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JCPV escribió:Lo que se leerá a continuación es una reflexión abierta sobre una cuestión que, desde el Comité Central de la JCPV, consideramos de gran relevancia. No pretendemos acusar de nada a ninguna organización, ni mucho menos señalar cuál es el camino que deben seguir. Únicamente queremos clarificar nuestra posición y, si se tercia, generar un debate sano y respetuoso con el conjunto del movimiento comunista español.
En los últimos meses, las propuestas que afirman la posibilidad de salir de la crisis mediante los cauces del régimen y en ningún modo consideran necesaria la superación del propio capitalismo, han recibido un fuerte impulso y han llenado de ilusión a muchos trabajadores. Esto resulta normal, pues sólo en situaciones de estallido revolucionario podemos esperar encontrar a una mayoría de personas libres de las esperanzas del reformismo, y tal situación aún no ha llegado.
Pero los jóvenes comunistas sentimos no poder compartir esas esperanzas, pues la identidad del movimiento comunista se forja, precisamente, en los fuegos de la oposición al reformismo y de la afirmación revolucionaria. En la certeza de que los problemas actuales están totalmente ligados a una manera determinada de organizar la producción, el trabajo y, en definitiva, nuestras vidas: el capitalismo. Y, sobre todo, en la certeza de que no será posible construir un nuevo mundo respetando las leyes del viejo.
Sin embargo, esto no es todo. Pues si la confianza en las reformas está generalizada en nuestra clase social, el peligro de que, sin darnos cuenta, acabemos por compartirla es enorme. Porque para quitarnos de encima a este demonio no basta con recitar unas oraciones a Marx, Engels y Lenin. No basta, tampoco, con hacer profesión de fe en unos estatutos, ni con ser el más inflexible azote de herejes. Es necesario algo más, es necesario adoptar una serie de prácticas y evitar otras tantas. Aunque la cuestión podría dar para mucho más, creemos importante señalar los peligros que, a nuestro juicio, más daño hacen a las posiciones revolucionarias en el movimiento comunista español.
En primer lugar, nunca debemos pensar que estamos vacunados y totalmente libres de peligro. Las organizaciones comunistas no vivimos al margen de la sociedad, ni debemos pretenderlo, y es ingenuo –y peligroso- creer que, de algún modo, somos impermeables a su influencia. En cualquier organización revolucionaria podemos encontrar elementos reformistas, no como siniestros infiltrados al servicio de la burguesía, sino más bien como hábitos asumidos de forma inconsciente, provocados por la influencia de un “sentido común” que no responde a nuestros intereses. Ser conscientes de esto, buscar tales elementos y tratar de corregirlos es uno de nuestros principales deberes.
Las prácticas que siguen a continuación guardan una íntima relación con la manera de concebir nuestra intervención en los frentes de masas. Pues una manera errónea de concebirlo, aunque nazca de la buena voluntad, es el camino más rápido hacia el reformismo. El primero de estos errores es el de considerar nuestro trabajo con las masas –casi siempre en el movimiento estudiantil- la mayor de nuestras prioridades. Muchas veces es la tarea más satisfactoria, donde se logran mayores avances, y no podemos evitar sentir que si nos quitáramos de encima otras tareas, mucho más aburridas, lograríamos avanzar aún más. Y, sin duda, avanzaríamos en estos movimientos. Pero dejaríamos algo más importante de lado.
El principal propósito de una organización juvenil comunista es el de servir de escuela de cuadros. En el contexto actual, de cuadros capaces de reconstruir el Partido Comunista. El trabajo con las masas es un elemento fundamental para este propósito, en la medida en que es la mejor forma de obtener la experiencia práctica que nos va a permitir articular un partido de dirigentes. Pero, junto a él, debemos situar el desarrollo de la formación en la teoría marxista-leninista. Y debemos, y sin duda esta tarea es la menos divertida, articular una estrategia clara de cómo reconstruir una organización capaz de liderar la revolución. Una estrategia en la que habremos de chocar con quienes no quieren que exista tal organización.
Si cedemos a la tentación, y abandonamos la lectura y el debate colectivo de obras marxistas, o dejamos de lado la confrontación con los oportunistas, sin duda tendremos una militancia más tranquila y satisfecha. Sin duda ganaremos posiciones en los frentes de masas. El problema es que militaremos en algo más cercano a una comisión del movimiento estudiantil que a una organización revolucionaria.
Otro de estos peligros, pero del que ya hemos hablado con anterioridad, es el de depositar esperanzas de transformación en la lucha electoral, y no entender que es un aspecto totalmente subsidiario de nuestra intervención en la calle. Como ya nos hemos referido a ella, no nos extenderemos más, pues es al último de los peligros al que queremos dedicar mayor extensión.
Este peligro nace, otra vez, de no concebir de manera adecuada nuestra relación con el conjunto de la clase trabajadora. Los comunistas no podemos pretender aislarnos de nuestra clase, pero tampoco fundirnos completamente en ella. Definimos nuestra organización como una organización de cuadros y no de masas, pero en ocasiones no alcanzamos a entender el significado de tal concepción. Desde luego, no la entienden quienes emplean esta consigna para justificar su marginalidad numérica, porque una organización de cuadros no es una organización pequeña, es una organización que selecciona a su militancia.
Pero esto no nos puede hacer bascular en la dirección totalmente contraria. El deseo de que nuestra organización crezca numéricamente no puede llevarnos a rebajar nuestros criterios de selección. Es tentador, a fin de conseguir nuevos militantes, aplazar ciertas cuestiones y presentar, de cara al exterior, nuestra organización como algo que no es. Es tentador hablar de lo concreto, de los problemas a corto plazo, de nuestro trabajo cotidiano, y dejar para más adelante el peliagudo largo plazo, el objetivo último de derrocar el orden existente mediante una revolución que difícilmente será pacífica, a fin de imponer la dictadura del proletariado. Es tentador actuar como padres condescendientes y explicar todas estas cosas cuando los nuevos militantes sean mayores.
Es tentador, y es peligroso. Primero, porque una organización con este funcionamiento tendría que dejar de lado cualquier atisbo de democracia interna. ¿Cuándo ha habido democracia entre padres e hijos? ¿Qué tipo de democracia puede haber entre quienes conocen la organización donde militan y a quienes sólo se les ha explicado una parte? El fraccionalismo sistemático es la otra cara de una organización de masas.
Pero aún podemos ir más allá, porque mientras llega ese “más adelante”, ese momento de sentar a los niños y explicarles dónde están militando, pueden pasar muchas cosas. Quizá los padres condescendientes hayan cumplido demasiados años y hayan abandonado la organización. O tal vez haya crecido tanto el número de niños –cada vez más y más gente nueva- que lo que en un principio se concibió como una situación provisional se ha perpetuado. Los niños se han acostumbrado a una forma de funcionar y no quieren crecer. Les gusta mucho jugar en los frentes de masas y creen que eso de revolución obrera suena muy sectario. Y, con su práctica cotidiana, han impreso su forma de funcionar a la organización. Han convertido el Partido de la Revolución en una guardería reformista.
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