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    «Sobre el Carácter del Estado Español» Colectivo KImetz

    FelixP
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    Mensaje por FelixP Dom Dic 14, 2014 2:21 pm

    El periodo del régimen fascista fue la coyuntura que permitió la descomunal acumulación de capital que apremiaba la burguesía monopolista y que el desarrollo capitalista exigía, mediante la explotación extrema de la clase obrera y los sectores populares. Dicha acumulación se efectuó mediante la supresión de toda libertad para la clase obrera y el conjunto de las capas populares.
    En la época del franquismo, las burguesías de las naciones oprimidas (especialmente la vasca) no solo pudieron recuperar el poder político (que habían perdido en la República) en sus respectivas provincias y comunidades autónomas, sino que consiguieron además que el Estado contase decididamente con ellas, llegando a tener en Madrid una representación muy superior a la que habían alcanzado en otros periodos anteriores.

    Los largos años de dictadura abierta de carácter fascista respondieron a establecer un alto grado de acumulación y concentración de capital, a crear la oligarquía financiera y a llevar al capitalismo a su máximo desarrollo. De todo ese aparato se aprovechaba la burguesía monopolista, futura oligarquía financiera; pero también las burguesías de las naciones oprimidas, que habían quedado de un modo o de otro fuera de las estructuras del estado, se aprovechaban gustosamente de la extrema explotación a la que el régimen empujaba a la clase obrera. Gustosos disfrutaban de los privilegios burgueses y de la superexplotación de la clase obrera.

    Nos atañe hablar sobre la forma de dominación que tomó el estado tras la muerte de Franco y la reforma política que se aprobó en 1976. Si tal forma de dominación continuó siendo la misma o, por otro lado, tomó una forma diferente, amparándose siempre una u otra forma de dominación en la dictadura del capital financiero, por supuesto. Hay quienes aluden a que la oligarquía financiera decidió dar paso a una democracia burguesa por no sé qué intereses y así desechar la forma de dominación fascista. ¿Es posible que una clase dominante pueda decidir porque sí una forma u otra de dominación sin tener presente la fase del desarrollo del sistema económico en el cual se encuentra?
    “La dictadura más abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”.1 Esta es la definición más célebre de fascismo a la que podemos recurrir desde que Dimitrov la presentara en un informe en 1935. Desde entonces, lo más selecto del Movimiento Comunista Internacional ha empleado dicha explicación para dar respuesta a cuan múltiples controversias se han originado en este aspecto.

    Parece ser que de entrada esta definición de Dimitrov no haría alarde de presentar el Estado español hoy en día bajo el capuchón de la forma de dominación fascista, parece que eso de “más abierta” es un requisito que a día de hoy no se cumple. Y puede que en algún sentido no falte razón, ya que en alguna medida el impulso de respuesta de las masas populares y los intereses más inmediatos de la clase dominante presagiaban un cambio de rostro de la forma de dominación, que se propició y se efectuó mediante la reforma política de 1976. Pero este cambio no fue un cambio tan profundo como algunos opinan: la forma fascista no dejó paso a la forma democrática (burguesa).
    Tras la muerte de Franco en 1975 y amenazados por la lucha consciente de las masas populares de acabar con tal situación de opresión y explotación, el régimen pone en marcha el “cambio político” que desde hace tiempo se estaba maniobrando para que el franquismo no fuera una dictadura que finalizara con el dictador, sino que fuera una estructura de poder específica que permaneciera inmutable con la integración de la monarquía y los nuevos “cambios” planeados.

