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    “La implosión del sistema europeo” - texto de Samir Amin - publicado en septiembre de 2012 en Monthly review

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Vie Mayo 24, 2013 12:39 pm

    La implosión del sistema europeo"

    texto de Samir Amin

    septiembre de 2012 - Original publicado en Monthly review

    Traduccción: Asociación Cultural Jaime Lago

    publicado en el Foro en dos mensajes

    La opinión pública mayoritaria europea sostiene que Europa tiene todo lo que necesita para convertirse en una potencia económica y política comparable, y por lo tanto independiente de los Estados Unidos. La simple suma de sus poblaciones con sus respectivos PIB hace que parezca obvio. En cuanto a mí, creo que Europa sufre de tres desventajas principales que descartan esa comparación.

    En primer lugar, la parte norte del continente americano (Estados Unidos y-lo que yo llamo su estado externo -Canadá) está dotado de recursos naturales incomparablemente mayores que la parte de Europa al oeste de Rusia, como lo demuestra la dependencia de Europa de la importación de energía.

    En segundo lugar, Europa está compuesta por un buen número de naciones históricamente distintas, cuya diversidad de culturas políticas, a pesar de que esta diversidad no está necesariamente marcada por el chovinismo nacional, tiene el peso suficiente para excluir el reconocimiento de un “pueblo europeo” siguiendo el modelo del “pueblo americano” de los Estados Unidos. Volveremos más adelante a este importante asunto.

    En tercer lugar (y este es el principal motivo de exclusión de tal comparación), el desarrollo capitalista en Europa ha sido y sigue siendo desigual, mientras que el capitalismo norteamericano se ha desarrollado de una manera bastante uniforme en toda la zona norte de América, por lo menos desde la Guerra Civil. Europa, al oeste de la Rusia histórica (incluyendo Ucrania y Bielorrusia), se compone de tres grupos desigualmente desarrollados de sociedades capitalistas.

    El capitalismo histórico -es decir, la forma del modo de producción capitalista que se establece a escala mundial -, nace en el siglo XVI en el triángulo Londres / Amsterdam / Paris y alcanzada su forma completa con la revolución política francesa y la revolución industrial inglesa. Este modelo, que iba a ser frecuente en los centros capitalistas dominantes hasta la época contemporánea (el capitalismo liberal, en palabras de Wallerstein), se expandió en los Estados Unidos vigorosa y rápidamente después de la Guerra Civil, poniendo fin a la posición dominante del poder esclavista en el gobierno federal, y acabando más tarde con el poder independiente de Japón. En Europa se impuso ese mismo modelo con la misma rapidez desde 1870, en Alemania y Escandinavia. El núcleo Europeo (Gran Bretaña, Francia, Alemania, los Países Bajos, Bélgica, Suiza, Austria y Escandinavia) ha estado bajo el dominio económico, político y social de sus propios monopolios generalizados -como los llamo-, que surgieron a partir de las formas anteriores de capitalismo monopolista, alcanzado ese estatus en el período 1975-1990.

    Sin embargo, los monopolios generalizados propios de esta región europea no son “europeos”, sino que siguen siendo estrictamente “nacionales” (es decir, alemanes, británicos, suecos, etc.) a pesar de que sus negocios son trans-europeos e incluso transnacionales (llevados a cabo a escala mundial). Lo mismo sucede con los monopolios generalizados contemporáneos de los Estados Unidos y Japón. En mi artículo de la impresionante investigación que se ha hecho sobre este tema he hecho hincapié en la trascendental importancia de esta conclusión.1

    El segundo nivel incluye a Italia, España y Portugal, en el que el mismo modelo dominante – en la actualidad, la del capitalismo monopolista generalizado- aparece mucho más recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, estas sociedades conservan peculiaridades en sus formas de gobierno económico y político que impiden su ascenso en igualdad con los demás.

    Pero el tercer nivel, que comprende los países del ex “mundo socialista (al estilo soviético)” y Grecia, no está en la base de monopolios generalizados adecuados a sus propias sociedades nacionales (los armadores griegos son una posible excepción, aunque su estatus de “griegos” es muy cuestionable). Hasta la Segunda Guerra Mundial, todas estas sociedades estaban muy lejos de las relaciones capitalistas desarrollados que caracterizan al centro de Europa. Posteriormente, el socialismo de estilo soviético reprimió aún más los embriones de burguesías capitalistas nacionales en todos los países que tomaron el camino “del socialismo real”, sustituyéndolo la estrecha dominación burguesa por un capitalismo de Estado con características sociales, incluso socialistas. Tras volverse a integrar en el mundo capitalista a través de la pertenencia a la Unión Europea y la OTAN, estos países (incluida Grecia) comparten a partir de entonces la situación de los demás en el capitalismo periférico, no gobernado por sus propios monopolios generalizados nacionales, sino con sujeción a los del núcleo europeo.

