés Pierre Vilar, defensor incondicional de las tesis de Stalin y polémico con las tesis de Althusser?
A pesar del pluralismo ideológico surgido tras el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), en 1956, tanto en los países socialistas de Europa del Este como en los de la Europa capitalista, la mayoría de los intelectuales progresistas, así como muchos comunistas, asumieron de forma acrítica y como una constante en sus planteamientos dos dogmas que parecían incuestionables: el primero de estos dos dogmas, envuelto con aires de autocrítica, lanzado por sorpresa y contra todo pronóstico por Jruschov, fue la denigración de Stalin, el antiestalinismo visceral. El segundo dogma, asumido de forma mucho más sutil, como hecho consumado unas veces y de forma franca y abierta otras veces, fue un antiengelsianismo basado en la crítica de las obras de Federico Engels Anti-Düring y la Dialéctica de la Naturaleza.
Este cuadro complejo muestra las dificultades de distinguir a priori ambos “marxismos”: sería mucho más realista hablar de “marxismos soviéticos” y “marxismos occidentales”. No obstante, como punto de partida para el debate, aceptaremos transitoriamente reducir el término de marxismo occidental a la corriente de pensamiento que, esgrimiendo a Marx contra Engels, rompió primero con toda la producción teórica surgida en la URSS y, acto seguido, inició un abandono progresivo del pensamiento marxista como guía para la transformación revolucionaria de la sociedad.
La formación política de Gramsci y la lucha por su legado en los 60
Según Bonomi (6) la formación de Antonio Gramsci proviene de tres fuentes principales: primero, el idealismo del filósofo italiano de Croce, más adelante, el contacto con la clase obrera de Turín y finalmente, la experiencia de Lenin y la Revolución de Octubre. La evolución del pensamiento del revolucionario italiano se puede periodizar en tres fases. (7) La primera, caracterizada por una confusión teórica y una mezcla ideológica, va desde los primeros años del siglo XX hasta la revolución socialista soviética. Gramsci es todavía militante del PSI (Partido Socialista Italiano) y está formándose como revolucionario, con unas concepciones eclécticas e idealistas, alejadas del marxismo, poniendo el acento sobre la labor cultural entre las masas y la acumulación amplia y democrática de fuerzas para el tránsito revolucionario al socialismo. La segunda fase, coincide con el desarrollo de la revolución bolchevique y con las ocupaciones espontáneas de fábricas por los obreros del norte de Italia, los llamados consejos de fábrica. Gramsci, desde las páginas del Ordine Nuovo, abandona sus tesis anteriores y se pronuncia por la revolución violenta y la toma del poder del Estado. En el congreso del PSI de 1918, triunfan las tesis de Gramsci que preconizan la toma del poder y la dictadura del proletariado. Gramsci desarrolla ampliamente la concepción leninista de partido de vanguardia para la toma del poder. Pero el PSI no quiso llevar adelante el programa revolucionario y se convirtió en una fuerza conservadora, lo que llevó a Gramsci, junto con otros dirigentes, a la ruptura con los socialistas para fundar el Partido Comunista Italiano (PCI). Finalmente, con la derrota de los consejos de fábrica y la llegada del fascismo, Gramsci es encarcelado. Es la última etapa, la de los Cuadernos de la Cárcel, que constituyen sus escritos más divulgados, desde donde Gramsci se esfuerza por plantear a sus camaradas toda la problemática que surge con la estabilización del capitalismo y el freno de la expansión revolucionaria, la capacidad ideológica del aparato del Estado burgués, la nueva política de la Internacional Comunista, la catastrófica situación por la que atraviesa el PCI con la represión fascista, etc. Los Cuadernos de la Cárcel se elaborarán de manera fragmentada y utilizando un vocabulario que le permita eludir la censura, lo que impidió una elaboración sistemática de sus ideas:
«En las condiciones inhumanas de las cárceles fascistas, Gramsci lleva a cabo una rica –pero fragmentada y dispersa– reflexión sobre Croce y sobre Maquiavelo, sobre il Risorgimento y sobre literatura y vida nacional, sobre Bujarin, el Estado, el Partido, los intelectuales... Una reflexión que, sólo por su aspecto formal, ya ofrece facilidades a la polarización de interpretaciones.» (
Las fuertes dificultades que encontró la elaboración teórica de Gramsci dieron con unos textos difíciles, entrecortados, abriendo líneas de reflexión más que dando conclusiones acabadas, realizando críticas que no encontraban espacio apenas para una concepción propia expresada en forma explícita, etc. Los textos de Gramsci tuvieron (y tienen) una gran carga hermenéutica, están predispuestos a un gran número de interpretaciones si no son estudiados viendo la evolución y el contexto de su autor. Este hecho resulta tan evidente que (valga como botón de muestra), acabado el fascismo de Mussolini, toda la intelectualidad progresista italiana, fuera comunista, socialista o incluso trotskista, luchó denodadamente por apropiarse de la obra y pensamiento del ya fallecido fundador del Partido Comunista Italiano. La corriente marxista occidental no se mantuvo al margen en la pugna por apropiarse a Gramsci. Nosotros pensamos que, a pesar de los esfuerzos pretéritos de los llamados marxistas occidentales por sumar a Gramsci a sus filas y del esfuerzo del compañero Góngora en la actualidad en el mismo sentido, la obra del comunista italiano permanece ajena a dicha corriente y tiene voz propia dentro del marxismo-leninismo.
La filosofía en general y la filosofía de la praxis en particular en Gramsci
Gramsci entiende por filosofía toda concepción del mundo, toda ontología. De aquí se desprende que no hay una única filosofía sino varias filosofías cada una de las cuáles expresan una o varias concepciones del mundo simultáneamente. Desde esta perspectiva, todo individuo es un filósofo en tanto en cuanto participa de una determinada concepción del mundo más o menos coherente, más o menos crítica. La filosofía puede ser asumida de forma espontánea o, al contrario, de forma consciente mediante un proceso de autocrítica y práctica permanentes.
Para Gramsci el tránsito de una filosofía espontánea a una filosofía consciente implica el paso de las representaciones espontáneas de la realidad y su interpretación mediante el sentido común a la construcción de conceptos que permiten pensar la realidad en su esencia. La filosofía consciente, por tanto, es aquella que permite pasar de lo aparente a lo real, de la falsa conciencia a la conciencia real o, en términos de Marx, de lo abstracto a lo concreto. Gramsci entiende la filosofía de la praxis como la expresión de la nueva concepción del mundo correspondiente a una nueva clase social, el proletariado, surgida del devenir histórico. La filosofía de la praxis, como ontología particular, para Gramsci, debe demarcarse claramente del realismo filosófico (positivismo), así como de toda forma de idealismo. La filosofía de la praxis, por tanto, a diferencia del realismo y del idealismo que parten de concepciones que consideran la realidad como acabada, considera que la realidad en si misma es un producto histórico.
