Foro Comunista

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    Pio Tamayo

    DavidMlndz
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    Mensaje por DavidMlndz Jue Abr 17, 2014 5:54 pm

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    En sus tiempos de niño, José Pío Tamayo Rodríguez ( 4 de marzo de 1898 – 5 de octubre de 1935) soñaba con ver el circo. Disfrutaba ver los animales exóticos y las maromas de payasos y equilibristas, además de escuchar las voces extrañas de hombres y mujeres nacidos en otras latitudes que vivían en un incesante peregrinar de pueblo a pueblo.

    Pío Tamayo, como se le conoció siempre, se enamoró después de la lectura, que le abrió las puertas del conocimiento y de los nuevos rumbos que se trazaban en el mundo para los desposeídos, muchos de los cuales crecieron con él en El Tocuyo rural que le tocó vivir.

    Hijo de José Antonio Tamayo Pérez y de Sofía Rodríguez, medianos hacendados de la localidad, Pío se hizo militante del periodismo cuando todavía no había soltado la niñez. En su escuela primaria funda El Juvenil, medio de información que redactaba con dos de sus grandes amigos de esa época, los hermanos Lozada: Edilio (o Hedilio, como puede verse en algunas de sus biografías), y Alcides.

    Más adelante funda también otra publicación con el nombre de Saltos y brincos y pasa luego a otra experiencia que decide llamar Ayacucho. Pero la escuela La Concordia debe cerrar por la muerte de Egidio Montesinos, su dueño y director, por lo que sus padres lo envían a Barquisimeto para que estudie en el colegio La Salle, alternando con el trabajo de tipógrafo, el cual le cautivó toda la vida. Allí funda la revista Renacimiento.

    La muerte de su padre lo lleva de nuevo a El Tocuyo. Era menester que se encargara de la hacienda El Callao, porque de allí surgían los recursos para el mantenimiento de la familia.

    Ser uno de los propietarios y el administrador del fundo le permitió mejorar las condiciones de sus trabajadores con la aplicación de tecnologías novedosas.

    Compró tractores, instaló servicios sanitarios para los peones, dotó de luz eléctrica las casas y la hacienda, fundó una granja porcina y el primer transporte colectivo entre Barquisimeto y su ciudad natal, para que los menos favorecidos pudieran trasladarse a un bajo precio.

    Pero Pío Tamayo no tuvo la capacidad de convencer a sus trabajadores para que formaran una cooperativa que le prestara los mismos servicios pero con mayores beneficios para ellos. Era difícil que entendieran otro tipo de relación laboral que la conocida hasta entonces y una cooperativa era algo que se veía peligroso para sus empleos y salarios.

    El gobierno de Juan Vicente Gómez no veía con buenos ojos que se tuviesen consideraciones con peones y campesinos. Tampoco que se les instruyera. Por eso comienzan a perseguir a Tamayo, quien, por consejo de su madre, sale del país con rumbo a San Juan de Puerto Rico en un periplo que le lleva a conocer Nueva York, La Habana, Panamá, Guatemala y San José de Costa Rica.

    En La Habana conoce a fondo el marxismo. Participa en la formación del Partido Comunista de Cuba y se une a un grupo de venezolanos que luchaba en contra del régimen gomecista. Su participación en esa ciudad fue fructífera. Escribe en el periódico Venezuela libre y en la Revista universitaria, logrando una gran influencia en la fundación de la Unión Obrera Venezolana.

    Es expulsado de Panamá y Guatemala por razones políticas, por lo que decide regresar al país en 1927. Participa en las actividades del Carnaval de 1928 con un poema llamado Homenaje y demanda del indio, cuyo texto ofende a los gobernantes de turno. Es apresado en el castillo de Puerto Cabello, donde funda una escuela para los analfabetos y otra de marxismo para los presos políticos. Esta actividad le ocasionó su reclusión en una celda especial de castigo donde se contagió de tuberculosis. En diciembre de 1934 fue liberado por enfermedad y diez meses después muere en Barquisimeto. Escribió un tratado de economía política que fue incinerado por sus carceleros y una novela que llamó: Charles Lindberth llegó a Venezuela.

    El presidente del Parlamento Nacional, Fernando Soto Rojas, informó durante una asamblea de trabajadores el pasado sábado en la Plaza Bolívar que iniciará las gestiones para trasladar los restos mortales de Pío Tamayo al Panteón Nacional.

