“Hace una década, los limpiadores de Los Ángeles lideraron un renacimiento laboral, demostrando que los sindicatos podrían ser relevantes para una fuerza de trabajo inmigrante, subcontratada y mal pagada” Justice for Janitors Campaign, abril de 2000.
Parece que últimamente está muy de moda la revisión de determinados conceptos que los trabajadores, al parecer, creíamos tener perfectamente asumidos desde el siglo XIX, con todas las actualizaciones y modernizaciones lógicas propias del avance de los años.
No obstante, según los últimos textos que han ido apareciendo en este último mes, parece que la misma izquierda que en teoría dice representarnos intelectualmente, anda un poco perdida.
La veda ya la han venido abriendo desde hace mucho tiempo determinados intelectuales de la izquierda progresista light y postmoderna, vinculada a determinados programas de televisión y universidades madrileñas con sus polémicos editoriales y declaraciones, apoyando de forma totalmente acrítica a movimientos ciudadanos, por otra parte necesarios aunque nunca exentos de crítica, como el 15M, y usando, para ello, un lenguaje soez, humillante y faltón hacia lo que ellos entienden como izquierda ortodoxa y trasnochada.
Una crítica que ha pasado durante todos estos meses y últimos dos o tres años, por levantar la voz contra las formas clásicas de organización de la clase trabajadora, como son los partidos y los sindicatos revolucionarios, argumentando que estas ya son formas caducas de organización que, además, no representan a una, según ellos, inexistente clase trabajadora como la hemos venido entendiendo en estos dos últimos siglos pasados.
La veda final la ha marcado el polémico artículo aparecido en medios alternativos de comunicación, el famoso artículo “¿Quiénes son los de abajo?” del profesor universitario Pablo Iglesias Turrion, celebre tertuliando del canal ultraderechista Intereconomía, artículo que, aunque con ideas interesantes, goza de algunas ideas que nos parecen bastante peligrosas.
Iglesias, basándose en ideas preconcebidas desde su posición de profesor universitario, y en otras que adquiere de textos como el libro de Owen Jones, parece indicar que ya no existe la clase obrera tradicional, que ahora solo existen los “precarios” y que vivimos en un engendro intelectual llamado “precariado” basado en trabajadores a jornada parcial, mal pagadas y poco cualificadas (reponedore/as, limpiadore/as, cajero/as…) que, al parecer, ahora abundan en esta sociedad postindustrial en la que vivimos y que caracterizan un nuevo modo de producción especifico dentro del sistema capitalista.
Idea esta que, al parecer no es propia de él, si no que proviene de otros autores o asociaciones como el postmoderno Toni Negri (ese referente de la izquierda intelectual española que, entre otras gestas, renunció a su pasado revolucionaria para pasar a apoyar la famosa Constitución europea, el proyecto del liberalismo más radical y derechista de las últimas décadas) o la Fundación Friedrich Ebert de los socialdemócratas alemanes, cuyos antecedentes son de sobra conocidos por todos.
Al parecer, según estos intelectuales, como ya no existe el trabajador tradicional, si no el “precario”, éste, ante su nueva situación precaria, por alguna extraña y misteriosa razón que no alcanzamos a comprender, ya no puede afiliarse a sindicatos y partidos obreros que, precisamente por eso, son inútiles ya para ellos.
Estos intelectuales pretenden hacernos ver que el trabajador precario como tal, o bien solo ha existido en los últimos 20 años, o al menos ahora es mayoritario y por ello debe caracterizar un nuevo tipo de sociedad. Es curioso, digo, que ese tipo de trabajador precario tenga, por narices para estos señores, que ser algo novedoso y propio del siglo XXI, cuando los libros parecen no ir en esa dirección.
El otro día, ojeando un panfleto sobre los tejedores e hiladores del barrio de Spitalfields del Este de Londres en el siglo XVII ni más ni menos, escrito por el activista Isaac Ashley, se describían a los trabajadores locales como personas mal pagadas, en condiciones pésimas y muchas veces con trabajos alternos, interrumpidos u ocasionales. Vamos, todo un precario que encajaría a la perfección en la etiqueta de Iglesias o Negri.
