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    León Trotsky - texto de Paul Mattick - año 1940

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Lun Abr 06, 2020 7:34 pm

    León Trotsky

    texto de Paul Mattick

    Fuente: Living Marxism, año 1940

    Traducido del inglés por Roi Ferreiro para el CICA en 2005

    Digitalizado a formato web por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques (CICA)


    Con Léon Trotsky falleció el último de los grandes dirigentes del bolchevismo. Fue su actividad durante los últimos quince años la que mantuvo vivo algo del contenido original de la ideología bolchevique -la gran arma para transformar la Rusia atrasada en su forma capitalista de Estado actual-.

    Como todos los hombres son más sabios en la práctica que en la teoría, así también Trotsky alcanza mucha más importancia por sus logros que a través de las racionalizaciones que los acompañaron. Cercano a Lenin, él fue sin duda la mayor figura de la Revolución rusa. Sin embargo, la necesidad de dirigentes como Lenin y Trotsky, y el efecto que estos dirigentes tenían, trae a luz la total impotencia de las masas proletarias para solventar sus propias necesidades efectivas frente a una situación histórica inmadura e implacable.

    Las masas tuvieron que ser dirigidas; pero los dirigentes sólo podían dirigir de acuerdo con sus propias necesidades. La necesidad de una dirección del tipo practicado por el bolchevismo no indica, finalmente, otra cosa que la necesidad de disciplinar y aterrorizar a las masas, de modo que puedan trabajar y vivir en armonía con los planes del grupo social dominante. Este tipo de dirección demuestra, en sí mismo, la existencia de relaciones de clase, de política y economía de clase, y una oposición irreconciliable entre los dirigentes y los dirigidos. La personalidad sobreencumbrada de Leon Trotsky revela el carácter no proletario de la Revolución bolchevique justamente como el Lenin momificado y deificado en el Mausoleo de Moscú.

    Para que unos cuantos puedan dirigir, los otros deben estar impotentes. Para ser la vanguardia de los obreros, la élite tiene que usurpar todas las posiciones sociales clave. Como la burguesía antiguamente, los nuevos dirigentes tenían que tomar y controlar todos los medios de producción y de destrucción. Para sostener su mando y mantenerlo eficaz, los dirigentes deben fortalecerse constantemente a sí mismos mediante la expansión burocrática, y dividir continuamente a los gobernados. Sólo los amos pueden ser los dirigentes.

    Trotsky era un amo de ese tipo. Al principio era el propagandista hábil, el gran e incansable orador, estableciendo su posición dirigente en la revolución. Luego se convirtió en el creador y amo del Ejército Rojo, luchando contra la Derecha y la Izquierda, luchando por el bolchevismo, que también esperaba dominar. Pero aquí fracasó. Cuando los dirigentes hacen historia, aquéllos que son dirigidos ya no cuentan; pero tampoco desaparecen. Confiando en la fuerza de los grandes espectáculos históricos, Trotsky negligió ser, tras las escenas del desarrollo burocrático, el oportunista eficiente que era a la vista de la historia mundial.

    Hoy los grandes hombres ya no son necesarios. Los instrumentos de propaganda modernos pueden transformar cualquier fraude en un héroe, cualquier personalidad mediocre en un genio omnicomprensivo. Efectivamente, la propaganda transforma, a través de sus esfuerzos colectivos, cualquier dirigente medio, si no estúpido, como Hitler y Stalin, en un gran hombre. Los dirigentes se convierten en símbolos de una voluntad organizada, colectiva y realmente inteligente, para mantener las instituciones sociales dadas. Fuera de Rusia, Trotsky fue pronto reducido a amo de una pequeña secta de revolucionarios profesionales y sus proveedores. Él era “el Viejo", la autoridad indiscutible de un crecimiento artificial en la escena política, destinado a acabar en la absurdidez. Hacerse el amo de una Cuarta Internacional, cuando su adversario Stalin era el amo de la Tercera, siguió siendo la ilusión con la que murió.

