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    John Steinbeck y Robert Capa, dos curiosos en la URSS

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    Mensaje por Platon Jue Jun 21, 2012 7:59 pm

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    Calificado por el New York Times de "soberbio" cuando se publicó por primera vez en 1948, 'Diario de Rusia' es el fruto del largo viaje de Steinbeck y Capa por la URSS, apenas tres años después del final de la guerra. Su objetivo no era político, sino intentar comprender el corazón del pueblo soviético. De hecho, uno de los elementos más divertidos es el conflicto permanente que mantuvieron los autores con la censura soviética, que se negaba a creer que no tuvieran motivaciones políticas ocultas. Pero este libro es también un diario. Steinbeck intercala los comentarios sobre Rusia con los pormenores de sus viajes, y su lectura permite conocer mejor la personalidad de Capa, de cuyos peculiares hábitos y comportamiento Steinbeck habla constantemente: parece que le gustaba pasar mucho tiempo en la bañera, los libros ajenos, el silencio de la mañana...

    A continuación reproducimos un fragmento del libro.

    -----------------------------------------------------------------------------------

    Capítulo VI

    De vuelta a Moscú teníamos ganas de oír nuestro propio idioma y a nuestra propia gente, pues por mucho que los ucranianos hubieran sido amables y generosos con nosotros, no dejábamos de ser forasteros. Nos sentó bien hablar con personas que sabían quiénes eran Superman y Louis Armstrong. Acudimos a la divertida casa de Ed Gilmore y escuchamos sus discos de swing. Pee Wee Russell, el clarinetista, se los envía. Ed dice que no sabe cómo podría pasar el invierno sin la contribución de los cá- lidos discos de Pee Wee.

    Sweet Joe Newman trajo unas chicas rusas, y fuimos a bailar por los clubes de Moscú. Sweet Joe es un bailarín fenomenal, pero Capa acostumbra a dar grandes saltos de conejo, divertidos pero peligrosos.

    La gente de la Embajada fue muy amable con nosotros. El general Macon, el agregado militar, nos aportó sus pulverizadores de DDT para protegernos de las moscas cuando dejamos Moscú, pues en algunas de las áreas bombardeadas y devastadas las moscas son un problema. Y en uno o dos de los lugares en los que habíamos dormido había otros pequeños visitantes problemáticos. Algunas de las personas de la Embajada no habían estado en sus casas desde hacía mucho tiempo, y querían saber de cosas simples y menores como lo que se esperaba del béisbol, y cómo era probable que fuera la temporada de fútbol, y sobre las elecciones en diversas partes del país.

    El domingo fuimos a la exposición de trofeos de guerra, cerca del parque Gorki, a lo largo de la orilla del río. Había aviones alemanes de todas clases, tanques alemanes, artillería alemana, ametralladoras, transportes de armas, armas anti-tanque, ejemplares de material alemán incautado por el Ejército soviético. Y caminando entre las armas estaban los soldados con sus esposas y sus hijos, y explicaban estas cosas con profesionalidad. Los niños miraban maravillados el material que sus padres habían ayudado a capturar.

    Había carreras de barcos en el río, pequeñas motos de agua con motores fuera borda, y nos dimos cuenta de que muchos de los motores eran Evinrude y otras marcas americanas. Las carreras eran entre clubes y agrupaciones de trabajadores. Algunos de los barcos estaban pilotados por chicas. Apostamos por una chica rubia especialmente bonita, solamente porque era bonita, pero no ganó. En todo caso, las chicas eran pilotos más duros y competitivos que los hombres. Daban giros más arriesgados y manejaban sus embarcaciones con una temeridad fenomenal. Sweet Lana estaba con nosotros, y vestía un traje azul de la Armada, y un sombrero con un pequeño velo, y llevaba una estrella de plata en el ojal de su solapa.