    Esta heterogeneidad de Europa excluye terminantemente comparación con los Estados Unidos / Canadá como conjunto. Sin embargo, se preguntará, ¿no se puede hacer desaparecer esta heterogeneidad poco a poco, precisamente a través de la construcción europea? Esa es la opinión que prevalece en Europa. No estoy de acuerdo, sin embargo, y volveré a este asunto.

    ¿Puede compararse Europa con el doble continente Americano?

    Mi creencia es que es más realista comparar Europa con el continente americano dual (Estados Unidos / Canadá, por un lado y América Latina y el Caribe por el otro) que con América del norte solamente. El doble continente americano constituye un conjunto dentro del capitalismo mundial que se caracteriza por el contraste entre el norte central y dominante y el sur periférico y subordinado. Este dominio, que en el siglo XIX compartió el naciente poder de Estados Unidos (que en 1823 proclamó sus ambiciones en la Doctrina Monroe) con su competidor británico, entonces hegemónico a escala mundial, ahora se ejerce principalmente por Washington, cuyos monopolios generalizados tienen un amplio control de la vida económica y política del sur de su frontera a pesar de los recientes avances combativos que pueden poner en cuestión su dominio. La analogía con Europa es evidente. El Este de Europa se encuentra en una situación periférica de subordinación al Occidente europeo análoga a la situación característica de América Latina en relación con los Estados Unidos.

    Pero, como todas las analogías, tiene sus límites, y hacer caso omiso de ellos llevaría a conclusiones erróneas acerca de qué futuros son posibles y qué estrategias son efectivas para abrir la vía al mejor de esos futuros. A dos niveles prevalece la diferencia, en lugar de analogía. América Latina es un continente inmenso dotado de fabulosos recursos naturales -agua, tierra, minerales, petróleo y gas natural-. Europa Oriental no es comparable a ese nivel. Por otra parte, América Latina mucho menos heterogénea que Europa del Este: tiene dos lenguas relacionadas (aunque hay muchas lenguas indígenas que sobreviven) y poca hostilidad nacional-chovinista entre vecinos. Pero estas diferencias, por importantes que sean, apenas son nuestro principal motivo para no ir con un razonamiento analógico simplificado.

    La dominación de EE.UU. sobre su sudamericana se ejerce principalmente a través de medios económicos, como muestra el modelo de mercado común panamericano promovido por Washington (que a pesar de los esfuerzos de Estados Unidos en imponerlo se encuentra en un punto muerto). Incluso parte de este modelo, el TLCAN, que ya está en vigor y anexiona a un subordinado México al gran mercado norteamericano, no cuestiona la soberanía política institucional de México. No hay nada inocente sobre esta observación. Soy muy consciente de que no existen barreras cerradas que separen métodos económicos de los que operan en el plano político. La Organización de los Estados Americanos (OEA), con razón, ha sido considerada por las fuerzas de oposición en América Latina como el “Ministerio de Colonias de los Estados Unidos”, y la lista de intervenciones de Estados Unidos, ya sea militar (como en el Caribe) o en forma de apoyo a un golpe de Estado, es suficiente para demostrarlo.

    La forma institucional de relación entre los estados de la Unión Europea se deriva de una lógica más amplia y compleja. En efecto, existe una especie de “Doctrina Monroe” de Europa occidental (“Europa del Este es la propiedad de Europa occidental”). Pero eso no es todo. La Unión Europea no es sólo un “mercado común” como lo fue en sus inicios, cuando se limitaba a seis países antes extenderse a otros países de Europa occidental. Desde el Tratado de Maastricht se ha convertido en un proyecto político. Ciertamente, la UE fue concebida como un medio para promover el amplio proyecto que tenían los monopolios generalizados para gestionar a las sociedades involucradas. Pero también fue capaz de convertirse en un espacio para solventar conflictos y para el cuestionamiento de esos proyectos y establecer los métodos para su aplicación. Se supone que las instituciones europeas vinculan a los pueblos de la Unión y establecen medios para dicho fin, como la ponderación de la representación de los Estados en el Parlamento Europeo de acuerdo a su población y no a su PIB. Debido a esto la opinión que prevalece en Europa sobre la estructura actual de sus instituciones, incluida la de la mayoría de los críticos de izquierdas, se aferra a la esperanza de que otra Europa es posible.

