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    "El Vaticano ama a Adolf Hitler" - texto de Michel Onfray perteneciente a su libro "Tratado de ateología" - en los mensajes link de descarga del libro completo

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Jue Dic 27, 2012 9:10 pm

    El Vaticano ama a Adolf Hitler

    texto de Michel Onfray perteneciente a su libro "Tratado de ateología"

    El matrimonio de amor entre la Iglesia católica y el nazismo es incuestionable: abundan los ejemplos y no son insignificantes. La complicidad no se estableció con silencios de aprobación, con, no dichos explícitos o cálculos realizados a partir de hipótesis interesadas. Los hechos le demuestran a cualquiera que investigue el tema en la historia que no fue un matrimonio de conveniencia, impuesto por una necesidad de supervivencia de la Iglesia, sino por una pasión común y compartida hacia los mismos enemigos irreductibles, los judíos y los comunistas, igualados, la mayor parte del tiempo, en el revoltijo conceptual de judeobolchevismo.
    Desde los inicios del nacionalsocialismo hasta la protección de los criminales de guerra del Tercer Reich después de la caída del régimen, a quienes ayudaron a huir a otros países, aparte del silencio de la Iglesia sobre estos asuntos, desde entonces, y aún hoy —incluso la imposibilidad de consultar los archivos sobre este tema en el Vaticano—, el feudo de San Pedro, heredero de Cristo, fue también el de Adolf Hitler y sus secuaces: nazis, fascistas franceses, colaboracionistas, vichyistas, milicianos y otros criminales de guerra.

    Los hechos: la Iglesia católica aprobó el rearme de Alemania, yendo en contra del Tratado de Versalles, desde luego, pero también en contra de las enseñanzas de Jesús, en especial, las que celebran la paz, la bondad y el amor al prójimo; la Iglesia católica firmó un acuerdo con Adolf Hitler desde su asunción como canciller en 1933; la Iglesia católica calló sobre el boicot a los comerciantes judíos, no protestó ante la proclamación de las leyes raciales de Nüremberg en 1935, guardó silencio en 1938 cuando ocurrió la Noche de los Cristales; la Iglesia católica entregó su archivo genealógico a los nazis, que supieron desde ese momento quiénes eran cristianos y, por lo tanto, no judíos; la Iglesia católica reivindicó, en cambio, "el secreto pastoral" para no dar a conocer los nombres de judíos convertidos a la religión de Cristo o casados con cristianos; la Iglesia católica, sostuvo, defendió y apoyó al régimen ustachi, pro nazi, de Ante Pavelic en Croacia; la Iglesia católica, aunque estaba al corriente de la política de exterminio iniciada en 1942, no la condenó, ni en privado ni en público, como tampoco dio órdenes a los curas u obispos de censurar, ante los fieles, al régimen criminal.

    Las fuerzas aliadas liberaron Europa, llegaron a Berchtesgaden y descubrieron Auschwitz. ¿Qué hizo el Vaticano? Siguió apoyando al régimen derrotado: la Iglesia católica, a través del cardenal Bertram, mandó decir una misa de réquiem en memoria de Adolf Hider; la Iglesia católica guardó silencio y no hizo ninguna declaración condenatoria cuando se descubrieron las pilas de cadáveres, las cámaras de gas y los campos de exterminio; la Iglesia católica, más bien, organizó para los nazis sin Führer lo que nunca hizo por ningún judío o víctima del nacionalsocialismo: coordinó la oficina de ubicación de los criminales de guerra fuera de Europa; la Iglesia católica utilizó al Vaticano, expidió papeles sellados con visas y creó una red de monasterios europeos como lugares de escondite para protección de los dignatarios del Reich derrotado; la Iglesia católica incluyó en su jerarquía a personas que habían ocupado cargos importantes en el régimen hitleriano; la Iglesia católica nunca se arrepentirá de nada, puesto que no reconoce oficialmente nada de esto.

    De darse algún día el arrepentimiento, habrá que esperar, sin duda, unos cuatro siglos, el tiempo que se necesitó para que un papa reconociera el error de la Iglesia sobre el caso Galileo... ya que el dogma de la infalibilidad del Papa, proclamado en el primer concilio del Vaticano en 1869-1870 —Pastor Aeternuí—, prohíbe el cuestionamiento de la Iglesia, puesto que el soberano pontífice, cuando se expresa o toma una decisión no lo hace como hombre capaz de equivocarse, sino como representante de Dios en la Tierra, siempre inspirado por el Espíritu Santo, la famosa gracia de asistencia. ¿Debemos llegar a la conclusión, por lo tanto, de que el Espíritu Santo era profundamente nazi?

