LA NUEVA CLASE MEDIA1
CARLOS KAUTSKY
CARLOS KAUTSKY
Antes de concluir con el asunto del aumento del número de poseedores, queremos estudiarle todavía desde otro punto de vista, en la hipótesis, ahora, de que Bernstein haya entendido, no el aumento del número de propietarios de los medios de producción, sino el de las capas de población, que, por su renta, constituyen la clase media. Este punto de vista explicaría por qué da tanta importancia a las estadísticas del impuesto sobre la renta, que en nada afecta al reparto de la propiedad. Por otra parte, cierto número de sus consideraciones indican que éste era su pensamiento, por más que en otros pasajes se refiere indiscutiblemente al aumento del número de capitalistas.
Estaríamos completamente de acuerdo con Bernstein, si hubiese querido expresar que la clase media no muere, sino que otra nueva ocupa el lugar de la antigua, que los “intelectuales” toman posesión de los puestos que quedaron vacíos por consecuencia de la desaparición de los artesanos que trabajaban por su cuenta y de los pequeños comerciantes. Séame permitido recordar aquí que desde 1895, en una serie de artículos de la Neue Zeit sobre “los intelectuales y el Partido Socialista” ya me ocupaba del nacimiento de esta clase media y declaraba que uno de las problemas más importantes de nuestro Partido estriba en investigar los medios para hacer nuestra a esta clase de la población. “Se forma una nueva clase media muy numerosa, que aumenta sin interrupción y cuyo crecimiento puede compensar en ciertas circunstancias las pérdidas que la decadencia de la pequeña industria y el pequeño comercio ocasiona a la clase media”. (Neue Zeit, XIII, 2, pág. 16).
La principal causa del crecimiento de esta capa de población consiste en que los miembros de las clases explotadoras delegan cada vez más sus funciones en trabajadores inteligentes asalariados, que venden sus servicios uno a uno, como los médicos, los abogados, los artistas, o que reciben en cambio un sueldo fijo como los funcionarios de todas clases. En la Edad Media, el clero era el que suministraba los sabios, los médicos, los artistas y una parte de los empleados de la administración; la nobleza se encargaba también de la administración pública, de la justicia, de la política y sobre todo del servicio militar.
El Estado moderno y la ciencia moderna han despojado a estas dos clases de sus funciones, pero estas clases subsistieron, perdiendo con su significación social una gran parte de su independencia.
Las funciones de que fueron despojados adquirieron cada vez más importancia y el número de los trabajadores que las desempeñan crece de año en año con las cargas que la evolución social impone al Estado, a los Ayuntamientos, a la ciencia. Ahora bien: la clase capitalista ha empezado ya también a delegar sus funciones comerciales e industriales encomendadas a trabajadores asalariados, comerciantes, ingenieros y otros. Al principio sólo fueron auxiliares del capitalista que les encargaba de la parte de sus funciones relativas a la vigilancia, la organización del trabajo, la compra de medios de producción, la venta de los productos, de que él mismo no podía encargarse por falta de la educación profesional especial, cada vez más necesaria. Por fin, el capitalista resulta superfluo con el sistema de las sociedades anónimas, que hasta entregan a los asalariados la alta dirección de las empresas. No cabe duda que el sistema de las sociedades anónimas contribuye a aumentar el número de los empleados bien retribuidos y favorece la formación de la nueva clase media.
Cuando Bernstein convierte en poseedores a los que tienen una renta media, puede afirmar ciertamente que las sociedades anónimas contribuyen a aumentar su número, pero no dividiendo el capital.
Los intelectuales forman la clase de la población que crece más rápidamente. Según los censos alemanes el número de obreros dedicados a la industria y al comercio aumentó en 62,6 % desde 1882 a 1895, y el de los empleados en 118,9 %. Sin embargo, este aumento rápido no fue todavía suficiente para detener el movimiento de retroceso relativo del número de los patronos, que no se elevó en valor absoluto más que en 1,3 %. El personal de las explotaciones se distribuía en la siguiente forma:
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Si quisiéramos contar los empleados juntamente con los patronos en el número de los “poseedores”, la proporción de éstos bajaría desde 1882 a 1895 de 42,4 % a 33,1 %. Pero aun esta manera de calcular no nos daría el resultado que Bernstein proclamaba.
