¿Qué es la dialéctica?
texto de John Rees, perteneciente al libro: El álgebra de la revolución. La dialéctica y la tradición marxista clásica - año 1998
Se presenta en el blog Marx desde cero: (...) hemos preparado un pequeño texto sobre un tema cien por cien marxista, no exento de polémica y de larga tradición filosófica: la dialéctica. A través de un fragmento del libro El álgebra de la revolución. La dialéctica y la tradición marxista clásica, del marxista británico John Rees, editado en Londres en 1998. Rees es un activista británico, miembro de la coalición Stop the War, del Socialist Workers Party y editor de la revista International Socialism y buen conocedor del marxismo.
se publica en el Foro en dos mensajes
El surgimiento de la sociedad capitalista, desde sus comienzos en el siglo XVI, trajo consigo una división del trabajo que hizo que los individuos aislados aparecieran como la célula básica a partir de la cual se construía la sociedad. Los trabajadores asalariados buscan su suerte en el mercado de trabajo: el individuo, en competencia con otros individuos, para un empleador individual. Los salarios debían gastarse en otros mercados en los que el trabajador, como consumidor individual, le compraba a vendedores individuales.
Mucho después, el voto secreto e individual se convirtió en la norma política de la sociedad capitalista. El arte, al principio para una estrecha élite y luego de manera más general (aunque en absoluto de modo universal), pasó a reflejar no ya, como antes, la experiencia colectiva de la devoción religiosa sino los deseos del individuo: amor, satisfacción sexual, riqueza, status, felicidad. En suma, el deseo de realización individual, más allá de cómo se mida. Muchas formas del arte pasaron a favorecer el consumo privado antes que la experiencia pública. La imprenta condujo, primero, al estudio individual de la Biblia, y después, a la novela por entregas en vez del sermón dominical; la televisión tiene preeminencia sobre el cine y el teatro, y los CDs o los cassettes sobre los conciertos en vivo. Y, lo que es más importante, el acceso al arte, consumido de manera pública o privada, sólo es posible mediante actos individuales de compra.
La compartimentación de la experiencia es aún más extrema hoy que en las fases tempranas del capitalismo, como hecho social y como ideología. En general, en colegios y universidades se subraya que las artes y las ciencias deben estudiarse de manera aislada; que lenguaje e historia, ingeniería y sociología, poesía y negocios, son disciplinas separadas.
En los diarios y noticieros, por ejemplo, esto es tan común como para dejar pasar sin comentario alguno que la tasa de desempleo y las estadísticas de suicidio son “asuntos diferentes”. Se informa el nivel de pobreza en la página 4, la tasa de criminalidad en la página 6. La crítica de arte va al suplemento cultural, las subastas de arte a las de negocios; las películas se reseñan en la parte de espectáculos, las fusiones de los grandes estudios en las noticias financieras.
A un nivel más abstracto, esta comprensión del mundo se ha desarrollado en diversos enfoques científicos conocidos como empirismo, positivismo (1) o lógica formal. Estos enfoques subrayan que los hechos de una situación dada son aproximadamente tal como aparecen al observarlos por primera vez; que los compartimentos en los que encontramos tales hechos son propiedades inevitables e inalterables de las cosas mismas, no el producto del desarrollo histórico impuesto al mundo por nuestra manera de entenderlo; que las relaciones entre estos hechos son menos importantes que cada hecho tomado aisladamente, y que este complejo de hechos es más o menos estable o, si se desarrolla, lo hace de manera ordenada y enteramente explicable en términos de causa y efecto.
Los biólogos Richard Levins y Richard Lewontin describen este método como el racionalismo cartesiano (por el filósofo René Descartes, 1596-1650). Y señalan cuatro propiedades que definen este enfoque:
“1. Hay un conjunto natural de unidades o partes de los que todo sistema total está hecho.
2. Estas unidades son homogéneas en sí mismas (…)
3. (…) Las partes existen de manera aislada y se unen para formar todos. Las partes tienen propiedades intrínsecas, que poseen de manera aislada y que le confieren al todo (…)
4. Las causas están separadas de los efectos, siendo las causas propiedades de los sujetos, y los efectos, propiedades de los objetos. Mientras que las causas pueden responder a información proveniente de los efectos (el llamado “rizo de retroalimentación”), no hay ambigüedad en cuanto a cuál es el sujeto causante y el objeto causado” (2).
