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    Sesenta aniversario de la contrarrevolución húngara de 1956 - Artículo de 2016

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    Sesenta aniversario de la contrarrevolución húngara de 1956 - Artículo de 2016 Empty Sesenta aniversario de la contrarrevolución húngara de 1956 - Artículo de 2016

    Mensaje por GagarinCCCP Lun Oct 02, 2023 4:51 pm

    A la hora de analizar o cotejar los acontecimientos ocurridos en la Hungría socialista de hace sesenta años podemos encontrar en la historiografía occidental una sincronizada colección de manidas, adulteradas y retorcidas versiones sobre aquellos hechos, utilizando como herramienta la propaganda de la guerra fría. La maquinaria (des) informativa del “mundo libre” se ha encargado de poner en circulación, desde que sucedió el mal llamado “levantamiento” o “revolución húngara anticomunista» una idea de que lo que allí ocurrió fue un ejemplo de la lucha por la “libertad” y los derechos civiles de un pueblo contra la tiranía comunista. Palabra (libertad) que fue puesta incluso en boca de asesinos profesionales como George W. Bush, cuando en las conmemoraciones-aniversario de los sucesos de 1956, hace ya unos años, el gran criminal americano puso como espejo de su particular “democracia” a los insurrectos “mártires” húngaros caídos en los enfrentamientos contra las tropas soviéticas y los leales al gobierno socialista húngaro.

    Tan sólo dos años antes de la publicitada por Occidente “revolución húngara” la amnesia de las democracias mundiales les impide recordar que EEUU y sus aliados de Europa Occidental habían dado un golpe de Estado en Guatemala a través, como siempre, de la CIA, donde depusieron a su presidente legítimo, Jacobo Árbenz (un socialdemócrata moderado pero con una política exterior no sometida a los dictados del imperio),  no faltando, previamente al golpe, las correspondientes decenas de muertos y campañas de terrorismo y sabotajes en toda Guatemala, con el sello inconfundible de la CIA.

    También, cabe recordar que tres años antes, en Irán, la CIA y los británicos habían derrocado al presidente legítimo de ese país, Mossadegh, mediante otro golpe cruento marca de la «casa» americana. Mossadegh estaba dispuesto a nacionalizar los recursos naturales que legítimamente le correspondían al pueblo iraní y no a las multinacionales petroleras estadounidenses y británicas, como pretendía EEUU, quién “lógicamente” no permitió que eso sucediera y colocó a un tirano afín a sus intereses: el Sha, Reza Pahlevi.

    Las llamadas “revueltas” húngaras anticomunistas acaecidas en otoño de 1956 no fueron otra cosa que el producto de una sublevación golpista, de marcado componente fascista e incluso antisemita, algo que han intentado ocultar deliberadamente los publicistas de la guerra fría que han dado su versión sesgada de estos hechos. Se ha hablado, hasta la saciedad, repitiendo mil veces una mentira hasta que se convierta en «goebbelsiana» verdad, de que en Hungría se produjo una “Invasión” soviética cuando la realidad es que se trató de una ayuda internacionalista, en el marco de cooperación entre dos países pertenecientes al Pacto de Varsovia. Por tanto NO se trató, en ningún caso (al igual que en Berlín, en 1953, en la llamada “primavera de Praga checoslovaca” de 1968 y años después en Aganistán), de invasión soviética alguna.

    Paradójicamente, mientras la maquinaria de propaganda de guerra occidental en contra el bloque soviético se focalizaba agresivamente contra la Hungría socialista, las potencias imperiales que se hacían llamar democráticas intervenían militarmente, para no variar, en países del Oriente Medio cuando sus opíparos intereses neocoloniales se veían amenazados. Así sucedió, ese mismo año de 1956, con el Estado racista de Israel, la Francia de De Gaulle (un Adenauer a la francesa) y el Reino Unido (del aristócrata Anthony Eden, ex delfín de Churchill), quienes desencadenaron una agresión militar contra el Egipto de Nasser con la “excusa” de la nacionalización del Canal de Suez por el líder egipcio.

    Los meses previos al intento de golpe de Estado en Hungría se caracterizaron por una frenética actividad involucionista exterior para organizar a los grupos “disidentes”, tanto los que estaban infiltrados en el gobierno como a nivel de calle. Uno de los puntos álgidos que impulsaron la violencia insurreccional contra el dividido gobierno húngaro, a cuya cabeza estaba el “reformista” Imre Nagy (un paje, en la práctica, de EEUU), fue el discurso del líder soviético, Nikita Kruschev, criticando duramente a su antecesor, Josef Stalin, en el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), celebrado en febrero de 1956. La maniobra del oportunista Kruschev, pretendiendo dar un falso aire “renovador” al socialismo soviético, estuvo a punto de volverse en su contra ya que dio alas al desequilibrio político y geoestratégico en Europa, que se pudieron haber tornado imprevisibles.