    “Los franquistas con voluntad de perpetuarse en el poder saben que, por necesidad histórica, tienen que cambiar algunos elementos de la estructura política del Régimen, pero estarán dispuestos a hacerlo solo después de haber desactivado previamente al enemigo. La dictadura aún puede seguir conteniendo, hasta cierto punto, el empuje del movimiento de masas, pero cada vez con mayor dificultad y a cambio del aislamiento exterior de la clase dominante. Así que muchos de los que han apoyado abiertamente, hasta ese momento, el totalitarismo franquista (desde Fraga o Pío Cabanillas hasta Suárez y Martín Villa) se van despegando de él para reconvertirse en partidarios de la evolución controlada del propio Régimen”.2

    Lo primero es lo primero, y lo esencial para el régimen en ese momento en el que el movimiento obrero y popular avanzaba incansable e imparable hacia la conquista de sus libertades democráticas y hacia cambios más significativos de índole social, era, por un lado, atraer y seducir a los reformistas del PCE, que no pusieron mucho impedimento para aceptar la Monarquía y la continuación del régimen. El PCE de los carrillistas y la Junta democrática creada como oposición pseudorevolucionaria y de carácter burgués del régimen fascista acabó rechazando de manera tajante todos sus postulados satisfaciendo las exigencias de los franquistas. La formación de un gobierno provisional, la amnistía total, la independencia judicial, la consulta popular por la que se elegiría la forma definitiva del estado, y un largo etcétera cayeron en saco roto cuando los dirigentes del régimen fascista tocaron sus puertas para participar del reparto patrimonial de los cargos y presupuestos del estado. Toda esta traición a la clase obrera y al movimiento popular no fue ninguna sorpresa; todo lo contrario: era algo que se venía venir, ya que hacía tiempo que pecaban de amiguismo y colaboración con el propio régimen fascista.

    Por otro lado y de manera más importante, el régimen se proponía “obligatoriamente” a mantener una lucha tenaz contra la lucha revolucionaria y consecuente que se estaba gestando en las calles de todo el Estado español. El régimen no puso ninguna barrera para acabar con esa lucha, el terrorismo de estado abierto cayó con todas sus consecuencias contra la lucha popular: la tortura, el asesinato, la cárcel, las amenazas, las palizas, la represión, etc. fueron el pan de cada día. “Más de cien militantes de izquierda fueron asesinados, entre los años 1976 y 1980, en manifestaciones o atentados. Por la policía, la Guardia Civil y la extrema derecha instrumentalizada desde el poder”.3 Esa efectiva lucha popular queda reflejada en la conquista de la amnistía, que a pesar de no ser completa, sí deja claro cuán importante y persistente fue la lucha popular contra el estado y a favor de las libertades democráticas.

    Todo este proceso para perpetuar el régimen después de la muerte del caudillo no es algo espontáneo y momentáneo que se realiza tras la muerte de Franco. Desde 1957, miembros y simpatizantes del Opus Dei y de la ACNO (Asociación Católica Nacional de Propagandistas) comienzan a desarrollar la denominada “Operación Lolita”. Con ella, dan forma al futuro régimen, que debe darse mediante una evolución pacífica, sin ruptura, para que permita la pervivencia y la continuación del régimen bajo unas formas civilizadas.

    Para ello, en 1947 se aprueba la Ley de Sucesión donde se dicta que la persona que fuese llamada a ocupar el trono de España debía ser un príncipe de sangre real y español. El régimen confiaba plenamente en la realeza, y para ello contaba con motivos de peso: “la Monarquía está ya instaurada sobre la base de los Principios inmutables del Movimiento Nacional”. Así pues, la sucesión estaba atada desde hace tiempo, y como decía el propio Caudillo “cuando, por ley natural, mi Capitanía llegue a faltar, que inexorablemente tiene que faltar algún día, es aconsejable la decisión que hoy vamos a tomar, que contribuirá, en gran manera, a que todo quede atado y bien atado para el futuro”.4 Así pues, Juan Carlos, el futuro heredero, es proclamado “Príncipe de España” y jura como sucesor, a título de Rey, del Generalísimo Franco, los Principios del Movimiento Nacional y las Leyes Fundamentales de la dictadura; concluyendo su discurso de investidura: “mi pulso no temblará para hacer cuanto fuera preciso en defensa de los principios y leyes que acabo de jurar”.5 Y tanto, totalmente leal, leal a los planes e intereses del régimen fascista, leal a los postulados de la oligarquía financiera.