Cuando esta forma de pensamiento no consigue dar cuenta de una realidad flagrantemente contradictoria, los intelectuales convencionales adoptan una de dos estrategias. Una, el racionalismo, intenta reconstruir la realidad insistiendo sólo en aquellos aspectos del mundo que, según criterios racionales preestablecidos, son los que tienen verdadera significación; el resto es una ilusión insustancial condenada al olvido en la medida en que la racionalidad gane terreno frente al error y la superstición. La otra, el misticismo, sencillamente abandona la lucha por comprender las contradicciones que enfrenta y retrocede al terreno de la especulación sobrenatural.
Por otro lado, debido a que estos enfoques –positivismo, racionalismo y misticismo- son todos métodos parciales y unilaterales de comprender el mundo, el fracaso de uno suele engendrar la aparición de los otros; a veces en escuelas rivales, a veces como partes no integradas de un solo sistema. Esto es lo que Lukács llamaba “las antinomias del pensamiento burgués”, que critica agudamente en su Historia y consciencia de clase.
La dialéctica moderna nació como respuesta a estas contradicciones y a la sociedad de la que surgieron. Que esta crítica es todavía necesaria se puede ver fácilmente en la frecuencia con que algunos o todos estos principios son presentados por los marxistas analíticos en particular, y también -a pesar de sus pretensiones de rechazar la “racionalidad iluminista”- por los posmodernos, para quienes el punto de partida de su reflexión es la rígida compartimentación de la imagen y de la realidad.
La crítica dialéctica de este método incluye, primero y principal, tres principios: totalidad, cambio y contradicción. Considerados por separado, estos principios no constituyen un enfoque dialéctico. Sólo cuando son tomados en conjunto se vuelven dialécticos. No obstante, vamos a examinarlos de a uno.
Totalidad quiere decir la afirmación de que los diversos elementos aparentemente separados que componen el mundo están de hecho relacionados. La producción es un acto colectivo, no simplemente el resultado del esfuerzo individual. El mercado es una institución social, no el resultado natural de la conducta individual. La pobreza y el delito, el desempleo y el suicidio, el arte y los negocios, el lenguaje y la historia, la ingeniería y la sociología, no pueden entenderse aisladamente, sino como partes de una totalidad.
Además, cuando relacionamos estos términos unos con otros, su significado se transforma. Una vez que conocemos la relación entre pobreza y delito, es imposible considerar al sistema judicial o a los que viven en la pobreza de la misma manera en que lo hacíamos cuando parecían ser dos mundos separados. En el empirismo, la parte es vista como una unidad preexistente que, en el mejor de los casos, choca o coincide con otras. De este modo, las partes pueden afectar recíprocamente sus trayectorias pero no su esencia fundamental. En un sistema dialéctico, la naturaleza misma de la parte queda determinada por sus relaciones con las otras partes y con el todo. La parte hace el todo, y el todo hace las partes.
En este análisis, no se trata sólo de que el todo es más que la suma de las partes, sino que las partes pasan a ser algo más de lo que eran individualmente al ser partes de un todo:
“El hecho es que las partes tienen propiedades que les son características sólo en tanto son partes de un todo; las propiedades pasan a existir en las interacciones que hacen el todo. Una persona no puede volar agitando los brazos, por más que lo intente, ni un grupo de personas puede volar agitando sus brazos de manera simultánea. Sin embargo, las personas vuelan, como resultado de una organización social que ha creado los aviones, los pilotos y el combustible. La que vuela, sin embargo, no es la sociedad, sino los individuos en sociedad, que han adquirido una característica que no tendrían fuera de la sociedad. Las limitaciones de los seres individuales son negadas por las interacciones sociales. El todo, de este modo, no es simplemente el objeto de la interacción de las partes sino también un sujeto que actúa sobre las partes” (3).
Un aspecto importante a considerar de este enfoque es que, por su naturaleza misma, se opone al reduccionismo. No disuelve el rol del individuo en función del todo, lo colectivo o cualquier otra abstracción semejante. Tampoco disuelve el concepto de sociedad reduciéndolo a la simple suma de los átomos individuales que vendrían a ser sus elementos básicos, como dice la economía dominante y el marxismo analítico. Un punto de vista dialéctico muestra la naturaleza parcial y unilateral de ambos enfoques, y los reemplaza con la descripción concreta y específica de cómo la interacción del todo y las partes da origen a una situación cualitativamente nueva, tanto para la totalidad como para las partes que la componen.
