LA NACIÓN COMO FORMA DE CONCIENCIA
FILOSOFÍA POLÍTICA
FILOSOFÍA POLÍTICA
Una vez más, “los creadores se han humillado ante sus criaturas” (Marx 2010, 23)
[La pretensión de éste texto consiste en tratar de mostrar si podemos entender la nación como un elemento superestructural y concretamente si podemos entenderla como una forma de conciencia. El tema sin duda es polémico y no sin dificultades nos estaremos acercando a una cuestión de difícil acceso. Por tanto, voy a tratar de aventurarme con modestia]
No han sido pocos los intentos de dar con una concepción objetiva atendiendo a ciertos rasgos objetivos. Sin embargo no parece que realmente represente lo que unos y otros colectivos entienden por nación. Ni el territorio, ni la raza, ni el lenguaje, ni la historia, ni la religión parecen poder servir para delimitar y proporcionar un adecuado entendimiento de lo que se entiende por “nación”. Por tanto, vengo a proponer la posibilidad de entender la nación como una forma de conciencia.
Si ninguno de los criterios objetivos puede ser el que determine que es una nación y que no, supondré que la nación queda determinada por la percepción que un grupo humano tiene de ella misma. Esto concuerda con la aportación de Connor al establecer que “[l]a esencia de una nación no es tangible sino psicológica. […] [L]as manifestaciones tangibles de la diversidad cultural sólo son relevantes en la medida en que contribuyen a crear un sentimiento de particularidad. […]Así pues, el factor esencial para determinar la existencia de una nación no son las características tangibles de un grupo, sino la imagen que éste se forma de sí mismo” (Connor 1998, 45).
Considero que la idea de que la nación consiste en la imagen que se forman los grupos de seres humanos de sí mismos, puede enlazarse con el concepto de identidad. Todos los grupos humanos participan de alguna medida en fenómenos de identificación. Por ejemplo, yo puedo identificarme con mi familia, con una comunidad de hablantes, con una comunidad religiosa y, como no, con una o más naciones. La identidad es pertenencia y a la vez exclusión, y la identidad con “x”, requiere que sus “miembros” sean conscientes “x” (Del Val 1987, 28).
Como sostiene Maalouf, todos tenemos una identidad compuesta, que además se va transformando y construyendo conforme vivimos (Maalouf 2012, 31-3). Pero en ocasiones, los sujetos (individuos o grupos), se obstinan en imponer o imponerse una sola identidad o un grupo reducido de ellas sobre las demás. Los ejemplos pueden ser tan variados como una religión o la nación misma. Esto recortaría, en mayor o menor medida, parte de los individuos mismos. Los fenómenos de identidad tienen un carácter dual que no hay que olvidar: i) por un lado, nos unen de manera muy diversa y compleja con los demás; y ii) por otro, hacen que cada uno sea alguien único y por tanto diferente de los demás (Maalouf 2012, 20).
Retomando lo escrito, considero que la nación es un fenómeno de identificación y de esta manera se elabora como una forma de conciencia, que sin embargo tiene una poderosa característica. Tal peculiaridad, consiste en que esta imagen tiende a instituirse y de esta manera trata de “enraizarse” sobre la sociedad.
La identidad-nación incluye rasgos que se van instituyendo como características en común de cierto grupo. Los rasgos que se incluyen pueden ser a su vez otras identidades como un idioma (comunidad de hablantes), una religión, un territorio, etc. Estos rasgos pueden contener un contenido totalmente ficticio, queriendo decir con esto que no se corresponda con la realidad, como el de la raza; y otros menos ficticios como el idioma. Sin embargo, éste puede contener también elementos ficticios tales como la superioridad de un idioma con respecto a otro o que “x” idioma es el único hablado (o que debería hablarse) en una región concreta. La nación puede irse imponiendo como una forma de conciencia a través de la identidad, esto es, conforme las personas se van identificando con ella.
