—Los orígenes del fascismo en Europa: antes y ahora
artículo de Vicenç Navarro - mayo de 2014
Una de las interpretaciones de la historia europea que es más errónea y ha tenido peores consecuencias en la vida política y económica de este continente es la explicación que se ha dado de las causas de la subida al poder de Hitler y del nazismo en Alemania. Un argumento que se ha escrito para justificar las enormes políticas de austeridad (con recortes del gasto público, incluyendo el gasto público social, y la bajada de salarios), promovidas e impuestas por el gobierno alemán a los países de la Unión Europea, y muy en especial a los países periféricos de la Eurozona, tales como España, ha sido el supuesto temor (en realidad, pánico) que el pueblo alemán ha tenido históricamente a la hiperinflación, pues en su memoria colectiva se considera que dicha hiperinflación fue la causa del surgimiento y victoria electoral del nazismo en Alemania. De ahí –se nos dice- que las políticas de austeridad de ahora sean necesarias para evitar una inflación que podría llevarnos a la aparición de un nuevo fascismo. Si usted sigue la literatura científica económica leerá este argumento miles de veces.
Esta interpretación de lo que ocurrió en Alemania está, sin embargo, profundamente equivocada, no solo en su totalidad, sino en cada uno de sus supuestos. Comencemos por la explicación que atribuye la victoria de Hitler a la hiperinflación. De esta explicación uno tendría que ver que, cuando Hitler fue elegido, la inflación era muy alta, tan alta que la gente, en protesta, votó por Hitler. Pues bien, veamos los datos. Hitler fue elegido en el año 1933. Y ahora vayamos a los datos de la inflación en aquel año. Y el lector se asombrará, pues encontrará que no había ni pizca de inflación. En realidad, la elevada inflación había desaparecido hacía ya tiempo. Y ahí están los datos. Repito, no había inflación. No se puede, por lo tanto, decir que la elevada inflación había llevado a Hitler al poder.
¿Qué estaba pasando? Es fácil de ver y entender. Si usted mira la evolución de la inflación verá que la elevada inflación fue antes del 1933, en realidad, diez años antes, en los años veinte. En el año 1923, diez años antes de la elección de Hitler, Alemania estaba en medio de una insostenible inflación; en julio de aquel año, 1 dólar era equivalente a 1,1 millones de marcos. Dos meses más tarde, era de 109 millones. Repito, una situación que no podía continuar. Ello forzó a que el gobierno tomara toda una serie de medidas –que hoy se llamarían de austeridad- que tuvieron enormes consecuencias (como también tienen enormes consecuencias las políticas de austeridad de ahora). Y una de ellas fue el enorme crecimiento del desempleo, que pasó de un millón a seis millones de alemanes en solo tres años, lo que representaba una tasa de desempleo de un 30%. Fue esta creación de desempleo y el gran descenso del bienestar de la población lo que condujo a los movimientos de protesta, incluyendo el nazismo. Esto es lo que no se dice y debería decirse, porque hoy estamos viendo en Europa una situación muy similar, donde las políticas de austeridad están generando el crecimiento de movimientos fascistas (llamados chovinistas o lo que fuere) a lo largo del territorio europeo. No fue la inflación, sino el tipo de respuesta que el gobierno escogió -las políticas de austeridad, con un gran descenso del gasto público y de los salarios- para resolver esa elevada inflación lo que creó el enorme enfado popular y desafección hacia el régimen democrático, tal como está ocurriendo ahora.
El segundo punto que es erróneo en esta interpretación histórica de atribuir a la elevada inflación la subida de Hitler al poder, es la interpretación de las causas de la inflación. No hay duda de que el nivel de inflación en 1923 era insostenible. Pero, ¿qué es lo que causó la inflación? Y la respuesta, de nuevo, es fácil de ver. Fueron las enormes políticas de austeridad que los aliados habían impuesto a la Alemania derrotada en la I Guerra Mundial. El que mejor predijo las consecuencias de estas políticas fue John Maynard Keynes, que era el representante del gobierno británico en Versalles, en la reunión que definió las políticas que tendrían que seguirse por parte del vencido Estado alemán al terminar la I Guerra Mundial, políticas que eran tan punitivas que no permitían la recuperación de la economía alemana mediante políticas expansivas, con el aumento del gasto público, entre otras medidas. Keynes abandonó la reunión, como señal de su profundo desacuerdo. Tales medidas no dejaban ninguna otra alternativa al gobierno alemán que intentar crecer a base de imprimir dinero, lo cual hizo en abundancia, que es lo que creó la inflación. Y ahí está el problema, y también la semejanza con la situación actual.