La totalidad no es, no obstante, la definición acabada de la dialéctica. Muchas visiones no dialécticas de la sociedad utilizan la idea de totalidad. La Iglesia católica tiene su propia visión mística del carácter omniabarcador de la creación de Dios, y una visión sumamente práctica de las jerarquías temporales que la acompañan. “La tradición taoísta en China comparte con la dialéctica el acento en la totalidad, el ser total que se sostiene sobre el equilibrio de los opuestos como el yin y el yang” (4). Incluso la comprensión que tiene el sentido común de la naturaleza humana considera que hay un pequeño número de propiedades generales y subyacentes que dan forma a toda la vida, y que se manifiestan en individuos diferentes en las más variadas circunstancias.
Lo que une a todas estas explicaciones es que ven la totalidad como algo estático. Bajo la bullente superficie del mundo yace una verdad eterna: el inmodificable rostro de Dios, la incesante búsqueda del equilibrio entre el yin y el yang o las formas eternas, para bien o para mal, de los valores humanos. Todas estas visiones carecen de toda noción de totalidad como un proceso de cambio. E incluso allí donde estos sistemas conceden la posibilidad de inestabilidad o cambio, se los considera apenas como el paso previo a la restauración del equilibrio. La economía de libre mercado funciona precisamente en base a estos principios: la oferta y la demanda llegarán a su equilibrio natural si se las deja libradas a su propio mecanismo (es decir, sin interferencias del estado o los sindicatos). El equilibrio reemplaza rápidamente a la inestabilidad, y la armonía a las crisis, una vez que se eliminan esos “obstáculos”.
A diferencia de todo esto, el enfoque dialéctico es capaz de dar cuenta del cambio, el desarrollo y la inestabilidad. Según Engels, el “gran mérito” del sistema hegeliano es que
“Por primera vez se concibe todo el mundo de la naturaleza, de la historia y del espíritu como un proceso, es decir, en constante movimiento, cambio, transformación y desarrollo, intentando además poner de relieve la íntima conexión que preside este proceso de movimiento y desarrollo. Contemplada desde este punto de vista, la historia de la humanidad no aparecía ya como un caos árido de violencias absurdas, todas igualmente condenables ante el fuero de la razón filosófica ya madura y buenas para ser olvidadas cuanto antes, sino como el proceso de desarrollo de la propia humanidad” (5).
texto de John Rees, perteneciente al libro: El álgebra de la revolución. La dialéctica y la tradición marxista clásica - año 1998
Se presenta en el blog Marx desde cero: (...) hemos preparado un pequeño texto sobre un tema cien por cien marxista, no exento de polémica y de larga tradición filosófica: la dialéctica. A través de un fragmento del libro El álgebra de la revolución. La dialéctica y la tradición marxista clásica, del marxista británico John Rees, editado en Londres en 1998. Rees es un activista británico, miembro de la coalición Stop the War, del Socialist Workers Party y editor de la revista International Socialism y buen conocedor del marxismo.
se publica en el Foro en dos mensajes
El surgimiento de la sociedad capitalista, desde sus comienzos en el siglo XVI, trajo consigo una división del trabajo que hizo que los individuos aislados aparecieran como la célula básica a partir de la cual se construía la sociedad. Los trabajadores asalariados buscan su suerte en el mercado de trabajo: el individuo, en competencia con otros individuos, para un empleador individual. Los salarios debían gastarse en otros mercados en los que el trabajador, como consumidor individual, le compraba a vendedores individuales.
Mucho después, el voto secreto e individual se convirtió en la norma política de la sociedad capitalista. El arte, al principio para una estrecha élite y luego de manera más general (aunque en absoluto de modo universal), pasó a reflejar no ya, como antes, la experiencia colectiva de la devoción religiosa sino los deseos del individuo: amor, satisfacción sexual, riqueza, status, felicidad. En suma, el deseo de realización individual, más allá de cómo se mida. Muchas formas del arte pasaron a favorecer el consumo privado antes que la experiencia pública. La imprenta condujo, primero, al estudio individual de la Biblia, y después, a la novela por entregas en vez del sermón dominical; la televisión tiene preeminencia sobre el cine y el teatro, y los CDs o los cassettes sobre los conciertos en vivo. Y, lo que es más importante, el acceso al arte, consumido de manera pública o privada, sólo es posible mediante actos individuales de compra.
La compartimentación de la experiencia es aún más extrema hoy que en las fases tempranas del capitalismo, como hecho social y como ideología. En general, en colegios y universidades se subraya que las artes y las ciencias deben estudiarse de manera aislada; que lenguaje e historia, ingeniería y sociología, poesía y negocios, son disciplinas separadas.