    Después fuimos a la Plaza Roja, donde había una cola de personas de por lo menos un cuarto de milla que esperaban para ver la tumba de Lenin. Dos soldados permanecían ante la puerta de la tumba como figuras de cera. Ni siquiera pudimos ver que parpadearan. Toda la tarde, y casi todas las tardes, una lenta procesión de personas entra en la tumba para mirar el rostro de Lenin muerto dentro de su urna de cristal; se cuentan por miles las personas que pasan ante esos cristales y miran durante un instante la abultada frente, la nariz afilada y las mejillas hundidas de Lenin. Es como algo religioso, aunque ellos no lo llamarían religioso.

    En el otro extremo de la Plaza Roja hay una plataforma circular de mármol en la que los zares solían hacer ejecutar a la gente, y ahora está ocupada por gigantescos ramos de flores de papel y una pequeña colonia de banderas rojas.

    Solo habíamos ido a Moscú con el propósito de conseguir un transporte hacia Stalingrado. Capa hizo un contacto para revelar sus películas. Habría preferido llevarlas a casa sin revelar, porque las instalaciones y los controles son mejores en Estados Unidos. Pero tenía un sexto sentido acerca de ello, y su presentimiento al final resultó oportuno.

    Como de costumbre, salimos de Moscú no en las mejores condiciones, pues de nuevo había habido fiesta hasta tarde y habíamos dormido poco. De nuevo nos sentamos en la sala VIP bajo el retrato de Stalin, y bebimos té durante una hora y media antes de que nuestro avión estuviera preparado para partir. Y nos tocó un avión igual al que nos había tocado con anterioridad. La ventilación tampoco funcionaba en este avión. Se amontonó el equipaje en el pasillo, y por fin despegamos.

    El gremlin del señor Chmarsky estuvo muy activo en este viaje. Casi todo lo que había dispuesto o planeado no resultó. No hubo capítulo, ni comité de la Voks en Stalingrado, y en consecuencia, cuando llegamos al pequeño edificio del aeropuerto atravesado por las corrientes, no había allí nadie para recibirnos, y el señor Chmarsky tuvo que llamar por teléfono a Stalingrado para pedir un coche. Mientras tanto salimos al exterior y vimos una hilera de mujeres vendiendo sandías y melones, y muy buenos. Estuvimos derramando el jugo de la sandía por nuestras pecheras durante una hora y media hasta que llegó el coche; y como lo utilizamos bastante, y tenía cierta personalidad, debemos describirlo. No era un coche, sino un autobús. Se trataba de un autobús diseñado para transportar a unas veinte personas, y era un Ford modelo A. Cuando la Ford abandonó el modelo A, el Gobierno ruso compró la maquinaria con la que se fabricaba. Los modelos A de Ford se fabricaron en la Unión Soviética, tanto para automóviles como para camiones ligeros y autobuses, y este era uno de ellos. Tenía amortiguadores de muelle, supongo, pero o no eran suficientes, o estaban rotos. No había prueba física alguna de que los hubiera. El conductor que se nos había asignado era un tipo estupendo de la cooperativa, con una actitud casi reverencial hacia los automóviles. Luego, cuando nos sentamos a solas con él en el autobús, se limitó simplemente a repasar la lista de los coches que le gustaban.

    -Buick -decía-, Cadillac, Lincoln, Pontiac, Studebaker -y suspiraba profundamente. Esas eran las únicas palabras que sabía en inglés.

    La carretera que llevaba a Stalingrado era la zona más dura de todo el país. El aeropuerto estaba a kilómetros de distancia, y si hubiéramos podido salirnos de ella, habríamos hecho un camino comparativamente suave y fácil. La presunta carretera era una sucesión de baches, y agujeros, y profundos socavones. Estaba sin pavimentar, y las recientes lluvias habían convertido parte de ella en charcas. En la abierta estepa, que se extendía hasta donde alcanzaban los ojos, había rebaños de cabras y vacas pastando. La vía del tren corría en paralelo a la carretera, y a lo largo de ella vimos hileras de bateas y vagones de carga incendiados que habían sido acribillados a balazos y destruidos durante la Guerra. Toda la zona que rodeaba Stalingrado durante kilómetros estaba plagada de los desechos de la Guerra: tanques carbonizados, y semiorugas, y transportes de tropas, y trozos herrumbrosos de artillería rota. Equipos de rescate recorrían el campo para recoger estos restos y cortarlos para usarlos como chatarra en la fábrica de tractores de Stalingrado.


