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    2018 El año en que se esbozó la mundialización de la guerra - web Nuevo Curso - Izquierda comunista española - diciembre de 2018

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Miér Ene 02, 2019 10:26 pm

    2018 El año en que se esbozó la mundialización de la guerra

    web Nuevo Curso - Izquierda comunista española

    diciembre de 2018



    Si 2018 ha sido, antes que ninguna otra cosa, un año marcado por la vuelta de la clase trabajadora a las luchas masivas, también ha sido el año de la guerra comercial y la agudización de los conflictos imperialistas.

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    Parece mentira hoy que el año comenzara con todo tipo de refutaciones oficiales de la existencia de una guerra comercial en curso a pesar de que estaba ya tan presente que en ese momento estaba dando forma abiertamente a la nueva «doctrina de seguridad nacional» de EEUU. De hecho ese ha sido el primer elemento destacable de lo que hemos visto este año: la alimentación mútua y continua entre guerra comercial y militar sobre un mapa que reproduce cada vez más como frentes de batalla la lucha desesperada de todos los capitales nacionales por hacerse con mercados.

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    Las líneas fronterizas entre EEUU y China elevaron su temperatura bélica. Los medios los ocupó sobre todo Corea, pero en realidad, como todas las burguesías asiáticas saben, el escenario es mucho más amplio -dejando de lado fracturas «transversales» como el rearme de Japón y sus tensiones constantes con Corea del Sur-, su punto álgido en Asia está en el Mar de la China Meridional. Pero sería una ilusión pensar que el conflicto EEUU-China es meramente regional o incluso continental. La «Ruta de la Seda», el gran proyecto articulador de las expectativas imperialistas chinas, llega ya hasta el Pireo, Algeciras y Portugal. Y más al Sur, en Africa, EEUU está transformando toda su política económica y militar para «hacer frente» a China.

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    Y es que Africa está volviendo a convertirse en un tablero activo del juego imperialista con nuevos jugadores. El primero de ellos, Turquía. El capital turco ha visto como los mercados centroasiáticos -los países turcómanos otrora eje de su política imperialista- se le han ido cerrando conforme las inversiones millonarias de la «Ruta de la Seda» china copaban el negocio de infraestructuras que hasta ahora había sido un monopolio ruso-ruso. En su frontera Sur, saudíes y norteamericanos consolidaban a las guerrillas kurdas del PKK-YPG. Y en las aguas chipriotas -que considera compartidas- griegos, israelíes y egipcios, con petroleras americanas, españolas e italianas, se disponen a crear, dejándole fuera, un suministro alternativo al gas ruso para Europa Central. Las consecuencias se han dado en cascada. Para equilibrar a los saudíes, Erdogan cerró un acuerdo con Sudán y reabrió una vieja base militar de la época del sultanato en el Mar Rojo. Resultado: Emiratíes y saudíes, previo acuerdo con China, reordenan todo el cuerno de Africa empezando por su pieza central, Etiopía.

    El mismo intento de equilibrar a saudíes y emiratíes en Siria, le orienta a una política cercana a Irán, lo cual produce un rifirafe creciente con EEUU que pasa directamente a abrir una guerra económica que destroza la lira turca y pone en cuestión la viabilidad misma del régimen. Pero el juego no acabó ahí. Erdogan jugó magistralmente la oportunidad abierta por el asesinato de Jamal Khashoggi por los saudíes para obtener de Trump la retirada de sanciones, convertirse en el albacea de las posiciones americanas en el Norte de Siria y a partir de ahí renegociar con Rusia y Alemania -a pesar de la resistencia de Francia
    – un nuevo encaje… lo cual, evidentemente, inquieta a los griegos que saben cuán voluble resulta el apoyo americano, porque la siguiente gran batalla, que veremos ya en 2019, será la lucha por la participación turca en el gran negocio del gas chipriota.

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    Pero en un mercado global saturado en el que el capital se ahoga y lucha desesperado por colocarse, no hay movimientos «locales», ni «regionales». El juego imperialista tiene inmediatas y profundas consecuencias globales. La más importante de 2018, sin duda, la aparición del fantasma de la guerra imperialista en América Central y del Sur. De Cuba y Venezuela a Argentina, Uruguay y Chile el «modelo exportador», ya agotado, se asfixia en un marco de guerra comercial global. Los capitales, incapaces de encontrar colocación productiva, huyen dejando a la vista la fragilidad del capital nacional argentino. La ruptura por EEUU del tratado de no-proliferación con Irán, una jugada en la que el ataque comercial a Europa era un objetivo importante, se convierte en un tsunami que lleva al capital argentino de cabeza al rescate del FMI. Pero por mucho crédito que reciba, con una guerra comercial global en marcha, el capital argentino no puede encontrar nuevos mercados ni socios que incrementen la demanda, modernicen su aparato productivo y frenen la devaluación llevando capitales. En octubre EEUU sube sus tipos de interés, la Fed quiere compensar la guerra de divisas con la que China trata de erosionar los aranceles americanos. El resultado en Argentina es una nueva fuga de capitales y el famoso «apretón monetario».

    Pero Argentina no es un caso particular. Brasil, un capital y un mercado mucho más potente, sufría no solo los embates de la crisis económica global y las resacas de la guerra comercial, sino la revuelta de su pequeña burguesía y la descomposición de su aparato político por las fracturas internas de su burguesía. El resultado es el ascenso de Bolsonaro a pesar de la resistencia de la burguesía financiera paulista. Apoyado por la agroindustria exportadora, el programa de Bolsonaro pasa por dinamitar el Mercosur, realinearse con EEUU y «reordenar Sudamérica». El resultado, un nuevo juego de alianzas en el que Europa queda fuera, Chile se convierte en el principal aliado en el Pacífico e Israel aporta la tecnología para una supremacía militar abrumadora en el continente.

