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    Malvinas, la cuestión nacional y el imperialismo en Argentina

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    Malvinas, la cuestión nacional y el imperialismo en Argentina Empty Malvinas, la cuestión nacional y el imperialismo en Argentina

    Mensaje por RyR-CEICS Mar Mayo 08, 2012 5:40 pm

    Les dejo unos análisis/debates publicados en nuestro periódico El Aromo, en torno al debate que suscitó la "cuestión Malvinas" y los puntos más profundos que se esconden detrás de esa cuestión(pueden leer el periódico completo y comentarlo en la página web de Razón y Revolución).
    Saludos,


    Socialismo o liberación nacional
    Una respuesta al PTS sobre el caso Malvinas

    Fabián Harari
    Laboratorio de Análisis Político

    ¿Leyó nuestra posición sobre Malvinas? Pues bien, a partir de lo que hemos escrito, se ha desatado toda una serie de polémicas. Aquí, le respondemos a los compañeros del PTS. El nacionalismo, el imperialismo y la Revolución de Mayo son los problemas a debatir.

    Nuestra posición sobre la cuestión Malvinas, explicada en varios lugares, ha desatado una serie de críticas que van desde el kirchnerismo al PTS. Todas, sin embargo, tienen una matriz común: la defensa del nacionalismo. Vamos a privilegiar la respuesta al PTS, porque expresa en forma más transparente los vínculos entre el llamado “antiimperialismo” y el programa burgués [1]. Por razones de espacio, nos concentraremos en el núcleo duro de la posición de los compañeros: la opresión imperialista.

    Volver a 1810...

    Gran parte de las ideas que sustentan el programa del PTS, y del trotskismo en general, se basan en una determinada evaluación de la revolución burguesa en el país. Según esta corriente, aquella no se habría completado y, por lo tanto, quedan sus tareas aún pendientes. Ante todo, es necesario ponerse de acuerdo a qué nos referimos con “tareas burguesas”. Los compañeros deciden realizar una distinción entre autodeterminación nacional y revolución burguesa. Para eso citan a Lenin. Pues bien, en ningún momento nosotros reducimos la revolución burguesa a la secesión política. Como ya explicamos más de una vez (y los compañeros harían bien en leer nuestros libros) la revolución es un proceso que no culmina con la independencia, sino que se extiende en el siglo XIX y se cierra hacia 1880, ya que abarca las tareas de unificación nacional, unificación económica, extensión del capital y eliminación de relaciones precapitalistas.
    La burguesía, para consolidar su dominio requiere, tal como explicamos, “la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista” [2]. Es decir, el dominio político sobre el resto de las clases y la instauración plena del sistema social que esa clase porta. Para los compañeros, en cambio, la revolución implica “mucho más”. Sin embargo, cuando enumeran los objetivos, reiteran, salvo por un elemento, la misma idea:

    “el pleno desarrollo del capitalismo en el campo, la eliminación de los resabios pre-capitalistas, los privilegios, el desarrollo industrial, la plena independencia no sólo formal (como un estado sólo formalmente independiente, como las ex-colonias latinoamericanas) sino real de todos los lazos económicos y políticos que ponían trabas al desarrollo económico independiente de la nación”