    “Tenemos el consentimiento de sus familiares y del liderazgo institucional de El Tocuyo. Tamayo hizo un llamamiento a los socialistas de este país para que construyan el socialismo con la libertad, con la ciencia, con el arte y con la belleza. Echémosle pichón, pues”, expresó.

    Mi muy querida mamá…

    “Piense antes de leer ésta que el hijo que se la escribe la quiere mucho, mucho, muchísimo…¡Siempre había de escribirle desde el presidio, la carta del adiós! Hace cinco años en su nombre dije mi testamento. Estuve amenazado por la muerte. Hoy estoy agarrado por las tenazas de sus manos. Y antes de morirme, le hago mis letras postrímeras a los veinte días de una hemorragia frecuente, con las manos sin fuerzas, porque la sangre falta ya a mis venas. Muero asesinado por los verdugos que asesinan también a Venezuela. Me matan con crueldad calculadora…”

    “Supe que mi condena obedece a que tengo escuela de comunismo en el castillo. No de comunismo, pero sí de idealidad avanzada…”

    “El general Gabaldón, mensajero de este adiós, le contará de estos días crueles y le dirá como supe sonreír bajo el dolor y permanecer sereno ante la dureza del ataque. Que las palabras de mis amigos y la seguridad de que las sendas del bien eran el camino que yo quería recorrer, pongan un poco de consuelo en tu corazón… madre querida.

    “La quiere mucho, mucho, muchísimo… Pío


    Esta parte lo saque de otro articulo:

    El poema que a continuación les expongo, lo recito ante el mismísimo poder gubernamental, y a poco tiempo de haber regresado al país de su largo exilio, entenderán, una vez que lo lean, el porque esa porquería llamada Gómez lo encarcelo, hasta poco tiempo antes de su muerte, acaecida el 5 de Octubre de 1.935.

    HOMENAJE Y DEMANDA DEL INDIO

    A su Majestad Beatriz I
    Reina de los Estudiantes.

    Sangre en sangres dispersa
    almagre oscuro y fuerte
    estirpe Jirajara,
    cacique Totonó,
    -baile de piaches, rezo de quemas-
    Soy un indio Tocuyo
    Yo.

    Meseta brava y bella
    que abre su arcada a los llanos
    y sus patios a la luna;
    patíbulo de Carvajal,
    espina de cardonales,
    polvo y sol.
    Altiplano tocuyano
    que nutre su carne en jugos
    blancos de cañamelar.
    Y los hace sangre roja
    en la flor del cafetal;
    bueno y santo
    por la madre,
    y porque me enlaza hermano
    del de la selva en oriente
    y del de la sierra al sur.

    Yo llegué de este altiplano
    A avivarme en mis hermanos
    Los de la universidad,
    -savia en afanes quemada,
    delirio del roble erguido-
    y a rendirte mi homenaje
    de indio triste,
    Majestad.
    Fracasa entre mi canto y mi altivez indígena
    La intención en hinojos.
    Humo leve de inciensos
    como el que ardió en las aras de Tenochtitlán,
    quemo en mi corazón,
    y humillo el desgreñado orgullo de los vientos
    con agua de remansos,
    cenizas de volcanes
    y cánticos de amor.
    -Así en la tierra antigua donde voló el faisán
    usaba la liturgia de la proclamación-.

    Los miles de estudiantes,
    cada estudiante, reina,
    en un mundo en promesas y un trajín de tormentas-
    han abierto hoy sus pechos sobre más infinitos,
    al ver que oraculiza en tus manos llaneras
    el tripartito escudo de su federación.
    Mañana, anhelo, pueblo,
    Mirandinos colores de la emancipación.

    Beatriz del estudiante,
    cetro de rebeldías,
    corona de futuros;
    bajo el patio de auroras de nuestro trono eres
    la juvenil canción de amanecer.
    El ensueño durmiente al amparo del alma
    jubilosa y dinámica de la Federación,
    hecho viva esperanza
    en tu luz de mujer.

    Y digan con mis voces palabras de tus súbditos
    que es tu reinado, Reina, el único que no hace
    cesarismo anacrónico,
    en esta nutrida selva de Guaicaipuro,
    de Mara y Yaracuy,
    y del equino trueno
    de los cien mil corceles,
    sobre el que galoparon libertadas naciones.

