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    La desviación de derecha en el seno del movimiento comunista internacional - PCR

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    La desviación de derecha en el seno del movimiento comunista internacional - PCR Empty La desviación de derecha en el seno del movimiento comunista internacional - PCR

    Mensaje por RDC Vie Ago 03, 2012 12:40 pm

    Entre los días 2 y 4 de este pasado mes de mayo [año 2003] se celebró el XII Seminario Comunista Internacional (SCI), que se reúne anualmente en Bruselas bajo el patrocinio del Partido del Trabajo de Bélgica (PTB), y en el que concurren organizaciones y partidos de decenas de países de los cinco continentes. Este año, los puntos a tratar y en torno a los que se abrieron los debates a lo largo de sus sesiones giraron alrededor del tema central que versaba sobre El Partido marxista-leninista y el Frente anti-imperialista ante la guerra. El Seminario se clausuró con la aprobación de un borrador para una Resolución General que sería firmada por las organizaciones asistentes que lo desasen tras su definitiva redacción después de transcurridas algunas semanas (Su versión definitiva ha sido publicada en el nº22 de Solidaire, órgano del PTB, correspondiente al 28/05/2003, así como en la página web del PTB, en varios idiomas: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    El Partido Comunista Revolucionario del Estado español (PCR), que envió una delegación oficial a este Seminario, no ha suscrito dicha Resolución General, intitulada, finalmente, ¡Trabajadores y pueblos del mundo, unámonos contra los preparativos americanos para una tercera guerra mundial!, por considerar, en primer lugar, que no sitúa en su plano correspondiente la cuestión principal que hoy debe centrar la atención de los comunistas, a saber, todos los problemas relacionados con la construcción del partido de nuevo tipo proletario –que son subordinados a las cuestiones relacionadas con la construcción de frentes de masas contra la guerra-, y porque, cuando se aborda, se propone una línea totalmente errónea, inspirada en la táctica oportunista de la unidad de los comunistas; y, en segundo lugar, porque en la Resolución se realiza una descripción incompleta e inexacta de la lucha de clases en el plano internacional, una valoración incorrecta de las relaciones de fuerza entre las clases en el mundo de hoy y, por lo tanto, de las tendencias que esas fuerzas abren en perspectiva, así como una propuesta política oportunista, seguidista del movimiento espontáneo de masas y de los movimientos organizados y dirigidos por la burguesía, y liquidadora del comunismo como ideología de vanguardia y como movimiento político independiente, que es tanto decir como movimiento revolucionario.

    No pretendemos aquí, sin embargo, realizar la crítica pormenorizada de este documento, sino describir el perfil político del SCI como evento en torno al que se organiza un sector del movimiento comunista internacional, y del cual es fiel expresión aquella Resolución. Lo que no impide que en él participen, más o menos activamente, organizaciones cuya identidad política difiere de manera importante de la dominante en aquella reunión, como es el caso, en esta ocasión, de nuestro partido. Ni tampoco vamos a dirigir nuestras consideraciones hacia el primero de los elementos sustantivos que titulaban el encuentro de este año: El Partido marxista-leninista. Para dar cuenta cabal de este particular, remitimos al lector a la contribución que el PCR aportó al Seminario y que publicamos a continuación, bajo el epígrafe de El partido revolucionario del proletariado y las tareas actuales de los comunistas, habida cuenta de que en ella se da cumplida noticia del contenido de nuestra intervención en aquel encuentro y de que se sitúan los elementos fundamentales de la crítica que debería aplicarse a las ideas que sobre la naturaleza del partido proletario y de su construcción dominan en el SCI de Bruselas.

    Empirismo

    Nos centraremos, pues, en la segunda cuestión, en la que se refiere, de manera particular, al Frente antiimperialista contra la guerra y, más en general, a la línea de masas que sostiene esta táctica; pero no abordándola desde el punto de vista de la relación entre las masas y la vanguardia –que, por cierto, es el punto de vista más adecuado para definir una correcta línea de masas marxista-leninista-, desde el punto de vista del trabajo de masas, sino que nos acercaremos a la línea de masas expuesta y propuesta de manera dominante en el SCI desde la crítica del concepto mismo de masas, es decir, desde la crítica de la visión allí imperante del objeto sobre el que debe trabajar la vanguardia, y de las consecuencias políticas que tal visión acarreará inevitablemente, consecuencias que condicionarán el carácter final de la línea de masas formulada y, a través de ella, de la visión del papel que debe jugar la vanguardia y de su modo de abordar las tareas políticas.

