"Un acercamiento a Antonio Gramsci" - publicado en octubre de 2007 en la web de Iniciativa Comunista
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El siglo XXI debe ser, para los revolucionarios, el siglo de Antonio Gramsci. Con esto no queremos decir que el futuro de la emancipación humana dependa de adorar al pequeño-gran pensador sardo, repitiendo partes mutiladas de sus obras como si fueran mantras e incluirlo en el panteon del pensamiento revolucionario junto a Marx, Engels y Lenin (y alguno más, pero no es plan de crear polémicas en el primer párrafo), colocando su cara en las banderas. No se trata de esto. De hecho se trata de todo lo contrario.
El pensamiento de Antonio Gramsci se basó fundamentalmente (y es esto lo principal que debemos sacar de él) en volver al lugar del cual el marxismo nunca debió salir: la realidad. No es relevante lo que Marx o Lenin dijeran sobre esto o lo otro, no se trata de tener exegetas de los textos "proféticos" que desentrañen el mensaje cuasi-evangélico de los "padres de la fe", sino de recuperar la tarea esencial que señalaba Marx en la undécima tesis sobre Feuerbach: no se trata de conocer el mundo, se trata de transformarlo. Y para ello hay que huir de verdades apriorísticas, hay que analizar el contexto y la realidad concreta en la que operamos, independientemente de si ésta coincide o no con el modelo teórico en el que se movían los fundadores de la corriente de pensamiento en la que nos reconocemos.
Se trata por tanto de mantener el marxismo vivo, esto es, cambiante, adaptable, en desarrollo. No se trata de dejarlo como estaba y adorarlo en estado momificado. Porque una momia (y hablando del marxismo hay ejemplos concretos muy elocuentes), aunque tenga una apariencia externa más o menos saludable, no deja de ser un muerto con nula capacidad para lo que nos interesa: la transformación radical de la realidad material.
Un breve esbozo biográfico
Gramsci nació en Alés, localidad de la isla de Cerdeña en 1891. Era el cuarto de los siete hijos de Francesco Gramsci y Peppina Marcias. Su infancia fue difícil: su padre fue encarcelado cuando Antonio tenía nueve años, lo que le obligó a abandonar los estudios y pasar a trabajar por una miseria al registro civil de Cerdeña, para ayudar a la supervivencia familiar. A la edad de tres años Antonio había sufrido una caída que le produjo una deformidad en su columna vertebral. Nunca creció más de metro y medio.
Puede volver a estudiar tras la salida de la cárcel de su padre. En 1911 viajará a Turín gracias a una beca y se matriculará en la facultad de letras. Impresionado por la guerra de Libia y el ambiente político de las primeras elecciones por sufragio universal se afilia, en 1913, al Partido Socialista, donde coincidirá con militanes como Palmiro Togliatti, Tasca o Terracini. Se dedica a la actividad periodística en Grido do Popolo o Avanti, donde realiza la crítica teatral. En esta época está muy influido por el pensamiento neo-hegeliano y culturalista de Benedetto Croce.
La Revolución Rusa causa una profunda impresión en el joven Gramsci. En dos artículos, Notas sobre la Revolución Rusa (Grido do Popolo, 29 abril de 1917) y La Revolución contra "El Capital" (Avanti, 24 de diciembre de 1917), Gramsci expone su visión sobre los acontecimientos que están protagonizando los bolcheviques y que deja vislumbrar ya que su posición está muy alejada de la postura de la II Internacional y el Patido Socialista, al que todavía pertenece. Los acontecimientos se precipitan y, aunque, tras una serie de detenciones, Gramsci se queda como único redactor de Grido do Popolo, decide abandonar esta publicación y fundar, en mayo de 1919, junto con sus camaradas Togliatti, Tasca y Terracini, la revista L’Ordine Nuovo, cuya línea editorial ya es completamente independiente de las posturas de la dirección del partido socialista. El propio Lenin manifiesta que concuerda con las posturas de L’Ordine Nuovo y lo recomienda como referencia a los revolucionarios italianos.
En Enero de 1921 se funda el Partido Comunista de Italia (PCI), culminandose la escisión con los socialistas. Gramsci es miembro junto con Terracini del Comité Central desde el principio. La dirección del partido la ejerce Amadeo Bordiga, con el que Gramsci tiene profundas divergencias. La detención en 1923 de éste coloca a Antonio Gramsci como máximo dirigente del comunismo italiano. Un año antes, en un Congreso de la III Internacional (en la que Gramsci siempre ocupó destacados puestos) conoce a Julia Schuch, con la que se casa y tendrá dos hijos, Delio y Juliano.
En 1924 es elegido diputado. En 1926 sería elegido Secretario General del PCI, dando un giro a la línea de Bordiga y dedicándose a estructurar y preparar la oposición al fascismo de Mussolinni. En octubre de ese año, tomando como excusa un atentado contra el Duce, el gobierno fascista italiano disuelve los partidos de la oposición y elimina los últimos restos de democracia que pudieran quedar. El 8 de noviembre es apresado en su casa. Fue condenado a veinte años por delitos como "incitación al odio de clase". El fiscal Michele Isgró, en conclusión de su requisitoria, declara que «por veinte años debemos impedir a este cerebro funcionar»
Ya en la cárcel sufre una extraña enfermedad, el morbo de Pott, que le traerá grandes sufrimientos. Padecerá además tisis y arterioesclerosis. Aun así, durante su confinamiento redactó su obra magna, los Cuadernos de la Carcel, que constituyen una de las mayores aportaciones jamás hechas (pese a su lenguaje en momentos demasiado oscuro para conseguir evitar la censura carcelaria) al pensamiento revolucionario europeo y mundial. Gramsci morirá el 27 de abril de 1937 en una clínica de Roma. Su cerebro nunca dejó de funcionar.
Los debates en el marxismo antes de Gramsci
La irrupción de Marx supuso un cataclismo para el pensamiento político del siglo XIX. El poner de manifiesto el hecho de que, en palabras de Engels en su panegírico ante la tumba de su amigo, "el hombre necesita en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, arte, ciencia, religión, etc.", cosa que parece obvia a primera vista, hizo tambalearse las bases del culto a la Razón y a la Idea que venían del XVIII ilustrado y que tuvieron su apoteosis con Hegel. La obra de Marx era demasiado innovadora y monumental para ser aprehendida por sus contemporáneos y, aún, para la generación siguiente. Sin embargo el mundo nunca fue el mismo después de que el filósofo de Tréveris pusiera de manifiesto que la historia de la humanidad no es otra cosa que la lucha de los grupos sociales por la apropiación del excedente productivo, secreto que está detrás de las relaciones de poder, de la cultura y, en resumen, del conjunto de la organización social y de su desarrollo.
No es lugar aquí de hacer un resumen, siquiera superficial, de lo que Karl Marx y Friedrich Engels aportaron a la humanidad. Sin embargo (y esto es necesario decirlo) poco o nada se podrá comprender a Gramsci (pese a lo que algunos de sus presuntos intérpretes burgueses han pretendido) sin situarse en el marco de su tradición política y filosófica que constituye el marxismo. Baste aquí poner en antecedentes al lector de cuáles eran los posicionamientos de los pensadores marxistas en los debates básicos en los que Antonio Gramsci participará.
La II Internacional obrera se constituye en París en 1889, esto es, seis años después de la muerte de Marx. Aunque su inspiración y razón de ser es la reividicación del pensamiento de Marx (sobre todo a partir de 1891, cuando el principal partido de los que la conformaban, el SPD alemán, asume el Programa de Érfurt, de clara inspiración marxista y apadrinado por Engels), cosa que alejó a los partidos socialdemócratas de sus antiguos aliados bakuninistas de la I Internacional, este marxismo era más una declaración de intenciones que un apoyo en unas premisas políticas determinadas, pues la obra de Marx era poco conocida por los dirigentes socialistas y alguna obras fundamentales para la comprensión del marxismo (los tomos segundo y tercero de El Capital o los Grundisse, aparte de un gran volumen de notas o correspondencia privada) permanecían inéditas en ese momento.
Este marxismo laxo provocará que empiecen a surgir "marxismos" a la medida de cada quién como setas. En 1899 Eduard Bernstein (albacea testamentario de Engels) publica Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, que será el pistoletazo de salida de una corriente política calificada por sus adversarios como revisionismo. Para Bernstein el capitalismo de finales del XIX había evolucionado hasta llegar a una situación donde las crisis económicas eran cada vez más suaves, con lo que la perspectiva de Marx sobre una crisis general que hiciera sucumbir al sistema ya no era válida. Además la organización de los trabajadores había conseguido arrancar a la burguesía una mejora sustancial de sus condiciones de vida, con lo que Bernstein abogaba por continuar la línea reformista y de mejora de las condiciones vitales de los trabajadores en el capitalismo, dejando de lado la perspectiva revolucionaria de construcción de un nuevo sistema social, que además ya no se veía muy posible frente al nuevo capitalismo. Las posturas de Bernstein fueron minoritarias al principio, pero consiguieron influir en el laborismo inglés por la vía de la Sociedad Fabiana y acabarían siendo asumidas como líneas programáticas de la Internacional Socialista en 1945.
