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En general, a la hora de realizar el análisis de la evolución de cualquier situación política, habría que partir de una caracterización de las fuerzas políticas que se base en el papel real que estén jugando en la lucha de clases, huyendo de la tentación de construir el análisis a partir de las “conclusiones lógicas” que se desprenderían del lugar que, comúnmente y por los medios, se asigna a las diferentes fuerzas en el clásico abanico entre la derecha y la izquierda.
Concretamente, en lo que se refiere al análisis de la situación política en el Estado español, y dentro del actual régimen parido en la Transición, ya desde hace muchos años tendría que haberse tenido en cuenta lo anterior para caracterizar muy especialmente al PSOE y al PP en tanto que partidos que han estado alternándose en el gobierno central. La caracterización de los partidos PP y PSOE que desde hace tanto tiempo necesitamos no ha de partir, pues, de prejuicios ideológicos sino que ha de realizarse en clave política. Esto implica tener en cuenta la relación de poder de estos partidos con las clases dominantes en su conjunto, es decir, teniendo en cuenta lo eficaz que a estas les resulten sus gobiernos; y también, la representación de intereses de grupos concretos de poder tanto españoles como a nivel internacional en competencia eventual entre ellos.
De momento, sólo así se habría estado (y se estaría ahora) en disposición de acertar mucho más en la previsión de la evolución de la realidad. Pero, sobre todo, nos habríamos colocado (y estaríamos ahora) en mejores condiciones para aprovechar las grietas que en el bloque dominante se abren y para contribuir a desactivar falsos ilusionismos acerca de alternativas supuestamente de más izquierda ante la “derechona de siempre”. ¡Cuánto beneficio ha reportado al conjunto de las clases dominantes que los Guerra y sus “descamisaos” inocularan tanta parálisis popular invocando el miedo a la derecha y a los espadones!, más allá de las recomposiciones y tiranteces internas que se hayan producido en el bloque dominante entre la derecha exfranquista y los (para buena parte de esta derecha) “advenedizos” del PSOE.
El presente texto sólo adelantará una serie de tesis y consideraciones sobre el asunto planteado a modo de proposición para que se afronte sobre el mismo un debate más profundo y preciso. Aclaremos también –por más que en algún momento pudiera parecer leyendo este escrito- que tampoco se trata ahora de entrar en una descripción pormenorizada de las diferentes legislaturas, sino de traer a colación momentos o fases que especialmente muestran las relaciones de los dos principales partidos con los diferentes factores de poder y que ayudan a ver cuál ha convenido más a la política estatal del momento; y cómo esa relación ha evolucionado en función de la situación general del sistema y del nivel político de la lucha de clases.
En cualquier caso, y en lo que más nos afecta para abordar nuestras tareas revolucionarias, lo que se desprende de lo que viene a continuación es la clara convicción de que el llamado centro-izquierda (el PSOE) junto con mucho de su reserva proveniente de IU y de las estructuras del llamado sindicalismo mayoritario se han constituido, por la vía de los hechos, en un factor necesario, interesado y, en definitiva, integrante del poder dominante, incluyendo en este las propias administraciones del estado. Y que, por tanto, la “Cumbre Social” que actualmente está animando esta reeditada Casa Común de la “izquierda institucional” (con una IU exigiendo un mayor protagonismo dado el descrédito acumulado del PSOE) no es sino la utilización de la degradación de “lo Social” para permanecer en “la Cumbre” a fin de sostener sus particulares tinglados de poder (a distintos niveles) que durante décadas han desarrollado. Una vez en “la Cumbre”, si hay que recortar “lo Social”, se recorta; pero, eso sí, jurando (o, mejor, prometiendo) que se hace por imperativo de la instancia de poder inmediatamente más alta. Como diría Bogart, siempre les quedará… Bruselas.
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Desde el punto de vista general de los grandes poderes económicos en España, el PSOE ha resultado mucho más eficaz que el PP a la hora de aplicar la política de desregularización laboral y de “liberalización” de la economía que, tras el período franquista, el capitalismo en este Estado requería para insertarse en la economía internacional y específicamente para la integración en el bloque imperialista de la UE. En el capítulo estrictamente laboral, basta realizar un recorrido por la historia de las reformas laborales para convencerse de lo que decimos. La reciente y brutal Reforma Laboral del PP es el epílogo de una cadena histórica de reformas laborales y de las pensiones que, comenzando en los Pactos de la Moncloa, ya degradó el marco de las relaciones laborales de tal manera que había logrado desestructurar a la clase obrera según los designios del gran capital. En esta continuada línea de agresión capitalista, el mayor protagonismo como “mercenario político” lo ha tenido el PSOE. Y ha contado con la colaboración necesaria de los “sindicatos mayoritarios” (CCOO y UGT), cuya pelea de años ha consistido en entrar, en las mejores condiciones y prebendas de poder, en el sistema de “concertación social” llamado a sustituir ese “anacronismo” de la lucha de clases que tanto inspiró las movilizaciones de los años de la Transición.[1]
La principal razón (aunque no sólo como veremos) para que el PSOE liderara esa política estatal a favor del conjunto de las clases dominantes era la falta de margen ideológico por su origen franquista de todo lo que luego ha culminado en el PP. Dicho origen invalidaba a toda esta derecha de cara a afrontar las protestas que surgieran entre la gran cantidad de trabajadores a los que había que reconvertir y someter a un nuevo marco de relaciones laborales; trabajadores que, desfavorablemente para los capitalistas y su estado, estaban muy movilizados desde los años de la Transición.
