Beethoven: hombre, compositor y revolucionario
texto tomado en mayo de 2013 del blog argentino Bandera roja
escrito por Alan Woods
se publica en el Foro en dos mensajes
Si algún compositor merece el nombre de revolucionario ése es Beethoven. Él llevó a cabo lo que probablemente fue la revolución más grande de la música moderna y cambió la manera en que la música se componía y apreciaba. La suya es música que no calma, sino que conmociona y perturba. Alan Woods describe cómo el mundo en el que nació Beethoven era un mundo agitado, un mundo en transición, un mundo de guerras, revolución y contrarrevolución: un mundo como nuestro propio mundo.
“Beethoven es amigo y contemporáneo de la Revolución Francesa, y continuó fiel a ella incluso cuando, durante la dictadura Jacobina, los humanitarios de nervios débiles del tipo de Schiller le dieron la espalda prefiriendo destruir tiranos en el escenario teatral con la ayuda de espadas de cartón. Beethoven, ese genio plebeyo, quien orgulloso despreció a emperadores, príncipes y magnates –éste es el Beethoven que nosotros amamos: por su optimismo inquebrantable, su tristeza viril, por la inspirada pasión de su lucha y por su voluntad de hierro que le permitió agarrar al destino por la garganta.” - Ígor Stravinski
Si algún compositor merece el nombre de revolucionario ése es Beethoven. La palabra revolución deriva históricamente de los descubrimientos de Copérnico, quien estableció que la tierra gira alrededor del sol, transformando así la manera en que vemos el universo y nuestro lugar en él. De forma semejante, Beethoven llevó a cabo lo que fue, probablemente, la revolución más grande de la música moderna. Su producción fue extensa –incluye nueve sinfonías, cinco conciertos para piano y otros para violín, cuartetos para cuerdas, sonatas para piano, canciones y una ópera–. Cambió la manera en que la música era compuesta y apreciada. Hasta el final, nunca dejó de empujar la música hasta sus límites.
Después de Beethoven fue imposible volver a los viejos tiempos en que la música era considerada como un somnífero para los patrocinadores ricos, los cuales podían dormitar durante una sinfonía y a continuación se iban a casa a dormir tranquilamente en la cama. Después de Beethoven, ya nadie regresaba de un concierto tarareando agradables melodías. La suya es música que no calma, sino que conmociona y perturba. Es música que hace pensar y sentir.
Infancia
Marx señaló que la diferencia entre Francia y Alemania es que, mientras que los franceses realmente hicieron revoluciones, los alemanes simplemente especularon sobre ellas. El idealismo filosófico prosperó en Alemania a finales del siglo XVIII y principios del XIX por la misma razón. En Inglaterra la burguesía efectuaba una gran revolución de relevancia histórico-mundial en la producción, mientras que, al otro lado del Canal de la Mancha, los franceses realizaban una revolución igualmente grande en política. En la Alemania atrasada, donde las relaciones sociales quedaron rezagadas frente a las de Francia e Inglaterra, la única revolución posible era una revolución en las mentes de los hombres. Kant, Fichte, Schelling y Hegel argumentaron sobre la naturaleza del mundo y de las ideas, al tiempo que otra gente en otras tierras comenzó efectivamente a revolucionar el mundo y las mentes de hombres y mujeres.
El movimiento Sturm und Drang fue una expresión de este fenómeno típicamente alemán. Goethe fue influenciado por la filosofía idealista alemana, especialmente por Kant. Aquí podemos detectar los ecos de la Revolución Francesa, pero son lejanos y difusos, estrictamente confinados al mundo abstracto de la poesía, de la música y de la filosofía. El movimiento Sturm und Drang en Alemania reflejó la naturaleza revolucionaria de la época a finales del siglo XVIII. Era un período de fermento intelectual enorme. Les philosophes franceses anticiparon los acontecimientos revolucionarios de 1789 con su asalto a la ideología del viejo régimen. Como Engels escribió en el Anti-Dühring: “Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para la revolución en puertas obraron ellos mismos de un modo sumamente revolucionario. No reconocieron ninguna autoridad externa, del tipo que fuera. Lo sometieron todo a la crítica más despiadada: religión, concepción de la naturaleza, sociedad, orden estatal; todo tenía que justificar su existencia ante el tribunal de la razón, o renunciar a esa existencia. El entendimiento que piensa se aplicó como única escala a todo. Era la época en la que, como dice Hegel, el mundo se puso a descansar sobre la cabeza, primero en el sentido de que la cabeza humana y las proposiciones descubiertas por su pensamiento pretendieron valer como fundamento de toda acción y toda asociación humanas; pero luego también en el sentido, más amplio, de invertir de arriba abajo -en el terreno de los hechos- la realidad que contradecía a esas proposiciones”. (Engels, Anti-Dühring, Introducción.)
El impacto de este fermento pre-revolucionario en Francia se hizo sentir mucho más allá de las fronteras de ese país: en Alemania, en Inglaterra e, incluso, en Rusia. En literatura, las viejas formas cortesanas estaban desapareciendo gradualmente. Esto se reflejó en la poesía de Wolfgang Goethe –el poeta más grande que Alemania haya producido–. Su gran obra maestra, Fausto, está llena de un espíritu dialéctico. Mefistófeles es el espíritu vivo de la negación que lo penetra todo. Este espíritu revolucionario encontró un eco en los trabajos posteriores de Mozart, particularmente en Don Giovanni, que entre otras cosas contiene un conmovedor estribillo con las palabras: “¡Viva la libertad!” Pero es solamente con Beethoven que el espíritu de la Revolución Francesa encuentra su expresión verdadera en música.
Ludwig Van Beethoven nació en Bonn el 16 de noviembre de 1770; fue hijo de un músico de origen flamenco, Johann, quien fue empleado de la corte del Arzobispo. Su padre puede ser considerado como un hombre áspero, brutal y disoluto. Su madre, María Magdalena, sobrevivió su martirio con silenciosa resignación. Los primeros años de Beethoven no fueron felices. Esto probablemente explica el carácter introvertido y algo hosco del compositor, así como su espíritu rebelde.
La educación temprana de Beethoven fue, en el mejor de los casos, incompleta. Dejó la escuela a la edad de once años. La primera persona en reconocer el potencial enorme del chico fue el organista de la corte, Gottlob Neffe, quién le mostró los trabajos de Bach, especialmente el Clave bien temperado.
Observando el talento precoz de su hijo, Johann intentó convertirlo en un niño prodigio –un nuevo Mozart–. A la edad de cinco años fue presentado en un concierto público. Pero Johann estaba condenado a la decepción: Ludwig no era ningún pequeño Mozart. Asombrosamente, no tenía ninguna disposición natural para la música y tuvo que ser obligado. Fue así que su padre lo envió a varios profesores para que le metieran la música en la cabeza.
Beethoven en Viena
En esta época, Bonn, capital del Electorado de Colonia, era un remanso provinciano y tranquilo. Para avanzar, el joven músico tuvo que ir a estudiar música a Viena. Su familia no era rica, pero en 1787 el joven Beethoven fue enviado a la capital por el arzobispo. Allí conoció a Mozart al cual dejó impresionado. Más tarde, uno de sus profesores sería Haydn. Pero después de solamente dos meses tuvo que volver a Bonn porque su madre estaba gravemente enferma. Ella murió poco tiempo después. Ésta sería la primera de muchas tragedias personales y familiares que persiguieron a Beethoven toda su vida. En 1792, el año en que Louis XVI fue decapitado, Beethoven finalmente se trasladó de Bonn a Viena, donde viviría hasta su muerte.
Los retratos que han llegado a nosotros muestran a un joven introvertido y sombrío, con una expresión que transmite una sensación de tensión interna y de naturaleza apasionada. Físicamente no era hermoso: una cabeza grande con una nariz aguileña; una cara marcada por la viruela, y pelo grueso y espeso que nunca parecía estar peinado. Su tez oscura le ganó el apodo de “el español”. Bajo, rechoncho y bastante torpe, tenía el porte y las maneras de un plebeyo –un hecho que no podía disimular con la ropa elegante que usaba cuando joven.