    Antes de discutir las tesis e hipótesis acerca de las posibles alternativas futuras para la construcción de Europa, parece necesario entrar en un debate, por una parte, del atlantismo y el imperialismo, y, por otro, de la identidad europea.

    Europa, ¿O la Europa atlantista e imperialista?

    Gran Bretaña es más atlantista que Europa, a causa de su antigua posición como potencia hegemónica imperialista, aunque ese patrimonio se ha reducido a la posición privilegiada que mantiene la City londinense en el sistema financiero globalizado. Por lo tanto, Gran Bretaña subordina su muy especial pertenencia a la Unión Europea a su prioridad de institucionalizar un mercado económico y financiero euro-atlántico, lo que prevalece sobre su mínimo deseo de participar activamente en la construcción política de Europa.

    Pero no sólo Gran Bretaña es atlantista. Los estados europeos continentales no lo son menos, a pesar de su aparente intención de construir una Europa política. La prueba de ello es la posición central de la OTAN en esta construcción política. El hecho de que, de facto, se integre en la “Constitución europea” la alianza militar con un país ajeno a la Unión, constituye una anomalía sin precedentes. Para algunos países de Europa (Polonia, Hungría y los países bálticos) la protección de la OTAN -es decir, de Estados Unidos – en contra de su “enemigo ruso” (!) es más importante que su adhesión a la Unión Europea.

    La persistencia del atlantismo y la expansión mundial del campo de operación de la OTAN tras la supuesta desaparición de la “amenaza soviética”, ha dado lugar a lo que he analizado como el surgimiento del imperialismo colectivo de la tríada (Estados Unidos, Europa y Japón). Es decir, los centros dominantes del capitalismo de los monopolios generalizados pretenden seguir dominando a pesar del ascenso de los estados emergentes. Es una transformación relativamente reciente del sistema imperialista, que previa y, tradicionalmente, se ha basado en el conflicto entre las potencias imperialistas. La causa de la aparición de este imperialismo colectivo es la necesidad de enfrentar de manera unida el desafío de los pueblos y estados periféricos de Asia, África y América Latina, ansiosos por escapar de su subordinación.

    El segmento imperialista europeo en cuestión involucra sólo a Europa occidental, aquellos cuyos estados de la época moderna han sido siempre imperialistas, tuviesen o no colonias, ya que tienen y siempre han tenido una participación en la renta imperialista. Por el contrario, los países de Europa del Este no tienen acceso a la misma ya que no tienen monopolios generalizados nacionales propios. Se han tragado la ilusión, sin embargo, que tienen derecho a ella sólo por su “europeidad”. ¿Alguna vez serán capaces de deshacerse de esa ilusión?

    El imperialismo, al haberse convertido en colectivo y permaneciendo así en adelante, comparte en relación al Sur una política común -la de la tríada-: una política de agresión permanente contra los pueblos y los Estados que se atreven a poner en tela de juicio su sistema especial de globalización. Y el imperialismo colectivo tiene un líder militar, sino una potencia hegemónica: los Estados Unidos. Se entiende, pues, que ni la Unión Europea ni sus estados tienen ya una “política exterior”. Los hechos demuestran que no hay más que una sola realidad: la alineación detrás de lo que Washington (tal vez de acuerdo con Londres) decida. Visto desde el Sur, Europa no es más que el aliado incondicional de Estados Unidos. Y aunque puede haber algunas ilusiones en América Latina -sin duda porque la hegemonía se ejerce brutalmente por los Estados Unidos y no por sus aliados Europeos subalternos – , no ocurre lo mismo en Asia y África. Los que detentan el poder en los países emergentes lo saben: los responsables de los países de los dos continentes aceptan su condición de compradores sumisos. Para todos, lo único que cuenta Washington, no una Europa que bien podría no existir en absoluto.

    ¿Existe una identidad europea?

    El punto de vista para considerar esta pregunta es interno a Europa. Porque desde un punto de vista externo – el del gran Sur-, “Europa”, de hecho parece ser una realidad definitivamente. Para los pueblos de Asia y África, cuyas lenguas y religiones son “no europeas”, aun cuando la realidad ha sido atenuada por las conversiones al cristianismo mediante las misiones o adoptando la lengua oficial de los antiguos colonizadores, los europeos son los “otros”. En América Latina, como en Norteamérica, el asunto es distinto, resultado de la construcción de la “otra Europa”, el “Nuevo Mundo”, vinculado a la formación del capitalismo histórico.

