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Algo está ocurriendo en Europa. Una crisis que va más allá de la económica: una crisis de soberanía. Una trama profunda, oculta, que se puede intentar explicar de muchos modos, pero que no es prudente dejar que se disuelva mientras la atención general se concentra en los personajes equivocados.
Los intereses de los mercados financieros, con los que nos machacan día tras día, no son más que la punta de un gran iceberg. Los medios de comunicación nos explican que estamos siendo controlados por un trío de hierro compuesto por el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Y se nos dice que, por nuestro propio bien, tenemos que realizar una serie de reformas indispensables. Además, la falta de credibilidad que emerge de los países europeos ha llevado a que dos gobiernos cedieran su soberanía en apenas unos días. Papandreu y Berlusconi han dimitido cuando eso era lo único que no rondaba sus ajetreadas cabezas.
¿Por qué? Porque en Europa hemos empezado a creernos ese increíble principio que dice que la política no es capaz de llevar a cabo las tan impopulares medidas que se reclama el trío de hierro por miedo a perder el consenso electoral, por lo cual sería necesario confiar estas reformas a un gobierno alternativo, el así llamado gobierno técnico, preferiblemente bajo la dirección de un podestá extranjero.
¿Qué significa esto? En Italia o Grecia, los representantes del pueblo, democráticamente elegidos, no están en grado de introducir las medidas impuestas porque los ciudadanos las rechazan, es decir, porque no representan la expresión de la voluntad popular. Sin embargo, se nos ha hecho creer que, a pesar del rechazo frontal de la ciudadanía, hay medidas que se tienen que aplicar cueste lo que cueste, a pesar de la voluntad popular. En otras palabras, mantienen que si la clase política no está en grado de hacerse cargo de estas impopulares medidas, deberá ser otro quien lo haga. Una voluntad invisible que toma las decisiones pasando por encima de la democracia existente. Una especie de oligarquía en la sombra o, mejor dicho, una sinarquía.
Cuando Grecia, no hace muchos días, tentó a su suerte anunciando un referéndum sobre las medidas de austeridad impuestas, el sistema bancario internacional reaccionó amenazando al país con no condonar el 50% de su deuda. Tras esta decisión, Papandreu fue convocado a una reunión preliminar del G-20, donde fue obligado a retirar la propuesta de referendo.
En esa misma reunión, también estaba presente Silvio Berlusconi, presidente del Consejo italiano. Después de estas premisas, es, cuanto menos intrigante, que ambos gobiernos cayeran apenas unos días después de esta reunión urgente. Todavía más preocupante si se toman en consideración los puntos en común de las alternativas ofrecidas para reemplazar a ambos ejecutivos: dos gobiernos técnicos guiados por hombres externos al mecanismo del consenso popular, es decir, dos podestá extranjeros, de los que hablaré más adelante.
Las amenazas de Merkel y Sarkozy
Después de que Papandreu anunciara su deseo de convocar un referéndum para que el pueblo griego decidiera sobre las medidas a tomar, Angela Merkel, presidenta de Alemania, y Nicolas Sarkozy, primer ministro francés, desenterraron viejos y preocupantes fantasmas olvidados.
Ante la grave situación que vive el euro, Merkel no se mordió la lengua: “Si cae el euro, Europa cae. Y si Europa cae, nadie podrá garantizar otros cincuenta años de paz”. Sarkozy tampoco se quedó corto. Reconoció que la entrada de Grecia en el euro fue un error, y amenazó diciendo que quien asuma la responsabilidad de hacer caer el euro, asumirá la responsabilidad de volver a encender la llama de los conflictos en Europa.
Estas fuertes presiones son las que culminan con la dimisión de ambos gobiernos. Dos gobiernos que, como decía, no tenían intención alguna de dimitir. De hecho, Papandreu había convocado un reférendum, claro ejemplo de que la dimisión no pasaba por su cabeza. Asimismo, Berlusconi había declarado en más de una ocasión que su objetivo era seguir al frente de Italia hasta 2013 o, al menos, la primavera de 2012.
En conclusión, se les obliga a dimitir y, en su lugar, se coloca a dos gobiernos técnicos con líderes decididos de antemano. El de Grecia se llama Lucas Demetrios Papademos y el de Italia, Mario Monti.
