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    Francia, experiencia con el Frente Popular y guerra contra el nazismo

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    Francia, experiencia con el Frente Popular y guerra contra el nazismo Empty Francia, experiencia con el Frente Popular y guerra contra el nazismo

    Mensaje por revolucionarioo Vie Ene 17, 2014 7:40 am


    Desde el momento en que los soldados hitlerianos cruzan la frontera soviética, el PCF cruza también la impalpable fron­tera que le separaba de los “belicistas”, se coloca resueltamente a la pointe du combat por la independencia nacional. Pero es evidente que el retraso con que lo hace, los efectos de su políti­ca anterior, no podían por menos de pesar negativamente en la balanza final10. Ahora, después de “esperar” dos años, el partido critica la posición attentiste del Estado Mayor de de Gaulle, que aconseja abstenerse por el momento de las acciones armadas. El partido llama a la acción armada inmediata, y la organiza sin escatimar riesgos ni sacrificios.
    La iniciativa y el valor de los comunistas, su capacidad de orga­nización, conquistan progresivamente para el partido la simpatía
    siasmarse demasiado con respecto a la situación en Grecia, si no quería correr el riesgo de ser acusado de “trotskista”. Es interesante notar que Churchill señalaba que el arzobispo Damaskinos, que fue impuesto más o menos como regente por las autoridades británicas, “temía mucho que los comunistas, o los trotskistas como decía él, se inmiscuyeran en los asuntos griegos”. (W Church­ill, The Second World War, volumen 6, Londres, 1954, p. 272). Churchill notó que las masacres británicas en Atenas fueron amplia y fuerte-mente criticadas por la prensa norteamericana, por el Departamento de Estado estadounidense, y también por The Times y por The Manchester Guardian, pero añadía: “Stalin, no obstante, se ciñó estricta y lealmente a nuestro acuerdo de octubre, y durante
    todas las largas semanas de combate contra los comunistas en las calles de Atenas, ni una sola palabra de reproche fue publicada en Pravda o en Izvestia” (ibidem, p. 255)
    10 Claudin alude al hecho de que mientras el pacto Stalin-Hitler se mantuve, el PCF no encabeza a la resistencia armada contra la ocupación alemana en Francia. El giro político viene de la mano de la invasión alemana a la URSS. El anterior subtitulo de este capítulo desarrolla este tema que no lo reproducimos por falta de espacio.
    del pueblo. Vienen a sus filas los elementos más combativos en­tre los obreros, los estudiantes, los intelectuales. Pero en el plano político el partido incurre en el error opuesto al de la primera fase de la guerra. Si durante esta fase Inglaterra y los Estados Unidos eran calificados de enemigos del pueblo francés, a partir del 22 de junio la propaganda comunista renuncia a toda crítica de los que pasan a ser grandes Estados democráticos aliados. Hasta el 22 de junio de Gaulle es un simple agente de la City, y el gaullismo definido como un “movimiento de inspiración reac­cionaria y colonialista, a la imagen del imperialismo británico”, cuyo objetivo es “privar [a Francia] de toda libertad en caso de victoria inglesa”(15). A partir del 22 de junio de Gaulle pasa a ser, naturalmente, el aliado, y la crítica de la “esencia reacciona­ria y colonialista” del golismo desaparece de los documentos del partido. Sin embargo, éste mantiene durante cierto tiempo una actitud reservada hacia el general. Pero en mayo de 1942 Mó­lotov se entrevista con de Gaulle en Londres y en contrapartida a que de Gaulle apoye cerca de los Aliados la demanda rusa de un segundo frente Mólotov se muestra de acuerdo con el general en que todos los franceses, así como los pueblos de las colonias francesas, deben agruparse bajo su dirección(16). En los meses que siguen, el PCF adhiere al Comité de Londres y designa a Grenier como su representante. En una carta dirigida al Comité Central del PCF, fechada el 10 de enero de 1943, de Gaulle re­gistra la adhesión y deja sentado, sin equívoco, el principio de la subordinación del partido a la dirección golista:
    “La llegada de Fernand Grenier – dice la carta –, la adhesión del Partido Comunista al Comité Nacional, que me ha aportado en vuestro nombre, la puesta a mi disposición, en tanto que co­mandante en jefe de las fuerzas francesas, de las valientes for­maciones de Francs Tireurs que habéis constituido y animado, he aquí otras tantas manifestaciones de la unidad francesa [...] Estoy seguro que los representantes que yo he designado encon­trarán en los responsables del PCF una voluntad de cooperación llevada hasta el espíritu de sacrificio, y la misma disciplina leal que existe ya en el interior de vuestras organizaciones.”