Este rebelde nato se presentó en la aristocrática y refinada Viena desaliñado, pobremente vestido y malhumorado, con ninguno de los aires y gracias cortesanos que se pudieron haber esperado de él. Como cualquier otro compositor de la época, Beethoven fue obligado a depender de concesiones y comisiones de patrones ricos y aristocráticos. Pero éstos nunca llegaron a poseerle. Él no era un músico cortesano –como Haydn, quien estaba en la corte de la familia Esterházy. Qué pensaban de este hombre extraño no se sabe, pero la grandeza de su música le garantizó encargos y, por lo tanto, un sustento económico.
Él, que desdeñaba el convencionalismo y la ortodoxia, debió haberse sentido totalmente fuera de lugar. No estaba interesado en lo más mínimo en su aspecto personal ni en su ambiente. Beethoven era un hombre que respiraba y vivía para su música y era indiferente a las comodidades mundanas. Su vida personal era caótica e inestable, y se lo podía describir como un bohemio. Vivió en la miseria más extrema. Su casa era siempre un desastre, con restos de comida por todos lados e incluso orinales sin vaciar.
Su actitud respecto a los príncipes y a los nobles que le pagaban fue capturada en una pintura famosa. En ella se muestra al compositor durante un paseo con el poeta Goethe, el archiduque Rodolfo y la emperatriz. Mientras que Goethe, respetuoso, se quita cortésmente su sombrero y cede el paso a la pareja real, Beethoven los ignora completamente y continúa caminando sin mostrar ningún respeto a la familia imperial. Esta pintura contiene el espíritu entero del hombre, un espíritu audaz, revolucionario, intransigente. Sofocándose en la atmósfera burguesa de Viena, escribió este comentario desesperado: “Mientras que los austriacos tengan su cerveza oscura y sus pequeñas salchichas, nunca se rebelarán”.(1)
Una época revolucionaria
El mundo en el que nació Beethoven era un mundo turbulento, un mundo en transición, un mundo de guerras, revolución y contrarrevolución: un mundo como el nuestro. En 1776, los colonos americanos ganaron su libertad con una revolución que tomó la forma de una guerra de liberación nacional contra Gran Bretaña. Éste fue el primer acto de un gran drama histórico. La Revolución Americana proclamó los ideales de la libertad individual que se derivaban de la Ilustración Francesa.
Apenas una década después, las ideas de los Derechos del Hombre volvieron a Francia de una manera aún más explosiva. La toma de la Bastilla marcó, en julio de 1789, un momento decisivo en la historia mundial. En su periodo de ascenso, la Revolución Francesa erradicó toda la basura acumulada del feudalismo, puso a una nación entera a sus pies y se enfrentó a toda Europa con valor y determinación. El espíritu de liberación de la Revolución en Francia se extendió por Europa como un fuego arrasador. Tal período exigió nuevas formas de arte y nuevas maneras de expresión. Esto fue logrado con la música de Beethoven, que expresa el espíritu de su tiempo mejor que cualquier otra cosa.
En 1793, los jacobinos ejecutaron al rey Luís XVI de Francia. Una ola de conmoción y miedo se extendió por todas las cortes de Europa. La actitud hacia la Francia revolucionaria se endureció. Aquellos “liberales” que inicialmente habían saludado la revolución con entusiasmo, ahora se escabulleron al rincón de la reacción. El antagonismo de las clases acaudaladas hacia Francia fue expresado por Edmund Burke en su obra Reflexiones sobre la revolución francesa. Por todas partes, los partidarios de la revolución fueron vistos con suspicacia y además perseguidos. Ya no era seguro ser un amigo de la Revolución Francesa.
Éstos eran tiempos tempestuosos. Los ejércitos revolucionarios de la joven República Francesa derrotaron a los ejércitos de la Europa monárquico-feudal y estaban contraatacando en todos los frentes. El joven compositor fue desde el principio un ardiente admirador de la Revolución Francesa y estaba horrorizado por el hecho de que Austria fuera la fuerza principal en la coalición contrarrevolucionaria contra Francia. La capital del imperio estaba infectada de un ambiente de terror. El aire estaba enrarecido por la sospecha; los espías aparecían por todas partes y la libre expresión fue sofocada por la censura. Pero lo que no podía expresarse con la palabra escrita encontraría su expresión en música grandiosa.
Sus estudios con Haydn no iban muy bien. Beethoven ya estaba desarrollando ideas originales sobre la música, lo cual no era del agrado de su viejo maestro, aferrado firmemente al antiguo estilo cortés y aristocrático de la música clásica. Era un choque de lo viejo con lo nuevo. El joven compositor se estaba haciendo famoso como pianista. Su estilo era violento, como la edad que lo produjo. Se dice que golpeaba las teclas tan fuerte que rompía las cuerdas a menudo. Comenzaba a ser reconocido como un compositor nuevo y original. Tomó Viena por asalto. Se convirtió en todo un éxito.
La vida, empero, puede jugar las bromas más crueles sobre hombres y mujeres. En el caso de Beethoven, el destino le preparaba un final particularmente cruel. En 1796-97 Beethoven cayó enfermo, posiblemente con un tipo de meningitis que le afectó su sentido del oído. Tenía 28 años y estaba en la cima de su fama… pero estaba volviéndose sordo. Hacia 1800, experimentó los primeros signos de sordera. Aunque no se volvió totalmente sordo hasta los últimos años, tener conciencia de que su condición se deterioraba debió haber sido una tortura terrible. Se volvió una persona deprimida e incluso suicida. Escribió acerca de su tormento interno y de cómo solamente su música lo contuvo de quitarse la vida. Esta experiencia de intenso sufrimiento y la lucha por superarlo, tiñe su música y la imbuye de un espíritu profundamente humano.
En su vida personal nunca fue feliz. Tenía el hábito de enamorarse de las hijas (y las esposas) de sus ricos patrones, y sus relaciones siempre terminaron malamente y con nuevos arranques de depresión. Después de uno de estos momentos escribió: ¡El arte, y solamente el arte, me ha salvado! Me parece imposible dejar este mundo sin haber dado todo lo que he sentido nacer dentro de mí.
Al principio de 1801 sufrió una severa crisis personal. Según El testamento de Heiligenstadt, se encontraba al borde del suicidio. Pero habiéndose recuperado de su depresión, Beethoven se lanzó con vigor renovado al trabajo de la creación musical. Estos incidentes hubieran destruido a un hombre más débil. No obstante, Beethoven convirtió su sordera –una discapacidad paralizante para cualquier persona, pero una catástrofe para un compositor– en una ventaja. Su oído interno le proveyó de todo lo que era necesario para componer música grandiosa; y en el mismo año de su crisis más devastadora (1802) compuso su gran sinfonía Heroica.
La dialéctica de la sonata
La dinámica de la música de Beethoven era enteramente nueva. Compositores anteriores escribieron piezas tranquilas y piezas ruidosas, pero ambas estaban totalmente separadas. Con Beethoven, por el contrario, pasamos rápidamente de una a la otra. Esta música contiene una tensión interna, una contradicción que exige una urgente resolución. Es la música de la lucha.
La forma de la sonata es una manera de elaborar y de estructurar la materia musical. Se basa en una visión dinámica de la forma musical y es dialéctica en esencia. La música se desarrolla a través de una serie de elementos en oposición. A finales del siglo XVIII la forma de la sonata dominó mucha de la música compuesta. Aunque no era nueva, la forma de la sonata fue desarrollada y consolidada por Haydn y Mozart. Pero en las composiciones del siglo XVIII tenemos la forma de sonata solamente de una forma potencial y no su contenido verdadero.
En parte (pero solamente en parte) ésta es una cuestión técnica. La forma que Beethoven utilizó no era nueva, pero sí lo era la manera en que la utilizó. La forma de la sonata comienza con un primer movimiento rápido, seguida de un segundo movimiento más lento, un tercer movimiento que es más alegre en el carácter (originalmente un minueto, más adelante un scherzo, que literalmente significa “broma”) y termina como comenzó, con un movimiento rápido.
Básicamente, la forma de la sonata se basa en la línea de desarrollo A-B-A. Vuelve al principio, pero a un nivel superior. Esto es un concepto puramente dialéctico: movimiento mediante contradicción, la negación de la negación. Es un tipo de silogismo musical: exposición-desarrollo-recapitulación, o, expresado en otros términos, tesis-antítesis-síntesis.
Esta clase de desarrollo está presente en cada uno de los movimientos. Pero hay también un desarrollo global en el que temas conflictivos terminan reconciliándose en un “final feliz”. En la coda final volvemos a la tonalidad inicial, creando la sensación de una apoteosis triunfal.