    En primer lugar, la inmensa mayoría de los grupos asistentes al SCI, encabezados por el PTB, comparten un enfoque empirista del concepto de clase obrera. A esta posición se llega a través de la reducción conceptual de una parte de la terminología marxista, reducción que consiste en identificar a la Vanguardia con el Partido, por un lado, y a las Masas con la Clase, por otro. Desde luego que este ejercicio de simplificación tiene claros antecedentes que se remontan a la III Internacional e, incluso, a Lenin; pero un recurso que en algún momento pudo tener justificado su uso por las necesidades circunstanciales de la propaganda y la agitación políticas, terminó generalizándose y oscureciendo el origen científico de aquellos conceptos y su estrecha relación dialéctica –que, a pesar de todo, se hallan plenamente desarrollados en la obra de Lenin-, para dar cobertura teórica a una visión de la relación del marxismo-leninismo con las masas esquemática y, a la larga, liquidadora del partido revolucionario. De ello hablamos más detenidamente en el documento que presentó nuestra organización ante el Seminario de Bruselas y que publicamos seguidamente, tras el presente artículo. Allí desarrollamos la crítica del modelo de Partido Comunista de la Internacional Comunista, modelo esencialmente organicista, que tiene su origen, precisamente, en esa reducción que, como segundo paso, opta por separar al Partido de la Clase a través de la imposición de una muralla china entre la Vanguardia y las Masas. Esta muralla es la concepción organicista del Partido, que consiste en definirlo única y exclusivamente como “la organización” del destacamento de vanguardia del proletariado.

    Esta deformación, dominante en el movimiento comunista internacional por lo menos desde los años 20, ha tratado de ser corregida en el plano teórico por la Tesis de Reconstitución que ha elaborado el PCR. Pero, ahora, no se trata de esto, sino de señalar el significado que, para el proletariado, tiene aquel enfoque empirista del concepto de clase obrera que practica la mayoría del SCI.

    El empirismo es una concepción filosófica del mundo que entiende –para decirlo de forma escabrosamente resumida-que la relación del sujeto con el mundo se realiza a través de los sentidos y que no podemos adquirir conciencia de las cosas sino a través de las sensaciones que experimentamos. Esto supone reconocer que sólo existe lo que puede ser experimentado. Lo que el empirismo niega o cuestiona es la capacidad o la posibilidad de la razón para establecer vínculos y relaciones entre las ideas que esas experiencias generan con el fin de configurar una representación compleja que se ajusta fielmente a la realidad. El marxismo (materialismo dialéctico), en cambio, defiende la legitimidad de la cadena de procesos intelectuales que, desde las sensaciones o ideas simples hasta las abstracciones más elevadas, nos permiten reflejar el mundo en términos racionales. Engels decía que “todo conocimiento verdadero y exhaustivo consiste simplemente en elevarse, en el pensamiento, de lo singular a lo especial y de lo especial a lo universal”. La capacidad de abstraernos de la experiencia que poseemos gracias a la facultad racional de nuestro entendimiento es, pues, desde el punto de vista marxista, lo que nos permite acercarnos a la verdad, lo que nos permite conocer. De modo que, mientras para el materialismo dialéctico la principal instancia del conocimiento es de naturaleza suprasensible, para el empirismo todo proceso que transcienda la experiencia inmediata tanto más se alejará de la realidad del objeto sensible cuanto más elaborados sean los procesos intelectuales que se apliquen en su conocimiento. El marxismo, por su parte, ha llegado a alcanzar un alto grado de refinamiento en este cometido, con el fin de dar una unidad conceptual del mundo, de hallar una concepción universal sobre el mismo, con el fin de elaborar el concepto de materia. Para Engels, precisamente, “la real unidad del mundo estriba en su materialidad”. Una vez alcanzado este punto, desde luego, nos hemos situado, como marxistas, en el extremo opuesto del empirismo.