Pero, ¿quién son estos señores?
Ambos tienen una formación consolidada en el extranjero, concretamente, en Estados Unidos. Mario Monti se licenció en la Universidad de Bolonia, pero se especializó en la Universidad de Yale. Por su parte, Papademos se licenció en Física e Ingeniería en el Messachussetts Institute of Technology, donde obtuvo también un máster en Economía. Tras esto, enseñó en la Universidad de Columbia de 1975 a 1984, donde coincide con el señor Zbigniew Brzezinski.
De origen polaco, politólogo y geoestratega, Brzezinski ocupó poco después de aquel primer encuentro con Papademos un puesto extremadamente importante en el gobierno de Jimmy Carter: de 1977 a 1981 estuvo en el Consejo de Seguridad Nacional americano, influyendo con sus análisis estratégicos en las relaciones que los Estados Unidos tendrían en todos los procesos de transformación política más delicados de nuestra historia reciente, desde la invasión soviética de Afganistán a la guerra fría, pasando por la conversión de Irán de aliado de los Estados Unidos a enemigo jurado. No olvidéis este nombre: Brzezinski, porque pronto volveré a él.
Mientras tanto, las carreras de Monti y Papademos siguieron por buen camino. El primero se convierte en rector y, más tarde, en presidente de la Universidad Bocconi de Milán. Asimismo, desde 2005 es International Advisor (consejero internacional) para Goldman Sachs, uno de los grupos de inversión más grandes del mundo y presidente del think tank Bruegel, financiado por 16 estados y 28 multinacionales con el fin de influenciar desde el ámbito privado en las políticas económicas comunitarias. Además, en 2010, Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, le encarga un libro blanco sobre el futuro del mercado único.
Por otro lado, el griego, en 1980 se convierte en economista sénior del Banco de la Reserva Federal de Boston (Federal Reserve Bank) y más tarde del Banco de Grecia, del cual asume el cargo de Gobernador. Después, fue nombrado vicepresidente del Banco Central Europeo, por lo que fue el propio Papademos el encargado de dirigir desde Atenas la transición del dracma al euro. Curioso que, tras haberse demostrado que Grecia falseó cifras para poder acceder a la moneda única, sea Papademos la persona más acertada para remediar los daños que, según parece, él mismo contribuyó a producir.
Pero es aquí donde entra en juego Zbiegniew Brzezinski. Este polaco fue la persona elegida por el prestigioso banquero estadounidense David Rockefeller en 1973 para crear y desarrollar un nuevo grupo de trabajo: laComisión Trilateral. Esta comisión nace con la intención declarada de desarrollar las relaciones entre Estados Unidos, Europa y Japón. Es una organización privada, apolítica, donde sustancialmente se discuten las mejores políticas para facilitar las relaciones de interdependencia recíproca, culturales y, por qué no, de negocios. Un lugar de encuentro donde los más fuertes puedan discutir de aquello que es beneficioso para el mundo sin perderse en la lentitud impuesta por los parlamentos y por las burocracias diplomáticas. Un club. Un club con tres cargos fundamentales que representan a Norteamérica, Japón y Europa, esta última, casualmente, representada por el propio Mario Monti.
Pero, ¿y el griego? Resulta ciertamente significativo que entre los miembros de la Comisión Trilateral figure también desde 1998 Lucas Papademos, en virtud de las relaciones que desarrolló con Brzezinski en los años en que enseñaban en la Columbia University.
Ciertamente, si la idea que la Comisión Trilateral tiene de la democracia deriva de aquella de sus fundadores, tenemos que empezar a preocuparnos. En el St. Petersburg Times del 2 de agosto de 1974, Brzezinski publica las conclusiones de un informe titulado de forma muy explicativa: “The crisis of de democracy” (La crisis de la democracia). El informe evidencia como en los Estados Unidos, la eficiencia de la Casa Blanca fue invalidada por un exceso de democracia y como, desde los años 60, los gobiernos de la Europa del este fueron literalmente derrotados por la excesiva participación ciudadana y por las múltiples peticiones que la farragosa burocracia no era capaz de digerir, dotando de total ingobernabilidad a los sistemas políticos.
Parece que muchos de los miembros de la Comisión Trilateral, que tenían un papel relevante en la administración Carter, fueron altamente influenciados por el informe de Brzezinski.