Podemos resumir que, si el factor esencial es la imagen que se forman de sí mismos los grupos humanos, esto armoniza con la idea de identidad. Llegado este punto, la nación aparecería como una cristalización ideológica con dos características: i) su contenido puede ser ficticio en diversos grados y ii) ese contenido puede construirse sobre la realidad e irse asentando sobre ella a través de la institución. Un ejemplo paradigmático de esto último sería la difusión o imposición de las “lenguas nacionales”. La institución permite dar un soporte para difundir ésta forma de conciencia.
Ahora bien, ¿En virtud de qué tienden los individuos a identificarse, impulsar y construir esta forma de conciencia? Pues bien, considero que el rasgo que más influye a la formación de estas conciencias nacionales es el desarrollo económico propio del capitalismo, junto con la formación e importancia del Estado en dicho período. Si bien estas ideas están centradas en la época que parte desde el XVIII hasta la actualidad, es claro que hay antecedentes. Para encontrar estos antecedentes, podríamos partir desde la caída del feudalismo y el establecimiento del mercantilismo.
El proceso de la revolución industrial supuso (y supone) un salto cualitativo en el desarrollo económico. El avance tecnológico, los transportes, el aumento demográfico y el aumento de la producción; son fenómenos que se interrelacionan y que han producido una intensificación de las relaciones humanas. Es decir, en la medida en que se aumenta la circulación de mercancías y de capital, se han venido acrecentando las relaciones humanas. Un ejemplo del incremento de las relaciones humanas a raíz del desarrollo económico puede ser el siguiente: “Georgia no se reveló como nación hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando la caída del régimen de servidumbre y el desarrollo de la vida económica del país, el desarrollo de las vías de comunicación y el nacimiento del capitalismo establecieron una división del trabajo entre sus distintas regiones, quebrantaron por completo el aislamiento económico de los principados y los unieron en un todo” (Stalin, 44). Este cambio, provocaría la aparición de una conciencia nacional en Georgia. Otro ejemplo aparece en el caso de Tailandia, donde el incremento de las relaciones interétnicas e intraétnicas provocaron que los grupos humanos pudieran apreciar las diferencias que en algunos casos darían lugar a movimientos separatistas (Connor 1987, 38). De hecho, se podría decir que la percepción del “otro como otro” es un factor fundamental en los proceso de identificación nacionales.
La aceleración de los procesos económicos ha contribuido no sólo a intensificar las relaciones humanas sino a modificar las relaciones existentes y por tanto a instituir nuevos sistemas de organización social. Se ha producido, en definitiva una reorganización gigantesca de la sociedad. Hay que destacar el paso del campo a la ciudad y la formación de los núcleos urbanos, la concentración y en general el incremento de la población, la formación del nuevo sistema económico a nivel interno y también a nivel externo en el mercado mundial.
A continuación trataré de ilustrar la importancia del Estado en este contexto y, posteriormente, la función que ocuparía la nación. En los comienzos del capitalismo, la prioridad era el establecimiento de una economía local (nacional), que posteriormente tenderá a ser internacionalizada. El marco en el que se construyen estas economías nacionales es el del Estado. “En los países desarrollados la <<economía nacional>>, cuyo ámbito era definido por el territorio de algún Estado o sus subdivisiones, era la unidad básica de desarrollo económico” (Hobsbawm y Ranger 2013, 274). El Estado permitirá una eficiente articulación entre la economía nacional y el mercado externo/internacional. La economía nacional tendrá un valor preponderante tanto en el proceso de formación y de desarrollo industrial en la “infancia de los Estados”, como en los períodos de crisis en los que los Estados se ven obligados a refugiarse en la economía local.
