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    "El pensamiento político de Lukács" - texto de José María Laso Prieto - año 1987

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Lun Feb 25, 2013 5:50 pm

    El pensamiento político de Lukács

    texto de José María Laso Prieto que se publicó en La obra de Lukács, hoy (tomo II). Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, año 1987

    Aunque en sus «Conversaciones con Abendroth», Lukács manifestó: «Por desgracia, soy filósofo y no político» es evidente que lo largo de su dilatada vida tuvo fases de intensa actividad política directa y otras de muy fuerte incidencia teórica sobre la actividad política. Para comprenderlo, basta recordar sus dos etapas ministeriales –como Comisario de Cultura Popular en la República Socialista Húngara de los Consejos (1919) y como Ministro de Educación durante los acontecimientos de 1956– así como su actuación como comisario político de la Vª División y su actividad en la clandestinidad durante la dictadura del almirante Horty en 1919 y 1929. También su pugna, desde la fracción de Landler, con el núcleo dirigente del Partido, que encabezaba Bela Kun, y que encuentra su culminación en las denominadas «Tesis de Blum».

    Las etapas de Lukács

    En el espacio disponible, es muy difícil sintetizar toda la riqueza de matices que las posiciones de Lukács alcanzan durante su amplia vida política. Por ello, es conveniente centrarse en las tres etapas que se distinguen en su trayectoria política: 1) El joven Lukács. 2) El Lukács de la madurez. 3) El viejo Lukács o el último Lukács.

    El joven Lukács:

    Siguiendo su célebre esbozo autobiográfico «Mi camino hacia Marx», y aplicando su tesis de que la relación con Marx constituye la verdadera piedra de toque de todo intelectual que se toma en serio el esclarecimiento de su propia concepción del mundo, es muy útil seguir la propia trayectoria política de Lukács hacia Marx.

    Su primer contacto con Marx, a través de la lectura del Manifiesto Comunista, lo tiene ya en sus años de bachillerato y le produce una gran impresión. Como universitario, lee diversos ensayos de Marx y Engels –El 18 Brumario de Luis Bonaparte, El origen de familia, de la propiedad privada y del Estado, etc.– y el primer tomo de El capital, que estudia a fondo. Empero, como era habitual en un intelectual burgués, limitó su interés a las aportaciones de Marx en economía y sociología. Y es que Lukács consideraba superada –desde la perspectiva de la Teoría del conocimiento– la filosofía materialista. No obstante, a Lukács le impresionaron del marxismo: 1) La teoría de la plusvalía. 2) La concepción de la historia como historia de la lucha de clases. 3) La profundización en el conocimiento de que la sociedad está dividida en clases antagónicas.

    Conviene precisar que la posición filosófica inicial de Lukács es neokantiana. «La teoría neokantiana de la inmanencia de la conciencia se ajustaba a mi posición de clase y a mi concepción del mundo de aquella época», reconoce Lukács [1]. Tras sufrir la influencia de Windelband, Rickert, Simmel y Dilthey, es Simmel el que le proporciona la posibilidad de asimilar en tal concepción del mundo lo que por entonces se había apropiado de Marx. La «Filosofía del dinero» de Simmel y los escritos sobre el protestantismo de Max Weber constituían sus modelos de una sociología de la literatura, en la que los elementos recogidos de Marx quedaban aguados y empalidecidos. Lukács seguía considerando a Marx como el economista y sociólogo más competente, pero ambas disciplinas desempeñaban un papel insignificante en sus actividades.

    En consecuencia, fueron más factores objetivos que subjetivos los que culminaron la trayectoria de Lukács hacia Marx a través de la correspondiente crisis. Inicialmente, la crisis se manifestó como un simple tránsito del idealismo subjetivo al objetivo, tal y como se refleja en su Teoría de la novela (1914-15). Con este tránsito, Hegel –y en especial su Fenomenología del espíritu– adquiere para Lukács una importancia creciente. Otros factores que contribuyeron al proceso de decantación de Lukács hacia el marxismo fueron: 1) Su comprensión del carácter imperialista de la 1ª Guerra Mundial coincide con su proceso de profundización en el pensamiento de Hegel y Feuerbach. 2) Los escritos de juventud de Marx pasan a ocupar un primer plano en el interés de Lukács. 3) También estudia la Contribución a la crítica de la economía política de Marx. Ahora no se trataba ya de un Marx visto a contraluz de Simmel, sino a través de lo que el propio Lukács calificaba de «anteojeras hegelianas». Por consiguiente, Lukács no ve ya en Marx sólo a un gran sociólogo o economista sino al gran pensador omnicomprensivo, al gran dialéctico. Sin embargo, todavía no había clarificado Lukács el significado que podía tener el materialismo para concretar y unificar los campos del conocimiento y para ser consecuentes con el problema de la dialéctica. A lo que más alcanza Lukács, en aquella época, es a postular, hegelianamente, la prioridad del contenido sobre la forma y a tratar de sintetizar a Hegel y Marx en una filosofía de la historia.

    Aunque durante la 1ª Guerra Mundial, Lukács lee los escritos de preguerra de Rosa Luxemburgo, no logra tomar contacto con los de Lenin. No obstante, en este periodo Lukács se hallaba sumido en un proceso de aguda fermentación ideológica. En el curso de este proceso, le sorprenden los acontecimientos revolucionarios de 1917 y 1918. Como consecuencia de ello, en diciembre de 1918 ingresa en el Partido Comunista de Hungría. Es entonces cuando profundiza más en los escritos económicos, filosóficos y sociológicos de Marx. Estos forcejeos de Lukács, por hacerse dueño de una concepción total y real de la dialéctica marxista, se prolongaron mucho tiempo. Un elemento distorsionador en ese sentido se deriva de las propias vivencias de Lukács. La experiencia de la revolución húngara de los Consejos mostró claramente la impotencia de toda teoría emancipatoria exclusivamente sindicalista, pero Lukács admite que, como consecuencia de ella, en él pervivió a lo largo de muchos años un subjetivismo ultraizquierdista. Según Lukács, todo ello le impedía comprender el componente materialista de la dialéctica de un modo justo y efectivo así como captar todo su significado filosófico.