Frente a esto la mayoría del SPD y la II Internacional, agrupadas en torno al dirigente alemán Karl Kautsky, le responden con lo que se acabaría llamando "marxismo ortodoxo": no sólo el socialismo era posible, sino que la historia desembocaba irremediablemente en él. El cómo se llegó a esta conclusión tiene que ser explicado detenidamente, porque es el debate básico del que derivan la práctica totalidad de las controversias que se han dado en los movimientos socialistas y comunistas en el último siglo.
En 1859 Marx escribe su Contribución a la crítica de la Economía Política. En el famosísimo prólogo de esta obra Marx presenta su metáfora de base y supraestructura. La base de una sociedad serían el conjunto de las relaciones económicas, el modo de producción, donde los sujetos tendrían una situación u otra (o son propietarios de los medios de producción o son trabajadores, por ejemplo), lo cual les coloca en una clases social u otra y hace que estén interesados en mantener el modo de producción social o sustituirlo por otro (los proletarios querrían constrir el socialismo, donde su situación mejora). La supraestructura estaría compuesta por el estado, la cultura, el derecho, la religión, etc, es decir, todas las relaciones sociales no económicas. La supraestructura justificaría y mantendría la base y surgiría de ella, pero lo relevante serían las relaciones económicas entre las clases sociales. Todo lo demás sería secundario.
Esta fue la interpretación que le dió el "marxismo ortodoxo" al Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política. Como veremos Gramsci tendrá mucho que oponer a esta postura, que adolece de economicismo. Se desprecian las relaciones sociales que escapen del ámbito directamente económico (lo cual es una crítica que algunos de sus opositores más furibundos le han hecho al marxismo). Obviamente (aunque para algunos no sea tan obvio) Marx nunca pretendió decir eso. El auténtico problema es intentar inferir toda una teoría social de un simple prólogo a una obra, que además no tiene pretensión de resumen, sino de plantamiento a priori en el que habrá que encajar todo lo demás, que es mucho.
Esta visión economicista se vio confirmada para Kautsky por La subversión de la ciencia por el señor Eugene Dühring (conocido como Anti-Dühring), publicado por Engels en 1878. Aquí, de nuevo se vuelve a hacer incapié en que las relaciones económicas, como motor de las relaciones sociales, dejando en un segundo término (aunque nunca negando su influencia en lo real, si se lee bien la obra) el poder político y la violencia, elementos que para Dühring (quizás el último representante del socialismo utópico) son los determinantes esenciales y, en última instancia, los que acabarán definiendo las relaciones económicas. No hay que olvidar que Engels escribe esta obra en respuesta a las reflexiones de Dühring, que empezaban a tener una basta influencia en el SPD y a alejarlo de la clase obrera y su condiciones reales de vida. Quizás esto hizo que Engels volcara demasiado la balanza hacia la economía, aunque, bien es cierto, Engels siempre tiene una postura con un matiz más economicista (y por lo demás más determinista, como se verá en la Dialéctica de la Naturaleza) que Marx.
Siguiendo estas premisas economicistas (hay que señalar que Bernstein tampoco se movió un ápice del economicismo, no olvidemos que su disertación parte de la suavización de las crisis económicas) Kautsky se fija en la estructura económica del capitalismo. La expansión de las relaciones capitalistas y la dinámica de concentración del capital (los medios de producción cada vez se sitúan en menos manos, proletarizándose a capas de la población cada vez mayores) hacen que el proletariado sea cada vez más numeroso y esté situado en instalaciones fabriles más grandes, lo que facilita su organización. El capitalismo llevará por sí al socialismo, generando, en palabras de Marx en El Manifiesto Comunista, a su sepulturero: la clase obrera. Kautsky plantea esperar, organizar a los proletarios hasta el momento que, una vez conseguida la reivindicación de sufragio universal, se llegue al poder por la vía electoral y se proceda a la expropiación de los capitalistas. Si sólo nos fijamos en la economía, todo estaba hecho. El revolucionario (que ya no tenía una idea nítida de lo que es una revolución) sólo tenía que esperar a que la historia pusiera a cada uno en su lugar.
Esta postura, pese a ser, como decimos, mayoritaria en la Internacional, encontró resistencias desde lo que se empezó a llamar el "marxismo revolucionario", es decir, aquellos sectores del pensamiento socialista que rechazaban tanto la presunta inmortalidad del capitalismo como la posiblidad de derribarlo sin un estallido revolucionario. En estas posiciones encontramos (con matices e incluso confrontaciones entre ellos) al holandés Antón Pannekoek (el padre del marxismo consejista), la germano-polaca Rosa Luxemburgo (importantísima y muy esclarecedora su teoría de Socialismo o Barbarie, que postulaba que el capitalismo no podía subsistir como único sistema mundial y que, caso de no realizarse la revolución proletaria, tendría un final objetivo que desembocaría en una era de babarie) y, por todos (por su importancia histórica y más en nuestro objetivo por su interconexión con el pensamiento de Gramsci), al ruso Vladimir Ilich Ulianov, Lenin.
El que sería máximo dirigente de la primera revolución socialista triunfante de la historia tiene, al principio de su trayectoria, unas posiciones políticas muy cercanas a lo planteado por Kautsky, debido sobre todo a la influencia del pensador ruso Plejanov, uno de los pioneros en la introducción del marxismo en el imperio de los zares. Sin embargo, después de empezar a analizar la realidad concreta de su país empiezan a planteársele dudas con respecto al esquema cerrado y simplista de Kautsky. Detengámonos un poco en la nueva visión que plantea Lenin sobre la naturaleza del capitalismo desarrollado (que podemos encontrar en El desarrollo del capitalismo en Rusia de 1899 y, de forma mucho más perfeccionada en El imperialismo, fase superior del capitalismo de 1916).
Lenin partió de las posturas económicas de Rudolf Hilferding, dirigente reviosionista alemán, seguidor en lo político de Bernstein. El capitalismo mercantil (que es al que Marx se enfrenta en sus análisis) habría evolucionado (por las ya mencionadas dinámicas de concentración y centralización del capital) hacia un capitalismo monopolista, de grandes empresas con un poder de mercado enorme. Simultáneamente los beneficios empresariales se habrían reducido debido a la caida tendencial de la tasa de ganancia (para Lenin, la ley fundamental de la Economía Política), descrita por Marx. Esta ley afirma que según aumenta la inversión en capital productivo cada unidad adicional invertida da un menor rentabilidad. La causa de esto es que, en los ciclos de reproducción del capital el capital constante (lo invertido en maquinaria, materias primas, etc) crece en mayor medida que el capital variable (lo que se dedica a contratar obreros), siendo este último el único capital del que se saca la ganacia a través de la extracción de plusvalía a la mano de obra (para los objetivos aquí buscados bastará con esta exposición, aunque sería buena una comprensión de las dinámicas de reproducción del capital para entender estos debates en profundidad).
Esto último hacía que el capital tuviera que buscar otros lugares para invertir, donde el capitalismo estuviera menos desarrollado y, al haber mucho menos capital invertido, la ganancia obtenida como retorno fuera mayor. Esta sería la explicación económica del imperialismo depredador existente en la segunda mitad (y sobre todo en los últimos años) del XIX y que acabaría en la I Guerra Mundial. Hilferding opinaba que la importancia del capital financiero frente a los capitales industrial y mercantil suponía dotar al capitalismo de un nivel de organización superior, eliminado la anarquía productiva que lo caracteriza y superando su tendencia natural a la crisis (conectado así con lo defendido por Bernstein). Lenin no estaba de acuerdo.
Para Lenin las consecuencias de este nuevo capitalismo imperialista (capitalismo parasitario o capitalismo agonizante en palabras del ruso) para la praxis revolucionaria eran esenciales. En primer lugar, el hecho de que la busqueda de beneficios se hubiera redireccionado hacia las colonias había provocado (junto con el mayor nivel de organización y lucha de los trabajadores) que en los países del centro las condiciones de vida de la clase trabajadora (o mejor de una capa privilegiada dentro de ella) sufrieran una cierta mejora, constituyéndose una suerte de "aristocracia obrera" cuyo impulso revolucionario estaría prácticamente diluido y constituirían la base social natural del reformismo (es esta misma aristocracia obrera la que copaba las direcciones de los principales partidos social-demócratas occidentales y las grandes centrales sindicales). Esto es una primera ruptura con el determinismo economicista de Kautsky ¿obreros que no están interesados en el socialismo? Imposible.
En segundo lugar e interconectado con esto, Lenin ve más factible la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias y la subsiguiente construcción del socialismo en un país que no hubiera alcanzado un alto nivel de desarrollo capitalista (como era el caso de Rusia, que es lo que él analiza) que en un estado del centro capitalista (Alemania o Inglaterra), pretendía que la cadena imperialista se rompería primero por un "eslabón débil". Esto le parecía un anatema a la ortodoxia kautskiana. En un país como Rusia, con un proletariado poco numeroso y mal organizado ¿cómo se iba a construir el socialismo o plantearse meramente la toma del poder en ausencia del proletariado, la clase cuya misión histórica es justamente esa? Lenin contestaba que había que buscar una alianza entre el proletariado industrial de las grandes ciudades y los campesinos. Esta alianza constituiría una mayoría social capaz de derribar los pilares del Imperio zarista, tarea que además, la débil burguesía rusa no estaba en condiciones de acometer. Esto, desde la perspectiva de Kautsky era imposible. El campesinado era un clase arcaica, propia del feudalismo, interesada en la propiedad de la tierra y no en la construcción de una sociedad sin clases ni estado. En Rusia no se podía construir el socialismo (poco importa que el propio Marx tuviera al final de su vida alguna manifestación sobre lo el país de los zares indicando que se daban unas condiciones que podían ser propicias para un proyecto emancipador).
Los propios socialistas rusos tampoco las tenían todas consigo con respecto a lo que planteaba Lenin. El POSDR (Partido Obrero Social Demócrata Ruso) se dividió en su congreso de 1903 celebrado en Bruselas y Londres entre los que apoyaban a Lenin, los bolcheviques (que significa hombres de la mayoría) y los mencheviques (hombres de la minoría). Estos últimos, instalados en la ortodoxia de la II Internacional, planteaban que los socialistas debían, en un país atrasado como el imperio de los zares, apoyar la revolución burguesa y dejar que ésta, con el tiempo, desarrollara el capitalismo, lo cual llevaría, lenta y tranquilamente, al crecimiento numérico y organizativo del proletariado, que es la garantía de la llegada al poder (por la vía electoral, si seguimos a Kautsky) de las fuerzas revolucionarias. Lenin apostaba, como ya hemos visto, por ganarse a los campesinos y establecer la dictadura democrática de proletariado como alternativa al sistema zarista en Rusia (las discordias entre bolcheviques y mencheviques tocaron otros puntos, como la estructura partidaria o el derecho de autodeterminación de los pueblos, pero baste aquí reseñar el tema esencial).
Hubo, en este proceso un tercer grupo, muy minoritario en ese momento, pero que es imperativo destacar por su influencia posterior. Se trata de Lev Davidovich Bronstein, Trotsky, y sus seguidores. Trotsky compartía con los bolcheviques su recelo ante la vía reformistas, electoralista y de dejar actuar a la burguesía de los mencheviques y defendía con Lenin la revolución. Trotsky, por otro lado, coincidía con lo mencheviques en la necesidad de un proletariado fuerte y estructurado (que no existía en Rusia) para plantearse siquiera la construcción del socialismo. Sin embargo no abogaba por esperar a que la burguesía llevara a cabo su presunta "tarea histórica". Adoptó y perfeccionó la teoría del socialista bielorruso aficando en Alemania, Alexander Parvus (pseudónimo de Alexander Israel Lazarevich Gelfant): la revolución permanente. Según esto, el proletariado de un estado con capitalismo no desarrollado (como Rusia) podía, apoyándose en el campesinado en un principio, dar el impulso inicial al proceso revolucionario, pero para que éste se mantuviera en el tiempo era necesaria la internacionalización inmediata de la revolución y la entrada en escena de los proletarios de los países del centro, verdadera clase revolucionaria y socialista. En última instancia tenía el mismo esquema que Kautsky, sólo que miraba el parámetro de maduración necesaria del capitalismo (con el consiguiente desarrollo de la clase proletaria) a nivel internacional y no estatal.
Estas discusiones estuvieron, como es sabido, lejos de quedarse en disputas bizantinas entre pensadores diletantes. Las tres revoluciones rusas (1905 y febrero y octubre, por el calendario oriental, de 1917) acabaron dando la razón (al menos a priori y esto debería ser reconocido hasta por los mayores detractores del líder ruso) a Lenin. A finales de 1917, los sóviets, consejos de obreros y campesinos, acababan sustituyendo a las instituciones burguesas de febrero como órganos máximos de poder en el imperio zarista. El congreso de los soviets, mayoritariamente bolchevique, acuerda la disolución del gobierno liberal de Kerensky, culminada con la toma del Palacio de Invierno de Petrograd, sede del gobierno. El nuevo órgano ejecutivo es el Consejo de Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin. La alianza entre obreros y campesinos es el pilar fundamental del nuevo estado soviético, plasmado incluso en el nuevo escudo del país, la hoz (campesina) y el martillo (proletario).
Sin embargo entre los nuevos revolucionarios los debates vividos en el seno de la II Internacional aún seguían vivos y tenían una importancia muy grande, sobre todo ante la tarea de la construcción del socialismo en un estado de tamaño continental. Los bolcheviques habían llegado al poder con la consigna de "Pan y paz", lo que les permitió obtener el apoyo de las masas campesinas, hastiadas de enviar a sus jóvenes al calamitoso frente de guerra en un conflicto que no entendían. Tras la revolución los nuevos dirigentes rusos se ven en la tesitura de pactar con Alemania las condiciones del armisticio. Algunos, como Bujarin, se niegan. El dirigente soviético aboga por seguir el conflicto y lanzar un ataque contra Alemania, que sería apoyado por el proletariado alemán. Esto era coherente con la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky (que se había incorporado al partido bolchevique junto con su grupo en 1917): internacionalizar el conflicto y apoyarse en el proletariado de los países desarrollados para poder construir el socialismo. Lenin se opone a Trotsky y Bujarin en esto: lo primero es garantizar la alianza con los campesinos en Rusia y acabar por ello con la guerra, como se había prometido. El 22 de marzo Trotsky, como comisario de relaciones internacionales, firmará, a regañadientes, el tratado de Brest-Litovsk con Alemania.
No fue este el último debate. En 1921, una vez acabada la guerra civil que enfrentó a las fuerzas revolucionarias contra el ejército blanco que pretendía el retorno al sistema zarista bajo el mando del general Denikin, se pasó del modelo de "comunismo de guerra" (que pretendía asegurar la victoria del ejercito rojo) a la Nueva Política Económica (conocida como NEP). Este modelo consistía básicamente en mantener ciertos ámbitos de relaciones capitalistas (con pequeñas empresas que competirían contra las estatales) dejando la industria pesada en manos estatales y fomentando el cooperativismo (los koljoses) en el ámbito agrícola, donde también subsistiría una pequeña propiedad privada minifundista. Esta política obviamente no era idéntica al modelo socialista que habían concebido los revolucionarios. Alrededor de ella también hubo una polémica entre los bolcheviques. Bujarin propugnaba pasar un largo periodo de NEP, desarrollando las fuerzas productivas y generando un proletariado digno de tal nombre, sujeto de construcción del socialismo. Trotsky (apoyado por Zinoviev, Kamenev o Preobayensky, en la llamada oposición de izquierdas) se oponía a la NEP (pese a que en 1920 haía defendido una fórmula similar), llamando a la colectivización de tierras, la industrialización rápida y la búsqueda del apoyo en el proletariado de las naciones desarrolladas para el inminente conflicto socialismo-capitalismo. De nuevo el centro del debate es el desarrollo de las fuerzas productivas. De nuevo la existencia o inexistencia de un proletariado desarrollado. De nuevo (a cierto nivel) economicismo.
Lenin murió en 1924. Después de esto el socialismo en la recién nacida URSS se ve huérfano. Lenin fue toda su vida un táctico, planteaba tareas a corto plazo, apropiadas para superar los escollos que iban surgiendo en la toma de poder o la construcción del socialismo. Le faltó, quizás, una sistematización general de su pensamiento. Quizás esa sería la tarea a abordar. Desentrañar cómo Lenin llegó a las conclusiones que llegó. Y no por escolástica o adoración al líder ruso, sino porque tuvo éxito.
La supraestructura en Gramsci
Después de ubicarnos en lo que se estaba debatiendo en el ámbito del marxismo antes de Gramsci (debates que, como hemos visto, eran de una importancia crucial por su conexión directa con la experiencia revolucionaria rusa), vamos a ver qué tiene que decir Gramsci a todo esto y si sus posiciones sirven para arrojar algo de luz sobre la experiencia socialista.
El estado había sido visto en la tradición marxista (por influencia de Engels, básicamente) como violencia de clase organizada. Es decir, la clase dominante de la sociedad que, gracias a su posición privilegiada en el sistema productivo, se apropiaba de la inmensa mayoría de la riqueza social, del excedente productivo, montaría una maquinaria formal de normas que le permitiera realizar esto de forma estructurada y unas fuerzas represivas (ejército, policía, sistema judicial, etc) que garantizarían el cumplimiento de dichas normas. En resumidas cuentas, el estado sería la alineación política de la sociedad, una parte del todo social se separa del conjunto y ejerce la violencia contra el resto para garantizar su dominación.
