La selección española de fútbol y el deporte de elite: lucha de clases y cuestión nacional en el negocio deportivo
Albert Escusa – julio de 2012
La victoria de la selección española de fútbol es un nuevo episodio de la politización del deporte-negocio por el sistema y la derecha del país, además de un enorme negocio multinacional. La izquierda debe dejar de apoyar estos eventos y reivindicar el deporte de base para los trabajadores.
Una nueva victoria de “la Roja” o la “furia española” en la Eurocopa de Ucrania, totalmente merecida desde el punto de vista futbolístico, ha vuelto a desatar el huracán patriótico movilizando a millones de ciudadanos. De nuevo nos encontramos ante un hecho mediático y popular de una magnitud considerable, pero con un trasfondo político y social preocupante desde los valores de izquierdas, a pesar de que muchos entre la izquierda se identifiquen con “la Roja”.
Unas preguntas preliminares se imponen: ¿no resulta una contradicción flagrante que personas de izquierdas se encuentren celebrando lo mismo que personas de derechas e incluso de ultraderecha? ¿Es lógico que alguien que critica las reformas laborales y los recortes sociales del gobierno tenga los mismos referentes que el gobierno que aplica tales medidas?.
Es innegable la belleza estética y la espectacularidad del fútbol y de otros deportes mayoritarios en otros países -el baloncesto en Estados Unidos, el hockey sobre hielo en Canadá, el béisbol en Cuba, y otros como el ciclismo, el atletismo, etc.-, pero cabe preguntarse: ¿qué se encuentra tras el arte deportivo, la estrategia de los equipos, la admirable técnica individual del jugador, la visión táctica del entrenador y el espíritu competitivo y de sacrificio de las competiciones de alto nivel en los países capitalistas? Simplemente, una manifestación más de la lucha de clases y de la cuestión nacional: la escasa o nula preocupación de la inmensa mayoría de protagonistas -jugadores, entrenadores, etc.- con las graves agresiones capitalistas sobre sus millones de compatriotas, es una muestra del grado de vinculación existente entre el deporte-negocio y el sistema capitalista. ¿Quién se imagina a los de “la Roja” implicarse activamente, por ejemplo, en la lucha de los mineros o en denunciar al sistema capitalista? ¿Quién se los imagina defender posiciones abiertamente de izquierdas como Maradona de Argentina o el fallecido Sócrates de Brasil?.
Una de las claves del deporte de elite en el capitalismo es que éste despolitiza por la izquierda y politiza por la derecha, al convertirse en un vehículo de la ideología burguesa. Y ante la objeción de que existen aficionados de izquierdas seguidores de “la Roja” o de otras selecciones, se puede objetar a su vez que por cada uno de ellos se pueden contar miles con ideas contrarias. Los clubes deportivos y las selecciones nacionales son poderosas fuerzas de atracción sobre las que se identifican millones de personas. No critico -aunque no lo comparto- a quienes se sienten representados por la selección española, por el F.C. Barcelona, el Real Madrid, el Valencia o cualquier otro.
Ni critico -aunque tampoco lo comparto- a quienes ven en el fútbol u otro deporte la manera de expresar sus sentimientos, ya sean españolistas, catalanistas, vasquistas, galleguistas, andalucistas, etc., o bien sentimientos contrarios a todos los anteriores. Considero que cada cual es libre de tener las creencias que crea conveniente, siempre que tales creencias no impliquen aspectos negativos o reaccionarios. Lamentablemente, en este caso no estamos hablando de cuestiones neutras o inofensivas.
Personalmente me gusta el fútbol como deporte, y durante unos años lo practiqué en niveles inferiores con mucha pasión. Y es evidente que hay que distinguir entre el fútbol como deporte de equipo y como actividad lúdica y sana de competición colectiva, al fútbol-negocio y a la mayoría de competiciones deportivas de elite que tienen una indudable carga política e ideológica y constituyen uno de los mayores negocios multinacionales de nuestra época: no es lo mismo practicar el deporte en un equipo de una escuela de barrio o de categorías regionales -que languidecen y sobreviven a duras penas, gracias al sacrificio personal de muchos jugadores y simpatizantes-, que el deporte de elite que recibe inmensas subvenciones públicas y privadas. Hay un abismo entre ambos.
