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Muere Jovanka Broz, viuda del líder comunista yugoslavo Tito
Fue la tercera mujer del mariscal, con el que estuvo casada 28 años
Andrea Rizzi Madrid 20 OCT 2013 - 20:44 CET24
La trayectoria de Jovanka Broz, esposa del mariscal Tito entre 1952 y 1980 ha sido, en muchos sentidos, una precisa metáfora del ascenso y disolución de Yugoslavia. La primera dama de la federación -que falleció el domingo, a los 88 años, en un hospital de Belgrado- se unió con tan solo 17 años a las filas de los partisanos que combatían a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; fue condecorada por su valentía y se ganó durante la militancia partisana la confianza de Josip Broz, Tito, hasta el punto de ascender al puesto de secretaria personal del mariscal tras el fin del conflicto.
En 1952 Jovanka y el líder yugoslavo, que tenían una diferencia de edad de 32 años, se casaron. El enlace, el tercero de Tito, no fue hecho público inmediatamente. Sin embargo, Jovanka adquirió rápidamente y con firmeza todo el protagonismo público de una primera dama. Biógrafos de Tito y dirigentes políticos de la época opinan que durante los años cincuenta y sesenta la esposa tuvo una considerable influencia política sobre su marido.
Juntos condujeron una vida pública brillante y en cierto sentido fastuosa, con relaciones con estrellas del cine como Sofia Loren o Elizabeth Taylor, muy distante de la grisura habitual en los líderes de otros países de inspiración socialista. En esto también, la no alineada Yugoslavia se diferenciaba.
En los años setenta, sin embargo, la relación con Tito se enfrió y Jovanka fue apartada de la vida pública. Algunos analistas sostienen que su marginación fue en buena medida determinada por la acción de sectores de la cúpula yugoslava que querían neutralizar su influencia sobre un envejecido Tito. El mariscal se separó de ella, pero no se divorció y nunca profirió públicamente críticas sobre su esposa.
Tras la muerte de Tito, en 1980, sufrió un auténtico acoso por parte de los dirigentes políticos. Fue forzada a abandonar la residencia en la que vivía con el marido y empezó un enigmático aislamiento que duró 30 años.
La imparable ola nacionalista que crecía en las repúblicas yugoslavas empezó a atacar el culto a la figura de Tito y a su mantra de “hermandad y unidad” entre los eslavos del sur. Jovanka era sin duda parte de esa herencia, un icono de ese tiempo y ese mensaje, y vivió prácticamente recluida durante tres décadas en una destartalada villa del barrio Dedinje de la capital serbia, desprovista incluso de calefacción durante mucho tiempo.
Solo años después de la caída de Slobodan Milosevic, cuando el Partido Demócrata de Boris Tadic se hizo con el poder en Serbia, las autoridades locales emprendieron unas labores de restructuración de la residencia de Jovanka. Rasim Ljalic, entonces ministro de Comercio, recordó en una reciente entrevista con el diario Politika que en una visita en el invierno de 2005, Jovanka le recibió enfundada “en todas sus prendas invernales. Hacía un frío insoportable (en esa casa)”, dijo.
“Su persecución y aislamiento coincidió con la desintegración de Yugoslavia. Ella era el primer obstáculo y tenía que ser removida. La violencia a la que fue sometida es una vergüenza para todas las antiguas repúblicas”, escribió en el diario Blic Zarko Jokanovic, periodista que la conoció de cerca.
Jovanka fue ingresada en un hospital de Belgrado en agosto, aquejada de problemas cardíacos. Con ella desaparece “uno de los testigos más fiables de la historia de nuestro antiguo país”, según ha dicho el primer ministro serbio, Ivica Dacic; y quizá el último gran icono de esa idea de “Hermandad y Unidad” que los eslavos del sur han sepultado bajo terribles guerras.