Esto, para Gramsci, era también evidente (pese a lo que nos han querido hacer pensar algunos presuntos intérpretes del pensador sardo como el jurista Noberto Bobbio), la violencia cumple un papel destacado en el capitalismo (no sólo en su origen, en la acumulación originaria del capital, como han llegado a aceptar algunos, sino durante todo el desarrollo del sistema, circunstancia que, por lo demás, sería común a cualquier otro sistema clasista). Lo que ocurre es que Gramsci incluye en el análisis y formaliza en lo conceptual otro mecanismo de mantenimiento sistémico adicional a la coacción derivada de la violencia estatal: el consenso.
Todo sistema (incluidos aquí, por supuesto, los sistemas de organización social) tiene, en palabras del pensador holandés Baruch de Spinoza, la tendencia a permanecer tal cual está. Para ello desarrolla mecanismos que le permeabilicen de la destrucción y el cambio. Esta es la función que en los animales tiene el instinto de conservación. La demostración de la existencia de estos mecanismos (pese a ser una demostración simplista y funcional, creemos que en este caso es muy intuitiva) es que el sistema permanece existiendo, en su ausencia no habría ya tal sistema (y esto no por ser una tautología es menos cierto).
Así, junto a los aparatos represivos estatales, administradores de coacción, estarían los llamados (en una categorización utilizada por Louis Althusser, que, por otra parte, nos parece errado en muchas de sus conclusiones) aparatos ideológicos, buscadores de consensos. Estos aparatos estatales, los medios de comunicación de masas, la religión o el sistema educativo (y son estatales en cuanto a su función, independientemente de si su titularidad es pública o privada) buscarían inocular en los grupos sociales potencialmente disidentes (es decir, aquellos que no son los beneficiarios directos de una determinada organización social) la idea de que el sistema social dado es el más acorde con sus intereses, el más justo, el mejor posible. Cuando no funcionaran con suficiente fuerza (por un contexto de crisis o por una especial resistencia de los grupos disidentes) sería el turno de los aparatos represivos.
Gramsci distingue, dentro de la supraestructura (que, como ya vamos viendo, es, para él, algo mucho más complejo que un mero apéndice del aparato productivo, como decían los economicistas) dos nieveles: por un lado estaría la sociedad política, el estado en sentido estricto (parlamento, ejecutivo, etc) donde operarían los aparatos de gestión estatal, los que definen las normas jurídicas de convivencia social y por otro la llamada sociedad civil, compuesta por todas las relaciones sociales no económicas que no están, a priori, dentro del campo de lo político. Este es ámbito natural de actuación de los aparatos ideológicos, que trabajan incansablemente en la construcción de un consenso social compatible con el sistema político-económico establecido, fabricando un código moral determinado (una lista de qué es lo bueno y qué es lo malo), explicando la historia a su manera, haciendo, incluso, una producción científica orientada a los intereses y la visión del mundo del grupo social dominante. Así vemos como la religión que invitaba a la mansedumbre, a aguantar estoicamente las penalidades de la vida diaria en espera de una recompensa en el mundo futuro post-mortem, cumplió un papel esencial (y aún sigue teniendo una importante influencia) en procurar que los oprimidos no se rebelaran contra las injusticias del sistema social. Y como este ejemplo podemos encontrar cientos.
Pero ciudado, estos aparatos estatales, no son una mera correa de transmisión de la clase predominante. Pueden desarrollar, durante su desenvoolvimiento en la sociedad civil, unos intereses propios, que en determinados momentos pueden colocarles en una posición distinta a la defendida por el propio estado-gestor y la clase hegemónica. Así vemos como en momentos determinados las iglesias han plantado cara a los aparatos políticos que tienen que legitimar o los ejércitos han intentado controlarlos. La autonomía relativa de los aparatos estatales (tanto de los ideológicos como de los represivos) ya es vislumbrada por Marx en obras como El 18 Brumario de Luis Bonaparte de 1852 e incluso La Guerra Civil en Francia de 1850, obras en las que el pensador de Tréveris maneja muchos de los conceptos que Gramsci formalizará y desarrollará.
Esto último también supone una ruptura con visiones simplistas de la sociedad que tenían pretendidos marxistas antes de Gramsci (y repetimos que esta lucha contra el simplismo es lo que va a caracterizar la vida y la obra intelectual del sardo). El que la acción de los aparatos estatales no tenga que ser necesariamente una respuesta mecánica a los intereses inmediatos de la clase dominante, sino una actuación general para garantizar la continudad de su dominio (lo que no es sinónimo de lo anterior) complejiza de nuevo el escenario supraestructural y tiene una influencia esencial en el planteamiento de una actividad revolucionaria, como luego veremos.
Determinismo y clases sociales
Esta generación de consensos sociales tiene otra forma de ser vista. Lo que pretenden los aparatos ideológicos de dominación es que los grupos sociales potencialmente disidentes actúen en contra de sus intereses (lo aparatos represivos, por su parte, buscarán la mera inacción). Esto, en lo político, tiene consecuencias inmediatas.
El esquema del marxismo ortodoxo de Kautsky, observando la base económica decía lo siguiente: el proletariado está interesado objetivamente en el socialismo. Esto es verdad, la clase proletaria, excluida de los medios de producción y por tanto del excedente productivo mejoraría su situación en un sistema económico-político donde los medios de producción fueran de titularidad social y el excedente se repartiera equitativamente. Por tanto, decía Kautsky, esperemos a que el proletariado sea mayoría social, es decir, que el propio capitalismo haga que la inmensa mayoría de la población sean obreros industriales, y ya estará todo hecho.
La experiencia histórica dice lo contrario. En un gran número de estados (sobra la enumeración) donde el proletariado era muy mayoritario el capitalismo siguió tan campante, no se vislumbró ni de lejos un panorama de transformación socialista. La explicación a esto puede ser la que le dio Hilferding (y luego recogió Lenin): el imperialismo ha aumentado el nivel de explotación de las colonias y reducido el de las metrópolis (precisamente donde el capitalismo está más desarrollado y hay más proletarios) generando, en ellas, una capa de obreros con unas condiciones de vida privilegiadas: una aristocracia obrera. Pero, aún así, esta aristocracia obrera, pese a estar mejor, seguiría estado objetivamente interesada en el socialismo. Tiene que haber otra explicación complementaria a la meramente económica.
Y, por supesto, esa explicación es que la aristocracia obrera había sido ganada para el consenso socialmente hegemónico. Los aparatos de dominación habían funcionado bien: en el ámbito académico (incluso en el ámbito académico pretendidamente socialista) surgían pensadores como Bernstein que negaban la viabilidad del socialismo. Se agitaban presuntos enemigos exteriores (en el caso de Alemania la Rusia zarista) que invitaban a identificarse a los obreros con un estado que no es el suyo. Se propagan las ventajas del capitalismo como generador de empleo en tiempos de bonanza (lo cual es el interés de los obreros: trabajar) y con ello se diluyen las voluntades revolucionarias, los sindicatos se niegan a la huelga general que pondría en peligro su posición, es decir, apuestan por la continuidad del sistema (es recomendable sobre este punto el ensayo de Rosa Luxemburgo Huelga de masas, partido y sindicatos de 1906) . Con esto no se quiere decir que las condiciones económicas no sean relevantes, el sector de los grupos potencialmente disidentes que es ganable para el consenso hegemónico es, obviamente, aquel que es menos perjudicado objetivamente por el sistema. Lo que ocurre es que las condiciones económicas no actúan como determinante absoluto. Y además, pese a algunos, Marx nunca dijo semejante cosa.
Esto tiene consecuencias enormes: las clases sociales no tiene por qué actuar de acuerdo a sus intereses objetivos. Y no lo hacen no porque no puedan, porque sean más débiles de lo debido, sino porque no quieren. Esto hay muchos revolucionarios que no lo han comprendido: por ejemplo la Unión Comunista (liderada por el dirigente de la IV internacional Barta y antecedente histórico del partido francés Lucha Obrera) llamaba, durante la ocupación nazi de Francia, a confraternizar con los soldados nazis, que provenían de la clase obrera, mientras criticaba al PCF por participar en la resistencia partisana, que era obviamente interclasista, que incluía a sectores burgueses enfrentados al nazismo. No veían que esos soldados nazis habían sido ganados para el consenso hegemónico del fascismo alrededor del fetiche de la patria y la raza aria.
Así nos encontramos con ejemplos históricos de grupos obreros, compuestos por proletarios que no sólo no trabajan por el socialismo, sino que luchan franca y abiertamente contra él. El ejemplo paradigmático es el sindicato polaco Solidaridad (caso que sería a analizar por operar en un estado socialista, pero que escapa a lo pretendido aquí). Para el llamado "marxismo ortodoxo" esto es imposible y, además, un anatema.
Según Gramsci la clase dominante (es decir, aquella que impone al conjunto social su modelo político-económico) es, gracias a los aparatos de dominación ideológica, además clase dirigente. Agrupa en su entorno a diversos grupos sociales (clases enteras o capas de otras clases) alrededor de un consenso hegemónico. La hegemonía es el concepto central de Gramsci (también de Lenin, aunque no la categorizara). Una clase, en el sistema capitalista la burguesía, consigue anular la disidencia, no impidiendo la actuación de los grupos disidentes, sino eliminando a estos grupos al conseguir negar los posicionamientos ideológicos que les aglutinan (podría ser interesante observar la distinción que hace Gramsci entre ideas, como representaciones mentales de la realidad de los sujetos, e ideologías, que son representaciones idealísticas colectivas de un grupo social y que sólo existen en tanto en cuanto son grupales).
