Celebramos nuestro III Congreso de este nuevo período de existencia del Partido, tras su reconstrucción en 2006, en medio de una dura situación política y social. Tras siete años de crisis capitalista y brutales recortes de derechos, la amenaza de nuevas agresiones se cierne sobre nuestra clase, sin que haya síntoma alguno de remisión efectiva del paro y la miseria, pese a los augurios y fanfarrias del Gobierno.
La clase obrera y los pueblos de España no han aceptado sumisamente la catarata de ataques a los derechos sociales y políticos. Más de cuatro años de intensas movilizaciones han visto sucederse enormes manifestaciones obreras y populares, así como tres huelgas generales: en estas, como en las movilizaciones contra el pensionazo, por los servicios públicos, en las Marchas por la Dignidad y en las grandes manifestaciones republicanas del pasado junio, hemos estado presentes activamente los comunistas de todas las organizaciones del PCE (m-l). Han sido momentos de unidad y combatividad, pero también de dispersión política, como hemos venido señalando durante todo este tiempo.
Y, sin embargo, a nadie se le escapa que nuestra clase y nuestro pueblo han aprendido lecciones valiosísimas en todo este proceso: el valor de la organización, de la unidad y de la acción política, en primer lugar. Pero el proletariado español ha comprobado también que la victoria exige enormes y prolongados esfuerzos, también retrocesos y derrotas, y hacer frente a una represión en aumento.
Era de esperar que el capital opusiera una resistencia tenaz y con todos los medios a su disposición frente a la pelea emprendida por los trabajadores, y que esta lucha fuera larga. De ahí que fuera particularmente necesario articular, como hemos venido defendiendo en todas partes, una amplia unidad con objetivos políticos generales y audaces que, fortaleciéndose con las victorias parciales, no cediera ante las posibles derrotas momentáneas.
Desgraciadamente, no ha sido posible construir esa ambiciosa unidad que nuestra clase, aún hoy, necesita. Es precisamente en momentos de crisis, en las grandes encrucijadas, cuando el oportunismo muestra abiertamente sus cartas para ponerse a las órdenes del capital, como ha sido siempre su papel histórico. Lo hemos visto en las formas más variopintas: desde los revisionistas que se negaban a romper con el régimen a cuya sombra habían medrado (o que incluso colaboraban en su gestión), hasta los cabecillas “activistas” enquistados en el más burdo economicismo, mientras los trabajadores enarbolaban cientos de tricolores; pasando, cómo no, por las cúpulas sindicales, que volvieron presurosas a la “concertación social” en cuanto el Gobierno necesitó algo de oxígeno, protagonizando una de las más escandalosas traiciones al proletariado en nuestra historia reciente. Nuestro Partido, aunque pequeño en lo organizativo, es respetado por su coherencia y por el rigor de nuestros planteamientos políticos, y han sido innegables los avances, debidos en buena parte a nuestro empeño, hacia la unidad de las fuerzas rupturistas con un programa netamente republicano.
Así pues, el enorme desgaste por las continuas movilizaciones frente a un gobierno enrocado y la falta de perspectivas han ido extendiendo, finalmente, el desánimo y el fatalismo en una buena parte de los sectores populares. Y, pese a ello, la combatividad de nuestra clase sigue intacta, como demostraron las grandes manifestaciones del 2 de junio a raíz de la abdicación exprés del borbón, así como otras luchas más localizadas.
Es en este contexto en el que resurge el viejo populismo pequeñoburgués cuya máxima expresión orgánica es Podemos. Alimentada por la frustración, las políticas antipopulares del PP y el PSOE, la proliferación de los casos de corrupción, la complicidad de la izquierda institucional y décadas de inoculación del individualismo, la desconfianza y el “apoliticismo”, esta corriente conectó rápidamente con sectores muy amplios y variopintos de la población: haciéndose eco de los prejuicios y anhelos más diversos, consiguió erigirse así en propuesta «transversal», «ni de izquierdas ni de derechas» y «contra la vieja política». Desde muy pronto se autocalificó incluso como una peculiar «unidad popular» que lo cifra todo en los objetivos electorales, contribuyendo así a fomentar la desmovilización, al proporcionar una salida, aparente pero reconfortante, a la frustración tras años de permanente conflicto.