Cuando hago referencia al ámbito interno y al ámbito externo, me refiero en ambos casos tanto a nivel económico como a nivel político. De hecho, ambos ámbitos están muy interrelacionados y, realmente mi intención era diferenciarlos para vislumbrarlos. No obstante, lo correcto es apreciar cómo se conjugan para formar un todo. Podemos ver que se interrelacionan de diversas maneras. Por ejemplo, una medida interna para proteger la economía nacional frente a al mercado externo puede ser mediante el establecimiento de aranceles. Por otra parte, las luchas coloniales sirvieron como medidas externas para tratar de fortalecer la economía interna (Marx 2010, 125-9).
Centrando la cuestión, tenemos que el Estado forma el modelo de organización fundamental en el capitalismo y que el modo de producción comienza a romper vínculos anteriores y va creando nuevos. Por su parte, se va produciendo bajo este nuevo contexto una igualación de una gran masa de la población como productores. Así mismo, hay que destacar la aparición de los movimientos de masas. Todo esto planteaba nuevos problemas en la sociedad acerca de “cómo mantener o siquiera establecer la obediencia, la lealtad y la cooperación de sus súbditos” (Hobsbawm y Ranger 2013, 275).
Pues bien, parece plausible pensar que la nación como forma de conciencia es uno de los elementos superestructurales que intervienen en la reproducción del sistema de manera al menos regional o local: “Todo proceso de producción no sólo produce productos materiales, sino que también produce y reproduce sus condiciones sociales de producción, es decir, reproduce constantemente las relaciones de producción dentro de las cuales opera el proceso de producción capitalista. […] En esta reproducción de las relaciones capitalistas intervienen factores superestructurales” (Harnecker 1976, 53). La nación sería una de las respuestas ideológicas a estas nuevas condiciones de existencia. La consolidación de las economías nacionales y la formación del mercado internacional bajo el Estado requiere, entre muchas otras cosas, de esta forma de identidad. La nación haría de “contenido ideológico” para mantener la cohesión del sistema y sería una suerte de “religión cívica” (Hobsbawm y Ranger 2013, 279). “La ideología no se limita a ser solamente una instancia de la superestructura, ella se desliza también por las otras partes del edificio social, es como el cemento que asegura la cohesión del edificio. La ideología cohesiona a los individuos en sus papeles, en sus funciones y en sus relaciones sociales” (Harnecker 1976, 96).
La obediencia y la identificación con la nación, siguiendo a Connor una vez más en este aspecto, es lo que llamaríamos “nacionalismo” (Connor 1987, XIII). Además, y siguiendo con la idea de nacionalismo, creo que la idea expuesta por Gellner de que el nacionalismo busca la unidad política, económica y cultural, está acorde con lo expuesto en este trabajo (atendiendo claro está, al ámbito intraestatal): El nacionalismo es fundamentalmente un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política” y “Esa estrecha relación entre estado y cultura es la esencia del nacionalismo” (Gellner 2008, 67 y 190). Podríamos decir que el nacionalismo es una “identificación fuerte” con la nación, aunque creo que es mejor entenderlo como cuestiones simultáneas que se retroalimentan.
El contenido de la nación debe de irse formando acorde con las condiciones propias y la defensa de los intereses concretos del nuevo poder. La nación vendría a aglutinar aquello que posibilite la cohesión interna en favor de ciertos intereses político-económicos concretos, lo cual implica cierta oposición al exterior. Pero además, la nación puede adaptarse a merced de ciertas condiciones. Esos cambios pueden detectarse en el discurso político. Por ejemplo Jinnah, defensor del nacionalismo musulmán, moderó su discurso para acomodar a ciertas minorías; y así poder mantener la cohesión social (Fernández Bravo 2000, 119).
Así mismo, hace falta una “nueva tradición” que cumpla con las características necesarias para crear un nuevo ámbito común y homogéneo capaz de articular las relaciones económicas y de poder de acuerdo a la formación de estados con un carácter doble: en el ámbito interno (nacional) y en el ámbito externo (internacional). Dicho brevemente, para cohesionar el ámbito interno hace falta una identidad homogénea, pero lo suficiente heterogénea para articular la autonomía y las relaciones externas.