El resultado es el mismo si, como permite la estadística de profesiones, incluyéramos a los agricultores en nuestra cuenta. En el Imperio alemán existían por cada 100 habitantes con una profesión:
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Más lento que el aumento del número de los empleados, pero siempre más rápido que el de la población (14,5 %) era el aumento del número de los funcionarios al servicio del Estado, de los Ayuntamientos, de la Iglesia y de los que ejercían profesiones liberales. Su número pasaba de 579.322 a 794. 983, o sea un aumento de 37,2 %.
Estos elementos crecen rápidamente. Pero cometeríamos un gran error si quisiéramos clasificarlos entre los poseedores. La nueva clase media se basa en otros fundamentos que la antigua, que formaba el más firme baluarte de la propiedad individual de los medios de producción, porque era la misma base de su existencia.
La nueva clase media tiene muy diferentes cimientos. Para ella la propiedad individual de los medios de producción, sólo tiene muy pequeña importancia. Allí donde la nueva clase media está representada por gentes que trabajan por su cuenta, pintores, médicos, escritores, sólo tienen un valor mínimo los medios de producción. Por el contrario, donde los medios de producción funcionen como capital, los intelectuales no son propietarios de los medios de producción, sino asalariados.
Por otra parte, sería también inexacto el considerar a la nueva clase media como una fracción del proletariado.
Ha salido de la burguesía, está ligada a ella por toda clase de afinidades y de vínculos sociales, tiene su mismo género de vida. Y aún hay una serie de profesiones ejercidas por intelectuales que están ligadas a la burguesía por lazos más íntimos, los que hacen superfluos al capitalista despojándole de las funciones de directores y de empleados subalternos de sus explotaciones. Pero al mismo tiempo que desempeñan las funciones de los capitalistas, adoptan también sus ideas, su antagonismo contra el proletariado. En otra serie de profesiones ejercidas por intelectuales, depende el ejercicio de estas profesiones de ciertas convicciones religiosas y políticas. Así ocurre con los periodistas políticos, con ciertos magistrados, como los procuradores, los policías, los miembros del clero, etc. El Estado, la Iglesia, los editores de los periódicos capitalistas no entregan aquellas funciones más que a personas de las mismas convicciones que los que les emplean o a los que están dispuestos a defender a cambio de un sueldo convicciones que no son las suyas. De aquí nace también entre numerosos intelectuales un antagonismo contra el proletariado.
Pero el mayor obstáculo que separa a los intelectuales del proletariado es que los primeros forman una clase privilegiada: su privilegio es la educación. Sin duda tiene mucho interés en que la cultura de la masa del pueblo sea suficiente para que se penetre de la importancia de la ciencia y se incline ante ella y ante sus representantes; pero su interés les recomienda también que se opongan a todos los esfuerzos que tiendan a aumentar el número de los que disfrutan de una buena educación profesional. Sin duda la forma de producción capitalista necesita un gran número de intelectuales. Las instituciones escolares del Estado feudal no los producen en número suficiente. El régimen burgués se ve, pues, obligado a mejorar y extender no tan sólo la enseñanza elemental, sino también la enseñanza superior. Con esto se creía que además de favorecer el desarrollo de la producción, se atenuaban más todavía los antagonismos de clase, porque si una mayor cultura elevaba a una situación burguesa, parecía natural que la vulgarización de la instrucción elevase al proletariado a las condiciones de la vida burguesa. Pero el “Standard of life” burgués no es sino la consecuencia necesaria de una alta cultura allí donde ésta es un privilegio. Donde en general no eleva a los proletarios al rango de burgueses, lo que hace es que rebaja a los trabajadores intelectuales al nivel de los proletarios. He aquí una nueva faz del “crecimiento de la miseria” de la masa del pueblo. En los países donde los establecimientos de enseñanza popular están bastante desarrollados, para despojar a las gentes instruidas de su situación privilegiada, empieza a producirse cierta hostilidad entre los intelectuales contra la vulgarización de la instrucción. Esta hostilidad está en contradicción con las necesidades de la producción moderna. Estos intelectuales son más hostiles al progreso que los mismos capitalistas, y simpatizan con los más reaccionarios, con los partidarios del sable y del hisopo. Son la crema de la ciencia moderna, los profesores y los estudiantes de las Universidades los que más tenazmente se oponen a la educación de las mujeres, los que quisieran ver a los judíos excluidos de todos los concursos, los que tratan de encarecer todo lo posible los estudios superiores, a fin de apartar de ellos a los que carecen de fortuna.
