"El fetichismo en los escritos de juventud de Marx"
texto de Enrique Dussel - publicado en el diario Uno más Uno (México), en junio de 1982
tomado del blog Marx desde cero en abril de 2013
En el joven Marx se dejan ver temas que volverán a lo largo de toda su vida, hasta El Capital y aún posteriormente. Queremos recordar uno de ellos, que se hace presente desde sus exámenes de bachillerato de 1835, en su carta a su padre de 1837, en su tesis doctoral, en fin, en prácticamente todos sus primeros trabajos, y que rematará en el famoso parágrafo 4 del primer capítulo del libro primero de El Capital sobre el “fetichismo de la mercancía“.
En efecto, es el tema de “sacrificar la vida” (OF, I, 3 y 4) (1), de ofrendar lo más valioso, la vida, a algo o alguien en un acto de culto. Marx siempre se refirió en toda su vida a este ámbito de lo absoluto, como cuando escribe a su padre que “había caído el telón, mi santuario se había desmoronado y era necesario entronizar en los altares a nuevos dioses” (OF, 10)(2), o aquello de que “consumido por la rabia de tener que convertir en ídolo una concepción que odiaba” (OF, 11).
De la misma manera recuerda en 1841 que “estos dioses no los ha inventado Epicuro, sino que existían. Son los dioses plásticos del arte griego. El romano Cicerón se burla con razón de ellos” (OF, 34).
Marx, entonces, va lentamente configurando un concepto que adquirirá con el tiempo extrema precisión. Los falsos dioses son los ídolos. Entre ellos reina de manera especial en la conciencia del joven estudiante la figura de un dios extraño, conocido entre los semitas: “¿Acaso no dominaba Moloch?” (OF, 69). Más adelante nos dirá: “Mammón muerto” (OF, 561; MEW EBI, 473). Moloch y Mammón son dioses fenicios o semitas a los que se sacrificaban víctimas humanas: se sacrificaba la vida del hombre. Esto está claro en Marx: la vida es el valor supremo e inmolar la vida a lo que sea es un acto idolátrico —como para el pueblo judío, al que pertenecía Marx por origen y educación—. Por ello en él es frecuente el insulto de “filisteo“, que era el pueblo enemigo del israelita, pueblo de comerciantes, que inmolan vidas humanas a los ídolos.
De pronto comienza a usar su concepto preferido: “Es cierto que la provincia tiene el derecho de crearse —está escribiendo con respecto a la ley sobre el robo de leña— estos dioses, pero, una vez que los ha creado, debe olvidar como el adorador de los fetiches (sic), que se trata de dioses salido de sus manos” (OF, 187) (3).
En este año de 1842, en Bonn, Marx leerá la obra de Debrosses ”Sobre el culto de los dioses fetiches” (Berlín, 1785), tal como consta en su “Cuaderno de Bonn” (OF, 540). Desde ahora no usará ya técnicamente palabras tales como dioses, ídolos, etc., sino fetiches, fetichismo, fetichización:
“El fetichismo, lejos de elevar al hombre por sobre los apetitos, es, por el contrario, la religión de los apetitos de los sentidos. La fantasía de los apetitos hace creer al adorador del fetiche que una cosa inanimada abandonará su carácter natural para acceder a sus apetitos. Por eso el tosco apetito del fetichista destruye al fetiche cuando éste deja de ser su más sumiso servidor” (OF, 224).
El fetichismo se va configurando claramente para Marx como un concepto cuyo contenido es el siguiente: cuando una parte, un momento, una determinación de una estructura se arroga ser la existencia real del todo, el fundamento, el fin último, se cae en el fetichismo, en la absolutización de la parte fetichizada. Es por ello que el hombre (el absoluto en la historia, cuestión que trataremos en otra Nota) puede ser sacrificado en el culto a una parte, un momento, una determinación absolutizada: por ejemplo, la “propiedad privada” de la leña:
“Existe la posibilidad de que se maltrate a unos cuantos árboles jóvenes, y huelga decir que los ídolos de madera triunfarán, inmolándose a ellos los hombres” (OF, 250).
Y, al fin, Marx se refiere a un texto de Bartolomé de las Casas —que en ninguna edición se indica su origen, porque pareciera que los mismos editores no conocen aquel texto del famoso cacique Hatuey— cuando dice:
“Los indígenas cubanos veían en el oro el fetiche de los españoles. Celebraron una fiesta en su honor, le entonaron canciones (areitos dice Bartolomé) y después lo arrojaron al mar (en realidad: al río). Si hubieran asistido a estas sesiones de la Dieta renana, aquellos salvajes habrían visto en la leña el fetiche de los renanos. Pero en otras sesiones de la misma Dieta habrían aprendido que el fetichismo lleva consigo el culto al animal y habrían arrojado al mar a las liebres para salvar a los hombres” (OF, 283) (4).