    La fanfarronada «antiestalinista» de Kruschev no pasó desapercibida para la entonces poderosa e influyente Radio Free Liberty Europa, la emisora anticomunista creada por la CIA para el Este socialista, con la que alentaba cambios de régimen (violentos si era necesario) en los países que conformaban el bloque socialista, con el objetivo de acercarles al área de influencia política de EEUU y la OTAN. Al calor del discurso de Kruschev, Radio Free Liberty no desaprovechó la ocasión y empezó a editar miles de folletos y publicaciones hostiles en contra del gobierno húngaro valiéndose de todos los medios posibles, incluso lanzando globos propagandísticos al espacio aéreo de Hungría. En el primer semestre de 1956 hasta en 293 ocasiones fueron detectados globos-propaganda donde se conminaba a los húngaros a que encabezasen una rebelión. Incluso hubo testimonios (del periodista británico John Adams) que hablaban de que fueron detectados cerca de tres mil globos en una noche, todos ellos lanzados desde una de las bases de Radio Free Europa en Baviera (Alemania).

    A partir de entonces, las fuerzas contrarrevolucionarias y los grupos fascistas “horthystas” (afines al líder pro-nazi, el almirante Miklos Horthy, colaboracionista con el régimen de Hitler) empezaron a crecer en número y a llevar el peso de las protestas con financiación y armas procedentes desde el exterior, siendo coordinados todos ellos en territorio húngaro por otro antiguo nazi, el general Bela Kiraly. Este último, fracasada la revuelta golpista, huyó a EEUU y fue recibido años más tarde, tras la caída del socialismo, como un “héroe” en Hungría. La biografía de Kiraly, huelga decir, ha sido blanqueada convenientemente por los agit-prop del Oeste para encumbrarle como el líder que quiso llevar la democracia a su país.

    En el exterior, además de la emisora golpista Radio Free Europe, el que fue jefe de operaciones encubiertas de la CIA en Europa, Frank Wisner, jugó un papel activo en la contrarrevolución húngara siendo señalado por algunos como el culpable de instigar el levantamiento con promesas de enviar armamento militar que, según algunas fuentes, nunca llegó a buen término, aunque esto, en la práctica, no resultó ser así.

    En 1956, el jefe de la logia masónica Propaganda 2 (P2) y cabecilla principal (o uno de ellos) de la red terrorista Gladio en Italia, Licio Gelli, era director de una empresa llamada Permindex con sede en Basilea, que en realidad era una fachada de la CIA integrada dentro de la estructura de Gladio. La administración de la misma la llevaba el mencionado Wisner y desde Permindex se enviaron armas al presidente “reformista” Imre Nagy y a las fuerzas contrarrevolucionarias húngaras. Con lo que no contaron (y esperaban) los sublevados es que Occidente no se “implicase” en una invasión militar directa (de la OTAN), que esperaban como agua de mayo. Esto fue, probablemente, lo que impulsó a los criminales golpistas a empuñar las armas y a cometer asesinatos de forma indiscriminada en las calles húngaras, actuando como auténticas “Sturmabteilung» (las tropas de asalto de Hitler).

    Por otro lado, las fuerzas reaccionarias más ultranacionalistas y pro-nazis, con el aval de haber sido muchos de ellos colaboracionistas con el régimen de Hitler, se unieron para manifestarse en contra de la URSS y del Pacto de Varsovia a finales de octubre, siempre alentadas por Radio Free Europa desde su sede en Viena. A este respecto, cabe señalar que el propio Richard Nixon, vicepresidente entonces de los EEUU, nada más comenzar el levantamiento húngaro se apresuró a viajar a Austria, a una localidad fronteriza con Hungría. Allí tuvo un encuentro con un grupo de representantes de los sublevados (“refugiados” en el argot occidental) a los que, según sus propias palabras, preguntó ¿Creen ustedes que La Voz de América y Radio Europa Libre [dos de las armas mediáticas de la CIA] han contribuido a estimular la insurrección?. La respuesta, obvia, fue un “si” que desmontaba, vía hechos sobre el terreno, que no hubo, en ningún momento, el levantamiento espontáneo y “popular” que la falsa propaganda oficial occidental ha dejado para los libros de historia.

    Budapest fue, lógicamente, el lugar donde los ataques armados de las recién constituidas milicias anticomunistas resultaron ser más intensos y encarnizados, mientras que el gobierno leal al Pacto de Varsovia (el del luego reformista Janos Kadar, y Ferenc Munnich), el grueso del ejército húngaro, los obreros y campesinos y las divisiones soviéticas, se constituyeron como un frente antifascista. A finales de octubre Nagy ya se había entregado políticamente al Oeste mediante un falsificado discurso de “independencia” y de una “Hungría libre”, sabiendo que bajo esa fachada aséptica de aparente “neutralidad” se escondía el vasallaje ideológico hacia Occidente y el tránsito de Hungría hacia la OTAN.

