El santo de los pedófilos y pederastas
extracto de un artículo de Renán Vega Cantor publicado en febrero de 2011 en Rebelión
tomado en 2012 del blog Nada nuevo bajo el sol
se puede leer y descargar el texto desde: (3 páginas de buen formato pdf)
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El primero de mayo próximo le será concedida la beatificación a Karol Józef Wojtyla, alias Juan Pablo II; este es el paso previo hacia la santificación que le otorgará la iglesia católica. Este proceso de beatificación ha sido verdaderamente relámpago, si se recuerda que antes se necesitaban décadas e incluso siglos para que un miembro del culto católico fuera declarado Santo o, más difícil todavía, Santa, por aquello del machismo congénito de esta religión.
Resulta sintomático de la farsa espiritual de esta beatificación el “milagro” que se le atribuye a Carol Wojtyla: en el 2005, poco antes de morir, se dice que de manera inmediata e inexplicable curó de mal de Parkinson a la monja francesa Marie Simon-Pierre, luego que ésta le pidiera un remedio para su enfermedad. Es paradójico o cómico que este papa curaba el parkinson a otra persona, pero no fue capaz de curarse el parkinson a sí mismo. Tal paradoja sólo puede explicar los insondables misterios de los padres de la iglesia católica.
Aparte de esa singular contradicción, la beatificación tiene objetivos no tan santos para el Vaticano y la Iglesia Católica, en la actualidad inmersa en un interminable rosario de escándalos por pederastia y violencia contra los niños por parte de curas, obispos y cardenales católicos en los cinco continentes. Al respecto se pueden mencionar varios hechos. En Irlanda, miles de niños pobres, que eran enviados a las escuelas y reformatorios porque sus padres no los podían atender ni educar, fueron objeto de abusos sexuales y torturas física y sicológicas en las instituciones escolares regentadas por sacerdotes católicos, abusos en los que, según una comisión que investigó estos crímenes, están involucrados unos 800 sacerdotes.
En los Estados Unidos, en el 2010 se dio a conocer una lista de 117 sacerdotes católicos responsables de violación a niños y niñas en varios lugares del país, principalmente en la Arquidiócesis de Boston.
En Brasil circula un “manual del cura pedófilo”, escrito por el sacerdote Tarcísio Sprícigo, en el que se dan instrucciones de cómo proceder por parte de los “violadores del señor”: seleccionar niños de la calle, pobres y desamparados, como forma de favorecer la impunidad. El autor de tal best seller católico, que de seguro compite con la Biblia como el libro más leído por los curas pedófilos, señaló que escribió su magna obra inspirado por una especie de revelación divina, convencido que “Dios perdona los pecados, pero la sociedad nunca”. El autor de esta macabra guía de la violación de niños es un teólogo muy reputado en Sao Paulo; lleva un diario con sus fechorías sexuales, en donde alguna vez escribió: “Me preparo para salir de caza con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los garotos (chicos) que me plazca”.
Las altas jerarquías de la Iglesia Católica, desde el Papa, máxima autoridad de la misma, siempre se han hecho los de la vista gorda frente a la pederastia de muchos de sus sacerdotes, aun más, la encubren de múltiples maneras, como lo ha hecho el cardenal colombiano Darío Castrillon. Juan Pablo II fue, entre los últimos papas, el más encubridor de todos, porque nunca realizó nada para propiciar que fueran juzgados los criminales. Los amparó y protegió, procediendo a trasladarlos de parroquia, sin hacer caso de las denuncias que continuamente se hacían sobre la pedofilia de los siervos de Dios.
Incluso, Juan Pablo II llegó a felicitar a uno de los pedófilos más connotados de las jerarquías católicas, al mexicano Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo. En un discurso público dirigido a los legionarios de Cristo, con el fin de conmemorar el 60 aniversario de ordenación de Marcial Maciel, el 30 de noviembre de 2004 Juan Pablo II afirmó: “Mi afectuoso saludo se dirige ante todo al querido padre Maciel, al que de buen grado acompaño con mis más cordiales deseos de un ministerio sacerdotal colmado de los dones del Espíritu Santo (…) Con estos sentimientos y deseos, imparto de corazón al querido padre Maciel y a todos vosotros, aquí presentes, una especial bendición apostólica”.
Esta apología a un comprobado cura pedófilo fue hecha personalmente por Juan Pablo II cuando ya sabía ante quién estaba hablando, porque en 1997 ocho ex miembros de la Legión de Cristo, en una carta abierta dirigida al Vaticano acusaron a Maciel por haber abusado sexualmente de ellos: “Quienes ahora Os escribimos somos varios hombres cristianos, doblemente víctimas en dos claras épocas de nuestra vida: primero durante nuestra adolescencia y juventud y, luego, en nuestra madurez, por parte de un sacerdote y religioso muy allegado a Vos, que repetidamente abusó, antaño, sexualmente y de otras maneras de nosotros, indefensos, lejos de nuestros padres o tutores, en países diversos y lejanos del nuestro”. Lo que hizo el papa ante estas denuncias fue proteger con todo el poder del Vaticano al acusado, lo cual implica encubrimiento y complicidad en los delitos de violación y abuso de menores.