La manera como se construyó la Eurozona y su gobernanza dificulta enormemente el estímulo económico mediante la expansión del gasto público y el aumento de los salarios. En realidad, el crecimiento económico ha descendido en la Unión Europea desde que se estableció el euro. El Tratado de Maastricht y, todavía peor, el Pacto Fiscal impuesto por Alemania, imposibilita que los Estados tengan déficit público. Ello forzó a que la estructura de poder de la Eurozona, y muy en particular el Banco Central Europeo, recurrieran a políticas de expansión monetaria (es decir, imprimir dinero, como hizo el gobierno alemán tras la I Guerra Mundial), con el peligro de que se generara inflación. Y a fin de evitar que ello ocurriera, se están llevando a cabo políticas de austeridad que están destruyendo el bienestar de la población y que están causando el surgimiento del fascismo. La historia se repite.
¿Qué está ocurriendo ahora?
Hoy, una de las opciones políticas que está canalizando más el enfado de las clases populares, y muy en particular de la clase trabajadora, es la ultraderecha, tal como estamos viendo en varios países. El caso de Francia es claro. El Frente Nacional, dirigido por Le Pen, fue el que utilizó durante la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo un discurso movilizador de la clase trabajadora, presentándose a sí mismo, sin ninguna inhibición, como el mejor instrumento para defender los intereses de la clase trabajadora, en la lucha de clases frente a la oligarquía nacional, que había traicionado a la patria vendiéndose a la Troika. Es el nacionalsocialismo, que históricamente tuvo una base obrera y ahora la recupera tras la complicidad de las izquierdas tradicionales (y muy en especial de la socialdemocracia) con la imposición de políticas que dañan los intereses de las clases trabajadoras a costa de incrementar los beneficios del capital. En este discurso, la lucha de clases y la identidad nacional son idénticas, utilizando la bandera y la defensa de la identidad y de la patria como el punto movilizador. Ha sido una mezcla ideológica imbatible. Era lógico y predecible que el fascismo ocupara el vacío creado por el socialismo y el comunismo. El pasado domingo, Le Pen consiguió el apoyo del 30% de los jóvenes y del 43% de los trabajadores franceses.
El internacionalismo de las izquierdas en su compromiso con Europa se ha mostrado impotente frente al nacionalismo del nacionalsocialismo. Por otra parte, la identificación de las izquierdas con la defensa de los inmigrantes es su punto vulnerable, pues parecen no ser conscientes de que los que pagan los costes de la integración de los inmigrantes en un país son los miembros de la clase trabajadora. Ni que decir tiene que la inmigración enriquece a un país. Ahora bien, los costes inevitables que implica su integración, que benefician a toda la sociedad, no pueden ser pagados por aquellos más vulnerables que absorben el coste. Las izquierdas, por lo general, no han sido sensibles a este punto. Añádase a ello que su internacionalismo, con su alianza con los otros pueblos de Europa, carece de credibilidad debido a su complicidad con el mundo del capital. El distanciamiento de los partidos de izquierda gobernantes (y muy en especial de la socialdemocracia) respecto a la clase trabajadora ha sido el origen de su deterioro electoral.
En España, el fascismo (que adquirió su máxima expresión durante la dictadura, establecida con la ayuda del nazismo alemán y el fascismo italiano) se caracterizó por el nacionalcatolicismo, que conjugó un nacionalismo uninacional extremo con un catolicismo enormemente reaccionario. El golpe militar de 1936 se hizo contra los rojos –socialistas y comunistas- y los separatistas –aquellos que tenían una visión de España distinta a la del fascismo español-.