Esta forma contiene el germen de una idea profunda y tiene el potencial para un desarrollo serio. Puede también ser expresada por una amplia gama de combinaciones instrumentales: piano solo, piano y violín, cuarteto de cuerdas, sinfonía… El éxito de la forma de la sonata fue facilitado por la invención de un nuevo instrumento musical: el pianoforte. Éste podía expresar la dinámica completa del romanticismo, mientras que el órgano y el clavicordio estaban restringidos para tocar la música escrita según los principios de la polifonía y del contrapunto.
El desarrollo de la forma de la sonata estaba ya bien avanzado a finales del siglo XVIII. Alcanzó su punto álgido en las sinfonías de Mozart y de Haydn y, en cierto sentido, podría decirse que las sinfonías de Beethoven son solamente una continuación de esta tradición. Pero, en realidad, la identidad formal encubre una diferencia fundamental.
En sus orígenes, la forma de la sonata predominó sobre su contenido real. Los compositores clásicos del siglo XVIII estaban principalmente preocupados por conseguir la corrección de la forma (aunque Mozart es una excepción). Pero con Beethoven el contenido verdadero de la forma de la sonata emerge finalmente. Sus sinfonías provocan un sentimiento incontenible de un proceso de lucha y de su desarrollo a través de contradicciones. Aquí tenemos el ejemplo más sublime de la unidad dialéctica entre forma y contenido. Éste es el secreto por excelencia de todo arte. Tales alturas se han alcanzado raramente en la historia de la música.
Conflicto interno
Las sinfonías de Beethoven representan una ruptura fundamental con el pasado. Si las formas son similares superficialmente, el contenido y el espíritu de la música son radicalmente diferentes. Con Beethoven –y los románticos que siguieron sus pasos– lo importante no son las formas en sí mismas, la simetría formal o el equilibrio interno, sino el contenido. De hecho, el equilibrio es perturbado con frecuencia en Beethoven. Hay muchas disonancias que reflejan tal conflicto interno.
En 1800 escribió su primera sinfonía, un trabajo que todavía tiene sus raíces en Haydn. Es un trabajo luminoso, absolutamente libre del espíritu de conflicto y de lucha que caracteriza sus posteriores trabajos. Francamente, no da idea alguna de lo que estaba por venir. La sonata para piano n o 8 (opus 13) o Patética es completamente diferente. Es claramente distinta de las sonatas para piano de Haydn y de Mozart. Beethoven estaba influenciado por la teoría de Schiller sobre la tragedia y el arte trágico, a los cuales vio no sólo como sufrimiento humano sino, sobre todo, como una lucha contra este sufrimiento.
El mensaje se expresa claramente en el primer movimiento que abre con sonidos complejos y disonantes. Estos acordes misteriosos pronto llevan a un pasaje agitado central que sugiere esta resistencia al sufrimiento. Este conflicto interno desempeña un papel dominante en la música de Beethoven y le da un carácter totalmente diferente al de la música del siglo XVIII. Es la voz de una nueva época: una voz estruendosa que exige ser oída.
La pregunta que debe plantearse es: ¿cómo explicamos esta diferencia asombrosa? La respuesta corta y fácil es que esta revolución musical es el producto de la mente de un genio. Eso es cierto. Beethoven es probablemente el genio musical más grande de la historia. Pero es una respuesta que no contesta realmente nada. ¿Por qué este lenguaje musical enteramente nuevo emergió exactamente en este momento y no cien años antes? ¿Por qué no ocurrió con Mozart, Haydn o, de hecho, con Bach?
El mundo del sonido de Beethoven no es uno integrado por sonidos hermosos, como lo era la música de Mozart y de Haydn. Su escucha no es necesariamente una experiencia placentera, ni motiva al oyente a silbar melodías bonitas. Es un sonido áspero, una explosión musical, una revolución musical que transmite con precisión el espíritu de los tiempos. Aquí hay no sólo variedad sino también conflicto. Beethoven utiliza con frecuencia la instrucción sforzando, que significa ataque. Se trata de una música violenta, llena de movimiento, que trastoca rápidamente los ánimos, se trata de conflicto, de contradicción.
Con Beethoven la forma de la sonata avanza a un nivel cualitativamente superior. La transformó de una mera forma a una potente y, al mismo tiempo, íntima expresión de sus sentimientos más interiores. En algunas de sus composiciones para piano escribió la instrucción: “sonata, quasi una fantasia”, para indicar que él buscaba la libertad de expresión absoluta por medio de la sonata. Aquí la dimensión de la sonata se amplía grandemente con respecto a su forma clásica. Los tempos son más flexibles, e incluso cambian de lugar. Pero sobre todo, el final ya no es simplemente una mera recapitulación, sino un desarrollo y una culminación verdaderos de todo lo sucedido anteriormente.
Al ser aplicada a sus sinfonías, la forma de la sonata, tal como es desarrollada por Beethoven, alcanza un nivel inaudito de sublimidad y de energía. La energía viril que impulsa su quinta y tercera sinfonías es suficiente prueba de esto. Ésta no es música sencilla o para entretenimiento. Es música diseñada para provocar, para impactar y para inspirar a la acción. Es la voz de la rebelión proyectada en música.
Pero esto no es ningún accidente ya que la revolución de Beethoven en música reflejó una revolución de la vida real. Beethoven era un hijo de su tiempo –el tiempo de la Revolución Francesa. Escribió la mayoría de su obra más grandiosa durante la revolución y el espíritu de la revolución impregna cada una de sus notas. Es completamente imposible entender al compositor fuera de este contexto.
Beethoven desechó audazmente todas las convenciones musicales existentes, de la misma manera que la Revolución Francesa limpió los establos de Augías del pasado feudal. La suya era una nueva clase de música, música que abrió muchas puertas para los compositores por venir, tal como la Revolución Francesa abrió la puerta a una nueva sociedad democrática.
El auténtico secreto de la música de Beethoven consiste en el más intenso conflicto. Es un conflicto que está presente en la mayor parte de su música y alcanza su altura más impresionante en sus últimas siete sinfonías, comenzando con la tercera sinfonía, conocida como la Heroica. Éste fue el verdadero punto de inflexión en la evolución musical de Beethoven y también de la historia de la música en general. Y las raíces de esta revolución en la música se deben encontrar fuera de ella, en la sociedad y la historia.
La sinfonía Heroica
Un momento crucial en la vida de Beethoven y en la evolución de la música occidental fue la composición de su tercera sinfonía (la Heroica). Hasta ese momento, el lenguaje musical de la primera y segunda sinfonías no salía substancialmente del mundo de sonidos de Mozart y de Haydn. Pero desde las primeras notas de la Heroica entramos en un mundo enteramente distinto. La música tiene un significado político implícito, cuyo origen es bien conocido.
Beethoven era músico, no un político, y su conocimiento de los acontecimientos en Francia era necesariamente confuso e incompleto, pero sus instintos revolucionarios eran infalibles y, al final, lo llevaron siempre a las conclusiones correctas. Él había oído los informes del ascenso de un joven oficial en el ejército revolucionario, llamado Bonaparte. Como muchos otros, se formó la impresión de que Napoleón era el continuador de la revolución y el defensor de los derechos del hombre. Beethoven, por lo tanto, planeó dedicar su nueva sinfonía a Bonaparte.
Esto fue un error, aunque absolutamente comprensible. Era el mismo error que mucha gente cometió cuando asumió que Stalin era el verdadero heredero de Lenin y defensor de los ideales de la revolución de octubre. Lentamente, sin embargo, se puso de manifiesto que su héroe se separaba de los ideales de la revolución y que consolidaba un régimen que imitó algunas de las peores características del viejo despotismo.
En 1799, el golpe de Estado de Bonaparte significó el final definitivo del período de ascenso revolucionario. En agosto de 1802, Napoleón se aseguró el consulado de por vida con el poder de nombrar un sucesor. Un senado obsequioso le pidió reintroducir el gobierno hereditario “para defender la libertad pública y para mantener la igualdad”. Así, en nombre de la “libertad” y de la “igualdad” se invitó al pueblo francés a que pusiera su cabeza en una soga.