    Y el 21 del mismo mes, Grenier escribe en L’Humanité: “Tra­ducimos el sentimiento de los franceses proclamando nuestra confianza en el general de Gaulle, que levantó el primero el estandarte de la Resistencia”(17). En febrero son liberados los diputados comunistas que Vichy había encarcelado en la prisión de Argel (y que seguían allí pese a que desde el 11 de noviembre de 1942 Argelia estaba en manos de las tropas angloamerica­nas). Y en junio del mismo año – pocos días después, como por azar, de la disolución de la IC – el Comité Francés de Libera­ción Nacional [CFLN] que acaba de formarse, con sede en Ar­gel, anula el decreto de septiembre de 1939, por el que Daladier había declarado ilegal el partido comunista. La composición del CFLN, presidido por los generales de Gaulle y Giraud, no puede ser más reaccionaria. Agrupa “los hombres enviados a Argel por la gran burguesía para acreditarse en tanto que “resisten­tes” y velar a la salvaguardia de sus intereses”, como se dice en la historia de la Resistencia escrita por una comisión presidida por Jacques Duclos. Lo que no impide a la dirección del PCF saludar la creación del CFLN con la siguiente declaración: “To­dos los franceses esperan del Comité Francés de la Liberación Nacional que organice la participación activa de Francia en la guerra contra Hitler, movilizando todos los recursos, todas las energías, todas las voluntades francesas fuera de la metrópoli, y sosteniendo material y moralmente la acción de los patriotas que llevan a cabo en el suelo de la patria un combate difícil y glorioso” (18). El PCF hace cuestión fundamental de su política en este periodo la entrada en el CFLN poniendo como condición que éste acepte una plataforma cuyo punto más avanzado es el siguiente: “Desarrollo de una política democrática y social que galvanice todas las energías francesas y cree el entusiasmo por la participación de todos en la guerra liberadora”. Aunque esta de­claración general compromete a poco, y más bien podía ser útil a los representantes de la “gran burguesía para acreditarse en tanto que resistentes”, de Gaulle no acepta condición alguna, sin duda



    para que el principio de su jefatura no sufra el más mínimo me­noscabo –, ni acepta tampoco que los representantes del partido en el CFLN sean nombrados por el mismo partido. Tienen que ser designados por él. Finalmente, el partido entra a formar parte del CFLN sin que de Gaulle suscriba compromiso alguno. (19)
    El partido, ciertamente, despliega al mismo tiempo una actividad intensa para desarrollar sus propias fuerzas, el Frente Nacional (movimiento unitario bajo la dirección del partido, que adquiere relativa amplitud), y su brazo armado, los [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Y preconiza la coordinación de las diversas organizaciones y tendencias de la Resistencia interior. La primavera de 1943 es una etapa impor­tante en este aspecto. Se agrupan en el MUR [Movimientos Uni­dos de la Resistencia] “Combat”, “Franc-Tireur” y “Libération”, se reunifica en la clandestinidad la CGT, y el 27 de mayo se constituye el Consejo Nacional de la Resistencia [CNR], donde están representadas todas las organizaciones y tendencias. En el curso de las transacciones que llevan a la constitución de este organismo se plantea un problema de particular interés. El único partido organizado que existe dentro de la Resistencia es el par­tido comunista. En un primer momento de Gaulle intenta que el PCF no esté representado como tal en el CNR. Pero ante la im­posibilidad de lograrlo, dado el papel que el partido tiene ya en el conjunto del movimiento, busca otra solución, que en la obra más arriba citada de Duclos, se presenta así: “Para que el partido comunista no sea el único designado como partido resistente [de Gaulle propone] que otras formaciones políticas estén presentes en la organización prevista.” La reconstitución de los antiguos partidos debe, a la vez, “reforzar la causa golista a los ojos de los Aliados” y constituir “la sola barrera capaz de poner un dique a la influencia comunista”.
    “Pero esta pretensión – se dice en la misma obra – choca con la oposición violenta de los movimientos de la Resistencia. Mu­chos hombres políticos se han desacreditado con el régimen de Vichy. Si, en todos los partidos, algunos individuos participan en las organizaciones de la Resistencia, ningún partido, apar­te del comunista, se ha reconstruido clandestinamente [...] Los movimientos de la Resistencia se oponen enérgicamente a esta reaparición de los partidos”.