En los diarios y noticieros, por ejemplo, esto es tan común como para dejar pasar sin comentario alguno que la tasa de desempleo y las estadísticas de suicidio son “asuntos diferentes”. Se informa el nivel de pobreza en la página 4, la tasa de criminalidad en la página 6. La crítica de arte va al suplemento cultural, las subastas de arte a las de negocios; las películas se reseñan en la parte de espectáculos, las fusiones de los grandes estudios en las noticias financieras.
A un nivel más abstracto, esta comprensión del mundo se ha desarrollado en diversos enfoques científicos conocidos como empirismo, positivismo (1) o lógica formal. Estos enfoques subrayan que los hechos de una situación dada son aproximadamente tal como aparecen al observarlos por primera vez; que los compartimentos en los que encontramos tales hechos son propiedades inevitables e inalterables de las cosas mismas, no el producto del desarrollo histórico impuesto al mundo por nuestra manera de entenderlo; que las relaciones entre estos hechos son menos importantes que cada hecho tomado aisladamente, y que este complejo de hechos es más o menos estable o, si se desarrolla, lo hace de manera ordenada y enteramente explicable en términos de causa y efecto.
Los biólogos Richard Levins y Richard Lewontin describen este método como el racionalismo cartesiano (por el filósofo René Descartes, 1596-1650). Y señalan cuatro propiedades que definen este enfoque:
“1. Hay un conjunto natural de unidades o partes de los que todo sistema total está hecho.
2. Estas unidades son homogéneas en sí mismas (…)
3. (…) Las partes existen de manera aislada y se unen para formar todos. Las partes tienen propiedades intrínsecas, que poseen de manera aislada y que le confieren al todo (…)
4. Las causas están separadas de los efectos, siendo las causas propiedades de los sujetos, y los efectos, propiedades de los objetos. Mientras que las causas pueden responder a información proveniente de los efectos (el llamado “rizo de retroalimentación”), no hay ambigüedad en cuanto a cuál es el sujeto causante y el objeto causado” (2).
Cuando esta forma de pensamiento no consigue dar cuenta de una realidad flagrantemente contradictoria, los intelectuales convencionales adoptan una de dos estrategias. Una, el racionalismo, intenta reconstruir la realidad insistiendo sólo en aquellos aspectos del mundo que, según criterios racionales preestablecidos, son los que tienen verdadera significación; el resto es una ilusión insustancial condenada al olvido en la medida en que la racionalidad gane terreno frente al error y la superstición. La otra, el misticismo, sencillamente abandona la lucha por comprender las contradicciones que enfrenta y retrocede al terreno de la especulación sobrenatural.
Por otro lado, debido a que estos enfoques –positivismo, racionalismo y misticismo- son todos métodos parciales y unilaterales de comprender el mundo, el fracaso de uno suele engendrar la aparición de los otros; a veces en escuelas rivales, a veces como partes no integradas de un solo sistema. Esto es lo que Lukács llamaba “las antinomias del pensamiento burgués”, que critica agudamente en su Historia y consciencia de clase.
La dialéctica moderna nació como respuesta a estas contradicciones y a la sociedad de la que surgieron. Que esta crítica es todavía necesaria se puede ver fácilmente en la frecuencia con que algunos o todos estos principios son presentados por los marxistas analíticos en particular, y también -a pesar de sus pretensiones de rechazar la “racionalidad iluminista”- por los posmodernos, para quienes el punto de partida de su reflexión es la rígida compartimentación de la imagen y de la realidad.
La crítica dialéctica de este método incluye, primero y principal, tres principios: totalidad, cambio y contradicción. Considerados por separado, estos principios no constituyen un enfoque dialéctico. Sólo cuando son tomados en conjunto se vuelven dialécticos. No obstante, vamos a examinarlos de a uno.
Totalidad quiere decir la afirmación de que los diversos elementos aparentemente separados que componen el mundo están de hecho relacionados. La producción es un acto colectivo, no simplemente el resultado del esfuerzo individual. El mercado es una institución social, no el resultado natural de la conducta individual. La pobreza y el delito, el desempleo y el suicidio, el arte y los negocios, el lenguaje y la historia, la ingeniería y la sociología, no pueden entenderse aisladamente, sino como partes de una totalidad.
