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    "El Milagro de Chile" - texto de Greg Palast acerca del supuesto milagro económico de los Chicago Boys en tiempos de Pinochet

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Miér Oct 12, 2011 8:21 pm

    El Milagro de Chile - texto de Greg Palast - Extraído de su libro La mejor democracia que se puede comprar con dinero.

    septiembre de 2010 – publicado en el blog El camino de hierro

    Un extraordinario resumen de los verdaderos resultados del llamado "Milagro de Chile", crimen perpetrado por el fascista Pinochet junto con los llamados Chicago Boys, alumnos de Milton Friedman. El autor de este escrito es Greg Palast, quien fue también alumno de Milton Friedman.
    Dos Friedman, un Pinochet y el milagro fabuloso de Chile. Cuestionar el mito de la génesis de la globalización.

    Yo tengo una ventaja respecto de los fetichistas de la globalización como Thomas Friedman, señor «Lexus-y-olivo». Yo estuve presente al principio, en el momento de la concepción de la globalización, cuando el esperma de las excéntricas teorías económicas de Milton Friedman penetró el óvulo de la mente fecunda de Ronald Reagan, entonces gobernador de California. Fui testigo del nacimiento del thatcherismo antes de Thatcher (allá, en la Universidad de Chicago, a principios de la década de 1970, como único miembro americano de un grupo de élite conocido más adelante como «Chicago Boys»). El profesor Friedman (que no tiene ninguna relación con Thomas) fue el dios económico que caminó con nosotros, pronto merecedor del premio Nobel por sus extremistas teorías del laissez-faire. Otros académicos que consideraban a Friedman curioso, veían su fanatismo por el libre mercado como parte de su excentricidad. Pero los Chicago Boys creyeron y, a diferencia de otros estudiantes, tuvieron en sus manos una nación entera con la que experimentar, por cortesía de un golpe de Estado en Chile. La mayoría de los «Boys» eran latinoamericanos, una extraña colección de hombres con jerseys blancos de cuello alto y gafas de sol oscuras, recién salidos de la película Missing, y volverían a Chile para convertirlo en un laboratorio Friednamita. (… Con una peculiaridad: contrariamente a lo que ocurre en un ejercicio académico típico, quienes preguntaban «desaparecían».)

    Como a Campanilla y a la hada madrina de Cenicienta, al general Augusto Pinochet se le conoce por haber practicado buenos actos de magia. A Pinochet, en concreto, se le atribuye de forma universal el mérito del Milagro de Chile, el experimento salvajemente victorioso en libre mercado, libre comercio, privatización, desregulación y expansión económica libre de sindicatos diseñada por los Chicago Boys, cuyas semillas de laissez-faire se han diseminado desde Santiago a Surrey, de Valparaíso a Virginia.

    Puede que haya cierta inquietud con respecto a la sangre que mancha su carruaje, pero todos los «reformadores» neoliberales deben coincidir en que la revolución del libre mercado de la globalización tuvo su origen en el cañón de las pistolas de Pinochet. Sean cuales sean sus defectos, nos dicen, Pinochet fue el salvador de la economía de Chile y alumbró el futuro camino económico del mundo.

    En la fe de los Reaganitas y Thatcheritas, el Chile de Pinochet cumple una función cuasi religiosa. Provee la necesaria fábula del génesis, el sucedáneo Edén desde donde el dogma del laissez-faire puede expandirse de forma brillante y exitosa. Pero ¿qué pasa si la calabaza de Cenicienta no se convirtió realmente en un carruaje? ¿Qué ocurre si el Milagro de Chile es también otro cuento de hadas? Los fracasos comunes y mensurables del libre mercado económico –el hambre de Quito a Kirguizistán- se rechazan como males de transición a la economía de mercado. Pero estudios más atentos revelan que la proclama original del éxito, esto es, que el general Pinochet engendró un motor económico, es una de esas declaraciones (como la de que «estamos ganando la guerra al terror») cuya verdad reside completamente en su repetición.

    Chile puede reivindicar cierto éxito económico. Pero es obra del presidente Salvador Allende, quien salvo a su país, milagrosamente, una década después de que Pinochet lo matara.

    Éstos son los hechos. En 1973, año en que el general tomó el poder, la tasa de desempleo en Chile era del 4,3 por 100. En 1983, tras diez años de modernización de libre mercado, el desempleo alcanzó el 22 por 100. Los salarios reales descendieron un 40 por 100 bajo el gobierno militar. En 1970, el 20 por 100 de la población chilena vivía en la pobreza. Hacia el año en que el «presidente» Pinochet dejó el cargo, el número de indigentes se había duplicado hasta alcanzar el 40 por 100. Todo un milagro.