    “Si se considera normal y justo – escribe el periódico clandestino Défense de la France –, que los comunistas estén representados en el Comité de Liberación, porque participan vigorosamente en la lucha común, se acepta difícilmente la presencia de repre­sentantes de las antiguas tendencias”. La cuestión, sin duda, era esencial. En el fondo se planteaba la salida que la lucha debía tener: o volver al sistema político tradicional que había llevado el país a la catástrofe nacional, o crear una nueva fuerza unitaria inspirada en el espíritu de la Resistencia, en la que se reconocía a los comunistas un papel preeminente. Al partido se le presentaba una oportunidad única de encabezar esta corriente renovadora y orientarla a la transformación profunda de la sociedad francesa. Pero el partido inclinó la balanza a favor del pasado, apoyando la solución golista. Duclos lo explica así:
    “Es un hecho que en Francia la vida política se expresa tradicio­nalmente en grandes corrientes que son uno de los rasgos espe­cíficos de la democracia burguesa francesa; el apoliticismo y la condenación de los partidos han sido siempre en Francia armas en manos de la reacción. Teniendo en cuenta todo esto y la ne­cesidad de llegar rápidamente a una unión eficaz en el combate nacional, el partido comunista aceptó la constitución del CNR sobre las bases presentadas por Jean Moulin [representante de de Gaulle. FC.], que en un informe al Comité de Londres rindió homenaje a la voluntad de unión del partido comunista”. (20)
    Efectivamente, los “rasgos específicos” citados constituían un “hecho” indiscutible. Un segundo ”hecho” indiscutible era que la reacción había explotado, más de una vez, la impotencia de los partidos políticos socialdemócratas y pequeño burgueses ra­dicales. Pero un tercer “hecho” no menos indiscutible, del que se prescinde en la argumentación de Duclos, es que los partidos políticos tradicionales, la “democracia burguesa francesa”, ha­bían sufrido la mayor bancarrota de su historia, y ahora no era la reacción quien los repudiaba, sino las nuevas fuerzas revolucio­narias que nacían en el fuego de la Resistencia; la reacción, por el contrario, se agarraba ahora, como un clavo ardiendo, a “los rasgos específicos tradicionales de la democracia burguesa”. Y el cuarto “hecho” indiscutible – como demostrarían los acon­tecimientos posteriores – es que el PCF, apoyando la solución golista, preparaba el camino a la restauración del capitalismo francés. El homenaje que se le rindió en el Comité de Londres estaba plenamente justificado. ¿La necesidad de llegar rápida­mente a una unión eficaz en el combate nacional”? Todo depen­día, naturalmente, de cómo se entendiera ese combate y a dónde debía llegar. Si debía llevar a la restauración de la tradicional democracia burguesa francesa, la “unión” escogida por de Gau­lle, con el apoyo del PCF era, sin duda, la más “eficaz”. Con ese tipo de “unión” – que Stalin trató de imponerles también – los comunistas yugoslavos habrían conducido su Resistencia a la restauración de la monarquía tradicional, y la única revolución socialista en Europa que no resultó del reparto de las “esferas de influencia”, que triunfó pese a ese reparto, no hubiera tenido lugar.
    En el curso de 1943, y sobre todo en los primeros meses de 1944, la red unitaria de la Resistencia adquiere gran desarrollo en toda Francia, y en esa red los comunistas ocupan posiciones clave, que en el plano de la organización les dan la posibilidad de tener una función dirigente. Pero la posibilidad de ejercer realmente esta función en las batallas decisivas que se aproximaban – de ejercerla en sentido revolucionario – y conseguir que la Libera­ción desembocara en una transformación radical de la sociedad francesa, no era cuestión únicamente de puestos en el aparato de la Resistencia, ni de capacidad en la organización de la lucha armada – el partido dio en este terreno excelentes pruebas de capacidad, como años antes el Partido Comunista de España –, ni tampoco de espíritu de sacrificio y coraje en la lucha, en lo que también fueron ejemplares los comunistas franceses. (El PCF se ganó merecidamente el título de “partido de los fusilados”; desgraciadamente no puede decirse lo mismo en lo que se refiere al título de “partido de la revolución”.) Además de todo eso, y en primer lugar, era una cuestión de orientación política. Y de que existiera en la dirección del partido la voluntad de tal transfor­mación revolucionaria.