    Historia y conciencia de clase

    A juicio de Lukács, su célebre y discutida obra Historia y conciencia de clase muestra claramente la fase de transición filosófico-ideológica por la que atravesaba en el momento de su elaboración. Así, en un enfoque autocrítico posterior, Lukács trata de sintetizar las insuficiencias de esta etapa de su desarrollo político: 1) A pesar del intento –ya muy consciente– de superar a Hegel en nombre de Marx, y de conservarlo a la vez, problemas decisivos de la dialéctica los resolvió de forma idealista. De tales enfoques idealistas, Lukács destaca especialmente la forma en que abordó la dialéctica de la naturaleza y la teoría del reflejo. Es decir, dos problemas que iban a ser centrales tanto en la concepción oficial de la Internacional comunista como en la del Estado soviético. 2) La teoría de la acumulación capitalista que había tomado directamente de Rosa Luxemburgo –y a la que aún se atenía- se combinaba muy inorgánicamente con un activismo subjetivista ultraizquierdizante. Empero, precisamente, según el Lukács posterior, el método dialéctico encuentra su campo de ejercicio en la realidad histórico-social y la transformación revolucionaria de esta realidad constituye su problema central. Según Lukács, para comprender la realidad, como devenir social, es preciso apartar el velo de las categorías engendradas por la ideología dominante. Lukács denomina a este fenómeno «formas fetichistas de la objetividad».

    Lukács reconoce un parentesco profundo entre el materialismo histórico y la filosofía de Hegel. Hegel ya había concebido que la teoría es el conocimiento de la realidad por sí misma. De ello deduce Lukács su tesis de que la posibilidad de un conocimiento verídico del proceso histórico es inseparable de la conciencia de sí del proletariado Es decir, de su conciencia histórica. Sin embargo, en una sociedad dividida en clases antagónicas, las distintas clases no pueden llegar al mismo nivel de conciencia. En el capitalismo, las clases intermedias –pequeña burguesía, campesinos medios, etc.– no tienen una perspectiva global de la evolución social y oscilan entre las «clases puras»: la burguesía y el proletariado. La burguesía no puede alcanzar una conciencia clara de la totalidad social e histórica, porque al ser su dominio necesariamente el de una minoría se negaría a sí misma. Para Lukács, sólo el proletariado toma conciencia de la sociedad de un modo coherente y global. Empero, en la realidad de esa conciencia, existe una separación que puede llegar a la contradicción entre lucha económica y lucha política, entre el objetivo parcial y el objetivo final.

    Tratando de profundizar más en el problema de la conciencia de clase, Lukács se plantea el tema de la «cosificación» y le concede una gran importancia por lo que representa de deshumanización resultante del reinado social de la mercancía. Para superar la cosificación que el proletariado sufre –como consecuencia de la distorsión que la burguesía impone a las relaciones humanas– es esencial una actitud práctica. En la lucha revolucionaria la conciencia de clase del proletariado, forjándose, accede a una apreciación justa de la totalidad social e histórica que transforma. En definitiva, para el Lukács de Historia y conciencia de clase [2], existe una identidad absoluta entre la conciencia del proletariado, llegada a su más alto nivel en el Partido, y el conocimiento auténtico de lo real. Conocimiento que, de hecho, no se distingue de la práctica revolucionaria. Lukács reconoció después que, con esta concepción abría unas perspectivas políticas –evidentemente erróneas en 1923–: las de una revolución mundial inminente y exclusivamente proletaria. En este sentido, es interesante comprobar la existencia de indudables coincidencias entre el voluntarismo subjetivista de Lukács y algunas de las tesis de Trotsky y Parvus en su Teoría de la revolución permanente [3]. Sin que tales coincidencias fuesen óbice para el rechazo global que de las posiciones políticas de Trotsky mantuvo Lukács a lo largo de toda su trayectoria política.

    Siendo muy amplias y diversificadas las criticas a las posiciones de Lukács en Historia y conciencia de clase, no disponemos de espacio suficiente para poder proporcionar una síntesis suficientemente argumentada de las mismas. Para tener una mínima idea de esa diversificación, bastará mencionar que, entre ellas, descuellan: 1) La de Kautsky, en 1924. 2) La de Deborin, también en 1924. 3) Las de Bujarin y Zinoviev, en el V Congreso de la Internacional Comunista (junio-julio de 1924). De los análisis posteriores, nos parece muy útil el que realiza István Mészáros en su obra El pensamiento y la obra de Georg Lukács [4]. Según Mészáros, «El Lukács de Historia y conciencia de clase muestra en su línea una cierta dualidad: 1) Un enfoque “mesiánico” izquierdista y un enfoque más bien sectario de los problemas de la revolución mundial. No debe olvidarse que Lukács es el teórico de la aventurada “Acción de marzo” de 1921. 2) Al mismo tiempo, Lukács realizaba una valoración muy realista y nada sectaria de las perspectivas del desarrollo del socialismo en Hungría».