    La verdadera cuestión de la identidad europea, sin embargo, sólo puede ser discutida desde el interior de Europa. Pero las tesis afirmando y negando la realidad de este conflicto de identidad entran en polémicas que conducen a cada lado a doblar la vara demasiado en su propio favor. Así, algunos evocan el cristianismo, aunque lógicamente hay que referirse a cristianos católicos, protestantes y ortodoxos -aunque pasa por encima del para nada insignificante número de quienes no tienen práctica religiosa o creencia religiosa alguna. Otros señalarán que un español está más a gusto con un argentina que con una lituana, que una mujer francesa comprenderá mejor a un argelino que a un búlgaro, y que los ingleses se mueven con mayor libertad en las zonas del planeta en que la gente comparte su lengua que en Europa. La ancestral civilización greco-romana, ya sea como era o como fue reconstruida, debe hacer del latín y el griego, en lugar de inglés, las lenguas oficiales de Europa (como lo fueron en la Edad Media). La Ilustración del siglo XVIII apenas sobrepasó las fronteras del triángulo formado por Londres / Amsterdam / Paris aunque se exportó a Prusia y Rusia. La democracia electoral representativa es todavía muy insegura y es demasiado reciente para ver sus orígenes en la formación de las diversas culturas políticas visibles en Europa.

    No hay ninguna dificultad en mostrar el aún presente poder de las identidades nacionales en Europa. Francia, Alemania, España y Gran Bretaña fueron formadas a través de siglos de amargas guerras. Aunque el insignificante primer ministro de Luxemburgo pueda decir que su patria (¿O la de su banco?) “Es Europa”, ningún presidente francés, canciller alemán, o primer ministro británico se atreverían a decir algo tan estúpido. Pero, ¿realmente tiene que haber una identidad común para que haya un proyecto legítimo de integración política regional? Yo sostengo que para nada. A condición de que la diversidad de identidades (llamémoslas “nacionales”) sea reconocida y que los motivos más profundos que subyacen a la voluntad común para una construcción política se establezcan con precisión. Este principio no es válido solamente para los europeos: también lo es para los pueblos del Caribe, de América Ibérica, del mundo árabe y de África. Uno no necesita creer en el “arabismo” o la “negritud” para aceptar un proyecto árabe o africano como algo plenamente legítimo. Por desgracia, los “europeístas” no se comportan con tanta inteligencia. La gran mayoría de ellos piensan que es suficiente con llamarse a sí mismos “supranacionales” o “anti-soberanistas”, que en el mejor de los casos no significa nada e incluso puede entrar en conflicto con la realidad. Por lo tanto, mi análisis de la viabilidad de un proyecto político europeo no se basa en las arenas movedizas de la “identidad”, sino en la tierra firme de la apuesta que está en juego y las formas institucionales para su gestión.

    ¿La Unión Europea es viable?

    La pregunta no es si “el” proyecto europeo es viable (¿qué proyecto? ¿para hacer qué?) – la respuesta, obviamente, es que sí-, si no si el proyecto actualmente establecido es viable o si se podría transformar para que lo sea. No presto atención a los derechistas “europeístas”, es decir, aquellos que sometiéndose a las exigencias del capitalismo monopolista generalizado aceptan la Unión Europea tal y como es y sólo se preocupan de proporcionar una solución sus actuales dificultades “coyunturales” (yo mantengo no son para nada coyunturales). Me preocupo sólo de los argumentos de aquellos que afirman que “otra Europa es posible”, incluyendo a los defensores de un capitalismo de rostro humano reformado, así como a aquellos que comparten el punto de vista de la transformación socialista de Europa y del mundo.

    Lo fundamental para el debate es la naturaleza de la crisis que asola Europa y el mundo. En lo que se refiere a Europa, la crisis de la zona euro que aparece en primer plano – frontstage- y la crisis soterrada – backstage- de la Unión Europea son inseparables.

    Por lo menos desde el Tratado de Maastricht y, en mi opinión, desde mucho antes, la construcción de la Unión Europea y de la zona euro ha sido concebida y diseñada como un componente para la construcción de la llamada globalización libera l-que es la construcción de un sistema para asegurar la dominación exclusiva del capitalismo monopolista generalizado. En este contexto, el necesario punto de partida es el análisis de las contradicciones que, a mi juicio, hacen de este proyecto (y por lo tanto el proyecto europeo incluido en él) inviable.

