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    Bernardo Kordon: Entrevista a Chen Yi y Mao Tse Tung

    javicho II
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    Bernardo Kordon: Entrevista a Chen Yi y Mao Tse Tung Empty Bernardo Kordon: Entrevista a Chen Yi y Mao Tse Tung

    Mensaje por javicho II Miér Ene 16, 2013 11:04 am

    Bernardo Kordon: Entrevista a Chen Yi y Mao Tse Tung (1962)

    EN Pekín, y en todo el inmenso territorio chino, no hay una sola plaza, ni una sola calle en sus inumerables ciudades, ni nada en la nueva China que lleve el nombre de algún dirigente político o de algún jefe de la revolución. Esta conducta corresponde a una ley promulgada por Mao Tse-tung en plena guerra de liberación y hace más patética la impresión que se impone al visitarnos: quienes actualmente gobiernan China son exactamente —en personas y esencias —los mismos hombres que hicieron la revolución. El hecho se hace evidente al conocer a sus figuras más relevantes.
    Chen Yi nos recibe con el sobrio uniforme de los funcionarios chinos. No gasta ni la sombra de una condecoración ni insignia militar, pero es uno de los diez mariscales que cuenta el Ejército Chino. Actualmente es vice Primer Ministro y ministro de relaciones exteriores. Este hombre sencillo, afable, de gesto bonachón, es la historia viva de la revolución.
    Era estudiante en París cuando se incorporó en la lucha por la liberación de su patria. Junto con Chou En-Lai formó grupos de revolucionarios entre los chinos que estudiaban o residían en Europa. A igual que Mao Tse-tung, Chen Yi, poeta y erudito en literatura clásica, se reveló como un gran conductor militar en esa guerra de liberación donde con medios precarios debieron poner fuera de combate a ocho millones de soldados del ejército del Kuornintang pertrechado y apuntalado por todo el poderío de Estados Unidos. El 27 de Mayo de 1949, las tropas comandadas por Chen Yi entraban en Shanghai por los barrios del oeste. El hecho marcaba un momento culminante del triunfo y las dificultada de la revolución. El imperialismo, sin tiempo de llorar la pérdida de Shangai, se mostró esperanzado en las nuevas condiciones que tendrían que afrontar las tropas revolucionarias. ¿Podrían esas masas campesinas que formaban el ejército popular resolver los pavorosos problemas que se acumulaban en Shangai? Allí dejaron la ciudad más populosa de China, desmantelado su equipo industrial, pero incrementado al paroxismo el hambre y la corrupción que la habían hecho famosa en el mundo entero. 80.000 prostitutas, poderosas organizaciones de rufianes y traficantes de drogas, gangsters regimentados. Ya habían mostrado su poderío cuando ejecutaron la orden de Chang Kai-shek de apuñalar por la espalda a la revolución en 1927. También en 1949 los traficantes de opio podían resultar más eficaces que los consejeros militares yanquis de Chang Kai-shek. Mientras Estados Unidos se dedicaba a recoger los restos del ejército del Kuornintang para trasladarlo a la isla de Tai-wan, ofreció con espíritu sospechoso la ayuda “desinteresada” al ejército que no pudo derrotar. La “Voz de América”: “Shanghai va a desaparecer bajo la dominación comunista” mientras el New York Times propiciaba el otorgamiento de un crédito al gobierno revolucionario. Quizás los dólares y los rufianes pudiesen “salvar” en última instancia a Shanghai de la revolución. El hecho realmente desconsolador y definitorio fue la firmeza y la eficacia del ejército comandado por Chen Yi para resolver los problemas de Shangai. La ciudad más populosa de China fue barrida de toda clase de basuras.
    Ahora estoy conversando con Chen Yi en Pekín y recuerdo las aguas del turbio Wuang-Poo, donde se alinean los pesados edificios Victorianos y los agresivos rascacielos americanos de Shangai: fueron las sedes de los bancos británicos y las misiones militares yanquis que antes gobernaban a China. Ni ingleses ni yanquis volvieron a pisar Shanghai, al punto que actualmente un hombre blanco en cualquiera de sus grandes avenidas llama la atención de los transeúntes.