    La insurrección nacional que sigue al desembarco aliado en Normandía puso prácticamente al orden del día el problema del poder. La mayor parte de Francia, incluido París, es libera­da por las fuerzas armadas de la Resistencia, con ayuda de las masas, sin intervención directa de los ejércitos aliados. Los comités de liberación se convierten, por doquier, en órganos de poder, y las milicias patrióticas adquieren carácter masivo (21). El Partido Comunista es la fuerza política predominante de este gran levantamiento popular. Su prestigio y su influencia no tie­nen rival en los sindicatos y en las empresas, en los comités de liberación y en las milicias patrióticas, entre los intelectuales y la juventud, sin hablar ya de las fuerzas armadas creadas durante la Resistencia (22). Este hecho, por sí solo, testimonia del carác­ter revolucionario de la situación. Porque el Partido Comunista, aunque los acontecimientos no iban a confirmarlo, era para las masas el partido de la revolución. Al hundirse el Estado vichista y el poder del ocupante, la mayoría del proletariado y amplios sectores de otras capas sociales trabajadoras ponen su esperanza en el partido que asocian a la idea de la revolución, a la Unión Soviética, cuyo prestigio – y es otro dato fundamental de la si­tuación – alcanzó entonces en el pueblo francés una cota que no volvería a recuperar.
    De Gaulle, como revelan sus Memorias, tenía perfecta concien­cia de que “la dirección de los elementos combatientes estaba en manos de los comunistas”. Pensaba que el PCF – y años después, contra toda prueba, seguiría atribuyéndole tal intención – tenía el propósito de aprovechar la hora de la Liberación para dirigir a las fuerzas de la Resistencia hacia la toma del poder.
    “Aprovechando el tumulto de la batalla, arrastrando al Consejo Nacional de la Resistencia, del que varios miembros, aparte de
    los que estaban bajo su disciplina, podrían ser accesibles a la tentación del poder; usando de la simpatía que las persecuciones de que eran objeto, las pérdidas que sufrían, el valor que des­plegaban, les valían en muchos medios; explotando la angustia suscitada en la población por la ausencia de toda fuerza públi­ca; jugando, en fin, con el equívoco, exhibiendo su adhesión al general de Gaulle, [los comunistas] proyectaban aparecer a la cabeza de la insurrección como una especie de Comuna, que proclamaría la República, respondería del orden, dispensaría la justicia, y, por añadidura, cuidaría de no cantar más que la Mar­sellesa, y no enarbolar más que la tricolor.”(23)
    Este plan que de Gaulle atribuía a los comunistas no existía en realidad, pero hay que reconocer que era un excelente plan; de Gaulle percibe lúcidamente las magníficas cartas que el partido tiene en sus manos y el arte con que pueden ser utilizadas. La cuestión, en efecto, para un verdadero partido revolucionario en aquella situación, no era un planteamiento abstracto de la conquista del poder por el proletariado, sino la toma del poder por la Resistencia, por la Resistencia auténtica, no la de Lon­dres o Argel; no era enfrentarse directamente con de Gaulle, sino obligar a de Gaulle a enfrentarse con la Resistencia. No era provocar el choque con los ejércitos “liberadores” angloame­ricanos, sino colocar estos ejércitos ante la realidad del poder de la Resistencia, y movilizar contra todo atentado a este poder los sentimientos nacionales exaltados por la Liberación. En la Francia de 1944 tales podían ser los primeros pasos hacia la revolución socialista. De Gaulle lo percibía con clarividencia. Desgraciadamente de Gaulle no era el secretario general del Partido Comunista francés.
    Consciente de la explosiva situación creada, de Gaulle manio­bró hábilmente. Comenzó a instalar su dispositivo y a recortar, limitar, los poderes de los comités de liberación. Fue avanzando cada vez con más seguridad al comprobar que los comunistas cedían el terreno sin oponer gran resistencia. Hasta que hizo el sorprendente descubrimiento de que en el Partido Comunista tenía la gran fuerza “patriótica” capaz de cooperar con más efi­cacia que ninguna otra a la restauración de la France éternelle. Este proceso fue rápido.