    Aplicando todo esto a la política proletaria, no nos resultará extraño que la visión empirista considere que la clase obrera es el movimiento obrero en su sentido más estrecho, es decir, el proletariado en su pura fisicidad económica, en su calamitosa ubicuidad dentro del proceso directo de la producción capitalista o en su sempiterna pelea sindicalista; no existe otra instancia, otro plano de la realidad social donde podamos dirigirnos y comprobar “empíricamente” que ahí está también la clase obrera como tal. Es la localización de la clase en su pura materialidad lo que sirve de criterio de identificación y de definición en este caso. Pero, en realidad no nos hallamos ante un punto de vista verdaderamente materialista; se trata, llana y simplemente, del disfraz “materialista” con que se viste el empirismo. Y el empirismo es una forma de idealismo. Esta es la perspectiva que dominó entre la mayoría de las organizaciones que asistieron al SCI de Bruselas.

    En la arena política, el empirismo se manifiesta como economicismo (o, si se quiere, tradeunionismo, sindicalismo, obrerismo…), corriente ideológica que Lenin caracterizó y combatió sistemáticamente desde el mismísimo momento de su nacimiento en Rusia, con la aparición en 1899 del llamado Credo, y a la que dedicó una de sus obras de mayor fama (¿Qué hacer?). El economicismo penetró en Rusia por la influencia que sobre un sector de la intelectualidad socialista ejercieron la experiencia y la trayectoria de la socialdemocracia alemana (que basaba su política en la combinación de las luchas económicas de la clase obrera con la lucha parlamentaria de los socialistas), en general, y, en particular, el revisionismo de Bernstein, el mejor producto de aquella trayectoria. El economicismo acabó extendiéndose por toda Europa como fundamento último de la política de los partidos “revolucionarios”, a pesar de la guerra que le declaró al leninismo. Pero, a la larga, ganó la batalla y terminó por introducirse en el partido bolchevique y en la Internacional Comunista. A partir de aquí, ha permanecido conformado la base ideológica-política primordial de la inmensa mayoría de partidos y organizaciones que han reivindicado o se han remitido a la tradición de la Revolución de Octubre.

    Ciertamente, el empirismo es el economicismo político; pero, aquí, hemos querido remontarnos primeramente a la base filosófica sobre la que realmente se sostiene esta corriente del pensamiento político con el fin de atajar de raíz, ya desde el principio, su origen y verdadera naturaleza, de manera que quede claro que se sitúa fuera de la tradición filosófica marxista y que, por el contrario, se emplaza completamente dentro del marco de la concepción del mundo burguesa; en particular, en relación con una tradición que comienza con los empiristas ingleses, desde Hobbes y Locke hasta Hume, pasando por Kant y Mach hasta los modernos neopositivismo y positivismo lógico.