    HOY China es blanco de ataques y críticas.
    Chen Yi sale al encuentro de la pregunta apenas sugerida:
    —En primer término debo referirme al rechazo absoluto que nos dedica el imperialismo. Esto no guarda relación, como algunos creen, con la potencia de China. Aun debemos luchar con el nivel de vida que heredamos, no sólo muy bajo con respecto a Europa, sino también comparándolo con algunos países de América Latina. Usted ya habrá comprobado en su viaje que nuestro nivel de vida no se aparta aun mucho de los otros países del Asia. Si se nos combate de tantos frentes, no es debido a la peligrosidad de nuestra fuerza, sino por la insistencia de nuestra posición frente al imperialismo. Esta posición nuestra es la causante principal de rechazos, críticas y desentendimientos. Pero los revolucionarios chinos ya estamos acostumbrados a no apartarnos, a no desviarnos de nuestro camino por agravios o difamaciones. Lo que realmente importa de toda esta alharaca son las relaciones que hemos mantenido con los países semicoloniales en los 13 años que llevamos de vida como estado libre. Hemos prestado ayuda a Cuba, con intercambio en pie de igualdad y préstamos a largo plazo sin interés, y lo mismo hemos hecho con Ghana, Guinea y otros países africanos, y con Yenán, Birmania, Indonesia, y otros países hermanos del Asia. Hemos ayudado especialmente a la RAU cuando el ataque imperialista al Canal de Suez y hemos prestado ayuda incondicional al pueblo de Argelia, sin importarnos si con ello ofendíamos al Gral. de Gaulle. Nosotros no podemos vacilar entre un pueblo que lucha por su independencia nacional y la amistad del Gral. de Gaulle. Los soldados argelinos lucharon con armas y uniformes chinos. Amistosamente puedo decir a usted que tenemos tres millones de soldados, y la entrega de varios miles de fusiles y uniformes, aun en medio de nuestra pobreza, no compromete nuestras fuerzas. En 1956 le ofrecimos a Hungría 20 millones de dólares, sin pedirle pago, y durante el ataque anglo-francés al canal de Suez, le ofrecimos 6 millones de libras esterlinas a la RAU sin clausula de devolución. Del mismo modo cuando un pequeño y heroico país socialista como Albania se encontró muy aislada y acosada nos sentimos con el deber de correr a su ayuda.

    —¿En qué condiciones prácticas efectúan esta ayuda a los países de Asia y África?
    —Se contempla en general los préstamos con bajo interés. Plazo de 10, 15 o 20 años. Estos préstamos se ofrecen para levantar fábricas, en especial textiles, cemento, papel, madera terciada, grupos electrógenos, fábricas de maquinarias livianas, de cigarrillos, etc. Los pagos comienzan a los dos o tres años.

    —¿Van técnicos chinos a esos países?
    —Por supuesto. Y esto produce también algunos inconvenientes con los otros técnicos de países capitalistas y socialistas. Pues los técnicos chinos llevan instrucciones precisas de vivir en el mismo nivel de los pueblos de esos países. Esto enfada a los otros técnicos, porque los chinos trabajan los domingos y se presentan en la fábrica en cualquier momento de día o de noche que necesiten su presencia. Hay mucha oposición a la política china en sus relaciones con el extranjero, porque China aplica una política de nuevo tipo, basada fundamentalmente en la justicia y en la no aceptación de la división de países fuertes y débiles, de países ricos y pobres. Este es uno de los crímenes que comete China.
    Además, eso que se llama ayuda no la consideramos nunca como generosidad de nuestra parte. Estamos convencidos que el beneficio es mutuo cuando el intercambio se hace de pueblo a pueblo. Cuando ofrecimos ayuda a Cuba y Argelia, los heroicos pueblos cubano y argelino nos ayudaban a nosotros con sus heroicas luchas contra el imperialismo y el colonialismo. Los triunfos de Argelia y Cuba, y de todos los países que luchan por su independencia nacional, consolidan el triunfo de la independencia y de la revolución china. Es una ayuda recíproca y práctica. Visite los almacenes de Pekín: en todas partes hay azúcar de Cuba. Del mismo modo que no aceptamos el trato entre países fuertes y débiles, consideramos que también los beneficios y agradecimientos deben ser recíprocos. Por eso no aceptaremos de ningún país del mundo una ayuda con anexos de condiciones políticas. En tal sentido somos más amantes de nuestra libertad que de los bienes materiales. Si el precio de nuestra independencia es la pobreza, la preferimos al menoscabo de nuestra independencia. No aceptamos que se interfiera en nuestras opiniones. En relaciones con otros países aceptamos consultas mutuas y discusiones en pie de absoluta igualdad. Nos oponemos a tocio tipo
    de sumisión política en el campo internacional. Por eso las grandes potencias se sienten molestas, y por eso también somos comprendidos y queridos por los países pequeños.
    En consecuencia no depositamos nuestras esperanzas en ninguna ayuda, sino en nuestras propias fuerzas. Los conocimientos técnicos no pueden ser monopolizados por ningún país. ¿Visitó usted el Palacio del Pueblo? Fue construido en pocos meses con proyectos, técnicos y materiales chinos. Muchas empresas y bancos norteamericanos esperaban algún día volver a entrar en tierra china, y seguirán esperando, porque solo lo hacen en determinadas condiciones. No logran la menor influencia, y esto parece avergonzar a Estados Unidos, que se han propuesto de un modo u otro influenciar en todo el mundo. Pero el problema del desentendimiento no está en China, sino en ellos. Nosotros estamos dispuestos a olvidar el bloqueo, la hostilización, y entrar en trato con Estados Unidos, con una sola y simple condición: que nos devuelvan Taiwan y que no impidan nuestra legítima entrada en las Naciones Unidas. En ocasión de encontrarme personalmente en la reunión de Julio en Ginebra, conversamos con la delegación yanqui, particularmente con Rusk, sobre la posibilidad de un entendimiento y entonces les hablé con los mismos términos que le estoy hablando a usted. Por supuesto no pudieron contestar nada, solo se limitaron a señalarme que todo eso se trataba de una herencia dejada por Eisenhower y que ellos estaban de acuerdo en solucionar el conflicto. Les contestamos que no nos hacía falta Estados Unidos, pues sin ellos podíamos vivir y luchar. Y aquí está la segunda causa de los ataques a China: que nos levantamos por nuestros propios medios. Nuestro trabajo, por otra parte, lo tomamos con. un sentido de experimentación. Pues la transformación social que usted ha podido observar en su viaje por China es de carácter experimental. Propiciamos relaciones humanas nuevas y más justas. En el ejército mandamos a los generales que cada año vivan un mes con los soldados. Claro que esto sorprende a muchos extranjeros. Movilizamos a los intelectuales para que todos los años pasen una temporada con los campesinos. Organizamos brigadas de voluntarios para los trabajos públicos. Para la construcción del Palacio de la Asamblea Popular, por ejemplo, asistieron casi todos los altos funcionarios. En las comunas populares, docenas y centenares de miles de familias registran sus jornadas de trabajo, y dividen las cosechas según el porcentaje de dichas jornadas, según el principio de “a cada cual según su trabajo”. Poco a poco queremos cambiar el sistema de propiedad. A los funcionarios del gobierno se les aplica un sistema de salarios bajos, no muy superiores al de los obreros. Un campesino gana término medio 40 yuanes, y el salario máximo de veteranos y encumbrados funcionarios es de 400 yuanes. Pero esta cifra es excepcional. Por regla general no sobrepasan de 200 yuanes. Pues no queremos formar una nueva capa social. El nivel de vida debe elevarse para todos. La nuestra es una nueva experiencia en el mundo. Claro que hemos estudiado el sistema, soviético, pero fundamentalmente hemos tomado en cuenta la realidad concreta del pueblo chino. Por eso consideramos nuestro sistema como el. más justo y apropiado para nuestra realidad. Por eso hay diferencias con otros sistemas y no puede ser de otro modo. Siendo lo nuestro una experiencia, necesitábamos una prueba, y esta prueba se produjo durante los tres años de calamidades naturales que sufrimos. La comuna popular confirmó su valor en los momentos de dificultad.. En verdad, proyectar, realizar y consolidar una nueva realidad social no es nada fácil. Por ahora nos limitamos a opinar que las condiciones de nuestra política social y económica son aptas para la realidad china. Nunca elogiamos ni divulgamos nuestra política como mercadería de exportación, puesto que nuestra situación es sumamente particular, con mucha población y poca tierra laborada (2 mú por cápita), y una situación atrasada como consecuencia de ja herencia feudal y la destrucción provocada por continuas invasiones y guerras. Con tales antecedentes, China ha transformado en pocos años sus relaciones internas y externas. Los cambios y construcciones se realizan bajo las condiciones adecuadas y concretas de China. Nunca pretendimos imponer nuestra política a otros pueblos. ¿Qué derecho tienen los otros países para reprocharnos este o aquel error? Esto no lo podemos aceptar. Nosotros tenemos la convicción de que debemos propiciar y experimentar nuestro propio sistema. Esto nos hace blanco del odio de muchos países. Sin embargo las cosas que estamos haciendo son muy simples y sencillas. ¿Por qué hay gente que se siente tan sorprendida? ¿Por qué tanta crítica negativa sobre nuestro trabajo? En. el proceso del desarrollo de la historia del mundo, cada país crea su sistema de vida. Cuando África complete su liberación, los pueblos africanos encontrarán su sistema adecuado, y lo mismo sucederá en América Latina, donde no se impondrá un modo de vida yanqui, ni soviético, ni chino, sino un modo de vida particular que surgirá de la creación popular de los latinoamericanos. Del mismo modo es imposible concebir una versión soviética para uso del pueblo chino.

    UN POETA CON UNIFORME DE SOLDADO
    EL coche echó a rodar por la avenida Tien An Men. Las luces en forma de racimos se perdían a lo lejos. Poco más allá de la entrada principal del Papado Imperial, el coche giró frente a una puerta flanqueada de columnas. Dos soldados, con el uniforme corriente del. Ejército Popular, saludaron a las visitas. Un saludo bien chino: algo de chispeante alegría en el gesto marcial. Dos soldados sonrientes resulta por cierto una discreta guardia para el presidente de más de 650 millones de chinos.
    En toda China, y muy especialmente en Pekin, el continente nunca guarda relación directa con el contenido. Esos muros grises de Pekín suelen esconder fabulosos jardines y amplios pabellones, templos valiosos o la sucesión de pobladisimos patios. Esta vez es el muro bermejo de la Ciudad Prohibida y nos reserva la sorpresa de un lago bordeado de parques. Al otro extremo del lago hay un típico pabellón pekinés, seguramente una dependencia del vecino Palacio de Invierno. El pabellón se ve pequeño, silueta tembleteando en la superficie bruñida del lago. Minúscula e irreal bajo las moles blancas y duras de los altos edificios de la Nueva Pekin.
    El coche corre ahora en la alameda que no rodea el lago, y de pronto aparece el pabellón iluminado, que ahora descubro no es grande ni chico. Al entrar encuentro toda puerta abierta y lograda intimidad, porque en vez de paredes hay maravillosos encajes de madera tallada que bajan del artesonado y marcan las dependencias sin limitar el espacio.
    Avanza hacia nosotros un hombre alto. Resalta su fíente despejada, y la mirada vivaz, curiosa antes que analítica, sorprendentemente chispeante en el apacible rostro maduro.
    Mao Tse-tung nos conduce hasta un salón vecino, y yo trato de inventariar ese ambiente extraño y claro a la vez, tan refinado como austero, algunas taquígrafas, intérpretes, fotógrafos, deslizándose en esta extraña dependencia de un Palacio Imperial convertido en comando revolucionario.
    —Esto es de la dinastía Ching —dice Mao Tse-tung. No es muy práctico, pero debemos aprovecharlo. ¿Conoce la muralla de Pekín? Ya no presta ningún servicio de protección. Dificulta el tráfico y hay que demolerla para levantar nuevas construcciones. Pero también debemos conservar y reconstruir algunas de las puertas de la muralla por su gran valor artístico.
    Mao Tse-tung habla de la muralla y de los barrios de Pekin para señalar la realidad china: un mundo que se transforma, que apunta al porvenir, y que no obstante debe tener siempre presente su pasado.
    En su conversación lenta y fluida se evidencia el espíritu receptivo y el estilo de un hombre. En ningún momento escucho el monólogo discursivo del político, sino la charla intimista del poeta. Me recuerda a cualquier conversación con Pablo Neruda, la misma forma de pasear la mirada alrededor y referirse a hechos cotidianos para sugerir problemas fundamentales, con el mismo empleo lento y mágico de palabras simples y desnudas.
    Mao Tse-tung viste su sobrio uniforme, sin la sombra del cintillo de cualquier condecoración. Del mismo modo Chu Tu-nan (Presidente de la Asociación de Amistad Chino-Latinoamericana) , el escritor Chou Er-fu, y el consejero Pu Chao-min que me acompañan.
    Nos han servido té verde aromatizado con jazmín, el mismo té que nos han servido en toda visita cumplida a través de diez mil kilómetros por territorio chino. El Presidente Mao se interesa, en conocer el recorrido de mi viaje y mis impresiones. Por eso se refiere a la muralla y al palacio: China no debe ni puede rechazar su herencia histórica y cultural. Las transformaciones deben operarse partiendo de realidades concretas no siempre halagüeñas.
    —China todavía es un país relativamente atrasado, que pasa por muchas dificultades —dice Mao Tse-tung. Hemos superado muchos obstáculos y obtuvimos ciertos progresos. Necesitamos la ayuda de algunos países. Nunca debemos olvidar que la causa revolucionaria es una causa conjunta. Las revoluciones- se apoyan unas con otras. Si ustedes se liberasen del imperialismo, eso constituiría una ayuda para nosotros. ¿Acaso Cuba no ha logrado un triunfo? El triunfo de Cuba ha brindado una enorme ayuda a la causa antiimperialista de todo el mundo. En su conjunto consideramos muy importante todas Jas luchas que se desarrollan en América Latina. ¿Ustedes no han apoyado a Cuba? El pueblo cubano es valiente y combativo. Sus dirigentes son muy eficaces. He estado con muchos amigos cubanos. Con ellos nos entendemos muy bien. Lo mismo sucede con otros latinoamericanos.
    América Latina parece ser efectivamente una “debilidad” del presidente Mao. Me pide que a mi vuelta a Buenos Aires salude de su parte al filósofo Carlos Astrada. A mi vez le señalo mi sorpresa al ver desfilar millones de chinos en Wuhan, Cantón, Shangai, Pekín, en manifestaciones de solidaridad con la revolución cubana. Cuando pregunto o responde, me clava la vista, e inmediatamente su conversación parece cambiar al influjo de una palabra o idea de su interlocutor. Por ejemplo, considera necesario corregir mi apreciación cuando hablo de los hombres que dirigen la política china:
    —Nosotros nos regimos por una dirección colectiva. Hay un comité central del partido, pero cada provincia y cada distrito tienen sus comités respectivos. Bien podemos decir que ahora el pueblo está organizado. El pueblo tiene sus sindicatos, la comuna popular, su partido. Y también su gobierno, y su ejército. Tomemos por ejemplo nuestro ejército. El Ejército Popular ha nacido del pueblo y sigue identificándose con el pueblo. Ha visitado a nuestro ejército? Es una lástima que no lo haya hecho. Hay unidad, hay amor entre ejército y pueblo. Antes era todo lo contrario. El ejército era temido, igual que la policía. Eso, que parecía ser su fuerza, constituía en realidad su debilidad.