Juan Pablo II es el nuevo beato de la Iglesia Católica, arrogante y autoritario. El mismo que durante su largo papado de 26 años se alió con los sectores más retardatarios del mundo para destruir proyectos revolucionarios y anticapitalistas. El mismo que persiguió a los teólogos de la liberación y respaldó dictaduras criminales, como la de Raoul Cédras en Haití en la década de 1990. El mismo que canalizó dineros de la CIA de los Estados Unidos hacia los disidentes anticomunistas de Polonia. El mismo que con sus condenas al cristianismo de los pobres auspició ideológicamente el asesinato de Monseñor Romero en El Salvador y el asesinato de seis jesuitas en ese pequeño país en 1989. El mismo que se alió con sectores de la mafia a través del Banco Ambrosiano, con el objetivo de financiar actividades anticomunistas en Polonia y América Central. El mismo que desató una campaña retardataria contra el aborto y la anticoncepción y que llevó al Opus Dei hasta las entrañas del mismo Vaticano.
Ese es el mismo que ahora proclaman como beato y pronto como santo. Por su historial, pronto se va a convertir, después del próximo primero de mayo –un día que no ha sido escogido por puro accidente, como la fecha de beatificación de Carol Wojtyla, sino que ha sido escogido para eclipsar la fiesta laica y universal de los trabajadores- en el beato y santo de los pederastas, pedófilos, abusadores y violadores (lo cual no es de extrañar, pues la iglesia tiene santos para todo), que en lo sucesivo le pedirán amparo y protección para encubrir sus fechorías y crímenes contra los niños pobres del mundo. Tendrán para él su propia oración, que reza textualmente: “Oh Señor que nos diste la oportunidad de disfrutar de la carne fresca de los niños, te rogamos que por vuestro conducto nos permitas continuar con el goce infinito que proporciona el vicio y el placer de violar niños y niñas inocentes -la gracia de comer del verdadero árbol de la vida-, que todo se hará para serviros, pues nunca nos alcanzamos a saciar con el cuerpo y la palabra de Dios, y que siempre seamos protegidos por la potestad del Vaticano. Que así sea. Amén”.
extracto de un artículo de Renán Vega Cantor publicado en febrero de 2011 en Rebelión
tomado en 2012 del blog Nada nuevo bajo el sol
se puede leer y descargar el texto desde: (3 páginas de buen formato pdf)
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El primero de mayo próximo le será concedida la beatificación a Karol Józef Wojtyla, alias Juan Pablo II; este es el paso previo hacia la santificación que le otorgará la iglesia católica. Este proceso de beatificación ha sido verdaderamente relámpago, si se recuerda que antes se necesitaban décadas e incluso siglos para que un miembro del culto católico fuera declarado Santo o, más difícil todavía, Santa, por aquello del machismo congénito de esta religión.
Resulta sintomático de la farsa espiritual de esta beatificación el “milagro” que se le atribuye a Carol Wojtyla: en el 2005, poco antes de morir, se dice que de manera inmediata e inexplicable curó de mal de Parkinson a la monja francesa Marie Simon-Pierre, luego que ésta le pidiera un remedio para su enfermedad. Es paradójico o cómico que este papa curaba el parkinson a otra persona, pero no fue capaz de curarse el parkinson a sí mismo. Tal paradoja sólo puede explicar los insondables misterios de los padres de la iglesia católica.
Aparte de esa singular contradicción, la beatificación tiene objetivos no tan santos para el Vaticano y la Iglesia Católica, en la actualidad inmersa en un interminable rosario de escándalos por pederastia y violencia contra los niños por parte de curas, obispos y cardenales católicos en los cinco continentes. Al respecto se pueden mencionar varios hechos. En Irlanda, miles de niños pobres, que eran enviados a las escuelas y reformatorios porque sus padres no los podían atender ni educar, fueron objeto de abusos sexuales y torturas física y sicológicas en las instituciones escolares regentadas por sacerdotes católicos, abusos en los que, según una comisión que investigó estos crímenes, están involucrados unos 800 sacerdotes.
En los Estados Unidos, en el 2010 se dio a conocer una lista de 117 sacerdotes católicos responsables de violación a niños y niñas en varios lugares del país, principalmente en la Arquidiócesis de Boston.