La realidad como unidad dialéctica sujeto/objeto
La primera de las Tesis de Feuerbach escrita por Marx en Bruselas, en 1845, marca el inicio de la nueva filosofía de la praxis. Esta primera Tesis dice:
«El defecto fundamental de todo el materialismo anterior ─incluido el de Feuerbach─ es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal. Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad humana como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del cristianismo sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la actuación “revolucionaria”, “práctico-crítica”.» (9)
El término praxis, práctica en su traducción literal, históricamente y en el contexto del marxismo, ha sido fuente de grandes confusiones, su significado se ha reducido por lo general a una acepción pueril, como actividad utilitaria a secas. Esta forma de entender, en el extremo, ha llevado a una identificación errónea entre praxis, práctica, y activismo o pragmatismo. Pero, ¿a qué se refería Marx exactamente con el término práctica? ¿Qué significado daba Gramsci a esta palabra al hablar insistentemente de la filosofía de la praxis? Bajo el marxismo la palabra práctica es sinónimo de trabajo, de actividad humana (teórica y/o manual) dada en un marco histórico concreto y dirigida a un fin, dicho de otra manera, actividad mediada por las circunstancias históricas y concebida a priori, dada en la mente del obrero manual o intelectual con anterioridad, a la obtención final del producto. Gramsci entendía en su profundidad el significado de praxis y, en consecuencia, comprendía que la primera Tesis de Feuerbach expresa que la realidad, hasta donde tiene sentido para nosotros, esto es, hasta donde alcanza el sujeto, no puede entenderse como objeto ajeno a la actividad humana, como objeto sin práctica histórico-concreta. Pero, ¿es esto así incluso para aquél objeto que no ha sido transformado por la acción manual o industrial directa? Para Marx, todo proceso de trabajo, toda práctica, implica el uso de una determinada maquinaria que, activada por la fuerza de trabajo y aplicada a una cierta materia prima (y/o bruta), obtiene un determinado producto. En el caso concreto de la práctica teórica (el pensar), estos elementos simples del proceso de trabajo se traducen en una maquinaria gnoseológica cuya acción transformadora sobre su materia prima (ideas más o menos elementales, nociones aproximadas del objeto, representaciones, teorías poco elaboradas, etc.) vía el trabajo intelectual produce un determinado conocimiento teórico, un producto teórico concreto. Por tanto, incluso el conocimiento teórico del objeto, el objeto para nosotros, en tanto que producto, es inseparable del grado de desarrollo histórico de la maquinaria gnoseológica que lo produce. En definitiva, que todo objeto para el ser humano encierra ineludiblemente una práctica. Con esta Tesis Marx se desmarca, primero, del objeto entendido como mero producto del sujeto (idealismo) y, segundo, del objeto como representación pasiva en nuestra conciencia sin mediación de una práctica del sujeto (realismo o materialismo vulgar).
Tesis III de Feuerbach:
«La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Roberto Owen).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria» (10)
La tercera Tesis de Feuerbach a nuestro juicio complementa la primera en la medida que expresa cómo la propia praxis hace al hombre en su relación dialéctica con la naturaleza y el ser social. El ser humano, en la lucha por su existencia, deviene una realidad en cambio permanente, es producto del entorno y sus circunstancias, de la naturaleza y el ser social, de cómo y qué produce, pero a la vez tiene la capacidad y la necesidad de modificar ese entorno y esas circunstancias, de dominar la naturaleza y el ser social, el modo de producción, y por tanto, se hace a si mismo. En consecuencia, la conquista de la libertad, el saber determinar las necesidades propias, que diría Engels, pasa irremediablemente por una praxis consciente, por un liberar el trabajo, por un hacerse a si mismo conscientemente, por una toma de conciencia del papel de la práctica revolucionaria en el curso histórico. La Tesis III en la medida que pone al ser humano, más concretamente su práctica revolucionaria, como centro de la transformación social es la que conduce de forma directa hacia la famosa Tesis XI:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (11)
Lenin y Gramsci frente al problema del conocimiento
De Engels en adelante, por razones de diversa índole, el marxismo tiene que abordar el problema del conocimiento, de la gnoseología. El problema del conocimiento abarca, además de la relación entre sujeto y objeto ya tratada, la relación existente entre representación y realidad, la determinación de la primacía del momento empírico o del momento teórico, la posibilidad o no de conocer el mundo, el grado de validez de nuestras representaciones y de nuestros conocimientos teóricos, etc. Lenin diría del conocimiento que «es la aproximación eterna, infinita, del pensamiento al objeto.» (12) Por tanto, una cuestión fundamental a reconocer, desde la perspectiva del marxismo, es la relatividad de todo conocimiento, relatividad entendida en el sentido de aproximación que no termina nunca sino que, por el contrario, se nutre con nuevas determinaciones indefinidamente.
Pero, ¿en qué consiste exactamente la teoría del reflejo de Lenin citada por el compañero Góngora? Consideramos importante empezar demarcando la teoría del reflejo expuesta por Lenin con la teoría del reflejo espejo, es decir, con una especie de realismo ingenuo de tipo empirista. En términos de Gramsci, la teoría del reflejo espejo vendría a ser un reducirse al sentido común, un limitarse a la falsa conciencia. Si la teoría del reflejo de Lenin se identificara con esta versión sumamente caricaturesca de conocimiento, el compañero Góngora podría afirmar alegremente que el obrero percibe, tras una jornada laboral, el valor integro de su trabajo. No obstante, sabemos, gracias a Marx, que dicha afirmación se corresponde con una visión fetiche de la realidad y que el obrero percibe en forma de salario el valor de su fuerza de trabajo y que dicha fuerza de trabajo, al final de la jornada laboral, no sólo ha producido su valor sino también un plusvalor, una plusvalía que el capitalista se apropia. Por tanto, necesariamente, la teoría del reflejo en Lenin implica «un ir de la apariencia a la esencia, de la esencia de primer grado, por decirlo así, a la esencia de segundo orden y así hasta el infinito...» (13), cosa que únicamente es posible a través y dentro de los márgenes de una determinada praxis: «el proceso de conocimiento... incluye la práctica humana y la técnica.» (14) Por tanto, es fundamental entender la teoría del reflejo mediada por una práctica.
El problema del conocimiento siempre ha estado estrechamente ligado a la cuestión de la ciencia y es en el contexto de ésta que Gramsci trata el asunto. Gramsci define la ciencia como práctica racional (metódica) adecuada a un fin y, de esta manera, utiliza el mismo significado que Marx otorga al trabajo en El Capital. En este contexto, Gramsci nos está hablando de una determinada práctica teórica, de proceso de trabajo teórico, orientado a seleccionar las sensaciones (materia prima), a rectificar incesantemente el modo de conocimiento (medios de producción, herramientas, maquinarias, instrumentos) y a aplicar dicho instrumental con la finalidad de «distinguir los elementos necesarios de las sensaciones de los que son arbitrarios, individuales, transitorios», esto es con la finalidad de determinar «lo que es común a todos los hombres», «lo objetivo». (15) Ahora bien, esta maquinaria científica, de la cuál hay una parte estrictamente gnoseológica, igual que las máquinas que se ocultan tras las paredes de la fábrica del capitalista, puede ser renovada incesantemente produciendo así un nuevo horizonte de lo objetivo (de lo universal) superior a los límites impuestos por la práctica pretérita. La ciencia, por tanto, no da con leyes acabadas y definitivas, la ciencia también es un producto histórico limitado por la práctica pero incesantemente renovado. De hecho, si no fuera así aún estaríamos pensando la realidad física bajo la cosmovisión de Newton o, yendo un poco más atrás en el tiempo, bajo la de Ptolomeo, el cuál pensaba con mucho sentido común que el sol daba vueltas alrededor de la tierra.
Ahora bien, en este proceso de renovación de la maquinaria científica y gnoseológica, ¿cuál es, en definitiva, para Lenin y Gramsci, el criterio que nos permite saber cuando tenemos conocimiento verdadero? ¿cuál es el criterio que asegura que nuestra maquinaria científica y/o gnoseológica renovada obtiene un nuevo reflejo verdadero superador, en cuanto a su aproximación al objeto, del reflejo pretérito correspondiente a la antigua maquinaria? ¿cuál es el criterio, en definitiva, que nos permite a cada paso afirmar la relación entre el pensar y el ser? Nuevamente llegamos al concepto clave: ¡la propia práctica! La práctica decidirá en última instancia hasta qué punto nuestra actividad, basada en nuestra conceptualización previa, en nuestra proyección producida con una determinada maquinaria científica y gnoseológica, llega a los resultados previamente establecidos. En la medida que haya una coherencia entre proyección (concreción a priori en la mente del obrero) y el resultado final, el producto, avanzamos por la senda del conocimiento históricamente verdadero. Por tanto, el criterio de verdad es una práctica social consciente históricamente determinada, no hay ni puede haber conocimiento posible fuera de la praxis, fuera de la unidad sujeto/objeto. En realidad, tanto Lenin como Gramsci únicamente planteaban la segunda Tesis de Feuerbach escrita por Marx:
«El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico» (16)
Esta tesis es la que expone el criterio de verdad gnoseológico que Lenin denominaba «criterio de praxis».
