Crítica del socialismo piojoso
Juan Manuel Olarieta - febrero de 2014
[Nota: el adjetivo piojoso deriva de pijo tanto como de piojo]
Sin contar los prólogos, la edición que yo consulto del «Manifiesto Comunista» tiene exactamente 30 páginas, de las cuales Marx y Engels dedican nada menos que 10, es decir, una tercera parte, a criticar de manera furibunda las distintas variedades de socialismo de aquella época: el socialismo verdadero, el socialismo de cátedra, el socialismo feudal, el socialismo pequeño burgués, etc.
Es la parte menos leída de la obra porque todas esas corrientes desaparecieron y ya nadie se acuerda de ellas. Visto desde el momento actual es la parte que parece más anticuada. Parece difícil de entender los motivos por los que Marx y Engels dedicaron una parte tan importante de ese documento a corrientes tan extrañas del socialismo. Pero no cabe duda de que si Marx le dedicaron una atención tan preferentes es porque en su época eran movimientos muy extendidos e influyentes entre amplios sectores proletarios. Era importante desenmascararlos y Marx y Engels lo lograron ampliamente. Hoy ya nadie se presenta diciendo: «yo defiendo el socialismo feudal».
Es una enseñanza general del marxismo que Lenin también mantuvo, de manera que hoy nadie se presenta tampoco diciendo: «yo soy menchevique». Por lo tanto, hay que mantener una guerra sin cuartel contra las corrientes que se presentan como proletarias, revolucionarias y socialistas. A causa de esta lucha, en su momento, tanto Marx, como Engels y como Lenin fueron calificados de sectarios, dogmáticos y enemigos de la unidad que todos los proletarios deben mantener «por encima» de las diferencias ideológicas y, seguramente, por encima de todo. Es la consigna de los oportunistas: la unidad es lo más importante. Si Marx y Engels se hubieran unido con los socialistas feudales ¿se hubiera desarrollado más rápidamente el movimiento obrero? Si Lenin se hubiera unido con los mencheviques, ¿hubiera llegado antes la Revolución de 1917?
Pero que hoy nadie defienda el socialismo feudal no significa que no haya socialistas feudales; se llaman de otra manera pero siguen existiendo; que no exista un partido menchevique no significa que no haya mencheviques por doquier. Es más: están hasta en la sopa, diciendo las mismas teorías, lo que pasa es que ahora lo dicen en nombre de Marx, Engels y Lenin porque los oportunistas son como los piojos, las chinches y garrapatas, o sea, parásitos del movimiento obrero desde el mismo nacimiento de éste como fuerza social organizada; se han pegado a su piel y necesitan una fumigación periódica… aunque sea por medios ecológicos respetuosos con el medio ambiente.
Para que el lector no se enfade conmigo voy a confesar algo que nunca he reconocido en público porque me da vergüenza: a mí el socialismo utópico siempre me gustó mucho más que el socialismo científico. Por varias razones; la principal de ellas es que me gustan las cosas imposibles: ¿acaso hay algo mejor que lo imposible? Cuando algo que no puede existir existe, me resulta algo fascinante. Por eso me entusiasman los sueños, la ficción, la imaginación, el guiñol, los cuentos de hadas y los videojuegos; cuanto más imposibles y fantásticos, mejor.
Tengo que aclarar que no es que el socialismo científico no me guste sino que me gusta más el otro; si pudiera elegir preferiría el socialismo utópico sin ninguna duda, e insisto otra vez en que cuanto más utópico es el socialismo de algunos, más me gusta.
Si eso es así, entonces, ¿por qué critico a los utópicos del socialismo? Pues porque creo que engañan a los trabajadores diciéndoles que el socialismo utópico no es utópico sino que es factible: «otro mundo es posible», es decir, que hay varios mundos y podemos elegir el que más nos guste. Si dijeran: el socialismo que yo propugno es utópico, nunca tendrá lugar, entonces no tendría ningún problema con ellos, les defendería apasionadamente. Pero no es así y, por lo tanto, engañan, a los trabajadores. Lo que diferencia al socialismo utópico del científico es que el primero no existe ni va a existir nunca, aunque nos gustara que existiera. Por eso también es el socialismo que le gusta a la burguesía: porque nunca va a acabar con su dominación de clase.
Ahora bien, ¿por qué es científico el socialismo científico? Por algo que se encierra en una sola frase que Marx escribió en El Capital: «El único camino histórico por el cual pueden destruirse y transformarse las contradicciones de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas mismas contradicciones». ¿Estaba equivocado Marx? ¿Hay otros caminos históricos diferentes que los que él reconoció? ¿Ha dejado de ser científico el socialismo científico? La respuesta es: no.
Hay dos maneras de demostrarlo: una es seguir el recorrido de todas las corrientes que han ido en busca de otros caminos diferentes y comprobar hasta dónde han llegado; otra es explicar en qué consiste el camino que Marx indicó y por qué es científico, es decir, por qué conduce al socialismo y cómo conduce al socialismo de manera inexorable (nos guste o nos guste, nos guste más o nos guste menos). Esas dos explicaciones forman una sola.
El socialismo utópico es el socialismo teórico, el que sólo existe en los libros, en las aulas, en los programas que se hacen y deshacen en interminables reuniones que duran hasta las tantas de la madrugada. Por ejemplo, a mi no me gustan los supermercados, esas grandes superficies a las que tengo que ir los sábados por la tarde a hacer la compra para la semana; los congelados no me saben a nada, prefiero la pescadería del barrio, e incluso pescar con caña en el malecón, es decir, la autarquía, la mayonesa casera y el pan recién salido del horno.
Las grandes superficies y sus estanterías repletas son como esos escaparates pornográficos de Amsterdam, donde siempre hay más mirones que clientes. La opulencia y el despilfarro han creado el espejismo del superconsumo, una teoría reciente del socialismo piojoso. Sus defensores son una casta aristocrática que tiene la conciencia separada de las tripas. Sus tripas llenas les conducen a la mala conciencia. Al famélico no se le ocurre hablar de superconsumo, no va nunca a los supermercados y hurga furtivamente en los contendores de basura.
En España uno de cada cinco niños padece hambre. Acuden a los colegios de barrio sin desayunar y desfallecen a media mañana. Aunque es cierto que la crisis no ha tocado fondo, es difícil que algunos puedan decrecer más. Desde luego a ellos no se les puede decir que viven por encima de sus posibilidades. Pero a los demás tampoco.
La teoría del decrecimiento hace de la necesidad virtud; con ella la burguesía se adapta a la crisis y fuerza la adaptación de los demás. El capitalismo ya está decreciendo, una etapa que dará lugar a otra, la destrucción, no sólo de mercancías sino -sobre todo- de personas. En todo el mundo lo que las masas necesitan no es menos sino más: más alimentos, más cuidados médicos, más escuelas, más viviendas y más de todo.
El socialismo piojoso y el decrecimiento no son diferentes del capitalismo actual. Para crear algo distinto, una sociedad nueva, no basta con redactar su programa; hay que criticar a los que quieren sostener la espantosa miseria actual barnizándola con nuevos adornos. No hay nada peor que proponer la unidad con los que defienden ese tipo de programas.
Juan Manuel Olarieta - febrero de 2014
[Nota: el adjetivo piojoso deriva de pijo tanto como de piojo]
Sin contar los prólogos, la edición que yo consulto del «Manifiesto Comunista» tiene exactamente 30 páginas, de las cuales Marx y Engels dedican nada menos que 10, es decir, una tercera parte, a criticar de manera furibunda las distintas variedades de socialismo de aquella época: el socialismo verdadero, el socialismo de cátedra, el socialismo feudal, el socialismo pequeño burgués, etc.
Es la parte menos leída de la obra porque todas esas corrientes desaparecieron y ya nadie se acuerda de ellas. Visto desde el momento actual es la parte que parece más anticuada. Parece difícil de entender los motivos por los que Marx y Engels dedicaron una parte tan importante de ese documento a corrientes tan extrañas del socialismo. Pero no cabe duda de que si Marx le dedicaron una atención tan preferentes es porque en su época eran movimientos muy extendidos e influyentes entre amplios sectores proletarios. Era importante desenmascararlos y Marx y Engels lo lograron ampliamente. Hoy ya nadie se presenta diciendo: «yo defiendo el socialismo feudal».
Es una enseñanza general del marxismo que Lenin también mantuvo, de manera que hoy nadie se presenta tampoco diciendo: «yo soy menchevique». Por lo tanto, hay que mantener una guerra sin cuartel contra las corrientes que se presentan como proletarias, revolucionarias y socialistas. A causa de esta lucha, en su momento, tanto Marx, como Engels y como Lenin fueron calificados de sectarios, dogmáticos y enemigos de la unidad que todos los proletarios deben mantener «por encima» de las diferencias ideológicas y, seguramente, por encima de todo. Es la consigna de los oportunistas: la unidad es lo más importante. Si Marx y Engels se hubieran unido con los socialistas feudales ¿se hubiera desarrollado más rápidamente el movimiento obrero? Si Lenin se hubiera unido con los mencheviques, ¿hubiera llegado antes la Revolución de 1917?
Pero que hoy nadie defienda el socialismo feudal no significa que no haya socialistas feudales; se llaman de otra manera pero siguen existiendo; que no exista un partido menchevique no significa que no haya mencheviques por doquier. Es más: están hasta en la sopa, diciendo las mismas teorías, lo que pasa es que ahora lo dicen en nombre de Marx, Engels y Lenin porque los oportunistas son como los piojos, las chinches y garrapatas, o sea, parásitos del movimiento obrero desde el mismo nacimiento de éste como fuerza social organizada; se han pegado a su piel y necesitan una fumigación periódica… aunque sea por medios ecológicos respetuosos con el medio ambiente.
Para que el lector no se enfade conmigo voy a confesar algo que nunca he reconocido en público porque me da vergüenza: a mí el socialismo utópico siempre me gustó mucho más que el socialismo científico. Por varias razones; la principal de ellas es que me gustan las cosas imposibles: ¿acaso hay algo mejor que lo imposible? Cuando algo que no puede existir existe, me resulta algo fascinante. Por eso me entusiasman los sueños, la ficción, la imaginación, el guiñol, los cuentos de hadas y los videojuegos; cuanto más imposibles y fantásticos, mejor.
Tengo que aclarar que no es que el socialismo científico no me guste sino que me gusta más el otro; si pudiera elegir preferiría el socialismo utópico sin ninguna duda, e insisto otra vez en que cuanto más utópico es el socialismo de algunos, más me gusta.
Si eso es así, entonces, ¿por qué critico a los utópicos del socialismo? Pues porque creo que engañan a los trabajadores diciéndoles que el socialismo utópico no es utópico sino que es factible: «otro mundo es posible», es decir, que hay varios mundos y podemos elegir el que más nos guste. Si dijeran: el socialismo que yo propugno es utópico, nunca tendrá lugar, entonces no tendría ningún problema con ellos, les defendería apasionadamente. Pero no es así y, por lo tanto, engañan, a los trabajadores. Lo que diferencia al socialismo utópico del científico es que el primero no existe ni va a existir nunca, aunque nos gustara que existiera. Por eso también es el socialismo que le gusta a la burguesía: porque nunca va a acabar con su dominación de clase.
Ahora bien, ¿por qué es científico el socialismo científico? Por algo que se encierra en una sola frase que Marx escribió en El Capital: «El único camino histórico por el cual pueden destruirse y transformarse las contradicciones de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas mismas contradicciones». ¿Estaba equivocado Marx? ¿Hay otros caminos históricos diferentes que los que él reconoció? ¿Ha dejado de ser científico el socialismo científico? La respuesta es: no.
Hay dos maneras de demostrarlo: una es seguir el recorrido de todas las corrientes que han ido en busca de otros caminos diferentes y comprobar hasta dónde han llegado; otra es explicar en qué consiste el camino que Marx indicó y por qué es científico, es decir, por qué conduce al socialismo y cómo conduce al socialismo de manera inexorable (nos guste o nos guste, nos guste más o nos guste menos). Esas dos explicaciones forman una sola.
El socialismo utópico es el socialismo teórico, el que sólo existe en los libros, en las aulas, en los programas que se hacen y deshacen en interminables reuniones que duran hasta las tantas de la madrugada. Por ejemplo, a mi no me gustan los supermercados, esas grandes superficies a las que tengo que ir los sábados por la tarde a hacer la compra para la semana; los congelados no me saben a nada, prefiero la pescadería del barrio, e incluso pescar con caña en el malecón, es decir, la autarquía, la mayonesa casera y el pan recién salido del horno.
Las grandes superficies y sus estanterías repletas son como esos escaparates pornográficos de Amsterdam, donde siempre hay más mirones que clientes. La opulencia y el despilfarro han creado el espejismo del superconsumo, una teoría reciente del socialismo piojoso. Sus defensores son una casta aristocrática que tiene la conciencia separada de las tripas. Sus tripas llenas les conducen a la mala conciencia. Al famélico no se le ocurre hablar de superconsumo, no va nunca a los supermercados y hurga furtivamente en los contendores de basura.
En España uno de cada cinco niños padece hambre. Acuden a los colegios de barrio sin desayunar y desfallecen a media mañana. Aunque es cierto que la crisis no ha tocado fondo, es difícil que algunos puedan decrecer más. Desde luego a ellos no se les puede decir que viven por encima de sus posibilidades. Pero a los demás tampoco.
La teoría del decrecimiento hace de la necesidad virtud; con ella la burguesía se adapta a la crisis y fuerza la adaptación de los demás. El capitalismo ya está decreciendo, una etapa que dará lugar a otra, la destrucción, no sólo de mercancías sino -sobre todo- de personas. En todo el mundo lo que las masas necesitan no es menos sino más: más alimentos, más cuidados médicos, más escuelas, más viviendas y más de todo.
El socialismo piojoso y el decrecimiento no son diferentes del capitalismo actual. Para crear algo distinto, una sociedad nueva, no basta con redactar su programa; hay que criticar a los que quieren sostener la espantosa miseria actual barnizándola con nuevos adornos. No hay nada peor que proponer la unidad con los que defienden ese tipo de programas.