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    Teníamos que sujetarnos con las dos manos mientras que nuestro vehículo rebotaba y saltaba por el campo. Parecía que no íbamos a acabar de atravesar la estepa, hasta que al fin, tras una pequeña ascensión, vimos Stalingrado debajo de nosotros y el Volga detrás.

    En los límites de la ciudad había cientos de casitas nuevas creciendo, pero una vez dentro de la misma ciudad había poco, salvo destrucción. Stalingrado es una larga franja de ciudad a lo largo de la orilla del Volga, casi treinta kilómetros de largo, y solo unos dos kilómetros de ancho en su parte más amplia. Habíamos visto ciudades en ruinas anteriormente, pero la mayoría de ellas habían sido destruidas por las bombas. Esto era bastante diferente. En una ciudad bombardeada unos pocos muros quedan de pie; esta ciudad había sido destruida por el fuego de cohetes y obuses. Se peleó por ella durante meses, fue atacada y recuperada, y atacada de nuevo, y la mayoría de los muros estaban arrasados. Los pocos muros que quedan en pie, se pican y descomponen mediante el fuego de las ametralladoras. Por supuesto, habíamos leído sobre la increíble defensa de Stalingrado, y se nos ocurrió una cosa al contemplar esta ciudad rota: cuando una ciudad es atacada y sus muros se derrumban, los edificios caídos ofrecen un buen refugio para el ejército defensor; refugio, y agujeros, y nidos, de los cuales era casi imposible sacar a unas fuerzas decididas. Aquí, en esta ruina terrible, tuvo lugar uno de los momentos cruciales de la Guerra. Cuando, después de meses de sitio, de ataques y contraataques, al fin los alemanes fueron rodeados y capturados; incluso sus militares más estúpidos debieron de sentir en algún lugar de su alma que habían perdido la Guerra.

    En la plaza central estaban los restos de lo que habían sido unos enormes grandes almacenes, y aquí los alemanes habían opuesto resistencia por última vez cuando fueron rodeados. Aquí fue donde se capturó a Von Paulus y donde se derrumbó todo el sitio.

    Al otro lado de la calle estaba el Hotel Intourist, ya reparado, donde íbamos a quedarnos. Nos dieron dos habitaciones grandes. Nuestras ventanas daban a acres de escombros, ladrillos y hormigón rotos y yeso pulverizado, y a los extraños hierbajos oscuros que al parecer crecen siempre en los lugares destruidos. Durante el tiempo que estuvimos en Stalingrado, nos sentimos cada vez más fascinados con esta extensión de ruinas, porque no estaba abandonada. Bajo los escombros había sótanos y agujeros, y en estos agujeros vivía mucha gente. Stalingrado era una ciudad grande, y había tenido edificios de apartamentos y muchos pisos, y ahora no tenía ninguno, salvo los nuevos de las afueras, y su población tiene que vivir en alguna parte. Vive en los sótanos de los edificios donde una vez estuvieron los apartamentos. Observábamos desde las ventanas de nuestra habitación que por detrás de un montón de escombros ligeramente mayor aparecía de repente una muchacha, que iba a trabajar por la mañana, y daba los últimos toques a su pelo con un peine. Vestía con pulcritud, con ropas limpias, y se bamboleaba a través de los hierbajos de camino al trabajo. No tengo ni idea de cómo lo hacían. Cómo podían vivir bajo tierra y aun así mantenerse limpias, y orgullosas, y femeninas. Las amas de casa salían de sus agujeros e iban al mercado, con las cabezas cubiertas por pañuelos blancos y las cestas de compra en los brazos. Era una extraña y heroica farsa sobre la vida moderna.