    En los primeros meses que siguen a la instalación del gobierno de Gaulle, la dirección del PCF, bajo la presión del movimiento espontáneo de masas, y de las corrientes revolucionarias que alientan en su seno, aplica una línea ambigua, defendiendo a los comités de liberación y las milicias patrióticas, pero sin promo­ver una acción de masas resuelta, sin plantear los problemas de fondo relativos a la transformación democrática-socialista de la sociedad francesa. El 27 de octubre de 1944, Duclos declara en una asamblea del partido: “Las milicias patrióticas deben seguir siendo el guardián vigilante del orden republicano, al mismo tiempo que deben ocuparse activamente de la educación militar de las masas populares.” Agrega que en cada localidad la milicia debe englobar a millares de “cuidadanos-soldados” y debe estar bajo la autoridad de los comités de liberación, con un encuadra­miento permanente y un stock de armas y municiones. Al día siguiente de Gaulle responde firmando el decreto de disolución de las milicias. Los dos ministros comunistas protestan pero permanecen en el gobierno. La dirección del partido da instruc­ciones internas para mantener la organización de las milicias y no entregar las armas, organizar depósitos clandestinos, pero no moviliza al pueblo contra esa agresión directa a los poderes de la Resistencia, que perfila netamente los propósitos del general (24). Este da una cal y otra de arena. El 6 de noviembre aparece en el Journal Officiel un decreto amnistiando a Thorez. A este propósito de Gaulle escribe en sus memorias: “El interesado me ha dirigido numerosas demandas. Si creo mi deber adoptar esta medida de clemencia es deliberadamente. Teniendo en cuenta las circunstancias de antaño, los acontecimientos sobrevenidos después, las necesidades de hoy, considero que el retorno de M. Thorez a la cabeza del PC puede comportar actualmente más ventajas que inconvenientes.” Las “necesidades de hoy” como el mismo general escribe, consisten en “recortar las garras a los comunistas”, “retirarles los poderes que usurpan y las armas que exhiben”. Sus cálculos acerca de las “ventajas” que puede tener el retorno de Thorez no fallan. El 27 de noviembre llega el secre­tario general del partido. Su primera gran consigna es: “¡Un solo Estado, una sola policía, un solo ejército!”. De Gaulle anota: “Desde el día siguiente de su regreso a Francia, Thorez ayuda a poner fin a las últimas secuelas de las “milicias patrióticas”. Se opone a las tentativas usurpadoras de los comités de liberación y a los actos de violencia a los que pretenden librarse equipos de sobreexcitados.”(25) En efecto, desde que llega Thorez las organizaciones del partido reciben instrucciones por vía interna de disolver las milicias y entregar las armas. Y en el informe que hace ante el Comité Central el 21 de enero de 1945 preconiza públicamente la disolución de las milicias y de todos los grupos armados “irregulares”. Argumenta que estaban justificadas antes y durante la insurrección contra los hitlerianos y vichistas, pero ahora la seguridad pública debe estar garantizada por las fuerzas regulares de policía. En este mismo informe plantea (ya lo había dicho el 14 de diciembre de 1944 en el discurso del mitin orga­nizado por el partido en el Velódromo de Invierno) que los comi­tés de liberación locales y departamentales no deben sustituir en manera alguna a las administraciones oficiales (26).
    (…)
    La restauración de la “France éternelle”
    Al mismo tiempo que coopera eficazmente a la liquidación de “las tendencias usurpadoras” de los comités de liberación, y de las “últimas secuelas de las milicias patrióticas”, el partido pone enteramente las fuerzas armadas de la Resistencia controladas por él a disposición del alto mando golista y aliado, las funde en el “gran ejército” francés, cuya formación preconiza ardien­temente Thorez desde que pisa el suelo de la patria. En una pa­labra, el partido liquida las fuerzas armadas populares forjadas durante la Resistencia, en todas sus formas. Simultáneamente a esta destrucción general de las bases políticas y militares de un nuevo poder popular, creadas en el curso de la Resistencia y la Liberación, el partido se lanza a otra gran batalla por la restau­ración de la France éternelle: la famosa – tristemente famosa “batalla de la producción”. La cosa comienza inmediata-mente después de la liberación de París. En un informe ante una re­unión de militantes sindicales, el 10 de septiembre de 1944, Benoit Frachon, llama a los trabajadores a ”reconstruir nuestra gran industria sobre bases más racionales y asegurar su pleno rendimiento”. La reconstrucción, aclara, “no debe hacerse en be­neficio de las oligarquías financieras e industriales”, pero ese es un problema que se resolverá “cuando el pueblo sea consultado sobre el régimen que quiere darse”; entonces, dice, “nosotros daremos nuestra opinión sobre la desaparición de los trusts y los métodos propios a sustituir su dominación por una economía al servicio de la nación”. Pero por lo pronto, sin esperar a que las urnas digan la última palabra sobre quién ha de beneficiarse de la “reconstrucción”, los obreros deben trabajar duro. El secretario de la CGT y dirigente del Partido Comunista les sugiere cons­tituir “comités patrióticos de producción”. El 24 de marzo de 1945, informa ante el Comité Nacional de la CGT.