El pensamiento de Antonio Gramsci se basó fundamentalmente (y es esto lo principal que debemos sacar de él) en volver al lugar del cual el marxismo nunca debió salir: la realidad. No es relevante lo que Marx o Lenin dijeran sobre esto o lo otro, no se trata de tener exegetas de los textos "proféticos" que desentrañen el mensaje cuasi-evangélico de los "padres de la fe", sino de recuperar la tarea esencial que señalaba Marx en la undécima tesis sobre Feuerbach: no se trata de conocer el mundo, se trata de transformarlo. Y para ello hay que huir de verdades apriorísticas, hay que analizar el contexto y la realidad concreta en la que operamos, independientemente de si ésta coincide o no con el modelo teórico en el que se movían los fundadores de la corriente de pensamiento en la que nos reconocemos.
Se trata por tanto de mantener el marxismo vivo, esto es, cambiante, adaptable, en desarrollo. No se trata de dejarlo como estaba y adorarlo en estado momificado. Porque una momia (y hablando del marxismo hay ejemplos concretos muy elocuentes), aunque tenga una apariencia externa más o menos saludable, no deja de ser un muerto con nula capacidad para lo que nos interesa: la transformación radical de la realidad material.
Un breve esbozo biográfico
Gramsci nació en Alés, localidad de la isla de Cerdeña en 1891. Era el cuarto de los siete hijos de Francesco Gramsci y Peppina Marcias. Su infancia fue difícil: su padre fue encarcelado cuando Antonio tenía nueve años, lo que le obligó a abandonar los estudios y pasar a trabajar por una miseria al registro civil de Cerdeña, para ayudar a la supervivencia familiar. A la edad de tres años Antonio había sufrido una caída que le produjo una deformidad en su columna vertebral. Nunca creció más de metro y medio.
Puede volver a estudiar tras la salida de la cárcel de su padre. En 1911 viajará a Turín gracias a una beca y se matriculará en la facultad de letras. Impresionado por la guerra de Libia y el ambiente político de las primeras elecciones por sufragio universal se afilia, en 1913, al Partido Socialista, donde coincidirá con militanes como Palmiro Togliatti, Tasca o Terracini. Se dedica a la actividad periodística en Grido do Popolo o Avanti, donde realiza la crítica teatral. En esta época está muy influido por el pensamiento neo-hegeliano y culturalista de Benedetto Croce.
La Revolución Rusa causa una profunda impresión en el joven Gramsci. En dos artículos, Notas sobre la Revolución Rusa (Grido do Popolo, 29 abril de 1917) y La Revolución contra "El Capital" (Avanti, 24 de diciembre de 1917), Gramsci expone su visión sobre los acontecimientos que están protagonizando los bolcheviques y que deja vislumbrar ya que su posición está muy alejada de la postura de la II Internacional y el Patido Socialista, al que todavía pertenece. Los acontecimientos se precipitan y, aunque, tras una serie de detenciones, Gramsci se queda como único redactor de Grido do Popolo, decide abandonar esta publicación y fundar, en mayo de 1919, junto con sus camaradas Togliatti, Tasca y Terracini, la revista L’Ordine Nuovo, cuya línea editorial ya es completamente independiente de las posturas de la dirección del partido socialista. El propio Lenin manifiesta que concuerda con las posturas de L’Ordine Nuovo y lo recomienda como referencia a los revolucionarios italianos.
En Enero de 1921 se funda el Partido Comunista de Italia (PCI), culminandose la escisión con los socialistas. Gramsci es miembro junto con Terracini del Comité Central desde el principio. La dirección del partido la ejerce Amadeo Bordiga, con el que Gramsci tiene profundas divergencias. La detención en 1923 de éste coloca a Antonio Gramsci como máximo dirigente del comunismo italiano. Un año antes, en un Congreso de la III Internacional (en la que Gramsci siempre ocupó destacados puestos) conoce a Julia Schuch, con la que se casa y tendrá dos hijos, Delio y Juliano.
En 1924 es elegido diputado. En 1926 sería elegido Secretario General del PCI, dando un giro a la línea de Bordiga y dedicándose a estructurar y preparar la oposición al fascismo de Mussolinni. En octubre de ese año, tomando como excusa un atentado contra el Duce, el gobierno fascista italiano disuelve los partidos de la oposición y elimina los últimos restos de democracia que pudieran quedar. El 8 de noviembre es apresado en su casa. Fue condenado a veinte años por delitos como "incitación al odio de clase". El fiscal Michele Isgró, en conclusión de su requisitoria, declara que «por veinte años debemos impedir a este cerebro funcionar»
Ya en la cárcel sufre una extraña enfermedad, el morbo de Pott, que le traerá grandes sufrimientos. Padecerá además tisis y arterioesclerosis. Aun así, durante su confinamiento redactó su obra magna, los Cuadernos de la Carcel, que constituyen una de las mayores aportaciones jamás hechas (pese a su lenguaje en momentos demasiado oscuro para conseguir evitar la censura carcelaria) al pensamiento revolucionario europeo y mundial. Gramsci morirá el 27 de abril de 1937 en una clínica de Roma. Su cerebro nunca dejó de funcionar.
Los debates en el marxismo antes de Gramsci
La irrupción de Marx supuso un cataclismo para el pensamiento político del siglo XIX. El poner de manifiesto el hecho de que, en palabras de Engels en su panegírico ante la tumba de su amigo, "el hombre necesita en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, arte, ciencia, religión, etc.", cosa que parece obvia a primera vista, hizo tambalearse las bases del culto a la Razón y a la Idea que venían del XVIII ilustrado y que tuvieron su apoteosis con Hegel. La obra de Marx era demasiado innovadora y monumental para ser aprehendida por sus contemporáneos y, aún, para la generación siguiente. Sin embargo el mundo nunca fue el mismo después de que el filósofo de Tréveris pusiera de manifiesto que la historia de la humanidad no es otra cosa que la lucha de los grupos sociales por la apropiación del excedente productivo, secreto que está detrás de las relaciones de poder, de la cultura y, en resumen, del conjunto de la organización social y de su desarrollo.
No es lugar aquí de hacer un resumen, siquiera superficial, de lo que Karl Marx y Friedrich Engels aportaron a la humanidad. Sin embargo (y esto es necesario decirlo) poco o nada se podrá comprender a Gramsci (pese a lo que algunos de sus presuntos intérpretes burgueses han pretendido) sin situarse en el marco de su tradición política y filosófica que constituye el marxismo. Baste aquí poner en antecedentes al lector de cuáles eran los posicionamientos de los pensadores marxistas en los debates básicos en los que Antonio Gramsci participará.
La II Internacional obrera se constituye en París en 1889, esto es, seis años después de la muerte de Marx. Aunque su inspiración y razón de ser es la reividicación del pensamiento de Marx (sobre todo a partir de 1891, cuando el principal partido de los que la conformaban, el SPD alemán, asume el Programa de Érfurt, de clara inspiración marxista y apadrinado por Engels), cosa que alejó a los partidos socialdemócratas de sus antiguos aliados bakuninistas de la I Internacional, este marxismo era más una declaración de intenciones que un apoyo en unas premisas políticas determinadas, pues la obra de Marx era poco conocida por los dirigentes socialistas y alguna obras fundamentales para la comprensión del marxismo (los tomos segundo y tercero de El Capital o los Grundisse, aparte de un gran volumen de notas o correspondencia privada) permanecían inéditas en ese momento.
Este marxismo laxo provocará que empiecen a surgir "marxismos" a la medida de cada quién como setas. En 1899 Eduard Bernstein (albacea testamentario de Engels) publica Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, que será el pistoletazo de salida de una corriente política calificada por sus adversarios como revisionismo. Para Bernstein el capitalismo de finales del XIX había evolucionado hasta llegar a una situación donde las crisis económicas eran cada vez más suaves, con lo que la perspectiva de Marx sobre una crisis general que hiciera sucumbir al sistema ya no era válida. Además la organización de los trabajadores había conseguido arrancar a la burguesía una mejora sustancial de sus condiciones de vida, con lo que Bernstein abogaba por continuar la línea reformista y de mejora de las condiciones vitales de los trabajadores en el capitalismo, dejando de lado la perspectiva revolucionaria de construcción de un nuevo sistema social, que además ya no se veía muy posible frente al nuevo capitalismo. Las posturas de Bernstein fueron minoritarias al principio, pero consiguieron influir en el laborismo inglés por la vía de la Sociedad Fabiana y acabarían siendo asumidas como líneas programáticas de la Internacional Socialista en 1945.
Frente a esto la mayoría del SPD y la II Internacional, agrupadas en torno al dirigente alemán Karl Kautsky, le responden con lo que se acabaría llamando "marxismo ortodoxo": no sólo el socialismo era posible, sino que la historia desembocaba irremediablemente en él. El cómo se llegó a esta conclusión tiene que ser explicado detenidamente, porque es el debate básico del que derivan la práctica totalidad de las controversias que se han dado en los movimientos socialistas y comunistas en el último siglo.