    Pinochet no destruyó la economía de Chile solo. Fueron necesarios nueve años de duro trabajo de las mentes más brillantes del mundo académico, el grupo de aprendices de Milton Friedman a quienes ya hemos mencionado: los Chicagos Boys. Bajo el hechizo de sus teorías, el general eliminó el salario mínimo, ilegalizó los derechos de negociación de los sindicatos, privatizó el sistema de pensiones, abolió todos los impuestos sobre la riqueza y los beneficios empresariales, recortó el empleo público, privatizó 212 empresas propiedad del estado y 66 bancos y administró un superávit fiscal. El general hizo marchar a su nación por el sendero «neoliberal» (libre mercado), y pronto Thatcher, Reagan, Bush, Clinton, el FMI y todo el planeta seguirían su ejemplo.

    Pero, ¿qué ocurrió realmente en Chile? Libre de las agotadas manos de la burocracia, los impuestos y las normas sindicales, el país dio un salto de gigante adelante… hacia la bancarrota. Después de nueve años de economía al estilo de Chicago, la industria chilena naufragó y murió. En 1982 y 1983, el PIB descendió un 19 por 100. Esto es una depresión. El experimento de libre mercado estaba kaput, los tubos de ensayo hechos añicos. La sangre y los cristales cubrían el suelo del laboratorio.

    Sin embargo, con un extraordinario descaro, los dementes científicos de Chicago declararon que aquello era un éxito.

    En Estados Unidos, el Departamento de Estado del presidente Ronald Reagan publicó un informe que concluía: «Chile es un manual de estudio de una gestión económica razonable». El mismo Milton Friedman acuñó la expresión «Milagro de Chile». El colega de Friedman, el economista Art Laffer, se jactó de que el Chile de Pinochet era un «caso ejemplar de lo que puede hacer la economía que incentivaba la oferta».

    Lo era, sin duda. Más exactamente, Chile era un caso ejemplar de desregulación desenfrenada. Los Chicago Boys convencieron a la junta de que la eliminación de las restricciones sobre los bancos del país les permitiría atraer capital extranjero para financiar la expansión industrial. (Una década más tarde, esta liberalización del mercado del capital se convertiría en la condición sine qua non de la globalización.) Siguiendo este consejo, Pinochet vendió los bancos del Estado (con un descuento del 40 por 100 con respecto al valor contable) y rápidamente cayeron en manos de dos imperios empresariales controlados por los especuladores Javier Vial y Manuel Cruzat. Desde sus bancos cautivos, Vial y Cruzat desviaron fondos para comprar a todos los productores (y entonces mejoraron estas empresas con préstamos de inversores extranjeros que anhelaban conseguir su parte de los regalos del Estado).

    Las reservas de los bancos se llenaron de títulos falsos de las empresas filiales.

    Pinochet dejó que fuera una buena época para los especuladores. Se le había convencido de que los gobiernos no deben estorbar la lógica del mercado. Hacia 1982, el negocio financiero piramidal de Chile llegó a su fin. Los grupos Vial y Cruzat dejaron de pagar. La industría cerró, las pensiones privadas dejaron de tener valor, la moneda se hundió. Los disturbios y las huelgas emprendidos por una población demasiado hambrienta y desesperada como para temer las balas obligó a Pinochet a invertir el rumbo y despedir a sus queridos experimentalistas de Chicago.

    De mala gana, el general restableció el salario mínimo y los derechos colectivos de negociación de los sindicatos. Pinochet, que previamente había diezmado las filas del gobierno, autorizó un programa para crear 500.000 puestos de trabajo. El equivalente en Estados Unidos sería que el gobierno pusiera en nómina a otros 20 millones de trabajadores. En otras palabras, Chile salió de la depresión gracias a los viejos y torpes remedio de Keynes (Franklin Roosevelt, diez; Ronald Reagan, cero). La junta restituyó incluso lo que hoy sigue siendo la única ley en Suramérica que limita la entrada de capital extranjero.

    Las tácticas tipo New Deal salvaron a Chile del Pánico de 1983, pero la recuperación y crecimiento a largo plazo del país es desde entonces el resultado de –tapen los oídos a los niños- unas buenas dosis de socialismo. Para salvar al sistema de pensiones del país, Pinochet nacionalizó los bancos y la industria a una escala inimaginada por el socialista Allende. El general expropió a su voluntad, ofreciendo modestas indemnizaciones o ninguna.

    Si bien la mayoría de estas empresas fueron finalmente reprivatizadas, el Estado mantuvo la propiedad de una industria: la del cobre.

    La experta en metalurgia de la Universidad de Montana, la Dra. Janet Finn, señala: «Es absurdo describir a un país como un milagro de la libre empresa cuando el motor de la economía sigue en manos del gobierno». (Y no precisamente en manos de cualquier gobierno. Una ley de Pinochet, aún en vigor, concede a los militares el 10 por 100 de los ingresos por cobre del Estado.) El cobre ha proporcionado entre el 30 y el 70 por 100 de los ingresos por exportaciones del país. Ésta es la moneda fuerte que ha construido el Chile actual, las ganancias de las minas confiscadas a Anaconda y Kennecott en 1973: el regalo póstumo de Allende a su país.