En Brasil circula un “manual del cura pedófilo”, escrito por el sacerdote Tarcísio Sprícigo, en el que se dan instrucciones de cómo proceder por parte de los “violadores del señor”: seleccionar niños de la calle, pobres y desamparados, como forma de favorecer la impunidad. El autor de tal best seller católico, que de seguro compite con la Biblia como el libro más leído por los curas pedófilos, señaló que escribió su magna obra inspirado por una especie de revelación divina, convencido que “Dios perdona los pecados, pero la sociedad nunca”. El autor de esta macabra guía de la violación de niños es un teólogo muy reputado en Sao Paulo; lleva un diario con sus fechorías sexuales, en donde alguna vez escribió: “Me preparo para salir de caza con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los garotos (chicos) que me plazca”.
Las altas jerarquías de la Iglesia Católica, desde el Papa, máxima autoridad de la misma, siempre se han hecho los de la vista gorda frente a la pederastia de muchos de sus sacerdotes, aun más, la encubren de múltiples maneras, como lo ha hecho el cardenal colombiano Darío Castrillon. Juan Pablo II fue, entre los últimos papas, el más encubridor de todos, porque nunca realizó nada para propiciar que fueran juzgados los criminales. Los amparó y protegió, procediendo a trasladarlos de parroquia, sin hacer caso de las denuncias que continuamente se hacían sobre la pedofilia de los siervos de Dios.
Incluso, Juan Pablo II llegó a felicitar a uno de los pedófilos más connotados de las jerarquías católicas, al mexicano Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo. En un discurso público dirigido a los legionarios de Cristo, con el fin de conmemorar el 60 aniversario de ordenación de Marcial Maciel, el 30 de noviembre de 2004 Juan Pablo II afirmó: “Mi afectuoso saludo se dirige ante todo al querido padre Maciel, al que de buen grado acompaño con mis más cordiales deseos de un ministerio sacerdotal colmado de los dones del Espíritu Santo (…) Con estos sentimientos y deseos, imparto de corazón al querido padre Maciel y a todos vosotros, aquí presentes, una especial bendición apostólica”.
Esta apología a un comprobado cura pedófilo fue hecha personalmente por Juan Pablo II cuando ya sabía ante quién estaba hablando, porque en 1997 ocho ex miembros de la Legión de Cristo, en una carta abierta dirigida al Vaticano acusaron a Maciel por haber abusado sexualmente de ellos: “Quienes ahora Os escribimos somos varios hombres cristianos, doblemente víctimas en dos claras épocas de nuestra vida: primero durante nuestra adolescencia y juventud y, luego, en nuestra madurez, por parte de un sacerdote y religioso muy allegado a Vos, que repetidamente abusó, antaño, sexualmente y de otras maneras de nosotros, indefensos, lejos de nuestros padres o tutores, en países diversos y lejanos del nuestro”. Lo que hizo el papa ante estas denuncias fue proteger con todo el poder del Vaticano al acusado, lo cual implica encubrimiento y complicidad en los delitos de violación y abuso de menores.
Juan Pablo II es el nuevo beato de la Iglesia Católica, arrogante y autoritario. El mismo que durante su largo papado de 26 años se alió con los sectores más retardatarios del mundo para destruir proyectos revolucionarios y anticapitalistas. El mismo que persiguió a los teólogos de la liberación y respaldó dictaduras criminales, como la de Raoul Cédras en Haití en la década de 1990. El mismo que canalizó dineros de la CIA de los Estados Unidos hacia los disidentes anticomunistas de Polonia. El mismo que con sus condenas al cristianismo de los pobres auspició ideológicamente el asesinato de Monseñor Romero en El Salvador y el asesinato de seis jesuitas en ese pequeño país en 1989. El mismo que se alió con sectores de la mafia a través del Banco Ambrosiano, con el objetivo de financiar actividades anticomunistas en Polonia y América Central. El mismo que desató una campaña retardataria contra el aborto y la anticoncepción y que llevó al Opus Dei hasta las entrañas del mismo Vaticano.
Ese es el mismo que ahora proclaman como beato y pronto como santo. Por su historial, pronto se va a convertir, después del próximo primero de mayo –un día que no ha sido escogido por puro accidente, como la fecha de beatificación de Carol Wojtyla, sino que ha sido escogido para eclipsar la fiesta laica y universal de los trabajadores- en el beato y santo de los pederastas, pedófilos, abusadores y violadores (lo cual no es de extrañar, pues la iglesia tiene santos para todo), que en lo sucesivo le pedirán amparo y protección para encubrir sus fechorías y crímenes contra los niños pobres del mundo. Tendrán para él su propia oración, que reza textualmente: “Oh Señor que nos diste la oportunidad de disfrutar de la carne fresca de los niños, te rogamos que por vuestro conducto nos permitas continuar con el goce infinito que proporciona el vicio y el placer de violar niños y niñas inocentes -la gracia de comer del verdadero árbol de la vida-, que todo se hará para serviros, pues nunca nos alcanzamos a saciar con el cuerpo y la palabra de Dios, y que siempre seamos protegidos por la potestad del Vaticano. Que así sea. Amén”.