Sin negar pues la indudable belleza del fútbol y de otros deportes colectivos, no podemos cerrar los ojos ante la simbiosis que existe entre el deporte de elite, el gigantesco negocio de las multinacionales y la poderosa alienación de masas, que los medios del sistema y la oligarquía manipulan por una parte para desviar la atención de los graves problemas económicos y sociales que genera el capitalismo y, por otra, para apuntalar a un sistema decrépito y putrefacto que en su agonía se está llevando por delante todos los derechos sociales y laborales y está convirtiendo a la sociedad en un escenario de pesadilla para cada vez más millones de personas afectadas por la crisis.
Por estos motivos, la lucha de clases se manifiesta también en el seno del deporte. Mientras se destinan miles de millones de dinero público a fomentar el deporte de elite para beneficio exclusivo de los clubes, jugadores, cadenas televisivas privadas y multinacionales, cada día hay más decenas de miles de niños que ven imposibilitada sus participación en eventos y clubes deportivos de base y su derecho a una educación física saludable debido a que las familias no disponen de recursos para ello, y tampoco se destina dinero público para una actividad poco rentable política y económicamente (sin hablar ya de los recortes en educación, salud, etc.). Por otra parte, muchos clubes de fútbol de primera categoría tienen deudas astronómicas con los bancos o con Hacienda sin que sufran el peso de la ley, pero en cambio cientos de personas son desahuciadas de sus casas diariamente y son arrojadas a la calle por tener deudas muy inferiores con las mismas entidades financieras.
El deporte de elite -especialmente el fútbol-negocio en las sociedades capitalistas- va más allá de un simple pasatiempo y de una afición inofensiva: es una parte importante del sistema de alienación fomentado ampliamente por los medios de comunicación imperialistas. Al igual que el imperio romano utilizaba los juegos mortales de gladiadores y los espectáculos donde los cristianos y los esclavos eran devorados por las fieras entre el griterío enloquecido de decenas de miles de plebeyos para desviar la atención de los problemas sociales, hoy el capitalismo utiliza el deporte de elite con los mismos fines.
Los grandes estadios deportivos de primera categoría donde se reúnen decenas de miles de seguidores devienen los nuevos templos religiosos donde los aficionados establecen vínculos emocionales con sus guías espirituales -los jugadores y entrenadores- que trascienden lo racional, proyectándose una comunión religiosa entre ambos: la estrella deportiva se trasforma en un héroe sobrehumano, un semidiós mítico que levanta unas pasiones y la adhesión de masas en un ambiente de misticismo exacerbado, rodeado todo ello de unos rituales -himnos, cánticos, colores del equipo, comentaristas deportivos, banderas, fotografías, etc.- que cohesionan al grupo en torno a sus héroes. El estadio deportivo se ha transfigurado de esta manera en el templo de una religión sincrética mezcla de neo-paganismo y politeísmo -junto con las manifestaciones cristianas, musulmanas o budistas personales de cada jugador-, lugar sagrado y objeto de peregrinación del aficionado-creyente. Y las competiciones deportivas de alto nivel, especialmente el fútbol, se asemejan a las grandes mitologías griegas, donde los dioses y semidioses se hallaban en una grandiosa lucha perpetua para imponerse sobre los demás: los humildes mortales de entonces -los aficionados de hoy- no eran más que receptores pasivos de la voluntad de sus dioses -las estrellas futbolísticas de hoy-.
Pero esta religiosidad popular es fácilmente convertida por el sistema en un lucrativo negocio y en un fenómeno bien explotado de alienación masiva. Y los aspectos relativos a los sentimientos personales emocionales, como los que implican las aficiones deportivas sentidas de forma extrema, se prestan rápidamente a la manipulación y a la perversión por parte de los medios que la oligarquía dispone -en nuestro contexto de capitalismo en putrefacción- para derivar lo que podrían ser sentimientos inofensivos hacia comportamientos sociales irracionales que tienen peligrosas connotaciones despolitizadoras y reaccionarias. El estadio-templo y el espectáculo mediático teatralizado congrega tanto al rico como al pobre, al empresario como al obrero, al reaccionario como al progresista, al ateo como al clerical, al de derechas como al de izquierdas: todos quieren formar parte de la gloria de su ídolos deportivos y por ello se unen en el mismo proyecto olvidando momentáneamente todos sus desacuerdos.