    No hay aquí necesidad alguna de desandar el desarrollo individual de Trotsky; su autobiografía es suficiente. Ni es necesario enfatizar sus muchas cualidades, literarias y de otro tipo. Sus obras, y sobre todo su Historia de la Revolución Rusa, inmortalizará su nombre como escritor y político. Pero hay una necesidad real de oponerse al desarrollo de la leyenda de Trotsky, que hará de este dirigente de la revolución capitalista de Estado rusa un mártir de la clase obrera internacional -una leyenda que debe ser rechazada, junto con todos los demás postulados y aspectos del bolchevismo-.

    Louis Ferdinand Céline ha dicho que las revoluciones deben juzgarse veinte años después. Y haciendo esto, encontró sólo palabras de condena para el bolchevismo. A nosotros, sin embargo, nos parece que una reevaluación del bolchevismo en la actualidad podría bien hacerse sin ninguna clase de moralización. En retrospectiva, es bastante fácil ver en el bolchevismo el principio de una nueva fase de desarrollo capitalista, que se inició con la I Guerra Mundial. Sin duda, en 1917, Rusia era el eslabón más débil en la estructura capitalista mundial. Pero el conjunto del capitalismo en su forma de propiedad privada estaba ya al borde del estancamiento. Erigir y expandir un sistema económico factible del tipo del laissez-faire ya no era posible. Sólo la fuerza del centralismo completo, del gobierno dictatorial sobre el conjunto de la sociedad, podía garantizar el establecimiento de un orden social explotador capaz de una expansión de la producción a pesar del declive del capitalismo mundial.

    No puede haber duda de que los dirigentes bolcheviques, creando su estructura capitalista de Estado -que se ha convertido, en veinte años, en el ejemplo de la evolución ulterior de todo el mundo capitalista- estaban profundamente convencidos de que su construcción era conforme a las necesidades y deseos de su propio proletariado y del proletariado mundial. Incluso cuando encontraron que no podrían alterar el hecho de que su sociedad continuaba estando basada en la explotación del trabajo, buscaron alterar el significado de este hecho ofreciendo como excusa una teoría que identificaba la dominación de los dirigentes con los intereses de los dirigidos. La fuerza motora del desarrollo social en la sociedad de clases -la lucha de clases- fue teóricamente suprimida; pero, prácticamente, tenía que desarrollarse un régimen autoritario, enmascarado como la dictadura del proletariado. En la creación de este régimen, y en el esfuerzo por camuflarlo, Trotsky ganó la mayoría de sus laureles. Él se durmió en esos laureles hasta el mismísimo último momento. Sólo es necesario fijarse en el eminente papel que Trotsky jugó en los primeros años estrepitosos de la Rusia bolchevique para entender por qué no podía admitir que la revolución blochevique únicamente fue capaz de cambiar la forma del capitalismo, pero no pudo suprimir la forma capitalista de explotación. Era la sombra de ese periodo lo que oscureció su entendimiento.

    En el atraso general que prevalecía en la Rusia zarista, la Intelectualidad tenía pocas oportunidades para mejorar su posición. El talento y la capacidades de las clases medias educadas no encontraban ninguna realización en esta sociedad en estancamiento. Más tarde esta situación encontró su paralelo en las condiciones de la clase media en Italia y Alemania después de Versalles y en pos de la siguiente crisis mundial. En los tres países, y en ambas situaciones, la Intelectualidad y amplias capas de las clases medias se politizaron y se convirtieron en contrapeso del declinante sistema económico. En la búsqueda de ideologías útiles como armas, y en la búsqueda de aliados, todas tenían que apelar a la capa proletaria de la sociedad, y a todos los demás elementos descontentos. La dirección del movimiento bolchevique, tanto como la de los movimientos fascistas, no era proletaria, sino de clase media: el resultado de la frustración de los intelectuales bajo las condiciones de estancamiento y atrofia económicos.