    Como se ha visto, hay infinidad de ejemplos que a lo largo de la Transición y más tarde demuestran de manera espeluznante y directa cómo la propia Transición y la reforma política no fueron más que un cometido para que la oligarquía financiera continuara manteniendo intactos todos sus privilegios. Así se explayaba José Luis Mendizábal en su libro: “Llevar a cabo la reforma es que se pueda recuperar para esta singular derecha democratizadora el mayor número de servidores del aparato del Estado franquista. Y lo cierto es que, durante la Transición, las nuevas instituciones que van surgiendo coexisten con organismos engendrados por el franquismo. Y los personajes que han hecho carrera en estos se trasvasan con toda naturalidad a los primeros. La alta burocracia, los jueces, la policía y los mandos militares permanecen en sus puestos. Y con ellos, una gran cantidad de hábitos antidemocráticos y de mecanismos represivos. Se mantienen los servicios secretos del fascismo, dirigidos por funcionarios que han hecho toda su carrera dentro de ellos, cambiándoles solo el nombre. Y continúan espiando, sin ningún tipo de control, las conversaciones telefónicas y la correspondencia”.

    Los cambios que impulsaron los mismos franquistas que habían dominado mediante el fascismo se sustentaron en la Ley para la Reforma Política aprobada en 1976 y en la Constitución de 1978. Tras lograr que todo quedara atado y bien atado, los sillones, las poltronas, las responsabilidades y los altos mandos quedaron en las mismas personas, desde el propio Movimiento, la policía política, la judicatura, la televisión y la prensa de la dictadura. ¿Acaso cambió algo? Todo hace parecer que estamos dominados por los mismos desde que el régimen fascista surgiera del golpe militar del 18 de julio de 1936. La oligarquía financiera amparada y respaldada por la máquina fascista más restaurada, reformada o modernizada, pero fascista al fin y al cabo.

    La falsa transición y la instauración del parlamentarismo no propició ningún cambio significativo en la dominación de clase, puesto que los tres poderes continuaron estando en manos de los mismos. Es bien cierto que tras la transición las burguesías no monopolistas de las naciones oprimidas (sobre todo Euskal Herria y Cataluña) y la aristocracia obrera fueron “invitados” a participar en las estructuras del estado. Lo que no se declara es que la labor a la que son encaminadas tanto las burguesías no monopolistas como las diferentes burguesías (sobre todo la pequeña) y la aristocracia obrera es a desvirtuar el estado como si respondiera a un calado de índole parlamentarista fuera de toda esencia fascista. El que en el estado participentoda clase de fracciones de la burguesía no significa que todas ellas no se encuentren subordinadas al predominio del capital financiero, y que esta artimaña no responda a la maniobra con que la clase dominante dibuja el cambio político como un lavado de cara donde no se da un cambio en la forma de dominación del estado. “En los países, donde la burguesía dominante teme el estallido de la revolución, el fascismo establece el monopolio político ilimitado bien de golpe y porrazo, bien intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuenta con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en el que se agudice de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar –sin alterar su carácter de clase- la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo”.6

    El parlamentarismo en sí no justifica que no pueda existir una esencia fascista del estado; y eso bien lo demuestra el desarrollo que ha tomado el fascismo y la propia dictadura fascista en España.

    Hay quienes aluden al fascismo como un simple movimiento político, o como un grupúsculo de cabezas rapadas de tendencia ultraderechista que afloran cuando la crisis capitalista se hace más y más prolongada. Nada más lejos de la realidad, aunque también, pero eso es otro cantar, que lógicamente va relacionado con la táctica de la clase dominante. El fascismo es, en resumidas cuentas, la cara más reaccionaría del capitalismo monopolista, es la forma (aunque no la única lógicamente, esto depende de las características de cada país) superestructural que toma el estado en la época del imperialismo. El fascismo es el poder del capital financiero.