    (…)
    La “batalla de la producción” no se interrumpe con la derrota de Alemania; al contrario, llega a su climax. Thorez encuentra otro argumento, que no se distinguía precisamente por su originali­dad. Todos los partidos socialdemócratas, cada vez que habían participado en un gobierno burgués, como ahora participaba el PCF, lo habían utilizado: los obreros no deben presentar reivin­dicaciones excesivas, ni hacer huelgas, sino elevar la produc­ción, porque el interés de la gran burguesía es crear dificultades económicas a un gobierno con ministros socialistas. En su infor­me ante el X Congreso del partido (junio de 1945), Thorez no desmerece en nada de sus precursores y coetáneos socialdemó­cratas, más bien los aventaja:
    “¿Dónde está el peligro mortal para nuestro país? Está en el te­rreno de la producción [...]” “Si los trusts y sus agentes se opo­nen al esfuerzo de reconstrucción y de producción, es que el interés del pueblo, el interés de la clase obrera, es trabajar y pro­ducir, a pesar y en contra de los trusts”.
    Naturalmente, en lo que menos pensaban los “trusts y sus agen­tes” era en oponerse a que los obreros “trabajaran y produjeran”. Y Thorez no puede exponer ante el congreso una sola prueba convincente de tal voluntad “trúststica”. Lo que a los trusts ya no podía seducirles era la “democracia desembarazada de los trusts” que Thorez presenta como la perspectiva del partido. Pero tampoco podía inquietarlos sobremanera: era un objetivo al que debería llegarse por la vía de la legalidad parlamentaria, en condiciones de autoridad y de estabilidad. “La perspectiva más feliz para nuestro país – dice Thorez en el mismo informe – es el mantenimiento prolongado de un gobierno de amplia unidad nacional y democrática, con lo que se realizan las mejores con­diciones de autoridad y de estabilidad [...]” Sólo así puede ase­gurarse la “grandeza de Francia”, porque sólo así la producción puede ir viento en popa. Y como dice Thorez: “Hoy es la ampli­tud y la calidad de nuestra producción material, y nuestro lugar sobre el mercado mundial, los que miden la grandeza de Fran­cia.” El pueblo debe “ponerse en pie para la batalla de la produc­ción como se puso en pie para la batalla de la liberación; se trata de rehacer la grandeza de Francia, se trata de asegurar de otra manera que con frases las condiciones materiales de la indepen­dencia francesa”. La alusión va dirigida a todos los que dentro y fuera del partido critican con “frases revolucionarias” la línea que está siguiendo la dirección del PCF: “Tenemos que combatir las concepciones izquierdistas de algunos sectarios que piensan, sin formularlo siempre claramente, que “tal vez hemos aban­donado la línea revolucionaria”. “Afortunadamente, el Comité Central, bajo la clarividente dirección de Thorez, ha desbaratado “el plan de la reacción, que tendía a empujar los elementos más avanzados de la democracia y de la clase obrera hacia las aven­turas, a fin de dividir el pueblo.” En todo este informe, Thorez no menciona el concepto de “revolución” o de “revolucionario” como no sea en sentido peyorativo. Ya en su discurso de enero ante el Comité Central había llegado al extremo de denigrar el uso del concepto, poniéndolo solapadamente en conexión con el de ”revolución nacional” utilizado por los vichistas:
    “Nosotros, que somos comunistas, no formulamos actualmente exigencias de carácter socialista o comunista. Decimos esto a riesgo de parecer tibios a los ojos de los que constantemente tienen en la boca la palabra revolución. Está un poco a la moda, pero cuatro años de “revolución nacional” bajo la égida de Hitler han precavido al pueblo contra el empleo abusivo y demagógico de ciertos términos desviados de su sentido”.
    Thorez pone en circulación el término de “hitlerotrotsquistas”, y llama a la vigilancia para descubrir y expulsar del partido a “los elementos turbios, los provocadores, los agentes del enemigo, hitlerotrotsquistas, que se cubrirán lo más frecuentemente de fra­ses ‘izquierdistas’.”(29)
    La “batalla de la producción” alcanza su apogeo con la gira de Thorez por la zona minera del norte. Pese a la campaña del parti­do y de la CGT, los mineros han recurrido a la huelga en algunos casos, y Thorez amonesta a los comunistas que han participado:
    “Aquí, queridos camaradas – dice en su discurso del 21 de julio de 1945, en Waziers, ante una asamblea de mineros comunistas –, os lo planteo con toda responsabilidad, en nombre del Comité Central, en nombre de las decisiones del Congreso del partido, os lo digo con toda franqueza: es imposible aprobar la menor huelga, sobre todo cuando estalla, como la semana última en las minas de Bethune, al margen del sindicato y contra el sindicato.”