    Para percibir mejor la fase de transición –en el desarrollo del pensamiento político-filosófico de Lukács– que supone la elaboración de Historia y conciencia de clase, hay que tener presente la propia opinión de Lukács. Así, en su célebre autocrítica de tan discutida obra, Lukács precisa:


    «Historia y conciencia de clase representa objetivamente –y contra las intenciones de su autor– una orientación contraria a la ontología del marxismo: la tendencia a entender el marxismo exclusivamente como doctrina de la sociedad, como filosofía social, rechazando la actitud que contiene respecto a la naturaleza. Mi libro adopta una actitud resuelta en esta cuestión: la naturaleza es una categoría social y la concepción general del libro tiende a afirmar que sólo el conocimiento (general) de la sociedad y de los hombres que viven en ella tiene importancia filosófica. Empero la concepción materialista de la naturaleza determina precisamente la verdadera ruptura radical de la concepción socialista del mundo con la burguesía, de modo que rehuir ese complejo de problemas debilita la lucha filosófica, impidiendo una elaboración clara del concepto marxista de práctica. La aparente elevación metodológica de las categorías sociales, tiene consecuencias desfavorables para sus auténticas funciones cognoscitivas. También se debilita así su específica peculiaridad marxista y se anula inconscientemente el rebasamiento real del pensamiento burgués…». [5]

    El contacto con Lenin

    En su autobiografía intelectual Mi camino hacia Marx, Lukács dice:


    «Sólo con la madurez adquirida después de años de contacto con el movimiento obrero revolucionario, sólo con la posibilidad que tuve de estudiar las obras de Lenin y, poco a poco, conocer su significado fundamental, pude iniciar el tercer periodo de mi contacto con Marx: así se me hizo claro, de un modo concreto, el carácter abarcante de la dialéctica materialista. El materialismo dialéctico, la doctrina de Marx, hay que apropiársela día a día, y elaborarlo dejándose guiar de la mano de la práctica. La profundización progresiva -aunque contradictoria y no en línea recta- en los escritos de Marx se ha venido a convertir en la historia de mi desarrollo intelectual, en la medida en que esta significa algo para la sociedad. En la época que ha seguido a la de Marx, el careo con él debe constituir el problema central de todo pensador que se toma en serio. Y el grado de apropiación del método y de los resultados a que ha llegado Marx definen su lugar en la evolución de la Humanidad. Esa evolución está determinada por la situación de clase. Pero esa determinación no es rígida sino dialéctica: nuestra posición en la lucha de clases determina en gran medida la forma y el grado de nuestra apropiación del marxismo. Empero, toda profundización en esta apropiación reactiva nuestra adhesión a la vida y práctica del proletariado y, a su vez, estimula, por contragolpe, el ahondamiento de nuestra relación con la doctrina de Marx». [6]

    En efecto, este tercer periodo de su contacto con Marx es decisivo para la formación filosófico-política de Lukács. A ello contribuyó, sin duda, la activa participación de Lukács en el proceso revolucionario del que fue protagonista la clase obrera húngara. Así pudo conocer directamente al sujeto revolucionario en acción y adquirir, mediante la praxis revolucionaria, una concepción más precisa de los procesos sociales que la obtenida a través de las categorías neokantianas y hegelianas o de una lectura exclusivamente teórica del marxismo. Esta inmersión en la práctica social, después de haber explorado tanto tiempo los campos de la teoría, permitió a Lukács entrar en contacto con la obra de Lenin desde una perspectiva adecuada: la de la relación entre teoría y praxis. Es, fundamentalmente, entre 1918 y 1924 el periodo en que Lukács profundiza en el conocimiento de la ingente obra de Lenin. Y sorprende que en tan breve periodo lograse el dominio del leninismo que muestra en la obra «Lenin: la coherencia de su pensamiento» [7] escrita inmediatamente después de la muerte del dirigente soviético. Ya entonces Lukács estaba convencido de que Lenin era el pensador más grande que desde Marx había producido el movimiento revolucionario. Y así lo expresa al comienzo de tal obra, después de haber precisado que la grandeza de un pensador proletario, de un representante del materialismo histórico, se mide por la amplitud y profundidad de su penetración en los problemas suscitados por los procesos de emancipación de la clase obrera.

    Frente a quienes tratan de limitar a Lenin a la condición de un gran revolucionario ruso carente de visión mundial, Lukács considera que Lenin ha conseguido respecto a nuestro tiempo, lo que Marx llegó a conseguir respecto a la evolución general del capitalismo. A juicio de Lukács: «En los problemas de la evolución de la Rusia moderna –desde los problemas del surgimiento del capitalismo en el marco de un absolutismo semifeudal hasta los de la realización del socialismo en un país rural atrasado– ha vislumbrado Lenin en todo momento los problemas de la época entera: la entrada en la última fase del capitalismo y la posibilidad de orientar la lucha decisiva, convertida ya en inevitable, entre burguesía y proletariado a favor de éste, para la salvación de la humanidad». Para Lukács, el pensamiento fundamental de Lenin se condensa en el tema de la actualidad de la revolución. Ése es el punto que de forma decisiva vincula Lenin a Marx. Y es que el materialismo histórico, en tanto que expresión conceptual de la lucha del proletariado por su emancipación, no podía ser captado teóricamente –y formulado– sino en el momento histórico en que por su actuación práctica había accedido al primer plano de la historia. A juicio de Lukács, en ese aspecto se revela el genio de Lenin pues para los ojos de un marxista vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son inamovibles, ya que aún en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso a la situación «normal», no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales periodos, como la nada razonable rebelión de unos cuantos irresponsables contra el, a pesar de todo, invencible capitalismo.