Lamentablemente, estos mantras calaron hondo también en amplios sectores de la izquierda organizada, incluyendo a nuestro propio Partido, y han abierto una amplia brecha que se ha visto profundizada por una reaccionaria perspectiva generacional, al separar a los sectores nacidos a la política en este contexto de desorientación y deseosos de «ganar», de los que militaron en períodos anteriores, más avisados respecto a este tipo de “novedades”. De ahí que lo que en términos electorales pueda parecer un avance, represente en realidad un retroceso de las posiciones de ruptura con el régimen oligárquico, relegadas al baúl de los recuerdos, por más que los representantes de esta corriente utilicen sibilinamente, vaciándolos de contenido, muchos de los conceptos que estructuran nuestra propuesta política.
Sin duda, la oligarquía ha advertido las potencialidades de estas corrientes, y se ha lanzado a promoverlas, polarizando cada vez más el voto popular en torno al eje PP-Podemos, con el objetivo claro de dinamitar a la izquierda organizada y sus propuestas de clase, sostenidas por las bases pese a los casos de corrupción y a la complicidad de dirigentes de estas organizaciones con el régimen. Pero esta «ilusión renovada» y en buena parte inducida en torno a un proyecto “inmaculado”, unida a la abdicación forzada del borbón y al esfuerzo por mantener al nuevo monarca al margen de la corrupción generalizada en su familia, son los mimbres con los que la oligarquía podría preparar, además, el recambio de un régimen sin fuelle con el que acallar un descontento alimentado con la continua catarata de casos de corrupción. Lo cual no puede hacernos perder de vista la opción de un PP escorado al populismo fascistoide que ya exhiben varios de sus líderes.
Lo que nos viene a demostrar el momento presente es, una vez más, que en estas épocas de crisis, en las que se incrementa el “ruido” y crece la confusión, es precisamente cuando se produce una clarificación de las posiciones ideológicas y políticas. De ahí, y por la encrucijada en la que nos hallamos, que sea especialmente importante desarrollar un duro combate ideológico: precisamente lo contrario de lo que pregona el oportunismo. Y lo es tanto más por cuanto, como señalábamos al principio, son esperables nuevos ataques a la clase obrera. La aprobación de la Ley mordaza tiene, precisamente, ese valor “preventivo” frente a eventuales rebrotes de la resistencia.
En este sentido, el PCE (m-l) se reafirma en su propuesta táctica de la unidad de la izquierda y la Unidad Popular por la República Democrática, Popular y Federativa, en el camino de la revolución socialista. Reafirmamos, asimismo, nuestro compromiso internacionalista con los partidos y organizaciones miembros de la CIPOML, nuestra plena solidaridad con los pueblos oprimidos y, en particular, el apoyo incondicional del PCE (m-l) a la plena independencia de los pueblos hermanos saharaui y palestino, así como nuestra solidaridad antiimperialista y fraternal con los pueblos cubano y venezolano.
Estas tareas no se pueden llevar a cabo, desde luego, al margen de nuestra clase. Tenemos que dar la batalla allí donde esta se encuentre, y con ello y para ello, necesitamos reforzarnos política, ideológica y organizativamente. El contexto en que debemos hacerlo es confuso, pero también esperanzador, y aún lo será más a medida que la situación se desarrolle y vaya clarificándose. En consecuencia, es necesario, vital, continuar pegados a la clase obrera y los sectores populares, pero teniendo siempre presentes los objetivos políticos por los que trabajamos en interés de nuestra clase. Y redoblar la tarea de incrementar nuestros efectivos, con el fin de afrontar con éxito las enormes tareas que nos depara el futuro, en el camino de la emancipación del proletariado.