Se requieren símbolos universales, para poder incluir de alguna manera a todos los que formaban o formarían el nuevo Estado. El capitalismo trata de universalizar la competencia y a formar una gran masa de productores lo cual requiere que aquellos que dominan utilicen ideas universales para poder presentar un interés particular como un interés general: “Es que cada nueva clase que reemplaza a una que dominaba antes de ella está obligada, […] a presentar su interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresado de manera ideal: a dar a sus ideas la forma de la universalidad, a presentarlas como las únicas razonables, comunes a todos” (Marx 2010, 101-2). Este interés particular, es lo que Benedict Anderson también hace notar al expresar que “[n]inguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad” (Anderson 1993, 25); interés particular que puede ser tanto el de la porción dominante de la población dentro de un Estado o el interés propio de una nación frente a las demás naciones.
No obstante, también hace falta simbología capaz de diferenciar en mayor o menor medida unos Estados de otros. Esta necesidad de una tradición se refleja en casos históricos concretos. Por ejemplo, en Francia, fueron el Día de la Bastilla, Marianne y el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. En E.E. U.U, cabe destacar a la figura de los Padres Fundadores. En Alemania, donde la unidad era más difusa, se institucionalizo un folclore variado, contaban con la idea supremacía cultural y se articulaba la identidad frente a un enemigo común. Por su parte, la expansión de un idioma nacional, los himnos y las banderas; era algo que prácticamente la totalidad de los Estados tenían en común (Hobsbawm y Ranger 2013, 280-90).
Para finalizar, me gustaría extraer las consideraciones más relevantes. La nación es un reflejo de ciertas condiciones de existencia y en tanto que respuesta a ellas aparece como algo explicable a través de las mismas. Así mismo, haría de revestimiento ideológico para mantener la cohesión del sistema, permitiendo la articulación político-económica de los grupos sociales en la era del capital (cuyo sistema de organización social paradigmático es el Estado). Por otra parte, aunque el contenido pueda ser “ficticio”, he resaltado la fuerza de la institucionalización como forma en la que esta cristalización ideológica repercutiría así mismo sobre las condiciones de existencia.
Por otra parte, me gustaría plantear una cuestión: ¿Es la “nación” algo racional o algo irracional? En primer lugar, voy a matizar que me voy a referir a “racional” como “explicable” y no como “justificable moralmente”. En segundo lugar, si atendemos a su contenido concreto, que obviamente difiere según la nación de que se trate, veremos que hay rasgos que pueden parecernos totalmente irracionales, otros que hayan sido producto de la institución y quizás encontremos que se han incorporado rasgos preexistentes a este nuevo propósito. Si nos quedamos aquí, en los contenidos, difícilmente podremos decidir si es algo racional o irracional. Para entender la “nación” debemos dirigir nuestra atención a los fines que se persigue al difundir cierta concepción concreta de la nación: ¿a qué condiciones socioeconómicas responde? ¿Qué intereses económicos se busca? ¿A qué sector de la población se dirige?
Sostener que es una pura creación, que es un acto puro de fetichismo ante ciertos símbolos, no pone de relieve su racionalidad. Para que ésta se manifieste hay que atender a dos cuestiones fundamentales. La primera de ellas, sería atender a las condiciones socioeconómicas bajo las cuales se desarrolla. Esto debemos hacerlo en un plano concreto de desarrollo de cada ideario nacional, ya que las condiciones socioeconómicas no son idénticas en todas partes y atender a condiciones “abstractas” no harían más que dificultar el análisis. La segunda cuestión, sería atender al discurso político, lo cual pondría de relieve a qué sector de la población se dirige. Un análisis del mismo ayudaría a dilucidar qué intereses político-económicos se esconden detrás de cada discurso concreto.
