Este mes de septiembre se cumplen cuatro décadas del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 contra el gobierno popular de Chile, el encabezado por Salvador Allende. El golpe militar fue protagonizado por el atroz Augusto Pinochet, con el inestimable apoyo de la reaccionaria oligarquía financiera chilena, y de los Estados Unidos, en un intento más de impedir el avance del socialismo y del antiimperialismo en el mundo.
El gobierno de Allende puso en marcha numerosas medidas populares destinadas a la mejora del nivel de vida de la clase obrera y de la clase campesina. Pero la experiencia chilena se fundamentó en el reformismo, y no en la toma revolucionaria del poder por parte de la clase obrera; así pues, la oligarquía chilena jamás fue desalojada realmente de su posición de clase dominante, y ésta, con el apoyo del imperialismo norteamericano, conspiró en la sombra para derrocar al legítimo gobierno popular que se había instaurado en el país.
En la madrugada del 11 de septiembre, el Ejército desencadenaba el golpe de Estado tomando la ciudad de Valparaíso. Llegado ya el mediodía, comenzó el bombardeo sobre La Moneda, la casa de gobierno, donde se encontraba Salvador Allende. De forma inminente comenzó el asalto del palacio presidencial, donde Allende acabaría muriendo mientras defendía de forma noble la causa de los trabajadores, armado con su fusil, negándose a rendirse ante los enemigos del pueblo.
El triunfo de la contrarrevolución supuso la instauración del fascismo, es decir, de la dictadura terrorista abierta de la oligarquía financiera. El gobierno fascista, encabezado por Augusto Pinochet, reprimió durante décadas a las clases populares chilenas, sometiéndolas a la brutal dominación de la burguesía y persiguiendo sistemáticamente a los comunistas y a los sectores más combativos de la clase obrera.
Es necesario aprender de la experiencia histórica. El ejemplo de Chile evidencia la vital necesidad de instaurar la dictadura revolucionaria del proletariado y de reprimir sistemáticamente a la burguesía si se pretende la construcción del socialismo. La burguesía siempre luchará con todos los medios de los que disponga, incluyendo la fuerza militar, para mantener su dominación de clase y acabar con cualquier intento de conquista del poder por parte de los obreros.
La negación de la dictadura del proletariado denota una clara miopía revisionista, una incomprensión manifiesta de la ciencia marxista-leninista. Pero ello no exime a los comunistas del deber de solidarizarnos con los movimientos antiimperialistas y progresistas de Latinoamérica.
La toma del poder no puede llevarse a cabo sino derrocando por la fuerza a la burguesía e instaurando la dictadura del proletariado. De lo contrario se está destinado al fracaso. Así lo ha demostrado la historia, y Chile es el más claro ejemplo.
El gobierno de Allende puso en marcha numerosas medidas populares destinadas a la mejora del nivel de vida de la clase obrera y de la clase campesina. Pero la experiencia chilena se fundamentó en el reformismo, y no en la toma revolucionaria del poder por parte de la clase obrera; así pues, la oligarquía chilena jamás fue desalojada realmente de su posición de clase dominante, y ésta, con el apoyo del imperialismo norteamericano, conspiró en la sombra para derrocar al legítimo gobierno popular que se había instaurado en el país.
En la madrugada del 11 de septiembre, el Ejército desencadenaba el golpe de Estado tomando la ciudad de Valparaíso. Llegado ya el mediodía, comenzó el bombardeo sobre La Moneda, la casa de gobierno, donde se encontraba Salvador Allende. De forma inminente comenzó el asalto del palacio presidencial, donde Allende acabaría muriendo mientras defendía de forma noble la causa de los trabajadores, armado con su fusil, negándose a rendirse ante los enemigos del pueblo.
El triunfo de la contrarrevolución supuso la instauración del fascismo, es decir, de la dictadura terrorista abierta de la oligarquía financiera. El gobierno fascista, encabezado por Augusto Pinochet, reprimió durante décadas a las clases populares chilenas, sometiéndolas a la brutal dominación de la burguesía y persiguiendo sistemáticamente a los comunistas y a los sectores más combativos de la clase obrera.
Es necesario aprender de la experiencia histórica. El ejemplo de Chile evidencia la vital necesidad de instaurar la dictadura revolucionaria del proletariado y de reprimir sistemáticamente a la burguesía si se pretende la construcción del socialismo. La burguesía siempre luchará con todos los medios de los que disponga, incluyendo la fuerza militar, para mantener su dominación de clase y acabar con cualquier intento de conquista del poder por parte de los obreros.
La negación de la dictadura del proletariado denota una clara miopía revisionista, una incomprensión manifiesta de la ciencia marxista-leninista. Pero ello no exime a los comunistas del deber de solidarizarnos con los movimientos antiimperialistas y progresistas de Latinoamérica.
La toma del poder no puede llevarse a cabo sino derrocando por la fuerza a la burguesía e instaurando la dictadura del proletariado. De lo contrario se está destinado al fracaso. Así lo ha demostrado la historia, y Chile es el más claro ejemplo.
PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL