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    Autónomos, trabajadores, pymes y monopolios

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    Autónomos, trabajadores, pymes y monopolios  Empty Autónomos, trabajadores, pymes y monopolios

    Mensaje por AliveRC Jue Abr 11, 2013 4:54 pm

    Autónomos, trabajadores, PYMES y monopolios


    El pasado 2/12/2012 el economista Juan torres López (en adelante JTL) publicaba en Rebelión el artículo “La gran patronal se dispone a destruir a la pequeña y mediana empresa española que crea empleo”. El artículo ha sido eliminado de Rebelión y del blog del autor, suponemos que al percatarse de la inexactitud de los datos publicados, aunque sigue inevitablemente circulando por internet.

    El autor muestra una gran solidez argumental en variados artículos, y sería un acto de mala fe criticar un desliz que ha sido rápidamente corregido. Pero como el discurso que reflejaba, “las pequeñas y medianas empresas son las que crean empleo”, se repite de forma recurrente en muy diversos ámbitos, que abarcan desde la derecha gobernante, hasta sectores progresistas y de la economía crítica, hasta el punto de que algunos sostienen que "son la salida a la crisis", creemos conveniente reflexionar al respecto.

    El marco conceptual

    El artículo comienza matizando que “Habitualmente se identifica empresario con capitalista y a éste con la explotación del trabajo (en el sentido estricto de apropiación de una parte del valor generado por los asalariados) que efectivamente conlleva el uso del trabajo asalariado en las economías capitalistas, cuando en puridad no tienen por qué ser equivalentes.”

    Y estamos de acuerdo en que no debemos mezclar dos marcos conceptuales distintos, que podemos llamar el económico-formal, y el de la economía política. Así empresario (concepto económico-formal) no es idéntico a capitalista-explotador (economía política). El capitalismo no es una colección de números o de clasificaciones contables, sino, antes que nada, un conjunto de relaciones sociales que se establecen entre distintos sectores o clases en la producción. Para hacer análisis desde el punto de vista de las clases sociales o de la economía política, debemos contar con las fuentes o datos elaborados por la economía formal, y desentrañar las realidades que se esconden tras sus apariencias contables.

    La principal consecuencia de esta distinción es que un capitalista para serlo, debe explotar trabajo ajeno, esto es apropiarse del fruto del trabajo de los empleados asalariados que dependen de él. Sin embargo, desde el punto de vista de la contabilidad formal, una buena parte de quienes aparecen como empresarios, no explotan trabajo ajeno. Este sería el caso del 80% de los en torno a 3 millones de trabajadores autónomos que no emplean a ningún trabajador. Formalmente son “empresarios”, pero no explotando trabajo ajeno, no pueden ser considerados capitalistas.

    Otra consecuencia importante sería el de la infra-representación de las grandes sociedades y grupos empresariales, donde pueden aparecer distintas empresas, incluso dentro de un mismo gran centro de trabajo, que sin embargo forman parte de un mismo grupo de propietarios y un mismo proceso productivo, y donde las riquezas generadas por un grupo de trabajadores, formalmente fraccionados en distintas sociedades y empresas, va a parar a los bolsillos de una misma dirección capitalista. El ejemplo de esto sería p.ej. una acería de Mittal o una fábrica de Ford, donde la matriz incorpora las riquezas producidas por cientos y miles de trabajadores de las subcontratas.



    Autónomos y trabajadores


    Los 3 millones de trabajadores autónomos, formalmente empresarios, pueden encuadrarse en categorías sociales muy distintas, incluso antagónicas:

    Un gran mayoría que no emplea trabajadores, y, o bien encubre una relación real laboral, o bien son trabajadores independientes, que no caben en la categoría de capitalistas, ni en la de proletarios, engrosando las filas de la “clase media”. Para el primer caso, pensemos en un transportista o autónomo de la construcción o el montaje industrial, que trabaja para un sólo cliente, y “vuelca” su trabajo a un ciclo productivo más amplio, apropiado en su conjunto por una empresa principal que obtiene sus beneficios de la venta del producto o servicio final, y con el que no se mantiene un contrato de trabajo, sino un contrato mercantil. La relación real, empresa-trabajador, es encubierta por la relación formal, empresa-empresa. Esto supone varias ventajas para la empresa matriz, como la inaplicación de los derechos laborales, el descargar preocupaciones de dirección empresarial en el propio trabajador o ventajas fiscales. En el segundo caso, un diseñador, abogado, tendero o médico que regenta su negocio particular sin emplear más fuerza de trabajo que la suya, y que vende sus propias mercancías y servicios al mercado. Estas categorías engloban entre el 64 y el 83% de los autónomos, según las fuentes[1]. De los algo más de 3 millones de autónomos que existen en España, sólo el 0,8% pasan de 5 empleados; 744 (el 0,02%) superan los 20 trabajadores, y ninguno llega a los 50[2].
    Por otro lado encontramos a quienes tienen pocos empleados, y si bien emplean a un número total significativo de trabajadores y alcanzan a superar el umbral de la acumulación capitalista, ganar más de lo que gasta para su propia reproducción personal, participa en muy escasa medida, casi irrelevante en el reparto global de las ganancias. Esto son los pequeños capitalistas. Pequeños comerciantes o negocios de hostelería pueden servir de ejemplo de estos sectores.
    Una última capa, que junto a las pequeñas y medianas empresas emplea a una parte importante del total de trabajadores, aunque en el reparto de las ganancias participa de manera minoritaria respecto a las grandes empresas, y en los procesos económicos está subordinado a los grandes grupos industriales, comerciales y financieros. Sólo estos últimos pueden ser considerados como “capitalistas” o “burgueses” de pleno derecho, y aún así tienen un papel secundario en el proceso global de acumulación capitalista.

    En general las empresas de esta ultima categoría no marcan los precios de los productos, ni la estrategia de investigación o de marketing. No influyen en estrategia global de las grandes empresas: las empresas subcontratas que producen piezas para la construcción de un coche o de una acería, dependen de la estrategia de los accionistas de Arcelor Mital o de Opel. Su cartera de trabajo dependerá mayoritariamente de decisiones ajenas. En realidad la producción funciona de manera piramidal: gracias a las patentes, a la cartera de ventas y a poder fijar los precios de compra, las empresas matrices exigen a las subcontratas cada vez más o mejor producto al menor precio. La competencia y la lucha por los beneficios les lleva a ello. Lo que a su vez hace recaer sobre los trabajadores todo el peso de esta estrategia, aumentando el ritmo de trabajo, disminuyendo salarios…



    Sigue en: http://www.jaimelago.org/node/52

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