La crítica de Gramsci a la concepción metafísica de mundo exterior
En este punto consideramos que es muy común un error de comprensión en relación al pensamiento de Gramsci. Dicho error consiste en ver la crítica que Gramsci realiza a la concepción metafísica de realidad objetiva, propia del realismo filosófico, como una crítica a la concepción marxista de la realidad objetiva, concepción esta última que versa, por un lado en un monismo materialista y, por otro lado, en una concepción de la realidad objetiva ligada a la práctica (Tesis II). El compañero Góngora, bien como consecuencia de una lectura superficial de los Cuadernos de la Cárcel, bien por una falta de comprensión, cae en este típico error interpretativo.
Gramsci en el pasaje de los Cuadernos de la Cárcel titulado «La llamada realidad del mundo exterior», a nuestro juicio, realiza tres tareas:
1.La crítica a la maquinaria gnoseológica del sentido común. En este punto de los Cuadernos de la Cárcel, se expone la pobreza teórica de la filosofía espontánea del sentido común, no se cuestiona la existencia del mundo exterior ni de la cosa en sí. La posición de Gramsci ilustra cómo la justificación de la existencia de la realidad objetiva basada en el sentido común lleva implícita una concepción metafísica, dualista y, por tanto, religiosa, de la realidad. En línea con la postura defendida por nosotros y, como conclusión de este primer punto, Gramsci dice:
«El reproche que debe hacerse al Ensayo Popular es haber presentado la concepción subjetivista tal como aparece según la crítica del sentido común y haber escogido la concepción de la realidad objetiva del mundo exterior en su forma más trivial y acrítica...» (17)
2.Acto seguido, aludiendo a Engels, Gramsci define el concepto de realidad objetiva de la filosofía de la praxis en los siguientes términos:
«La formulación de Engels de que «la unidad del mundo consiste en su materialidad, demostrada... por el largo y laborioso desarrollo de la filosofía y de las ciencias naturales» contiene, precisamente, el germen de la concepción justa, porque se recurre a la historia y al hombre para demostrar la realidad objetiva. Objetivo significa siempre «humanamente objetivo», lo cual puede corresponder a «históricamente subjetivo»; es decir, objetivo significaría «universal subjetivo». El hombre conoce objetivamente en la medida en que el conocimiento es real para todo el género humano históricamente unificado en un sistema cultural unitario» (18)
Esta definición de lo objetivo es equivalente a la definición dada en la Tesis III de Feuerbach antes descrita. Con esta definición Gramsci vuelve a establecer una línea de demarcación entre la filosofía de la praxis y el materialismo vulgar que asume una concepción del mundo desde la óptica del “ojo de dios” y que, por tanto, lleva aparejada una visión religiosa y mistificada del mundo. En este punto, cabe no confundir, en Gramsci, lo objetivo, «lo común a todos lo hombres», «lo universal», con el mundo exterior, con la cosa en sí. Gramsci entiende lo objetivo como el conocimiento humano históricamente universal que aproxima dialécticamente a lo trascendente, al mundo exterior, a la cosa en sí. Para Gramsci, por tanto, es un sin sentido incorporar lo no conocido de la cosa en sí, del mundo exterior, a lo objetivo. Esta posición, por tanto, no implica ni la negación de un mundo exterior independiente a nuestra consciencia ni la negación de la posibilidad de su conocimiento. Creemos que una fuente de malos entendidos, sobre todo para aquellos que hemos llegado a Gramsci tras una lectura de los escritos filosóficos de Lenin, es la diferencia entre ambos autores a la hora de dar significado al concepto de «lo objetivo». Resumiendo, creemos que esta problemática de tipo hermenéutico se resuelve al comprender que donde Lenin habla de «lo objetivo» Gramsci se refiere al «mundo exterior» y que donde Lenin establece «la aproximación (...) del pensamiento al objeto» Gramsci trata de «lo objetivo». A nuestro juicio, esta diferencia semántica no implica, tal y como hemos tratado en el apartado anterior, una diferencia en cuanto a la concepción de ambos pensadores en relación al proceso gnoseológico.
Aclarada la cuestión de la objetividad, seguimos con el hilo de la exposición de Gramsci en el apartado indicado de Cuadernos de la Cárcel. Acto seguido, Gramsci ejemplifica, a través de las nociones de «Occidente-Oriente», como en función de la maquinaria utilizada en la práctica teórica se da con uno u otro producto, con una u otra visión de la realidad, y que, a su vez, dicha maquinaria gnoseológica como parte de la superestructura no puede dejar de corresponderse con un determinado momento histórico-concreto. Por tanto, lo objetivo, es decir, lo «humanamente objetivo», también es una realidad histórica e incluso ontológica. Histórica porque no se entendía lo mismo por realidad objetiva en la Grecia clásica que en la formación socioeconómica capitalista de principios del siglo XX, no podía entenderse lo mismo porque la práctica establecía márgenes de conocimiento completamente distintos en uno y otro periodo histórico. Ontológica porque, dentro de un mismo periodo histórico-concreto, no se entiende lo mismo por realidad objetiva desde una concepción del mundo realista y empiro-positivista que bajo la concepción, por ejemplo, de la filosofía de la praxis.
Otro punto que suele embrollar y dar lugar a malos entendidos. Marx expresaba en los Manuscritos económico-filosóficos que el objeto «sólo puede existir para mí en la medida en que mi facultad esencial existe como capacidad subjetiva para sí, pues el sentido de un objeto para mí va hasta donde va mi sentido». Este planteamiento esta en la línea con el siguiente razonamiento de Gramsci:
«Parece que puede existir, al parecer una objetividad extrahistórica y extrahumana. ¿Pero quién juzgará esta objetividad? ¿Quién podrá situarse en esta especie de “punto de vista del cosmos en sí” y qué significará este punto de vista?» (19)
Esto significa nuevamente que el sujeto, el ser humano, no puede ver las cosas desde el punto de vista del “ojo de dios”, el sujeto no puede trascender su realidad histórico-concreta, no tiene otra maquinaria gnoseológica para interpretar la realidad que no sea la producida históricamente por él. En resumen, que tal y como afirma Lenin en sus Cuadernos filosóficos, en los cuáles demarca explícitamente la postura marxista del idealismo y del realismo:
«La conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que lo crea» (20).