Lo malo para ellos es que era en pleno siglo XVII, cuando aún no se había inventado si quiera la revolución industrial y como vemos, un siglo antes de que surgiera el capitalismo. Y lo peor de todo es que, al parecer, salvo los dos o tres señores gremiales que controlaban el comercio local, la amplia mayoría de los trabajadores de Londres vivían en esas condiciones. ¿Cómo? ¿Trabajadores precarios, mayoritarios y abundantes en el siglo XVII? Eso parece. Y además los muchachos se reunían, daban caña y muchos de ellos fueron colgados por ello. ¡¡Esto es el acabose!! ¡¡Precarios del siglo XVII con conciencia, y organizados en proto-sindicatos!!
Definitivamente, este tipo de “precarios” no son nada nuevo. Basta con ojear un poco el Madrid del siglo XVII y XVIII, y ver quienes organizaban o tomaban parte de los numerosos motines de subsistencia que protagonizaba el pueblo trabajador (entonces, pueblo llano) de la época; gente pobre, trabajando de cuando en cuando, por salarios ínfimos y muchas veces ni si quiera una jornada completa.
Lo mismo que los obreros ingleses o estadounidenses del siglo XIX e inicios del XX, que tenían que quitarse el hambre a ostias con la policía y que no les llegaba ni para comer carne diaria.
Y es que, lo siento señores míos, pero la figura del precario de toda la vida está en el ADN de la historia de la humanidad. Ya en la primera huelga de la historia de la humanidad de la que queda constancia escrita, localizada en el Egipto faraónico del año 1166 a.C., los huelguistas se dejaban la piel luchando contra sus precarias condiciones de trabajo y vida.
Parece, pues, que la figura del precario no es nada nuevo como nos venden los postmodernos e intelectuales progresistas de ahora, y tampoco lo es que ese tipo de trabajador precario sea mayoritario en la sociedad. Ni si quiera los lugares de trabajo de esos precarios son nuevos (hogares domésticos, centros comerciales, almacenes….) y aunque lo fueran, como ya veremos, ello no supone ningún problema como para afirmar que ya no son trabajadores.
El problema no es que haya o no haya trabajadores o precarios. Ambos siempre los ha habido, y lo que son incapaces de ver estos intelectuales, es que tanto en el siglo II a. C. como en el siglo XXI, el trabajador ha sido y siempre será precario. Se llame como se llame. Por otro lado, al parecer, como estos precarios de nuevo cuño de siglo XXI ya no son trabajadores, ahora resulta que sus métodos de lucha están anticuados, trasnochados y ya no sirven. Y son tan anticuados que citaremos algunos breves ejemplos de lo trasnochados que están en el siglo XX y XXI estos métodos de lucha específicamente para el precario.
El primer gran ejemplo de lo inútil de estas luchas tiene que ver con la frase que encabeza el artículo. Como al parecer, esta tan de moda eso de recomendar libros o películas, y queda muy intelectual, es importante ver la obra de Ken Loach, “Bread and Roses”, sobre la huelga de los limpiadores de Los Ángeles (EEUU) de 1987 al 2000. Unos trabajadores, los "janitors", que debían hacer casi de todo (limpieza, mantenimiento, vigilancia…) en edificios y oficinas, por salarios miserables e inhumanos, muchas veces por debajo de lo legal, con mano de obra inmigrante, muchos sin papeles, y trabajando las horas que les daba la gana a los supervisores.
Estos inmigrantes tomaron la, a ojos de los intelectuales modernos, extravagante idea de afiliarse a un sindicato local, el SEIU para organizarse y defender sus derechos y después de más de 3 años de lucha, con decenas de precarios despedidos (al parecer ellos sí que podían arriesgar sus puestos de trabajo por afiliarse a un sindicato) y agresiones policiales de todo tipo, consiguieron readmisiones, aumentos salariales, y mejores condiciones laborales, concienciado a miles de precarios como ellos en todo el país.
Al parecer, estos inmigrantes precarios eran bastante irresponsables, por no haber leído a Toni Negri y creerse, los pobres ignorantes, que formaban parte de una misma clase trabajadora junto con sus semejantes de otros ramos, y debido a ello, tomar parte en una lucha sindical de las clásicas, de esas del siglo XIX con huelgas, carreras delante de los policías, y todo eso tan anticuado que, sin embargo, parece que a ellos les debió valer de algo.