Por otra parte, las selecciones nacionales constituyen un aspecto más de la política nacional de un país, tanto hacia el interior como símbolo cohesionador, como hacia el exterior como proyección de la “grandeza nacional”. ¿Quién puede negar que, hoy día, las competiciones internacionales deportivas de elite, desde el fútbol hasta las carreras automovilísticas, desde el atletismo hasta el esquí, son manifestaciones del orgullo nacional o de la decepción nacional en función de los resultados obtenidos? El fútbol y las selecciones nacionales se han convertido así en uno de los aspectos más llamativos de la cuestión nacional. Y aquí es importante recordar que la cuestión nacional tiene connotaciones diferentes y hasta opuestas en función de la clase social que posea la hegemonía.
En este sentido conviene recordar que los países socialistas también se vieron obligados a realizar una política de promoción del deporte de elite y de selecciones nacionales: la “guerra fría” y la lucha por demostrar la superioridad de un sistema social sobre otro también se trasladó al aspecto deportivo -las Olimpiadas fueron el paroxismo de esas rivalidades-, terreno por excelencia del combate simbólico entre el capitalismo y el socialismo -habida cuenta de la repercusión mediática de las competiciones de alto nivel- que gracias a la prensa escrita, la radio y la televisión llegaban directamente a cientos de millones de personas. Por este motivo, desde la izquierda transformadora, apoyar a las selecciones nacionales de los antiguos países socialistas constituía casi un deber de solidaridad internacionalista, lo que significaba en realidad practicar un “derrotismo nacional” en lo deportivo y denunciar a los deportistas de elite de la selección propia como mercenarios deportivos de la burguesía autóctona. Hoy no ha variado mucho la situación: apoyar en lo deportivo a selecciones de países revolucionarios como Cuba, Nicaragua o Venezuela, constituye una manifestación de internacionalismo, puesto que la victoria de tales selecciones contribuye a fortalecer la cohesión interna de estos países y la derrota de las selecciones capitalistas contribuye a la desmoralización social en los países imperialistas. Por otra parte, el deporte en los países socialistas tiene una connotación radicalmente diferente que en los países capitalistas, puesto que en los primeros se considera un derecho elemental para todos los ciudadanos y se destinan grandes cantidades de dinero público para democratizarlo al garantizar tales derechos a través del deporte de base, mientras que en los países capitalistas el deporte se considera una mercancía más sometida a expectativas de beneficios económicos privados y de explotación política del sistema.
Parece evidente que desde la izquierda se debería dejar de realizar una política contemporizadora con la selección nacional y el fútbol-negocio (a no ser, claro está, que los propios jugadores adoptaran posturas abiertamente solidarias y comprometidas con los millones de compatriotas brutalmente agredidos por el capitalismo, lo cual no parece que será el caso) y se debería comenzar una labor pedagógica y organizativa entre los sectores populares para el desarrollo de una práctica deportiva solidaria y no alienante. Además de divulgar los avances en materia deportiva de los países socialistas y antiimperialistas, se debería trabajar sobre el hecho evidente de la injusticia que constituye el deporte-negocio de elite, contribuyendo a crear una alternativa a través del deporte de base, popular, participativo y autoorganizado, exigiendo al mismo tiempo el fin de las subvenciones públicas a los clubes privados y un incremento de la financiación del deporte de base.
La experiencia de 1936, cuando la izquierda antifascista mundial boicoteó la Olimpiada de Alemania y convocó la Olimpiada Popular de Barcelona donde acudieron cientos de jóvenes antifascistas -muchos de los cuales fueron los primeros en tomar las armas y en caer combatiendo contra el levantamiento de los militares franquistas en Barcelona- debería ser un buen motivo de reflexión.
Como en otros muchos aspectos, en la política deportiva la izquierda tiene todavía mucho camino a recorrer.