    Desde esta perspectiva, para Lukács, la aportación de Lenin al desarrollo del marxismo, y del movimiento revolucionario del proletariado, podría sintetizarse así:

    1) Lenin ha restaurado la pureza de la teoría marxista en cuanto al hecho de que en el materialismo histórico figura –ya en la teoría– la actualidad histórico-universal de la revolución proletaria. En ese sentido, considera que no es que Lenin haya intentado, de un modo u otro, corregir a Marx. Se ha limitado a introducir en la teoría –a raíz de la muerte de Marx– la marcha viva del proceso histórico. Ello significaba que la revolución proletaria no era ya únicamente un horizonte histórico-universal, tendido sobre la clase obrera que trata de emanciparse, sino que la revolución se había convertido en el problema crucial del movimiento obrero. Concorde con ello, la actualidad de la revolución determina el tono fundamental de toda una época. Tan sólo la relación de las acciones aisladas en este punto central, que únicamente puede ser localizado mediante el análisis exacto del conjunto histórico-social, hace que las acciones aisladas sean revolucionarias o contrarrevolucionarias.

    2) Al situar todos y cada uno de los problemas particulares del momento, en su concreta relación con la totalidad histórico-social, Lenin lleva a cabo un enriquecimiento del marxismo que permite vincular las consecuencias de las acciones individuales al destino global revolucionario de la clase obrera.

    3) Lenin supo convertir la perspectiva de la inminencia de la revolución en el hilo conductor de todos los problemas del día, tanto de los políticos como de los económicos, de los teóricos como de los tácticos, de los concernientes a la agitación como de los relacionados con la organización. Según Lukács, Lenin fue el único dirigente marxista en consumar este paso hacia la concretización del marxismo, un marxismo convertido en algo eminentemente práctico. De ahí que –en el plano histórico-mundial– haya sido Lenin el único teórico comparable a Marx que hasta entonces había producido la lucha del proletariado por su emancipación.

    Otra aportación de Lenin al desarrollo del marxismo que a Lukács le parece relevante, es la que llevó a cabo en la teoría del Estado. En contraste no sólo con los oportunistas –en ese sentido Berstein y Kautsky no se diferencian en nada– sino con el ala izquierda de la Segunda Internacional, Lenin fue coherente con la concepción del Estado que formularon Marx y Engels. Mientras que los oportunistas aceptaban sin más el Estado de la sociedad burguesa, el ala izquierda de la socialdemocracia se mostraba incapaz de plantearse científicamente el problema del Estado. Alcanzaba a veces el problema de la revolución, el problema de la lucha contra el Estado, pero sin llegar a plantear el problema de forma concreta –aunque sólo fuera a nivel teórico– ni mucho menos dilucidar las consecuencias concretas en la realidad histórica. Para Lukács, también en este campo ha sido Lenin el único en alcanzar la altura teórica de la concepción marxista, la pureza de la toma de posición revolucionaria frente al problema del Estado. Empero tal recuperación leninista de la teoría marxista del Estado no debe ser considerada como una reconstrucción filológica de la teoría originaria o una sistematización filosófica de sus principios, sino como una realización concreta de la misma, como su concretización en lo práctico-actual. Lenin concibió y situó el problema como un tema en el orden del día del proletariado combativo. Hasta entonces los discípulos de Marx se habían limitado a plantearse el problema del Estado de manera muy general, como explicación histórica, económica, filosófica, etc. de la esencia del Estado. Con ello, no se lograba vincular orgánicamente este problema medular a los problemas que de manera inmediata iban presentándose en la lucha cotidiana de la clase obrera. El problema adquiría así el carácter de un «objetivo final» cuya decisión quedaba relegada al remoto futuro. Según Lukács, sólo gracias a Lenin fue convertido ese «futuro» –también en el ámbito de la teoría– en un presente. Y únicamente cuando el problema del Estado acaba siendo situado en el centro mismo de la problemática actual le resulta a la clase obrera posible dejar de considerar de manera concreta al Estado capitalista como su entorno natural inamovible y único orden social posible en su presente existencia.

    A juicio de Lukács, el análisis leninista del Estado, como arma de la lucha de clases, concreta el problema todavía más acabadamente. No se limita a poner de relieve las inmediatas consecuencias prácticas (tácticas, ideológicas, etc.) del adecuado conocimiento histórico del Estado burgués, sino que consigue que los rasgos concretos del Estado proletario resulten evidentes en su orgánica vinculación con los restantes medios de lucha de la clase obrera. La tradicional división operativa del movimiento obrero (partido, sindicato, cooperativa) se revelaba como insuficiente para la lucha revolucionaria del proletariado. De ahí la necesidad de crear órganos capaces de reunir al proletariado entero e incluso a todos los explotados (campesinos, soldados, etc.), en masas considerables, para así dirigir su lucha. Respondiendo a esa necesidad se crearon los soviets como órganos del proletariado que se organiza en clase. Con ello la revolución entra en el orden del día inmediato. Otra faceta de la aportación de Lenin al marxismo destacada por Lukács, es la de su realismo. Empero, contrariamente al realismo de la socialdemocracia que al ocuparse de los problemas cotidianos no es capaz de relacionarlos con los problemas últimos de la lucha de clases, Lenin efectúa constantemente esa ligazón. Y es que todo intento de llegar a un conocimiento del socialismo por otro camino que el de su interrelación dialéctica con los problemas cotidianos de la lucha de clases, no haría de él sino una metafísica, una utopía, algo puramente contemplativo. En ese sentido, el realismo de Lenin, su Realpolitik, no es sino la definitiva liquidación de todo utopismo, la realización concreta del contenido del programa de Marx; una teoría -en suma-convertida en práctica, una teoría de la praxis.