Quizá porque no estaban todo el día en un despacho universitario pensando si eran o no trabajadores, e hicieron caso a sus compañeros sindicales que les ofrecían su ayuda cuando más lo necesitaron.
Pero vemos que, en pleno siglo XXI, al parecer los tontos abundan y otros muchos precarios, ignorantes de su condición real de no trabajadores, siguen el mismo ejemplo de los precarios americanos y se organizan en los trasnochados sindicatos para luchar; así está el caso de los limpiadores inmigrantes de Reino Unido, organizados en sindicatos como UNITE, UNISON, o IWW, y que desde hace más de dos décadas, no han dejado de participar en huelgas, piquetes sindicales y movilizaciones diarias hasta lograr mejorar sus condiciones de vida, alcanzar el mínimo básico vital (living wage) y concienciar a sus compañeros, e incluso organizarse en sindicatos para asesorar laboralmente a sus compañeros, enseñarles el idioma y organizar proyecciones y debates sobre su condición de clase.
Me encantaría que el señor Negri o el señor Iglesias propusieran a estos trabajadores precarios otra forma alternativa mucho mejor y más acorde a su nueva condición para organizarse y defenderse como pueden en esta sociedad postindustrial.
Igual les pasa recientemente a los trabajadores del almacén IKEA de Barakaldo que han organizado huelgas sindicales este verano para luchar contra los abusos y la precariedad, la huelga de los informáticos (todo un ejemplo perfecto del nuevo precario de la era postindustrial) de HP en todo el estado español, organizados en los grandes sindicatos de masas contra las precarias condiciones laborales y míseros salarios, la lucha que las y los empleados de grandes almacenes (reponedores, cajeros….) llevan librando durante años en los centros comerciales de todo Madrid (y liderado especialmente por las trabajadores de Alcampo Alcobendas), contra la apertura de centros comerciales domingos y festivos, y para tratar de conciliar su vida laboral y personal, también organizados en los grandes sindicatos de masas oficiales, o el caso este mismo verano de los trabajadores de los restaurantes McDonald’s, Burger King y Wendy’s en Nueva York (otro prototipo de nuevo precario postindustrial), poniéndose en huelga en demanda del derecho de sindicalizarse (que cosas tienen estos precarios, que se creen trabajadores y luchan por afiliarse a sindicatos trasnochados), el auge del salario mínimo y el fin de las prácticas laborales abusivas.
Al parecer, los precarios españoles que Pablo Iglesias tienen en la cabeza y que él mismo se ha creado solito (dudo que haya hablando alguna vez con alguno de ellos de verdad) deben ser los únicos precarios del mundo que están muertos de miedo en su trabajo, sin moverse y sin sindicarse, y encima encantados de ello.
Obviamente no todos los trabajadores precarios (ni los no precarios) son revolucionarios en potencia, ojala fuera así, pero al menos queda claro que muchos de ellos, cada vez más se mueven, no hay ninguna extraña fuerza superior que les impida afiliarse a un sindicato (al parecer el señor Iglesias confunde afiliarse a un sindicato con crear una sección sindical en el puesto de trabajo, cosa que no siempre puede hacerse, pero que no es en absoluto incompatible con estar afiliado) y al menos dentro o fuera de su trabajo se organizan en las formas clásicas de los trabajadores para pelear por sus derechos, en pleno siglo XXI, igual que hacían los trabajadores en la dictadura franquista en el siglo XX, jugándose la vida.
No sabemos si estos precarios son o no la nueva vanguardia, o si esta vanguardia siguen siendo los mineros y obreros de mono azul, aunque parece claro que, contrariamente a lo que diga el señor Iglesias, esos mineros u obreros de mono azul que “tanto nos pone” a la izquierda tradicional, son los únicos que logran un 100% de movilización cada vez que hay una huelga general en este país, y los únicos que son capaces de movilizar a la izquierda de todo el país cuando hacen movilizaciones andando desde las cuencas mineras hasta Madrid para reivindicar sus derechos, como pasó recientemente con la Marcha del Carbón.