    Pero, se dirá, en incondicional defensa de “el” proyecto europeo (proyecto que tiene la ventaja de existir, de estar en marcha): puede ser transformado. Para estar seguro de que puede serlo -en la teoría abstracta -, ¿qué condiciones podrían permitirlo? Creo que necesitaría un doble milagro, y no creo en los milagros: (1) que la construcción europea transnacional reconozca la realidad de las soberanías nacionales, la diversidad de intereses en juego, y organice su funcionamiento institucional, sobre esa base, y (2) que el capitalismo -en la medida en que mantiene su forma de gobernar la economía y la sociedad- se vea obligado a trabajar de una manera diferente a la dictada por su propia lógica, que actualmente es la dominación de los monopolios generalizados. No veo ningún indicio de que la mayoría de los europeístas sean capaces de tener en cuenta estos requisitos. Tampoco veo a la minoría de izquierdas, que las tiene en cuenta, sea capaz de movilizar a las fuerzas políticas y sociales capaces de invertir el conservadurismo del europeísmo establecido. Por eso llego a la conclusión de que la Unión Europea puede ser otra cosa que lo que es, y como tal es inviable, la crisis de la eurozona muestra la imposibilidad de esto.

    El proyecto “europeo”, como se define en el Tratado de Maastricht y el proyecto de la zona euro se vendió a la opinión pública con una campaña de propaganda que sólo puede ser descrita como imbécil y falsa. A algunos -los (relativamente) privilegiados pueblos de la opulenta Europa Occidental- se les dijo que borrando las soberanías nacionales al fin se pondría fin a las guerras llenas de odio que habían ensangrentado el continente (y el éxito de esa charlatanería es fácil de entender). Se sirve con una salsa: la amistad de la gran democracia americana, la lucha común por la democracia en el gran Su r-una nueva forma de aceptación de la vieja posturas imperialistas- etc…. A los otros -los pobres diablos del este – se les prometió “alcanzar” los estándares occidentales de vida.

    Las mayorías de ambas partes de Europa -oriental y occidental- se tragaron esta charlatanería. En Oriente creyeron, al parecer, que la adhesión a la Unión Europea permitiría la famosa “puesta al día”, un buen negocio. Pero el precio que pagaron -quizás como castigo por haber aceptado la práctica de los regímenes del socialismo al estilo soviético llamado comunismo- fue un doloroso ajuste estructural que dura desde hace varios años. Se impusieron ajustes – es decir “austeridad” para los trabajadores, no para los multimillonarios. Sin embargo, su recompensa fue un desastre social. Y de esta manera la Europa del Este se convirtió en la periferia de Europa occidental. Un reciente estudio serio afirma que el 80 por ciento de los rumanos estiman que “en la era Ceausescu las cosas estaban mejor”!2 ¿Alguien quiere una señal más clara de deslegitimación de la supuesta democracia que caracteriza a la Unión Europea? ¿Los pueblos afectados aprendieron la lección? ¿Entenderán que la lógica del capitalismo no es la de ponerse al día, si no por el contrario, la de profundizar en las desigualdades?. ¡Quién sabe!.

    ---fin del mensaje nº 1---



    Última edición por pedrocasca el Vie Mayo 24, 2013 1:59 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Vie Mayo 24, 2013 12:41 pm

    La implosión del sistema europeo"

    texto de Samir Amin

    septiembre de 2012 - Original publicado en Monthly review

    Traduccción: Asociación Cultural Jaime Lago

    publicado en el Foro en dos mensajes

    Que Grecia esté hoy en el centro del conflicto es a la vez consecuencia de que Grecia fome parte de la zona euro y porque sus habitantes esperaban escapar a la suerte de los otros países periféricos (ex-”socialistas”) de los Balcanes. La población griega en general piensa (¿o espera?) que después de haber evitado la desgracia de ser gobernado por los “comunistas” (con gran influencia en los heroicos tiempos de la Segunda Guerra Mundial – ¡y por la gracia de los coroneles!- no tendrían que pagar el precio impuesto al resto de los Balcanes. Europa y el euro funcionarían de forma diferente para ellos. La solidaridad europea, y en especial la de los socios de la zona euro, aunque fuese débil en otros sitios (dónde había que castigar el delito del “comunismo”), actuaría en su favor.

    Los griegos están atrapados en el resultado de sus ilusiones ingenuas. Ya deberían saber que el sistema reducirá su condición a la de sus vecinos balcánicos, Bulgaria y Albania. La lógica de la eurozona no es diferente a la de la Unión Europea, al contrario, refuerza su violencia. De una manera general, la lógica de la acumulación capitalista produce una acentuación de la desigualdad entre las naciones (origen de la construcción del contraste núcleo / periferia), y la acumulación dominada por los monopolios generalizados refuerza aún más esta tendencia innata del sistema. Frente a esto, se puede afirmar que las instituciones de la Unión Europea proporcionarán los medios para corregir las desigualdades intra-europeas mediante el apoyo financiero adecuado a los países rezagados de la Unión, algo que asume la opinión pública. En realidad, este apoyo (aparte de la agricultura, algo que no discutiremos en este artículo) es altamente insuficiente para permitir que nadie se ponga al día, pero, aún más grave, facilita la penetración de los monopolios generalizados y así refuerza la tendencia a un desarrollo desigual a través de una mayor apertura de las economías. Además, esta ayuda tiene como objetivo reforzar ciertas regiones sub-nacionales (por ejemplo, Baviera, Lombardía y Cataluña) y con ello debilita la capacidad de los Estados nacionales para resistir a los dictados de los monopolios.