    Economicismo

    El economicismo defiende que la clase obrera debe comenzar su lucha en la esfera económica en la que se encuentra y permanecer aquí (versión anarquista del economicismo o transformar las “luchas obreras” posteriormente en “lucha política (versión tradicional de la socialdemocracia); en último término –y en palabras de uno de los más famosos economicistas de la época de Lenin-, “imprimir a la lucha económica misma un carácter político” (Martinov), frase que sintetiza magistralmente el sentido del economicismo, del empirismo político, y cuyo descrédito persiguió Lenin sin descanso. El argumento central de éste consistió en insistir sobre la necesidad de cambiar de perspectiva en la dirección de lo que, precisamente, hace superior al materialismo frente al empirismo: la abstracción, la capacidad intelectual para configurar una composición de la realidad objetiva por medio de la razón. Se trataba de tomar conciencia de que la clase obrera no es sólo lago apegado al terreno económico, de que su movimiento no consiste sólo en su movimiento sindical. Era preciso hallar el plano social y la esfera de actividad lo suficientemente elevada desde los que la clase obrera pudiera desarrollar tanto su relación económica con el capital, como su relación con todas las clases de la sociedad y con el Estado burgués. Este escenario es la esfera de la política, el único lugar donde se desenvuelve la forma decisiva de la confrontación entre los intereses de las clases sociales, el único lugar donde el proletariado puede desplegar su vocación de clase revolucionaria. Y se trata de un escenario, en cierto sentido, “abstracto”, porque se refiere a esferas de la sociedad que son “proyecciones” de su estructura económica, porque se refiere al plano de la superestructura que, según la doctrina marxista, “refleja”, en términos jurídicos, culturales, y, sobre todo, políticos el modo de producción sobre el que se ha instalado una determinada sociedad. Es sobre este plano superior sobre el que el proletariado debe implementar su principal lucha de clase. Y a este plano no se accede “elevando” las reivindicaciones económicas de los obreros en “política obrera” sino directamente activando un plan de propaganda y educación de las masas en la política revolucionaria. Para expresarlo con la fórmula que Lenin hará famosa años más tarde: “La política es la expresión concentrada de la economía”; es decir, es el ámbito donde se pone de manifiesto, de la manera más directa y clara y del modo más organizado, en su forma más sintética y “abstracta”, todos los intereses de clase con sus vinculaciones materiales en todo sistema económico. Por esta razón, la política es el lugar donde el proletariado debe plantear el combate por sus intereses radicales como clase. Sólo de este modo podrá el proletariado actuar como clase independiente. Lenin mostró el camino cuando, frente al economicismo, y en una época de auge huelguístico y de extensión de las luchas espontáneas de la clase obrera rusa por sus reivindicaciones económicas, denunció la vía de la transformación gradual de la lucha económica en lucha política y propuso un plan de acción política no relacionado directamente con ese ambiente general dominante, sino basado en una idea alejada y nada familiar a ese ambiente que invitaba a ir a los movimientos de masas a participar y organizar las huelgas y demás luchas reivindicativas, vía que escogieron los economicistas (llamados economistas en Rusia). Ese plan se articulaba en torno a la fundación de un periódico ilegal como instrumento de acción política sobre el proletariado de Rusia. Dicho de otro modo, llevar al proletariado propaganda revolucionaria y no métodos para organizar huelgas, consignas políticas contra el Estado y no reclamaciones dirigidas al patrón, ideas sobre una sociedad y un futuro nuevos, algo mucho más sutil, elevado y “abstracto” que cualquier ilusión sobre un mejor salario o una jornada laboral menos agotadora.

    El SCI y el PTB, en cambio, proponen, a pesar de esta experiencia y a pesar de autodefinirse como “leninistas”, ir a las masas como tarea inmediata, y no han encontrado en la reciente marea espontánea de masas que ha recorrido Europa y el mundo entero en contra de la agresión imperialista a Irak más que un motivo para ratificarse aún con más insistencia en esta línea economicista de aplicación del trabajo de masas. De hecho, este XII Seminario ha sido el de la formulación definitiva de la táctica general que el SCI propone al movimiento comunista internacional. Un plan elaborado a favor de la corriente, al calor del ambiente dominante del momento. ¡En completa sintonía con el espíritu leninista!

    Refiriéndose a un científico empirista de su época, Engels decía: “ve la cosa, pero no penetra en el pensamiento abstracto”. Lo mismo le ocurre a la mayoría del SCI, empezando por el PTB, que ve la cosa, pero no es capaz de abstraerse para hallar su conexión con el resto de las cosas, para ubicarla en un conjunto de relaciones. Como buenos empiristas, entienden que el todo no es una abstracción de todas las cosas, precisamente la “conexión” que las une a todas, sino que piensan que es la “suma” de todas las cosas. Por esta razón, como ven a la Clase como “suma de masas” (recuérdese la identificación entre Clase y Masas de la que parten), el objetivo de su trabajo político consiste en dirigirse al mayor número posible der luchas espontáneas o de movimientos de masas reivindicativos. De este modo, summa summarum, dirigiendo cada vez más luchas parciales, piensan que llegarán a dirigir algún día la lucha general de la clase obrera.

    Pero, ¿cuál es la “conexión” entre todas esas luchas parciales? Como el PTB y sus seguidores, debido a su concepción del desarrollo del movimiento revolucionario como un producto del desarrollo del movimiento obrero (cuando, en realidad, la operación se efectúa a la inversa: un movimiento revolucionario preexistente –el Partido Comunista- transforma e incorpora al movimiento obrero a la Revolución), no han realizado el trabajo previo de construcción de un marco político proletario, un espacio de actividad política del proletariado independiente del marco de actividad que ofrece el Estado burgués, entonces, cuando su labor práctica de masas deba ser traducida o “elevada” políticamente, ya porque el movimiento reivindicativo haya desbordado los cauces de la lucha de resistencia de modo que exija un nuevo cauce político, ya porque, como decía Marx, en realidad, “toda lucha económica es una lucha política” y busca espontáneamente su proyección en el plano político, no hallarán otra vía que la de situarse en los términos que les ofrece el sistema imperante, los términos de la participación en las instituciones del aparato del Estado capitalista.