    Mientras permanecía en silencio sobre la cuestión nazi durante y después de la guerra, la Iglesia no dejaba de tomar decisiones contra los comunistas. Con respecto al marxismo, el Vaticano dio muestras de un compromiso, de una militancia y de una fuerza que bien nos hubiera gustado verle utilizar para combatir y desacreditar el Reich nazi. Fiel a la tradición de la Iglesia que, por la gracia de Pío IX y Pío X, condenó los derechos del hombre como contrarios a la enseñanza católica, Pío XII, el famoso Papa amigo del nacionalsocialismo, excomulgó en masa a los comunistas del mundo entero en 1949. Alegó la colusión de los judíos y el bolchevismo como una de las razones de su decisión.

    A modo de información: ningún nacionalsocialista de las bases, ningún nazi del alto mando o miembro del estado mayor del Reich fue excomulgado y ningún grupo fue excluido de la Iglesia por haber enseñado y practicado el racismo, el antisemitismo o por haber operado las cámaras de gas. Adolf Hitler no fue excomulgado, y su libro, Mi lucha, nunca formó parte del Index. Recordemos que después de 1924, fecha de publicación de ese libro, el famoso Index Librorum Prohibitorum agregó a su lista—junto a Pierre Larousse, culpable del Grand Dictionnaire universel (!)— a Henri Bergson, André Gide, Simone de Beauvoir y a Jean-Paul Sartre. Adolf Hitler nunca figuró allí.

    Hitler ama al Vaticano

    Un lugar común, que no resiste ni el menor análisis, y aun menos la lectura de los textos, presenta a Adolf Hitler como un ateo pagano, fascinado por los cultos nórdicos, amante de un Wagner de cascos con cuernos, del Walhalla y de las valquirias de grandes pechos, un anticristo, convertido en la antítesis del cristianismo. Además de la dificultad de ser ateo y pagano a la vez —negar la existencia de Dios o de los dioses, y creer en ellos al mismo tiempo...—, es necesario pasar por alto todos los pasajes de la obra escrita —Mi lucha—, de la obra política —ausencia en el Reich de persecuciones contra la Iglesia católica, apostólica y romana, al contrario de las llevadas a cabo contra los Testigos de Jehová, por ejemplo—, y las confidencias privadas del Führer —conversaciones publicadas con Albert Speer—, donde Adolf Hitler afirma sin ambigüedades y de modo constante su buena opinión del cristianismo.

    ¿Fue decisión de un Führer ateo mandar inscribir en los cintos de los soldados de las tropas del Reich Gott mit uns! ¿Se sabe que la frase fue tomada de las Escrituras? En particular, del Deuteronomio, uno de los libros de la Tora, donde podemos leer explícitamente: "Dios marcha con nosotros" (Dt 20:4), una frase extraída de la arenga que Yahvé dirige a los judíos cuando parten a luchar contra sus enemigos, los egipcios, a los que Dios promete un exterminio total (Dt 20:13). ¿Un Führer ateo fue el que determinó que todos los niños de la escuela pública alemana comenzaran la jornada en el Reich nacionalsocialista rezando una oración a Jesús? No a Dios, lo que podría hacer de Hitler un deísta, sino a Jesús, lo cual lo define, en forma explícita, como cristiano. El mismo Führer, supuestamente ateo, les exigió a Goering y a Goebbels, en presencia de Albert Speer, que relata la conversación, que permanecieran en el seno de la Iglesia católica, como lo haría él hasta el último de sus días.

    Las compatibilidades cristianismo-nazismo

    Las buenas relaciones entre Hitler y Pío XII se dieron más allá de las complicidades personales. Las dos doctrinas comparten varios puntos de vista. La infalibilidad del Papa que, recordémoslo, también es jefe de Estado, no podía disgustar a un Führer que estaba a su vez persuadido de la propia. La posibilidad de construir un Imperio, una Civilización y una Cultura con un líder supremo investido de todos los poderes — como Constantino y algunos de los emperadores cristianos que lo sucedieron— era lo que fascinaba a Adolf Hitler mientras escribía su libro. ¿La erradicación por parte de los cristianos de todo lo que se relacionara con el paganismo? ¿La destrucción de altares y templos? ¿La quema de libros —Pablo lo alentaba, se acuerdan...—? ¿Las persecuciones contra los opositores de la nueva fe? Excelente, consideraba Hitler.

    El Führer exaltaba el devenir teocrático del cristianismo: la "intolerancia fanática" que crea la "fe apodíctica", según sus propias palabras, en la página 451 de Mi lucha; la capacidad de la Iglesia para no renunciar a nada, incluso ante la ciencia cuando ésta contradice sus posiciones y cuestiona algunos de sus dogmas, página 457; la plasticidad de la Iglesia a la que predice un futuro más allá de lo imaginable, página 457; y la permanencia de la venerable institución, a pesar de este o aquel comportamiento deplorable de algunos miembros de la Iglesia, lo cual no compromete al movimiento general, página 119. Por todo ello, Adolf Hitler invita a "aprender de la Iglesia católica", página 457, y también páginas 118, 119 y 120.