Si ninguno de los criterios objetivos puede ser el que determine que es una nación y que no, supondré que la nación queda determinada por la percepción que un grupo humano tiene de ella misma. Esto concuerda con la aportación de Connor al establecer que “[l]a esencia de una nación no es tangible sino psicológica. […] [L]as manifestaciones tangibles de la diversidad cultural sólo son relevantes en la medida en que contribuyen a crear un sentimiento de particularidad. […]Así pues, el factor esencial para determinar la existencia de una nación no son las características tangibles de un grupo, sino la imagen que éste se forma de sí mismo” (Connor 1998, 45).
Considero que la idea de que la nación consiste en la imagen que se forman los grupos de seres humanos de sí mismos, puede enlazarse con el concepto de identidad. Todos los grupos humanos participan de alguna medida en fenómenos de identificación. Por ejemplo, yo puedo identificarme con mi familia, con una comunidad de hablantes, con una comunidad religiosa y, como no, con una o más naciones. La identidad es pertenencia y a la vez exclusión, y la identidad con “x”, requiere que sus “miembros” sean conscientes “x” (Del Val 1987, 28).
Como sostiene Maalouf, todos tenemos una identidad compuesta, que además se va transformando y construyendo conforme vivimos (Maalouf 2012, 31-3). Pero en ocasiones, los sujetos (individuos o grupos), se obstinan en imponer o imponerse una sola identidad o un grupo reducido de ellas sobre las demás. Los ejemplos pueden ser tan variados como una religión o la nación misma. Esto recortaría, en mayor o menor medida, parte de los individuos mismos. Los fenómenos de identidad tienen un carácter dual que no hay que olvidar: i) por un lado, nos unen de manera muy diversa y compleja con los demás; y ii) por otro, hacen que cada uno sea alguien único y por tanto diferente de los demás (Maalouf 2012, 20).
Retomando lo escrito, considero que la nación es un fenómeno de identificación y de esta manera se elabora como una forma de conciencia, que sin embargo tiene una poderosa característica. Tal peculiaridad, consiste en que esta imagen tiende a instituirse y de esta manera trata de “enraizarse” sobre la sociedad.
La identidad-nación incluye rasgos que se van instituyendo como características en común de cierto grupo. Los rasgos que se incluyen pueden ser a su vez otras identidades como un idioma (comunidad de hablantes), una religión, un territorio, etc. Estos rasgos pueden contener un contenido totalmente ficticio, queriendo decir con esto que no se corresponda con la realidad, como el de la raza; y otros menos ficticios como el idioma. Sin embargo, éste puede contener también elementos ficticios tales como la superioridad de un idioma con respecto a otro o que “x” idioma es el único hablado (o que debería hablarse) en una región concreta. La nación puede irse imponiendo como una forma de conciencia a través de la identidad, esto es, conforme las personas se van identificando con ella.
Podemos resumir que, si el factor esencial es la imagen que se forman de sí mismos los grupos humanos, esto armoniza con la idea de identidad. Llegado este punto, la nación aparecería como una cristalización ideológica con dos características: i) su contenido puede ser ficticio en diversos grados y ii) ese contenido puede construirse sobre la realidad e irse asentando sobre ella a través de la institución. Un ejemplo paradigmático de esto último sería la difusión o imposición de las “lenguas nacionales”. La institución permite dar un soporte para difundir ésta forma de conciencia.
Ahora bien, ¿En virtud de qué tienden los individuos a identificarse, impulsar y construir esta forma de conciencia? Pues bien, considero que el rasgo que más influye a la formación de estas conciencias nacionales es el desarrollo económico propio del capitalismo, junto con la formación e importancia del Estado en dicho período. Si bien estas ideas están centradas en la época que parte desde el XVIII hasta la actualidad, es claro que hay antecedentes. Para encontrar estos antecedentes, podríamos partir desde la caída del feudalismo y el establecimiento del mercantilismo.