Esta es una estrategia que siempre repiten los usurpadores en cada período de la historia. El emperador Augusto, por ejemplo, mantuvo las formas exteriores de la República Romana y fingió públicamente una deferencia hipócrita al Senado, mientras que sistemáticamente subvertía la constitución republicana. No mucho después, su sucesor Calígula nombró senador a su caballo favorito, hecho que reflejaba más fehacientemente la situación.
Stalin, el líder de la contrarrevolución política en Rusia, se proclamó a sí mismo el discípulo fiel de Lenin al tiempo que pisoteaba todas las tradiciones del leninismo. Gradualmente, las normas de la democracia y del igualitarismo proletarios soviéticos fueron sustituidas por un régimen burocrático, de desigualdad y totalitarismo. En el ejército se reintrodujeron la jerarquía y los privilegios suprimidos por la revolución de octubre. Se exaltaban las virtudes de la familia. Finalmente, Stalin incluso descubrió una función para la Iglesia Ortodoxa: la de fiel sirviente de su régimen. En todo esto, él pisaba únicamente un camino que había sido atravesado ya por Napoleón Bonaparte, el sepulturero de la Revolución Francesa.
Para encontrar algún tipo de aprobación y de respetabilidad para su dictadura, Napoleón comenzó a copiar todas las formas exteriores del viejo régimen: títulos aristocráticos, uniformes espléndidos, jerarquías y, por supuesto, religión. La Revolución Francesa había desterrado prácticamente a la Iglesia Católica. La masa de la gente, excepto en las áreas más atrasadas como Vendée, odiaba a la iglesia que, correctamente identificaba con el dominio de los viejos opresores. Napoleón, por su parte, intentó alistar el apoyo de la Iglesia para su régimen y firmó un Concordato con el Papa.
Desde lejos, Beethoven siguió los acontecimientos en Francia con creciente alarma y pesimismo. Ya en 1802, la opinión de Beethoven sobre Napoleón comenzaba a cambiar. En una carta a un amigo escrita en ese año, escribió indignado: “Todo está cayendo nuevamente en la vieja rutina después de que Napoleón firmara el Concordato con el Papa”.
Pero lo peor estaba aún por venir. El 18 de mayo de 1804, Napoleón se proclamó Emperador de los franceses. La ceremonia de la coronación tuvo lugar en la catedral de Notre Dame el 2 de diciembre. En el momento en que el Papa vertió los santos óleos sobre la cabeza del usurpador, todos los rastros de la vieja constitución republicana fueron removidos. En lugar de la austera simplicidad republicana anterior, todo el esplendor ostentoso de la vieja monarquía reapareció para hacer burla de la memoria de la revolución por la cual tantos hombres y mujeres valientes habían sacrificado sus vidas.
Cuando Beethoven recibió la noticia de estos acontecimientos se llenó de rabia y tachó airadamente su dedicatoria a Napoleón en la partitura de su nueva sinfonía. El manuscrito todavía existe y podemos ver que atacó la página con tal violencia que está atravesada por un rasgón. Así, decidió dedicar la sinfonía a un héroe anónimo de la revolución: la sinfonía Heroica había nacido.
Las obras orquestales de Beethoven comenzaban ya a producir nuevos sonidos que nunca habían sido oídos antes. Impactaron al público vienés acostumbrado a las melodías cortesanas de Haydn y de Mozart. Con todo, las primeras dos sinfonías de Beethoven, aunque muy refinadas, todavía recordaban al aristocrático y tranquilo mundo del siglo XVIII, el mundo como era antes de su destrucción en 1789. La Heroica representa un enorme punto de inflexión, un gran salto adelante para la música, una verdadera revolución. Sonidos como éstos nunca habían sido oídos antes. Los desafortunados músicos que tuvieron que tocar esto por primera vez debieron haber estado totalmente paralizados y desconcertados.
La Heroica causó sensación. Hasta entonces, se consideraba que una sinfonía debía durar media hora como máximo. El primer movimiento de la Heroica duró tanto como una sinfonía entera del siglo XVIII. Y se trataba de una obra con un mensaje: una obra con algo que decir. Las disonancias y la violencia del primer movimiento son claramente un llamado a luchar. Y que ésta significa una lucha revolucionaria está claro desde la dedicatoria original.
Trotsky en una ocasión hizo la observación de que las revoluciones son asuntos volubles. La Revolución Francesa, sabemos, se caracterizó por su oratoria. Aquí había auténticos oradores de masas: Danton, Saint-Just, Robespierre e, incluso, Mirabeau antes de ellos. Cuando estos hombres hablaban, no sólo se dirigían a una audiencia: hablaban a la posteridad, a la historia. De ahí el carácter retórico de sus discursos. No hablaban, declamaban. Sus discursos comenzaban con una frase llamativa, la cual inmediatamente presentaba un tema central que entonces sería desarrollado en maneras diferentes, antes de hacer una reaparición enfática al final.
Es justo lo mismo con la sinfonía Heroica. No habla, sino que declama. El primer movimiento de esta sinfonía se abre con dos acordes disonantes que se asemejan a un hombre que golpea una mesa con su puño exigiendo nuestra atención, justamente igual que haría un orador apasionado en una asamblea revolucionaria. Beethoven entonces se lanza en un tipo de “carga de caballería” musical, una ofensiva tremendamente impetuosa que es interrumpida por choques, conflicto y lucha, e incluso momentáneamente detenida por momentos de extremo agotamiento, sólo para reanudar de nuevo su marcha triunfal. En este movimiento estamos en el corazón de la revolución misma, con todos sus flujos y reflujos, sus victorias y derrotas, sus triunfos y sus desesperaciones. Es la Revolución Francesa en música.
El segundo movimiento es una marcha fúnebre, en memoria de un héroe. Es una obra de tamaño descomunal, tan pesada y sólida como el granito. La pisada lenta y triste de la marcha fúnebre es interrumpida por una sección que recobra las glorias y los triunfos de alguien que ha dado su vida para la revolución. El pasaje central produce un edificio masivo de sonidos que crea la sensación de un dolor insoportable, antes de volver finalmente al tema central de la marcha fúnebre. Éste es uno de los momentos más grandes de la música de Beethoven, o de cualquier música.
El movimiento final se da en un espíritu completamente distinto. La sinfonía termina en una nota del más supremo optimismo. Después de todas las derrotas, reveses y decepciones, Beethoven nos está diciendo: “Sí, amigo mío, hemos sufrido una pérdida penosa, pero debemos dar vuelta a la página y abrir un nuevo capítulo. El espíritu humano es suficientemente fuerte como para superar todas las derrotas y continuar la lucha. Y debemos aprender a reírnos en la adversidad.”
Como los grandes revolucionarios franceses, Beethoven estaba convencido de que él escribía para la posteridad. Cuando –como ocurría frecuentemente– los músicos se quejaban de que no podían tocar su música porque era demasiado difícil, él contestaba: “No se preocupen, ésta es música para el futuro”.
La revolución de Beethoven en la música no era entendida por muchos de sus contemporáneos. Consideraron esta música como extraña, sin sentido, incluso loca. Sacó a los filisteos fuera de sus cómodos ensueños. A las audiencias les molestaba precisamente porque las obligaba a pensar sobre qué era la música. En vez de consonancias agradables y fáciles, Beethoven enfrentó al oyente con temas significativos, con ideas expresadas en música. Esta enorme innovación se convirtió, más adelante, en la base de toda la música romántica, culminando en los leit motivs de los extensos dramas musicales de Wagner. La base de todos los progresos subsecuentes es Beethoven.
Por supuesto, no hay escasez de grandes momentos líricos en Beethoven, como en la sexta sinfonía (Pastoral) y el tercer movimiento de la Novena. Incluso en la más feroz de las batallas hay momentos de calma, pero el período de calma nunca dura demasiado y es solamente el preludio a los nuevos períodos de lucha. Tal es la significación verdadera de los movimientos lentos en Beethoven. Son en verdad momentos sublimes, pero no tienen ninguna significación independiente, separada y aparte de la lucha.