Conclusiones
Por tanto, tenemos dos gobiernos que están cediendo simultáneamente su soberanía ante las presiones internacionales. Y tenemos dos podestá extranjeros, estrechamente ligados al mundo de las finanzas, de los mercados, de la banca y, asimismo, miembros de la opaca Comisión Trilateral de Rockefeller. Ambos, en primera línea para sustituir a los dos gobiernos democráticamente elegidos para tomar decisiones claramente impopulares. Es decir, por definición, contrarias a la voluntad popular.
Pero, como si esta hemorragia de representación democrática no fuera suficiente, otro grupo de trabajo supranacional fundado sobre el secreto de sus propias resoluciones, el hermético y privilegiado grupo Bilderberg, en su última reunión exclusiva celebrada en junio de este año en St. Moritz acogió entre sus invitados al mismísimo Mario Monti. Pero no fue el único, pues también participaron en esta reunión secreta y casi ilegal, donde no se admite a la prensa y solo se puede acceder con exclusiva invitación, Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea; Juan Luis Cebrián, CEO de PRISA; María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular; Bernardino León, secretario general de la Presidencia del Gobierno; Doña Sofía, Reina de España y Juan María Nin, presidente y CEO de La Caixa, entre otro centenar de personalidades procedentes principalmente de Estados Unidos y Europa.
De lo que se habla en esas reuniones, no sabemos nada. No hay democracia sin transparencia. Lo que actualmente existe y, sobre todo, lo que se ha impuesto a Italia y Grecia, es de todo menos democracia. La supresión de nuestro derecho de representación ha sucumbido ante la toma de decisiones a puerta cerrada, en sedes donde se tutelan intereses privados, donde una élite restringida decide la suerte de pueblos enteros sin que a éstos se les garantice una clara percepción de las cosas.
La soberanía popular ha muerto. En este momento es un concepto quimérico que está cediendo el paso a una sinarquía de hecho, es decir, a un gobierno sombra, que, aunque en términos de real politik siempre ha existido, se está convirtiendo en dominante hasta el punto de que sus efectos empiezan a ser más que evidentes.
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Algo está ocurriendo en Europa. Una crisis que va más allá de la económica: una crisis de soberanía. Una trama profunda, oculta, que se puede intentar explicar de muchos modos, pero que no es prudente dejar que se disuelva mientras la atención general se concentra en los personajes equivocados.
Los intereses de los mercados financieros, con los que nos machacan día tras día, no son más que la punta de un gran iceberg. Los medios de comunicación nos explican que estamos siendo controlados por un trío de hierro compuesto por el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Y se nos dice que, por nuestro propio bien, tenemos que realizar una serie de reformas indispensables. Además, la falta de credibilidad que emerge de los países europeos ha llevado a que dos gobiernos cedieran su soberanía en apenas unos días. Papandreu y Berlusconi han dimitido cuando eso era lo único que no rondaba sus ajetreadas cabezas.
¿Por qué? Porque en Europa hemos empezado a creernos ese increíble principio que dice que la política no es capaz de llevar a cabo las tan impopulares medidas que se reclama el trío de hierro por miedo a perder el consenso electoral, por lo cual sería necesario confiar estas reformas a un gobierno alternativo, el así llamado gobierno técnico, preferiblemente bajo la dirección de un podestá extranjero.
¿Qué significa esto? En Italia o Grecia, los representantes del pueblo, democráticamente elegidos, no están en grado de introducir las medidas impuestas porque los ciudadanos las rechazan, es decir, porque no representan la expresión de la voluntad popular. Sin embargo, se nos ha hecho creer que, a pesar del rechazo frontal de la ciudadanía, hay medidas que se tienen que aplicar cueste lo que cueste, a pesar de la voluntad popular. En otras palabras, mantienen que si la clase política no está en grado de hacerse cargo de estas impopulares medidas, deberá ser otro quien lo haga. Una voluntad invisible que toma las decisiones pasando por encima de la democracia existente. Una especie de oligarquía en la sombra o, mejor dicho, una sinarquía.
Cuando Grecia, no hace muchos días, tentó a su suerte anunciando un referéndum sobre las medidas de austeridad impuestas, el sistema bancario internacional reaccionó amenazando al país con no condonar el 50% de su deuda. Tras esta decisión, Papandreu fue convocado a una reunión preliminar del G-20, donde fue obligado a retirar la propuesta de referendo.