    Por cierto, precisamente este pasado mes de mayo se han celebrado elecciones generales en Bélgica, que el PTB ha querido aprovechar para conseguir respaldo y “legitimidad” para su estrategia de rentabilizar en forma de votos las luchas sindicales. En esta ocasión, las expectativas eran muy alentadoras, pues en los últimos tiempos la incidencia de este partido en las luchas obreras a nivel de empresa había aumentado, y, en algún caso, como en el de las movilizaciones de los trabajadores de Sabena por impedir la privatización de esta compañía aérea, estuvo en condiciones incluso de confeccionar una lista electoral con los dirigentes de esta lucha (la Lista Maria, en este caso). La influencia del partido en las luchas obreras ha aumentado: debe, en pura lógica –en la pura lógica economicista-, traducirse electoralmente. El fracaso, como se sabe y es natural, ha sido rotundo. Pero la lógica de los dirigentes del PTB se encuentra ahora en un atolladero, incapaz de hallar una explicación para tal descalabro político. Y es que en el PTB no se comprende, primero, que no existe un camino directo, y mucho menos un camino que puede ser recorrido de manera directa y mecánica, entre economía y política, y, en segundo lugar, que se pretenden traducir las luchas económicas de la clase obrera en influencia política sobre la clase obrera con lenguaje burgués, con los medios que proporciona la burguesía y con las reglas del juego que impone el parlamentarismo burgués; de este modo, el corto alcance de la estrategia del PTB consiste en que sólo puede instrumentalizar la conciencia burguesa del proletariado (la conciencia en sí que le empuja a la lucha de resistencia) como apoyo para su participación en el sistema político burgués, jamás como puntal para la transformación de este sistema. Éste es y será -si no cambia las bases políticas e ideológicas de las que parte- el límite de la línea que sigue actualmente este partido, línea que se dirige a toda velocidad, a través del reformismo oportunista, hacia el cretinismo parlamentario.

    Como veremos más adelante, para el economicismo no existen diferencias cualitativas en las tareas de la Revolución Proletaria, o, al menos, no existen diferencias para el contexto político donde todas esas tareas deben ser realizadas: siempre en el seno del amplio movimiento práctico de masas. Esto impide al comunismo forjarse como movimiento político revolucionario independiente. Por eso, cuando el economicismo busca una “conexión política” para toda su labor de dirección de luchas parciales de la clase obrera, no puede evitar depender de la vía burguesa de “traducción” política de todas esas luchas reivindicativas, no puede –ni quiere- rehuir la vía electoral. El carácter de la actividad política que esta línea ofrece al proletariado no puede ser, entonces, otro que la política burguesa. La esfera de la actividad política se identifica, sin alternativa posible, con el electoralismo y el parlamentarismo, y con la incapacidad para hallar una forma de hacer política revolucionaria.