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    Había una excepción bastante terrorífica. Justo detrás del hotel, y en un lugar que dominaban nuestras ventanas, había un peque- ño montón de basura, donde se tiraban las cáscaras de melón, los huesos, las mondaduras de patata y cosas parecidas. Y unos pocos metros más allá, había un pequeño montículo, como la entrada de una conejera. Y todas las mañanas, temprano, de ese agujero salía arrastrándose una niña. Tenía largas piernas e iba descalza, y sus brazos eran delgados y nervudos, y su pelo estaba enmarañado y sucio. Estaba cubierta de años de suciedad, de modo que parecía muy oscura. Y cuando levantó la cara, vi uno de los rostros más bellos que he visto en mi vida. Sus ojos eran astutos, como los de un zorro, pero no eran humanos. La cara estaba bien desarrollada, y no era de subnormal. En alguna parte del terror del combate en la ciudad, algo se había quebrado, y ella se había retirado al confort del olvido. Se ponía en cuclillas y comía cáscaras de melón, y chupaba los huesos de la sopa de otras personas. Solía estar allí unas dos horas hasta que se llenaba el estómago. Y después salía a los hierbajos, y se tumbaba, y se dormía al sol. Su rostro era de una belleza cincelada y se movía sobre sus largas piernas con la gracia de un animal salvaje. Las otras personas que vivían en el subsuelo del solar apenas le hablaban. Pero una ma- ñana vi a una mujer salir de otro agujero y darle media hogaza de pan. Y la niña la agarró casi mostrando los dientes y la sostuvo contra su pecho. Con los ojos de un perro semi-salvaje, observó suspicaz a la mujer que le había dado el pan, hasta que se hubo metido en su sótano, y luego se volvió y enterró la cara en el bloque de pan negro, y como un animal examinaba su pan, y sus ojos miraban hacia delante y hacia atrás. Y cuando estaba royendo el pan, un lado de su harapiento y sucio chal se deslizó de su sucio pecho joven, y automáticamente su mano volvió a colocar el chal y cubrió el pecho, y lo puso en su lugar con unas palmaditas en un gesto femenino desgarrador.

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    Nos preguntamos cuántos podría haber como ella, mentes que ya no podían tolerar seguir viviendo en el siglo xx, que se habían retirado no a las colinas, sino a las antiguas colinas del pasado humano, a la vieja selva del placer, y del dolor, y de la supervivencia. Era un rostro con el que soñar durante mucho tiempo.

    [...]

    Fuente; El Cultural
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    Mensaje por GAZGRAFF Vie Jun 22, 2012 4:21 am

    Como se llama el libro??
    Lo encontre demasiado interesante.
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    Mensaje por Platon Vie Jun 22, 2012 5:24 am

    GAZGRAFF escribió:Como se llama el libro??
    Lo encontre demasiado interesante.
    Diario de Rusia: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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    Mensaje por GAZGRAFF Vie Jun 22, 2012 10:45 pm

    Gracias perro Very Happy
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    Mensaje por sepulcravo Miér Jul 25, 2012 6:24 am

    ENORME este libro.

    Atentos a las perlas de la reseña de ese panfleto neoliberal llamado El País:

    Sin embargo, al igual que su principal defecto es su ignorancia de la represión..."


    Aquí otra muestra más extensa del genio crítico literario:

    En sus tiempos fue acusado de tener una visión demasiado clemente de la Unión Soviética y es cierto que el libro ofrece un vacío fundamental: la ausencia en sus páginas de la represión estalinista, del terror, aunque en un viaje tan controlado por las autoridades era casi imposible que viesen o intuyesen lo que estaba ocurriendo.

    ¿A alguien le parece que de este fragmento se desprenda algo ni medio parecido a estar "controlado por las autoridades"?
    Ahh, el derecho de prensa español. Es decir, el hazmerreír absoluto de las normas más básicas de la decencia periodística.