Los temas de Beethoven significan algo. Por supuesto, ésta no es música de un programa superficial. La pieza más cercana a un programa descriptivo es la sexta sinfonía, la Pastoral, donde cada movimiento es introducido por una nota que transmite un humor o un escenario particulares (“Sensaciones agradables en la llegada al campo”; “Por el arroyo”; “Alegría y tormenta de los pastores”, etc.). Pero ésta es una excepción. El significado de estos temas es más abstracto y general. Con todo, las implicaciones están claras.
texto tomado en mayo de 2013 del blog argentino Bandera roja
escrito por Alan Woods
se publica en el Foro en dos mensajes
Si algún compositor merece el nombre de revolucionario ése es Beethoven. Él llevó a cabo lo que probablemente fue la revolución más grande de la música moderna y cambió la manera en que la música se componía y apreciaba. La suya es música que no calma, sino que conmociona y perturba. Alan Woods describe cómo el mundo en el que nació Beethoven era un mundo agitado, un mundo en transición, un mundo de guerras, revolución y contrarrevolución: un mundo como nuestro propio mundo.
“Beethoven es amigo y contemporáneo de la Revolución Francesa, y continuó fiel a ella incluso cuando, durante la dictadura Jacobina, los humanitarios de nervios débiles del tipo de Schiller le dieron la espalda prefiriendo destruir tiranos en el escenario teatral con la ayuda de espadas de cartón. Beethoven, ese genio plebeyo, quien orgulloso despreció a emperadores, príncipes y magnates –éste es el Beethoven que nosotros amamos: por su optimismo inquebrantable, su tristeza viril, por la inspirada pasión de su lucha y por su voluntad de hierro que le permitió agarrar al destino por la garganta.” - Ígor Stravinski
Si algún compositor merece el nombre de revolucionario ése es Beethoven. La palabra revolución deriva históricamente de los descubrimientos de Copérnico, quien estableció que la tierra gira alrededor del sol, transformando así la manera en que vemos el universo y nuestro lugar en él. De forma semejante, Beethoven llevó a cabo lo que fue, probablemente, la revolución más grande de la música moderna. Su producción fue extensa –incluye nueve sinfonías, cinco conciertos para piano y otros para violín, cuartetos para cuerdas, sonatas para piano, canciones y una ópera–. Cambió la manera en que la música era compuesta y apreciada. Hasta el final, nunca dejó de empujar la música hasta sus límites.
Después de Beethoven fue imposible volver a los viejos tiempos en que la música era considerada como un somnífero para los patrocinadores ricos, los cuales podían dormitar durante una sinfonía y a continuación se iban a casa a dormir tranquilamente en la cama. Después de Beethoven, ya nadie regresaba de un concierto tarareando agradables melodías. La suya es música que no calma, sino que conmociona y perturba. Es música que hace pensar y sentir.
Infancia
Marx señaló que la diferencia entre Francia y Alemania es que, mientras que los franceses realmente hicieron revoluciones, los alemanes simplemente especularon sobre ellas. El idealismo filosófico prosperó en Alemania a finales del siglo XVIII y principios del XIX por la misma razón. En Inglaterra la burguesía efectuaba una gran revolución de relevancia histórico-mundial en la producción, mientras que, al otro lado del Canal de la Mancha, los franceses realizaban una revolución igualmente grande en política. En la Alemania atrasada, donde las relaciones sociales quedaron rezagadas frente a las de Francia e Inglaterra, la única revolución posible era una revolución en las mentes de los hombres. Kant, Fichte, Schelling y Hegel argumentaron sobre la naturaleza del mundo y de las ideas, al tiempo que otra gente en otras tierras comenzó efectivamente a revolucionar el mundo y las mentes de hombres y mujeres.
El movimiento Sturm und Drang fue una expresión de este fenómeno típicamente alemán. Goethe fue influenciado por la filosofía idealista alemana, especialmente por Kant. Aquí podemos detectar los ecos de la Revolución Francesa, pero son lejanos y difusos, estrictamente confinados al mundo abstracto de la poesía, de la música y de la filosofía. El movimiento Sturm und Drang en Alemania reflejó la naturaleza revolucionaria de la época a finales del siglo XVIII. Era un período de fermento intelectual enorme. Les philosophes franceses anticiparon los acontecimientos revolucionarios de 1789 con su asalto a la ideología del viejo régimen. Como Engels escribió en el Anti-Dühring: “Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para la revolución en puertas obraron ellos mismos de un modo sumamente revolucionario. No reconocieron ninguna autoridad externa, del tipo que fuera. Lo sometieron todo a la crítica más despiadada: religión, concepción de la naturaleza, sociedad, orden estatal; todo tenía que justificar su existencia ante el tribunal de la razón, o renunciar a esa existencia. El entendimiento que piensa se aplicó como única escala a todo. Era la época en la que, como dice Hegel, el mundo se puso a descansar sobre la cabeza, primero en el sentido de que la cabeza humana y las proposiciones descubiertas por su pensamiento pretendieron valer como fundamento de toda acción y toda asociación humanas; pero luego también en el sentido, más amplio, de invertir de arriba abajo -en el terreno de los hechos- la realidad que contradecía a esas proposiciones”. (Engels, Anti-Dühring, Introducción.)
El impacto de este fermento pre-revolucionario en Francia se hizo sentir mucho más allá de las fronteras de ese país: en Alemania, en Inglaterra e, incluso, en Rusia. En literatura, las viejas formas cortesanas estaban desapareciendo gradualmente. Esto se reflejó en la poesía de Wolfgang Goethe –el poeta más grande que Alemania haya producido–. Su gran obra maestra, Fausto, está llena de un espíritu dialéctico. Mefistófeles es el espíritu vivo de la negación que lo penetra todo. Este espíritu revolucionario encontró un eco en los trabajos posteriores de Mozart, particularmente en Don Giovanni, que entre otras cosas contiene un conmovedor estribillo con las palabras: “¡Viva la libertad!” Pero es solamente con Beethoven que el espíritu de la Revolución Francesa encuentra su expresión verdadera en música.
Ludwig Van Beethoven nació en Bonn el 16 de noviembre de 1770; fue hijo de un músico de origen flamenco, Johann, quien fue empleado de la corte del Arzobispo. Su padre puede ser considerado como un hombre áspero, brutal y disoluto. Su madre, María Magdalena, sobrevivió su martirio con silenciosa resignación. Los primeros años de Beethoven no fueron felices. Esto probablemente explica el carácter introvertido y algo hosco del compositor, así como su espíritu rebelde.
La educación temprana de Beethoven fue, en el mejor de los casos, incompleta. Dejó la escuela a la edad de once años. La primera persona en reconocer el potencial enorme del chico fue el organista de la corte, Gottlob Neffe, quién le mostró los trabajos de Bach, especialmente el Clave bien temperado.
Observando el talento precoz de su hijo, Johann intentó convertirlo en un niño prodigio –un nuevo Mozart–. A la edad de cinco años fue presentado en un concierto público. Pero Johann estaba condenado a la decepción: Ludwig no era ningún pequeño Mozart. Asombrosamente, no tenía ninguna disposición natural para la música y tuvo que ser obligado. Fue así que su padre lo envió a varios profesores para que le metieran la música en la cabeza.
Beethoven en Viena
En esta época, Bonn, capital del Electorado de Colonia, era un remanso provinciano y tranquilo. Para avanzar, el joven músico tuvo que ir a estudiar música a Viena. Su familia no era rica, pero en 1787 el joven Beethoven fue enviado a la capital por el arzobispo. Allí conoció a Mozart al cual dejó impresionado. Más tarde, uno de sus profesores sería Haydn. Pero después de solamente dos meses tuvo que volver a Bonn porque su madre estaba gravemente enferma. Ella murió poco tiempo después. Ésta sería la primera de muchas tragedias personales y familiares que persiguieron a Beethoven toda su vida. En 1792, el año en que Louis XVI fue decapitado, Beethoven finalmente se trasladó de Bonn a Viena, donde viviría hasta su muerte.
Los retratos que han llegado a nosotros muestran a un joven introvertido y sombrío, con una expresión que transmite una sensación de tensión interna y de naturaleza apasionada. Físicamente no era hermoso: una cabeza grande con una nariz aguileña; una cara marcada por la viruela, y pelo grueso y espeso que nunca parecía estar peinado. Su tez oscura le ganó el apodo de “el español”. Bajo, rechoncho y bastante torpe, tenía el porte y las maneras de un plebeyo –un hecho que no podía disimular con la ropa elegante que usaba cuando joven.