En esa misma reunión, también estaba presente Silvio Berlusconi, presidente del Consejo italiano. Después de estas premisas, es, cuanto menos intrigante, que ambos gobiernos cayeran apenas unos días después de esta reunión urgente. Todavía más preocupante si se toman en consideración los puntos en común de las alternativas ofrecidas para reemplazar a ambos ejecutivos: dos gobiernos técnicos guiados por hombres externos al mecanismo del consenso popular, es decir, dos podestá extranjeros, de los que hablaré más adelante.
Las amenazas de Merkel y Sarkozy
Después de que Papandreu anunciara su deseo de convocar un referéndum para que el pueblo griego decidiera sobre las medidas a tomar, Angela Merkel, presidenta de Alemania, y Nicolas Sarkozy, primer ministro francés, desenterraron viejos y preocupantes fantasmas olvidados.
Ante la grave situación que vive el euro, Merkel no se mordió la lengua: “Si cae el euro, Europa cae. Y si Europa cae, nadie podrá garantizar otros cincuenta años de paz”. Sarkozy tampoco se quedó corto. Reconoció que la entrada de Grecia en el euro fue un error, y amenazó diciendo que quien asuma la responsabilidad de hacer caer el euro, asumirá la responsabilidad de volver a encender la llama de los conflictos en Europa.
Estas fuertes presiones son las que culminan con la dimisión de ambos gobiernos. Dos gobiernos que, como decía, no tenían intención alguna de dimitir. De hecho, Papandreu había convocado un reférendum, claro ejemplo de que la dimisión no pasaba por su cabeza. Asimismo, Berlusconi había declarado en más de una ocasión que su objetivo era seguir al frente de Italia hasta 2013 o, al menos, la primavera de 2012.
En conclusión, se les obliga a dimitir y, en su lugar, se coloca a dos gobiernos técnicos con líderes decididos de antemano. El de Grecia se llama Lucas Demetrios Papademos y el de Italia, Mario Monti.
Pero, ¿quién son estos señores?
Ambos tienen una formación consolidada en el extranjero, concretamente, en Estados Unidos. Mario Monti se licenció en la Universidad de Bolonia, pero se especializó en la Universidad de Yale. Por su parte, Papademos se licenció en Física e Ingeniería en el Messachussetts Institute of Technology, donde obtuvo también un máster en Economía. Tras esto, enseñó en la Universidad de Columbia de 1975 a 1984, donde coincide con el señor Zbigniew Brzezinski.
De origen polaco, politólogo y geoestratega, Brzezinski ocupó poco después de aquel primer encuentro con Papademos un puesto extremadamente importante en el gobierno de Jimmy Carter: de 1977 a 1981 estuvo en el Consejo de Seguridad Nacional americano, influyendo con sus análisis estratégicos en las relaciones que los Estados Unidos tendrían en todos los procesos de transformación política más delicados de nuestra historia reciente, desde la invasión soviética de Afganistán a la guerra fría, pasando por la conversión de Irán de aliado de los Estados Unidos a enemigo jurado. No olvidéis este nombre: Brzezinski, porque pronto volveré a él.
Mientras tanto, las carreras de Monti y Papademos siguieron por buen camino. El primero se convierte en rector y, más tarde, en presidente de la Universidad Bocconi de Milán. Asimismo, desde 2005 es International Advisor (consejero internacional) para Goldman Sachs, uno de los grupos de inversión más grandes del mundo y presidente del think tank Bruegel, financiado por 16 estados y 28 multinacionales con el fin de influenciar desde el ámbito privado en las políticas económicas comunitarias. Además, en 2010, Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, le encarga un libro blanco sobre el futuro del mercado único.
Por otro lado, el griego, en 1980 se convierte en economista sénior del Banco de la Reserva Federal de Boston (Federal Reserve Bank) y más tarde del Banco de Grecia, del cual asume el cargo de Gobernador. Después, fue nombrado vicepresidente del Banco Central Europeo, por lo que fue el propio Papademos el encargado de dirigir desde Atenas la transición del dracma al euro. Curioso que, tras haberse demostrado que Grecia falseó cifras para poder acceder a la moneda única, sea Papademos la persona más acertada para remediar los daños que, según parece, él mismo contribuyó a producir.