    En ese último elemento podemos ver la causa de la confusión: los “lazos económicos y políticos” que trabarían el desarrollo capitalista. El PTS cree que antes que el socialismo, la tarea del momento es liberar a la Argentina de las trabas que impiden la acumulación de capital nacional. Es decir, hay que darle un impulso a los patrones argentinos, aunque ellos sean lo suficientemente cobardes para dar el primer paso.
    Si se detuvieran a estudiar la historia argentina, antes que recitar el Programa de Transición, podrían apreciar que la Revolución de Mayo barrió al Estado feudal que garantizaba la dominación colonial y la transferencia de valor por la vía extraeconómica. En todo caso, todavía estamos esperando que nos demuestren ese “lazo” en términos empíricos. Dicho en forma prosaica: deben mostrar alguna prueba tangible.
    El reclamo de “independencia económica” es una consigna histórica del peronismo. Es la estrategia de los capitales más chicos y expresa una utopía burguesa liberal. ¿Qué significa, en concreto, esa reivindicación? Ningún desarrollo es independiente, por la sencilla razón de que, bajo el capitalismo, las relaciones sociales se desenvuelven dentro de un mercado mundial, donde rige la competencia. En ese contexto, los capitales más chicos (como los argentinos) tienen más dificultades para reproducirse y tienden a ceder plusvalía. Pero también, ese mercado mundial permite a la burguesía argentina hacerse con una masa de renta agraria, que pagan los países centrales (quienes, según el PTS, perderían “independencia”). En realidad, lo que se oculta detrás de esta idea es lisa y llanamente el proteccionismo para la industria nacional, la única forma de que burgueses menos competitivos puedan atenuar, o incluso suspender por un tiempo, los efectos de la competencia. Claro que eso no es gratuito: lo tiene que soportar la clase obrera, ya sea pagando más caros los artículos nacionales, cediendo sus impuestos para subsidios o viendo cómo se usa la renta y/o la plusvalía generada por ella para subvencionar a sus patrones. El programa de “independencia económica” es el que ha sostenido históricamente la Unión Industrial Argentina y, con más vehemencia actualmente, la CGE y la CGRA.
    Decimos que es una utopía liberal, porque supone individuos atomizados que se relacionan sólo comercialmente en el marco de la llamada “competencia perfecta”. En esa trama, cada agente económico puede desarrollarse independientemente del otro y sólo parece depender de sí mismo, salvo que alguien interfiera. Ese “alguien” puede ser el Estado (para la derecha) o el “imperialismo” (para el nacionalismo).
    Lo que se oculta, detrás de esto, es la hipótesis de que sólo puede señalarse a una revolución burguesa triunfante allí donde el proceso dio lugar a la formación de una gran potencia. Si esto fuese realmente así, la única burguesía realmente revolucionaria habría sido la inglesa y, luego, la yanqui. Incluso, la alemana (tan denostada por Marx) se habría comportado más valientemente que la francesa, visto el tamaño y la incidencia de una y otra economía. Esto es porque confunden la tarea revolucionaria de instaurar un nuevo sistema con el tamaño que tiene una determinada economía. Le atribuyen a la política la capacidad para revertir cualquier determinación material. No dejamos de ser potencia porque Saavedra fue menos arrojado o menos burgués que Washington, sino porque los puntos de partida eran diferentes. Por ejemplo (y ya lo explicamos varias veces), para 1776, en las 13 colonias vivían 3 millones de habitantes comunicados por la vía marítima, mientras, en todo el Virreinato (incluyendo el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental), en 1778, vivían 220.000 personas desperdigadas en un territorio con pocas vías de comunicación. Lo mismo vale para hoy día: la revolución socialista no va a transformar a la Argentina en ninguna gran potencia. El verdadero salto requiere de la revolución mundial.

