LA HUELGA GENERAL INDEFINIDA COMO PROCESO DECONSTITUYENTE
Vivimos tiempos de miseria y descontento. Los aparatos de control político y económico ejercen su violencia con especial brutalidad sobre la población a la que finge proteger. Sin embargo, esos poderes constituirán siempre una minoría frente a la masa. Es la masa la que ostenta el poder sobre lo común, en todo momento, y sólo porque delegue sus capacidades y potencias en esas élites de forma provisional, no significa que no pueda exigir el retorno de estas en cualquier momento.
Parece que vivimos uno de esos momentos. El deterioro de las condiciones de vida se extiende a casi todos los estratos sociales – excepto, por supuesto a los de la clase dominante –, y, curiosamente, en esa tensión dialéctica constante entre Capital y Estado que se da en nuestro sistema, el propio Estado comienza a reducir sus propios efectivos en favor del elemento económico.
El desmantelamiento de lo público – aquello que la comunidad entera ha cedido a la élite delegada para su gestión – está siendo sometido a una aceleración salvaje. El número de puestos de trabajo que se han eliminado, y que se seguirán eliminando en una progresión imparable, es descomunal. Parece que es hora de plantearse una huelga indefinida en el sector público, que pueda extenderse posteriormente como huelga general indefinida al resto de sectores donde lxs asalariadxs tengan la capacidad de detener los procesos productivos.
Una huelga indefinida en el sector público – que incluiría los servicios de sanidad, educación en todos sus niveles, administrativos y personal de oficina y limpieza, jueces y funcionarios de justicia y de prisiones, bomberos, trabajadorxs de la EMT, Metro y RENFE y otros servicios de transporte público y en definitiva cualquier funcionarix asalariadx por el Estado –, sin límite de tiempo, y si es seguida masivamente, puede paralizar un país por completo y tumbar cualquier gobierno en dos semanas. No es necesario mucho más que no ir a trabajar y manifestarse en las calles. Una forma aséptica y legal de hundir un gobierno. Y si se quiere ir un poco más allá y empezar a demoler el sistema, bastaría con convertir esa huelga general en una huelga revolucionaria, que abriera el espacio de ruptura suficiente para plantear nuevas formas de organizarse y de vivir.
Está en manos de la masa de asalaridxs el detener los procesos de trabajo, servicios y producción sobre los que tienen control como trabajadorxs. Ese es su inmenso poder. También debemos tener muy claro cuáles son los obstáculos para una convocatoria de huelga de este tipo: en primer lugar, la patronal y el Estado, que por naturaleza buscan la perpetuación de lo que hay. En segundo lugar, los sindicatos mayoritarios, que son una parte más del Estado, e intentarán por todos los medios – como han hecho hasta ahora – sabotear, edulcorar y amortiguar una convocatoria así. Y en tercer lugar, la falta de unidad y de solidaridad de lxs propixs trabajadorxs, que no son conscientes del poder que está en sus manos y que no comprenden que perder dos semanas de sueldo siempre será mejor que perder su empleo para siempre y con hipotecas a pagar – como parece que va a ser el caso en un país pendiente de un rescate -.
Se impone, por tanto, un trabajo arduo de resistencia a las presiones del poder, de demolición de las cúpulas sindicales de los sindicatos mayoritarios por parte de sus bases y de concienciación en las ventajas y en la eficacia de un planteamiento como este. Son las condiciones para allanar el camino hacia una huelga realmente deconstituyente.
Esta huelga indefinida en todo el sector público es el primer paso necesario para pasar a una huelga general indefinida, del mismo modo que esta última lo es para pasar a una huelga general revolucionaria. Son diferentes pasos hacia la subversión del capitalismo, y a lxs propixs trabajadorxs corresponde decidir cuántos de estos pasos desean dar en esta expansión de la huelga como herramienta de destitución política. En cualquier caso, la huelga general indefinida, frente a otras herramientas propuestas hasta ahora y que han mostrado su total ineficacia, garantiza situar a la masa de asalariadxs en una real y efectiva postura de control y superioridad sobre los poderes dados de cara a cualesquiera reivindicaciones. En nuestras manos está creérnoslo y empezar a caminar en esa dirección.