Albert Escusa – julio de 2012
La victoria de la selección española de fútbol es un nuevo episodio de la politización del deporte-negocio por el sistema y la derecha del país, además de un enorme negocio multinacional. La izquierda debe dejar de apoyar estos eventos y reivindicar el deporte de base para los trabajadores.
Una nueva victoria de “la Roja” o la “furia española” en la Eurocopa de Ucrania, totalmente merecida desde el punto de vista futbolístico, ha vuelto a desatar el huracán patriótico movilizando a millones de ciudadanos. De nuevo nos encontramos ante un hecho mediático y popular de una magnitud considerable, pero con un trasfondo político y social preocupante desde los valores de izquierdas, a pesar de que muchos entre la izquierda se identifiquen con “la Roja”.
Unas preguntas preliminares se imponen: ¿no resulta una contradicción flagrante que personas de izquierdas se encuentren celebrando lo mismo que personas de derechas e incluso de ultraderecha? ¿Es lógico que alguien que critica las reformas laborales y los recortes sociales del gobierno tenga los mismos referentes que el gobierno que aplica tales medidas?.
Es innegable la belleza estética y la espectacularidad del fútbol y de otros deportes mayoritarios en otros países -el baloncesto en Estados Unidos, el hockey sobre hielo en Canadá, el béisbol en Cuba, y otros como el ciclismo, el atletismo, etc.-, pero cabe preguntarse: ¿qué se encuentra tras el arte deportivo, la estrategia de los equipos, la admirable técnica individual del jugador, la visión táctica del entrenador y el espíritu competitivo y de sacrificio de las competiciones de alto nivel en los países capitalistas? Simplemente, una manifestación más de la lucha de clases y de la cuestión nacional: la escasa o nula preocupación de la inmensa mayoría de protagonistas -jugadores, entrenadores, etc.- con las graves agresiones capitalistas sobre sus millones de compatriotas, es una muestra del grado de vinculación existente entre el deporte-negocio y el sistema capitalista. ¿Quién se imagina a los de “la Roja” implicarse activamente, por ejemplo, en la lucha de los mineros o en denunciar al sistema capitalista? ¿Quién se los imagina defender posiciones abiertamente de izquierdas como Maradona de Argentina o el fallecido Sócrates de Brasil?.
Una de las claves del deporte de elite en el capitalismo es que éste despolitiza por la izquierda y politiza por la derecha, al convertirse en un vehículo de la ideología burguesa. Y ante la objeción de que existen aficionados de izquierdas seguidores de “la Roja” o de otras selecciones, se puede objetar a su vez que por cada uno de ellos se pueden contar miles con ideas contrarias. Los clubes deportivos y las selecciones nacionales son poderosas fuerzas de atracción sobre las que se identifican millones de personas. No critico -aunque no lo comparto- a quienes se sienten representados por la selección española, por el F.C. Barcelona, el Real Madrid, el Valencia o cualquier otro.
Ni critico -aunque tampoco lo comparto- a quienes ven en el fútbol u otro deporte la manera de expresar sus sentimientos, ya sean españolistas, catalanistas, vasquistas, galleguistas, andalucistas, etc., o bien sentimientos contrarios a todos los anteriores. Considero que cada cual es libre de tener las creencias que crea conveniente, siempre que tales creencias no impliquen aspectos negativos o reaccionarios. Lamentablemente, en este caso no estamos hablando de cuestiones neutras o inofensivas.
Personalmente me gusta el fútbol como deporte, y durante unos años lo practiqué en niveles inferiores con mucha pasión. Y es evidente que hay que distinguir entre el fútbol como deporte de equipo y como actividad lúdica y sana de competición colectiva, al fútbol-negocio y a la mayoría de competiciones deportivas de elite que tienen una indudable carga política e ideológica y constituyen uno de los mayores negocios multinacionales de nuestra época: no es lo mismo practicar el deporte en un equipo de una escuela de barrio o de categorías regionales -que languidecen y sobreviven a duras penas, gracias al sacrificio personal de muchos jugadores y simpatizantes-, que el deporte de elite que recibe inmensas subvenciones públicas y privadas. Hay un abismo entre ambos.