    Según esta perspectiva lukacsiana de Lenin, éste hizo con el socialismo lo mismo que había hecho con el problema del Estado: lo arrancó de su aislamiento metafísico y del aburguesamiento en que estaba sumido y lo introdujo en el contexto global de los problemas de la lucha de clases. Tradujo a experiencia práctica las geniales indicaciones realizadas por Marx en su «Critica al programa de Gotha» y en otros puntos de su obra confrontándolas con el proceso histórico y dándoles vida y concreción en la realidad histórica con una plenitud muy superior a la que hubiera sido posible en la época de Marx e incluso para un genio como Marx.

    Con la perspectiva que proporciona el transcurrir de cuatro décadas, Lukács situó en 1967 la concepción que en la década del 20 se había formado del leninismo. En ese sentido, considera su obra «Lenin: la coherencia de su pensamiento» como un producto típico de la mitad de los años veinte. Por nuestra parte, lo consideramos también como un buen reflejo de la fase de desarrollo filosófico- político que entonces había alcanzado Lukács. Y así lo reconoce el propio Lukács, cuando escribe :«De todos modos, no hay que perder de vista que el curso de sus (mis) pensamientos estaba mucho más profundamente determinado por los puntos de vista de aquellos días –incluyendo ilusiones y exageraciones– que por la propia obra teórica de Lenin» [8]. Precisamente por ello, Lukács no pretende ya –transcurrido casi medio siglo– efectuar una autocrítica de aquel subjetivismo revolucionario. Considera, acertadamente, que hay que enfocarlo con visión histórica. Es decir, como un período pasado y clausurado del movimiento obrero revolucionario.

    Únicamente pretende reivindicar aquellos pasajes de la obra que ahora pueden considerarse como momentos de oposición a un stalinismo incipiente. Particularmente al subrayar el carácter negativo de la separación mecánica entre lo político y lo organizativo basándose en la cita de Lenin: «De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestos para el partido». El mismo sentido tiene su clarificación del realismo atribuido a Lenin tantas veces parangonado con el pragmatismo de Stalin. Para Lukács, la denominada «política realista» de Lenin, jamás fue la de un mero empirista, sino la culminación práctica de su conducta esencialmente teórica. De ahí que «el análisis concreto de la situación concreta» no implique para Lenin la menor contraposición a la teoría «pura»,sino todo lo contrario: el punto en el que – precisamente por eso– se ha transformado en praxis.

    El Lukács de la madurez

    Corresponde a la época de su exilio en Alemania y en la URSS en que Lukács pasa a ser colaborador del Instituto Marx-Engels y de la Academia de Ciencias de la URSS. Es también la etapa de su dedicación a magnas obras filosóficas –como El joven Hegel y los orígenes del capitalismo, ¿Marxismo o existencialismo? El asalto a la razón, etc.– y de numerosos ensayos sobre literatura, arte, etc.

    También es la fase en que va elaborando los fundamentos de su Estética, de su Ontología y de su Ética. Es indudable que detenerse en el análisis de esta etapa del desarrollo filosófico de Lukács desbordaría ampliamente los límites del espacio disponible. Sin embargo, no se puede dejar de observar que, aunque en esta etapa la obra de Lukács no tiene una finalidad directamente política, sus efectos indirectos en el campo de la lucha ideológica son considerables.

    Obras como ¿Marxismo o existencialismo?, La crisis de la filosofía burguesa y El asalto a la razón se plantean resolver en el plano teórico problemas que –a través de diversas mediaciones ideológicas– van a tener posteriormente una fuerte incidencia en las diversas facetas de la lucha de clases. En muchos países sirvieron también para que numerosos jóvenes tomasen contacto con un pensamiento marxista contemporáneo de un nivel cualitativamente muy superior al de los manuales tradicionales. Incluso sus ensayos específicamente literarios –sobre Goethe, el realismo en la novela, el realismo crítico, etc.– o sobre temas de estética, ética, etc. han aportado igualmente una contribución en ese sentido al proporcionar un acceso gratificante al método propio del materialismo histórico, a la cosmovisión marxista, a su terminología, etc. Además en condiciones represivas del marxismo –como las que se dieron en España durante el franquismo– tales obras salvaban la censura como no podían hacerlo las de los clásicos del marxismo. En ese sentido, tanto Lukács como Gramsci sirvieron eficazmente de introductores al marxismo para varias promociones de universitarios españoles.

    El último Lukács

    Por su carácter de síntesis omnicomprensiva de la globalidad de su pensamiento en esta etapa, la obra Conversaciones con Lukács [9] es la que mejor se presta para obtener conocimiento de la evolución de su pensamiento filosófico-político. Así, en una de sus respuestas, Lukács pone en la base de su filosofía el principio marxista según el cual existe sólo una ciencia unitaria de la historia que va de la astronomía a la denominada sociología. La realidad es, en efecto proceso, desarrollo, en cada una de sus tres formas fundamentales –inorgánica, orgánica y social–, en la conexión de estas formas y en cada uno de los múltiples conjuntos parciales que las constituyen. Esta ciencia única es una ontología porque se plantea la tarea de indagar el ente en relación con su ser y de encontrar en su interior los diversos grados y las diversas conexiones y, por consiguiente, rehúsa dividir la realidad en sectores atribuyendo luego cada uno a una ciencia especial dada, desarrollando, en cambio, el conocimiento de un conjunto dado sobre el fondo de los demás.

    Para la ontología, la relación entre las diferentes formas del ser y de los diversos procesos parciales es el hecho primario. En consecuencia, puede deducirse que la cohesión interna del pensamiento de Lukács surge de su ontología, de la misma forma que el fundamento de la abstracción surge de las experiencias de la vida cotidiana.