Camaradas: ¡manos a la obra!
¡VIVA EL MARXISMO-LENINISMO!
¡VIVA EL PCE (m-l
La clase obrera y los pueblos de España no han aceptado sumisamente la catarata de ataques a los derechos sociales y políticos. Más de cuatro años de intensas movilizaciones han visto sucederse enormes manifestaciones obreras y populares, así como tres huelgas generales: en estas, como en las movilizaciones contra el pensionazo, por los servicios públicos, en las Marchas por la Dignidad y en las grandes manifestaciones republicanas del pasado junio, hemos estado presentes activamente los comunistas de todas las organizaciones del PCE (m-l). Han sido momentos de unidad y combatividad, pero también de dispersión política, como hemos venido señalando durante todo este tiempo.
Y, sin embargo, a nadie se le escapa que nuestra clase y nuestro pueblo han aprendido lecciones valiosísimas en todo este proceso: el valor de la organización, de la unidad y de la acción política, en primer lugar. Pero el proletariado español ha comprobado también que la victoria exige enormes y prolongados esfuerzos, también retrocesos y derrotas, y hacer frente a una represión en aumento.
Era de esperar que el capital opusiera una resistencia tenaz y con todos los medios a su disposición frente a la pelea emprendida por los trabajadores, y que esta lucha fuera larga. De ahí que fuera particularmente necesario articular, como hemos venido defendiendo en todas partes, una amplia unidad con objetivos políticos generales y audaces que, fortaleciéndose con las victorias parciales, no cediera ante las posibles derrotas momentáneas.
Desgraciadamente, no ha sido posible construir esa ambiciosa unidad que nuestra clase, aún hoy, necesita. Es precisamente en momentos de crisis, en las grandes encrucijadas, cuando el oportunismo muestra abiertamente sus cartas para ponerse a las órdenes del capital, como ha sido siempre su papel histórico. Lo hemos visto en las formas más variopintas: desde los revisionistas que se negaban a romper con el régimen a cuya sombra habían medrado (o que incluso colaboraban en su gestión), hasta los cabecillas “activistas” enquistados en el más burdo economicismo, mientras los trabajadores enarbolaban cientos de tricolores; pasando, cómo no, por las cúpulas sindicales, que volvieron presurosas a la “concertación social” en cuanto el Gobierno necesitó algo de oxígeno, protagonizando una de las más escandalosas traiciones al proletariado en nuestra historia reciente. Nuestro Partido, aunque pequeño en lo organizativo, es respetado por su coherencia y por el rigor de nuestros planteamientos políticos, y han sido innegables los avances, debidos en buena parte a nuestro empeño, hacia la unidad de las fuerzas rupturistas con un programa netamente republicano.
Así pues, el enorme desgaste por las continuas movilizaciones frente a un gobierno enrocado y la falta de perspectivas han ido extendiendo, finalmente, el desánimo y el fatalismo en una buena parte de los sectores populares. Y, pese a ello, la combatividad de nuestra clase sigue intacta, como demostraron las grandes manifestaciones del 2 de junio a raíz de la abdicación exprés del borbón, así como otras luchas más localizadas.
Es en este contexto en el que resurge el viejo populismo pequeñoburgués cuya máxima expresión orgánica es Podemos. Alimentada por la frustración, las políticas antipopulares del PP y el PSOE, la proliferación de los casos de corrupción, la complicidad de la izquierda institucional y décadas de inoculación del individualismo, la desconfianza y el “apoliticismo”, esta corriente conectó rápidamente con sectores muy amplios y variopintos de la población: haciéndose eco de los prejuicios y anhelos más diversos, consiguió erigirse así en propuesta «transversal», «ni de izquierdas ni de derechas» y «contra la vieja política». Desde muy pronto se autocalificó incluso como una peculiar «unidad popular» que lo cifra todo en los objetivos electorales, contribuyendo así a fomentar la desmovilización, al proporcionar una salida, aparente pero reconfortante, a la frustración tras años de permanente conflicto.