    Más aquí:

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    Mensaje por granados Jue Jul 26, 2012 1:53 pm

    Aquí teneís otra supuesta reseña del libro de Steinbeck,aparecida el pasado 16-7-2012 en el ABC CULTURAL,resulta ridícula y patética y por supuesto falsa;el autor es el ex-ministro de cultura español CÉSAR ANTONIO MOLINA, no sé como será como poeta y escritor que dicen qué es , pero como historiador y reseñista es una abominación.

    Aquí teneís la "cagada".



    «Diario de Rusia»: la URSS que Steinbeck no vio
    John Steinbeck y Robert Capa viajaron a la URSS en 1947. «Diario de Rusia» refleja sus impresiones. También su falta de espíritu crítico hacia Stalin y su régimen de terror
    césar antonio molina @ABC_Cultural
    Día 16/07/2012 - 13.01h
    .John Steinbeck, que en su «Diario de Rusia» evita la política y busca retratar la vida cotidiana del pueblo ruso 0 Comentarios













    .Cuando, después de casi cuarenta días por la Unión Soviética, Steinbeck y Capa la abandonaron, en el mes de septiembre de 1947, las autoridades estalinistas le confiscaron al fotógrafo gran parte de los carretes, tras ser revelados e inspeccionados. La Oficina de Extranjería exigía esta investigación como paso previo al visado de salida del país. Capa, según lo describe Steinbeck, era un tipo maniático, nervioso y compulsivo, y ese día agónico lo sobrellevó paseando de un lado a otro de su habitación, pensando que destruirían todo el material e incluso temiendo ser detenido. Gritaba que no abandonaría el país sin sus negativos, daba patadas a todo lo que encontraba a su paso. «Ni siquiera solicitaron mis notas. No habría habido mucha diferencia si lo hubieran hecho, nadie habría podido leerlas. Incluso yo tengo problemas para hacerlo», escribe el autor de Las uvas de la ira.

    Capa agitó la caja y le dijo a John que solo pesaba la mitad de lo que deberíaCapa no cumplió sus bravuconadas y salieron del hotel camino del aeropuerto de Kiev. Era todavía de noche y ambos desconocían el destino que le habían dado al trabajo fotográfico. Sentados en el aeropuerto bajo un retrato de Stalin, el escritor a duras penas contenía la ira de su compañero de viaje. Pasado algún tiempo, llegó un mensajero y puso una caja de cartón en las manos de Robert. Estaba atada y lacrada con pequeños sellos de plomo que no podían ser arrancados hasta que hubieran abandonado el aeropuerto. Capa la agitó y le dijo a John que solo pesaba la mitad de lo que debería. Muchas de las fotos que hizo le fueron confiscadas, aunque el reportaje fotográfico se salvó.
    Steinbeck y Capa eran dos personas de izquierdas que visitan el paraíso comunista soviético con la intención de hablar con sus gentes no de política, sino de su vida cotidiana. Pronto comprobarían, sobre todo el escritor –el narrador de esta historia–, las dificultades que encontrarían para llevar a cabo su labor. Steinbeck no critica, sino que únicamente describe todo cuanto les va aconteciendo, y el lector deduce las carencias de libertad con las que viven los ciudadanos, campesinos, granjeros o proletarios.

    Cuarenta millones de muertos
    La gente rusa era agradable pero silenciosa; cómo no iba a serlo, estando Steinbeck y Capa acompañados de un intérprete, comisario puesto a disposición de los visitantes por el propio Estado soviético. El Premio Pulitzer y Nobel de Literatura acaba su relato de la siguiente manera: «No satisfará ni a la izquierda eclesial ni a la derecha reaccionaria. La primera dirá que es anti-ruso, y la segunda dirá que es pro-ruso. Seguramente será superficial, pero ¿de qué otra forma podría ser? No tenemos conclusiones que sacar salvo que los rusos son como cualquier otro pueblo del mundo. Seguramente los haya malos, pero con mucho la mayoría son muy buenos».