    En la tercera conversación, titulada «Ideas básicas para una política científicamente fundamentada», Lukács sintetiza su concepción de los rasgos que caracterizan políticamente al último tercio del siglo XX: 1) Retroceso de la conciencia de la clase trabajadora en el mundo entero. Esa decadencia del factor subjetivo encuentra su expresión más fiel en la socialdemocracia. 2) Sin embargo, la idea de que la clase obrera ha dejado de ser un vehículo de lucha contra las formas capitalistas de explotación es falsa. A lo sumo hemos venido a parar a una especie de seno de ola de esta conciencia, pero estas situaciones siempre cambian. 3) Antes las luchas emancipatorias perseguían tan sólo la consecución de una jornada laboral que permitiese al trabajador una vida en cierto modo humana. Hoy han pasado a un primer plano –en el capitalismo maduro– los problemas del ocio y de su empleo. Empero el capitalismo tardío manipula estos problemas y no sólo por razones ideológicas sino por el hecho de que la venta manipulada que se practica en la industria de bienes de consumo, está necesariamente ligadas una ideología conformista del placer. 4) Las formas de la lucha de clases se configuran actualmente no en torno a la apropiación de la plusvalía absoluta sino de la plusvalía relativa. Ello hace más difícil el desarrollo de la conciencia de los trabajadores y facilita su integración en la sociedad de consumo.

    Empero Lukács no se limita a analizar los nuevos rasgos que presenta el capitalismo tardío, sino que se plantea también la resolución del problema de como combatirlo eficazmente. A su juicio, la tarea primordial es suscitar una conciencia estratégica, basada en el análisis marxista, y en aceptar como aliados a las fuerzas que se rebelan contra la manipulación. Por otra parte, la manipulación es universal y sus rasgos generales son comunes a todos los países. En consecuencia, el ámbito de la lucha contra la manipulación es amplísimo y ello puede facilitar en el desarrollo de un potente bloque o movimiento antimanipulador, la aglutinación de muy diversas fuerzas. En ese sentido, les corresponde a los intelectuales desempeñar una importante función en el origen y desarrollo del bloque antimanipulador. Históricamente, es excepcional el surgimiento de figuras de la talla de Marx, Engels y Lenin. Es decir, de figuras que combinan equilibradamente las condiciones de grandes teóricos y la de dirigentes políticos dotados de gran capacidad operativa. Desaparecidas esas grandes figuras, no ha sido posible sustituirlas por la supervalorización que –durante toda una etapa histórica– se ha hecho, como teóricos, de los secretarios generales de los partidos comunistas.

    No siendo frecuente que en el dirigente político –incluso en los grandes– se dé también la dimensión teórica, se requiere una solución dualista. Ésta podría concretarse en la formación de un brain trust (equipo de cerebros) en torno a los partidos obreros que contribuyesen a proporcionar a éstos dimensión teórica. Con ello, no sólo se contribuiría a resolver el problema de la falta de comunicación entre el movimiento obrero, al estilo antiguo, y todos los estados de ánimo antimanipulatorios de los intelectuales o afines sino también a preparar el terreno para una salida global de la actual situación tan rígidamente bloqueada. En las propias palabras de Lukács,


    «Porque este movimiento intelectual puede ser, por una parte, el punto a través del cual se insufle desde fuera al movimiento obrero el nuevo movimiento revolucionario, y, por otra, puede preparar a un amplio grupo de los mencionados “brain trust” (…). Por esa razón empleo el término “brain trust” (equipo de cerebros) sin pretender supervalorar la terminología. Con ello quiero decir tan sólo que ha surgido un nuevo principio organizador, a saber: una dualidad y una interacción entre teoría y práctica, que ya no se reúne en una sola persona –o lo hace a lo sumo una vez– y que hoy, por el sólo hecho de la extraordinaria amplitud de las tareas a realizar, únicamente puede resolverse de esta manera dualista». [10]

    Otro problema al que Lukács presta una gran atención, en esta etapa, es el del contenido y las formas de la democracia. Para ello, parte del problema de la lucha antimanipulatoria en el cual no sólo entra la manipulación del consumo sino también la manipulación de la política. Una de las más tradicionales, en este aspecto, es la que pretende ligar ineludiblemente la democracia con el capitalismo.

    Crítico, en su día, de las limitaciones que el principio de la democracia socialista sufrió durante la etapa del denominado «culto a la personalidad», Lukács se siente con autoridad moral para denunciar la degradación que la democracia sufre en los EE.UU., la República Federal Alemana, etc., hasta convertirla en mera democracia sobre el papel. Lukács reacciona contra tal degradación, preconizando unas formas de actuación que no sólo tendrían unas consecuencias inmediatas sino que podrían abrir nuevas perspectivas de futuro. Cedámosle la palabra: «Pienso que no debemos restringir la lucha contra la manipulación a los meros problemas del empleo de los ratos de ocio, en sentido estricto, ni a las manipulaciones en el plano de los negocios, sino más bien a ver cómo esta técnica de la manipulación, que en cierta medida es herencia de tiempos anteriores, ha sido transformada para que cruce la vía entera de cada ser humano; de ahí el problema de que podemos contar con determinados sentimientos de desazón, de desagrado, en capas mucho más amplias, es decir que abarcaremos a esas capas inmediatamente».