    La burguesía argentina, que ve como su valor para la UE cae en picado sin la asociación con Brasil y que su última industria automotriz bien puede cruzar la frontera hacia el polo paulista o quebrar, se ve ante una carrera militar de la que no puede escapar pero que tampoco puede permitirse sin atacar las condiciones de vida aun más brutalmente. El G20 es la oportunidad de Macri. Firma con China un acuerdo de swap de monedas por 60.000 millones de yuanes y 5.000 millones de dólares en inversión y cooperación. La burguesía argentina está exultante con los acuerdos: el consenso pro-macri se extiende entre ellos, el presidente se emociona… ¿todos felices?

    El imperialismo no funciona como las películas moralizantes americanas de sobremesa. Cada «salida», cada «éxito» y sobre todo cada nueva llegada de un concurrente, eleva el nivel y la violencia de las contradicciones. Argentina intenta aprovechar la nueva alianza con China mientras retrasa las rupturas que sus propios movimientos hacen inevitables, para no quedar ni del todo fuera ni del todo enfrente de Brasil por un lado y Alemania por otro. Pero eso va a ser difícilmente posible más allá de una estrechísima ventana de tiempo. Porque mientras, Alemania, azuzada por la pérdida de ventajas competitivas en el cambio al coche eléctrico, ha optado por hacer suyo el litio boliviano, abriendo la batalla por el trazado y propiedad del corredor bioceánico con China… y Brasil, que a su vez se ve abocado, cada vez más, a ahogar a Argentina con un juego de alianzas y una carrera armamentística cada vez más agresivas. Mercosur entero se ha convertido en un tremendo avispero que se proyecta continentalmente. Sobre las brasas, las agresiones venezolanas a petroleras norteamericanas en aguas de Guayana, el vistoso apoyo militar ruso y la denuncia colombiana de un intento de magnicidio supuestamente alentado por Maduro, solo pueden servir de gasolina para un incendio, que no será desde luego el último. En menos de un año hemos visto a América del Sur embocarse hacia una zona de conflicto imperialista: se han multiplicado el número de jugadores y sus apuestas, ha comenzado una carrera armamentística y se habla ya de «casus belli» con naturalidad. Definitivamente, ha vuelto el fantasma de la guerra y lo ha hecho como nunca antes al continente.

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    No hay incremento del conflicto interimperialista que no incremente a su vez las líneas de fractura interna de los grupos en el poder que participan en él. Eso aplica a las burguesías nacionales pero sobre todo a las alianzas entre ellas. El último ejemplo, hoy mismo: España rompe el bloqueo militar de la UE a Venezuela y modernizará sus tanques. Es solo una más, quizá la menos relevante, aunque también de las menos esperadas, fugas y retos sufridos por el proyecto de bloque del eje franco-alemán en Europa este año. La primera, obviamente, el interminable y tortuoso «Brexit» que no solo ha aumentado las tensiones interimperialistas dentro de la UE -véase el rifirafe en Gibraltar sin ir más lejos y más dramáticamente Camerún– sino que, como apuntábamos hace un año, se está traduciendo ya en un rearme militar británico con apertura de nuevas bases en el Caribe y Asia.

    Pero es la ruptura abierta de la alianza con EEUU, que la prensa alemana llama «la debacle del bloque occidental», la que, a pesar de la tregua entre ambos en la guerra comercial, ha propiciado una relación cada vez más conflictiva con la OTAN y la afirmación -y financiación- de un ejército europeo… que se justifica, abiertamente por parte de Merkel, en la perspectiva de una generalización de la guerra. Este año Francia y Alemania redoblaron financiación y esfuerzos para mantener la guerra en el Sahel y se vieron cada vez más retados en Libia por… Italia, entraron en el juego sirio utilizando al PKK-YPG kurdo contra Turquía y trataron de evitar verse arrastrados a un conflicto directo con Rusia en Ucrania que solo hubiera reforzado a EEUU. Porque mientras Europa no tenga un ejército capaz de competir con Rusia y EEUU, la ruptura de los tratados de no proliferación entre Rusia y EEUU y la nueva carrera nuclear de armamentos solo remarcan la dependencia militar europea respecto al ex-aliado americano y le dan poder en las negociaciones comerciales.

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    Crisis económica, guerra comercial, el desarrollo de conflictos imperialistas con más de dos potencias involucradas, la nueva carrera nuclear… todo apunta hacia una aceleración de las tendencias hacia una guerra global. Y en ese marco la guerra en Yemen -con Arabia Saudí y Emiratos chocando con Irán abiertamente- y, especialmente, en Siria -con iraníes, saudíes, rusos, turcos, norteamericanos, franceses, británicos y cada vez más, israelíes- son las que más peligro han producido de un conflicto directo entre grandes potencias. Lo que no ha evitado, ni mucho menos, matanzas masivas, hambrunas catastróficas y millones de refugiados.

    Lo que 2018 nos ha enseñado es que, en un marco en el que la perspectiva de una guerra global se insinúa ya en el horizonte, la generalización de la guerra a todos los continentes se está esbozando ya. Siria y Yemen solo son un adelanto de hacia donde apuntan las inercias de un sistema económico decrépito en el que todos los capitales nacionales son, y solo pueden ser, imperialistas. Un capitalismo que solo puede vivir para ya orientado hacia la guerra y que solo tiene enfrente a un antagonista posiblle: las luchas de los trabajadores.
       
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