    Si comparamos este libro con el de Berlin nos entra ira y vergüenzaViaje fallido desde un principio. Steinbeck era un gran escritor, pero en absoluto un intelectual. Lo desconocía todo de Rusia y estas páginas abundan en su ignorancia. Se nota a las claras que no había leído nada de la literatura rusa (ni siquiera a los grandes), y sabía aún menos de arte o cine. Por otra parte, ¿cómo evitar la política? ¿Cómo se puede ir a un país donde han muerto más de veinte millones de personas en la guerra y otros tantos en los campos de concentración o gulags, y no enterarse ni hacer la más mínima referencia a ello? ¿Cómo se puede escribir un libro sobre la Unión Soviética sin decir casi ni una sola palabra realmente crítica sobre un asesino como Stalin?
    Si comparamos este libro con el de Berlin nos entra ira y vergüenza. Capa y Steinbeck en los grandes hoteles fumando y emborrachándose las más de las veces, asistiendo a fiestas, bailes y peleas, gastándose entre ellos bromas que a un lector honorable le harán poca gracia.

    Moscú, Kiev, Stalingrado; Rusia, Ucrania, Georgia: son las ciudades y las repúblicas que visitaron. ¿En realidad de qué se habla en este libro? De pocas cosas interesantes: de la reconstrucción de la posguerra; del orgullo por haber derrotado al fascismo; de las cosechas, de las obras escolares, de los trabajos en las empresas; de los prisioneros alemanes, de la burocracia imposible con la que se van topando. Y de los encuentros con los escritores serviles al régimen.

    «No pudimos contestar»
    Evita Steinbeck hablar de política e insiste en el entendimiento mutuo entre ciudadanos soviéticos y norteamericanos. Cree percibir en la población rusa una profunda preocupación ante la posibilidad de un gran conflicto bélico entre su país y EE.UU. La propaganda soviética hacía creer a sus ciudadanos que el Estado totalitario era el mejor y que había que apoyarlo, mientras los gobiernos democráticos estaban vigilados constantemente para evitar las corrupciones y los abusos del poder.

    «Intentamos explicar nuestro miedo a los líderes con demasiado poder»Steinbeck es tolerante con el régimen soviético, pero nadie puede dudar de su defensa de la democracia: «Explicamos nuestra teoría sobre el Gobierno, en el que todas las partes tienen otra parte que las controla. Intentamos explicar nuestro miedo a las dictaduras, nuestro miedo a los líderes con demasiado poder, de modo que nuestro Gobierno está diseñado para impedir que alguien tenga demasiado poder o, si lo tiene, que lo conserve. Aceptamos que esto hace que nuestro país funcione más lentamente, pero desde luego logra que funcione de manera más segura».
    El novelista y periodista defiende también la libertad de prensa frente al control estatal. Quizá una de las preguntas más complejas que le hacen es la relativa a por qué el Gobierno norteamericano tiene como amigos a otros gobiernos reaccionarios, como los de Franco, Trujillo, Turquía o la monarquía corrupta de Grecia. «No pudimos contestar a estas preguntas», admite Steinbeck.

    En todas partes
    Viviendo en un cruel Estado totalitario que, además, usurpó la libertad a toda la Europa Central, el novelista se siente interesado en: ¿cómo viste la gente?, ¿cómo hace el amor y cómo muere?, ¿de qué habla? Cuestiones realmente poco trascendentes. ¿Estos asuntos eran los que les interesaban a los lectores del New York Herald Tribune?