    En la huelga se habían perdido 30 000 toneladas de carbón, y Thorez clama: “Es un escándalo, una vergüenza, una falta muy grave contra el sindicato y contra el interés de los mineros.”(30) Al año del “llamamiento de Waziers”, Thorez se congratula de los resultados obtenidos: “La producción carbonífera ha au­mentado más de un 50 %. Con casi 160 000 toneladas diarias sobrepasamos en un 8 % el nivel de preguerra. ¡Exito notable! Francia es el único país, a excepción de la Unión Soviética, que puede enorgullecerse de parecido resultado [...] Conviene fe­licitar a nuestros mineros que no han escatimado su sudor ni su fatiga.”(31) (Leyendo los discursos de Thorez durante este periodo se tiene la impresión de que en Francia está constru­yéndose el socialismo, y que la tarea central de los trabajadores es poner en pie una economía que ha pasado a sus manos.) En diciembre el cártel de los trabajadores de los servicios públicos decide organizar una huelga de advertencia, y para prepararla tiene lugar un mitin monstruo en el Velódromo de Invierno. Los oradores preconizan la huelga general, incluidos los de la SFIO. El único que se opone es Henri Raynaud, dirigente comunista de la CGT: “En las circunstancias actuales – dice – una huelga ge­neral sería catastrófica; tendría por resultado, sobre todo con el paro ferroviario, provocar el hambre en el país.” Diez días más tarde, Thorez afirma en el Consejo de ministros que no puede cederse a presiones intolerables, y que con algunas correcciones el proyecto del ministro de Hacienda debe ser aprobado (32). Refiriéndose a este año 1945, que con el lenguaje cubano de hoy el PCF podría haber bautizado de “año de la producción”, de Gaulle escribe en sus Memorias: “En cuando a Thorez, aun esforzándose por hacer avanzar los asuntos del comunismo, va a rendir servicio en diversas ocasiones al interés público. No cesa de dar la consigna de trabajar tanto como sea posible y producir cueste lo que cueste. ¿Es simple táctica política? No voy a des­entrañarlo. Me basta con que Francia sea servida.” Bien pronto se pondría de manifiesto que los “asuntos del comunismo” no avanzaban mucho, pero desde luego “Francia”, o, más exacta­mente, la burguesía francesa, era bien servida.
    (…)
    Notas
    15. Histoire du PCF (Unir), t. II, p. 60.
    16. André Fontaine: Histoire de la guerre froide, t. I. p. 225.
    17. Histoire du PCF (Unir), t. II, p. 134, 135-136. En Le PCF dans la Résis­tance (p. 231), se dice que los contactos entre el partido y representantes de de Gaulle se establecieron desde el verano de 1942, es decir, muy poco después de la entrevista Mólotov-de Gaulle, que tuvo lugar en mayo de ese año. Pero en esta obra se silencia el papel desempeñado por esa entrevista. Se publica la carta de de Gaulle a la dirección del partido, pero suprimiendo el párrafo en el cual el general expresa su ”seguridad” de que el partido observará hacia él ”la misma disciplina leal” que existe en su seno. Tampoco se menciona el artículo de Grenier en L’Humanité.
    18. Le PCF dans la Résistance, p. 234.
    19. Véase la Histoire du PCF, de Jacques Fauvet, ya citada en capítulos ante­riores, t. II, p. 127-128. Según esta versión el partido acabó por ingresar en el gobierno sin que hubiera compromiso formal alguno entre él y de Gaulle, y Le PCF dans la Resistance confirma implícitamente tal versión al no decir que el compromiso existiera, cosa que no hubiera dejado de hacer en caso contrario (véase p. 237-238).
    20. Le PCF dans la Résistance, p. 241-242.
    21. En Le PCF dans la Résistance se hace un relato detallado del desarrollo de la insurrección nacional (p. 286-328) que demuestra el hecho capital de que gran parte del territorio francés fue liberado por la acción de ”las masas populares, armadas y no armadas” (p. 329). Eisenhower equiparó a quince divisiones la contribución de los resistentes franceses a las fuerzas aliadas desembarcadas en Normandía. Pero esta equivalencia militar tiene en cuenta únicamente las ac­ciones armadas de la Resistencia, en sincronización con la ofensiva aliada; no traduce el efecto acumulativo, sobre la moral y el dispositivo del ocupante, de cuatro años de acción guerrillera y política, en progresión geométrica; no traduce tampoco el efecto del levantamiento político masivo que sigue al desembarco.
    22. Refiriéndose a lo que era el partido en vísperas de la Liberación, Jacques Fauvet lo caracteriza como ”el movimiento de la Resistencia metropolitana más poderoso, más tenaz, y el único que se extiende sobre todo el territorio” (Histoire du PCF, t. II, p. 59). Y refiriéndose a la Liberación, André Fontaine dice que ”en diversas regiones del país teníael poder] al alcance de la mano” (Histoire de la guerre froide, t. I, p. 227).