    Y continúa, precisando: «Insistimos en este aspecto de principio, a saber: que se trata de una lucha por la democracia de facto y no por la democracia sobre el papel, porque una democracia tal, una democracia sobre el papel, existe hoy, por así decir, en todo el mundo». Asintiendo al aserto de Abendroth, de que «esta lucha por transformar la democracia sobre el papel –que la sociedad burguesa concede en apariencia– en democracia real que dé vida a los derechos democráticos para una amplia masa y emancipe a las masas incluso culturalmente, tornándolas así capaces de autogestión, esta lucha no es otra cosa que la lucha por la transformación de las formas sociales del capitalismo tardío actual en condiciones de vida socialistas», Lukács precisa: «Claro que sí, y en ello justamente estriba el interesante problema a cuyo esclarecimiento tanto puede contribuir la sociología. Pues a mi entender, la gran Revolución francesa planteó la oposición entre sociedad capitalista liberal y sociedad democrática, oposición que antes sólo se intuía (…) Con el desarrollo de la sociología moderna se torna posible de mil diversas maneras una manipulación técnica de la ideología burguesa y, sobre la base de la manipulación, una reconciliación del liberalismo y de la democracia. Tal reconciliación cesa en el momento en que la democracia deja de ser democracia manipulada»[11]. Y, en ese sentido, un paso importante para lograrlo, sería despertar entre los intelectuales y la gran masa una conciencia histórica, pues la manipulación impulsa una y otra vez a considerar las circunstancias como una forma última de existencia ontológica, en tanto que la verdadera forma de existencia ontológica es el proceso. De ahí la necesidad de hacer comprender a los hombres que deben vivir su propia vida como proceso histórico.

    Conclusión

    Este periplo por el desarrollo del pensamiento político-filosófico de Lukács –forzosamente esquemático por razones de espacio– requiere necesariamente un cierto balance de sus resultados. En ese sentido, una primera impresión inevitable es la de la valoración del enorme esfuerzo intelectual que Lukács realizó, desde sus iniciales posiciones neokantianas, hasta culminar en su intento final tendente a desarrollar una ontología, una estética y una ética desde posiciones genuinamente marxistas. Esfuerzo que se simultánea constantemente con su activa participación política, ideológica o cultural, en todos los acontecimientos que se van produciendo a lo largo de su dilatada vida. De ahí la magnitud de su diversificada obra teórica y crítica en los campos filosófico, político, sociológico, estético, literario, etc. En ella, no de una forma rectilínea, sino con las curvas y virajes propios de quien participa apasionadamente en los acontecimientos históricos de su época, Lukács se mantiene firmemente en la opción marxista que adoptó en su etapa juvenil.

    Resultado de esta coherente trayectoria político-filosófica es el haber aportado una contribución relevante –con rasgos específicos propios– al desarrollo del marxismo en campos del conocimiento de la realidad en que éste todavía mantenía un nivel insuficiente.

    No menor fue su contribución a la importante faceta de la lucha de clases que constituye la lucha ideológica. Combate que lleva a cabo no sólo defendiendo al marxismo de los ataques de sus adversarios sino también mediante una constante crítica de todas las formas de ideología reaccionaria. En ese sentido, su discutida obra El asalto a la razón [12] constituye un hito relevante en la crítica del irracionalismo filosófico que culmina en el nazismo. De ella se deduce que, aun no siendo siempre conscientes los filósofos de las consecuencias sociales de sus elaboraciones, no puede hablarse con rigor de una filosofía «inocente». Por innumerables que fuesen las mediaciones entre los grandes formuladores del irracionalismo –Schelling, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Spengler, Scheler, Heidegger, Jaspers, etc.– y un Alfred Rosemberg, es posible establecer la línea del nexo causal que los une. Admitiendo también que, entre ellos, se dan innumerables matices diferenciadores y el constante descenso, del nivel filosófico, que se produce entre los grandes pensadores irracionalistas y su epígono nazi Rosemberg.

    El mismo fenómeno se da en el irracionalismo post-nazi. Este tema del irracionalismo está de nuevo de actualidad. Y no sólo porque estemos celebrando ahora el centenario del nacimiento de Lukács. También porque asistimos a escala mundial a un proceso que –salvadas las naturales diferencias históricas y de nivel de elaboración– Lukács podría haber calificado de «nuevo asalto a la razón». Proliferan por doquier tenaces intentos de difusión de un nuevo irracionalismo que, bien en forma de pseudociencia –como la parapsicología– o de triviales pero enfáticas supersticiones tratan de infundir en las masas la creencia en «un retorno de los brujos», en prácticas espiritistas o en apocalipsis milenarias. Todo ello, al servicio de muy concretos intereses crematísticos, o, lo que todavía es más grave, de propósitos ideológicos que tratan de contrarrestar el prestigio alcanzado por la ciencia en un proceso secular. Se trata así de interiorizar, en la conciencia de amplios sectores populares, la concepción de que es la ciencia la responsable de la crisis de civilización en que se halla sumida la sociedad capitalista a escala mundial. En todo caso, con aciertos y errores, que él mismo rectifica después, Lukács ha constituido una de las conciencias más críticas de nuestra época frente a toda forma de irracionalismo o alienación.

    De ahí su vigencia en este momento de contraofensiva ideológica reaccionaria. No es menos de apreciar su preocupación por el fenómeno de la reificación, o cosificación, capitalista. Es decir, por el proceso que transforma los seres y las cosas en res, ontológica, humana y prácticamente vacías de toda esencia, de todo sentido vivificante. Lo que Hegel previó como porvenir de la alienación, y que Marx analizó como fenómeno de la alienación y como fetichismo de la mercancía, se convierte en Lukács en reificación que cosifica la esencia humana.

    Lukács es también quien formuló la concepción de «apologética indirecta del capitalismo» que tan operativa ha resultado para situar sociológica y políticamente a determinadas posiciones que ocultaban, tras una fachada radical, vanguardista o nihilista, la defensa del sistema social imperante. A él se debe también la elaboración de las categorías de totalidad concreta y mediación que tanto han enriquecido la dialéctica materialista en su aplicación a los más diversos campos del conocimiento.