    ¿Cómo visten los rusos?, ¿cómo hacen el amor? A Steinbeck solo le interesa esoLos comentarios sobre Stalin, a pesar de la asepsia que procura mantener, son de este calibre: «Nada en la URSS escapa a la mirada de escayola, bronce, óleo o bordado del ojo de Stalin. Su estatua se levanta al frente de todos los edificios públicos. Su busto está delante de todos los aeropuertos, estaciones de ferrocarril, de autobús, en todas las aulas, y a menudo su retrato está detrás de su busto. En los parques está sentado en un banco de yeso discutiendo problemas con Lenin. Los estudiantes en los colegios bordan su retrato con aguja e hilo. Las tiendas venden millones y millones de caras suyas, y todas las casas tienen al menos un retrato. Seguramente el pintado, el modelado, el fundido, el forjado y el bordado de Stalin es una de las grandes industrias de la URSS. Está en todas partes, lo ve todo».
    Steinbeck reconoce que la presencia del dictador (palabra que nunca pronuncia) molestaría al sentimiento de los americanos, «con su miedo y su odio al poder investido en un hombre y a la perpetuación del poder, esto es algo terrorífico y de mal gusto». ¿Qué motivos ve el Premio Nobel para el culto a la personalidad? Que Stalin era un sucedáneo de los zares; que los rusos estaban acostumbrados a los iconos; o que, simplemente, era amado por su pueblo, que necesitaba tenerlo siempre presente. Curiosas justificaciones. Además, el narrador cree la ingenuidad de que todo este montaje se lleva a cabo a espaldas del dictador, a quien no le gusta nada verse tan omnipresente.

    Santuario nacional
    La segunda cita de Stalin se hace cuando se encuentran en Georgia. En Tiflis está probablemente la imagen de Stalin más grande y espectacular de la URSS: «Es una cosa gigantesca que parece medir cientos de metros de altura, y está contorneada de neón, que, aunque ahora está roto, se dice que cuando funciona se ve desde cuarenta y dos kilómetros».

    La casa donde nació Stalin es una residencia diminuta de una sola plantaLa tercera referencia a Josef Stalin se produce cuando visitan la ciudad natal del político, Gori, a unos setenta kilómetros de Tiflis. Steinbeck comenta que el lugar se ha convertido en un santuario nacional. La casa donde nació Stalin es un museo. Una residencia diminuta de una sola planta, construida de revoco y escombros; dos habitaciones con un pequeño porche que recorre la fachada; y, aun así, la familia de Stalin era tan pobre que solo habitaba la mitad del domicilio, un cuarto. Steinbeck enumera el mobiliario y los pobres utensilios de la vida cotidiana, así como otros objetos: fotografías, cuadros, el retrato policial de cuando fue arrestado, un mapa de sus viajes y de las prisiones en las que estuvo encarcelado y de las ciudades de Siberia donde permaneció detenido; libros, papeles, documentos, manuscritos.
    Al referirse a un retrato de juventud, el narrador, que parece emocionado, afirma que Stalin tenía una mirada fiera y salvaje. Steinbeck ve natural que reciba tantos honores en vida, que nadie lo contradiga, que las únicas citas que se hagan en los discursos sean suyas, que nadie reconozca sus equivocaciones. La cuarta y última mención al dictador se refiere de nuevo, únicamente, a la gigantesca iconografía, sin más.

    Comentarios insultantes
    También visitan Capa y Steinbeck el museo de Lenin. El escritor, abrumado por la cantidad de objetos del líder que allí se conservan, comenta irónicamente que no debe de haber vida más documentada en la Historia: «Lenin no debió de tirar nada». Resalta la desaparición de cualquier referencia a Trotsky y se da cuenta de que la iconografía de Stalin es superior a la de Lenin. Steinbeck no hace el más mínimo comentario crítico del revolucionario, aunque sí echa en falta en la museografía un toque de humor: «No hay pruebas de que en toda su vida tuviera un pensamiento ligero o humorístico, un momento de risa entregada o una tarde de diversión. No puede haber duda alguna de que esas cosas existieron, pero históricamente quizá no se permite que las tenga». De nuevo Steinbeck desconoce el tiempo, el lugar, la geografía y la Historia. Comentarios como este son casi insultantes.