3.Como corolario Gramsci, a diferencia del joven Lukács y en la línea de Engels, apunta nuevamente a la unidad sujeto/objeto en el marco de una concepción monista y, por tanto, entiende dicha unidad como parte de una concepción materialista en la que el hombre es parte inherente de la naturaleza, en la que existe una dialéctica hombre-naturaleza como partes de una misma y única sustancia, como parte de un mismo ser, como parte de la materia. La siguiente cita entendemos que expresa la posición de Gramsci al respecto:
«Debe estudiarse la posición del profesor Lukács. Parece que Lukács afirma que sólo se puede hablar de dialéctica en lo que se refiere a la historia de los hombres, no en lo que concierne a la naturaleza. Puede equivocarse o puede tener razón. Si su afirmación presupone un dualismo entre la naturaleza y el hombre, se equivoca porque cae en una concepción de la naturaleza propia de la religión y de la filosofía greco-cristiana e incluso del idealismo, el cuál sólo consigue unificar y poner en relación al hombre con la naturaleza en el plano verbal. Pero si la historia humana debe concebirse también como historia de la naturaleza (...) ¿cómo se puede separar la dialéctica de la naturaleza? Quizá por reacción contra las teorías barrocas del Ensayo Popular (de Bujarin) Lukács ha caído en el error contrario, en una forma de idealismo.» (21)
Gramsci y la dialéctica de lo objetivo
Gramsci ve en la dialéctica una forma de pensar e interpretar la realidad. La dialéctica no es, a priori, una forma de decir como la realidad es en sí. No puede ser de otra manera en función de lo visto en relación a la Tesis II. Coherente con lo explicado anteriormente, la dialéctica en Gramsci es una maquinaria gnoseológica cuyo uso da con un producto, con una visión determinada de la realidad. Ahora bien, este producto teórico, este resultado del proceso de trabajo teórico, tiene que probar su “terrenalidad”. Stalin también entendía la dialéctica como hermenéutica y decía en su genial sistematización ontológica escrita en 1938:
«Llámese 'materialismo dialéctico' porque su modo de abordar los fenómenos de la naturaleza, su método de estudiar estos fenómenos y de concebirlos, es dialéctico y su interpretación de los fenómenos de la naturaleza, su modo de enfocarlos, su teoría, materialista.» (22)
Ahora bien, al compañero Góngora le preocupa si existe una dialéctica objetiva de la naturaleza, si la esencia misma de la cosa en si es dialéctica. La respuesta a su inquietud dependerá de lo que entienda él por realidad objetiva. Por un lado, si entiende ésta en los términos de la filosofía de la praxis, esto es la realidad como producto y lo objetivo como lo común a todos los seres humanos, como lo universalmente conocido, la respuesta será un sí. Y por otro lado, existe, efectivamente, una relación, cognoscible mediante la praxis, entre el ser (lo ontológico) y el pensar (lo hermenéutico) que nos permite afirmar la “terrenalidad” de nuestra filosofía y que, por tanto, efectivamente, la esencia misma de la cosa en si es dialéctica. Ahora bien, si la pregunta parte de la realidad objetiva entendida en un sentido metafísico positivista, en una realidad que pretende abarcar lo que queda fuera del círculo de la práctica histórico-concreta, entonces la inquietud del compañero Góngora, bajo el marxismo, carece de sentido alguno. El problema de la objetividad y de la aproximación del pensamiento al objeto sólo puede plantearse en el marco de la práctica (Tesis II).
En su crítica al Ensayo Popular, obra escrita por Bujarin, Gramsci alerta contra una tendencia marcada a un evolucionismo vulgar, a un marxismo darwinizado y positivista que no entiende la realidad como producto histórico sino como algo dado, acabado y que, por tanto, tampoco acaba de comprender la importancia de la práctica revolucionaria y de la lucha de clases. Este marxismo superficial, en tanto en cuanto concibe la realidad y la historia amarradas a una especie determinismo laplaciano, conduce a la pasividad, a menospreciar el aspecto subjetivo de la revolución, esto es la organización del Partido, lleva, en última instancia, al reformismo. A lo largo de la historia del marxismo se nos muestra de forma clara como la corriente positivista economicista de Plejanov o Kautsky han degenerado en reformismo. El propio leninismo fue una reacción frente a este marxismo pasivo y positivista que acabó impregnando la II Internacional hasta la médula y que, desgraciadamente, volvió a brotar tras el XX Congreso del PCUS, en 1956. Al compañero Góngora parece que le preocupan las críticas de Gramsci a este marxismo de Bujarin porque se opone a un marxismo soviético que no es otro que el de la era Jruschov y posteriores mandatarios soviéticos, nada que ver con el marxismo soviético vivo y creativo de Lenin y Stalin. He aquí porque nosotros considerábamos importante, así lo expresamos en la introducción, hablar de marxismos soviéticos y no de un único marxismo soviético. Este grave error del compañero Góngora conduce a confundir los planteamientos teóricos y prácticos de Lenin y Stalin, de una parte, con los de Bujarin, Zinoviev, Trotsky o Jruschov, por otra parte. Se deja el camino abierto, por tanto, a todo el abanico de revisionismos posibles. En lo que concierne al marxismo de Bujarin, éste nunca destacó por su “ortodoxia” y el máximo mérito que le podemos reconocer es, a lo sumo, su vertiente divulgadora entre las masas. En este sentido puede ayudar a la reflexión y al esclarecimiento las palabras de Lenin:
«Bujarin no es sólo un valiosísimo y notable teórico del partido, sino que, además, se le considera legítimamente el favorito de todo el partido; pero sus concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pues hay en él algo de escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica)» (23)
Gramsci y el marxismo occidental. Respuesta a Manuel Góngora
Eduardo Núñez y Albert Escusa
Introducción
El compañero Manuel Góngora ha iniciado un interesante debate acerca de la contraposición entre los llamados por él “marxismo soviético” y “marxismo occidental”. (1) Góngora realiza una acertada denuncia de las desviaciones que en nombre del marxismo han sido realizadas por los críticos del llamado “marxismo soviético”, y que han conducido, en último término, a la justificación de políticas de renuncia de la transformación socialista y de sostén al sistema capitalista a través de las corrientes que han bebido ideológicamente de este marxismo, el reformismo socialdemócrata y el eurocomunismo. No obstante, consideramos que aspectos de sus análisis son unilaterales y erróneos cuando sitúa a Gramsci, en bloque junto a Lukács, como los padres intelectuales de las corrientes reformistas y socialdemócratas modernas en occidente. No nos detendremos a repasar la postura de Lukács, muy marcada por las oscilaciones filosóficas e ideológicas y por una práctica política muy discutible desde el marxismo. Pero sí creemos imprescindible reivindicar a Gramsci como filósofo marxista, a Gramsci como profundamente revolucionario y mostrar algunos aspectos de la continuidad de su pensamiento con el de Lenin.
Antes de finalizar esta introducción también queremos matizar muy brevemente dos puntos más. Primero, nosotros entendemos que la discusión ideológica puede constituir un ámbito más para la unidad entre comunistas y es desde esta premisa que partimos en la crítica a las posturas del compañero Góngora, el cuál, estamos convencidos, no entiende ni interpreta bien la obra y el pensamiento de Gramsci. Segundo, nosotros consideramos, al igual que Gramsci, que la discusión científica no debe emprenderse en forma de un juicio final que coloque a unos y otros en el redil del revisionismo. Efectivamente, hay revisionismo, faltaba más, pero también hay a día de hoy mucho desconocimiento, incomprensión y, en consecuencia, demasiado etiquetaje fácil entre comunistas.