Asimismo, desde hace mucho, la política estatal española está enmarcada en la UE y esto ha significado una mayor confianza histórica en el PSOE que en la derecha ex-franquista por parte de los gobiernos imperialistas de Berlín. Al fin y al cabo estos apoyaron fuertemente al PSOE tras la muerte de Franco, por esa mencionada ligazón de la derecha precursora del PP al franquismo (del que había que salir), pero también por los nexos que dicha derecha tenía con los intereses de un imperialismo estadounidense que, desde el punto de vista estrictamente material, entraba en un declive relativo y que, en cualquier caso, no iba a sufragar las “ayudas” para (euro)modernizar el Estado español.
Para mejor entender esto, hay que tener en cuenta que en la pugna interimperialista en el mundo occidental los alemanes han tenido que hacerse de un “pedigrí democrático” que les diferenciara de un imperialismo yanqui asociado a las dictaduras y los golpes de estado. Esto les hacía ganar tiempo y credibilidad tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial y el estigma nazi. Sólo invocando la democracia y la distinción con respecto a los yanquis podía forjarse el gran fraude de la Unión Europea[2]. En el plano internacional, la engañifa de una “construcción europea” como modelo diferente de los desprestigiados EEUU ha venido a ser lo que en nuestro país ha supuesto el “trágala” del PSOE a los “dóberman” del PP. El cénit de esa operación histórica UE vs EEUU se alcanzó en la propia campaña por la Constitución Europea (2005)[3]. En lo que ahora nos interesa, esta farsa eurogermana ha implicado en las últimas décadas una apuesta estratégico-política precisamente por sucursales de “centroizquierda” en países como España e Italia; unas sucursales de “centroizquierda” integradas por equipos de políticos no tan ligados a los poderes más tradicionales y que pudieran estar en mejores condiciones de implementar políticas dictadas en Bruselas que inevitablemente también iba a afectar negativamente a buena parte del capitalismo nacional [4]. Tanto en Italia como en España, los defensores de ese capitalismo nacional que, de alguna manera, se opusieran a ceder cuotas de poder a los grandes capitales centroeuropeos -que utilizan las directivas europeas como pantalla para imponer su política imperialista- serían fácilmente desprestigiados por el perfil rancio, reaccionario o neoliberal pro-yanqui de sus líderes políticos. Berlusconi o Aznar no han sido sino dos especímenes especialmente representativos de lo que decimos.
En definitiva, no haber tenido en cuenta suficientemente las diferencias interimperialistas occidentales no ha permitido ver cómo estas se han trasladado “a las políticas internas de países -sobre todo, intermedios como España e Italia- a la hora de elegir una política determinada de alianzas u otra”. Y esto ha tenido consecuencias nefastas para analizar la evolución política tal como la línea revolucionaria necesitaba. Sin irnos demasiado lejos, la “falta de percepción [de las diferencias interimperialistas occidentales], por ejemplo, ha dificultado neutralizar los intentos gubernamentales de hacer pasar por izquierdistas y valientes orientaciones políticas como la retirada de tropas de Irak que, en realidad, han estado cubiertas por los deseos de Alemania y Francia. No en vano, la verdadera diferencia entre Zapatero y Aznar no estriba en si más o menos imperialismo, sino en qué política imperialista y, sobre todo, con quiénes llevarla a cabo”.[5]
Efectivamente, lo que se nos vendió como un coletazo heroico de izquierda por parte de Zapatero no dejó de estar en connivencia con la agenda internacional de Berlín y París. No puede entenderse dicha retirada por cuestiones de convicciones ideológicas de aquel. Ni siquiera se explica sólo por el interés de hacer concesiones a la galería. Entraba en sintonía con los intereses diplo-militares del núcleo central de la “construcción europea”, independientemente del color político de los gobiernos en Berlín y París. ¿Acaso no era de la derecha (eso sí, “civilizada”) aquel defensor del glamour francés, Dominique Villepin, que protagonizó en el Consejo de Seguridad de la ONU un “memorable” alegato antiintervención de Bush en Irak?
Antes hablábamos de la falta de margen del PP tras la Transición para pilotar eficazmente la política económica de los capitalistas en el marco estatal español. Pero ese límite en el interior de España ha tenido su correspondencia (aún mayor si cabe) a la hora de defender los intereses financieros y de las multinacionales “patrias” en América Latina. Sólo hay que reparar en que Aznar era bien recibido prácticamente sólo en Washington, en Miami y por las instancias oficiales (que no por su calle) de la Colombia de Álvaro Uribe. Y es que no podía ser un PP fácilmente identificable con los Reyes Católicos quien pudiera servir mejor diplomáticamente a los intereses expansionistas de las multinacionales de aquí ni actuar de interlocutor ante Bruselas.