    La zona euro fue diseñada para agravar aún más ese movimiento. Su naturaleza fundamental queda definida por el estatuto del Banco Central Europeo, al que se prohíbe prestar a los gobiernos nacionales (e incluso a un estado supranacional europeo si existiese, que no es el caso), si no que se presta exclusivamente a los bancos -a una tasa ridículamente baja-, que, a su vez, saca de sus inversiones en bonos nacionales unos ingresos de los intereses que refuerzan la dominación de los monopolios generalizados. Lo que se llama la financiarización del sistema es inherente a la estrategia de los monopolios. Desde su creación he analizado este sistema como no viable, destinado a colapsar tan pronto como el capitalismo fuese golpeado por una grave crisis, lo que sucede ante nuestros ojos. Sostuve que la única alternativa que podría apoyar una construcción europea requeriría del mantenimiento gradual y sólido de las monedas nacionales vinculadas mediante un sistema de tipos de cambio definidos concebido como una estructura seriamente negociada de tipos de cambio y políticas industriales. Y tendría que ser diseñadas para durar hasta que, finalmente, y mucho más tarde, la madurez de sus culturas políticas permitiese el establecimiento de un Estado confederal europeo, pero sin aniquilar a los distintos estados nacionales.

    Y así, la zona euro ha entrado en una crisis previsible que realmente pone en peligro su existencia, como finalmente ha sido admitido incluso en Bruselas. Porque no hay ninguna señal de que la Unión Europea sea capaz de llevar a cabo ninguna autocrítica radical que implique la adopción de un sistema diferente de regulación monetaria y el abandono del liberalismo inherente a los tratados aún vigentes.

    Los responsables de la quiebra del proyecto europeo no son sus víctimas -los países frágiles de la periferia europea-, si no, por el contrario, el núcleo dirigente de países Europeos (es decir, las clases dominantes de dichos países), el más importante entre ellos Alemania, que han sido los beneficiarios del sistema. Esto hace los insultos contra el pueblo griego aún más odiosos. ¿Perezosos? ¿Evasores de impuestos? Mme. Lagarde se olvida que los tramposos en cuestión son los armadores protegidos por las libertades de la globalización (respaldados por el FMI).

    Mi argumento no se basa en el reconocimiento de los conflictos entre las naciones, a pesar de que las cosas parezcan suceder de esa manera. Se basa en el reconocimiento del conflicto entre los monopolios generalizados (basados sólo en los países del centro de Europa) y los trabajadores del centro y de la periferia europea por igual – a pesar de que el coste de las medidas de austeridad impuestas a los dos tienen efectos marcadamente más devastadores en la periferia que en los países centrales. El “modelo alemán”, alabado por todas las fuerzas políticas derechistas de Europa, así como por parte de la izquierda, que ha funcionado con éxito en Alemania, gracias a la relativa docilidad de los trabajadores que están de acuerdo con los niveles salariales un 30% más bajos que los franceses. Esta docilidad es en gran medida la base del éxito de las exportaciones alemanas y del poderoso crecimiento de las rentas que las que se benefician los monopolios generalizados alemanes. ¡Todo el mundo debe entender cómo encandila este modelo a los defensores incondicionales del capital!