    El suministro de armas a los «rebeldes» se hizo a través de los generales golpistas Bela Kiraly y Pál Maléter.  La contrarrevolución húngara fue supervisada al detalle por EEUU y la OTAN, teniendo como centro de operaciones la Alemania del Oeste de Konrad Adenauer, donde residían bajo protección (además de numerosísimos criminales de guerra nazis) antiguos camaradas del aliado de Hitler, Miklos Horthy, y muchos emigrados anticomunistas.

    Un destacado papel protagonista, muy activo, en la guerra contra la Hungría socialista corrió a cargo de la Iglesia católica húngara. Y lo hizo por medio de su cura más relevante, el cardenal Primado, Jozsef Mindszenty, quien lanzó proclamas a favor del capitalismo y la propiedad privada. La iglesia romana se posicionaba, una vez más, como aliado del fascismo y del poder capitalista. Mindszenty, una vez derrotados los planes golpistas de la CIA y Radio Free Europe, buscó refugio donde mejor podía hacerlo: en la embajada de EEUU en Budapest, para hacerse, ante los ojos del mundo, la víctima y mártir del comunismo durante quince largos años. El lugar, sin duda, fue el idóneo para organizar una campaña de acoso, desgaste y derribo del gobierno socialista húngaro. Recibía, de este modo, el jerarca católico húngaro, protección en la guarida de los que habían planificado la violencia y el derrocamiento por vía cruenta de la Hungría socialista.

    El ejército soviético intervino en Hungría a primeros de noviembre de 1956 a un coste altísimo (en miles de vidas), tanto entre las filas contrarrevolucionarias como de las propias tropas soviéticas y de la población civil que se puso del lado del gobierno legítimo. Finalmente, al cabo de dos días la revuelta anticomunista fue aplastada y se llegó a retomar el control de la situación aunque, sin duda, Hungría quedó marcada por estos hechos hasta que a finales de los años ochenta, en el marco de las llamadas cínicamente “revoluciones de terciopelo”, tuteladas, orquestadas y monitoreadas por Occidente y sus agencias de espionaje, Hungría entregó definitivamente el país a EEUU y la OTAN.

    Los responsables principales del intento de golpe de Estado de 1956 huyeron del país, pero a los autores de los crímenes se les persiguió con merecida dureza y el cabecilla principal, Imre Nagy, fue fusilado. El saldo dejado por la subversión anticomunista fue el asesinato de miles de personas que tuvieron la desdicha de no ser afines a los sublevados, con métodos tan crueles como los que habían practicado los nazis años atrás durante la ocupación. Se utilizaron todos los medios para conseguir llevar a buen término la violencia insurreccional, en particular utilizando a organizaciones “humanitarias” como la Cruz Roja, que se vio envuelta en las actividades criminales de los golpistas, como años antes había ocurrido con el nazismo proporcionando ayuda a criminales de guerra del III Reich para fugarse a Sudamérica.

    En particular, respecto de esta última organización «humanitaria», se incautaron vehículos oficiales de Cruz Roja Internacional que procedían de Austria y que no iban, precisamente, hacía Hungría cargados con ayuda humanitaria sino más bien pertrechados de armas para ser entregadas a los “rebeldes”, algo que fue detectado por las tropas soviéticas que los requisaron sin contemplaciones. El tratamiento informativo de entonces es que los “salvajes” soviéticos no respetaban ni siquiera a un convoy humanitario de Cruz Roja.

    Los sublevados húngaros, fracasado el golpe, huyeron a países como la vecina Austria donde continuaron realizando actividades contrarrevolucionarias, algo que pudieron advertir las autoridades austríacas, que no estaban muy dispuestas a servir de base de operaciones anticomunistas (a pesar de que Austria era territorio de propaganda de la Radio Free Liberty y la CIA).

    En febrero de 1957 una directiva del Ministerio del Interior (austríaco) hizo mención a las actividades políticas y de inteligencia de los refugiados húngaros en Austria: «El Ministerio del Interior, decía la nota, en ningún caso, está dispuesto a tolerar cualquier actividad por parte de extranjeros en Austria que tenga por objeto perturbar la convivencia pacífica de la República con otros Estados o que pretende influir en la situación política interna de otros países». Austria, que había estado dando cobijo a las actividades contrarrevolucionarias húngaras meses atrás, decidió no implicarse más….de momento. Hasta que en el verano de 1989 escenificó con Hungría la «ruptura» del «telón de acero» y contribuyó a montar la «crisis de los refugiados» de la RDA.

    Se podría decir, para finalizar, que el “levantamiento húngaro” de 1956 fue uno de tantos procesos contrarrevolucionarios que la CIA y la OTAN intentaron llevar a cabo en los países del bloque soviético. Una “revolución” tan “espontánea” y “natural”, tan “libre”, como los golpes de Estado que planificaban a diario la CIA y el Pentágono para aquellos países que no se sometían al neocolonialismo del Nuevo Orden estadounidense surgido tras la II Guerra Mundial.

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