Si a esto sumamos que tampoco iban a ser, desde luego, los herederos directos del Caudillo los que mejor aguantaran las tendencias centrífugas de vascos y catalanes (incluso de sus burguesías nacionales) ante la mínima crisis más o menos seria que afectara al Estado español, no es difícil comprender que hasta los mismos intereses de los Borbones, tanto económicos como de supervivencia política, hayan encontrado su mejor favorito en un PSOE que en un PP. Que el “impuesto por Franco” comprendiera rápidamente que no eran los herederos directos del dictador los que iban a mejor mantener atada y bien atada su voluntad es algo que ninguna familia dentro del PP ha digerido todavía del todo.
Ciertamente el Rey, aunque no lo parezca, siempre ha sabido pegar bien los pies... en la tierra. Tras el “viaje” de Suárez desde el Movimiento Nacional al centro (UCD), la Corona termina por ligar pragmáticamente mucho más su futuro al pilotaje político del PSOE que a la derecha capitaneada por Fraga. Y, desde luego, no puede decirse que fuera torpe su opción estratégica para ganar tiempo. La victoria de Felipe González en 1982 sella el fin fraudulento de la Transición (aunque es verdad que, en términos de lucha política de masas, el antes y el después lo marca el Tejerazo de febrero de 1981). El caso es que en un país que vivió una profunda politización en la calle –donde la ruptura con el franquismo se ligaba a la reivindicación de la república ahogada en sangre-, y tras una inestimable primera gran ayuda del carrillismo, habrá que esperar a la segunda legislatura de Aznar (la de su mayoría absoluta), en ocasión precisamente de la II Guerra de Irak, para que las calles se llenen de nuevo de banderas republicanas y a que el fantasma de “abril del 31” inquiete a S.M. Y fue con ese Aznar, que se quitó la careta centrista de la primera legislatura, cuando se reavivó el movimiento por la Memoria Histórica de los desaparecidos de la Guerra del 36; un movimiento que entonces contó con el farisaico y oportunista apoyo del PSOE que llegó a impulsar hasta comisiones parlamentarias de la mano de un tal Ramón Jáuregui, delegado de gobierno en la Comunidad Autónoma Vasca en tiempos de los GAL.
Nada descabellado afirmar, pues, que el Rey hacía tiempo que había comprendido que, por la(s) cuenta(s) que le convenía(n), más le valía apostar pragmáticamente durante un buen período de tiempo por los del puño y la rosa, toda vez que esta había dado muestras más que suficientes de su palidez sin retorno. ¡Y con qué premura! Efectivamente, de explicitar esta palidez sin retorno -incluso más allá de lo “necesario” para su momento- ya se encargaría un ambicioso y sin falta de escrúpulos Felipe González. Este, a sólo 4 años de la muerte de Franco, sorprendería hasta a la misma oligarquía en la escenificación -por aquellos congresos del 79 del PSOE- de hasta dónde podían llegar sus dotes de manipulación obligando al partido de Pablo Iglesias a prescindir de toda referencia al marxismo (no sin cierta humillación “doméstica”, que algunos dentro del PSOE consideraban caprichosa e innecesaria por aquel entonces; de hecho, González forzó un congreso extraordinario). Felipe González vino a culminar el proyecto suarista que necesitaba la Casa Real y que el propio Suárez no podía acabar. Ofrecía el plus de no tener que lidiar con peleas internas dentro de las “familias” franquistas y contar con mucho más aval europeo.
Es esta constatación de que ha habido un interés “centroizquierdista” de la Corona que viene de lejos lo que explica que las únicas conspiraciones antimonárquicas hayan procedido de los medios de una cierta derecha y de todos aquellos que veían taponado su acceso a más cuotas de control político-mediático por un bloque en torno al PSOE-Polanco-El País que contaba con avales tanto imperiales por arriba (UE) como imperiales hacia bajo (expansión por América Latina); un bloque que se jactaba de haber venido para pilotar la administración española “para rato”, parafraseando a Alfonso Guerra. Hasta el punto de que, a mediados de la década de los 90, los rivales de la terna mencionada tuvieron que poner patas arriba las propias instituciones del estado (caso GAL y la corrupción de los fondos reservados) para romper ese maleficio de “socialismo para rato”.