Este rebelde nato se presentó en la aristocrática y refinada Viena desaliñado, pobremente vestido y malhumorado, con ninguno de los aires y gracias cortesanos que se pudieron haber esperado de él. Como cualquier otro compositor de la época, Beethoven fue obligado a depender de concesiones y comisiones de patrones ricos y aristocráticos. Pero éstos nunca llegaron a poseerle. Él no era un músico cortesano –como Haydn, quien estaba en la corte de la familia Esterházy. Qué pensaban de este hombre extraño no se sabe, pero la grandeza de su música le garantizó encargos y, por lo tanto, un sustento económico.
Él, que desdeñaba el convencionalismo y la ortodoxia, debió haberse sentido totalmente fuera de lugar. No estaba interesado en lo más mínimo en su aspecto personal ni en su ambiente. Beethoven era un hombre que respiraba y vivía para su música y era indiferente a las comodidades mundanas. Su vida personal era caótica e inestable, y se lo podía describir como un bohemio. Vivió en la miseria más extrema. Su casa era siempre un desastre, con restos de comida por todos lados e incluso orinales sin vaciar.
Su actitud respecto a los príncipes y a los nobles que le pagaban fue capturada en una pintura famosa. En ella se muestra al compositor durante un paseo con el poeta Goethe, el archiduque Rodolfo y la emperatriz. Mientras que Goethe, respetuoso, se quita cortésmente su sombrero y cede el paso a la pareja real, Beethoven los ignora completamente y continúa caminando sin mostrar ningún respeto a la familia imperial. Esta pintura contiene el espíritu entero del hombre, un espíritu audaz, revolucionario, intransigente. Sofocándose en la atmósfera burguesa de Viena, escribió este comentario desesperado: “Mientras que los austriacos tengan su cerveza oscura y sus pequeñas salchichas, nunca se rebelarán”.(1)
Una época revolucionaria
El mundo en el que nació Beethoven era un mundo turbulento, un mundo en transición, un mundo de guerras, revolución y contrarrevolución: un mundo como el nuestro. En 1776, los colonos americanos ganaron su libertad con una revolución que tomó la forma de una guerra de liberación nacional contra Gran Bretaña. Éste fue el primer acto de un gran drama histórico. La Revolución Americana proclamó los ideales de la libertad individual que se derivaban de la Ilustración Francesa.
Apenas una década después, las ideas de los Derechos del Hombre volvieron a Francia de una manera aún más explosiva. La toma de la Bastilla marcó, en julio de 1789, un momento decisivo en la historia mundial. En su periodo de ascenso, la Revolución Francesa erradicó toda la basura acumulada del feudalismo, puso a una nación entera a sus pies y se enfrentó a toda Europa con valor y determinación. El espíritu de liberación de la Revolución en Francia se extendió por Europa como un fuego arrasador. Tal período exigió nuevas formas de arte y nuevas maneras de expresión. Esto fue logrado con la música de Beethoven, que expresa el espíritu de su tiempo mejor que cualquier otra cosa.
En 1793, los jacobinos ejecutaron al rey Luís XVI de Francia. Una ola de conmoción y miedo se extendió por todas las cortes de Europa. La actitud hacia la Francia revolucionaria se endureció. Aquellos “liberales” que inicialmente habían saludado la revolución con entusiasmo, ahora se escabulleron al rincón de la reacción. El antagonismo de las clases acaudaladas hacia Francia fue expresado por Edmund Burke en su obra Reflexiones sobre la revolución francesa. Por todas partes, los partidarios de la revolución fueron vistos con suspicacia y además perseguidos. Ya no era seguro ser un amigo de la Revolución Francesa.
Éstos eran tiempos tempestuosos. Los ejércitos revolucionarios de la joven República Francesa derrotaron a los ejércitos de la Europa monárquico-feudal y estaban contraatacando en todos los frentes. El joven compositor fue desde el principio un ardiente admirador de la Revolución Francesa y estaba horrorizado por el hecho de que Austria fuera la fuerza principal en la coalición contrarrevolucionaria contra Francia. La capital del imperio estaba infectada de un ambiente de terror. El aire estaba enrarecido por la sospecha; los espías aparecían por todas partes y la libre expresión fue sofocada por la censura. Pero lo que no podía expresarse con la palabra escrita encontraría su expresión en música grandiosa.
Sus estudios con Haydn no iban muy bien. Beethoven ya estaba desarrollando ideas originales sobre la música, lo cual no era del agrado de su viejo maestro, aferrado firmemente al antiguo estilo cortés y aristocrático de la música clásica. Era un choque de lo viejo con lo nuevo. El joven compositor se estaba haciendo famoso como pianista. Su estilo era violento, como la edad que lo produjo. Se dice que golpeaba las teclas tan fuerte que rompía las cuerdas a menudo. Comenzaba a ser reconocido como un compositor nuevo y original. Tomó Viena por asalto. Se convirtió en todo un éxito.
La vida, empero, puede jugar las bromas más crueles sobre hombres y mujeres. En el caso de Beethoven, el destino le preparaba un final particularmente cruel. En 1796-97 Beethoven cayó enfermo, posiblemente con un tipo de meningitis que le afectó su sentido del oído. Tenía 28 años y estaba en la cima de su fama… pero estaba volviéndose sordo. Hacia 1800, experimentó los primeros signos de sordera. Aunque no se volvió totalmente sordo hasta los últimos años, tener conciencia de que su condición se deterioraba debió haber sido una tortura terrible. Se volvió una persona deprimida e incluso suicida. Escribió acerca de su tormento interno y de cómo solamente su música lo contuvo de quitarse la vida. Esta experiencia de intenso sufrimiento y la lucha por superarlo, tiñe su música y la imbuye de un espíritu profundamente humano.
En su vida personal nunca fue feliz. Tenía el hábito de enamorarse de las hijas (y las esposas) de sus ricos patrones, y sus relaciones siempre terminaron malamente y con nuevos arranques de depresión. Después de uno de estos momentos escribió: ¡El arte, y solamente el arte, me ha salvado! Me parece imposible dejar este mundo sin haber dado todo lo que he sentido nacer dentro de mí.
Al principio de 1801 sufrió una severa crisis personal. Según El testamento de Heiligenstadt, se encontraba al borde del suicidio. Pero habiéndose recuperado de su depresión, Beethoven se lanzó con vigor renovado al trabajo de la creación musical. Estos incidentes hubieran destruido a un hombre más débil. No obstante, Beethoven convirtió su sordera –una discapacidad paralizante para cualquier persona, pero una catástrofe para un compositor– en una ventaja. Su oído interno le proveyó de todo lo que era necesario para componer música grandiosa; y en el mismo año de su crisis más devastadora (1802) compuso su gran sinfonía Heroica.
La dialéctica de la sonata
La dinámica de la música de Beethoven era enteramente nueva. Compositores anteriores escribieron piezas tranquilas y piezas ruidosas, pero ambas estaban totalmente separadas. Con Beethoven, por el contrario, pasamos rápidamente de una a la otra. Esta música contiene una tensión interna, una contradicción que exige una urgente resolución. Es la música de la lucha.
La forma de la sonata es una manera de elaborar y de estructurar la materia musical. Se basa en una visión dinámica de la forma musical y es dialéctica en esencia. La música se desarrolla a través de una serie de elementos en oposición. A finales del siglo XVIII la forma de la sonata dominó mucha de la música compuesta. Aunque no era nueva, la forma de la sonata fue desarrollada y consolidada por Haydn y Mozart. Pero en las composiciones del siglo XVIII tenemos la forma de sonata solamente de una forma potencial y no su contenido verdadero.
En parte (pero solamente en parte) ésta es una cuestión técnica. La forma que Beethoven utilizó no era nueva, pero sí lo era la manera en que la utilizó. La forma de la sonata comienza con un primer movimiento rápido, seguida de un segundo movimiento más lento, un tercer movimiento que es más alegre en el carácter (originalmente un minueto, más adelante un scherzo, que literalmente significa “broma”) y termina como comenzó, con un movimiento rápido.
Básicamente, la forma de la sonata se basa en la línea de desarrollo A-B-A. Vuelve al principio, pero a un nivel superior. Esto es un concepto puramente dialéctico: movimiento mediante contradicción, la negación de la negación. Es un tipo de silogismo musical: exposición-desarrollo-recapitulación, o, expresado en otros términos, tesis-antítesis-síntesis.
Esta clase de desarrollo está presente en cada uno de los movimientos. Pero hay también un desarrollo global en el que temas conflictivos terminan reconciliándose en un “final feliz”. En la coda final volvemos a la tonalidad inicial, creando la sensación de una apoteosis triunfal.