Entonces tropiezan con la enérgica hostilidad del proletariado, que combate con vigor el privilegio de la instrucción como todos los privilegios.
A pesar de todos los obstáculos, se extiende la educación popular, y una después de otra, las fracciones de la clase intelectual se confunden con el proletariado. No hay más que fijarse en la masa de comerciantes, de músicos, de escultores, y dibujantes, de mecánicos y químicos que todos los años producen nuestras escuelas de comercio, nuestros conservatorios, nuestras escuelas de bellas artes, nuestras escuelas industriales. Y la concentración de los capitales ejerce también gran influencia en el dominio del comercio, del arte, de las ciencias aplicadas. El capital necesario para fundar en estos dominios una empresa capaz de sostener una concurrencia, aumenta siempre. Cuanto más aumenta el número de obreros instruidos, más disminuyen las probabilidades de que puedan establecerse por su cuenta; están condenadas al salario perpetuo en proporciones siempre crecientes. Al mismo tiempo, como consecuencia del aumento rápido del número de trabajadores instruidos, llega para cada una de las capas de intelectuales la necesidad de pensar en renovar las situaciones ventajosas, organizándose en castas cerradas y limitando artificialmente el número de los concurrentes. Aquí también se observa el fenómeno del "crecimiento de la miseria social” y se experimenta mayor amargura cuando se compara su creciente miseria con la felicidad creciente de la burguesía. Para el trabajador intelectual es una cuestión de vida o muerte el salvar al menos las apariencias. En el obrero manual se reconoce desde luego la miseria física en la humildad de las habitaciones, luego en los vestidos y por último en los alimentos. Los trabajadores intelectuales, por el contrario, lo primero que disminuyen son los alimentos.
Pero cualesquiera que sean los esfuerzos que hagan para salvar las apariencias, llega para cada una de estas fracciones “proletarizadas” de la clase intelectual el momento en que se sentirá proletaria, se interesará en la lucha del proletariado y tomará en ella una parte activa. Esto es lo que ha ocurrido en Alemania con los empleados del comercio, los escultores y los músicos, a los que imitarán otros muchos.
Cuando los economistas liberales sostienen que por el rápido aumento del número de intelectuales se crea una nueva clase media en el régimen capitalista, olvidan que cuanto más aumente el número de los intelectuales, más progresos hace el proletariado en esta nueva clase.
Pero entre los intelectuales abiertamente hostiles al proletariado y sostenedores del capitalismo, y los intelectuales que se reconocen francamente proletarios, hay un numeroso grupo ni proletario ni capitalista, que se cree por encima de estos antagonismos de clase.
Esta capa media de la nueva clase intelectual tiene de común con la antigua pequeña burguesía lo equívoco de su situación social. Con relación al proletariado es tan poco duradera y tan poco estable como lo era la humilde burguesía. Si hoy se indigna ante la avaricia del capital, mañana se indignará ante las malas formas del proletariado. Hoy incita al proletariado a la defensa de su dignidad, y mañana le combatirá para defender el orden social.
Dos caracteres la distinguen de la antigua burguesía, uno favorable y otro desfavorable. Desde luego se diferencia de ella por su vasto horizonte intelectual y su facultad de abstracción. Es la capa de población que más fácilmente se eleva por encima de las ideas estrechas de clase y de oficio y de los transitorios intereses particulares, para considerar los duraderos intereses de la sociedad entera y tomar su defensa.
Pero por otra parte se diferencia de la antigua pequeña burguesía por la falta de acometividad. La pequeña burguesía, antes de que la hubiese arruinado el capital, era una clase excesivamente combatiente, por el contrario, los intelectuales que se hallan entre el proletariado y el capitalismo, están desprovistos de todos los medios para sostener un combate prolongado con las clases dominantes. Poco numerosos, sin intereses comunes y por consiguiente sin homogeneidad, sin gran fortuna, pero con las mismas necesidades que los capitalistas, no pueden luchar si no se alían con otras clases que cuenten con fuerzas propias para suministrarles los medios de luchar y de vivir.