    23. De Gaulle: Mémoires de guerre, Plon, t. II, p. 291-292.
    24. La referencia a la intervención de Duclos se encuentra en Histoire du PCF (Unir), t. II, p. 246. Del relato que se hace en esta obra, escrita por militantes del partido que ocupaban en aquellos meses puestos responsables, y están muy lejos de todo ”gauchisme”, se desprende sin lugar a dudas la fuerte presión que la masa del partido, y la masa popular, en general, ejercía sobre la dirección para que imprimiera a su política un espíritu ofensivo. En los comités de liberación se desarrollaba la tendencia a afirmarse como órganos de poder. En octubre de 1944, los delegados de los comités de liberación de cuarenta departamentos del sur de Francia se reunieron en Avignon, acordando invitar a los comités locales a ”convocar en las ciudades y pueblos asambleas patrióticas donde sería expuesto el programa de acción del Consejo Nacional de la Resistencia, y donde este pro­grama será precisado según las condiciones locales, y sometidos a la ratificación popular la composición y la acción de los comités locales”. Los días 9 y 10 de diciembre, los comités locales de liberación de la región del Sena, reunidos en el Hotel de Ville de París, se inspiraron en ese movimiento del sur para propo­ner que las asambleas patrióticas populares prepararan vastos Estados Generales de representantes de todas las capas de la población. La reunión de Estados Generales tuvo lugar más tarde en París, pero el movimiento estaba muerto a consecuencia de la línea de la dirección del partido que, como explicamos a continuación, preconizó la subordinación rigurosa de los comités de liberación al gobierno central.
    25. Histoire du PCF (Unir), p. 247, 251. Según los autores de esta obra, Thorez no ha refutado nunca estas y otras alegaciones de las memorias de de Gaulle.
    26. M. Thorez: OEuvres, t. 20, p. 181-182, 187-188.
    27. De Gaulle explica así el viaje: ”A fin de obtener del partido comunista el año de respiro que yo necesitaba para tomar en las manos la situación, tuve que ir a Moscú y firmar acuerdos.” (Citado por J. Fauvet: Histoire du PCF, p. 148.) Como dice justamente J. Fauvet, ésta no podía ser la única explicación del viaje. Pero indudablemente era uno de sus objetivos esenciales. Ahora bien, no nos parece fundada la interpretación de Fauvet, según la cual después de su llegada Thorez postulaba el reforza-Miento del poder de los comités de liberación, el mantenimiento las milicias, etc., y el ”viraje” se produjo en la reunión del mité Central de finales de enero, a consecuencia del acuerdo Notas de Gaulle-Stalin. En realidad, desde que pisa suelo francés – y ya antes, en sus alocuciones por Radio Moscú – la orientación de Thorez es liquidar el poder autónomo sur­gido de la Resistencia y la Liberación, en aras de la reconstrucción del viejo Estado democrático-burgués. Su fórmula ”un solo Estado, una sola policía, un solo ejército”, lanzada inmediatamente de su llegada (Histoire Du PCF (Unir), t. II, p. 247) lo revela elocuentemente. Pero dado el estado de ánima existente en el partido y en el país, había que proceder con cautela. Thorez comienza por ensalzar el papel de los comités de liberación, pero al mismo tiempo exigir su subordinación a los órganos del nuevo Estado. Tal es su planteamiento en el acto del Velódromo de Invierno, del 14 de diciembre de 1944. El acuerdo de Gaulle-Stalin es utilizado para acentuar esta línea hasta darle la forma acabada, tajante y pública que toma en el Comité Central de enero. Es significativo que en la reciente edición de Obras escogidas de Thorez, en tres tomos (Ed. Sociales, 1966), no se ha incluido ninguno de los discursos y artículos del periodo entre la llegada a París y la reunión del Comité Central de finales de enero. No figura el informe a este Comité Central, donde se plantea la disolución de las milicias, etc.
    28. Tomamos la referencia a los informes de Benoit Franchon, de la Histoire du PCF (Unir), t. II, p. 262-264.
    29. Véase t. 21 de las OEuvres de Thorez, p. 128-129, 100, 57, 129, 118, 127, y t. 20, p. 183.
    30. Thorez: OEuvres choisies, 1966, t. II, p. 399.
    31. Thorez: OEuvres, t. 22, p. 141.
    32. Reproducimos la versión que da J. Fauvet: Histoire du PCF, t. II, p. 172
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