    La agricultura es el segundo motor del crecimiento económico de Chile. Éste es también un legado de los años de Allende. Según el profesor Arturo Vásquez, de la Universidad de Georgetown, la reforma agraria de Allende, esto es, la disolución de los estados feudales (que Pinochet no pudo invertir por completo), dio lugar a una nueva clase de labradores-propietarios productivos, además de operadores empresariales y cooperativos, que hoy producen una oleada de ganancias de exportaciones que rivalizan con el cobre. «Para que haya un milagro económico,» dice el Dr Vásquez, «quizá hace falta primero un gobierno socialista que lleve a cabo una reforma agraria.»

    Pues ahí lo tenemos. Keynes y Marx, no Milton Friedman, salvaron a Chile.

    En la otra mitad del globo un experimento económico alternativo estaba teniendo éxito silenciosamente y sin derramamientos de sangre. El Estado de Kerala en el sur de la India es el laboratorio de las teorías del desarrollo humano de Amartya Sen, ganador del premio Nobel de economía de 1998. Comprometido con la redistribución de los ingresos y los servicios sociales universales, Kerala construyó una economía basada en la educación pública intensiva. Considerado el estado con mayor índice de alfabetización del mundo, la moneda fuerte de Kerala es la exportación de asistencia técnica a las naciones del Golfo. Si ha oído hablar poco o nada de Sen y Kerala, quizá es porque plantearon un desafío incómodo al consenso del libre mercado.

    El año que Sen ganó el Nobel, el Grupo de los Cuatro de las finanzas internacionales (el Banco Mundial, el FMI, el Banco de Desarrollo Interamericano y el Banco de Pagos Internacionales) ofreció una línea de crédito de 41,5 mil millones de dólares a Brasil, que entonces se hundía en sus deudas. Pero antes de que las agencias entregaran al ahogado país un salvavidas, exigieron que Brasil se comprometiera a tragarse la medicina económica que casi mató a Chile. En este punto usted ya conoce la lista: privatizaciones a precio de saldo, mercados laborales flexibles (es decir, aniquilación de los sindicatos) y reducción del déficit por medio de recortes salvajes de los servicios del Estado y la seguridad social.

    En Sao Paulo, se asegura a la opinión pública que estas crueles medidas beneficiarán finalmente al brasileño medio. Lo que parece colonialismo financiero se vende como la panacea probada en Chile con resultados milagrosos.

    Pero este milagro era, en realidad, una trampa, un fraude, un cuento de hadas en el que nadie vivió feliz por siempre jamás.

    Manicomio

    Hace veinticinco años que me senté junto a Milton Friedman y los Chicago Boys mientras ellos diseñaban nuestro nuevo mundo. El curso que agrupó a los Chicago Boys, oficialmente llamado «Taller de Finanzas Latinoamericas», estaba dirigido por el profesor Arnold Harshberger; el de Friedman era «Taller monetario y bancario». Conseguí llegar a ambos (incluso entonces era un infiltrado, pues trabajaba para Frank Rosen y Eddie Sadlowski, los líderes del sindicato de los trabajadores del acero y la electricidad). Frank me dijo: «Cierra tu maldita boca, quítate esos infantiles botones Mao, ponte un traje y averigua qué están tramando estos tipos».

    No llamaría enano a Friedman, pero lo que se me ha grabado en la memoria es que sus pies no tocaban el suelo cuando estaba sentado en la elaborada silla desde la que presidía la clase.

    En esos años, Rodesia (actual Zimbabwe) era un tema de actualidad. El país estaba controlado por los blancos, el 5 por 100 de la población, que mantenía al otro 95 por 100 de los habitantes, negros, prácticamente en la esclavitud, sin esperanza y, naturalmente, sin derecho a voto. El profesor Friedman opinaba desde su elevada silla: «¿Por qué la gente está atacando a Rodesia, la única democracia de África?». Recuerdo, además, que en esa época el profesor viajaba en una limusina negra conducida por u coger negro.

    Así pues, mientras que a los demás estudiantes (los banqueros en ciernes y los que se preparaban para ser dictadores) se les caía la baba de admiración, yo informaba a los sindicatos: «Este Friedman es una marioneta enferma. Nadie va a comprar esta cháchara de libre mercado y laissez-faire egoísta a un chiflado ultraderechista».

    Hoy, sin embargo, dos décadas más adelante, Bush y Clinton y Putin y Wolfensohn abren sus bocas y por ellas sale Milton Friedman. Y a todos los sitios a donde voy, los tipos que dirigen el cotarro llevan sus camisas de fuerza doradas y sonríen y van a tientas y coinciden unos con otros. Y en lo único que puedo pensar es en algo que otro profesor mío, Allen Ginsberd, dijo una vez: El alma no debería morir impíamente en un manicomio armado.
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    Mensaje por esteban666 Miér Oct 12, 2011 10:14 pm

    Este "milagro economico" chileno es imitacion descarada del "milagro economico" brasilero enla epoca de la dictadura....
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    Mensaje por pedrocasca Vie Mar 22, 2013 8:15 pm

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