Esta ideología nacionalcatólica continúa siendo muy extendida en sectores de la población española, lo cual explica su receptividad al mensaje del Partido Popular de presentarse como el defensor de la unidad de España y de los valores cristianos. Ello explica que el partido político más instrumentalizado por los poderes financieros y económicos existentes en Europa y en España continúe ganando las elecciones a pesar del enorme daño que sus políticas han causado a las clases populares, incluyendo sus votantes. El dominio por parte del PP de la bandera y del crucifijo explica su pervivencia, fruto de una Transición sumamente inmodélica.
Lo que las izquierdas deberían hacer es criticar este nacionalcatolicismo, todavía muy hegemónico en el Estado español, presentándolo por lo que es: el caparazón que sostiene un enorme domino de una minoría (servil y dócil con la Troika) frente a la mayoría de los distintos pueblos de España, que presentan como visión alternativa otra España, la republicana, multinacional y poliédrica, laica, democrática y socialmente justa.
El domingo pasado mostró una vez más el problema de las izquierdas en España. El voto a las izquierdas fue mucho mayor que el voto a las derechas. Pero las derechas continuarán gobernando España. Y seis millones más continuarán desempleados, habiendo alcanzado la situación social de las clases populares unos niveles desconocidos de deterioro. Gran parte de la responsabilidad la tienen los dirigentes del PSOE (el partido mayoritario de las izquierdas), cuyas políticas públicas han sido responsables de este deterioro, siendo cómplices con la derecha española y con las derechas europeas en el desarrollo de la Europa del capital. España necesita una rebelión del electorado y de las bases de este partido para cambiar profundamente su dirección y sus aparatos. Y las izquierdas no gobernantes (cuyo crecimiento aplaudo y considero muy positivo) deberían transcender sus intereses partidistas para aliarse a lo largo del territorio español para agitar el panorama político español, con amplias movilizaciones y exigencias de cambio a todos los niveles, con una amplia participación ciudadana, concienciando a la población de que los que gobiernan España representan una minoría muy exigua de la población española (11% del censo electoral) que defiende unos intereses económicos y financieros muy particulares que anteponen a los intereses de las clases populares, que son la mayoría de la población.
artículo de Vicenç Navarro - mayo de 2014
Una de las interpretaciones de la historia europea que es más errónea y ha tenido peores consecuencias en la vida política y económica de este continente es la explicación que se ha dado de las causas de la subida al poder de Hitler y del nazismo en Alemania. Un argumento que se ha escrito para justificar las enormes políticas de austeridad (con recortes del gasto público, incluyendo el gasto público social, y la bajada de salarios), promovidas e impuestas por el gobierno alemán a los países de la Unión Europea, y muy en especial a los países periféricos de la Eurozona, tales como España, ha sido el supuesto temor (en realidad, pánico) que el pueblo alemán ha tenido históricamente a la hiperinflación, pues en su memoria colectiva se considera que dicha hiperinflación fue la causa del surgimiento y victoria electoral del nazismo en Alemania. De ahí –se nos dice- que las políticas de austeridad de ahora sean necesarias para evitar una inflación que podría llevarnos a la aparición de un nuevo fascismo. Si usted sigue la literatura científica económica leerá este argumento miles de veces.
Esta interpretación de lo que ocurrió en Alemania está, sin embargo, profundamente equivocada, no solo en su totalidad, sino en cada uno de sus supuestos. Comencemos por la explicación que atribuye la victoria de Hitler a la hiperinflación. De esta explicación uno tendría que ver que, cuando Hitler fue elegido, la inflación era muy alta, tan alta que la gente, en protesta, votó por Hitler. Pues bien, veamos los datos. Hitler fue elegido en el año 1933. Y ahora vayamos a los datos de la inflación en aquel año. Y el lector se asombrará, pues encontrará que no había ni pizca de inflación. En realidad, la elevada inflación había desaparecido hacía ya tiempo. Y ahí están los datos. Repito, no había inflación. No se puede, por lo tanto, decir que la elevada inflación había llevado a Hitler al poder.