    El enemigo principal

    El PTS ha confesado su programa: “El principal obstáculo a la revolución socialista en Argentina es el imperialismo en general”. En cambio, la burguesía nacional es una clase “semi-oprimida”. Más allá de que no se comprende qué significa “semi” (si hay opresión, más allá del grado, es una clase oprimida), la conclusión es clara: el enfrentamiento central no debe ser con la burguesía nacional, ni siquiera con la burguesía de Brasil o Chile, sino con los capitales de los países centrales. Si el enemigo no es la burguesía en general, sino el “imperialismo” en particular, el PTS debiera abstenerse de apoyar las huelgas a empresarios nacionales, ya que esas acciones los debilitan frente a la competencia “imperialista” y, por lo tanto, desarrolla contradicciones secundarias (de clase) en detrimento de las principales (nacionales). Con ese criterio, tampoco tendría que apoyar acciones sindicales contra empresas brasileñas o chilenas.
    ¿Cómo describe la “opresión imperialista” el PTS? Mediante tres mecanismos: la remisión de ganancias al exterior de las empresas extranjeras, la deuda externa y las reglas comerciales. Sobre el primero, no hay mucho para decir: se trata de un mecanismo por el cual los capitales fluyen hacia destinos más rentables. Pero esa “fuga” no es un comportamiento exclusivo del capital “imperialista”, sino de cualquier capital local, incluso la pequeño burguesía suele utilizar el mecanismo de colocar sus ahorros en bancos extranjeros. No hay opresión, son las leyes del capital.
    Con respecto a la deuda externa, ya lo explicamos: se trata de un mecanismo de compensación ante la menor productividad con la que se opera en la Argentina. Es decir, lejos de ser un mecanismo de opresión, es una forma por la cual la burguesía nacional logra sobrevivir (a costa de la clase obrera argentina y extranjera). Con respecto a las reglas comerciales, cada Estado tiene el peso mundial que su economía le permite y no al revés. No hay ninguna regla comercial que pueda explicar el poco desarrollo del capital nacional en la mayoría de las ramas, así como la preponderancia argentina en el agro o en tubos sin costura no se explica por la voluntad política.
    El punto máximo de concesiones al programa burgués aparece en su defensa del parlamentarismo. El PTS nos pregunta: “¿Para RyR es ‘normal’ que, desde un punto de vista puramente burgués, el presupuesto argentino se discuta verdaderamente no en el Congreso, sino en el FMI o el Club de París?”. Sí, es normal que en un Estado burgués, los problemas fundamentales se discutan en los organismos de la burguesía. Lo contrario es creer que el Congreso representa a “todos los argentinos” y, por lo tanto, debieran escuchar a todas las clases por igual.
    Ahora bien, si con ello el PTS se refiere a que el Congreso es un simple despacho del “imperialismo” en el cual la burguesía nacional nada tiene para decir, también se equivocan. En primer lugar, las decisiones del Congreso se dan en el marco de una serie de disputas entre las diferentes capas y fracciones de la burguesía. Estas divisiones son más importantes, a la hora de negociar beneficios, que la nacionalidad. La burguesía agraria (nacional y extranjera) pide la baja de las retenciones. La burguesía industrial (nacional y extranjera) pide subsidios. A su vez, las empresas más grandes enfrentan a las chicas.
    Cuando una burguesía se encuentra debilitada y necesita créditos, es lógico que el FMI comience su intromisión. Con ese criterio, Italia y España serían países semicoloniales, porque su política está dictada por el Banco Central Europeo. Sólo EE.UU. y Alemania escaparían de esta caracterización. Inversamente, desde el 2002 hasta el 2005, la Argentina se encontraba en default y, por lo tanto, el FMI no auditó las cuentas. Hasta 2010, el FMI no pudo enviar funcionarios a evaluar el curso de la economía local. Ese año, se permitió que una delegación ingresara para fiscalizar los índices de precios. Como sabemos, la adulteración de estos datos permite al país pagar menos deuda. A pesar de las críticas, hasta ahora nada cambió. Por lo tanto, puede decirse que el kirchnerismo cumplió con los anhelos nacionales de los compañeros.
    En definitiva, el PTS reproduce, en forma más cruda (y por ello más sincera), los problemas del trotskismo argentino para delimitarse del programa de liberación nacional, levantado por FORJA, Montoneros y, en la actualidad, por Pino Solanas o Patria Libre. Se trata, en última instancia, de la defensa de capitales más ineficientes, que pugnan (ellos sí) por privilegios políticos que tenemos que pagar todos. Y es tan o más preocupante que todo esto se sostenga sin ninguna evidencia que lo respalde.


    Notas:
    [1] Las críticas del PTS pueden consultarse en [página del IPS, no me deja poner aun el hipervínculo].
    [2] En nuestro prólogo a La izquierda y Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012, p. 18.


    De la exégesis a la ciencia
    Respuesta a la crítica del Nuevo MAS

    Santiago Rossi Delaney
    GIRM-CEICS

    Hemos recibido nuevas críticas a nuestra producción sobre la Revolución de Mayo. Esta vez, del Nuevo MAS, que nos acusa de no coincidir con Milcíades Peña. A continuación, explicamos por qué repetir religiosamente opiniones ajenas no ayuda a la comprensión de nuestra historia.

    El Nuevo MAS (NMAS) publicó en su revista Socialismo o Barbarie un artículo de Martiniano Rodríguez, criticando nuestra concepción de la Revolución de Mayo [1]. Su principal acusación es la misma que utilizó el PTS en su momento: que nuestras hipótesis no son las de Milcíades Peña. Sus argumentos, por lo tanto, son citas a uno de los ensayos de este autor, escrito hace ya 50 años.