Esa operación de desestabilización dentro del mismo régimen heredado de la Transición (a la que la propia izquierda real –la de la calle- no podía oponerse por sus tintes antimonárquicos y su hartazgo también del “sociolistismo”) incluía una fuerte recomendación al PP, capitaneada por El Mundo editorial tras editorial, para que este partido se desprendiera de una imagen demasiado ligada al franquismo y, por tanto, limitadora de margen político. Esto implicaba quitar al mismísimo Aznar su estigma ultramontano y hacer olvidar sus pasados artículos de yugo y flecha en la prensa riojana. Es así como Aznar antes y durante la primera legislatura juraba querer regenerar España a golpe de referencias machadianas. Y se pavoneaba de hablar catalán con los nacionalistas catalanes, al tiempo que recordaba al PNV su ascendente vasco. Arzallus, entonces muy enfrentado a Felipe González, avalaba que al que ahora recordamos como un führercito era un hombre del todo accesible. Pero aquel primer gran basculamiento del PP hacia poses centristas duró lo que duró la mayoría simple. No en vano, las tendencias por centrar a Aznar eran contrarrestadas por otras dentro de la derecha que argumentaban que, tras la caída del Muro y el desprestigio de la “gobernanza de los pesoístas”, junto con unos cambios sociológicos en la población española (que accedía en parte a una mejora del nivel de vida de forma artificial por medio del crédito), estaban dadas las condiciones para banalizar al propio franquismo y hacerlo responsable de la “democracia que vivíamos” por haber impedido con tanta antelación la llegada a nuestro país de ese comunismo que acababa de ser “derrotado definitivamente”.
Sea por lo que fuere, había prisas por consolidar materialmente y sostener en el tiempo la recuperación del poder por parte de sectores exfranquistas que habían tenido que cederlo tanto al PSOE como a los nacionalismos periféricos. Y en clave internacional, Aznar no supo o no pudo complementar ese viaje centrista interno con un giro hacia los intereses del eje Berlín-París que, en realidad, eran los más determinantes materialmente para gobernar en el Estado español. Como es sabido, Aznar llevó al PP a apostar todo por los neoconservadores pro-sionistas estadounidenses, cuyo plan de “reordenación democrática” de Oriente Medio no era sino un intento de consolidar y aumentar la hegemonía de EEUU de cara incluso a los propios aliados y, por tanto, esa apuesta suponía un elemento de fractura en los planes euroalemanes. Aznar ligó el PP al bloque de intereses anglosajones dentro de la “construcción europea” (o lo que es lo mismo: de su “no” construcción). Que Aznar pudiera poner los pies encima de la mesa de su amigo Bush implicaba meter la pata en cada cumbre europea. La historia ya es conocida: la foto del trío de las Azores fue un completo fiasco y hasta el primer ministro portugués de entonces, Durao Barroso (futuro presidente de la comisión europea), terminó por querer lavar su currículum diciendo que había sido engañado en tanto que anfitrión.
En fin, que Irak no les salió a los Bush-Ramsfeld-Blair como esperaban y el margen de maniobra de Aznar y, con el de él, el de su partido, estaba gravemente comprometido. La calle de nuevo estaba movilizada, como hemos dicho antes, con miles de banderas tricolores que evocaban a Juan Carlos I la salida de su abuelo por la parte trasera del Palacio Real. Pero su favorito “centroizquierdista” y plenamente europeísta ya no contaba, desde luego, con el crédito de aquella lejana victoria felipista del 82 después de tantos años de engaños, fortunas amasadas desde la política, corrupciones, etc. Para colmo, en la propia “casa socialista”, ningún personaje de peso se había podido imponer a otro de mismo nivel y, como ya ha ocurrido otras veces en la Historia, habían pactado más provisionalmente que otra cosa una solución de compromiso que siempre pasa por encumbrar a un personaje mediocre. Efectivamente, Zapatero tenía poco margen para subir a los cielos. Pero en el contexto del agravamiento de la situación internacional, provocado por el horrendo crimen en Irak -que encima no podía taparse, como tantos otros crímenes imperialistas, con una victoria donde el país invadido diera vivas a las tropas liberadoras-, Aznar sí que tenía margen para descender aún más a los infiernos.
Y en eso llegó el 11M…
Los mismos que ya protagonizaran una primera conspiración antijuancarlista para desbancar al PSOE, ahora reavivaban sus críticas al monarca para deslegitimar la vuelta de los “socialistas”. No se trata aquí de avalar ninguna teoría conspirativa, pero sí que podemos afirmar que no sólo los pesoístas, sino poderes por encima, aprovecharon el 11M para quitarse de enmedio un cartucho en el que nunca habían confiado del todo (en su eficacia a largo plazo) y que, en cualquier caso, ya no daba más de sí.
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El estallido de la crisis del sistema capitalista en 2007 en el centro del “mundo desarrollado”, con especial incidencia en la periferia de la UE, marcará necesariamente en países como el nuestro un cambio de período en la relación interna entre los diferentes factores de poder y el sistema político de gobernación. Y es que, con esa crisis sistémica internacional, entra también en crisis la política de la UE que ha estado permitiendo, en el fondo (y nunca mejor dicho), en el Estado español el sistema de concertación político-sindical que más le convenía durante muchos años. En definitiva, la crisis es tan profunda que no podía dejar de afectar a la propia base que durante décadas había mantenido el régimen de la Transición.