El proceso de la revolución industrial supuso (y supone) un salto cualitativo en el desarrollo económico. El avance tecnológico, los transportes, el aumento demográfico y el aumento de la producción; son fenómenos que se interrelacionan y que han producido una intensificación de las relaciones humanas. Es decir, en la medida en que se aumenta la circulación de mercancías y de capital, se han venido acrecentando las relaciones humanas. Un ejemplo del incremento de las relaciones humanas a raíz del desarrollo económico puede ser el siguiente: “Georgia no se reveló como nación hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando la caída del régimen de servidumbre y el desarrollo de la vida económica del país, el desarrollo de las vías de comunicación y el nacimiento del capitalismo establecieron una división del trabajo entre sus distintas regiones, quebrantaron por completo el aislamiento económico de los principados y los unieron en un todo” (Stalin, 44). Este cambio, provocaría la aparición de una conciencia nacional en Georgia. Otro ejemplo aparece en el caso de Tailandia, donde el incremento de las relaciones interétnicas e intraétnicas provocaron que los grupos humanos pudieran apreciar las diferencias que en algunos casos darían lugar a movimientos separatistas (Connor 1987, 38). De hecho, se podría decir que la percepción del “otro como otro” es un factor fundamental en los proceso de identificación nacionales.
La aceleración de los procesos económicos ha contribuido no sólo a intensificar las relaciones humanas sino a modificar las relaciones existentes y por tanto a instituir nuevos sistemas de organización social. Se ha producido, en definitiva una reorganización gigantesca de la sociedad. Hay que destacar el paso del campo a la ciudad y la formación de los núcleos urbanos, la concentración y en general el incremento de la población, la formación del nuevo sistema económico a nivel interno y también a nivel externo en el mercado mundial.
A continuación trataré de ilustrar la importancia del Estado en este contexto y, posteriormente, la función que ocuparía la nación. En los comienzos del capitalismo, la prioridad era el establecimiento de una economía local (nacional), que posteriormente tenderá a ser internacionalizada. El marco en el que se construyen estas economías nacionales es el del Estado. “En los países desarrollados la <<economía nacional>>, cuyo ámbito era definido por el territorio de algún Estado o sus subdivisiones, era la unidad básica de desarrollo económico” (Hobsbawm y Ranger 2013, 274). El Estado permitirá una eficiente articulación entre la economía nacional y el mercado externo/internacional. La economía nacional tendrá un valor preponderante tanto en el proceso de formación y de desarrollo industrial en la “infancia de los Estados”, como en los períodos de crisis en los que los Estados se ven obligados a refugiarse en la economía local.
Cuando hago referencia al ámbito interno y al ámbito externo, me refiero en ambos casos tanto a nivel económico como a nivel político. De hecho, ambos ámbitos están muy interrelacionados y, realmente mi intención era diferenciarlos para vislumbrarlos. No obstante, lo correcto es apreciar cómo se conjugan para formar un todo. Podemos ver que se interrelacionan de diversas maneras. Por ejemplo, una medida interna para proteger la economía nacional frente a al mercado externo puede ser mediante el establecimiento de aranceles. Por otra parte, las luchas coloniales sirvieron como medidas externas para tratar de fortalecer la economía interna (Marx 2010, 125-9).
Centrando la cuestión, tenemos que el Estado forma el modelo de organización fundamental en el capitalismo y que el modo de producción comienza a romper vínculos anteriores y va creando nuevos. Por su parte, se va produciendo bajo este nuevo contexto una igualación de una gran masa de la población como productores. Así mismo, hay que destacar la aparición de los movimientos de masas. Todo esto planteaba nuevos problemas en la sociedad acerca de “cómo mantener o siquiera establecer la obediencia, la lealtad y la cooperación de sus súbditos” (Hobsbawm y Ranger 2013, 275).