    Antes de responder, corresponde un breve señalamiento: los compañeros dicen que todos nuestros libros han sido editados con motivo del Bicentenario. Si se hubieran fijado en las fechas de edición, se habrían ahorrado una frase absurda: nuestro primer artículo apareció en febrero de 2002 [2]; nuestro primer libro, La Contra, se editó en 2006; Hacendados en Armas, en 2009 y sólo Dios, Rey y Monopolio apareció en 2010.

    Peña, el Verbo hecho Historia...

    Las críticas del NMAS se pueden resumir en una serie de puntos. En primer lugar, entienden que el tiempo que transcurre entre 1810 y la consolidación de las relaciones sociales capitalistas, con la correspondiente estructura estatal (1880), sería demasiado largo, razón por la cual la Argentina capitalista no sería fruto de la Revolución.
    En segundo término, se pone en duda el predominio del modo de producción feudal en América, con el argumento de que al no existir en el Río de la Plata la contradicción principal entre nobleza y siervos no podríamos hablar de feudalismo. De allí se desprende el problema respecto al carácter de clase de los comerciantes monopolistas, quienes no serían una clase capitalista “productiva” (sic), al igual que los hacendados, debido a la ligazón que tenían con el mercado internacional. La revolución no habría implicado la toma del poder por parte de la burguesía, ya que no hubo cambio en la clase dominante, tan sólo se produjo un desplazamiento del personal político (la burocracia virreinal).
    En tercer lugar, entienden que las clases explotadas no formaron parte de la revolución, porque no tenían ningún interés en participar. Por último, la estructura económica no habría cambiado en lo más mínimo, ya que el “latifundio”, antes y después, habría sido la principal forma de explotación dominante.