Los “recortes” impuestos desde Bruselas desvelan la verdadera catadura de la política imperialista de Berlín, que hace pasar a principal la utilización del mecanismo de la deuda para sortear una crisis que, como decimos, es sistémica. Y, en suma, obliga a adoptar descaradamente esa política “neoliberal”, que se decía que era propia del modelo anglosajón, quedando profundamente comprometido el modelo social europeo o “estado del bienestar”, cuyo principal valedor era el PSOE y los sindicatos oficialistas. Dicho sea de paso, un modelo muy raquítico, que en la práctica no entraba en contradicción con un marco de relaciones laborales que, como hemos indicado al principio, se estaba degradando desde los Pactos de la Moncloa y que, tal como también hemos señalado, una parte de la población sorteaba con un acceso relativamente fácil al crédito que elevaba artificialmente su nivel de vida. En cualquier caso, que la UE no estuviera dispuesta a financiar más ese “modelo” no podía de dejar de afectar profundamente al juego de alianzas político-económicas establecido durante décadas.
En lo que respecta al PSOE, la subida de Felipe González se había hecho en un momento de crisis económica bastante específica del Estado español, que se achacaba al pasado derechista que había aislado al país de la “modernidad europea” y donde, por tanto, la UE y todo lo europeo se veía como tabla salvadora. En aquel entonces, prácticamente la totalidad del margen político estaba del lado del PSOE para aplicar la política capitalista de sus padrinos centroeuropeos. Por lo tanto, nada que ver con la situación que finalmente le va a estallar a Zapatero.
Este se encuentra, en realidad, más atado que Rajoy para liderar esos planes de agresión social que las clases dominantes tanto estatal como internacional reclaman. Por lo demás, y como venimos apuntado, desde el punto de vista sociológico-electoral, una parte de esa “clase media” artificialmente creada a golpe de crédito ya no se vincula ideológicamente igual con el PSOE y el PP en comparación con los años 70-80 y es receptiva del discurso pragmático que mantiene que los “socialistas” son los capitanes de la corrupción, del despilfarro público, etc. Lo cual no sólo le dará un margen relativo mayor al PP sino que facilitará durante un primer momento los ataques a “lo público” donde, en definitiva, se han creado intereses corporativistas de buena parte de los aparatos del PSOE y de los sindicatos en las últimas décadas (un claro ejemplo de ello lo tenemos en la Junta de Andalucía, como muestran los casos de los ERE).
En correspondencia, la reciente subida del PP se hace, pues, en circunstancias de margen de maniobra al interior del bloque dominante bien diferentes. Desde el punto de vista material, a la política impuesta por Bruselas y Berlín ahora le sobra más todo lo que rodea al PSOE y sus aledaños que Rajoy, máxime cuando a este no se le ocurre emular a Aznar yendo de submarino anglosajón aunque sea como arma negociadora en las cumbres europeas. El sector de Rajoy dentro del PP hace valer su triple apuesta para postularse como la mejor candidatura gubernamental del momento: a) hacer saltar por los aires la “concertación social” de la Transición, golpeando a las propias estructuras sindicales oficialistas, lo que actualmente es una petición urgente tanto de los poderes económicos domésticos como de la propia UE; b) iniciar un claro basculamiento a los intereses euroalemanes que, en definitiva, son los que dictan la política estatal; y c) no cometer el error de cubrir su política de agresión social y de represión con un discurso ideológico ultramontano tipo Aznar.
Sin embargo la brutalidad de la política llevada por Rajoy cercena en poco tiempo ese margen de gobernabilidad, ya no sólo porque entra en choque con una amplísima mayoría social (incluyendo a mucha gente que le había votado), sino al interior de sus propias filas (su apuesta no podía dejar de producir perdedores de alto nivel en el propio PP) y, por supuesto, en la “izquierda” político-sindical del sistema. El gobierno, consciente de que los plazos de “gracia” se acortan y de que aquí nadie sabe lo que va a pasar dentro de unos meses, se ve presionado incluso entre sus aliados dentro del PP por tomar el máximo de poder económico y de control dentro del conjunto de las administraciones del estado, que aseguren una base material amplia, independiente de como los acontecimientos políticos se desarrollen. El caso es que el pinchazo en Andalucía, a pocos meses de la mayoría absoluta a nivel estatal, y la subida de los nacionalismos en Euskadi y Cataluña, junto con la creciente movilización social, ponen en muy poco tiempo de nuevo sobre el tapete la idoneidad del propio PP (en solitario) a favor de las clases dominantes para superar las crisis político-sociales.