    Lukács ha sido también objeto de numerosas críticas. Y no sólo por sus adversarios de clase sino asimismo desde el propio campo marxista. En ese sentido, basta recordar las que en 1924 le formularon Bujarin, Deborin y Zinoviev, o las que algunos académicos soviéticos le formularon en 1958 «por haberse tomado en serio la “autocrítica del stalinismo”». Empero, para Manuel Sacristán –a quien se debe la ironía sobre tal autocrítica– «lo que está ocurriendo en el marxismo desde el doble y discorde aldabonazo de 1968 tiene, por debajo de las apariencias, mucho más que ver con el marxismo del método y de la subjetividad de Lukács que con el marxismo del teorema y de la objetividad de Althusser, por ejemplo, o de los dellavolpianos, sin que, desde luego, se haya de incurrir hoy en el desprecio del conocimiento empírico objetivo que caracteriza al idealismo de la “ortodoxia” marxista del Lukács de 1923» [13]. En todo caso, de lo que no se puede dudar es de la permanente voluntad revolucionaria de Lukács. Por ello, suscribimos la opinión final de Jacobo Muñoz sobre Lukács, cuando precisa que «En ocasiones conviene recordar, en efecto –y quizás ello sea, aquí y ahora el mejor homenaje póstumo a Lukács– que a propósito de ciertas cosas lo importante no es, en último extremo, “saber” sino “querer”» [14]. Sobre todo, cuando a ese «querer» se une una decidida voluntad de trabajo y una lucidez para encauzarla a largo plazo. Estos últimos rasgos de Lukács los ha descrito Sacristán perfectamente: «Pero el rasgo es esencial al personaje. Lukács ha realizado más que el mismo Aristóteles la divisa de ser como arqueros que tienden a un blanco. Ha sido una vida planificada, y su moral, la moral del plan. (…) Una de las reacciones más características de Lukács fue aquella con la que replicó a lo que consideró su incapacidad como político dirigente a fines de los años 20 (el fracaso de las “tesis de Blum”, es decir, de Lukács –“Blum” era su nombre conspirativo– destinadas a modificar la política del Partido Comunista de Hungría). Lukács ha contado que, puesto que él llevaba razón y no consiguió convencer a su partido, tuvo que inferir que era un político incapaz. En menos de diez líneas expone así su elección, desde entonces, de una vida de teórico político, pero no de dirigente político directo, a partir de los comienzos de su madurez».

    Según precisa, en el mismo texto, Sacristán: «El plan que entonces se propone es preparar a los hombres para el futuro, para su reforma, entre otras cosas mediante la recuperación de valores creados por el pasado y que él estima potencialmente comunistas(…) Durante más de 40 años Lukács realiza pacientemente ese plan… Pero lo que más impone es que la coherencia de la realización de ese plan vital no parece haber tenido nunca nada de crispación de la voluntad. Estaba más bien basada, a pesar de todos los pesares, en la convicción precisa del curso de los hechos conocidos. Este Aristóteles marxista, que ha sido también él un polihístor, ha tendido no simplemente a un blanco cualquiera, sino al de adecuarse al sentido en el que él veía discurrir las cosas a escala histórico-universal, por usar de un adjetivo que le es querido. Este es probablemente el secreto de su serenidad inverosímil, de la alegre fuerza nestoriana del último Lukács» [15].

    NOTAS

    [1] Georg Lukács: «Mi camino hacia Marx» en Antologías. México: Federación Editorial Mexicana (FEM), 1971, p. 31

    [2] Georg Lukács: Historia y consciencia de clase (trad. cast. de Manuel Sacristán). Barcelona-México: Ediciones Grijalbo, 1969.

    [3] León Trotsky-José Stalin: «El gran debate» en La revolución permanente (I). Madrid: Siglo XXI.

    [4] István Mészáros: El pensamiento y la obra de Georg Lukács. Barcelona: Fontamara, 1981.

    [5] Giovanni Piana y otros: El joven Lukács. México: Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, 1978, p. 6.

    [6] Georg Lukács: «Mi camino hacia Marx» en Antologías. México: Federación Editorial Mexicana (FEM), 1971, p. 36-39

    [7] Georg Lukács: «Lenin: la coherencia de su pensamiento» en Lukács sobre Lenin. Barcelona: Grijalbo (Colección 70), 1974.

    [8] Georg Lukács: «Epílogo» escrito en Budapest, en enero de 1967 para «Lenin: la coherencia de su pensamiento» en Lukács sobre Lenin. Barcelona: Grijalbo, 1974, p. 132.

    [9] Holz, Kofler y Abendroth, Conversaciones con Lukács. Madrid: Alianza, 1969

    [10] Op. cit. pp. 132 y 133

    [11] Op. cit. pp. 147-148.

    [12] Georg Lukács: El asalto a la razón. Barcelona: Editorial Grijalbo (2ª ed.), 1969

    [13] Manuel Sacristán: «Sobre el “marxismo ortodoxo” de Gyorgy Lukács» en Panfletos y materiales. Sobre Marx y marxismo. Barcelona: Icaria, 1983, p. 234.

    [14] Jacobo Muñoz: «Prólogo» a George Lichtheim: Lukács. Barcelona: Grijalbo, 1972, p. 21

    [15] Manuel Sacristán: «Nota necrología sobre Lukács» en Panfletos y materiales. Sobre Marx y marxismo. Barcelona: Icaria, 1983, pp. 230 y 231.

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    Mensaje por pedrocasca Lun Feb 25, 2013 5:55 pm

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