La pobreza infantil deja huella: quien ha crecido en condiciones de penuria presenta en la adultez problemas para controlar las emociones. Según parece, el cerebro no puede eliminar las emociones negativas de manera tan efectiva como sí sucede en el caso de las personas que nacen en un entorno familiar con una mejor situación económica.
El equipo dirigido por Pilyoung Kim, de la Universidad de Denver, analizó la actividad cerebral de 49 personas de 24 años mediante tomografía por resonancia magnética funcional (TRMf). Los probandos habían participado previamente en un estudio longitudinal, en el que los investigadores detallaron información sobre las condiciones familiares y los factores estresantes durante su infancia y juventud.
Amígdala más activa
Los participantes,ya adultos, debían intentar suprimir los sentimientos que les afloraban al observar ciertas imágenes con contenido negativo. Por lo general, en esa situación, la actividad de la corteza prefrontal en el lóbulo frontal aumenta, de manera que inhibe la amígdala, centro cerebral de las emociones. En cambio, el cerebro de los sujetos que habían vivido en un entorno de pobreza a los nueve años presentaba un modelo de funcionamiento justo a la inversa: la actividad en la corteza prefrontal era baja, en cambio, su amígdala mostraba una alta actividad. De esta manera, a los probandos que habían vivido en un ambiente de pobreza durante la niñez les resultaba más difícil interpretar las lágrimas de las personas que aparecían en las imágenes como muestra de alegría. Los participantes que incurrieron en un ambiente de miseria ya de adultos, tal representación les resultaba más sencilla.
Según los autores. la investigación revela asimismo por qué la pobreza debilita, al parecer, el control de las emociones. Los datos obtenidos sugieren que el efecto depende en gran medida del grado de estrés crónico que se ha experimentado durante la infancia y la adolescencia, como situaciones de violencia, problemas familiares o relaciones de convivencia negativas. Tales experiencias pueden afectar a largo plazo al cerebro.
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El equipo dirigido por Pilyoung Kim, de la Universidad de Denver, analizó la actividad cerebral de 49 personas de 24 años mediante tomografía por resonancia magnética funcional (TRMf). Los probandos habían participado previamente en un estudio longitudinal, en el que los investigadores detallaron información sobre las condiciones familiares y los factores estresantes durante su infancia y juventud.
Amígdala más activa
Los participantes,ya adultos, debían intentar suprimir los sentimientos que les afloraban al observar ciertas imágenes con contenido negativo. Por lo general, en esa situación, la actividad de la corteza prefrontal en el lóbulo frontal aumenta, de manera que inhibe la amígdala, centro cerebral de las emociones. En cambio, el cerebro de los sujetos que habían vivido en un entorno de pobreza a los nueve años presentaba un modelo de funcionamiento justo a la inversa: la actividad en la corteza prefrontal era baja, en cambio, su amígdala mostraba una alta actividad. De esta manera, a los probandos que habían vivido en un ambiente de pobreza durante la niñez les resultaba más difícil interpretar las lágrimas de las personas que aparecían en las imágenes como muestra de alegría. Los participantes que incurrieron en un ambiente de miseria ya de adultos, tal representación les resultaba más sencilla.
Según los autores. la investigación revela asimismo por qué la pobreza debilita, al parecer, el control de las emociones. Los datos obtenidos sugieren que el efecto depende en gran medida del grado de estrés crónico que se ha experimentado durante la infancia y la adolescencia, como situaciones de violencia, problemas familiares o relaciones de convivencia negativas. Tales experiencias pueden afectar a largo plazo al cerebro.
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