    Los duros hechos

    Como primer cuestión, debe abordarse el problema de cómo debe ser comprendida una revolución burguesa. Para el NMAS, un fenómeno de esta magnitud debería transformar las bases de la estructura social (las relaciones sociales de producción) en cuestión de pocos años. No obstante, una revolución debe medirse por su ciclo, desde la maduración de las contradicciones hasta la plena hegemonía del capitalismo. Habiendo hecho su revolución en 1776, EE.UU. sólo se consolidó como Estado nacional en el período 1865-1877 [3]. Para 1880, en el Río de la Plata, la burguesía crea el mercado nacional, eliminando las barreras aduaneras. Visto así, la revolución criolla se desarrolló mucho más rápido de lo que parece, habilitando un exponencial desarrollo de las fuerzas productivas: crecimiento poblacional, aumento productivo, extensión de la frontera, etc. Que existieran relaciones asalariadas antes de la revolución, no significa que la burguesía sea la clase dominante ni que el capitalismo sea el modo de producción dominante. Si la burguesía y el capitalismo no existiesen antes de la revolución burguesa, ésta no sería posible. Sin burguesía no hay sujeto. Sin capitalismo, no hay trabas a su desarrollo.
    El NMAS hace un análisis circulacionista de las clases sociales. Su definición de capitalista obedece al mayor o menor contacto con el marcado mundial. El fundamento del poder de los comerciantes monopolistas, burócratas y eclesiásticos provenía de la capacidad de la corona española, la cual imponía condiciones a sus colonias, posibilitando la enajenación del excedente en la circulación. En este sentido, no eran “productivos”, ya que obtenían ganancias de comprar barato y vender caro. Esas condiciones eran resultado de una fuerza basada en la renta feudal (de la explotación en España de la nobleza sobre los siervos). Que exista un mar entre España y América no debe impedir ver el sistema como una totalidad: la formación económico social americana ostentaba el dominio del modo de producción feudal, el cual impregnaba el resto de las relaciones de explotación y las subordinaba a su propia lógica de acumulación. Por lo tanto, no puede decirse que antes y después de la Revolución los que dominaban sean los mismos, ya que los hacendados no ocupaban los principales cargos de poder.
    Para intentar fundamentar la nula participación de las masas, nuestros críticos citan a Gervasio Posadas quien explica que él, aparentemente, no se habría enterado de los acontecimientos de la Semana de Mayo. Por lo que se habría tratado de una conspiración hecha por unos pocos. El problema es que se lee sólo unos extractos y se la trabaja sin los recaudos necesarios. Por ejemplo, hay que realizar una simple distinción entre una crónica (contemporánea a los hechos) y una memoria (una mirada retrospectiva). La Autobiografía de Posadas es una memoria escrita en junio de 1829, casi 20 años después de la revolución. Por lo tanto, no puede tomarse como si fuera una crónica. El autor es hostil a la revolución y a sus consecuencias. Como él mismo señala: “Yo fui rodeado de los honores de la proscripción de un arresto con prisiones y hasta del secuestro de mis bienes [...] He tenido que vender y deshacerme de todas mis propiedades para pagar mi empeño” [4]. Por último, escribe en un momento en que las autoridades piden “orden”. Por lo tanto, hay que tomar en cuenta que va a tratar de despegarse de todo lo que remita a revolución. Decir que no se enteró, es una forma de hacerlo.
    No obstante, tampoco es sincero cuando afirma que nada sabía, ya que una vez adentrado en la coyuntura, reconoce que el 22 de mayo tuvo una “acalorada” discusión con un capitán de milicias, en casa de un amigo. Allí, Posadas le espetó: “que nada me gustaba [las novedades], que habiéndose depuesto dos virreyes, desobedecido otro por la ciudad de Montevideo y su gobernador Elío, se habían de seguir deponiendo y desobedeciendo otros muchos gobiernos” [5]. Es decir, lejos de un escenario tranquilo, el autor reconoce un clima de crisis política general. Incluso, se refiere expresamente a la participación de las masas cuando señala que el 25 de mayo se produjo por la “conmoción y gritería en el cuartel de Patricios” [6]. Ya en 1811, habla de “la pueblada o primera montonera del 5 y 6 de abril” [7].
    Estas reflexiones obedecen a un escenario en el que se desarrolla un proceso revolucionario. En Buenos Aires, las masas estaban armadas y encuadradas en milicias, donde elegían a sus oficiales en asambleas. Existían cuerpos milicianos integrados por negros, pardos y mulatos libres. Más de 8.000 personas se encontraban armadas. Para el 25 de mayo, los milicianos estaban acuartelados y esperaban la orden de los comandantes para entrar en acción. Así lo hicieron saber estos, quienes advirtieron que “el pueblo y las tropas estaban en terrible fermentación” [8].
    Por último, los compañeros entienden que en aquella época el “latifundio” era contraproducente para el desarrollo, porque activaba la especulación e impedía la inversión. La evidencia muestra que fueron las grandes unidades productivas las que permitieron un crecimiento de la producción y posicionaron a la región en el mercado mundial. Además, habilitaron la creación del saladero, establecimientos de elaboración de la carne que ocupaban peones constantemente, lo que da muestras del desarrollo de las fuerzas productivas en la región. El error de los compañeros consiste en creer en el mito del desarrollo “farmer”, que es eso: un mito. En EE.UU. el desarrollo del capitalismo requirió, al revés de lo que se cree, la expropiación de los pequeños productores [9].
    Para fundamentar su hipótesis de la “dependencia”, apelan al comercio como un determinante estructural. El hecho de que el comercio haya sido en mayor medida con Inglaterra, no habla de una dependencia que ubica a la argentina como “semi-colonia”. De hecho, es falso que solo se haya comerciado con Inglaterra, las cifras muestran que en 1824 Inglaterra compraba el 60% de las exportaciones pecuarias. Cifra alta, pero no se corresponde con un monopolio.

    El método de Marx

    La discusión permite examinar un problema común al trotskismo argentino: la apelación a la cita de autoridad como elemento para resolver un debate, un método propio de la teología. Se ha abandonado el socialismo científico en favor del “copiar-pegar”. No se produce conocimiento genuino, ya que nadie se toma el trabajo de investigar la realidad argentina. No es que no puedan o no tengan capacidades. Simplemente, no creen que sea necesario. Esto los lleva a reducir el marxismo al acto de repetir sagradas escrituras. En vez de hacer honor a toda una rica tradición de intelectuales revolucionarios, que dedicaron su vida a comprender el mundo en que vivían, se niega esta herencia, eligiendo el camino de la religión.