La leña y las liebres eran propiedad privada de los Señores. Los pobres campesinos se morían de hambre. Pero la propiedad privada de la leña y las liebres era más sagrada que los mismos hombres. Como puede verse, para Marx, el hombre es el todo, el fundamento, lo que mide todo valor. Para los miembros de la Dieta la propiedad privada de algunos bienes era superior al hombre: habían fetichizado, absolutizado, un momento, una parte, una determinación de la existencia humana como totalidad.
Estos temas, “adorador de los ídolos” (OF, 499), “su vida se revela como el sacrificio de su vida, como privación de la realidad de su vida” (OF, 527), etc., son muy frecuentes.
En 1843, comenzará a descubrir al “Señor de este mundo” (OF, 445); en su carta a Ruge en mayo desde Colonia, pone un nombre al “fantasma” al que “debemos mirarle fijamente a los ojos“. Ese ídolo, fantasma, fetiche tendrá ahora un nombre, cobrará realidad:
“El dios de la necesidad práctica y del egoísmo es el Dinero… El Dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía. El Dinero es el valor universal de todas las cosas” (La cuestión judía; OF, 487).
Ese fetiche, ese dios, el Dinero, es una “esencia extraña que lo domina (al hombre) y que es adorada por él” (OF, 487). El hombre trabaja; su vida se objetiva en el producto; otro se apropia de su producto, de su vida: dicho trabajo se acumula como capital, “capital Muerto” (OF, 574) (5). De pronto el Dinero transformado en Capital es ahora experimentado como Moloch, dios sanguinario que recibe víctimas humanas, su sangre misma se acumula como vida del fetiche. Para los fetichistas, “para Ricardo, los hombres no son nada” (OF, 581), sólo valen como productores, pero el producto de sus manos “se enfrenta a ellos (él) como una potencia ajena” (OF, 602). “¿Son los dioses?” (Ibid.). No; es el Capital:
“El carácter universal de su cualidad es la omnipotencia de su ser…” (OF, 641). “El Dinero es la deidad visible” (OF, 643). “El Dinero es la prostituta universal… La fuerza divina del dinero radica en su propia esencia, en cuanto es la esencia genérica alienadora, enajenadora y enajenante de los hombres” (Ibid.).
Para Marx, como lo indicará explícitamente numerosas veces en su obra, incluso en El Capital, el Dinero, el Capital es la Bestia del Apocalipsis (6), el Anticristo, cuestión que no podrán entender, escribiría Marx, “los tibios, los que no sienten frío ni calor” (OF, 316). Marx era un teórico del Siglo XIX; no era un jacobino del siglo XVIII francés ni del siglo XX Latinoamericano. Nuestro pueblo simple latinoamericano, nuestro pueblo centroamericano inmolado al “dios solar” (In Gold we trust debería decir y no In God we trust), comprende perfectamente esta diálectica crítica antifetichista, en compatibilidad absoluta con aquellos que hace siglos proclamaban: “Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan; hechura de la mano de los hombres“.
texto de Enrique Dussel - publicado en el diario Uno más Uno (México), en junio de 1982
tomado del blog Marx desde cero en abril de 2013
En el joven Marx se dejan ver temas que volverán a lo largo de toda su vida, hasta El Capital y aún posteriormente. Queremos recordar uno de ellos, que se hace presente desde sus exámenes de bachillerato de 1835, en su carta a su padre de 1837, en su tesis doctoral, en fin, en prácticamente todos sus primeros trabajos, y que rematará en el famoso parágrafo 4 del primer capítulo del libro primero de El Capital sobre el “fetichismo de la mercancía“.
En efecto, es el tema de “sacrificar la vida” (OF, I, 3 y 4) (1), de ofrendar lo más valioso, la vida, a algo o alguien en un acto de culto. Marx siempre se refirió en toda su vida a este ámbito de lo absoluto, como cuando escribe a su padre que “había caído el telón, mi santuario se había desmoronado y era necesario entronizar en los altares a nuevos dioses” (OF, 10)(2), o aquello de que “consumido por la rabia de tener que convertir en ídolo una concepción que odiaba” (OF, 11).
De la misma manera recuerda en 1841 que “estos dioses no los ha inventado Epicuro, sino que existían. Son los dioses plásticos del arte griego. El romano Cicerón se burla con razón de ellos” (OF, 34).