Las movilizaciones sociales, la (contra)reforma laboral, los suicidios por desahucio, la brutal represión policial que comienza a cobrar tintes de masas, no sólo hacen que la calles se llenen, sino que prenda en ellas el discurso de la amenaza de la derecha. Al tiempo, el PSOE trata de retomar con la Cumbre Social un crédito que, por sí solo, no podía. Sabedor, por experiencia, del amor por lo pragmático-institucional-material que reina en IU y en CCOO y UGT, cede a estos sin grandes preocupaciones buena parte del protagonismo en el discurso antipepista que, evidentemente, Rubalcaba no estaba en condiciones de realizar a solas. De paso, así se compromete menos en caso de que el “centroizquierda” vuelva a tener responsabilidades en la dirección de la política estatal. Conscientes de que el margen de maniobra de todas las políticas gubernamentales que sigan los dictados de la UE es cada vez menor (ver Grecia y hasta la misma Francia), los intereses de aparato del PSOE ven la posibilidad real de exigir, al menos, una recomposición de las cuotas de poder para gestionar la política del gran capital, aunque no estén al mando directo del gobierno (como ha sucedido en Italia con los gabinetes tipo Monti).
Si en el plano estatal se crean de nuevo condiciones oportunas para hacer resurgir el miedo a la derecha heredera del franquismo, qué decir de las oportunidades de oro que, en este sentido, se ofrecen a los nacionalismos históricos. Ahí tenemos el caso, por ejemplo, del nacionalismo burgués en Cataluña que, siendo de los primeros en aplicar brutales recortes sociales, se cubre con el discurso de que hay una conspiración anticatalana de la “España de siempre” para ganar tiempo y pagar el menor coste social por una política de agresión social que cualquier burguesía “europeísta” tendría que hacer.
Las cosas se le complican aún más a Rajoy porque a este estrechamiento del margen de gobernalidad del PP de cara al exterior se le suma las actuaciones “desleales” en el interior de su partido por parte de los sectores que han tenido que pasar a un segundo plano (pensemos en toda la “baronía” en torno a Esperanza Aguirre). La forma que estos sectores tienen de sembrar cizaña dentro del PP es precisamente haciendo todo lo posible por dificultar la citada apuesta de Rajoy. Así, reivindican sin complejos un lenguaje belicoso ultraliberal que, actualmente ya no tiene mucho recorrido a la hora de engañar a las masas, y renuevan la querencia pro-norteamericana de Aznar. Por lo demás, pretenden “tirar por su cuenta” en lo que a negocios se refiere (Eurovegas, por ejemplo), una vez que es evidente que la línea Cospedal pretende marginarles del reparto del pastel de poder dentro del control de las administraciones autonómicas.
El caso es que la mayoría absoluta de Rajoy ya no cuenta con el mismo “crédito político” dentro del bloque dominante ni con las mismas artimañas demagógicas para prevenir y controlar la movilización social sin tener que echar mano de la pura represión. Sólo hacía falta torpedear el discurso pepista sobre que la corrupción era consustancial (y exclusiva) a los gobiernos socialistas que ciertamente hacía mella en una parte de la sociedad. Paradójicamente la señal de partida para ese torpedazo la dará el mismo gobierno Rajoy promoviendo la acusación de corrupción contra el gobierno nacionalista catalán como forma de compensar sus amenazas centrífugas y rebajar el discurso de que los recortes son solo responsabilidad de Madrid.
Lo que finalmente va a ocurrir es que se abre de manera descontrolada la “caja de Pandora” de las acusaciones de corrupción como única forma de (re)negociar las cuotas de poder a varias bandas al interior del bloque dominante. Y ello, independientemente de que abrir de nuevo esta veda juega en contra del sistema en su conjunto, pero precisamente uno de los síntomas de las profundas crisis sistémicas es que los “de arriba” ya no pueden gobernar como antes.
Para no alargarnos mucho ahora en el tratamiento específico de los casos de corrupción, limitémonos a señalar que detrás del “caso Bárcenas” hay una extraña confluencia de interés en haberlo sacado entre el ala “neoliberal” de Esperanza Aguirre y todo el tinglado de la “izquierda” institucional del sistema, que explicaría la coincidencia en comenzar a destaparlo entre El Mundo y El País. La cosa se enrevesa aún más cuando a una parte del PP no se le ocurre otra mejor manera de contraatacar, para disminuir el peso mediático relativo de su caso Bárcenas, que alimentar (televisión pública incluida) nada menos que el destape de las miserias de la misma Casa Real aprovechando el caso Nóos de Urdangarín. Lo cual, como ya hemos dicho anteriormente, no es algo que suscite excesivos remilgos en el seno de un PP al que tanto han hecho sufrir las preferencias políticas de la monarquía. Y es ahí que vemos la imagen patética de Rubalcaba, como mejor valedor de SSMM, presionado desesperadamente desde las alturas para que entre pronto en una negociación “mafiosa” sobre cómo salir de esta nueva etapa de utilización cruzada de los casos de corrupción en las luchas intestinas de poder. [6]
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A lo largo de más de dos décadas el aparato del PSOE ha protagonizado una integración en toda la regla en la burguesía y en la política estatal al servicio del capitalismo nacional e internacional. Y lo ha hecho a diferentes niveles, desde la integración personal de sus instancias más elevadas en los grupos de poder, amasando grandes fortunas, hasta la integración “funcionarial” de sus cuadros intermedios en las administraciones estatales mediante formidables sueldos. Por no hablar de los grupos específicos de poder tipo Polanco-El País, que han integrado el capitalismo nacional con proyección incluso exterior, sobre todo, en América Latina. Como hemos visto anteriormente, esta subida se hacía en detrimento de otros sectores provenientes del franquismo, y estos nuevos grupos se sentían fuertes porque su subida era avalada por la política imperialista de Berlín, una vez que se dejó bien claro desde el PSOE que no habría veleidades allendistas cuando se alcanzara el gobierno. La coartada ideológica era la “defensa del estado del bienestar” que venía bien, a su vez, a la farsa centroeuropea para cubrir la construcción imperialista bajo el paraguas de la UE como un modelo distinto al capitalismo agresivo e imperialista anglosajón.