    Lo peor, por tanto, está por venir: de una manera u otra, de repente o poco a poco, el proyecto europeo ha de partirse, empezando por la zona euro. Entonces volveremos a la línea de salida: 1930. Tendríamos una zona limitada a Alemania y los países que domina en su frontera oriental y meridional, los holandeses y los escandinavos autónomos pero dispuestos a cumplir, una Gran Bretaña distanciada aún más de las vicisitudes de la política continental por su atlantismo, una Francia aislada (¿cómo con De Gaulle? ¿O Vichy?), y una España e Italia, inseguras y volátiles. Tendríamos lo peor de ambos mundos: sociedades nacionales europeas sumisas a los dictados de los monopolios generalizados acompañando el “liberalismo” globalizado, por un lado, y por otro a sus fuerzas políticas dirigentes más vinculadas aún, en la misma medida de su impotencia, a la demagogia “nacionalista”. Ese tipo de poder político multiplicaría las posibilidades de la extrema derecha. Tendríamos (¿tenemos ya?) Pilsudskis, Horthys, barones bálticos, defensores de los Mussolini y Franco y Maurasianos. Los discursos aparentemente “nacionalistas” de la extrema derecha son mentiras, porque estas fuerzas políticas (o, al menos, sus líderes) no sólo aceptan el capitalismo en general, sino también la única forma que puede tomar, la del capitalismo monopolista generalizado. Un auténtico “nacionalismo” a día de hoy sólo puede ser popular en el verdadero sentido de la palabra: que sirva, no que engañe a la gente. En este momento la palabra “nacionalismo” debe ser usada con precaución, y tal vez sería mejor sustituirla por “internacionalismo de los pueblos y de los trabajadores.” Por el contrario, la retórica de los derechistas reduce su nacionalismo a los excesos chovinistas violentos que se utilizan contra los inmigrantes y los gitanos, a los que se culpa de ser la fuente de los desastres. Esta derecha también incluye a los “pobres” en su odio – a los que hace responsable de su pobreza y acusa de abusar de los beneficios del “asistencialismo”.

    Eso es lo que provoca la terca insistencia en defender el proyecto europeo, incluso en plena tormenta: su destrucción.

    ¿Existe una alternativa menos angustiante? ¿Nos dirigimos hacia una nueva ola de transformaciones sociales progresistas?

    Sí de hecho, ya que en principio todavía existe más de una alternativa. Pero hay que explicar las condiciones para que sea realizable una u otra alternativa. Es imposible volver a una etapa anterior del desarrollo capitalista, a un período anterior a la centralización del control capitalista. Sólo podemos ir hacia delante, es decir, comenzar a partir de la etapa actual de centralización del control capitalista, entendiendo que ha llegado el momento de “expropiar a los expropiadores”. No es viable ninguna otra perspectiva. Dicho esto, esta propuesta no excluye luchas principales que, etapa a etapa, vayan en esa dirección. Al contrario, se requiere identificar un objetivo estratégico para cada etapa y aplicar tácticas eficaces. Prescindir de esta preocupación por las estrategias y tácticas adaptadas a cada etapa de la acción es condenarse simplemente a repetir slogans simplistas e impotentes como “¡Abajo el capitalismo!”

    En este sentido, y en lo que se refiere a Europa, un movimiento inicial efectivo -lo que tal vez ya está tomando forma- parte del desafío a las llamadas políticas de austeridad que, además, están vinculadas al aumento de las políticas autoritarias y antidemocráticas que requieren. El objetivo de reactivar el crecimiento económico, a pesar de la ambigüedad de ese término (¿reiniciar con qué actividades? ¿y por qué medios?), está naturalmente ligado a ella.

    Pero hay que reconocer que este primer paso implica entrar en conflicto con el sistema del euro en la gestión de divisas por parte del Banco Central Europeo (BCE). Por eso no veo ninguna posibilidad de evitar la “salida del euro” a través de la restauración de la soberanía monetaria de los Estados europeos. Entonces, y sólo entonces se puede abrir un espacio de maniobra, lo que requiere la negociación entre los socios europeos y, por ese mismo hecho, la revisión de los textos legales que estructuran las instituciones europeas. Entonces y sólo entonces se podrán adoptar iniciativas que alumbren una socialización de los monopolios. Yo me imagino, por ejemplo, una separación de las funciones de la banca y la nacionalización incluso definitiva de los bancos en problemas, un aligeramiento de las garras de los monopolios sobre las pequeñas y medianas empresas y los agricultores, la adopción de impuestos fuertemente progresivos, expropiar las instalaciones de empresas evasoras –runaway- en favor de sus trabajadores y de los gobiernos locales, diversificar el número de socios para el intercambio comercial, industrial y financiero a través de la apertura de negociaciones, en particular con los países emergentes del Sur, etc Todas estas medidas requieren la afirmación de la soberanía económica nacional y por lo tanto requieren la desobediencia a las normas europeas que prohíben. Porque es obvio que las condiciones políticas que permiten tales acciones nunca existirán simultáneamente en toda la Unión Europea. No habrá tal milagro. Así que tenemos que aceptar partir, donde sea posible, en uno o varios países. Sigo convencido de que una vez que el proceso se ponga en marcha funcionará rápidamente como una bola de nieve.