La capa media de la clase intelectual, la “aristocracia intelectual”, podía estar en la oposición, cuando la burguesía hacía oposición; pero pierde su acometividad en cuanto la burguesía se retira de la lucha política; se hace prudente y tímida, y declara que todos los medios son inmorales, excepto el empleo de la persuasión, para ganar la benevolencia de los que detestan el poder.
Se hace cobarde y bizantina.
Detesta la lucha de clases, pide que cese, o por lo menos que se dulcifique. Para ella, la lucha de clases es la sublevación, la rebelión, la revolución; las reformas sociales deben hacerla innecesaria.
Yo no trataba de mortificar lo más mínimo a Bernstein, que preparaba su evolución, cuando decía: “que no existen entre los que no están directamente interesados” en la explotación capital, ni un solo hombre culto, honrado y que piense con libertad, que no afirme que debe hacerse “algo” a favor del obrero. Ese “algo” puede, en verdad, referirse a cosas muy diferentes. Stumm y Eugenio Richter, el partidario de la teoría del “patrón patriarca y señor absoluto” y el partidario de la “doctrina de Manchester” no han tenido ni un solo discípulo de importancia entre los intelectuales. Las acusaciones contra el capital y las simpatías por el proletariado —al menos por el proletariado explotado, ya que no por el proletariado militante— están de moda, y la frase de Harcourt: “Hoy todos somos socialistas”, empieza a ser verdad para aquellas gentes. No es, en verdad, el socialismo proletario revolucionario, que profesan nuestros pintores y nuestros poetas, nuestros literatos y periodistas en los cafés, talleres y salones, sino una especie de socialismo que presenta gran analogía con el “verdadero socialismo” definido en el Manifiesto Comunista de 1847.
“¡Cuántas veces han declarado que no censuran en el Socialismo más que la brutalidad proletaria! Pero en realidad lo que les separa de él, no es el exterior del proletariado, sino su propia falta de perspicacia y de carácter. Aunque sobrepujan en perspicacia al capitalista ignorante, sin embargo no comprenden todavía la imposibilidad de salvar la sociedad existente y de retardar la victoria del proletariado; no comprenden su impotencia frente a la evolución social, o no tienen bastante desinterés, fuerza y valor para reconocerlo y para romper con la sociedad burguesa” (Neue Zeit, XIII, 2, páginas 75-77).
Hay muy pocos que se atrevan a romper y que puedan romper. No cabe duda que el proletariado tiene amigos fieles aún entre los intelectuales, pero en su mayor parte son partidarios inactivos que desean su victoria, pero que no pueden acudir en su auxilio más que cuando sea vencedor. No debe, pues, el proletariado contar con los esfuerzos de combatientes que procedan de las filas de los intelectuales; por el contrario, sólo encontrará en ellos encarnizados adversarios.
Estas ligeras observaciones bastan para demostrar que para el proletariado militante, la cuestión del aumento del número de intelectuales ofrece problemas muy importantes. Sería exagerado considerarlos a todos como proletarios, pero aún seria más equivocado el incluirlos en las filas de los poseedores. En el estrecho marco de esta clase encontramos reunidos todos los antagonismos sociales que caracterizan al régimen capitalista, pero en este microcosmo, lo mismo que en el conjunto del cuerpo social, vemos el elemento proletario que progresa.
Así quedaría destruida la última objeción que hace Bernstein a lo que él llama teoría marxista catastrófica.
El crecimiento de la nueva clase media es tan innegable como el aumento de bienestar físico de determinadas categorías de obreros. Pero ni uno ni otro de estos dos fenómenos están en contradicción con las doctrinas marxistas de la concentración del capital, de la explotación creciente del proletariado y de la acentuación de los antagonismos sociales.
El aumento del número de poseedores estaría, sin duda, en contradicción con la teoría catastrófica. Pero Bernstein no ha demostrado este aumento: las estadísticas, de acuerdo con la teoría, demuestran precisamente lo contrario.
Notas:
[1] Extracto del libro “La doctrina socialista”, de Kautsky.