    Las fotos de Capa son totalmente didácticas y puramente documentales Este viaje por la URSS carece de crítica, de agudeza, de conocimientos; es permanentemente autoindulgente y tiene la desfachatez de criticar a los expertos cronistas y corresponsales. Para Steinbeck, el pueblo ruso admira a Stalin y lo necesita. Lo salvó de los nazis, reconstruyó el país, lo puso en marcha; lo demás se puede justificar.
    De su compañero Capa destaca el conocimiento de idiomas que tiene, excepto del ruso: «Habla español con acento húngaro, francés con acento español, alemán con acento francés e inglés con un acento que nunca ha sido identificado». Las fotos de Capa son totalmente didácticas y puramente documentales.

    Vodka o cerveza
    Es curioso que el mundo cultural ruso conozca mejor la literatura estadounidense que Steinbeck la rusa. El norteamericano es crítico con el papel que el escritor tiene asignado en los países comunistas. Ironiza un poco con la idea de Stalin de que el creador es el arquitecto del alma: «En América el escritor no es considerado el arquitecto de nada y solo se le empieza a tolerar un poco después de que ha muerto y ha sido cuidadosamente ignorado durante unos veinticinco años». No lo diría por él, autor de éxito, Pulitzer en 1940 y Nobel en 1962.

    No hace la más mínima referencia a las persecuciones y los asesinatos de autores por el régimen de Lenin y Stalin. Yo no voy a sacar la lista aquí, pero muchos de los nombres están en la mente de todos.

    Steinbeck no se enteró de nada y solo contó aquello que querían que contaseEl paseo por la destruida Stalingrado es de los momentos más emotivos del libro y el mejor escrito, mientras que el paseo por el Kremlin le lleva a decir, con razón, que es el lugar más lúgubre del mundo.
    Capa no solo hace su foto-reportaje, sino que también escribe «Una queja legítima». Justifica su interés por llevar a cabo el viaje: quería conocer el lugar de donde procedían los aviones de morro chato que bombardeaban a los sublevados durante la Guerra Civil española. E ironiza sobre su compañero de viaje, un hombre muy tímido que, tras cierta cantidad de vodka o cerveza, sabe expresar sus ideas con fluidez y tiene muchas opiniones firmes sobre todo.

    Diario de Rusiasolo nos vale como pincelada antropológica. Steinbeck realmente no se enteró de nada y solo contó aquello que las autoridades querían que contase. A veces recobraba la cordura y de ahí algunos pasajes menos vergonzosos.

    Diario de Rusia
    john steinbeck Con fotografías de Robert Capa. Presentación de Scott Simkins y Brian Railsback. Traducción de María Pérez Martín. Capitán Swing. Madrid, 2012. 248 páginas, 18,50 euros 

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    Mensaje por NSV Liit Jue Jul 26, 2012 5:40 pm

    Muy interesante, camaradas... yo he conseguido el libro en su traducción húngara. En cuanto pueda lo leo y si merece la pena traduzco algunas partes.

    Salud.

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    Mensaje por AlejoSola Jue Jul 26, 2012 5:53 pm

    Este libro vale para callar del todo a quienes considerasen a los soviéticos como unos tiranos fascistas y demás estupideces!
    Salud!
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    Mensaje por Platon Sáb Jul 28, 2012 8:04 pm

    Algunas fotos sacadas del libro Diario de Rusia:
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    Pueden observar todas las fotos que aparecen en el libro, con sus respectivas descripciones, en el siguiente enlace: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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    Mensaje por Kedish Jue Abr 04, 2013 2:08 am

    Me han regalado este libro, y tiene muy buena pinta. La verdad es que el hecho de que por aquí os haya gustado, y que El País y el ABC rajasen con lo de siempre, me despeja todas las dudas que tenía sobre el libro en un principio Very Happy

    Un saludo.
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    Mensaje por RioLena Lun Ene 30, 2017 7:32 pm

    Se ha publicado el tema:

    Diario de Rusia - libro de crónica histórica de John Steinbeck •epub y pdf (fotografías de Robert Capa)

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