Lamentablemente, estos mantras calaron hondo también en amplios sectores de la izquierda organizada, incluyendo a nuestro propio Partido, y han abierto una amplia brecha que se ha visto profundizada por una reaccionaria perspectiva generacional, al separar a los sectores nacidos a la política en este contexto de desorientación y deseosos de «ganar», de los que militaron en períodos anteriores, más avisados respecto a este tipo de “novedades”. De ahí que lo que en términos electorales pueda parecer un avance, represente en realidad un retroceso de las posiciones de ruptura con el régimen oligárquico, relegadas al baúl de los recuerdos, por más que los representantes de esta corriente utilicen sibilinamente, vaciándolos de contenido, muchos de los conceptos que estructuran nuestra propuesta política.
Sin duda, la oligarquía ha advertido las potencialidades de estas corrientes, y se ha lanzado a promoverlas, polarizando cada vez más el voto popular en torno al eje PP-Podemos, con el objetivo claro de dinamitar a la izquierda organizada y sus propuestas de clase, sostenidas por las bases pese a los casos de corrupción y a la complicidad de dirigentes de estas organizaciones con el régimen. Pero esta «ilusión renovada» y en buena parte inducida en torno a un proyecto “inmaculado”, unida a la abdicación forzada del borbón y al esfuerzo por mantener al nuevo monarca al margen de la corrupción generalizada en su familia, son los mimbres con los que la oligarquía podría preparar, además, el recambio de un régimen sin fuelle con el que acallar un descontento alimentado con la continua catarata de casos de corrupción. Lo cual no puede hacernos perder de vista la opción de un PP escorado al populismo fascistoide que ya exhiben varios de sus líderes.
Lo que nos viene a demostrar el momento presente es, una vez más, que en estas épocas de crisis, en las que se incrementa el “ruido” y crece la confusión, es precisamente cuando se produce una clarificación de las posiciones ideológicas y políticas. De ahí, y por la encrucijada en la que nos hallamos, que sea especialmente importante desarrollar un duro combate ideológico: precisamente lo contrario de lo que pregona el oportunismo. Y lo es tanto más por cuanto, como señalábamos al principio, son esperables nuevos ataques a la clase obrera. La aprobación de la Ley mordaza tiene, precisamente, ese valor “preventivo” frente a eventuales rebrotes de la resistencia.
En este sentido, el PCE (m-l) se reafirma en su propuesta táctica de la unidad de la izquierda y la Unidad Popular por la República Democrática, Popular y Federativa, en el camino de la revolución socialista. Reafirmamos, asimismo, nuestro compromiso internacionalista con los partidos y organizaciones miembros de la CIPOML, nuestra plena solidaridad con los pueblos oprimidos y, en particular, el apoyo incondicional del PCE (m-l) a la plena independencia de los pueblos hermanos saharaui y palestino, así como nuestra solidaridad antiimperialista y fraternal con los pueblos cubano y venezolano.
Estas tareas no se pueden llevar a cabo, desde luego, al margen de nuestra clase. Tenemos que dar la batalla allí donde esta se encuentre, y con ello y para ello, necesitamos reforzarnos política, ideológica y organizativamente. El contexto en que debemos hacerlo es confuso, pero también esperanzador, y aún lo será más a medida que la situación se desarrolle y vaya clarificándose. En consecuencia, es necesario, vital, continuar pegados a la clase obrera y los sectores populares, pero teniendo siempre presentes los objetivos políticos por los que trabajamos en interés de nuestra clase. Y redoblar la tarea de incrementar nuestros efectivos, con el fin de afrontar con éxito las enormes tareas que nos depara el futuro, en el camino de la emancipación del proletariado.
Camaradas: ¡manos a la obra!
¡VIVA EL MARXISMO-LENINISMO!
¡VIVA EL PCE (m-l