    ¿Cuál es el "verdadero cristianismo" —página 306— del que habla Hitler en Mein Kampf? El del "gran fundador de la nueva doctrina" —en la misma página—, Jesús, el mismo al que le rezan los niños en las escuelas del Reich. ¿Pero cuál Jesús? No el de la otra mejilla, no, sino el colérico que expulsa a latigazos a los mercaderes del templo. Hitler hace referencia explícita al pasaje de Juan en su demostración. Y además, a modo de recordatorio, ese látigo crístico sirve para desalojar a los infieles, a los no cristianos, a las personas que practican el comercio y hacen transacciones de dinero, en una palabra, los judíos, la razón de la complicidad entre el Reich y el Vaticano. El Evangelio de Juan (2:14) no impide la lectura filocristiana y antisemita de Hitler; mejor, la hace posible. .. Y más aún si recordamos los pasajes que condenan a los judíos a la gehena, pasajes que abundan en el Nuevo Testamento. Los judíos, pueblo deicida, ésa es la clave de aquella camaradería funesta: se sirven de la religión para sus negocios, dice; son los enemigos de toda la humanidad, agrega; y crean el bolchevismo, precisa. Cada uno llegará a su propia conclusión. Él, Hitler, explica por qué: "Las ideas y las instituciones religiosas de su pueblo deben ser sagradas para el jefe político", página 120. Así pues, las cámaras de gas se alumbrarán en las hogueras de San Juan.

    Guerras, fascismos y otras pasiones

    La camaradería entre el cristianismo y el nazismo no es un accidente histórico o un error lamentable y aislado, sino el resultado de una vieja lógica de dos mil años. Desde Pablo de Tarso, que justifica la guerra para imponer la secta privada como una religión expansiva en el Imperio, desde luego, pero también en todo el mundo, hasta la justificación del Vaticano del siglo XX de la disuasión nuclear, la línea continúa. No matarás... excepto de tanto en tanto, cuando te lo indique la Iglesia.

    Agustín, santo de oficio, puso todo su talento al servicio de la justificación de lo peor en la Iglesia: la esclavitud, la guerra, la pena de muerte, etc. ¿Bienaventurados los mansos? ¿Felices los pacíficos? Al igual que Hitler, Agustín no apreciaba ese lado del cristianismo, demasiado blando, no lo suficientemente viril, muy poco bélico, carente de sangre vertida... el rostro femenino de la religión. Le dio a la Iglesia los conceptos que le faltaban para justificar las expediciones punitivas y las masacres. Los judíos llevan a cabo esas prácticas para defender sus tierras, en una geografía limitada; los cristianos se expanden por la totalidad del globo, puesto que la conversión del mundo es su objetivo. El pueblo elegido produce catástrofes ante todo locales; la cristiandad crea, de hecho-, violencias universales. Así, la totalidad de los continentes se convierte en su campo de batalla.

    Santificado por la Iglesia, el obispo de Hipona justifica en una carta (185) la persecución justa. ¡Buena opción! La opone a la persecución injusta. ¿Qué diferencia al buen cadáver del mal cadáver; al desollado permitido del desollado prohibido? Todas las persecuciones de la Iglesia son justas, pues se llevan a cabo por amor; aquel que tome a la Iglesia como objeto de crítica y de burla es indefendible, porque lo inspira la crueldad... Admiremos la retórica y el talento sofista de Agustín, en los que Jesús también debe utilizar el látigo y no sólo recibirlo de la soldadesca romana.

    De allí proviene la noción de guerra justa, teorizada también por el mismo Padre de la Iglesia, siempre al día, sin duda alguna, con respecto a la brutalidad, el vicio o la perversión. Heredero de la antigua fábula pagana, griega, en este caso, el cristianismo restaura el juicio de Dios: en la guerra, Dios elige al vencedor, y por lo tanto, también al vencido. Al intervenir en el conflicto entre ganadores y perdedores, Dios afirma lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo legítimo y lo ilegítimo. Pensamiento mágico, por lo menos...

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    “En esta hora decisiva exhortamos a nuestros soldados católicos a cumplir su deber en obediencia al Caudillo y estar dispuestos a sacrificar su entera individualidad. Hacemos un llamado a los fieles para que se unan en fervientes oraciones para que la Divina Providencia conduzca esta guerra al éxito bendito” - carta pastoral de septiembre de 1939 de la Iglesia católica alemana



    Última edición por pedrocasca el Sáb Ene 26, 2013 6:35 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Jue Dic 27, 2012 9:20 pm

    En el Foro existe la posibilidad de acceder al libro de Michel Onfray titulado "Tratado de ateología":

    Tratado de Ateología de Michel Onfray

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