    Fugitivo perfil de la garza morena,
    ¡Oh, perfume caliente de las mazorcas tempranas!
    Durazno de oro en rama;
    Cosa dulce y romántica cuando se dice ‘amada’;
    Ternura inacabable de la venezolana;
    Orgullo de nosotros.
    Reina en cuya belleza
    riman nobles y claras mis palabras agrestes,
    divinizo tu boca
    tan ingenua y traviesa
    diciendo la dulzura que oí yo ayer.

    “Cuando yo sea abuelita
    luciré mis trofeos y le diré a mis nietos
    que fui Reina una vez”.
    ¡Nuncio cándido y bello que sube a vuestros labios
    la ternura sagrada que hará de vuestro ocaso
    epílogo adorable de un cuento de Perrault!
    Os verán esos nietos luciendo edades regias
    y sonreirán con vos.
    El mejor cortesano
    -tendrá una voz mimada de Delfín- sonriente exclamará:
    Abuelita: Santa Isabel de Portugal,
    que convirtiera en rosas en pan de su bondad,
    una noche de Reyes se entretuvo en decirme
    que tú eras heredera de su linaje real.
    Abuelita: desde aquel día te he visto
    de reina el corazón.
    Oyéndolo, el más pícaro de ellos
    Vencerá en pugilatos:
    ¿desde aquel día? ¡Si ella nació con él!
    Santa Isabel tenía muchísima razón.

    Y ahora, Majestad,
    con el sollozo esclavo de un jacaney rendido
    el súbdito presenta su demanda ante vos
    descarnado de insomnios
    se consume mi rostro
    y los tiempos incrustan sus cauces en mis sienes.
    Retornan a romper las obras de los montes
    baladros caquetíos.
    Se desatan los ecos de vencidos lamentos
    y corren sobre el área salvaje de los llanos
    o se extinguen muriendo en los senos intactos
    de un Pacaraima hermético.
    ¡Me han quitado mi novia!
    La novia que me quiso: ¡mi novia enamorada!
    Palabras que se dicen con la pena infinita
    de quien ya no podrá volverlas a cambiar...

    Qué bien decirte tú,
    como a mi novia, Reina.
    En ti la miro a ella
    Y al mirarte me acuerdo...
    Era de sol su carne y de un frágil metal.
    El eco de sus voces era de acero azul.
    Estaba hecha de alturas. A ti se parecía.

    Yo fui su novio niño,
    -ya lo hemos sido tantos-,
    cantar, correr, soñar,
    en el soleado campo, en la vega porosa,
    junto al lirio morado,
    al laurel
    y al signo rojo de las rosas.

    Se adornaron mis labios con su nombre armonios,
    con su nombre que es música de banderas y estrellas.
    Se miraron mis ojos en el ópalo grande
    de sus ojos
    iguales al fanal de los tuyos.
    ¡Y el abrazo materno que de la tierra avanza
    la confiaba amorosa sobre mi corazón!

    ¡Como me acuerdo, Reina!
    Temblando bajo sombras la amaba con angustias.
    En mis venas corrieron los miedos por su vida.
    Y un día me la raptaron.
    Un día se la llevaron.

    Desde los horizontes,
    allá donde hace señas de adioses el crepúsculo,
    vi encenderse los últimos luceros de sus besos.

    Aprestarse a la andanza, porque la hemos perdido
    ¡y salir a buscarla!
    ¡Mirar cómo levantan asfixias hasta el cielo
    las crestas de los cerros!

    Agotarse llamándola en los senderos mudos.
    Oscurecerse en noches, solitario y rendido,
    ¡y sentirla que sufre y que se está muriendo!
    ¡Ah! Ya no puedo más, reina Beatriz. ¡No puedo!
    Vuelve a llorar el indio con su llanto agorero...

    Pero no, Majestad
    que he llegado hasta hoy,
    y el nombre de esa novia se me parece a vos
    Se llama: ¡LIBERTAD!
    Decidle a vuestros súbditos
    -tan jóvenes que aún no pueden conocerla-
    que salgan a buscarla, que la miren en vos,
    ¡vos, sonriente promesa de escondidos anhelos!
    Vuestra justicia ordene.
    Y yo, enhiesto otra vez,
    -alegre el junco en silbo de indígena romero-
    armado de esperanzas como la antigua raza,
    proseguiré en marcha.
    Pues con vos, Reina nuestra,
    juvenil, en su trono, ¡se instala el porvenir!



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