La ruptura de la unidad filosófica en el marxismo soviético y el nacimiento del «marxismo occidental»
La primera objeción que hacemos reside en cuestiones de metodología, en la contraposición entre “marxismo soviético” y “marxismo occidental”. En primer lugar, porque a partir de 1956, se produjo en la URSS y en muchos otros países socialistas un viraje teórico (y práctico, por supuesto) a todos los niveles. En filosofía hubo una revisión sistemática de las posiciones precedentes, llegando a alcanzar su núcleo fundamental. Así, mientras que para Stalin, en su famosa popularización de la filosofía marxista Materialismo dialéctico y materialismo histórico, el materialismo histórico era la aplicación de las leyes de la materialismo dialéctico al estudio de la sociedad, el nuevo Manual de la Academia de Ciencias de la URSS proclamaba una separación radical de ambos, sosteniendo que el materialismo histórico tenía unas leyes propias que fundamentaban a las ciencias sociales. (2) Para Stalin, la sociedad humana era una parte indisociable y específica de la naturaleza, mientras que los filósofos posteriores rompían esta continuidad humanidad-naturaleza, tan importante en el pensamiento filosófico de Engels. Paralelamente, se desarrolló entre los filósofos soviéticos un marcado interés por el estudio de campos de investigación desarrollados en paralelo por los filósofos antisoviéticos de occidente: la ética, el humanismo, la alienación, etc. (3) Al mismo tiempo, la reacción antiestaliniana en la filosofía oficial soviética transitaba por el camino de la especulación y la vuelta a Hegel:
«Vuelta a Hegel, vuelta a Deborin, vuelta a los interminables cursos y estudios sobre las categorías. Esta ha sido la respuesta de la filosofía soviética al stalinismo en filosofía: una incansable especulación sobre las categorías. (...) Es necesario señalar que en esta especulación la filosofía soviética acaba perdiendo todo contacto con el materialismo dialéctico.» (4)
A todo este cuadro, habría que añadir los diferentes caminos, a veces diametralmente opuestos, que siguieron países que, en su origen, desarrollaron su propio proceso revolucionario bajo el impulso práctico e ideológico de la Unión Soviética: China, Albania, Corea del Norte y Cuba, y sus simpatizantes en Occidente. Por citar algunos ejemplos, en diferentes momentos los partidos comunistas de estos países, tuvieron serias discrepancias en cuanto a consideraciones referentes a la teoría del Estado y del partido, la caracterización de la URSS, el problema de la revolución, el papel del sujeto en la historia, las diferentes posturas filosóficas, etc. Esto comportó, evidentemente, acusaciones cruzadas de “revisionismo”, término que era el más suave de los utilizados. En segundo lugar, bien es verdad que hubo un gran número de intelectuales occidentales que se inscribieron en una corriente marxista que se pretendía opuesta al marxismo soviético ─la llamada “escolástica soviética”─, mejor dicho, fundamentalmente al elaborado en la época de Stalin, conocido como Diamat; muchos de estos filósofos antisoviéticos, para resaltar la ruptura con la filosofía soviética, llegaron al extremo de rechazar catalogarse como marxistas y se inventaron el término “marxiano”. Pero, por otra parte, hubieron muchos otros marxistas dentro de los países occidentales, y dentro de algunos partidos comunistas, que no buscaron una ruptura con la teoría elaborada desde la URSS, sino que buscaron una continuidad tanto política como filosófica e ideológica. Finalmente, ¿cómo catalogar a una personalidad tan relevante como el filósofo marxista Althusser? Iría contra toda evidencia poner al filósofo francés, que llegó a ser considerado por algunos como «neoestalinista», en el mismo saco que los representantes más ortodoxos del “marxismo occidental”. Althusser tuvo una influencia importantísima en su época y fue uno de los críticos occidentales de Gramsci al acusarle, como Góngora, de una «desviación» historicista del marxismo y de idealismo. (5) ¿Cómo etiquetar, por otra parte, al célebre historiador marxista francés Pierre Vilar, defensor incondicional de las tesis de Stalin y polémico con las tesis de Althusser?
A pesar del pluralismo ideológico surgido tras el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), en 1956, tanto en los países socialistas de Europa del Este como en los de la Europa capitalista, la mayoría de los intelectuales progresistas, así como muchos comunistas, asumieron de forma acrítica y como una constante en sus planteamientos dos dogmas que parecían incuestionables: el primero de estos dos dogmas, envuelto con aires de autocrítica, lanzado por sorpresa y contra todo pronóstico por Jruschov, fue la denigración de Stalin, el antiestalinismo visceral. El segundo dogma, asumido de forma mucho más sutil, como hecho consumado unas veces y de forma franca y abierta otras veces, fue un antiengelsianismo basado en la crítica de las obras de Federico Engels Anti-Düring y la Dialéctica de la Naturaleza.
Este cuadro complejo muestra las dificultades de distinguir a priori ambos “marxismos”: sería mucho más realista hablar de “marxismos soviéticos” y “marxismos occidentales”. No obstante, como punto de partida para el debate, aceptaremos transitoriamente reducir el término de marxismo occidental a la corriente de pensamiento que, esgrimiendo a Marx contra Engels, rompió primero con toda la producción teórica surgida en la URSS y, acto seguido, inició un abandono progresivo del pensamiento marxista como guía para la transformación revolucionaria de la sociedad.
La formación política de Gramsci y la lucha por su legado en los 60
Según Bonomi (6) la formación de Antonio Gramsci proviene de tres fuentes principales: primero, el idealismo del filósofo italiano de Croce, más adelante, el contacto con la clase obrera de Turín y finalmente, la experiencia de Lenin y la Revolución de Octubre. La evolución del pensamiento del revolucionario italiano se puede periodizar en tres fases. (7) La primera, caracterizada por una confusión teórica y una mezcla ideológica, va desde los primeros años del siglo XX hasta la revolución socialista soviética. Gramsci es todavía militante del PSI (Partido Socialista Italiano) y está formándose como revolucionario, con unas concepciones eclécticas e idealistas, alejadas del marxismo, poniendo el acento sobre la labor cultural entre las masas y la acumulación amplia y democrática de fuerzas para el tránsito revolucionario al socialismo. La segunda fase, coincide con el desarrollo de la revolución bolchevique y con las ocupaciones espontáneas de fábricas por los obreros del norte de Italia, los llamados consejos de fábrica. Gramsci, desde las páginas del Ordine Nuovo, abandona sus tesis anteriores y se pronuncia por la revolución violenta y la toma del poder del Estado. En el congreso del PSI de 1918, triunfan las tesis de Gramsci que preconizan la toma del poder y la dictadura del proletariado. Gramsci desarrolla ampliamente la concepción leninista de partido de vanguardia para la toma del poder. Pero el PSI no quiso llevar adelante el programa revolucionario y se convirtió en una fuerza conservadora, lo que llevó a Gramsci, junto con otros dirigentes, a la ruptura con los socialistas para fundar el Partido Comunista Italiano (PCI). Finalmente, con la derrota de los consejos de fábrica y la llegada del fascismo, Gramsci es encarcelado. Es la última etapa, la de los Cuadernos de la Cárcel, que constituyen sus escritos más divulgados, desde donde Gramsci se esfuerza por plantear a sus camaradas toda la problemática que surge con la estabilización del capitalismo y el freno de la expansión revolucionaria, la capacidad ideológica del aparato del Estado burgués, la nueva política de la Internacional Comunista, la catastrófica situación por la que atraviesa el PCI con la represión fascista, etc. Los Cuadernos de la Cárcel se elaborarán de manera fragmentada y utilizando un vocabulario que le permita eludir la censura, lo que impidió una elaboración sistemática de sus ideas:
«En las condiciones inhumanas de las cárceles fascistas, Gramsci lleva a cabo una rica –pero fragmentada y dispersa– reflexión sobre Croce y sobre Maquiavelo, sobre il Risorgimento y sobre literatura y vida nacional, sobre Bujarin, el Estado, el Partido, los intelectuales... Una reflexión que, sólo por su aspecto formal, ya ofrece facilidades a la polarización de interpretaciones.» (
Las fuertes dificultades que encontró la elaboración teórica de Gramsci dieron con unos textos difíciles, entrecortados, abriendo líneas de reflexión más que dando conclusiones acabadas, realizando críticas que no encontraban espacio apenas para una concepción propia expresada en forma explícita, etc. Los textos de Gramsci tuvieron (y tienen) una gran carga hermenéutica, están predispuestos a un gran número de interpretaciones si no son estudiados viendo la evolución y el contexto de su autor. Este hecho resulta tan evidente que (valga como botón de muestra), acabado el fascismo de Mussolini, toda la intelectualidad progresista italiana, fuera comunista, socialista o incluso trotskista, luchó denodadamente por apropiarse de la obra y pensamiento del ya fallecido fundador del Partido Comunista Italiano. La corriente marxista occidental no se mantuvo al margen en la pugna por apropiarse a Gramsci. Nosotros pensamos que, a pesar de los esfuerzos pretéritos de los llamados marxistas occidentales por sumar a Gramsci a sus filas y del esfuerzo del compañero Góngora en la actualidad en el mismo sentido, la obra del comunista italiano permanece ajena a dicha corriente y tiene voz propia dentro del marxismo-leninismo.