Esta forma contiene el germen de una idea profunda y tiene el potencial para un desarrollo serio. Puede también ser expresada por una amplia gama de combinaciones instrumentales: piano solo, piano y violín, cuarteto de cuerdas, sinfonía… El éxito de la forma de la sonata fue facilitado por la invención de un nuevo instrumento musical: el pianoforte. Éste podía expresar la dinámica completa del romanticismo, mientras que el órgano y el clavicordio estaban restringidos para tocar la música escrita según los principios de la polifonía y del contrapunto.
El desarrollo de la forma de la sonata estaba ya bien avanzado a finales del siglo XVIII. Alcanzó su punto álgido en las sinfonías de Mozart y de Haydn y, en cierto sentido, podría decirse que las sinfonías de Beethoven son solamente una continuación de esta tradición. Pero, en realidad, la identidad formal encubre una diferencia fundamental.
En sus orígenes, la forma de la sonata predominó sobre su contenido real. Los compositores clásicos del siglo XVIII estaban principalmente preocupados por conseguir la corrección de la forma (aunque Mozart es una excepción). Pero con Beethoven el contenido verdadero de la forma de la sonata emerge finalmente. Sus sinfonías provocan un sentimiento incontenible de un proceso de lucha y de su desarrollo a través de contradicciones. Aquí tenemos el ejemplo más sublime de la unidad dialéctica entre forma y contenido. Éste es el secreto por excelencia de todo arte. Tales alturas se han alcanzado raramente en la historia de la música.
Conflicto interno
Las sinfonías de Beethoven representan una ruptura fundamental con el pasado. Si las formas son similares superficialmente, el contenido y el espíritu de la música son radicalmente diferentes. Con Beethoven –y los románticos que siguieron sus pasos– lo importante no son las formas en sí mismas, la simetría formal o el equilibrio interno, sino el contenido. De hecho, el equilibrio es perturbado con frecuencia en Beethoven. Hay muchas disonancias que reflejan tal conflicto interno.
En 1800 escribió su primera sinfonía, un trabajo que todavía tiene sus raíces en Haydn. Es un trabajo luminoso, absolutamente libre del espíritu de conflicto y de lucha que caracteriza sus posteriores trabajos. Francamente, no da idea alguna de lo que estaba por venir. La sonata para piano n o 8 (opus 13) o Patética es completamente diferente. Es claramente distinta de las sonatas para piano de Haydn y de Mozart. Beethoven estaba influenciado por la teoría de Schiller sobre la tragedia y el arte trágico, a los cuales vio no sólo como sufrimiento humano sino, sobre todo, como una lucha contra este sufrimiento.
El mensaje se expresa claramente en el primer movimiento que abre con sonidos complejos y disonantes. Estos acordes misteriosos pronto llevan a un pasaje agitado central que sugiere esta resistencia al sufrimiento. Este conflicto interno desempeña un papel dominante en la música de Beethoven y le da un carácter totalmente diferente al de la música del siglo XVIII. Es la voz de una nueva época: una voz estruendosa que exige ser oída.
La pregunta que debe plantearse es: ¿cómo explicamos esta diferencia asombrosa? La respuesta corta y fácil es que esta revolución musical es el producto de la mente de un genio. Eso es cierto. Beethoven es probablemente el genio musical más grande de la historia. Pero es una respuesta que no contesta realmente nada. ¿Por qué este lenguaje musical enteramente nuevo emergió exactamente en este momento y no cien años antes? ¿Por qué no ocurrió con Mozart, Haydn o, de hecho, con Bach?
El mundo del sonido de Beethoven no es uno integrado por sonidos hermosos, como lo era la música de Mozart y de Haydn. Su escucha no es necesariamente una experiencia placentera, ni motiva al oyente a silbar melodías bonitas. Es un sonido áspero, una explosión musical, una revolución musical que transmite con precisión el espíritu de los tiempos. Aquí hay no sólo variedad sino también conflicto. Beethoven utiliza con frecuencia la instrucción sforzando, que significa ataque. Se trata de una música violenta, llena de movimiento, que trastoca rápidamente los ánimos, se trata de conflicto, de contradicción.
Con Beethoven la forma de la sonata avanza a un nivel cualitativamente superior. La transformó de una mera forma a una potente y, al mismo tiempo, íntima expresión de sus sentimientos más interiores. En algunas de sus composiciones para piano escribió la instrucción: “sonata, quasi una fantasia”, para indicar que él buscaba la libertad de expresión absoluta por medio de la sonata. Aquí la dimensión de la sonata se amplía grandemente con respecto a su forma clásica. Los tempos son más flexibles, e incluso cambian de lugar. Pero sobre todo, el final ya no es simplemente una mera recapitulación, sino un desarrollo y una culminación verdaderos de todo lo sucedido anteriormente.
Al ser aplicada a sus sinfonías, la forma de la sonata, tal como es desarrollada por Beethoven, alcanza un nivel inaudito de sublimidad y de energía. La energía viril que impulsa su quinta y tercera sinfonías es suficiente prueba de esto. Ésta no es música sencilla o para entretenimiento. Es música diseñada para provocar, para impactar y para inspirar a la acción. Es la voz de la rebelión proyectada en música.
Pero esto no es ningún accidente ya que la revolución de Beethoven en música reflejó una revolución de la vida real. Beethoven era un hijo de su tiempo –el tiempo de la Revolución Francesa. Escribió la mayoría de su obra más grandiosa durante la revolución y el espíritu de la revolución impregna cada una de sus notas. Es completamente imposible entender al compositor fuera de este contexto.
Beethoven desechó audazmente todas las convenciones musicales existentes, de la misma manera que la Revolución Francesa limpió los establos de Augías del pasado feudal. La suya era una nueva clase de música, música que abrió muchas puertas para los compositores por venir, tal como la Revolución Francesa abrió la puerta a una nueva sociedad democrática.
El auténtico secreto de la música de Beethoven consiste en el más intenso conflicto. Es un conflicto que está presente en la mayor parte de su música y alcanza su altura más impresionante en sus últimas siete sinfonías, comenzando con la tercera sinfonía, conocida como la Heroica. Éste fue el verdadero punto de inflexión en la evolución musical de Beethoven y también de la historia de la música en general. Y las raíces de esta revolución en la música se deben encontrar fuera de ella, en la sociedad y la historia.
La sinfonía Heroica
Un momento crucial en la vida de Beethoven y en la evolución de la música occidental fue la composición de su tercera sinfonía (la Heroica). Hasta ese momento, el lenguaje musical de la primera y segunda sinfonías no salía substancialmente del mundo de sonidos de Mozart y de Haydn. Pero desde las primeras notas de la Heroica entramos en un mundo enteramente distinto. La música tiene un significado político implícito, cuyo origen es bien conocido.
Beethoven era músico, no un político, y su conocimiento de los acontecimientos en Francia era necesariamente confuso e incompleto, pero sus instintos revolucionarios eran infalibles y, al final, lo llevaron siempre a las conclusiones correctas. Él había oído los informes del ascenso de un joven oficial en el ejército revolucionario, llamado Bonaparte. Como muchos otros, se formó la impresión de que Napoleón era el continuador de la revolución y el defensor de los derechos del hombre. Beethoven, por lo tanto, planeó dedicar su nueva sinfonía a Bonaparte.
Esto fue un error, aunque absolutamente comprensible. Era el mismo error que mucha gente cometió cuando asumió que Stalin era el verdadero heredero de Lenin y defensor de los ideales de la revolución de octubre. Lentamente, sin embargo, se puso de manifiesto que su héroe se separaba de los ideales de la revolución y que consolidaba un régimen que imitó algunas de las peores características del viejo despotismo.
En 1799, el golpe de Estado de Bonaparte significó el final definitivo del período de ascenso revolucionario. En agosto de 1802, Napoleón se aseguró el consulado de por vida con el poder de nombrar un sucesor. Un senado obsequioso le pidió reintroducir el gobierno hereditario “para defender la libertad pública y para mantener la igualdad”. Así, en nombre de la “libertad” y de la “igualdad” se invitó al pueblo francés a que pusiera su cabeza en una soga.
Esta es una estrategia que siempre repiten los usurpadores en cada período de la historia. El emperador Augusto, por ejemplo, mantuvo las formas exteriores de la República Romana y fingió públicamente una deferencia hipócrita al Senado, mientras que sistemáticamente subvertía la constitución republicana. No mucho después, su sucesor Calígula nombró senador a su caballo favorito, hecho que reflejaba más fehacientemente la situación.