    Notas:
    [1] Rodriguez, Martiniano: “Un discusión bicentenaria”, Socialismo o Barbarie, 4/2/2012.
    [2] Harari, Fabián: “De un Argentinazo a otro. El estudio de la Revolución de Mayo”, en Razón y Revolución, nº 9, 1er semestre de 2002, Buenos Aires.
    [3] Véase la entrevista al historiador Charles Post en esta misma edición.
    [4] Posadas, Gervasio: Autobiografía, en Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Buenos Aires, 1961, t. II, p. 1469.
    [5] Ibídem, p. 1410.
    [6] Ídem.
    [7] Ídem.
    [8] Acuerdo del Cabildo del 25 de Mayo, en 25 de Mayo. Testimonios-Juicios-Documentos, Eudeba, Buenos Aires, 1968p. 272.
    [9] Véase Kullikoff, Allan: “Transition to Capitalism in Rural America”, en The William and Mary Quarterly, Tercera serie, Vol. 46, nº 1, enero, 1989.


    ¿El conocimiento es reaccionario?
    Las Malvinas en la historia argentina, según el Partido Obrero

    Mariano Schlez
    GIRM-CEICS

    El Partido Obrero publicó una historia de las Malvinas en sucesivas entregas. Fiel a su tradición, la dirección del partido se dedica a escribir sobre lo que no sabe y no quiere saber. En este primer artículo, le mostramos el resultado de la improvisación. Preste atención, no va a querer perderse esta sucesión de bloopers...

    Luego de que marcáramos los gruesos errores en que incurrió un Cristian Rath devenido en historiador, el Partido Obrero decidió cambiar de aficionado y encargó al periodista Alejandro Guerrero una historia de las Malvinas, que apareció en entregas de Prensa Obrera. En este caso, se busca justificar una posición nacionalista. Otra vez, tenemos que llamar la atención no sólo acerca de su mirada burguesa del asunto, sino sobre el poco cuidado y la preocupante ignorancia a la hora de abordar el problema.

    El “descubrimiento” y la “colonización”