Pues bien, parece plausible pensar que la nación como forma de conciencia es uno de los elementos superestructurales que intervienen en la reproducción del sistema de manera al menos regional o local: “Todo proceso de producción no sólo produce productos materiales, sino que también produce y reproduce sus condiciones sociales de producción, es decir, reproduce constantemente las relaciones de producción dentro de las cuales opera el proceso de producción capitalista. […] En esta reproducción de las relaciones capitalistas intervienen factores superestructurales” (Harnecker 1976, 53). La nación sería una de las respuestas ideológicas a estas nuevas condiciones de existencia. La consolidación de las economías nacionales y la formación del mercado internacional bajo el Estado requiere, entre muchas otras cosas, de esta forma de identidad. La nación haría de “contenido ideológico” para mantener la cohesión del sistema y sería una suerte de “religión cívica” (Hobsbawm y Ranger 2013, 279). “La ideología no se limita a ser solamente una instancia de la superestructura, ella se desliza también por las otras partes del edificio social, es como el cemento que asegura la cohesión del edificio. La ideología cohesiona a los individuos en sus papeles, en sus funciones y en sus relaciones sociales” (Harnecker 1976, 96).
La obediencia y la identificación con la nación, siguiendo a Connor una vez más en este aspecto, es lo que llamaríamos “nacionalismo” (Connor 1987, XIII). Además, y siguiendo con la idea de nacionalismo, creo que la idea expuesta por Gellner de que el nacionalismo busca la unidad política, económica y cultural, está acorde con lo expuesto en este trabajo (atendiendo claro está, al ámbito intraestatal): El nacionalismo es fundamentalmente un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política” y “Esa estrecha relación entre estado y cultura es la esencia del nacionalismo” (Gellner 2008, 67 y 190). Podríamos decir que el nacionalismo es una “identificación fuerte” con la nación, aunque creo que es mejor entenderlo como cuestiones simultáneas que se retroalimentan.
El contenido de la nación debe de irse formando acorde con las condiciones propias y la defensa de los intereses concretos del nuevo poder. La nación vendría a aglutinar aquello que posibilite la cohesión interna en favor de ciertos intereses político-económicos concretos, lo cual implica cierta oposición al exterior. Pero además, la nación puede adaptarse a merced de ciertas condiciones. Esos cambios pueden detectarse en el discurso político. Por ejemplo Jinnah, defensor del nacionalismo musulmán, moderó su discurso para acomodar a ciertas minorías; y así poder mantener la cohesión social (Fernández Bravo 2000, 119).
Así mismo, hace falta una “nueva tradición” que cumpla con las características necesarias para crear un nuevo ámbito común y homogéneo capaz de articular las relaciones económicas y de poder de acuerdo a la formación de estados con un carácter doble: en el ámbito interno (nacional) y en el ámbito externo (internacional). Dicho brevemente, para cohesionar el ámbito interno hace falta una identidad homogénea, pero lo suficiente heterogénea para articular la autonomía y las relaciones externas.
Se requieren símbolos universales, para poder incluir de alguna manera a todos los que formaban o formarían el nuevo Estado. El capitalismo trata de universalizar la competencia y a formar una gran masa de productores lo cual requiere que aquellos que dominan utilicen ideas universales para poder presentar un interés particular como un interés general: “Es que cada nueva clase que reemplaza a una que dominaba antes de ella está obligada, […] a presentar su interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresado de manera ideal: a dar a sus ideas la forma de la universalidad, a presentarlas como las únicas razonables, comunes a todos” (Marx 2010, 101-2). Este interés particular, es lo que Benedict Anderson también hace notar al expresar que “[n]inguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad” (Anderson 1993, 25); interés particular que puede ser tanto el de la porción dominante de la población dentro de un Estado o el interés propio de una nación frente a las demás naciones.