En 1859 Marx escribe su Contribución a la crítica de la Economía Política. En el famosísimo prólogo de esta obra Marx presenta su metáfora de base y supraestructura. La base de una sociedad serían el conjunto de las relaciones económicas, el modo de producción, donde los sujetos tendrían una situación u otra (o son propietarios de los medios de producción o son trabajadores, por ejemplo), lo cual les coloca en una clases social u otra y hace que estén interesados en mantener el modo de producción social o sustituirlo por otro (los proletarios querrían constrir el socialismo, donde su situación mejora). La supraestructura estaría compuesta por el estado, la cultura, el derecho, la religión, etc, es decir, todas las relaciones sociales no económicas. La supraestructura justificaría y mantendría la base y surgiría de ella, pero lo relevante serían las relaciones económicas entre las clases sociales. Todo lo demás sería secundario.
Esta fue la interpretación que le dió el "marxismo ortodoxo" al Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política. Como veremos Gramsci tendrá mucho que oponer a esta postura, que adolece de economicismo. Se desprecian las relaciones sociales que escapen del ámbito directamente económico (lo cual es una crítica que algunos de sus opositores más furibundos le han hecho al marxismo). Obviamente (aunque para algunos no sea tan obvio) Marx nunca pretendió decir eso. El auténtico problema es intentar inferir toda una teoría social de un simple prólogo a una obra, que además no tiene pretensión de resumen, sino de plantamiento a priori en el que habrá que encajar todo lo demás, que es mucho.
Esta visión economicista se vio confirmada para Kautsky por La subversión de la ciencia por el señor Eugene Dühring (conocido como Anti-Dühring), publicado por Engels en 1878. Aquí, de nuevo se vuelve a hacer incapié en que las relaciones económicas, como motor de las relaciones sociales, dejando en un segundo término (aunque nunca negando su influencia en lo real, si se lee bien la obra) el poder político y la violencia, elementos que para Dühring (quizás el último representante del socialismo utópico) son los determinantes esenciales y, en última instancia, los que acabarán definiendo las relaciones económicas. No hay que olvidar que Engels escribe esta obra en respuesta a las reflexiones de Dühring, que empezaban a tener una basta influencia en el SPD y a alejarlo de la clase obrera y su condiciones reales de vida. Quizás esto hizo que Engels volcara demasiado la balanza hacia la economía, aunque, bien es cierto, Engels siempre tiene una postura con un matiz más economicista (y por lo demás más determinista, como se verá en la Dialéctica de la Naturaleza) que Marx.
Siguiendo estas premisas economicistas (hay que señalar que Bernstein tampoco se movió un ápice del economicismo, no olvidemos que su disertación parte de la suavización de las crisis económicas) Kautsky se fija en la estructura económica del capitalismo. La expansión de las relaciones capitalistas y la dinámica de concentración del capital (los medios de producción cada vez se sitúan en menos manos, proletarizándose a capas de la población cada vez mayores) hacen que el proletariado sea cada vez más numeroso y esté situado en instalaciones fabriles más grandes, lo que facilita su organización. El capitalismo llevará por sí al socialismo, generando, en palabras de Marx en El Manifiesto Comunista, a su sepulturero: la clase obrera. Kautsky plantea esperar, organizar a los proletarios hasta el momento que, una vez conseguida la reivindicación de sufragio universal, se llegue al poder por la vía electoral y se proceda a la expropiación de los capitalistas. Si sólo nos fijamos en la economía, todo estaba hecho. El revolucionario (que ya no tenía una idea nítida de lo que es una revolución) sólo tenía que esperar a que la historia pusiera a cada uno en su lugar.
Esta postura, pese a ser, como decimos, mayoritaria en la Internacional, encontró resistencias desde lo que se empezó a llamar el "marxismo revolucionario", es decir, aquellos sectores del pensamiento socialista que rechazaban tanto la presunta inmortalidad del capitalismo como la posiblidad de derribarlo sin un estallido revolucionario. En estas posiciones encontramos (con matices e incluso confrontaciones entre ellos) al holandés Antón Pannekoek (el padre del marxismo consejista), la germano-polaca Rosa Luxemburgo (importantísima y muy esclarecedora su teoría de Socialismo o Barbarie, que postulaba que el capitalismo no podía subsistir como único sistema mundial y que, caso de no realizarse la revolución proletaria, tendría un final objetivo que desembocaría en una era de babarie) y, por todos (por su importancia histórica y más en nuestro objetivo por su interconexión con el pensamiento de Gramsci), al ruso Vladimir Ilich Ulianov, Lenin.
El que sería máximo dirigente de la primera revolución socialista triunfante de la historia tiene, al principio de su trayectoria, unas posiciones políticas muy cercanas a lo planteado por Kautsky, debido sobre todo a la influencia del pensador ruso Plejanov, uno de los pioneros en la introducción del marxismo en el imperio de los zares. Sin embargo, después de empezar a analizar la realidad concreta de su país empiezan a planteársele dudas con respecto al esquema cerrado y simplista de Kautsky. Detengámonos un poco en la nueva visión que plantea Lenin sobre la naturaleza del capitalismo desarrollado (que podemos encontrar en El desarrollo del capitalismo en Rusia de 1899 y, de forma mucho más perfeccionada en El imperialismo, fase superior del capitalismo de 1916).
Lenin partió de las posturas económicas de Rudolf Hilferding, dirigente reviosionista alemán, seguidor en lo político de Bernstein. El capitalismo mercantil (que es al que Marx se enfrenta en sus análisis) habría evolucionado (por las ya mencionadas dinámicas de concentración y centralización del capital) hacia un capitalismo monopolista, de grandes empresas con un poder de mercado enorme. Simultáneamente los beneficios empresariales se habrían reducido debido a la caida tendencial de la tasa de ganancia (para Lenin, la ley fundamental de la Economía Política), descrita por Marx. Esta ley afirma que según aumenta la inversión en capital productivo cada unidad adicional invertida da un menor rentabilidad. La causa de esto es que, en los ciclos de reproducción del capital el capital constante (lo invertido en maquinaria, materias primas, etc) crece en mayor medida que el capital variable (lo que se dedica a contratar obreros), siendo este último el único capital del que se saca la ganacia a través de la extracción de plusvalía a la mano de obra (para los objetivos aquí buscados bastará con esta exposición, aunque sería buena una comprensión de las dinámicas de reproducción del capital para entender estos debates en profundidad).
Esto último hacía que el capital tuviera que buscar otros lugares para invertir, donde el capitalismo estuviera menos desarrollado y, al haber mucho menos capital invertido, la ganancia obtenida como retorno fuera mayor. Esta sería la explicación económica del imperialismo depredador existente en la segunda mitad (y sobre todo en los últimos años) del XIX y que acabaría en la I Guerra Mundial. Hilferding opinaba que la importancia del capital financiero frente a los capitales industrial y mercantil suponía dotar al capitalismo de un nivel de organización superior, eliminado la anarquía productiva que lo caracteriza y superando su tendencia natural a la crisis (conectado así con lo defendido por Bernstein). Lenin no estaba de acuerdo.
Para Lenin las consecuencias de este nuevo capitalismo imperialista (capitalismo parasitario o capitalismo agonizante en palabras del ruso) para la praxis revolucionaria eran esenciales. En primer lugar, el hecho de que la busqueda de beneficios se hubiera redireccionado hacia las colonias había provocado (junto con el mayor nivel de organización y lucha de los trabajadores) que en los países del centro las condiciones de vida de la clase trabajadora (o mejor de una capa privilegiada dentro de ella) sufrieran una cierta mejora, constituyéndose una suerte de "aristocracia obrera" cuyo impulso revolucionario estaría prácticamente diluido y constituirían la base social natural del reformismo (es esta misma aristocracia obrera la que copaba las direcciones de los principales partidos social-demócratas occidentales y las grandes centrales sindicales). Esto es una primera ruptura con el determinismo economicista de Kautsky ¿obreros que no están interesados en el socialismo? Imposible.
En segundo lugar e interconectado con esto, Lenin ve más factible la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias y la subsiguiente construcción del socialismo en un país que no hubiera alcanzado un alto nivel de desarrollo capitalista (como era el caso de Rusia, que es lo que él analiza) que en un estado del centro capitalista (Alemania o Inglaterra), pretendía que la cadena imperialista se rompería primero por un "eslabón débil". Esto le parecía un anatema a la ortodoxia kautskiana. En un país como Rusia, con un proletariado poco numeroso y mal organizado ¿cómo se iba a construir el socialismo o plantearse meramente la toma del poder en ausencia del proletariado, la clase cuya misión histórica es justamente esa? Lenin contestaba que había que buscar una alianza entre el proletariado industrial de las grandes ciudades y los campesinos. Esta alianza constituiría una mayoría social capaz de derribar los pilares del Imperio zarista, tarea que además, la débil burguesía rusa no estaba en condiciones de acometer. Esto, desde la perspectiva de Kautsky era imposible. El campesinado era un clase arcaica, propia del feudalismo, interesada en la propiedad de la tierra y no en la construcción de una sociedad sin clases ni estado. En Rusia no se podía construir el socialismo (poco importa que el propio Marx tuviera al final de su vida alguna manifestación sobre lo el país de los zares indicando que se daban unas condiciones que podían ser propicias para un proyecto emancipador).