    A estas proposiciones (cuya formulación, al menos en parte, ha iniciado el presidente François Hollande) las fuerzas políticas al servicio de los monopolios generalizados ya están contraponiendo proposiciones que las privan de importancia: “reiniciar el crecimiento, siendo todos y cada uno más competitivos, respetando la apertura y la transparencia de los mercados”. Este discurso no es sólo de Merkel. Es el mismo que mantienen sus oponentes socialdemócratas y el presidente del BCE, Draghi. Pero hay que saber -y decir- que “los mercados abiertos y transparentes” no existen. Los mercados, opacos por naturaleza, son el dominio de los monopolios en conflicto comercial. Se trata de una retórica falsa que debe ser denunciada como tal. Tratar de mejorar el gobierno de los mercados después haberlos aceptado, – proponiendo normas para su “regulación” – es inefectivo. Es pedir a los monopolios generalizados que se lucran del sistema que ellos mismos dominan- que actúen en contra de sus propios intereses. Saben cómo anular las normas reguladoras que, supuestamente, se les imponen.

    El siglo XX no sólo vino marcado por las guerras de una violencia nunca antes conocida, resultantes en gran parte del conflicto entre los imperialismos (de los que había varias entonces). También estuvo marcado por enormes movimientos revolucionarios entre las naciones y los pueblos periféricos al capitalismo de la época. Estas revoluciones transformaron Rusia, Asia, África y América Latina a un ritmo vertiginoso y significaron por tanto el principal factor dinámico en la transformación del mundo. Pero en el centro del sistema imperialista sólo encontraron un eco débil en el mejor de los casos. Las fuerzas reaccionarias pro imperialistas mantienen su control político de las sociedades en lo que se ha convertido en la tríada del imperialismo colectivo contemporáneo, lo que les permite continuar sus políticas de “contención” y la posterior de “hacer retroceder” la primera ola de luchas victoriosas para la emancipación de la mayoría de los seres humanos. Esta deficiencia en el internacionalismo entre los trabajadores y los pueblos es el origen del doble drama del siglo XX: el agotamiento del movimiento hacia adelante comenzado en la periferia (los primeros experimentos con una perspectiva socialista, el paso de la liberación anti-imperialista a la liberación social), por un lado, y, por otro, los movimientos socialistas de Europa yendo hacia el campo del capitalismo/imperialismo con la deriva de la socialdemocracia al social liberalismo.

    Pero el triunfo del capitalismo -convertido en el de los monopolios generalizados- demostrará haber durado poco tiempo (¿1980-2008?). Las luchas democráticas y sociales que tienen lugar en todo el mundo, al igual que ciertas políticas entre los estados emergentes, ponen en cuestión el sistema de dominación de los monopolios generalizados y bosquejan una segunda ola de la transformación global. Estas luchas y conflictos involucran todas las sociedades del planeta, tanto en el Norte como en el Sur.

    Para mantener su poder el capitalismo contemporáneo se ve obligado a atacar simultáneamente los estados, las naciones, y los trabajadores del Sur (a superexplotar su fuerza de trabajo y saquear sus recursos naturales) y los trabajadores del Norte, que se ven obligados a competir con los del Sur. Así que las condiciones objetivas para una convergencia internacional de las luchas existen. Pero de la existencia de condiciones objetivas a su activación por los agentes sociales subjetivos de transformación sigue habiendo una distancia todavía a recorrer. No tenemos ninguna intención de resolver esta cuestión con algunos grandes frases, fáciles, y vacías. El estudio profundo de los conflictos entre los estados emergentes y el imperialismo de la tríada y su articulación con las demandas democráticas y sociales de los trabajadores de los países involucrados, el profundo estudio de las revueltas en curso en los países del Sur y de sus límites y diversas posibles evoluciones, el profundo estudio de las luchas emprendidas por los pueblos de Europa y América constituyen un requisito ineludible para la realización de una fructífera discusión acerca de “los” futuros posibles.

    Sigue sin haber en el horizonte ningún movimiento que prometa regenerar el internacionalismo. ¿Es la segunda ola de la lucha por transformar el mundo, una “nueva versión” de la primera? En cuanto a Europa, el objeto de nuestras reflexiones actuales, la dimensión antiimperialista sigue ausente de la conciencia tanto de los actores que participan en la lucha, así como de las estrategias que desarrollan, si es que tienen estrategias. Insisto en concluir mis reflexiones sobre la crucial observación de una “Europa vista desde fuera”.

    ---fin del mensaje nº 2---Final del texto---


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    pedrocasca
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    “La implosión del sistema europeo” - texto de Samir Amin - publicado en septiembre de 2012 en Monthly review  Empty Re: “La implosión del sistema europeo” - texto de Samir Amin - publicado en septiembre de 2012 en Monthly review

    Mensaje por pedrocasca Vie Mayo 24, 2013 12:52 pm

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