No obstante, también hace falta simbología capaz de diferenciar en mayor o menor medida unos Estados de otros. Esta necesidad de una tradición se refleja en casos históricos concretos. Por ejemplo, en Francia, fueron el Día de la Bastilla, Marianne y el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. En E.E. U.U, cabe destacar a la figura de los Padres Fundadores. En Alemania, donde la unidad era más difusa, se institucionalizo un folclore variado, contaban con la idea supremacía cultural y se articulaba la identidad frente a un enemigo común. Por su parte, la expansión de un idioma nacional, los himnos y las banderas; era algo que prácticamente la totalidad de los Estados tenían en común (Hobsbawm y Ranger 2013, 280-90).
Para finalizar, me gustaría extraer las consideraciones más relevantes. La nación es un reflejo de ciertas condiciones de existencia y en tanto que respuesta a ellas aparece como algo explicable a través de las mismas. Así mismo, haría de revestimiento ideológico para mantener la cohesión del sistema, permitiendo la articulación político-económica de los grupos sociales en la era del capital (cuyo sistema de organización social paradigmático es el Estado). Por otra parte, aunque el contenido pueda ser “ficticio”, he resaltado la fuerza de la institucionalización como forma en la que esta cristalización ideológica repercutiría así mismo sobre las condiciones de existencia.
Por otra parte, me gustaría plantear una cuestión: ¿Es la “nación” algo racional o algo irracional? En primer lugar, voy a matizar que me voy a referir a “racional” como “explicable” y no como “justificable moralmente”. En segundo lugar, si atendemos a su contenido concreto, que obviamente difiere según la nación de que se trate, veremos que hay rasgos que pueden parecernos totalmente irracionales, otros que hayan sido producto de la institución y quizás encontremos que se han incorporado rasgos preexistentes a este nuevo propósito. Si nos quedamos aquí, en los contenidos, difícilmente podremos decidir si es algo racional o irracional. Para entender la “nación” debemos dirigir nuestra atención a los fines que se persigue al difundir cierta concepción concreta de la nación: ¿a qué condiciones socioeconómicas responde? ¿Qué intereses económicos se busca? ¿A qué sector de la población se dirige?
Sostener que es una pura creación, que es un acto puro de fetichismo ante ciertos símbolos, no pone de relieve su racionalidad. Para que ésta se manifieste hay que atender a dos cuestiones fundamentales. La primera de ellas, sería atender a las condiciones socioeconómicas bajo las cuales se desarrolla. Esto debemos hacerlo en un plano concreto de desarrollo de cada ideario nacional, ya que las condiciones socioeconómicas no son idénticas en todas partes y atender a condiciones “abstractas” no harían más que dificultar el análisis. La segunda cuestión, sería atender al discurso político, lo cual pondría de relieve a qué sector de la población se dirige. Un análisis del mismo ayudaría a dilucidar qué intereses político-económicos se esconden detrás de cada discurso concreto.
Bibliografía
*Benedict Anderson, (1993) Comunidades Imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, trad. Eduardo L. Suárez, México: Fondo de Cultura Económica.
*Connor, Walker. (1998), Etnonacionalismo, trad. María Corniero, Madrid: Trama Editorial.
*Fernández Bravo, Álvaro, comp., (2000). La invención de la nación: lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha, Buenos Aires: Manantial.
*Gellner, Ernest (2008). Naciones y Nacionalismos, trad. Javier Setó, Madrid: Alianza Editorial.
*Harnecker, Marta. (8ª ed.) (1976), Los conceptos elementales del materialismo histórico, Madrid: Siglo XXI.
*Hobsbawm, Eric y Terence Ranger. (2013), La invención de la tradición, trad. Omar Rodríguez Estellar, Barcelona: Crítica.
*Del Val, José. (1987) “Identidad, etnia y nación”, Boletín de Antropología Americana, 27: 28.
*Maalouf, Amin. (2012). Identidades Asesina, trad. Fernando Villaverde, Madrid: Alianza Editorial.
*Marx, Karl. (2010), La ideología Alemana (I) y otros escritos filosóficos, trad. Jaime Vergara, Barcelona: Losada.
*Stalin, J. V. Obras Escogidas, Editorial: Templando el Acero.
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