    Sonríe en dirección a Chu Tu-nan, que fuera dirigente de un partido democrático en la vieja China,
    -Gente como nosotros temíamos mucho. Caer preso significaba la muerte.
    —Temían, pero no demasiado.
    —Es cierto. Nos hicimos en la lucha. Hace sólo 13 años atrás, Pekín era rigurosamente controlada por la vieja fuerza. Entonces no podíamos ni asomarnos en esta ciudad. El ejército del Kuomintang no trataba amistosamente a ningún antiimperialista, los aniquilaba implacablemente sin importarles si eran comunistas o no. Era un ejército para defender los intereses del imperialismo, de los “compradores” y de los terratenientes. Eran opresores del pueblo. Después de la liberación todo cambió. No importa que imperialismo, digamos el mayor, el imperialismo yanqui, sólo puede cometer fechorías en Taiwan, pero nada puede hacer en Pekín, ni en Shanghai, ni en Nankín. Tal como en la época de la dictadura de Batista en Cuba, los capitalistas norteamerianos tenían mucha fuerza en China y ahora no tienen ninguna. Usted debe visitar Cuba. Allí hay experiencias directas para los latinoamericanos. Tengo entrevistas con muchos africanos que no conocen Argelia y les aconsejo que vayan a conocer Argelia. Allí se luchó ocho años y derrotaron a las tropas, francesas. Ese país sólo cuenta con una población de 9 millones, pero los europeos eran casi un millón, y las tropas francesas de ocupación alcanzaron a 800.000 soldados. Las tropas argelinas sólo fueron unas docenas de millares al comienzo y debieron luchar muchos años. En Cuba, la guerra de liberación duró tres años. En China la lucha fue más larga. Si solo contamos desde 1927, las luchas importantes duraron años, entre ellos 8 años contra los invasores japoneses. Es decir: 14 años la guerra por la liberación de Chira. Y la transformación de China lleva menos tiempo. Este edificio donde estamos es de tipo antiguo. Ha quedado de la dinastía Ghing, la última dinastía que gober-nó China. Hasta la fecha este palacio sólo tiene 51 años le historia, existe y la aprovechamos, pero resulta anticuado. ¿usted ha visitado el Palacio de Invierno? No es cómodo para vivir, ni para trabajar. Se ha transformado en museo.
    Y nuevamente hablamos de Pekín y de las murallas chinas. Le cuento que conocí las murallas de Nankín, y la Gran Muralla, y los restos de las primitivas murallas de Loyán y de Chingchú: gastados y romos terraplenes le tierra apisonada que señalan las primeras capitales imperiales, ya sepultadas bajo los sembrados de trigo. El presidente Mao comenta entonces los últimos descubrimientos arqueológicos provocados por la industrialización. Pues al mismo tiempo que China edifica sus fábricas, aflora en sus excavaciones una historia de milenios. De modo que los arqueólogos deben trabajar junto con los constructores.
    —Todos los días aparecen cosas nuevas —dice Mao Tse-tung—. Esto quiere decir que también el arte y la historia no deben estudiarse solamente en los libros.” La práctica y la investigación están ampliando de modo extraordinario la antigüedad y la importancia de la cultura china.
    Este poeta clásico que ahora bebo el té con gesto pasible simboliza como nadie esa síntesis de pasado y futuro que es la revolución china. Ha partido de una realidad concreta nacida hace 3.000 años en la vieja Loyáng sepultada bajo tierra, esa tierra conmovida durante siglos por levantamientos campesinos que costaron más vidas que todas las guerras de Europa.
    Un poeta con el uniforme de soldado donde nunca se prendió una condecoración, bebe el té perfumado con jazmín. Es el presidente de una cuarta parte de la humanidad: bloqueada, aislada, difamada, sigue empeñada en construir el socialismo sobre el país más populoso del mundo.

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