Los propios socialistas rusos tampoco las tenían todas consigo con respecto a lo que planteaba Lenin. El POSDR (Partido Obrero Social Demócrata Ruso) se dividió en su congreso de 1903 celebrado en Bruselas y Londres entre los que apoyaban a Lenin, los bolcheviques (que significa hombres de la mayoría) y los mencheviques (hombres de la minoría). Estos últimos, instalados en la ortodoxia de la II Internacional, planteaban que los socialistas debían, en un país atrasado como el imperio de los zares, apoyar la revolución burguesa y dejar que ésta, con el tiempo, desarrollara el capitalismo, lo cual llevaría, lenta y tranquilamente, al crecimiento numérico y organizativo del proletariado, que es la garantía de la llegada al poder (por la vía electoral, si seguimos a Kautsky) de las fuerzas revolucionarias. Lenin apostaba, como ya hemos visto, por ganarse a los campesinos y establecer la dictadura democrática de proletariado como alternativa al sistema zarista en Rusia (las discordias entre bolcheviques y mencheviques tocaron otros puntos, como la estructura partidaria o el derecho de autodeterminación de los pueblos, pero baste aquí reseñar el tema esencial).
Hubo, en este proceso un tercer grupo, muy minoritario en ese momento, pero que es imperativo destacar por su influencia posterior. Se trata de Lev Davidovich Bronstein, Trotsky, y sus seguidores. Trotsky compartía con los bolcheviques su recelo ante la vía reformistas, electoralista y de dejar actuar a la burguesía de los mencheviques y defendía con Lenin la revolución. Trotsky, por otro lado, coincidía con lo mencheviques en la necesidad de un proletariado fuerte y estructurado (que no existía en Rusia) para plantearse siquiera la construcción del socialismo. Sin embargo no abogaba por esperar a que la burguesía llevara a cabo su presunta "tarea histórica". Adoptó y perfeccionó la teoría del socialista bielorruso aficando en Alemania, Alexander Parvus (pseudónimo de Alexander Israel Lazarevich Gelfant): la revolución permanente. Según esto, el proletariado de un estado con capitalismo no desarrollado (como Rusia) podía, apoyándose en el campesinado en un principio, dar el impulso inicial al proceso revolucionario, pero para que éste se mantuviera en el tiempo era necesaria la internacionalización inmediata de la revolución y la entrada en escena de los proletarios de los países del centro, verdadera clase revolucionaria y socialista. En última instancia tenía el mismo esquema que Kautsky, sólo que miraba el parámetro de maduración necesaria del capitalismo (con el consiguiente desarrollo de la clase proletaria) a nivel internacional y no estatal.
Estas discusiones estuvieron, como es sabido, lejos de quedarse en disputas bizantinas entre pensadores diletantes. Las tres revoluciones rusas (1905 y febrero y octubre, por el calendario oriental, de 1917) acabaron dando la razón (al menos a priori y esto debería ser reconocido hasta por los mayores detractores del líder ruso) a Lenin. A finales de 1917, los sóviets, consejos de obreros y campesinos, acababan sustituyendo a las instituciones burguesas de febrero como órganos máximos de poder en el imperio zarista. El congreso de los soviets, mayoritariamente bolchevique, acuerda la disolución del gobierno liberal de Kerensky, culminada con la toma del Palacio de Invierno de Petrograd, sede del gobierno. El nuevo órgano ejecutivo es el Consejo de Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin. La alianza entre obreros y campesinos es el pilar fundamental del nuevo estado soviético, plasmado incluso en el nuevo escudo del país, la hoz (campesina) y el martillo (proletario).
Sin embargo entre los nuevos revolucionarios los debates vividos en el seno de la II Internacional aún seguían vivos y tenían una importancia muy grande, sobre todo ante la tarea de la construcción del socialismo en un estado de tamaño continental. Los bolcheviques habían llegado al poder con la consigna de "Pan y paz", lo que les permitió obtener el apoyo de las masas campesinas, hastiadas de enviar a sus jóvenes al calamitoso frente de guerra en un conflicto que no entendían. Tras la revolución los nuevos dirigentes rusos se ven en la tesitura de pactar con Alemania las condiciones del armisticio. Algunos, como Bujarin, se niegan. El dirigente soviético aboga por seguir el conflicto y lanzar un ataque contra Alemania, que sería apoyado por el proletariado alemán. Esto era coherente con la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky (que se había incorporado al partido bolchevique junto con su grupo en 1917): internacionalizar el conflicto y apoyarse en el proletariado de los países desarrollados para poder construir el socialismo. Lenin se opone a Trotsky y Bujarin en esto: lo primero es garantizar la alianza con los campesinos en Rusia y acabar por ello con la guerra, como se había prometido. El 22 de marzo Trotsky, como comisario de relaciones internacionales, firmará, a regañadientes, el tratado de Brest-Litovsk con Alemania.
No fue este el último debate. En 1921, una vez acabada la guerra civil que enfrentó a las fuerzas revolucionarias contra el ejército blanco que pretendía el retorno al sistema zarista bajo el mando del general Denikin, se pasó del modelo de "comunismo de guerra" (que pretendía asegurar la victoria del ejercito rojo) a la Nueva Política Económica (conocida como NEP). Este modelo consistía básicamente en mantener ciertos ámbitos de relaciones capitalistas (con pequeñas empresas que competirían contra las estatales) dejando la industria pesada en manos estatales y fomentando el cooperativismo (los koljoses) en el ámbito agrícola, donde también subsistiría una pequeña propiedad privada minifundista. Esta política obviamente no era idéntica al modelo socialista que habían concebido los revolucionarios. Alrededor de ella también hubo una polémica entre los bolcheviques. Bujarin propugnaba pasar un largo periodo de NEP, desarrollando las fuerzas productivas y generando un proletariado digno de tal nombre, sujeto de construcción del socialismo. Trotsky (apoyado por Zinoviev, Kamenev o Preobayensky, en la llamada oposición de izquierdas) se oponía a la NEP (pese a que en 1920 haía defendido una fórmula similar), llamando a la colectivización de tierras, la industrialización rápida y la búsqueda del apoyo en el proletariado de las naciones desarrolladas para el inminente conflicto socialismo-capitalismo. De nuevo el centro del debate es el desarrollo de las fuerzas productivas. De nuevo la existencia o inexistencia de un proletariado desarrollado. De nuevo (a cierto nivel) economicismo.
Lenin murió en 1924. Después de esto el socialismo en la recién nacida URSS se ve huérfano. Lenin fue toda su vida un táctico, planteaba tareas a corto plazo, apropiadas para superar los escollos que iban surgiendo en la toma de poder o la construcción del socialismo. Le faltó, quizás, una sistematización general de su pensamiento. Quizás esa sería la tarea a abordar. Desentrañar cómo Lenin llegó a las conclusiones que llegó. Y no por escolástica o adoración al líder ruso, sino porque tuvo éxito.
La supraestructura en Gramsci
Después de ubicarnos en lo que se estaba debatiendo en el ámbito del marxismo antes de Gramsci (debates que, como hemos visto, eran de una importancia crucial por su conexión directa con la experiencia revolucionaria rusa), vamos a ver qué tiene que decir Gramsci a todo esto y si sus posiciones sirven para arrojar algo de luz sobre la experiencia socialista.
El estado había sido visto en la tradición marxista (por influencia de Engels, básicamente) como violencia de clase organizada. Es decir, la clase dominante de la sociedad que, gracias a su posición privilegiada en el sistema productivo, se apropiaba de la inmensa mayoría de la riqueza social, del excedente productivo, montaría una maquinaria formal de normas que le permitiera realizar esto de forma estructurada y unas fuerzas represivas (ejército, policía, sistema judicial, etc) que garantizarían el cumplimiento de dichas normas. En resumidas cuentas, el estado sería la alineación política de la sociedad, una parte del todo social se separa del conjunto y ejerce la violencia contra el resto para garantizar su dominación.
Esto, para Gramsci, era también evidente (pese a lo que nos han querido hacer pensar algunos presuntos intérpretes del pensador sardo como el jurista Noberto Bobbio), la violencia cumple un papel destacado en el capitalismo (no sólo en su origen, en la acumulación originaria del capital, como han llegado a aceptar algunos, sino durante todo el desarrollo del sistema, circunstancia que, por lo demás, sería común a cualquier otro sistema clasista). Lo que ocurre es que Gramsci incluye en el análisis y formaliza en lo conceptual otro mecanismo de mantenimiento sistémico adicional a la coacción derivada de la violencia estatal: el consenso.