    En Rusia, antes de 1917, una ideología revolucionaria se desarrolló con la ayuda del socialismo occidental -con el marxismo-. Pero la ideología sirvió sólo al acto de la revolución, nada más. Tuvo que ser alterada continuamente y reencajada para servir a las necesidades en desarrollo de la revolución capitalista de Estado y sus beneficiarios. Finalmente, esta ideología perdió toda conexión con la realidad y sirvió como religión, un arma para mantener a la nueva clase dominante.

    Con esta ideología, la Intelectualidad rusa, apoyada por los obreros ávidos, pudo tomar el poder y sostenerlo debido a la desintegración de la sociedad zarista, la amplia brecha social entre campesinos y obreros, la conciencia proletaria subdesarrollada y la debilidad general del capitalismo internacional después de la guerra. Llegando al poder con la ayuda de una ideología marxiana rusificada, Trotsky, después de perder el poder, no tenía más elección que mantener la ideología revolucionaria en su forma original contra la degeneración del marxismo a la que se entregaban los estalinistas. Él podía permitirse este lujo, pues había escapado a las férreas consecuencias del sistema social que había ayudado a producir. Ahora él podía llevar una vida de dignidad, es decir, una vida de oposición. Pero si hubiese sido devuelto repentinamente al poder, sus acciones no podrían haber sido otras que las de Stalin que tanto despreciaba. Después de todo, este último es él mismo no más que la criatura de las políticas de Lenin y Trotsky. Es un hecho que los "estalinistas", como tipo particular, son -mientras son controlables- justo el tipo de hombres que dirigentes como Lenin y Trotsky necesitan y aman más. Pero a veces el gusano se revuelve. Aquellos subalternos bolcheviques, elevados a posiciones de poder, entienden con la mayor plenitud que la única garantía de seguridad descansa en el encarcelamiento, el exilio y el asesinato.

    En 1925, los métodos opresivos no estaban tan avanzados para asegurar el poder absoluto del gran líder. Los instrumentos dictatoriales estaban todavía obstaculizados por las tradiciones del capitalismo democrático. La Dirección siguió después de la muerte de Lenin; ya no estaba el Líder. Aunque Trotsky fue forzado al exilio, la inmadurez de la forma autoritaria de gobierno le perdonó la vida durante quince años. Pronto podrían ser facilmente destruídas las viejas y nuevas oposiciones al gobierno de Stalin. El éxito arrollador de Hitler en la “noche de los cuchillos largos", cuando exterminó con un golpe atrevido a toda la oposición efectiva contra él, enseñó a Stalin la manera de ocuparse de sus propios problemas. Quienquiera que fuese sospechoso de, en un momento u otro, haber abrigado ideas desagradables al gusto de Stalin y al gobierno absoluto, quienquiera que, debido a sus capacidades críticas, era sospechoso de ser capaz en el futuro de alcanzar los oídos ansiosos de los desvalidos y decepcionar a los burócratas, era eliminado. Esto no se hizo a la manera nibelunga en que los fascistas alemanes se libraron de Roehm, Strasser y sus seguidores, sino de la manera oculta, intrigante, cínica de los Juicios de Moscú, para aprovecharse incluso de la muerte de los opositores potenciales para la mayor gloria del líder omnímodo y querido, Stalin. El aplauso de aquéllos que tomaban las oficinas que quedaban vacias por los asesinados estaba asegurado. Hacer que las amplias masas aceptaran alegremente el fin miserable de los "viejos bolcheviques", fue meramente un trabajo para el ministro de propaganda. Así, la totalidad de Rusia, no sólo el grupo burocrático dirigente, remató a los "traidores a la patria de los trabajadores".