No sé si para el señor Iglesias y sus intelectuales eso es o no es movilizar (aunque me consta que ellos mismos estaban allí para recibir puño en alto a los trasnochados obreros de mono azul, al lado de miles de solidarios de todo el estado), pero lo cierto es que, le guste o no, es lo poco que en este país aún mueve a la izquierda masivamente a invadir las calles en su apoyo. Igual no son ellos los trasnochados.
http://smashyourenemy.blogspot.se/2013/09/precarios-y-trabajadores.html
Parece que últimamente está muy de moda la revisión de determinados conceptos que los trabajadores, al parecer, creíamos tener perfectamente asumidos desde el siglo XIX, con todas las actualizaciones y modernizaciones lógicas propias del avance de los años.
No obstante, según los últimos textos que han ido apareciendo en este último mes, parece que la misma izquierda que en teoría dice representarnos intelectualmente, anda un poco perdida.
La veda ya la han venido abriendo desde hace mucho tiempo determinados intelectuales de la izquierda progresista light y postmoderna, vinculada a determinados programas de televisión y universidades madrileñas con sus polémicos editoriales y declaraciones, apoyando de forma totalmente acrítica a movimientos ciudadanos, por otra parte necesarios aunque nunca exentos de crítica, como el 15M, y usando, para ello, un lenguaje soez, humillante y faltón hacia lo que ellos entienden como izquierda ortodoxa y trasnochada.
Una crítica que ha pasado durante todos estos meses y últimos dos o tres años, por levantar la voz contra las formas clásicas de organización de la clase trabajadora, como son los partidos y los sindicatos revolucionarios, argumentando que estas ya son formas caducas de organización que, además, no representan a una, según ellos, inexistente clase trabajadora como la hemos venido entendiendo en estos dos últimos siglos pasados.
La veda final la ha marcado el polémico artículo aparecido en medios alternativos de comunicación, el famoso artículo “¿Quiénes son los de abajo?” del profesor universitario Pablo Iglesias Turrion, celebre tertuliando del canal ultraderechista Intereconomía, artículo que, aunque con ideas interesantes, goza de algunas ideas que nos parecen bastante peligrosas.
Iglesias, basándose en ideas preconcebidas desde su posición de profesor universitario, y en otras que adquiere de textos como el libro de Owen Jones, parece indicar que ya no existe la clase obrera tradicional, que ahora solo existen los “precarios” y que vivimos en un engendro intelectual llamado “precariado” basado en trabajadores a jornada parcial, mal pagadas y poco cualificadas (reponedore/as, limpiadore/as, cajero/as…) que, al parecer, ahora abundan en esta sociedad postindustrial en la que vivimos y que caracterizan un nuevo modo de producción especifico dentro del sistema capitalista.
Idea esta que, al parecer no es propia de él, si no que proviene de otros autores o asociaciones como el postmoderno Toni Negri (ese referente de la izquierda intelectual española que, entre otras gestas, renunció a su pasado revolucionaria para pasar a apoyar la famosa Constitución europea, el proyecto del liberalismo más radical y derechista de las últimas décadas) o la Fundación Friedrich Ebert de los socialdemócratas alemanes, cuyos antecedentes son de sobra conocidos por todos.
Al parecer, según estos intelectuales, como ya no existe el trabajador tradicional, si no el “precario”, éste, ante su nueva situación precaria, por alguna extraña y misteriosa razón que no alcanzamos a comprender, ya no puede afiliarse a sindicatos y partidos obreros que, precisamente por eso, son inútiles ya para ellos.
Estos intelectuales pretenden hacernos ver que el trabajador precario como tal, o bien solo ha existido en los últimos 20 años, o al menos ahora es mayoritario y por ello debe caracterizar un nuevo tipo de sociedad. Es curioso, digo, que ese tipo de trabajador precario tenga, por narices para estos señores, que ser algo novedoso y propio del siglo XXI, cuando los libros parecen no ir en esa dirección.
El otro día, ojeando un panfleto sobre los tejedores e hiladores del barrio de Spitalfields del Este de Londres en el siglo XVII ni más ni menos, escrito por el activista Isaac Ashley, se describían a los trabajadores locales como personas mal pagadas, en condiciones pésimas y muchas veces con trabajos alternos, interrumpidos u ocasionales. Vamos, todo un precario que encajaría a la perfección en la etiqueta de Iglesias o Negri.