La filosofía en general y la filosofía de la praxis en particular en Gramsci
Gramsci entiende por filosofía toda concepción del mundo, toda ontología. De aquí se desprende que no hay una única filosofía sino varias filosofías cada una de las cuáles expresan una o varias concepciones del mundo simultáneamente. Desde esta perspectiva, todo individuo es un filósofo en tanto en cuanto participa de una determinada concepción del mundo más o menos coherente, más o menos crítica. La filosofía puede ser asumida de forma espontánea o, al contrario, de forma consciente mediante un proceso de autocrítica y práctica permanentes.
Para Gramsci el tránsito de una filosofía espontánea a una filosofía consciente implica el paso de las representaciones espontáneas de la realidad y su interpretación mediante el sentido común a la construcción de conceptos que permiten pensar la realidad en su esencia. La filosofía consciente, por tanto, es aquella que permite pasar de lo aparente a lo real, de la falsa conciencia a la conciencia real o, en términos de Marx, de lo abstracto a lo concreto. Gramsci entiende la filosofía de la praxis como la expresión de la nueva concepción del mundo correspondiente a una nueva clase social, el proletariado, surgida del devenir histórico. La filosofía de la praxis, como ontología particular, para Gramsci, debe demarcarse claramente del realismo filosófico (positivismo), así como de toda forma de idealismo. La filosofía de la praxis, por tanto, a diferencia del realismo y del idealismo que parten de concepciones que consideran la realidad como acabada, considera que la realidad en si misma es un producto histórico.
La realidad como unidad dialéctica sujeto/objeto
La primera de las Tesis de Feuerbach escrita por Marx en Bruselas, en 1845, marca el inicio de la nueva filosofía de la praxis. Esta primera Tesis dice:
«El defecto fundamental de todo el materialismo anterior ─incluido el de Feuerbach─ es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal. Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad humana como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del cristianismo sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la actuación “revolucionaria”, “práctico-crítica”.» (9)
El término praxis, práctica en su traducción literal, históricamente y en el contexto del marxismo, ha sido fuente de grandes confusiones, su significado se ha reducido por lo general a una acepción pueril, como actividad utilitaria a secas. Esta forma de entender, en el extremo, ha llevado a una identificación errónea entre praxis, práctica, y activismo o pragmatismo. Pero, ¿a qué se refería Marx exactamente con el término práctica? ¿Qué significado daba Gramsci a esta palabra al hablar insistentemente de la filosofía de la praxis? Bajo el marxismo la palabra práctica es sinónimo de trabajo, de actividad humana (teórica y/o manual) dada en un marco histórico concreto y dirigida a un fin, dicho de otra manera, actividad mediada por las circunstancias históricas y concebida a priori, dada en la mente del obrero manual o intelectual con anterioridad, a la obtención final del producto. Gramsci entendía en su profundidad el significado de praxis y, en consecuencia, comprendía que la primera Tesis de Feuerbach expresa que la realidad, hasta donde tiene sentido para nosotros, esto es, hasta donde alcanza el sujeto, no puede entenderse como objeto ajeno a la actividad humana, como objeto sin práctica histórico-concreta. Pero, ¿es esto así incluso para aquél objeto que no ha sido transformado por la acción manual o industrial directa? Para Marx, todo proceso de trabajo, toda práctica, implica el uso de una determinada maquinaria que, activada por la fuerza de trabajo y aplicada a una cierta materia prima (y/o bruta), obtiene un determinado producto. En el caso concreto de la práctica teórica (el pensar), estos elementos simples del proceso de trabajo se traducen en una maquinaria gnoseológica cuya acción transformadora sobre su materia prima (ideas más o menos elementales, nociones aproximadas del objeto, representaciones, teorías poco elaboradas, etc.) vía el trabajo intelectual produce un determinado conocimiento teórico, un producto teórico concreto. Por tanto, incluso el conocimiento teórico del objeto, el objeto para nosotros, en tanto que producto, es inseparable del grado de desarrollo histórico de la maquinaria gnoseológica que lo produce. En definitiva, que todo objeto para el ser humano encierra ineludiblemente una práctica. Con esta Tesis Marx se desmarca, primero, del objeto entendido como mero producto del sujeto (idealismo) y, segundo, del objeto como representación pasiva en nuestra conciencia sin mediación de una práctica del sujeto (realismo o materialismo vulgar).
Tesis III de Feuerbach:
«La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Roberto Owen).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria» (10)
La tercera Tesis de Feuerbach a nuestro juicio complementa la primera en la medida que expresa cómo la propia praxis hace al hombre en su relación dialéctica con la naturaleza y el ser social. El ser humano, en la lucha por su existencia, deviene una realidad en cambio permanente, es producto del entorno y sus circunstancias, de la naturaleza y el ser social, de cómo y qué produce, pero a la vez tiene la capacidad y la necesidad de modificar ese entorno y esas circunstancias, de dominar la naturaleza y el ser social, el modo de producción, y por tanto, se hace a si mismo. En consecuencia, la conquista de la libertad, el saber determinar las necesidades propias, que diría Engels, pasa irremediablemente por una praxis consciente, por un liberar el trabajo, por un hacerse a si mismo conscientemente, por una toma de conciencia del papel de la práctica revolucionaria en el curso histórico. La Tesis III en la medida que pone al ser humano, más concretamente su práctica revolucionaria, como centro de la transformación social es la que conduce de forma directa hacia la famosa Tesis XI:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (11)
Lenin y Gramsci frente al problema del conocimiento
De Engels en adelante, por razones de diversa índole, el marxismo tiene que abordar el problema del conocimiento, de la gnoseología. El problema del conocimiento abarca, además de la relación entre sujeto y objeto ya tratada, la relación existente entre representación y realidad, la determinación de la primacía del momento empírico o del momento teórico, la posibilidad o no de conocer el mundo, el grado de validez de nuestras representaciones y de nuestros conocimientos teóricos, etc. Lenin diría del conocimiento que «es la aproximación eterna, infinita, del pensamiento al objeto.» (12) Por tanto, una cuestión fundamental a reconocer, desde la perspectiva del marxismo, es la relatividad de todo conocimiento, relatividad entendida en el sentido de aproximación que no termina nunca sino que, por el contrario, se nutre con nuevas determinaciones indefinidamente.
Pero, ¿en qué consiste exactamente la teoría del reflejo de Lenin citada por el compañero Góngora? Consideramos importante empezar demarcando la teoría del reflejo expuesta por Lenin con la teoría del reflejo espejo, es decir, con una especie de realismo ingenuo de tipo empirista. En términos de Gramsci, la teoría del reflejo espejo vendría a ser un reducirse al sentido común, un limitarse a la falsa conciencia. Si la teoría del reflejo de Lenin se identificara con esta versión sumamente caricaturesca de conocimiento, el compañero Góngora podría afirmar alegremente que el obrero percibe, tras una jornada laboral, el valor integro de su trabajo. No obstante, sabemos, gracias a Marx, que dicha afirmación se corresponde con una visión fetiche de la realidad y que el obrero percibe en forma de salario el valor de su fuerza de trabajo y que dicha fuerza de trabajo, al final de la jornada laboral, no sólo ha producido su valor sino también un plusvalor, una plusvalía que el capitalista se apropia. Por tanto, necesariamente, la teoría del reflejo en Lenin implica «un ir de la apariencia a la esencia, de la esencia de primer grado, por decirlo así, a la esencia de segundo orden y así hasta el infinito...» (13), cosa que únicamente es posible a través y dentro de los márgenes de una determinada praxis: «el proceso de conocimiento... incluye la práctica humana y la técnica.» (14) Por tanto, es fundamental entender la teoría del reflejo mediada por una práctica.