Sin negar pues la indudable belleza del fútbol y de otros deportes colectivos, no podemos cerrar los ojos ante la simbiosis que existe entre el deporte de elite, el gigantesco negocio de las multinacionales y la poderosa alienación de masas, que los medios del sistema y la oligarquía manipulan por una parte para desviar la atención de los graves problemas económicos y sociales que genera el capitalismo y, por otra, para apuntalar a un sistema decrépito y putrefacto que en su agonía se está llevando por delante todos los derechos sociales y laborales y está convirtiendo a la sociedad en un escenario de pesadilla para cada vez más millones de personas afectadas por la crisis.
Por estos motivos, la lucha de clases se manifiesta también en el seno del deporte. Mientras se destinan miles de millones de dinero público a fomentar el deporte de elite para beneficio exclusivo de los clubes, jugadores, cadenas televisivas privadas y multinacionales, cada día hay más decenas de miles de niños que ven imposibilitada sus participación en eventos y clubes deportivos de base y su derecho a una educación física saludable debido a que las familias no disponen de recursos para ello, y tampoco se destina dinero público para una actividad poco rentable política y económicamente (sin hablar ya de los recortes en educación, salud, etc.). Por otra parte, muchos clubes de fútbol de primera categoría tienen deudas astronómicas con los bancos o con Hacienda sin que sufran el peso de la ley, pero en cambio cientos de personas son desahuciadas de sus casas diariamente y son arrojadas a la calle por tener deudas muy inferiores con las mismas entidades financieras.
El deporte de elite -especialmente el fútbol-negocio en las sociedades capitalistas- va más allá de un simple pasatiempo y de una afición inofensiva: es una parte importante del sistema de alienación fomentado ampliamente por los medios de comunicación imperialistas. Al igual que el imperio romano utilizaba los juegos mortales de gladiadores y los espectáculos donde los cristianos y los esclavos eran devorados por las fieras entre el griterío enloquecido de decenas de miles de plebeyos para desviar la atención de los problemas sociales, hoy el capitalismo utiliza el deporte de elite con los mismos fines.
Los grandes estadios deportivos de primera categoría donde se reúnen decenas de miles de seguidores devienen los nuevos templos religiosos donde los aficionados establecen vínculos emocionales con sus guías espirituales -los jugadores y entrenadores- que trascienden lo racional, proyectándose una comunión religiosa entre ambos: la estrella deportiva se trasforma en un héroe sobrehumano, un semidiós mítico que levanta unas pasiones y la adhesión de masas en un ambiente de misticismo exacerbado, rodeado todo ello de unos rituales -himnos, cánticos, colores del equipo, comentaristas deportivos, banderas, fotografías, etc.- que cohesionan al grupo en torno a sus héroes. El estadio deportivo se ha transfigurado de esta manera en el templo de una religión sincrética mezcla de neo-paganismo y politeísmo -junto con las manifestaciones cristianas, musulmanas o budistas personales de cada jugador-, lugar sagrado y objeto de peregrinación del aficionado-creyente. Y las competiciones deportivas de alto nivel, especialmente el fútbol, se asemejan a las grandes mitologías griegas, donde los dioses y semidioses se hallaban en una grandiosa lucha perpetua para imponerse sobre los demás: los humildes mortales de entonces -los aficionados de hoy- no eran más que receptores pasivos de la voluntad de sus dioses -las estrellas futbolísticas de hoy-.
Pero esta religiosidad popular es fácilmente convertida por el sistema en un lucrativo negocio y en un fenómeno bien explotado de alienación masiva. Y los aspectos relativos a los sentimientos personales emocionales, como los que implican las aficiones deportivas sentidas de forma extrema, se prestan rápidamente a la manipulación y a la perversión por parte de los medios que la oligarquía dispone -en nuestro contexto de capitalismo en putrefacción- para derivar lo que podrían ser sentimientos inofensivos hacia comportamientos sociales irracionales que tienen peligrosas connotaciones despolitizadoras y reaccionarias. El estadio-templo y el espectáculo mediático teatralizado congrega tanto al rico como al pobre, al empresario como al obrero, al reaccionario como al progresista, al ateo como al clerical, al de derechas como al de izquierdas: todos quieren formar parte de la gloria de su ídolos deportivos y por ello se unen en el mismo proyecto olvidando momentáneamente todos sus desacuerdos.