Marx, entonces, va lentamente configurando un concepto que adquirirá con el tiempo extrema precisión. Los falsos dioses son los ídolos. Entre ellos reina de manera especial en la conciencia del joven estudiante la figura de un dios extraño, conocido entre los semitas: “¿Acaso no dominaba Moloch?” (OF, 69). Más adelante nos dirá: “Mammón muerto” (OF, 561; MEW EBI, 473). Moloch y Mammón son dioses fenicios o semitas a los que se sacrificaban víctimas humanas: se sacrificaba la vida del hombre. Esto está claro en Marx: la vida es el valor supremo e inmolar la vida a lo que sea es un acto idolátrico —como para el pueblo judío, al que pertenecía Marx por origen y educación—. Por ello en él es frecuente el insulto de “filisteo“, que era el pueblo enemigo del israelita, pueblo de comerciantes, que inmolan vidas humanas a los ídolos.
De pronto comienza a usar su concepto preferido: “Es cierto que la provincia tiene el derecho de crearse —está escribiendo con respecto a la ley sobre el robo de leña— estos dioses, pero, una vez que los ha creado, debe olvidar como el adorador de los fetiches (sic), que se trata de dioses salido de sus manos” (OF, 187) (3).
En este año de 1842, en Bonn, Marx leerá la obra de Debrosses ”Sobre el culto de los dioses fetiches” (Berlín, 1785), tal como consta en su “Cuaderno de Bonn” (OF, 540). Desde ahora no usará ya técnicamente palabras tales como dioses, ídolos, etc., sino fetiches, fetichismo, fetichización:
“El fetichismo, lejos de elevar al hombre por sobre los apetitos, es, por el contrario, la religión de los apetitos de los sentidos. La fantasía de los apetitos hace creer al adorador del fetiche que una cosa inanimada abandonará su carácter natural para acceder a sus apetitos. Por eso el tosco apetito del fetichista destruye al fetiche cuando éste deja de ser su más sumiso servidor” (OF, 224).
El fetichismo se va configurando claramente para Marx como un concepto cuyo contenido es el siguiente: cuando una parte, un momento, una determinación de una estructura se arroga ser la existencia real del todo, el fundamento, el fin último, se cae en el fetichismo, en la absolutización de la parte fetichizada. Es por ello que el hombre (el absoluto en la historia, cuestión que trataremos en otra Nota) puede ser sacrificado en el culto a una parte, un momento, una determinación absolutizada: por ejemplo, la “propiedad privada” de la leña:
“Existe la posibilidad de que se maltrate a unos cuantos árboles jóvenes, y huelga decir que los ídolos de madera triunfarán, inmolándose a ellos los hombres” (OF, 250).
Y, al fin, Marx se refiere a un texto de Bartolomé de las Casas —que en ninguna edición se indica su origen, porque pareciera que los mismos editores no conocen aquel texto del famoso cacique Hatuey— cuando dice:
“Los indígenas cubanos veían en el oro el fetiche de los españoles. Celebraron una fiesta en su honor, le entonaron canciones (areitos dice Bartolomé) y después lo arrojaron al mar (en realidad: al río). Si hubieran asistido a estas sesiones de la Dieta renana, aquellos salvajes habrían visto en la leña el fetiche de los renanos. Pero en otras sesiones de la misma Dieta habrían aprendido que el fetichismo lleva consigo el culto al animal y habrían arrojado al mar a las liebres para salvar a los hombres” (OF, 283) (4).
La leña y las liebres eran propiedad privada de los Señores. Los pobres campesinos se morían de hambre. Pero la propiedad privada de la leña y las liebres era más sagrada que los mismos hombres. Como puede verse, para Marx, el hombre es el todo, el fundamento, lo que mide todo valor. Para los miembros de la Dieta la propiedad privada de algunos bienes era superior al hombre: habían fetichizado, absolutizado, un momento, una parte, una determinación de la existencia humana como totalidad.
Estos temas, “adorador de los ídolos” (OF, 499), “su vida se revela como el sacrificio de su vida, como privación de la realidad de su vida” (OF, 527), etc., son muy frecuentes.
En 1843, comenzará a descubrir al “Señor de este mundo” (OF, 445); en su carta a Ruge en mayo desde Colonia, pone un nombre al “fantasma” al que “debemos mirarle fijamente a los ojos“. Ese ídolo, fantasma, fetiche tendrá ahora un nombre, cobrará realidad:
“El dios de la necesidad práctica y del egoísmo es el Dinero… El Dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía. El Dinero es el valor universal de todas las cosas” (La cuestión judía; OF, 487).