El problema del conocimiento siempre ha estado estrechamente ligado a la cuestión de la ciencia y es en el contexto de ésta que Gramsci trata el asunto. Gramsci define la ciencia como práctica racional (metódica) adecuada a un fin y, de esta manera, utiliza el mismo significado que Marx otorga al trabajo en El Capital. En este contexto, Gramsci nos está hablando de una determinada práctica teórica, de proceso de trabajo teórico, orientado a seleccionar las sensaciones (materia prima), a rectificar incesantemente el modo de conocimiento (medios de producción, herramientas, maquinarias, instrumentos) y a aplicar dicho instrumental con la finalidad de «distinguir los elementos necesarios de las sensaciones de los que son arbitrarios, individuales, transitorios», esto es con la finalidad de determinar «lo que es común a todos los hombres», «lo objetivo». (15) Ahora bien, esta maquinaria científica, de la cuál hay una parte estrictamente gnoseológica, igual que las máquinas que se ocultan tras las paredes de la fábrica del capitalista, puede ser renovada incesantemente produciendo así un nuevo horizonte de lo objetivo (de lo universal) superior a los límites impuestos por la práctica pretérita. La ciencia, por tanto, no da con leyes acabadas y definitivas, la ciencia también es un producto histórico limitado por la práctica pero incesantemente renovado. De hecho, si no fuera así aún estaríamos pensando la realidad física bajo la cosmovisión de Newton o, yendo un poco más atrás en el tiempo, bajo la de Ptolomeo, el cuál pensaba con mucho sentido común que el sol daba vueltas alrededor de la tierra.
Ahora bien, en este proceso de renovación de la maquinaria científica y gnoseológica, ¿cuál es, en definitiva, para Lenin y Gramsci, el criterio que nos permite saber cuando tenemos conocimiento verdadero? ¿cuál es el criterio que asegura que nuestra maquinaria científica y/o gnoseológica renovada obtiene un nuevo reflejo verdadero superador, en cuanto a su aproximación al objeto, del reflejo pretérito correspondiente a la antigua maquinaria? ¿cuál es el criterio, en definitiva, que nos permite a cada paso afirmar la relación entre el pensar y el ser? Nuevamente llegamos al concepto clave: ¡la propia práctica! La práctica decidirá en última instancia hasta qué punto nuestra actividad, basada en nuestra conceptualización previa, en nuestra proyección producida con una determinada maquinaria científica y gnoseológica, llega a los resultados previamente establecidos. En la medida que haya una coherencia entre proyección (concreción a priori en la mente del obrero) y el resultado final, el producto, avanzamos por la senda del conocimiento históricamente verdadero. Por tanto, el criterio de verdad es una práctica social consciente históricamente determinada, no hay ni puede haber conocimiento posible fuera de la praxis, fuera de la unidad sujeto/objeto. En realidad, tanto Lenin como Gramsci únicamente planteaban la segunda Tesis de Feuerbach escrita por Marx:
«El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico» (16)
Esta tesis es la que expone el criterio de verdad gnoseológico que Lenin denominaba «criterio de praxis».
La crítica de Gramsci a la concepción metafísica de mundo exterior
En este punto consideramos que es muy común un error de comprensión en relación al pensamiento de Gramsci. Dicho error consiste en ver la crítica que Gramsci realiza a la concepción metafísica de realidad objetiva, propia del realismo filosófico, como una crítica a la concepción marxista de la realidad objetiva, concepción esta última que versa, por un lado en un monismo materialista y, por otro lado, en una concepción de la realidad objetiva ligada a la práctica (Tesis II). El compañero Góngora, bien como consecuencia de una lectura superficial de los Cuadernos de la Cárcel, bien por una falta de comprensión, cae en este típico error interpretativo.
Gramsci en el pasaje de los Cuadernos de la Cárcel titulado «La llamada realidad del mundo exterior», a nuestro juicio, realiza tres tareas:
1.La crítica a la maquinaria gnoseológica del sentido común. En este punto de los Cuadernos de la Cárcel, se expone la pobreza teórica de la filosofía espontánea del sentido común, no se cuestiona la existencia del mundo exterior ni de la cosa en sí. La posición de Gramsci ilustra cómo la justificación de la existencia de la realidad objetiva basada en el sentido común lleva implícita una concepción metafísica, dualista y, por tanto, religiosa, de la realidad. En línea con la postura defendida por nosotros y, como conclusión de este primer punto, Gramsci dice:
«El reproche que debe hacerse al Ensayo Popular es haber presentado la concepción subjetivista tal como aparece según la crítica del sentido común y haber escogido la concepción de la realidad objetiva del mundo exterior en su forma más trivial y acrítica...» (17)
2.Acto seguido, aludiendo a Engels, Gramsci define el concepto de realidad objetiva de la filosofía de la praxis en los siguientes términos:
«La formulación de Engels de que «la unidad del mundo consiste en su materialidad, demostrada... por el largo y laborioso desarrollo de la filosofía y de las ciencias naturales» contiene, precisamente, el germen de la concepción justa, porque se recurre a la historia y al hombre para demostrar la realidad objetiva. Objetivo significa siempre «humanamente objetivo», lo cual puede corresponder a «históricamente subjetivo»; es decir, objetivo significaría «universal subjetivo». El hombre conoce objetivamente en la medida en que el conocimiento es real para todo el género humano históricamente unificado en un sistema cultural unitario» (18)
Esta definición de lo objetivo es equivalente a la definición dada en la Tesis III de Feuerbach antes descrita. Con esta definición Gramsci vuelve a establecer una línea de demarcación entre la filosofía de la praxis y el materialismo vulgar que asume una concepción del mundo desde la óptica del “ojo de dios” y que, por tanto, lleva aparejada una visión religiosa y mistificada del mundo. En este punto, cabe no confundir, en Gramsci, lo objetivo, «lo común a todos lo hombres», «lo universal», con el mundo exterior, con la cosa en sí. Gramsci entiende lo objetivo como el conocimiento humano históricamente universal que aproxima dialécticamente a lo trascendente, al mundo exterior, a la cosa en sí. Para Gramsci, por tanto, es un sin sentido incorporar lo no conocido de la cosa en sí, del mundo exterior, a lo objetivo. Esta posición, por tanto, no implica ni la negación de un mundo exterior independiente a nuestra consciencia ni la negación de la posibilidad de su conocimiento. Creemos que una fuente de malos entendidos, sobre todo para aquellos que hemos llegado a Gramsci tras una lectura de los escritos filosóficos de Lenin, es la diferencia entre ambos autores a la hora de dar significado al concepto de «lo objetivo». Resumiendo, creemos que esta problemática de tipo hermenéutico se resuelve al comprender que donde Lenin habla de «lo objetivo» Gramsci se refiere al «mundo exterior» y que donde Lenin establece «la aproximación (...) del pensamiento al objeto» Gramsci trata de «lo objetivo». A nuestro juicio, esta diferencia semántica no implica, tal y como hemos tratado en el apartado anterior, una diferencia en cuanto a la concepción de ambos pensadores en relación al proceso gnoseológico.