    El punto de vista empirista-economicista, que ve a la Clase separada del Partido, por un lado, y, por otro, como “suma de masas”, permitirá, por ejemplo, a Stalin (y el lector podrá comprobarlo mejor si es la bastante paciente como para familiarizarse después con nuestra proposición al SCI) dividir a la Clase –dentro ya de la sociedad socialista- entre masas “con partido” (vanguardia) y masas “sin partido”. Como el punto de vista empirista-economicista, al ceñirse exclusivamente a la “materialidad pura”, enajena de la descripción de la Clase su faceta ideológica, separando de este modo materia y conciencia, puede permitirse presentárnosla como “suma de cosas” (como suma de luchas reivindicativas o, también, como un agregado de masas “con partido” y masas “sin partido”), ocultando su verdadera naturaleza dialéctica, desde la que se nos mostraría debidamente como una “unidad de contrarios”. Gran parte de la tradición de la III Internacional y, actualmente, quienes representan esa tradición en sus elementos más esclerotizados, no han podido o no han querido extraer las conclusiones lógicas de una correcta visión dialéctica del proletariado como clase social. No han querido ver que la clase obrera es una unidad de conciencia y materia (por tanto, una unidad cualitativa y no un agregado cuantitativo) que se expresa a través de la contradicción entre la vanguardia y las masas, contradicción que también puede ser interpretada como la unidad en el seno de la clase obrera entre revolución y contrarrevolución, entre comunismo y capitalismo. En otras palabras, que una percepción no empirista del proletariado, sino verdaderamente materialista, nos indica que se trata de una entidad política –más que económica- que, además, contiene en su interior la potencia tanto para su desarrollo como movimiento revolucionario, como para su desarrollo conservador y funcional para el capitalismo, contrarrevolucionario. Que una de estas dos posibilidades prevalezca sobre la otra depende única y exclusivamente del papel que juegue la vanguardia en esa relación, o sea, del papel de la conciencia. Entonces, si la conciencia es lo principal, el sector de la clase que la porta, su vanguardia, será su legítima representante, y allí donde esta vanguardia consciente actúe, debería ser considerado su campo de actividad “natural”. De este modo, obtenemos que la lucha económica y la actividad sindical no tienen porqué ser estimadas como las formas “naturales”, ni siquiera “espontáneas”, de la lucha de clase del proletariado. Puesto que la conciencia es el factor decisivo de la Clase, un proletariado consciente (con conciencia revolucionaria, con conciencia de clase para sí, se entiende) dirigirá “espontáneamente” su actividad hacia el plano político y a través de los instrumentos que le capaciten para ejercer una influencia en ese plano. De este modo, si quien detenta la hegemonía del movimiento proletario es la reacción –como ocurre actualmente, a través de la obra de la socialdemocracia, el revisionismo y el sindicalismo oficial-, la política que esta clase practicará tendrá contenido burgués y empleará los medios que para su realización le preste el Estado capitalista. Pero si la vanguardia revolucionaria no permanece inerte, laborará por la capacitación política del proletariado a través de la constitución de su principal instrumento, el Partido Comunista. Tanto la burguesía y sus acólitos en el movimiento obrero como los verdaderos marxistas-leninistas saben que la batalla decisiva se plantea en estos términos: capacidad política independiente (revolucionaria) del proletariado o subordinación de éste a la política burguesa. Tanto unos como otros comprenden que todo depende del carácter de clase y del contenido ideológico que conforme la conciencia dirigente de las masas proletarias. Sólo los miopes, los oportunistas recalcitrantes o los ineptos pueden insistir en que, en los actuales momentos, lo decisivo son las masas de la clase, su aspecto material, y no su faceta consciente. En un contexto de hegemonía de la reacción y de dominio de la ideología conservadora entre las masas de la clase obrera y de liquidación política del comunismo, de la ideología revolucionaria, poner el acento en el movimiento de masas sin haber resuelto antes el problema de “quién dirige”, el problema de qué ideología hegemoniza ese movimiento, el problema de la reconquista por parte del marxismo-leninismo de esa hegemonía, como plantean de hecho los “empiristas revolucionarios” del estilo del PTB, significa ceder a la burguesía, sin lucha y de la manera más vergonzosa, la posición estratégica más importante para abordar con garantías de triunfo la larga guerra de clases que protagoniza el proletariado contra el capital.

    Espontaneísmo

    Si debemos centrarnos en los problemas que rodean a la conciencia de la Clase, resulta del todo obligado rechazar la consigna de ir a las masas que propone el SCI. La réplica mecánica de esta consigna de la Komintern, convertida en ley o en principio inexcusable a partir de su II Congreso (1920), sin un análisis crítico de las circunstancias que rodearon su formulación y de su validez actual, conduce a caricaturizaciones políticas absolutamente recusables. Los economicistas se valen del prestigio histórico de la Internacional Comunista para utilizar sus consignas de la manera más oportunistas y ocultar, así, las verdaderas tareas de los revolucionarios. Hoy en día, el análisis de las premisas necesarias para abordar la conquista de las masas larges, de las masas amplias, nos indica que no han sido cubiertas y que nos falta aún la principal de ellas, la conquista de la vanguardia para el comunismo. Y esto implica un tipo de trabajo de masas diferente al tradicionalmente practicado por los partidos comunistas desde 1920. Para el sector consciente de la Clase, para su sector marxista-leninista, el conjunto de tareas a realizar podría ser recogido bajo la consigna de ir a la vanguardia, que nos indica el carácter del trabajo de masas que debe llevar a cabo el comunismo: una línea de lucha ideológica por restituir al marxismo-leninismo como máxima referencia teórica para las masas y sus dirigentes prácticos.