Además, cuando relacionamos estos términos unos con otros, su significado se transforma. Una vez que conocemos la relación entre pobreza y delito, es imposible considerar al sistema judicial o a los que viven en la pobreza de la misma manera en que lo hacíamos cuando parecían ser dos mundos separados. En el empirismo, la parte es vista como una unidad preexistente que, en el mejor de los casos, choca o coincide con otras. De este modo, las partes pueden afectar recíprocamente sus trayectorias pero no su esencia fundamental. En un sistema dialéctico, la naturaleza misma de la parte queda determinada por sus relaciones con las otras partes y con el todo. La parte hace el todo, y el todo hace las partes.
En este análisis, no se trata sólo de que el todo es más que la suma de las partes, sino que las partes pasan a ser algo más de lo que eran individualmente al ser partes de un todo:
“El hecho es que las partes tienen propiedades que les son características sólo en tanto son partes de un todo; las propiedades pasan a existir en las interacciones que hacen el todo. Una persona no puede volar agitando los brazos, por más que lo intente, ni un grupo de personas puede volar agitando sus brazos de manera simultánea. Sin embargo, las personas vuelan, como resultado de una organización social que ha creado los aviones, los pilotos y el combustible. La que vuela, sin embargo, no es la sociedad, sino los individuos en sociedad, que han adquirido una característica que no tendrían fuera de la sociedad. Las limitaciones de los seres individuales son negadas por las interacciones sociales. El todo, de este modo, no es simplemente el objeto de la interacción de las partes sino también un sujeto que actúa sobre las partes” (3).
Un aspecto importante a considerar de este enfoque es que, por su naturaleza misma, se opone al reduccionismo. No disuelve el rol del individuo en función del todo, lo colectivo o cualquier otra abstracción semejante. Tampoco disuelve el concepto de sociedad reduciéndolo a la simple suma de los átomos individuales que vendrían a ser sus elementos básicos, como dice la economía dominante y el marxismo analítico. Un punto de vista dialéctico muestra la naturaleza parcial y unilateral de ambos enfoques, y los reemplaza con la descripción concreta y específica de cómo la interacción del todo y las partes da origen a una situación cualitativamente nueva, tanto para la totalidad como para las partes que la componen.
La totalidad no es, no obstante, la definición acabada de la dialéctica. Muchas visiones no dialécticas de la sociedad utilizan la idea de totalidad. La Iglesia católica tiene su propia visión mística del carácter omniabarcador de la creación de Dios, y una visión sumamente práctica de las jerarquías temporales que la acompañan. “La tradición taoísta en China comparte con la dialéctica el acento en la totalidad, el ser total que se sostiene sobre el equilibrio de los opuestos como el yin y el yang” (4). Incluso la comprensión que tiene el sentido común de la naturaleza humana considera que hay un pequeño número de propiedades generales y subyacentes que dan forma a toda la vida, y que se manifiestan en individuos diferentes en las más variadas circunstancias.
Lo que une a todas estas explicaciones es que ven la totalidad como algo estático. Bajo la bullente superficie del mundo yace una verdad eterna: el inmodificable rostro de Dios, la incesante búsqueda del equilibrio entre el yin y el yang o las formas eternas, para bien o para mal, de los valores humanos. Todas estas visiones carecen de toda noción de totalidad como un proceso de cambio. E incluso allí donde estos sistemas conceden la posibilidad de inestabilidad o cambio, se los considera apenas como el paso previo a la restauración del equilibrio. La economía de libre mercado funciona precisamente en base a estos principios: la oferta y la demanda llegarán a su equilibrio natural si se las deja libradas a su propio mecanismo (es decir, sin interferencias del estado o los sindicatos). El equilibrio reemplaza rápidamente a la inestabilidad, y la armonía a las crisis, una vez que se eliminan esos “obstáculos”.
A diferencia de todo esto, el enfoque dialéctico es capaz de dar cuenta del cambio, el desarrollo y la inestabilidad. Según Engels, el “gran mérito” del sistema hegeliano es que
“Por primera vez se concibe todo el mundo de la naturaleza, de la historia y del espíritu como un proceso, es decir, en constante movimiento, cambio, transformación y desarrollo, intentando además poner de relieve la íntima conexión que preside este proceso de movimiento y desarrollo. Contemplada desde este punto de vista, la historia de la humanidad no aparecía ya como un caos árido de violencias absurdas, todas igualmente condenables ante el fuero de la razón filosófica ya madura y buenas para ser olvidadas cuanto antes, sino como el proceso de desarrollo de la propia humanidad” (5).
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Última edición por pedrocasca el Lun Mar 04, 2013 10:44 am, editado 1 vez