Aclarada la cuestión de la objetividad, seguimos con el hilo de la exposición de Gramsci en el apartado indicado de Cuadernos de la Cárcel. Acto seguido, Gramsci ejemplifica, a través de las nociones de «Occidente-Oriente», como en función de la maquinaria utilizada en la práctica teórica se da con uno u otro producto, con una u otra visión de la realidad, y que, a su vez, dicha maquinaria gnoseológica como parte de la superestructura no puede dejar de corresponderse con un determinado momento histórico-concreto. Por tanto, lo objetivo, es decir, lo «humanamente objetivo», también es una realidad histórica e incluso ontológica. Histórica porque no se entendía lo mismo por realidad objetiva en la Grecia clásica que en la formación socioeconómica capitalista de principios del siglo XX, no podía entenderse lo mismo porque la práctica establecía márgenes de conocimiento completamente distintos en uno y otro periodo histórico. Ontológica porque, dentro de un mismo periodo histórico-concreto, no se entiende lo mismo por realidad objetiva desde una concepción del mundo realista y empiro-positivista que bajo la concepción, por ejemplo, de la filosofía de la praxis.
Otro punto que suele embrollar y dar lugar a malos entendidos. Marx expresaba en los Manuscritos económico-filosóficos que el objeto «sólo puede existir para mí en la medida en que mi facultad esencial existe como capacidad subjetiva para sí, pues el sentido de un objeto para mí va hasta donde va mi sentido». Este planteamiento esta en la línea con el siguiente razonamiento de Gramsci:
«Parece que puede existir, al parecer una objetividad extrahistórica y extrahumana. ¿Pero quién juzgará esta objetividad? ¿Quién podrá situarse en esta especie de “punto de vista del cosmos en sí” y qué significará este punto de vista?» (19)
Esto significa nuevamente que el sujeto, el ser humano, no puede ver las cosas desde el punto de vista del “ojo de dios”, el sujeto no puede trascender su realidad histórico-concreta, no tiene otra maquinaria gnoseológica para interpretar la realidad que no sea la producida históricamente por él. En resumen, que tal y como afirma Lenin en sus Cuadernos filosóficos, en los cuáles demarca explícitamente la postura marxista del idealismo y del realismo:
«La conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que lo crea» (20).
3.Como corolario Gramsci, a diferencia del joven Lukács y en la línea de Engels, apunta nuevamente a la unidad sujeto/objeto en el marco de una concepción monista y, por tanto, entiende dicha unidad como parte de una concepción materialista en la que el hombre es parte inherente de la naturaleza, en la que existe una dialéctica hombre-naturaleza como partes de una misma y única sustancia, como parte de un mismo ser, como parte de la materia. La siguiente cita entendemos que expresa la posición de Gramsci al respecto:
«Debe estudiarse la posición del profesor Lukács. Parece que Lukács afirma que sólo se puede hablar de dialéctica en lo que se refiere a la historia de los hombres, no en lo que concierne a la naturaleza. Puede equivocarse o puede tener razón. Si su afirmación presupone un dualismo entre la naturaleza y el hombre, se equivoca porque cae en una concepción de la naturaleza propia de la religión y de la filosofía greco-cristiana e incluso del idealismo, el cuál sólo consigue unificar y poner en relación al hombre con la naturaleza en el plano verbal. Pero si la historia humana debe concebirse también como historia de la naturaleza (...) ¿cómo se puede separar la dialéctica de la naturaleza? Quizá por reacción contra las teorías barrocas del Ensayo Popular (de Bujarin) Lukács ha caído en el error contrario, en una forma de idealismo.» (21)
Gramsci y la dialéctica de lo objetivo
Gramsci ve en la dialéctica una forma de pensar e interpretar la realidad. La dialéctica no es, a priori, una forma de decir como la realidad es en sí. No puede ser de otra manera en función de lo visto en relación a la Tesis II. Coherente con lo explicado anteriormente, la dialéctica en Gramsci es una maquinaria gnoseológica cuyo uso da con un producto, con una visión determinada de la realidad. Ahora bien, este producto teórico, este resultado del proceso de trabajo teórico, tiene que probar su “terrenalidad”. Stalin también entendía la dialéctica como hermenéutica y decía en su genial sistematización ontológica escrita en 1938:
«Llámese 'materialismo dialéctico' porque su modo de abordar los fenómenos de la naturaleza, su método de estudiar estos fenómenos y de concebirlos, es dialéctico y su interpretación de los fenómenos de la naturaleza, su modo de enfocarlos, su teoría, materialista.» (22)
Ahora bien, al compañero Góngora le preocupa si existe una dialéctica objetiva de la naturaleza, si la esencia misma de la cosa en si es dialéctica. La respuesta a su inquietud dependerá de lo que entienda él por realidad objetiva. Por un lado, si entiende ésta en los términos de la filosofía de la praxis, esto es la realidad como producto y lo objetivo como lo común a todos los seres humanos, como lo universalmente conocido, la respuesta será un sí. Y por otro lado, existe, efectivamente, una relación, cognoscible mediante la praxis, entre el ser (lo ontológico) y el pensar (lo hermenéutico) que nos permite afirmar la “terrenalidad” de nuestra filosofía y que, por tanto, efectivamente, la esencia misma de la cosa en si es dialéctica. Ahora bien, si la pregunta parte de la realidad objetiva entendida en un sentido metafísico positivista, en una realidad que pretende abarcar lo que queda fuera del círculo de la práctica histórico-concreta, entonces la inquietud del compañero Góngora, bajo el marxismo, carece de sentido alguno. El problema de la objetividad y de la aproximación del pensamiento al objeto sólo puede plantearse en el marco de la práctica (Tesis II).
En su crítica al Ensayo Popular, obra escrita por Bujarin, Gramsci alerta contra una tendencia marcada a un evolucionismo vulgar, a un marxismo darwinizado y positivista que no entiende la realidad como producto histórico sino como algo dado, acabado y que, por tanto, tampoco acaba de comprender la importancia de la práctica revolucionaria y de la lucha de clases. Este marxismo superficial, en tanto en cuanto concibe la realidad y la historia amarradas a una especie determinismo laplaciano, conduce a la pasividad, a menospreciar el aspecto subjetivo de la revolución, esto es la organización del Partido, lleva, en última instancia, al reformismo. A lo largo de la historia del marxismo se nos muestra de forma clara como la corriente positivista economicista de Plejanov o Kautsky han degenerado en reformismo. El propio leninismo fue una reacción frente a este marxismo pasivo y positivista que acabó impregnando la II Internacional hasta la médula y que, desgraciadamente, volvió a brotar tras el XX Congreso del PCUS, en 1956. Al compañero Góngora parece que le preocupan las críticas de Gramsci a este marxismo de Bujarin porque se opone a un marxismo soviético que no es otro que el de la era Jruschov y posteriores mandatarios soviéticos, nada que ver con el marxismo soviético vivo y creativo de Lenin y Stalin. He aquí porque nosotros considerábamos importante, así lo expresamos en la introducción, hablar de marxismos soviéticos y no de un único marxismo soviético. Este grave error del compañero Góngora conduce a confundir los planteamientos teóricos y prácticos de Lenin y Stalin, de una parte, con los de Bujarin, Zinoviev, Trotsky o Jruschov, por otra parte. Se deja el camino abierto, por tanto, a todo el abanico de revisionismos posibles. En lo que concierne al marxismo de Bujarin, éste nunca destacó por su “ortodoxia” y el máximo mérito que le podemos reconocer es, a lo sumo, su vertiente divulgadora entre las masas. En este sentido puede ayudar a la reflexión y al esclarecimiento las palabras de Lenin:
«Bujarin no es sólo un valiosísimo y notable teórico del partido, sino que, además, se le considera legítimamente el favorito de todo el partido; pero sus concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pues hay en él algo de escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica)» (23)
Última edición por Dimitrov el Mar Ene 03, 2012 11:28 pm, editado 7 veces