    Además, el modo como se entiende aquella consigna de conquista de las grandes masas resulta, igualmente, estéril. Ir a las masas significa únicamente, en la práctica, “estar con” ellas, “estar junto a” ellas; no significa, en absoluto, “fusionarse” con las masas. Ir a las masas para “acompañarlas” en sus luchas trae como correlato la rebaja ideológica, el seguidismo de su espontaneidad y la concepción de la lucha de clases como mera lucha de resistencia. La fusión con el movimiento de masas significa la unión de ambos elementos (vanguardia y masas) para producir algo nuevo y superior a cada uno de ellos (el Partido Comunista). Pero el PTB y las organizaciones que continúan su línea en el SCI hablan sólo de “liaison”, de “ligazón”, de “unión” de la vanguardia con las masas, sin que esta “ligazón” suponga una transformación cualitativa de sus elementos constitutivos (su elevación, a través de la conciencia proletaria, hasta un estatuto revolucionario). El PTB se acerca a los movimientos de resistencia para dirigirlos en función de “sus justas reivindicaciones”, es decir, en tanto que tales movimientos de resistencia, reproduciendo sus premisas políticas (lucha espontánea de resistencia por reivindicaciones económicas), y, por consiguiente, rebajando el carácter y los objetivos de la “ligazón”. Más aún, ésta, al parecer, debe servir de base para el cumplimiento de todas las tareas de la Revolución. En el Seminario de Bruselas desfila todo tipo de organizaciones, desde las que pueden ser consideradas plenamente constituidas, con una larga experiencia y que se enfrentan ya ante tareas tan avanzadas como la cuestión del poder (PC de Nepal, PC de Filipinas, PC de Cuba, el mismo PTB), hasta otras incipientes que aún no han resuelto siquiera problemas relacionados con su propia identidad política (por ejemplo, allí estuvo la Mesa para la Refundación Comunista, organización catalana que se unió al coro de los seguidores de los consejos políticos del PTB). Pues bien, a todos ellos, sin distinción, se les recomienda la táctica de ir a las masas para cualesquiera que sean sus objetivos políticos más inmediatos. De este modo, “refundar” el comunismo (novísima fórmula para designar realmente el sempiterno problema de la Reconstitución comunista) y conquistar el poder pueden y deben realizarse en un mismo contexto sociopolítico, en la lucha de resistencia de las masas, en el plano económico de la lucha de clases del proletariado. Más todavía, no sólo en el mismo entorno sociopolítico, sino también de manera simultánea, como recomienda la Resolución del XII Seminario de Bruselas: unir a los comunistas (Partido) y unir a las masas (Frente) al mismo tiempo. Esta visión, naturalmente, traduce la idea de que no existen diferencias cualitativas entre las distintas tareas del comunismo, y, por lo tanto, que no hay proceso ni desarrollo, o sea, saltos cualitativos, tanto en lo que se refiere a la construcción del Partido, en particular, como en el proceso revolucionario, en general (al menos, antes de la toma del poder). Esta perspectiva, espontaneísta en definitiva, no admite la posibilidad de distinguir entre el movimiento comunista como movimiento revolucionario de la vanguardia (Reconstitución partidaria) del movimiento comunista como movimiento revolucionario de las masas (Construcción partidaria), ni tampoco permite comprender que la transición del uno al otro sólo es realizable a través del Partido Comunista, desde la Reconstitución culminada del partido de nuevo tipo proletario.