Stalin, el líder de la contrarrevolución política en Rusia, se proclamó a sí mismo el discípulo fiel de Lenin al tiempo que pisoteaba todas las tradiciones del leninismo. Gradualmente, las normas de la democracia y del igualitarismo proletarios soviéticos fueron sustituidas por un régimen burocrático, de desigualdad y totalitarismo. En el ejército se reintrodujeron la jerarquía y los privilegios suprimidos por la revolución de octubre. Se exaltaban las virtudes de la familia. Finalmente, Stalin incluso descubrió una función para la Iglesia Ortodoxa: la de fiel sirviente de su régimen. En todo esto, él pisaba únicamente un camino que había sido atravesado ya por Napoleón Bonaparte, el sepulturero de la Revolución Francesa.
Para encontrar algún tipo de aprobación y de respetabilidad para su dictadura, Napoleón comenzó a copiar todas las formas exteriores del viejo régimen: títulos aristocráticos, uniformes espléndidos, jerarquías y, por supuesto, religión. La Revolución Francesa había desterrado prácticamente a la Iglesia Católica. La masa de la gente, excepto en las áreas más atrasadas como Vendée, odiaba a la iglesia que, correctamente identificaba con el dominio de los viejos opresores. Napoleón, por su parte, intentó alistar el apoyo de la Iglesia para su régimen y firmó un Concordato con el Papa.
Desde lejos, Beethoven siguió los acontecimientos en Francia con creciente alarma y pesimismo. Ya en 1802, la opinión de Beethoven sobre Napoleón comenzaba a cambiar. En una carta a un amigo escrita en ese año, escribió indignado: “Todo está cayendo nuevamente en la vieja rutina después de que Napoleón firmara el Concordato con el Papa”.
Pero lo peor estaba aún por venir. El 18 de mayo de 1804, Napoleón se proclamó Emperador de los franceses. La ceremonia de la coronación tuvo lugar en la catedral de Notre Dame el 2 de diciembre. En el momento en que el Papa vertió los santos óleos sobre la cabeza del usurpador, todos los rastros de la vieja constitución republicana fueron removidos. En lugar de la austera simplicidad republicana anterior, todo el esplendor ostentoso de la vieja monarquía reapareció para hacer burla de la memoria de la revolución por la cual tantos hombres y mujeres valientes habían sacrificado sus vidas.
Cuando Beethoven recibió la noticia de estos acontecimientos se llenó de rabia y tachó airadamente su dedicatoria a Napoleón en la partitura de su nueva sinfonía. El manuscrito todavía existe y podemos ver que atacó la página con tal violencia que está atravesada por un rasgón. Así, decidió dedicar la sinfonía a un héroe anónimo de la revolución: la sinfonía Heroica había nacido.
Las obras orquestales de Beethoven comenzaban ya a producir nuevos sonidos que nunca habían sido oídos antes. Impactaron al público vienés acostumbrado a las melodías cortesanas de Haydn y de Mozart. Con todo, las primeras dos sinfonías de Beethoven, aunque muy refinadas, todavía recordaban al aristocrático y tranquilo mundo del siglo XVIII, el mundo como era antes de su destrucción en 1789. La Heroica representa un enorme punto de inflexión, un gran salto adelante para la música, una verdadera revolución. Sonidos como éstos nunca habían sido oídos antes. Los desafortunados músicos que tuvieron que tocar esto por primera vez debieron haber estado totalmente paralizados y desconcertados.
La Heroica causó sensación. Hasta entonces, se consideraba que una sinfonía debía durar media hora como máximo. El primer movimiento de la Heroica duró tanto como una sinfonía entera del siglo XVIII. Y se trataba de una obra con un mensaje: una obra con algo que decir. Las disonancias y la violencia del primer movimiento son claramente un llamado a luchar. Y que ésta significa una lucha revolucionaria está claro desde la dedicatoria original.
Trotsky en una ocasión hizo la observación de que las revoluciones son asuntos volubles. La Revolución Francesa, sabemos, se caracterizó por su oratoria. Aquí había auténticos oradores de masas: Danton, Saint-Just, Robespierre e, incluso, Mirabeau antes de ellos. Cuando estos hombres hablaban, no sólo se dirigían a una audiencia: hablaban a la posteridad, a la historia. De ahí el carácter retórico de sus discursos. No hablaban, declamaban. Sus discursos comenzaban con una frase llamativa, la cual inmediatamente presentaba un tema central que entonces sería desarrollado en maneras diferentes, antes de hacer una reaparición enfática al final.
Es justo lo mismo con la sinfonía Heroica. No habla, sino que declama. El primer movimiento de esta sinfonía se abre con dos acordes disonantes que se asemejan a un hombre que golpea una mesa con su puño exigiendo nuestra atención, justamente igual que haría un orador apasionado en una asamblea revolucionaria. Beethoven entonces se lanza en un tipo de “carga de caballería” musical, una ofensiva tremendamente impetuosa que es interrumpida por choques, conflicto y lucha, e incluso momentáneamente detenida por momentos de extremo agotamiento, sólo para reanudar de nuevo su marcha triunfal. En este movimiento estamos en el corazón de la revolución misma, con todos sus flujos y reflujos, sus victorias y derrotas, sus triunfos y sus desesperaciones. Es la Revolución Francesa en música.
El segundo movimiento es una marcha fúnebre, en memoria de un héroe. Es una obra de tamaño descomunal, tan pesada y sólida como el granito. La pisada lenta y triste de la marcha fúnebre es interrumpida por una sección que recobra las glorias y los triunfos de alguien que ha dado su vida para la revolución. El pasaje central produce un edificio masivo de sonidos que crea la sensación de un dolor insoportable, antes de volver finalmente al tema central de la marcha fúnebre. Éste es uno de los momentos más grandes de la música de Beethoven, o de cualquier música.
El movimiento final se da en un espíritu completamente distinto. La sinfonía termina en una nota del más supremo optimismo. Después de todas las derrotas, reveses y decepciones, Beethoven nos está diciendo: “Sí, amigo mío, hemos sufrido una pérdida penosa, pero debemos dar vuelta a la página y abrir un nuevo capítulo. El espíritu humano es suficientemente fuerte como para superar todas las derrotas y continuar la lucha. Y debemos aprender a reírnos en la adversidad.”
Como los grandes revolucionarios franceses, Beethoven estaba convencido de que él escribía para la posteridad. Cuando –como ocurría frecuentemente– los músicos se quejaban de que no podían tocar su música porque era demasiado difícil, él contestaba: “No se preocupen, ésta es música para el futuro”.
La revolución de Beethoven en la música no era entendida por muchos de sus contemporáneos. Consideraron esta música como extraña, sin sentido, incluso loca. Sacó a los filisteos fuera de sus cómodos ensueños. A las audiencias les molestaba precisamente porque las obligaba a pensar sobre qué era la música. En vez de consonancias agradables y fáciles, Beethoven enfrentó al oyente con temas significativos, con ideas expresadas en música. Esta enorme innovación se convirtió, más adelante, en la base de toda la música romántica, culminando en los leit motivs de los extensos dramas musicales de Wagner. La base de todos los progresos subsecuentes es Beethoven.
Por supuesto, no hay escasez de grandes momentos líricos en Beethoven, como en la sexta sinfonía (Pastoral) y el tercer movimiento de la Novena. Incluso en la más feroz de las batallas hay momentos de calma, pero el período de calma nunca dura demasiado y es solamente el preludio a los nuevos períodos de lucha. Tal es la significación verdadera de los movimientos lentos en Beethoven. Son en verdad momentos sublimes, pero no tienen ninguna significación independiente, separada y aparte de la lucha.
Los temas de Beethoven significan algo. Por supuesto, ésta no es música de un programa superficial. La pieza más cercana a un programa descriptivo es la sexta sinfonía, la Pastoral, donde cada movimiento es introducido por una nota que transmite un humor o un escenario particulares (“Sensaciones agradables en la llegada al campo”; “Por el arroyo”; “Alegría y tormenta de los pastores”, etc.). Pero ésta es una excepción. El significado de estos temas es más abstracto y general. Con todo, las implicaciones están claras.
---fin del primer mensaje---