    Aunque celebrando en secreto la muerte de Trotsky en fiestas de estudio, los defensores del estalinismo, con candidez conmovedora, preguntarán por qué Stalin debería estar interesado en deshacerse de Trotsky. Despues de todo, ¿qué daño podría hacer Trotsky al poderoso Stalin y su gran Rusia? Sin embargo, una burocracia capaz de destruir miles de libros porque contienen el nombre de Trotsky, de reescribir y reescribir de nuevo la historia para borrar cada logro de la oposición asesinada, una burocracia capaz de poner en escena los Juicios de Moscú, ciertamente es también capaz de contratar a un asesino, o de encontrar un voluntario para silenciar a la única voz discordante en una, por otra parte, perfecta armonía de alabanzas para la nueva clase dominante en Rusia. La autoexaltada identificación con su líder del último paria del Partido Comunista, el fanatismo idiota desplegado por estas gentes cuando el espejo de la verdad se sostiene ante sus ojos, no permite sorpresa alguna ante el asesinato de Trotsky. Sólo es sorprendente que él no fuese asesinado antes. Para entender el asesinato de Trotsky, sólo es necesario observar el mecanismo y el espíritu de cualquier organización bolchevique, la de Trotsky incluída.

    ¿Qué daño podría hacer Trotsky? Precisamente porque él no estaba dispuesto a dañar a su Rusia y a su Estado obrero, era tan intensamente odiado por la burocracia bolchevique. Por la misma razón que los trotskistas, en los países donde tenían una posición establecida, no estaban dispuestos a cambiar en lo más mínimo el instrumento del partido inventado por Lenin, que su espíritu seguía siendo el espíritu del bolchevismo, eran odiados por los propietarios de los distintos Partidos Comunistas.

    Los pasos rápidos de la historia hacen posible cualquier imposibilidad aparente. Rusia no es inmune a los vastos cambios de las experiencias mundiales actuales. En un mundo que se tambalea, todos los gobiernos se vuelven inseguros. Ninguno sabe donde golpeará luego el huracán. Cada cual tiene que contar con todas las eventualidades. Debido a que Trotsky insistió en defender la herencia de 1917, debido a que él seguía siendo el bolchevique que vió en el capitalismo de Estado la base para el socialismo y en la dominación del partido la dominación de los obreros, debido a que él no quería otra cosa que el reemplazo de Stalin y de la burocracia que le apoyaba, era realmente peligroso para el último.

    Que él tuviese otros argumentos, tales como ese de la "revolución permanente” contra la consigna del “socialismo en un sólo país”, etc., es más bien insignificante, porque la permanencia de la revolución, así como el aislamiento de Rusia, no depende de consignas y decisiones políticas, sino de realidades sobre las cuales incluso el partido más poderoso no tiene control. Tales argumentos sólo sirven para disfrazar los intereses completamente ordinarios por los que luchan los partidos políticos.

    Fue el carácter no revolucionario de las políticas de Trotsky con respecto a la escena rusa lo que le hizo tan peligroso. La burocracia rusa sabe bastante bien que la presente situación mundial no es dada a cambios revolucionarios de acuerdo con los intereses del proletariado mundial. Los dictadores y los burócratas piensan en términos de dictadura y burocracia. Son los pretendientes al trono lo que temen, no la chusma de la calle. Napoleón encontró fácil controlar a cualquier muchedumbre insurrecta; encontró mucho más difícil tratar con las maquinaciones de Fouché y Talleyrand. Un Trotstky, mientras viviese, podría ser llamado otra vez con la ayuda de las capas más bajas de la burocracia rusa siempre que surgiese un momento oportuno. La oportunidad de reemplazar a Stalin, de triunfar finalmente, dependía de que Trotsky restringiera su crítica a la persona de Stalin, a su hosquedad brutal, a las nauseabundas actitudes de nuevos ricos de los satélites de Stalin. Él comprendió que sólo podría volver al poder con la ayuda de la mayor parte de la burocracia, que podría tomar de nuevo su asiento en el Kremlin sólo siguiendo a una revolución de palacio, o a un exitoso putsch de Roehm. Era demasiado realista -a pesar de todo el conveniente misticismo de su programa político- para no comprender la tontería de un apelo a los obreros rusos, esos obreros que deben haber aprendido ahora a ver en sus nuevos amos sus nuevos explotadores, y a tolerarlos sin miedo y necesidad. No tolerar y no aprobar la nueva situación significa renunciar a la oportunidad de mejorar la propia situación de uno; y mientras tanto la economía rusa esté expandiéndose, las ambiciones y la apología individuales dominarán a los individuos. Los gorrones se aprovechan de una situación que perciben que está más allá de su poder alterar. Precisamente porque Trotsky no era un revolucionario, sino meramente un competidor por la dirección bajo las condiciones rusas existentes -siempre listo para seguir el llamado de una burocracia en reorganización si fuese que una crisis nacional exigiese la abdicación de Stalin-, se volvió crecientemente más peligroso para la camarilla gobernante actual, comprometida como lo está en nuevas y vastas aventuras imperialistas. El asesinato de Trotsky es una de las muchas consecuencias del renacimiento del imperialismo ruso.