    La concepción holista (realización de todas las tareas simultáneamente) del proceso revolucionario previo a la conquista del poder indica la inexistencia de un plan y, por lo tanto, la aplicación, como no podía ser de otra manera, de la bernsteiniana “táctica-proceso” que Lenin censuraba ya en los economistas rusos. Y el proceso tomado en sí mismo al modo economicista oculta las distintas etapas de las que se compone y, por consiguiente, el análisis y la previsión que las diferentes posiciones que en cada una de ellas ocupará la vanguardia, de los distintos materiales políticos con los que podrá trabajar y de los distintos objetivos tácticos que deberá alcanzar.

    Sin mucho recato, el texto de la Resolución de Bruselas termina declarando:

    “Es etapa por etapa como los comunistas de todo el mundo harán avanzar la obra comenzada en 1848 por Karl Marx, y así hasta la victoria del socialismo en el mundo entero”.

    Naturalmente, se refieren a su propuesta de ir neutralizando –que no eliminando-, uno por uno, cada foco imperialista como método de acumulación de fuerzas; aunque para ello haya que aliarse con los otros tiburones del capital, como propone actualmente el PTB: unirse con los monopolios nacionales y europeos para contrarrestar “el peligro principal que amenaza al mundo”, el imperialismo yanqui. Pero en ningún momento se nos ilustra sobre cómo terminar definitivamente con esa “amenaza”, ni cómo invertir la correlación de fuerzas en el seno de la alianza para que sea el proletariado revolucionario quien la dirija. Hasta estos derroteros sin norte nos encamina el empirismo-economicismo, miope por naturaleza e incapaz de ver más allá de la situación política inmediata, y, en el fondo, desconfiado con respecto a la potencialidad revolucionaria del proletariado, que, con estos padrinos, siempre se verá sometido a la hegemonía ideológica y política de la burguesía y jamás se encontrará en condiciones de encabezar un movimiento revolucionario.

    Pero, al margen del contenido concreto de esta proposición de línea política, comprobamos que las “etapas” de que hablan el PTB y el SCI no pueden ser consideradas como tales etapas, que se trata simplemente de maniobras tácticas dentro de una misma fase del proceso revolucionario (una vez más, la famosa “etapa antimonopolista y antiimperialista”, tan común entre los partidos revisionistas “ortodoxos” que plagian su política directamente de los documentos del VII Congreso de la Komintern). En esta fase, cambiará un día el aliado y otro el enemigo, pero el objetivo fundamental –independientemente de que sea erróneo- seguirá siendo el mismo. Las maniobras tácticas no pueden ser confundidas con las etapas políticas de una revolución, a no ser que adolezcamos de una comprensión tacticista, sin perspectiva estratégica de la misma, como ocurre en los salones de Bruselas. Por el contrario, una visión correcta de la marcha de la Revolución debe dejar claramente establecida la necesidad de diferenciar etapas en la misma, etapas que vienen definidas por el contenido político de carácter estratégico que las distingue entre ellas: en primer lugar, conquistar la posición de dirección ideológica para la teoría revolucionaria, atrayendo hacia el marxismo-leninismo a los elementos conscientes de la vanguardia y neutralizando la influencia del oportunismo y del revisionismo, con el fin de reconstituirlo políticamente; en segundo lugar, conquistar la posición de dirección política para el partido marxista-leninista, encabezando la lucha de clases del proletariado contra la burguesía y atrayendo bajo su influencia a crecientes sectores de las masas con el fin de destruir el sistema político de dominación capitalista, como premisa para la demolición de su sistema de dominación económica y cultural, hasta la completa construcción de una nueva sociedad sin ninguna de sus lacras.

    Para finalizar este pequeño examen de la línea política y de la línea de masas que emanan del SCI, y después de todo lo dicho, si tuviésemos que ubicar este encuentro internacional como corriente dentro del movimiento comunista internacional, tanto por su visión del desarrollo de la Revolución, como por su percepción de la clase obrera y de las masas proletarias, así como del Partido Comunista, diríamos que forma parte, desde el punto de vista de la Reconstitución del Partido, de ese sector de la vanguardia teórica que, por su influencia en un amplio espectro de la vanguardia práctica y de las masas, es preciso combatir desde la lucha de dos líneas, para denunciar su falso marxismo-leninismo, demostrar su posición objetivamente contrarrevolucionaria y neutralizar las ilusiones reformistas y las ideas erróneas que difunde entre ellas.

    Antonio Blanco

      Fecha y hora actual: Lun Nov 18, 2024 5:26 pm