Todo sistema (incluidos aquí, por supuesto, los sistemas de organización social) tiene, en palabras del pensador holandés Baruch de Spinoza, la tendencia a permanecer tal cual está. Para ello desarrolla mecanismos que le permeabilicen de la destrucción y el cambio. Esta es la función que en los animales tiene el instinto de conservación. La demostración de la existencia de estos mecanismos (pese a ser una demostración simplista y funcional, creemos que en este caso es muy intuitiva) es que el sistema permanece existiendo, en su ausencia no habría ya tal sistema (y esto no por ser una tautología es menos cierto).
Así, junto a los aparatos represivos estatales, administradores de coacción, estarían los llamados (en una categorización utilizada por Louis Althusser, que, por otra parte, nos parece errado en muchas de sus conclusiones) aparatos ideológicos, buscadores de consensos. Estos aparatos estatales, los medios de comunicación de masas, la religión o el sistema educativo (y son estatales en cuanto a su función, independientemente de si su titularidad es pública o privada) buscarían inocular en los grupos sociales potencialmente disidentes (es decir, aquellos que no son los beneficiarios directos de una determinada organización social) la idea de que el sistema social dado es el más acorde con sus intereses, el más justo, el mejor posible. Cuando no funcionaran con suficiente fuerza (por un contexto de crisis o por una especial resistencia de los grupos disidentes) sería el turno de los aparatos represivos.
Gramsci distingue, dentro de la supraestructura (que, como ya vamos viendo, es, para él, algo mucho más complejo que un mero apéndice del aparato productivo, como decían los economicistas) dos nieveles: por un lado estaría la sociedad política, el estado en sentido estricto (parlamento, ejecutivo, etc) donde operarían los aparatos de gestión estatal, los que definen las normas jurídicas de convivencia social y por otro la llamada sociedad civil, compuesta por todas las relaciones sociales no económicas que no están, a priori, dentro del campo de lo político. Este es ámbito natural de actuación de los aparatos ideológicos, que trabajan incansablemente en la construcción de un consenso social compatible con el sistema político-económico establecido, fabricando un código moral determinado (una lista de qué es lo bueno y qué es lo malo), explicando la historia a su manera, haciendo, incluso, una producción científica orientada a los intereses y la visión del mundo del grupo social dominante. Así vemos como la religión que invitaba a la mansedumbre, a aguantar estoicamente las penalidades de la vida diaria en espera de una recompensa en el mundo futuro post-mortem, cumplió un papel esencial (y aún sigue teniendo una importante influencia) en procurar que los oprimidos no se rebelaran contra las injusticias del sistema social. Y como este ejemplo podemos encontrar cientos.
Pero ciudado, estos aparatos estatales, no son una mera correa de transmisión de la clase predominante. Pueden desarrollar, durante su desenvoolvimiento en la sociedad civil, unos intereses propios, que en determinados momentos pueden colocarles en una posición distinta a la defendida por el propio estado-gestor y la clase hegemónica. Así vemos como en momentos determinados las iglesias han plantado cara a los aparatos políticos que tienen que legitimar o los ejércitos han intentado controlarlos. La autonomía relativa de los aparatos estatales (tanto de los ideológicos como de los represivos) ya es vislumbrada por Marx en obras como El 18 Brumario de Luis Bonaparte de 1852 e incluso La Guerra Civil en Francia de 1850, obras en las que el pensador de Tréveris maneja muchos de los conceptos que Gramsci formalizará y desarrollará.
Esto último también supone una ruptura con visiones simplistas de la sociedad que tenían pretendidos marxistas antes de Gramsci (y repetimos que esta lucha contra el simplismo es lo que va a caracterizar la vida y la obra intelectual del sardo). El que la acción de los aparatos estatales no tenga que ser necesariamente una respuesta mecánica a los intereses inmediatos de la clase dominante, sino una actuación general para garantizar la continudad de su dominio (lo que no es sinónimo de lo anterior) complejiza de nuevo el escenario supraestructural y tiene una influencia esencial en el planteamiento de una actividad revolucionaria, como luego veremos.
Determinismo y clases sociales
Esta generación de consensos sociales tiene otra forma de ser vista. Lo que pretenden los aparatos ideológicos de dominación es que los grupos sociales potencialmente disidentes actúen en contra de sus intereses (lo aparatos represivos, por su parte, buscarán la mera inacción). Esto, en lo político, tiene consecuencias inmediatas.
El esquema del marxismo ortodoxo de Kautsky, observando la base económica decía lo siguiente: el proletariado está interesado objetivamente en el socialismo. Esto es verdad, la clase proletaria, excluida de los medios de producción y por tanto del excedente productivo mejoraría su situación en un sistema económico-político donde los medios de producción fueran de titularidad social y el excedente se repartiera equitativamente. Por tanto, decía Kautsky, esperemos a que el proletariado sea mayoría social, es decir, que el propio capitalismo haga que la inmensa mayoría de la población sean obreros industriales, y ya estará todo hecho.
La experiencia histórica dice lo contrario. En un gran número de estados (sobra la enumeración) donde el proletariado era muy mayoritario el capitalismo siguió tan campante, no se vislumbró ni de lejos un panorama de transformación socialista. La explicación a esto puede ser la que le dio Hilferding (y luego recogió Lenin): el imperialismo ha aumentado el nivel de explotación de las colonias y reducido el de las metrópolis (precisamente donde el capitalismo está más desarrollado y hay más proletarios) generando, en ellas, una capa de obreros con unas condiciones de vida privilegiadas: una aristocracia obrera. Pero, aún así, esta aristocracia obrera, pese a estar mejor, seguiría estado objetivamente interesada en el socialismo. Tiene que haber otra explicación complementaria a la meramente económica.
Y, por supesto, esa explicación es que la aristocracia obrera había sido ganada para el consenso socialmente hegemónico. Los aparatos de dominación habían funcionado bien: en el ámbito académico (incluso en el ámbito académico pretendidamente socialista) surgían pensadores como Bernstein que negaban la viabilidad del socialismo. Se agitaban presuntos enemigos exteriores (en el caso de Alemania la Rusia zarista) que invitaban a identificarse a los obreros con un estado que no es el suyo. Se propagan las ventajas del capitalismo como generador de empleo en tiempos de bonanza (lo cual es el interés de los obreros: trabajar) y con ello se diluyen las voluntades revolucionarias, los sindicatos se niegan a la huelga general que pondría en peligro su posición, es decir, apuestan por la continuidad del sistema (es recomendable sobre este punto el ensayo de Rosa Luxemburgo Huelga de masas, partido y sindicatos de 1906) . Con esto no se quiere decir que las condiciones económicas no sean relevantes, el sector de los grupos potencialmente disidentes que es ganable para el consenso hegemónico es, obviamente, aquel que es menos perjudicado objetivamente por el sistema. Lo que ocurre es que las condiciones económicas no actúan como determinante absoluto. Y además, pese a algunos, Marx nunca dijo semejante cosa.
Esto tiene consecuencias enormes: las clases sociales no tiene por qué actuar de acuerdo a sus intereses objetivos. Y no lo hacen no porque no puedan, porque sean más débiles de lo debido, sino porque no quieren. Esto hay muchos revolucionarios que no lo han comprendido: por ejemplo la Unión Comunista (liderada por el dirigente de la IV internacional Barta y antecedente histórico del partido francés Lucha Obrera) llamaba, durante la ocupación nazi de Francia, a confraternizar con los soldados nazis, que provenían de la clase obrera, mientras criticaba al PCF por participar en la resistencia partisana, que era obviamente interclasista, que incluía a sectores burgueses enfrentados al nazismo. No veían que esos soldados nazis habían sido ganados para el consenso hegemónico del fascismo alrededor del fetiche de la patria y la raza aria.
Así nos encontramos con ejemplos históricos de grupos obreros, compuestos por proletarios que no sólo no trabajan por el socialismo, sino que luchan franca y abiertamente contra él. El ejemplo paradigmático es el sindicato polaco Solidaridad (caso que sería a analizar por operar en un estado socialista, pero que escapa a lo pretendido aquí). Para el llamado "marxismo ortodoxo" esto es imposible y, además, un anatema.
Según Gramsci la clase dominante (es decir, aquella que impone al conjunto social su modelo político-económico) es, gracias a los aparatos de dominación ideológica, además clase dirigente. Agrupa en su entorno a diversos grupos sociales (clases enteras o capas de otras clases) alrededor de un consenso hegemónico. La hegemonía es el concepto central de Gramsci (también de Lenin, aunque no la categorizara). Una clase, en el sistema capitalista la burguesía, consigue anular la disidencia, no impidiendo la actuación de los grupos disidentes, sino eliminando a estos grupos al conseguir negar los posicionamientos ideológicos que les aglutinan (podría ser interesante observar la distinción que hace Gramsci entre ideas, como representaciones mentales de la realidad de los sujetos, e ideologías, que son representaciones idealísticas colectivas de un grupo social y que sólo existen en tanto en cuanto son grupales).
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Última edición por pedrocasca el Lun Oct 01, 2012 11:10 am, editado 4 veces