En términos de clase y de sectores sociales, se da la paradoja de que los herederos del franquismo al comienzo de la Transición estaban más atados socialmente que el PSOE para acometer las grandes “reformas” que la “construcción europea” exigía. Dos son las grandes políticas de reconversión que se inician en los 80. La conocida reconversión industrial (Sagunto, Astilleros, etc.) y la que afectaría a muchísimos pequeños y hasta medianos propietarios tanto agrícolas como de negocios de la distribución de “proximidad” para el consumo de la gran población. Pues bien, los trabajadores que sufrieron las brutales reconversiones felipistas no iban a dar su voto a la derecha franquista, máxime en los coletazos que aún resonaban de la fuerte movilización de la Transición. Todavía entonces, aquellos ataques a la base obrero-industrial eran respondidos con un “aquí no ha cambiado nada” y no con un “lo de antes era mejor”. El PSOE perdía credibilidad pero la derecha franquista no la ganaba aún. Por su parte, mucho de lo que provenía del PCE estaba inutilizado para aprovechar el descontento por la izquierda, pues internamente estaba infectado por oportunismos cruzados que aspiraban también a la integración institucional en la “democracia restablecida”, cuando no esperaban el mejor momento para responder a los pragmáticos llamamientos que desde el PSOE se les realizaba para acogerse a la “Casa Común de la izquierda”. De ahí que muchos trabajadores atacados por la política felipista a la que habían votado en el 82 optaran por la abstención.
Cosa distinta ocurría con esos sectores de la pequeña (y hasta minúscula) burguesía y de la mediana que eran afectados por las políticas de cuotas de producción de Bruselas o por el desembarco de las grandes superficies de distribución (en buena parte, francesas). Estos sectores, ya conservadores de por sí, no iban a suponer una pérdida para el PSOE y además la política de la UE exigía no hacerle ninguna concesión. Por tanto, aunque parezca paradójico, el PSOE suponía menos “compromiso social” para la política de Bruselas que el propio PP. Lo perverso era que los ataques a estos sectores ideológicamente conservadores (que son los que en la vida cotidiana nos cruzamos más) venían bien para alimentar la demagogia “centroizquierdista” puesta al servicio de los grandes capitales y terratenientes. Una demagogia anticonservadora que se realimentaba con operaciones como la expropiación de Rumasa o reformas fiscales realmente regresivas que se cubrían mediáticamente con una campaña para “meterle mano” a esos personajes rancios que, por ejemplo, anualmente habían protagonizado las galas de navidad en homenaje a Carmen Polo de Franco. Recordemos lo “progre” que resultaba entonces poner en la picota…a Lola Flores.
En paralelo, la llegada de las inversiones europeas y de sus fondos y “ayudas” iban contribuyendo a crear esa estructura de intermediadores socio-sindicales que terminan por integrar a estos en la política estatal, y que su máximo interés era vivir de las prebendas que suponían gestionar lo público y asegurar la paz social. Al tiempo que se producía un reblandecimiento ideológico y político en la misma clase obrera –dopado además por la caída del Muro-, la “modernización europea” de España iba surtiendo de un apoyo al PSOE entre sectores de trabajadores de la administración pública (sobre todo, de la Educación) y, en un principio también, hasta en muchos de los empleados del sector de servicios. Pero los estallidos de los casos de corrupción y los males endémicos de la economía española en lo que se refiere al mercado laboral hicieron que en una parte de estos sectores avanzara el discurso neoliberal contra lo público, y bascularan a un PP que ya no identificaban tan claramente con el franquismo sino con una moderna derecha que, en definitiva, había “ganado la batalla ideológica al socialismo”.
Si bien ahora el PP ha accedido al gobierno más libre de compromisos con todo ese mundo de la militancia de “izquierda” y sindical -que en buena parte ha sido colocado por el PSOE en la administración, sobre todo, autonómica- resulta que en muy poco tiempo ha atacado a muchos sectores de su base electoral conservadora ideológicamente. Entre estos, el estallido de los casos de corrupción en el seno del PP y las generosas “ayudas” a la banca no pueden por menos que contribuir a que dejen de identificar la corrupción con todo lo que huela a socialista y público.