Lo malo para ellos es que era en pleno siglo XVII, cuando aún no se había inventado si quiera la revolución industrial y como vemos, un siglo antes de que surgiera el capitalismo. Y lo peor de todo es que, al parecer, salvo los dos o tres señores gremiales que controlaban el comercio local, la amplia mayoría de los trabajadores de Londres vivían en esas condiciones. ¿Cómo? ¿Trabajadores precarios, mayoritarios y abundantes en el siglo XVII? Eso parece. Y además los muchachos se reunían, daban caña y muchos de ellos fueron colgados por ello. ¡¡Esto es el acabose!! ¡¡Precarios del siglo XVII con conciencia, y organizados en proto-sindicatos!!
Definitivamente, este tipo de “precarios” no son nada nuevo. Basta con ojear un poco el Madrid del siglo XVII y XVIII, y ver quienes organizaban o tomaban parte de los numerosos motines de subsistencia que protagonizaba el pueblo trabajador (entonces, pueblo llano) de la época; gente pobre, trabajando de cuando en cuando, por salarios ínfimos y muchas veces ni si quiera una jornada completa.
Lo mismo que los obreros ingleses o estadounidenses del siglo XIX e inicios del XX, que tenían que quitarse el hambre a ostias con la policía y que no les llegaba ni para comer carne diaria.
Y es que, lo siento señores míos, pero la figura del precario de toda la vida está en el ADN de la historia de la humanidad. Ya en la primera huelga de la historia de la humanidad de la que queda constancia escrita, localizada en el Egipto faraónico del año 1166 a.C., los huelguistas se dejaban la piel luchando contra sus precarias condiciones de trabajo y vida.
Parece, pues, que la figura del precario no es nada nuevo como nos venden los postmodernos e intelectuales progresistas de ahora, y tampoco lo es que ese tipo de trabajador precario sea mayoritario en la sociedad. Ni si quiera los lugares de trabajo de esos precarios son nuevos (hogares domésticos, centros comerciales, almacenes….) y aunque lo fueran, como ya veremos, ello no supone ningún problema como para afirmar que ya no son trabajadores.
El problema no es que haya o no haya trabajadores o precarios. Ambos siempre los ha habido, y lo que son incapaces de ver estos intelectuales, es que tanto en el siglo II a. C. como en el siglo XXI, el trabajador ha sido y siempre será precario. Se llame como se llame. Por otro lado, al parecer, como estos precarios de nuevo cuño de siglo XXI ya no son trabajadores, ahora resulta que sus métodos de lucha están anticuados, trasnochados y ya no sirven. Y son tan anticuados que citaremos algunos breves ejemplos de lo trasnochados que están en el siglo XX y XXI estos métodos de lucha específicamente para el precario.
El primer gran ejemplo de lo inútil de estas luchas tiene que ver con la frase que encabeza el artículo. Como al parecer, esta tan de moda eso de recomendar libros o películas, y queda muy intelectual, es importante ver la obra de Ken Loach, “Bread and Roses”, sobre la huelga de los limpiadores de Los Ángeles (EEUU) de 1987 al 2000. Unos trabajadores, los "janitors", que debían hacer casi de todo (limpieza, mantenimiento, vigilancia…) en edificios y oficinas, por salarios miserables e inhumanos, muchas veces por debajo de lo legal, con mano de obra inmigrante, muchos sin papeles, y trabajando las horas que les daba la gana a los supervisores.
Estos inmigrantes tomaron la, a ojos de los intelectuales modernos, extravagante idea de afiliarse a un sindicato local, el SEIU para organizarse y defender sus derechos y después de más de 3 años de lucha, con decenas de precarios despedidos (al parecer ellos sí que podían arriesgar sus puestos de trabajo por afiliarse a un sindicato) y agresiones policiales de todo tipo, consiguieron readmisiones, aumentos salariales, y mejores condiciones laborales, concienciado a miles de precarios como ellos en todo el país.
Al parecer, estos inmigrantes precarios eran bastante irresponsables, por no haber leído a Toni Negri y creerse, los pobres ignorantes, que formaban parte de una misma clase trabajadora junto con sus semejantes de otros ramos, y debido a ello, tomar parte en una lucha sindical de las clásicas, de esas del siglo XIX con huelgas, carreras delante de los policías, y todo eso tan anticuado que, sin embargo, parece que a ellos les debió valer de algo.
Quizá porque no estaban todo el día en un despacho universitario pensando si eran o no trabajadores, e hicieron caso a sus compañeros sindicales que les ofrecían su ayuda cuando más lo necesitaron.