    A diferencia de lo ocurrido con el continente americano, las Islas Malvinas estaban completamente deshabitadas. Lo que resulta llamativo en Guerrero es que sostiene que las islas fueron descubiertas en 1540, por los españoles. Pues bien, parece que ha resuelto una cuestión que nadie había logrado dilucidar. Es una verdadera pena que el breve artículo de la Prensa Obrera no justifique por qué ya no debemos debatir si el hecho fue autoría de españoles (Américo Vespucio en 1501, Magallanes en 1520, Alonso de Camargo en 1540), ingleses (John Davis en 1592, Richard Hawkins en 1594) u holandeses (Sebald de Weert en 1600). Sobre todo, sería interesante saber por qué Guerrero cree que la hipótesis española es más sustentable que la holandesa, dado que sólo Sebald de Weert dejó pruebas que comprueban que avistó las Malvinas (de allí su primer nombre, las “Sebaldes”). Uno sospecha, en realidad, que el periodista no se detuvo en estos debates y que copió lo primero que encontró.
    A lo largo del siglo XVII, marinos holandeses, ingleses y franceses dejaron rastros de avistaje y desembarco en las islas. De ellos, provienen los dos nombres que actualmente se encuentran en disputa. Aunque Guerrero omita este pequeño dato (¿para no contradecir su alma españolista?), al “Sebaldes” holandés, le siguió un nombre antipático para nuestro periodista: a principios de 1690, el inglés John Strong llamó al estrecho que separa a las islas “Falkland Sound”. Pero la cosa no iba a terminar ahí. A diferencia de lo que el sentido común pudiese señalar, el nombre que hoy reivindica el Estado argentino no proviene de su tradición, sino que es la castellanización del utilizado los primeros colonizadores: los marinos franceses del puerto de Saint-Maló bautizaron a las islas “Malouinas”. En este sentido, no hay controversia histórica: los primeros en colonizar el territorio no fueron ni argentinos (que en esa época no existían), ni españoles, ni ingleses, sino franceses. Antoine Louis de Bougainville fundó Puerto Luis el 17 de marzo de 1764, tomando posesión en nombre del rey Luis XV.
    Pero los galos no estuvieron solos por mucho tiempo. En enero de 1765, el comodoro inglés John Byron tomó posesión, en nombre de otro Rey, Jorge III de Gran Bretaña, de las islas “Falkland”. Lo curioso es que, establecidos en otro sector de su territorio (Puerto Egmont), ambas colonias desconocieron la existencia de sus vecinos hasta 1766.
    Recién entonces, cuando otras potencias ocuparon un territorio deshabitado, y a pesar de no haber mostrado el mínimo interés de colonización, fue cuando los españoles pusieron el grito en el cielo (o en Francia, mejor dicho). El reclamo fue un trámite sencillo (España y Francia eran aliadas en aquel entonces) y todo se resolvió en términos amigables. En abril de 1766, Bougainville aceptó el pago de una indemnización y, el 1 de abril de 1767, España se hizo cargo de Puerto Luis, al que rebautizó como Puerto de Nuestra Señora de la Soledad. Otro Rey (el tercero en la lista), asumía la soberanía de las islas.
    Los españoles lograron la posesión total de las islas en 1770, cuando atacaron Puerto Egmont y, en una fácil victoria, expulsaron a los ingleses. Semejante hecho no podía ser obviado por nuestro compañero Guerrero, ansioso de hazañas “antiimperialistas”. Pero lo que no dice (tal vez porque le quita brillo a nuestra Madre Patria) es que, un año después, Carlos III devolvió a los ingleses su base. El 22 de enero de 1771, el Rey Sol se comprometía “a dar órdenes inmediatas, a fin de que las cosas sean restablecidas en la Gran Malvina en el Puerto denominado Egmont exactamente al mismo estado en que se encontraban antes del 10 de junio de 1770”, aclarando que esto no ponía en cuestión la soberanía española en las islas. Por su parte, el rey inglés aceptaba la Declaración “como una satisfacción por la injuria hecha a la Corona de Gran Bretaña”. Aunque es muy probable que en el acuerdo haya existido una cláusula secreta que garantizaba que los ingleses abandonarían las islas, Gran Bretaña utilizó este pacto como argumento de su reclamo soberano durante mucho tiempo.
    Lo cierto es que los ingleses se retiraron en mayo de 1774, concluyendo que se trataba de “una isla postergada para uso humano, tormentosa en invierno, y árida en verano; una isla que por no habitarla ni los salvajes del sur han dignificado...”, no sin antes dejar una placa que rezaba que las islas pertenecían a “Jorge III, Rey de Gran Bretaña”. Por lo que vemos, no hay razones para suponer que las Malvinas correspondían “originariamente” a España.

    El proceso revolucionario rioplatense (1806-1810)