    La oligarquía financiera española nació, creció y se desarrolló en un plano perfecto para la consecución de sus propósitos e intereses, la dominación fascista le proporcionó todas las facilidades y comodidades a las que aspiraba, la cuidó y educó como una madre malcría a su propio hijo. Por ello, cuando este pretende independizarse, no puede hacerlo, actúa como un réprobo enmadrado. Exento de despegarse de su propia madre y de las peculiaridades que esta le asignó.

    La superestructura del estado se encuentra totalmente preparada, acondicionada y provista para tomar de un momento a otro una actitud totalmente abierta contra todas las libertades de la clase obrera y las capas populares. En estos precisos momentos, no es necesario, como lo fue en 1936, realizar una operación de cooperación entre las fuerzas militares y las clases dominantes que llevara a cabo una actuación que cambiara la democracia burguesa por la dominación fascista. El fascismo se encuentra enraizado en las estructuras del actual Estado español. El fascismo es parte imprescindible de dicha superestructura. Por ello, hablar de retroceso en la forma de dominación en este caso no tiene ningún sentido: los mismos que nos gobiernan hoy son los que confabularon el trágico e ilegítimo golpe militar de 1936.

    Eso no quiere decir, evidentemente, que mientras se dé más y más la agravación continua de la crisis del capitalismo emerjan de todos lados movimientos políticos de ultraderecha que “se presentan bajo la máscara de la nación ultrajada y apelan al sentimiento nacional herido”7, y vociferan una y mil veces la importancia vital de la defensa de la unidad nacional, y la necesidad del terrorismo de estado abierto contra todo aquello que afecte directa e indirectamente a los intereses de la oligarquía financiera. El brote de los movimientos políticos de extrema derecha es un recurso al que recurre el propio estado cuando la cosa se pone “fea”. El recurso propio dicho está sustentado, auspiciado y planificado por las estructuras del estado. ¿O acaso las estructuras del estado van a ir contra ese o esos movimientos políticos de ultraderecha? No creo que nadie sea tan ingenuo de pensar eso. El estado favorece consecuentemente la aparición de movimientos de extrema derecha. Dichos movimientos emergen directamente de las estructuras del estado.

    La voz del capital financiero, representada en gran medida por el Banco de Inversión estadounidense JP Morgan Chase, comienza a recomendar la instauración de regímenes autoritarios en Europa, y sobre todo en Europa del sur, si la situación en esos países comienza a ser insoportable y se cumplen varias condiciones:

    “1- El fracaso de varios Gobiernos favorables a las reformas en Europa del Sur.
    2- Falta de apoyo al euro o a la propia Unión Europea.
    3- La ingobernabilidad de ciertos Estados miembros debido a que los costes sociales (sobre todo el paro) sobrepasasen un cierto umbral”.8

    En el caso del Estado español, la tendencia terrorista abierta tendría una implantación cuasi inmediata, gracias al carácter fascista que posee la superestructura del estado y a los mecanismos presentes heredados de la época franquista.

    El estado español “recuerda a aquel anciano que, queriendo recobrar su fuerza juvenil, sacó sus ropas de niño y se puso a querer forzar dentro de ellas sus miembros decrépitos”9, pero ya esas ropas (democracia burguesa) no correspondían a la realidad y necesidades de su fase. Al igual que la ancianidad es la última etapa de la vida produciéndose después de esta la muerte, la etapa imperialista es la última fase del capitalismo aconteciendo en este periodo su propia muerte súbita, la revolución socialista. Por ello, al igual que el anciano intenta sin éxito “recobrar su fuerza juvenil” vistiéndose sus “ropas de niño”, el estado es incapaz de generar un cambio en las estructuras de dominación del estado. La dictadura fascista solo consigue “disfrazarse” con “ropas democráticas” (burguesas), pero su esencia fascista no se desvanece en absoluto.

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