Pero vemos que, en pleno siglo XXI, al parecer los tontos abundan y otros muchos precarios, ignorantes de su condición real de no trabajadores, siguen el mismo ejemplo de los precarios americanos y se organizan en los trasnochados sindicatos para luchar; así está el caso de los limpiadores inmigrantes de Reino Unido, organizados en sindicatos como UNITE, UNISON, o IWW, y que desde hace más de dos décadas, no han dejado de participar en huelgas, piquetes sindicales y movilizaciones diarias hasta lograr mejorar sus condiciones de vida, alcanzar el mínimo básico vital (living wage) y concienciar a sus compañeros, e incluso organizarse en sindicatos para asesorar laboralmente a sus compañeros, enseñarles el idioma y organizar proyecciones y debates sobre su condición de clase.
Me encantaría que el señor Negri o el señor Iglesias propusieran a estos trabajadores precarios otra forma alternativa mucho mejor y más acorde a su nueva condición para organizarse y defenderse como pueden en esta sociedad postindustrial.
Igual les pasa recientemente a los trabajadores del almacén IKEA de Barakaldo que han organizado huelgas sindicales este verano para luchar contra los abusos y la precariedad, la huelga de los informáticos (todo un ejemplo perfecto del nuevo precario de la era postindustrial) de HP en todo el estado español, organizados en los grandes sindicatos de masas contra las precarias condiciones laborales y míseros salarios, la lucha que las y los empleados de grandes almacenes (reponedores, cajeros….) llevan librando durante años en los centros comerciales de todo Madrid (y liderado especialmente por las trabajadores de Alcampo Alcobendas), contra la apertura de centros comerciales domingos y festivos, y para tratar de conciliar su vida laboral y personal, también organizados en los grandes sindicatos de masas oficiales, o el caso este mismo verano de los trabajadores de los restaurantes McDonald’s, Burger King y Wendy’s en Nueva York (otro prototipo de nuevo precario postindustrial), poniéndose en huelga en demanda del derecho de sindicalizarse (que cosas tienen estos precarios, que se creen trabajadores y luchan por afiliarse a sindicatos trasnochados), el auge del salario mínimo y el fin de las prácticas laborales abusivas.
Al parecer, los precarios españoles que Pablo Iglesias tienen en la cabeza y que él mismo se ha creado solito (dudo que haya hablando alguna vez con alguno de ellos de verdad) deben ser los únicos precarios del mundo que están muertos de miedo en su trabajo, sin moverse y sin sindicarse, y encima encantados de ello.
Obviamente no todos los trabajadores precarios (ni los no precarios) son revolucionarios en potencia, ojala fuera así, pero al menos queda claro que muchos de ellos, cada vez más se mueven, no hay ninguna extraña fuerza superior que les impida afiliarse a un sindicato (al parecer el señor Iglesias confunde afiliarse a un sindicato con crear una sección sindical en el puesto de trabajo, cosa que no siempre puede hacerse, pero que no es en absoluto incompatible con estar afiliado) y al menos dentro o fuera de su trabajo se organizan en las formas clásicas de los trabajadores para pelear por sus derechos, en pleno siglo XXI, igual que hacían los trabajadores en la dictadura franquista en el siglo XX, jugándose la vida.
No sabemos si estos precarios son o no la nueva vanguardia, o si esta vanguardia siguen siendo los mineros y obreros de mono azul, aunque parece claro que, contrariamente a lo que diga el señor Iglesias, esos mineros u obreros de mono azul que “tanto nos pone” a la izquierda tradicional, son los únicos que logran un 100% de movilización cada vez que hay una huelga general en este país, y los únicos que son capaces de movilizar a la izquierda de todo el país cuando hacen movilizaciones andando desde las cuencas mineras hasta Madrid para reivindicar sus derechos, como pasó recientemente con la Marcha del Carbón.
No sé si para el señor Iglesias y sus intelectuales eso es o no es movilizar (aunque me consta que ellos mismos estaban allí para recibir puño en alto a los trasnochados obreros de mono azul, al lado de miles de solidarios de todo el estado), pero lo cierto es que, le guste o no, es lo poco que en este país aún mueve a la izquierda masivamente a invadir las calles en su apoyo. Igual no son ellos los trasnochados.
http://smashyourenemy.blogspot.se/2013/09/precarios-y-trabajadores.html