¿Qué estaba pasando? Es fácil de ver y entender. Si usted mira la evolución de la inflación verá que la elevada inflación fue antes del 1933, en realidad, diez años antes, en los años veinte. En el año 1923, diez años antes de la elección de Hitler, Alemania estaba en medio de una insostenible inflación; en julio de aquel año, 1 dólar era equivalente a 1,1 millones de marcos. Dos meses más tarde, era de 109 millones. Repito, una situación que no podía continuar. Ello forzó a que el gobierno tomara toda una serie de medidas –que hoy se llamarían de austeridad- que tuvieron enormes consecuencias (como también tienen enormes consecuencias las políticas de austeridad de ahora). Y una de ellas fue el enorme crecimiento del desempleo, que pasó de un millón a seis millones de alemanes en solo tres años, lo que representaba una tasa de desempleo de un 30%. Fue esta creación de desempleo y el gran descenso del bienestar de la población lo que condujo a los movimientos de protesta, incluyendo el nazismo. Esto es lo que no se dice y debería decirse, porque hoy estamos viendo en Europa una situación muy similar, donde las políticas de austeridad están generando el crecimiento de movimientos fascistas (llamados chovinistas o lo que fuere) a lo largo del territorio europeo. No fue la inflación, sino el tipo de respuesta que el gobierno escogió -las políticas de austeridad, con un gran descenso del gasto público y de los salarios- para resolver esa elevada inflación lo que creó el enorme enfado popular y desafección hacia el régimen democrático, tal como está ocurriendo ahora.
El segundo punto que es erróneo en esta interpretación histórica de atribuir a la elevada inflación la subida de Hitler al poder, es la interpretación de las causas de la inflación. No hay duda de que el nivel de inflación en 1923 era insostenible. Pero, ¿qué es lo que causó la inflación? Y la respuesta, de nuevo, es fácil de ver. Fueron las enormes políticas de austeridad que los aliados habían impuesto a la Alemania derrotada en la I Guerra Mundial. El que mejor predijo las consecuencias de estas políticas fue John Maynard Keynes, que era el representante del gobierno británico en Versalles, en la reunión que definió las políticas que tendrían que seguirse por parte del vencido Estado alemán al terminar la I Guerra Mundial, políticas que eran tan punitivas que no permitían la recuperación de la economía alemana mediante políticas expansivas, con el aumento del gasto público, entre otras medidas. Keynes abandonó la reunión, como señal de su profundo desacuerdo. Tales medidas no dejaban ninguna otra alternativa al gobierno alemán que intentar crecer a base de imprimir dinero, lo cual hizo en abundancia, que es lo que creó la inflación. Y ahí está el problema, y también la semejanza con la situación actual.
La manera como se construyó la Eurozona y su gobernanza dificulta enormemente el estímulo económico mediante la expansión del gasto público y el aumento de los salarios. En realidad, el crecimiento económico ha descendido en la Unión Europea desde que se estableció el euro. El Tratado de Maastricht y, todavía peor, el Pacto Fiscal impuesto por Alemania, imposibilita que los Estados tengan déficit público. Ello forzó a que la estructura de poder de la Eurozona, y muy en particular el Banco Central Europeo, recurrieran a políticas de expansión monetaria (es decir, imprimir dinero, como hizo el gobierno alemán tras la I Guerra Mundial), con el peligro de que se generara inflación. Y a fin de evitar que ello ocurriera, se están llevando a cabo políticas de austeridad que están destruyendo el bienestar de la población y que están causando el surgimiento del fascismo. La historia se repite.
¿Qué está ocurriendo ahora?
Hoy, una de las opciones políticas que está canalizando más el enfado de las clases populares, y muy en particular de la clase trabajadora, es la ultraderecha, tal como estamos viendo en varios países. El caso de Francia es claro. El Frente Nacional, dirigido por Le Pen, fue el que utilizó durante la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo un discurso movilizador de la clase trabajadora, presentándose a sí mismo, sin ninguna inhibición, como el mejor instrumento para defender los intereses de la clase trabajadora, en la lucha de clases frente a la oligarquía nacional, que había traicionado a la patria vendiéndose a la Troika. Es el nacionalsocialismo, que históricamente tuvo una base obrera y ahora la recupera tras la complicidad de las izquierdas tradicionales (y muy en especial de la socialdemocracia) con la imposición de políticas que dañan los intereses de las clases trabajadoras a costa de incrementar los beneficios del capital. En este discurso, la lucha de clases y la identidad nacional son idénticas, utilizando la bandera y la defensa de la identidad y de la patria como el punto movilizador. Ha sido una mezcla ideológica imbatible. Era lógico y predecible que el fascismo ocupara el vacío creado por el socialismo y el comunismo. El pasado domingo, Le Pen consiguió el apoyo del 30% de los jóvenes y del 43% de los trabajadores franceses.