Finalmente, hay que reconocer que la actual profundidad de la crisis sistémica -al afectar por primera vez de forma tan brutal a una parte del sector público que se creía depositaria de un empleo indefinido y en aceptables condiciones laborales- hace que estos trabajadores (de la Educación, entre otros) bajen a la calle a protestar contra su precarización y realimenta el discurso de la Cumbre Social de que la derecha es la responsable. Obvian que la política del “centroizquierda” –tal como se ve en Grecia y hasta en Francia- será la misma en tanto en cuanto siga los dictados de la troika. En cualquier caso, difícilmente muchísimos trabajadores se sentirán especialmente llamados de manera espontánea a engrosar estas nuevas mareas movilizadoras, pues vienen siendo víctimas de un marco de relaciones laborales donde el PSOE ha sido más responsable que el PP.
De momento, acabemos señalando que el desprestigio evidente de los dos partidos y de la política en general provoca un eventual caldo de cultivo para el desarrollo de movimientos de extrema derecha “patrioteros” que cubren su discurso con una indignación social y hasta anticapitalista, y que pretenden introducirse entre los grandes sectores marginados laboral y socialmente. Más allá de que no constituyan actualmente una herramienta de gobierno para el gran capital, sirven a este en la medida en que dificultan y sabotean la necesaria unidad de clase y social e internacionalista no sólo al interior del Estado español entre sus naciones, sino con respecto a los trabajadores inmigrantes. Al tiempo, esos movimientos son los que, en caso de agudización del enfrentamiento de clase, complementan con su trabajo sucio la represión de los aparatos del estado. Por su lado, los sectores que han vivido en el señuelo del “estado del bienestar”, y que de momento alimentan la vuelta de este bajo la Cumbre Social, al no resolver nada porque finalmente se ponen al servicio del PSOE (como ha ocurrido en Andalucía), dejan aún más amplio el margen de penetración de movimientos demagógicos de extrema derecha.
En la gravísima situación social que vivimos, con una crisis sistémica que hace que incluso los de arriba no tengan la misma capacidad de control de los tiempos como antes, y con un sistema de “concertación social” cuyas propias bases materiales entran en crisis tal como se ha estado indicando, la clave evidentemente estriba en la no existencia de una fuerza revolucionaria con proyección de masas. Una fuerza revolucionaria, que restrinja el margen de gobernabilidad de todos ellos, de ese conjunto de elementos político-sindicales cuya misión histórica en la lucha de clases ha sido dilapidar durante décadas el caudal político de masas de los años de la Transición. Precisamente un caudal, este, que tanto se echa en falta en la actualidad para orientar claramente la lucha en la calle hacia una profunda ruptura, no sólo con el régimen político heredado del franquismo sino con el sistema capitalista e imperialista al que sirve. Tampoco es tan mala noticia que buena parte de lo que necesitamos, en términos de movilización política de alto nivel, ya hayamos sido capaces de darlo.
[1] Para mayor información acerca de la historia de las reformas laborales previa a la última del PP, consultar “1977-2006: Treinta años de reformas laborales” de Óscar Gómez Mera (http://old.kaosenlared.net/noticia/1977-2006-treinta-anos-reformas-laborales).
[2] Próximamente se reeditará el artículo “Y que los de abajo nos enteremos”, escrito por Vicente Sarasa en 2006, donde se trata este asunto de las contradicciones interimperialistas en el seno mismo de los “aliados occidentales”. Previamente ya se había tocado el tema en el artículo “Acerca del carácter imperialista de la construcción europea (una contribución al debate tras el NO en Francia a la Constitución)”, escrito (por el mismo autor) en julio de 2005 y publicado en EEUU y Francia.
[3] En 2005... Es decir, dos años antes del estallido (oficial) de la crisis en el centro mismo del sistema. Una crisis que ha terminado por quitar muchas caretas y que nos brindó escenas donde los ultra-neoliberales Bush y Blair tomaban medidas proteccionistas, que tanto criticaban, al tiempo que el núcleo central de la UE -tan defensor del “modelo social europeo”- obligaba a los gobiernos periféricos a tomar “a cara de perro” brutales medidas ultraliberalizadoras al no tener todavía la misma capacidad de control sobre dichas economías periféricas ni la posibilidad de exportar la crisis como aún cuentan los EEUU.
[4] Por cierto, que habrá que tratar cómo la política dictada por Alemania para los rescates (ya financieros, ya estatales) se traduce en una reestructuración específica brutal en el mismo seno del sector bancario y de las cajas de ahorro. Y cómo afecta a la propia suerte de los partidos políticos, dada precisamente la relación de estos con las cajas.
[5] Extraído de “Y que los de abajo nos enteremos”. Ver nota 2.
[6] En el artículo “Caso Bárcenas: su utilización (de todos ellos) y la nuestra” (consultar en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] ) ya se señalaba que “una vez que se han destapado estos casos, [hay que] estar atentos a que no se cierren a la manera en que los cierran los mafiosos”. Sobre este asunto, ver también la declaración de Red Roja ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] “La corrupción se llama capitalismo. ¡Que se vayan todos!”