Pero es aquí donde entra en juego Zbiegniew Brzezinski. Este polaco fue la persona elegida por el prestigioso banquero estadounidense David Rockefeller en 1973 para crear y desarrollar un nuevo grupo de trabajo: laComisión Trilateral. Esta comisión nace con la intención declarada de desarrollar las relaciones entre Estados Unidos, Europa y Japón. Es una organización privada, apolítica, donde sustancialmente se discuten las mejores políticas para facilitar las relaciones de interdependencia recíproca, culturales y, por qué no, de negocios. Un lugar de encuentro donde los más fuertes puedan discutir de aquello que es beneficioso para el mundo sin perderse en la lentitud impuesta por los parlamentos y por las burocracias diplomáticas. Un club. Un club con tres cargos fundamentales que representan a Norteamérica, Japón y Europa, esta última, casualmente, representada por el propio Mario Monti.
Pero, ¿y el griego? Resulta ciertamente significativo que entre los miembros de la Comisión Trilateral figure también desde 1998 Lucas Papademos, en virtud de las relaciones que desarrolló con Brzezinski en los años en que enseñaban en la Columbia University.
Ciertamente, si la idea que la Comisión Trilateral tiene de la democracia deriva de aquella de sus fundadores, tenemos que empezar a preocuparnos. En el St. Petersburg Times del 2 de agosto de 1974, Brzezinski publica las conclusiones de un informe titulado de forma muy explicativa: “The crisis of de democracy” (La crisis de la democracia). El informe evidencia como en los Estados Unidos, la eficiencia de la Casa Blanca fue invalidada por un exceso de democracia y como, desde los años 60, los gobiernos de la Europa del este fueron literalmente derrotados por la excesiva participación ciudadana y por las múltiples peticiones que la farragosa burocracia no era capaz de digerir, dotando de total ingobernabilidad a los sistemas políticos.
Parece que muchos de los miembros de la Comisión Trilateral, que tenían un papel relevante en la administración Carter, fueron altamente influenciados por el informe de Brzezinski.
Conclusiones
Por tanto, tenemos dos gobiernos que están cediendo simultáneamente su soberanía ante las presiones internacionales. Y tenemos dos podestá extranjeros, estrechamente ligados al mundo de las finanzas, de los mercados, de la banca y, asimismo, miembros de la opaca Comisión Trilateral de Rockefeller. Ambos, en primera línea para sustituir a los dos gobiernos democráticamente elegidos para tomar decisiones claramente impopulares. Es decir, por definición, contrarias a la voluntad popular.
Pero, como si esta hemorragia de representación democrática no fuera suficiente, otro grupo de trabajo supranacional fundado sobre el secreto de sus propias resoluciones, el hermético y privilegiado grupo Bilderberg, en su última reunión exclusiva celebrada en junio de este año en St. Moritz acogió entre sus invitados al mismísimo Mario Monti. Pero no fue el único, pues también participaron en esta reunión secreta y casi ilegal, donde no se admite a la prensa y solo se puede acceder con exclusiva invitación, Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea; Juan Luis Cebrián, CEO de PRISA; María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular; Bernardino León, secretario general de la Presidencia del Gobierno; Doña Sofía, Reina de España y Juan María Nin, presidente y CEO de La Caixa, entre otro centenar de personalidades procedentes principalmente de Estados Unidos y Europa.
De lo que se habla en esas reuniones, no sabemos nada. No hay democracia sin transparencia. Lo que actualmente existe y, sobre todo, lo que se ha impuesto a Italia y Grecia, es de todo menos democracia. La supresión de nuestro derecho de representación ha sucumbido ante la toma de decisiones a puerta cerrada, en sedes donde se tutelan intereses privados, donde una élite restringida decide la suerte de pueblos enteros sin que a éstos se les garantice una clara percepción de las cosas.
La soberanía popular ha muerto. En este momento es un concepto quimérico que está cediendo el paso a una sinarquía de hecho, es decir, a un gobierno sombra, que, aunque en términos de real politik siempre ha existido, se está convirtiendo en dominante hasta el punto de que sus efectos empiezan a ser más que evidentes.
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