Por otra parte, las selecciones nacionales constituyen un aspecto más de la política nacional de un país, tanto hacia el interior como símbolo cohesionador, como hacia el exterior como proyección de la “grandeza nacional”. ¿Quién puede negar que, hoy día, las competiciones internacionales deportivas de elite, desde el fútbol hasta las carreras automovilísticas, desde el atletismo hasta el esquí, son manifestaciones del orgullo nacional o de la decepción nacional en función de los resultados obtenidos? El fútbol y las selecciones nacionales se han convertido así en uno de los aspectos más llamativos de la cuestión nacional. Y aquí es importante recordar que la cuestión nacional tiene connotaciones diferentes y hasta opuestas en función de la clase social que posea la hegemonía.
En este sentido conviene recordar que los países socialistas también se vieron obligados a realizar una política de promoción del deporte de elite y de selecciones nacionales: la “guerra fría” y la lucha por demostrar la superioridad de un sistema social sobre otro también se trasladó al aspecto deportivo -las Olimpiadas fueron el paroxismo de esas rivalidades-, terreno por excelencia del combate simbólico entre el capitalismo y el socialismo -habida cuenta de la repercusión mediática de las competiciones de alto nivel- que gracias a la prensa escrita, la radio y la televisión llegaban directamente a cientos de millones de personas. Por este motivo, desde la izquierda transformadora, apoyar a las selecciones nacionales de los antiguos países socialistas constituía casi un deber de solidaridad internacionalista, lo que significaba en realidad practicar un “derrotismo nacional” en lo deportivo y denunciar a los deportistas de elite de la selección propia como mercenarios deportivos de la burguesía autóctona. Hoy no ha variado mucho la situación: apoyar en lo deportivo a selecciones de países revolucionarios como Cuba, Nicaragua o Venezuela, constituye una manifestación de internacionalismo, puesto que la victoria de tales selecciones contribuye a fortalecer la cohesión interna de estos países y la derrota de las selecciones capitalistas contribuye a la desmoralización social en los países imperialistas. Por otra parte, el deporte en los países socialistas tiene una connotación radicalmente diferente que en los países capitalistas, puesto que en los primeros se considera un derecho elemental para todos los ciudadanos y se destinan grandes cantidades de dinero público para democratizarlo al garantizar tales derechos a través del deporte de base, mientras que en los países capitalistas el deporte se considera una mercancía más sometida a expectativas de beneficios económicos privados y de explotación política del sistema.
Parece evidente que desde la izquierda se debería dejar de realizar una política contemporizadora con la selección nacional y el fútbol-negocio (a no ser, claro está, que los propios jugadores adoptaran posturas abiertamente solidarias y comprometidas con los millones de compatriotas brutalmente agredidos por el capitalismo, lo cual no parece que será el caso) y se debería comenzar una labor pedagógica y organizativa entre los sectores populares para el desarrollo de una práctica deportiva solidaria y no alienante. Además de divulgar los avances en materia deportiva de los países socialistas y antiimperialistas, se debería trabajar sobre el hecho evidente de la injusticia que constituye el deporte-negocio de elite, contribuyendo a crear una alternativa a través del deporte de base, popular, participativo y autoorganizado, exigiendo al mismo tiempo el fin de las subvenciones públicas a los clubes privados y un incremento de la financiación del deporte de base.
La experiencia de 1936, cuando la izquierda antifascista mundial boicoteó la Olimpiada de Alemania y convocó la Olimpiada Popular de Barcelona donde acudieron cientos de jóvenes antifascistas -muchos de los cuales fueron los primeros en tomar las armas y en caer combatiendo contra el levantamiento de los militares franquistas en Barcelona- debería ser un buen motivo de reflexión.
Como en otros muchos aspectos, en la política deportiva la izquierda tiene todavía mucho camino a recorrer.
Última edición por pedrocasca el Mar Jul 31, 2012 12:46 pm, editado 1 vez