El internacionalismo de las izquierdas en su compromiso con Europa se ha mostrado impotente frente al nacionalismo del nacionalsocialismo. Por otra parte, la identificación de las izquierdas con la defensa de los inmigrantes es su punto vulnerable, pues parecen no ser conscientes de que los que pagan los costes de la integración de los inmigrantes en un país son los miembros de la clase trabajadora. Ni que decir tiene que la inmigración enriquece a un país. Ahora bien, los costes inevitables que implica su integración, que benefician a toda la sociedad, no pueden ser pagados por aquellos más vulnerables que absorben el coste. Las izquierdas, por lo general, no han sido sensibles a este punto. Añádase a ello que su internacionalismo, con su alianza con los otros pueblos de Europa, carece de credibilidad debido a su complicidad con el mundo del capital. El distanciamiento de los partidos de izquierda gobernantes (y muy en especial de la socialdemocracia) respecto a la clase trabajadora ha sido el origen de su deterioro electoral.
En España, el fascismo (que adquirió su máxima expresión durante la dictadura, establecida con la ayuda del nazismo alemán y el fascismo italiano) se caracterizó por el nacionalcatolicismo, que conjugó un nacionalismo uninacional extremo con un catolicismo enormemente reaccionario. El golpe militar de 1936 se hizo contra los rojos –socialistas y comunistas- y los separatistas –aquellos que tenían una visión de España distinta a la del fascismo español-.
Esta ideología nacionalcatólica continúa siendo muy extendida en sectores de la población española, lo cual explica su receptividad al mensaje del Partido Popular de presentarse como el defensor de la unidad de España y de los valores cristianos. Ello explica que el partido político más instrumentalizado por los poderes financieros y económicos existentes en Europa y en España continúe ganando las elecciones a pesar del enorme daño que sus políticas han causado a las clases populares, incluyendo sus votantes. El dominio por parte del PP de la bandera y del crucifijo explica su pervivencia, fruto de una Transición sumamente inmodélica.
Lo que las izquierdas deberían hacer es criticar este nacionalcatolicismo, todavía muy hegemónico en el Estado español, presentándolo por lo que es: el caparazón que sostiene un enorme domino de una minoría (servil y dócil con la Troika) frente a la mayoría de los distintos pueblos de España, que presentan como visión alternativa otra España, la republicana, multinacional y poliédrica, laica, democrática y socialmente justa.
El domingo pasado mostró una vez más el problema de las izquierdas en España. El voto a las izquierdas fue mucho mayor que el voto a las derechas. Pero las derechas continuarán gobernando España. Y seis millones más continuarán desempleados, habiendo alcanzado la situación social de las clases populares unos niveles desconocidos de deterioro. Gran parte de la responsabilidad la tienen los dirigentes del PSOE (el partido mayoritario de las izquierdas), cuyas políticas públicas han sido responsables de este deterioro, siendo cómplices con la derecha española y con las derechas europeas en el desarrollo de la Europa del capital. España necesita una rebelión del electorado y de las bases de este partido para cambiar profundamente su dirección y sus aparatos. Y las izquierdas no gobernantes (cuyo crecimiento aplaudo y considero muy positivo) deberían transcender sus intereses partidistas para aliarse a lo largo del territorio español para agitar el panorama político español, con amplias movilizaciones y exigencias de cambio a todos los niveles, con una amplia participación ciudadana, concienciando a la población de que los que gobiernan España representan una minoría muy exigua de la población española (11% del censo electoral) que defiende unos intereses económicos y financieros muy particulares que anteponen a los intereses de las clases populares, que son la mayoría de la población.