    Los ingleses, como todos sabemos, intentaron convertir al Río de la Plata en colonia británica en dos oportunidades, 1806 y 1807. Pese a que el marxismo ya dio unos cuantos pasos en el análisis del tema, Guerrero prefiere convertir a la Prensa Obrera en una sección de La Nación o Página/12, retomando el análisis de liberales y kirchneristas.
    Empecemos por lo más básico, pero no menos grosero: la caracterización de la economía. Es preocupante que un partido que necesita conocer la naturaleza del sistema capitalista que dice querer eliminar, se permita una afirmación del estilo “En 1806, cuando William Carr Beresford ocupó Buenos Aires, acá no se producía nada”.[1] En esto el PO ha sido realmente original: no existe corriente historiográfica medianamente seria que afirme semejante barbaridad. Los debates sobre ganadería y agricultura, sobre los diezmos, sobre el carácter de la mano de obra y sobre la producción urbana quedan abolidos de un plumazo. Recomendamos a Guerrero consultar algunas lecturas. Modestamente, podría leer nuestros trabajos.
    Cuando el periodista intenta explicar la “aristocracia criolla”, se envalentona y sentencia que Santiago de Liniers se casó con “la hija de Miguel de Sarratea, un comerciante porteño próspero; es decir, negrero y contrabandista, que eso eran los comerciantes locales”. El primer detalle a tener en cuenta es que Miguel de Sarratea no existe. Si Guerrero se hubiera informado, sabría que el suegro de Liniers fue Martín de Sarratea, uno de los apoderados del comercio porteño [2]. Pero el problema no es un nombre mal copiado, sino la concepción que defiende, según la cual todos los comerciantes son iguales (contrabandistas y negreros). Pero hagamos un poco de historia real: Martín de Sarratea no fue ningún “negrero contrabandista”. Por el contrario, dedicó todos sus esfuerzos a defender el monopolio gaditano y a combatir, en alianza con otros notables monopolistas, el contrabando (que acicateaba su hegemonía social). Tampoco se especializó en el tráfico de esclavos, más bien lo combatió, dado que era el preferido de sus enemigos, los comerciantes de cuero [3]. En cambio su hijo, Manuel (que tampoco es Miguel), a diferencia de su padre, sí se preocupó por sortear el monopolio gaditano para exportar cueros y unir los Estados Unidos con Buenos Aires, convirtiéndose en uno de los principales dirigentes revolucionarios de 1810 [4].
    En vez de investigar un poco, Guerrero le creyó al primer libro que cayó en sus manos. Así, repite que el proceso de Mayo fue impulsado por “la aristocracia porteña”, es decir, por un “bloque integrado por negreros, contrabandistas, hacendados, modernistas y curas”. Si esto es así, parece que todos están del lado de la revolución. Algún compañero militante podría preguntarse quiénes se oponen y dónde están las clases y fuerzas sociales en pugna. Nada sabemos, dado que comerciantes, terratenientes, hacendados y hasta burócratas y curas pueden ser esclavistas, feudales o capitalistas. Su utilización indiscriminada sólo sirve a la defensa de una hipótesis descabellada: el triunfo sobre las Invasiones Inglesas (que unió a todos en un frente) constituyó una revolución. Se confunde así el inicio de un proceso con su desenlace [5]. En su interpretación, furiosos contrarrevolucionarios (como Álzaga y Fernández de Agüero), por el solo hecho de combatir a los ingleses habrían sido, en realidad, revolucionarios.

    El desprecio a la ciencia

    Las sentencias de Guerrero son las de Alejandro Horowicz. Quien escribe en Prensa Obrera se deja llevar de las narices por un kirchnerista que también tiene el método de “cortar y pegar”. No sólo Guerrero lo cita textualmente, sino que hace suyas las hipótesis y categorías de este discípulo de Jorge Abelardo Ramos (el historiador preferido de Cristina). La pregunta es, entonces, por qué un aficionado que no puede delimitarse del oficialismo es el responsable de explicar la historia argentina.
    Una dirección debe estar por delante de sus militantes. En este caso, los artículos de Guerrero no resisten el análisis de cualquier estudiante de la carrera de Historia o de un docente de escuela media. Por una razón muy sencilla: no puede reconstruir el proceso en sus datos más simples. Pero eso no es lo peor: más grave es que muchos compañeros en diferentes frentes no tienen los recursos para recomponer estos errores. A ellos se les da, concientemente, una herramienta de mala calidad. Es decir: se los desprecia. Una dirección que no sólo es incapaz de explicar ciertos problemas elementales, sino que incluso se jacta de hacerlo improvisada y desinteresadamente, está confesando su propio agotamiento.

    Notas:
    [1] Prensa Obrera, n° 1213.
    [2] La biografía que realizó Paul Groussac sobre Liniers en 1897 es, aún hoy, de lectura recomendada.
    [3] Véase Schlez, Mariano: Dios, rey y monopolio, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2010.
    [4] Heredia, Edmundo: Cuándo Sarratea se hizo revolucionario, Plus Ultra, Buenos Aires, 1986.
    [5] Véase, en esta misma edición, el artículo de Juan Flores sobre el tema.
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    Malvinas, la cuestión nacional y el imperialismo en Argentina Empty Re: Malvinas, la cuestión nacional y el imperialismo en Argentina

    Mensaje por Razion Miér Mayo 09, 2012 4:04 am

    Ya hay un hilo abierto sobre el mismo tema, y donde se muestran las respuestas al primer texto de RyR y hay varias respuestas tanto de foreros como las primeras de las organizaciones. Este veo que es una segunda ronda de debates.

    http://www.forocomunista.com/t18823-malvinas-populismo-antisocialista
    http://www.forocomunista.com/t16380p40-entrega-islas-malvinas
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    Mensaje por RyR-CEICS Miér Mayo 09, 2012 4:14 am

    Gracias, Razion.
    Lo subiré a esos links entonces.
    Saludos,

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