Ese fetiche, ese dios, el Dinero, es una “esencia extraña que lo domina (al hombre) y que es adorada por él” (OF, 487). El hombre trabaja; su vida se objetiva en el producto; otro se apropia de su producto, de su vida: dicho trabajo se acumula como capital, “capital Muerto” (OF, 574) (5). De pronto el Dinero transformado en Capital es ahora experimentado como Moloch, dios sanguinario que recibe víctimas humanas, su sangre misma se acumula como vida del fetiche. Para los fetichistas, “para Ricardo, los hombres no son nada” (OF, 581), sólo valen como productores, pero el producto de sus manos “se enfrenta a ellos (él) como una potencia ajena” (OF, 602). “¿Son los dioses?” (Ibid.). No; es el Capital:
“El carácter universal de su cualidad es la omnipotencia de su ser…” (OF, 641). “El Dinero es la deidad visible” (OF, 643). “El Dinero es la prostituta universal… La fuerza divina del dinero radica en su propia esencia, en cuanto es la esencia genérica alienadora, enajenadora y enajenante de los hombres” (Ibid.).
Para Marx, como lo indicará explícitamente numerosas veces en su obra, incluso en El Capital, el Dinero, el Capital es la Bestia del Apocalipsis (6), el Anticristo, cuestión que no podrán entender, escribiría Marx, “los tibios, los que no sienten frío ni calor” (OF, 316). Marx era un teórico del Siglo XIX; no era un jacobino del siglo XVIII francés ni del siglo XX Latinoamericano. Nuestro pueblo simple latinoamericano, nuestro pueblo centroamericano inmolado al “dios solar” (In Gold we trust debería decir y no In God we trust), comprende perfectamente esta diálectica crítica antifetichista, en compatibilidad absoluta con aquellos que hace siglos proclamaban: “Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan; hechura de la mano de los hombres“.
NOTAS:
1. OF: C. Marx-F. Engels, Obras Fundamentales, t. I, FCE, México, 1982, traducción de Wenceslao Roces.
2. “Era el dios extranjero que venía a entronizarse en el altar junto a los viejos ídolos de Europa y que un buen día los echaría a todos a rodar de un empellón” (El Capital, I, cap. XXIV, 6).
3. Es una referencia al texto que dice: “Sus ídolos no son más que oro y plata, son obra de las manos de los hombres” (Salmo 113, 4). Con respecto a la leña considérese: “Por eso mi pueblo consulta a la leña y cree que un madero le dará respusta, pués está poseído de un espíritu de prostitución” (Oseas 4,12). El tema de la prostitución será aplicado por Marx al dinero.
4. Brevísima relación de la destrucción de las Indias, “De la isla de Cuba”; Obras escogidas, BAE, Madrid, t. V, 1958, 142.
5. El dinero o el Capital como muerto o acumulación fetichista de la vida del trabajador es un tema central en El Capital; “El capital es trabajo muerto que solo se reanima, a la manera del vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa” (I, cap. VIII, 1). ”El capitalista transforma… trabajo pretérito, muerto… en un monstruo animado…” (Ibid., cap. V, 21).
6. En El Capital (Ibid., I, cap. II; ed. Siglo XXI, México, 1979, t. I, 1, p. 106) cita dicho libro: “Estos tienen un mismo propósito y se entregarán a su poder y su autoridad a la Bestia“. Al fin del capítulo escribe: “El enigma que encierra el fetiche del dinero no es más, pues, que el enigma, ahora visible y deslumbrante, que encierra el fetiche de la mercancía” (Ibid., p. 113).
1. OF: C. Marx-F. Engels, Obras Fundamentales, t. I, FCE, México, 1982, traducción de Wenceslao Roces.
2. “Era el dios extranjero que venía a entronizarse en el altar junto a los viejos ídolos de Europa y que un buen día los echaría a todos a rodar de un empellón” (El Capital, I, cap. XXIV, 6).
3. Es una referencia al texto que dice: “Sus ídolos no son más que oro y plata, son obra de las manos de los hombres” (Salmo 113, 4). Con respecto a la leña considérese: “Por eso mi pueblo consulta a la leña y cree que un madero le dará respusta, pués está poseído de un espíritu de prostitución” (Oseas 4,12). El tema de la prostitución será aplicado por Marx al dinero.
4. Brevísima relación de la destrucción de las Indias, “De la isla de Cuba”; Obras escogidas, BAE, Madrid, t. V, 1958, 142.
5. El dinero o el Capital como muerto o acumulación fetichista de la vida del trabajador es un tema central en El Capital; “El capital es trabajo muerto que solo se reanima, a la manera del vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa” (I, cap. VIII, 1). ”El capitalista transforma… trabajo pretérito, muerto… en un monstruo animado…” (Ibid., cap. V, 21).
6. En El Capital (Ibid., I, cap. II; ed. Siglo XXI, México, 1979, t. I, 1, p. 106) cita dicho libro: “Estos tienen un mismo propósito y se entregarán a su poder y su autoridad a la Bestia“. Al fin del capítulo escribe: “El enigma que encierra el fetiche del dinero no es más, pues, que el enigma, ahora visible y deslumbrante, que encierra el fetiche de la mercancía” (Ibid., p. 113).
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