Vivimos tiempos de miseria y descontento. Los aparatos de control político y económico ejercen su violencia con especial brutalidad sobre la población a la que finge proteger. Sin embargo, esos poderes constituirán siempre una minoría frente a la masa. Es la masa la que ostenta el poder sobre lo común, en todo momento, y sólo porque delegue sus capacidades y potencias en esas élites de forma provisional, no significa que no pueda exigir el retorno de estas en cualquier momento.
Parece que vivimos uno de esos momentos. El deterioro de las condiciones de vida se extiende a casi todos los estratos sociales – excepto, por supuesto a los de la clase dominante –, y, curiosamente, en esa tensión dialéctica constante entre Capital y Estado que se da en nuestro sistema, el propio Estado comienza a reducir sus propios efectivos en favor del elemento económico.
El desmantelamiento de lo público – aquello que la comunidad entera ha cedido a la élite delegada para su gestión – está siendo sometido a una aceleración salvaje. El número de puestos de trabajo que se han eliminado, y que se seguirán eliminando en una progresión imparable, es descomunal. Parece que es hora de plantearse una huelga indefinida en el sector público, que pueda extenderse posteriormente como huelga general indefinida al resto de sectores donde lxs asalariadxs tengan la capacidad de detener los procesos productivos.
Una huelga indefinida en el sector público – que incluiría los servicios de sanidad, educación en todos sus niveles, administrativos y personal de oficina y limpieza, jueces y funcionarios de justicia y de prisiones, bomberos, trabajadorxs de la EMT, Metro y RENFE y otros servicios de transporte público y en definitiva cualquier funcionarix asalariadx por el Estado –, sin límite de tiempo, y si es seguida masivamente, puede paralizar un país por completo y tumbar cualquier gobierno en dos semanas. No es necesario mucho más que no ir a trabajar y manifestarse en las calles. Una forma aséptica y legal de hundir un gobierno. Y si se quiere ir un poco más allá y empezar a demoler el sistema, bastaría con convertir esa huelga general en una huelga revolucionaria, que abriera el espacio de ruptura suficiente para plantear nuevas formas de organizarse y de vivir.
Está en manos de la masa de asalaridxs el detener los procesos de trabajo, servicios y producción sobre los que tienen control como trabajadorxs. Ese es su inmenso poder. También debemos tener muy claro cuáles son los obstáculos para una convocatoria de huelga de este tipo: en primer lugar, la patronal y el Estado, que por naturaleza buscan la perpetuación de lo que hay. En segundo lugar, los sindicatos mayoritarios, que son una parte más del Estado, e intentarán por todos los medios – como han hecho hasta ahora – sabotear, edulcorar y amortiguar una convocatoria así. Y en tercer lugar, la falta de unidad y de solidaridad de lxs propixs trabajadorxs, que no son conscientes del poder que está en sus manos y que no comprenden que perder dos semanas de sueldo siempre será mejor que perder su empleo para siempre y con hipotecas a pagar – como parece que va a ser el caso en un país pendiente de un rescate -.
Se impone, por tanto, un trabajo arduo de resistencia a las presiones del poder, de demolición de las cúpulas sindicales de los sindicatos mayoritarios por parte de sus bases y de concienciación en las ventajas y en la eficacia de un planteamiento como este. Son las condiciones para allanar el camino hacia una huelga realmente deconstituyente.
Esta huelga indefinida en todo el sector público es el primer paso necesario para pasar a una huelga general indefinida, del mismo modo que esta última lo es para pasar a una huelga general revolucionaria. Son diferentes pasos hacia la subversión del capitalismo, y a lxs propixs trabajadorxs corresponde decidir cuántos de estos pasos desean dar en esta expansión de la huelga como herramienta de destitución política. En cualquier caso, la huelga general indefinida, frente a otras herramientas propuestas hasta ahora y que han mostrado su total ineficacia, garantiza situar a la masa de asalariadxs en una real y efectiva postura de control y superioridad sobre los poderes dados de cara a cualesquiera reivindicaciones. En nuestras manos está creérnoslo y empezar a caminar en esa dirección.