    Hoy el bolchevismo se alza revelado como la fase inicial de un gran movimiento que, esperando perpetuar la explotación capitalista, está de modo lento pero seguro abarcando todo el mundo y transformando la economía de la propiedad privada, que ya no funciona, en grandes unidades capitalistas de Estado. El gobierno del comisario bolchevique encuentra su conclusión lógica en las dictaduras fascistas que se extienden por el globo. Justamente tan poco como Lenin y Trotsky supieron lo que estaban haciendo realmente cuando estaban luchado por el socialismo, justo tan poco saben hoy Hitler y Mussolini lo que están haciendo luchando por una Alemania mayor y el Imperio romano. En el mundo tal y como es, hay una amplia diferencia entre lo que los hombres quieren hacer y lo que ellos están realmente haciendo. Los hombres, aunque grandes, son muy pequeños ante la historia, que va por delante de ellos y siempre les sorprende de nuevo con los resultados de sus propios sorprendentes esquemas.

    En 1917, Trotsky supo tan poco como lo supimos nosotros mismos que la revolución bolchevique tendría que acabar en un movimiento internacional fascista*** y en la preparación y ejecución de otra guerra mundial. Si hubiese conocido la tendencia del desarrollo, o bien habría sido asesinado hace veinte años, o bien él ocuparía hoy el lugar de Stalin. Siendo así, él acabó como una víctima de la contrarrevolución fascista contra la clase obrera internacional y la paz mundial.

    No obstante, a pesar del hecho de que Stalin asesinó a Trotsky, a pesar del desplazamiento de todas las formas de bolchevismo por el fascismo, una evaluación final del papel histórico de Trotsky tendrá que colocarle en línea con Lenin, Mussolini, Stalin y Hitler, como uno de los grandes dirigentes de un movimiento mundial que intentaba, a sabiendas y no a sabiendas, prolongar el sistema de explotación capitalista con los métodos inventados primero por el bolchevismo, luego completados por el fascismo alemán, y finalmente glorificados en la carnicería general que ahora estamos experimentando. Después de eso, el movimiento obrero puede empezar.



    ***Aquí Mattick parece hacer referencia a que, como expusiera Otto Rühle «La lucha contra el fascismo comienza con la lucha contra el bolchevismo», publicado en la revista diriga por él Living Marxism, Vol. 4, nº 8 de septiembre de 1939. En este artículo Rühle defiende la que después se convertirá en la tesis mayoritaria del comunismo de consejos: que el bolchevismo y el fascismo son parte de un mismo movimiento mundial contrarrevolucionario que hunde sus raíces en la necesidad de fortalecer la dominación sobre el proletariado ante el agotamiento histórico del capitalismo, y cuyo modelo económico sería el capitalismo de Estado en distintas formas -adecuadas a los niveles de desarrollo históricos de las fuerzas productivas en cada país-. Más tarde, en los 60, Mattick se orientará a rechazar la generalización del concepto de capitalismo de Estado para las formas de "economía mixta" de los países avanzados occidentales, pero esto no nos incumbe aquí. (Nota del traductor)



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