Michel Clouscard fue un filósofo comunista francés pionero en analizar la formación del neocapitalismo y el neofascismo actuales, y en la crítica de las corrientes filosóficas que sustentaban entre la clase obrera las nuevas formas de consumo nacidas de lo que él denominó «el capitalismo de la seducción»: el freudomarxismo, el posmodernismo, el estructuralismo y también el anticomunismo surgido de las corrientes izquierdistas de mayo de 1968 que describió como soportes para el ascenso de la nueva burguesía liberal-libertaria. Gran desconocido en nuestro país, donde los "marxistas" estaban más preocupados en divulgar a los intelectuales antisoviéticos o al barroquismo teoricista y vacío de Althusser, Clouscard se dedicó a recuperar el marxismo como filosofía crítica de la realidad existente con propuestas superadoras del capitalismo y con argumentos comprensibles por los trabajadores. El texto que sigue a continuación resume en buena medida la trayectoria filosófica de Clouscard, fallecido el 21 de febrero de 2009.
Michel Clouscard, filósofo y simpatizante del Partido Comunista de Francia
Nacido en 1928 en Montpinier (departamento del Tarn), Michel Clouscard es el autor de una de las críticas más radicales del capitalismo, y la más consecuente de finales del siglo XX. Este filósofo próximo al Partido Comunista Francés intenta definir las bases de una sociedad sin clases, radicalmente democrática, partiendo del pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, Friedrich Engels y Karl Marx, al considerar que sus respectivos pensamientos se inscriben en una misma línea. El pensador del Tarn define a Rousseau como un precursor del socialismo democrático, fundador de la concepción moral y de las definiciones modernas de igualdad y libertad. Opuesto al neo-kantismo de Jean Paul-Sartre, Jacques Lacan, Michel Foucault, Claude Lévi-Strauss o incluso Roland Barthes (según Clouscard fundamentalmente contrarrevolucionario), Clouscard les reprochará el haber tergiversado el concepto de libertad y sentará, a partir de 1972, las bases de su crítica del nuevo rostro del capitalismo, que él calificará de liberal-libertario.
Mayo del 68: todo está permitido, pero nada es posible
Si Clouscard ya se distingue por su tesis, El Ser y el código, defendida en 1972 bajo la dirección del célebre sociólogo marxista Henri Lefebvre, es el año siguiente cuando su pensamiento se revela al público con Neo-fascismo e ideología del deseo. En este panfleto contra el «freudo-marxismo» (etiqueta en la cual mete a Gilles Deleuze o incluso a Herbert Marcuse), desarrolla un análisis –imperfecto pero revolucionario– de mayo del 68 y de sus consecuencias en la sociedad francesa.
Si el PCF –al igual que la CGT– apoyó el movimiento obrero, el principal movimiento social del siglo XX (recordémoslo), siempre despreció el mayo del 68 estudiantil, que calificada de «burgués» y al cual el PCF acusaba de amenazar la hegemonía del Partido en el seno de la “izquierda de la izquierda”. El error de Michel Clouscard fue recoger este marco analítico y ver el movimiento de mayo del 68 estudiantil como un bloque único. Sin embargo, el movimiento estaba atravesado por inspiraciones contradictorias –aunque todas estaba impregnadas del mismo hedonismo– y una parte no desdeñable de los estudiantes, influenciados por las ideas de Cornelius Castoriadis, Henri Lefebvre y Guy Debord[i] intentó hacer revivir el espíritu de la Comuna y combatir la naciente sociedad del espectáculo[ii]. Este «pecado original» de Clouscard no le impide sacar buenas conclusiones sobre las consecuencias de lo que él denomina «el 1789 de las clases medias».
Según él en efecto, mayo del 68 es ante todo la revolución de las nuevas clases medias educadas que persiguen ser dominantes en el seno de la sociedad. Allí ve el punto culminante de una era que se inició con el Plan Marshall. Al «ayudar» a los países europeos, los norteamericanos permiten al viejo continente el poder acceder sobre todo a su modelo consumista, que entra en conflicto con el capitalismo de Estado en boga en aquella época. Nace un nuevo mercado del deseo, así como una nueva clase media. Según el sociólogo, el movimiento estudiantil marca el advenimiento de esta última. Explica que, por lo tanto, se trata de una lucha que opone tres personalidades que simbolizan cada una de ellas una clase dominante diferente. Una especie de juego de rol entre el «padre severo (de Gaulle), el ‘enfant terrible’ (Cohn-Bendit), y el liberal bonachón (Pompidou)».
Para Clouscard, el mayo del 68 estudiantil es «la alianza del liberal y del libertario para liquidar al viejo, que tuvo que irse». En efecto, si el presidente de la República de la época representa a la burguesía tradicional, cuyos valores sirven de dique contra el capitalismo desenfrenado –sin por ello representar una alternativa anticapitalista–, no sucede lo mismo con los otros dos protagonistas. El antiguo Primer ministro y ex-director general del banco de negocios Rotschild anticipa el neoliberalismo, es decir el capitalismo inhumano que convierte en siervos a los hombres, al someterlos al deseo compulsivo de consumir. Pero este viraje desde un capitalismo tradicional a un capitalismo liberal se ve frenado por el conservadurismo del gaullismo, que hay que liquidar a toda costa. Allí es donde interviene «Dany el rojo», el (liberal)-libertario. La liberalización total de las costumbres que él defiende permite emancipar a los franceses de los viejos valores –a veces sofocantes, es cierto– para someterlos a la ideología del consumo de masas. Este libertarismo –que no tiene mucho que ver con el liberalismo auténtico– defiende una liberalización de la consciencia de clase en beneficio de la satisfacción del deseo. La seducción del capitalismo puede al fin alcanzar su apogeo y la ilusión consumista parece infranqueable. Mayo del 68 anuncia entonces el reparto del pastel entre los tres poderes que conforman el consenso siguiente: socialdemócrata, liberal, libertario. Al primero se le asigna la gestión administrativa, al segundo la gestión económica, y finalmente al tercero la gestión de las costumbres necesarias para el advenimiento de un mercado del deseo. La consecuencia es una esclavitud sin precedentes, en una sociedad donde todo parece estar permitido, pero donde en realidad nada es posible.
Neo-capitalismo: entre la seducción, el deseo… y represión
El resto de la obra de Clouscard sigue estando principalmente dedicada al análisis de la mutación de la sociedad de consumo –pareciéndose a veces a otro estudiante de doctorado de Henri Lefebvre, Jean Baudrillard– que se pone en marcha después de mayo del 68. Se emplea a ello notablemente en su obra cumbre, El capitalismo de la seducción–Crítica de la socialdemocracia (publicado en 1981, al principio de la era Mitterrand) así como en De la modernidad: Rousseau o Sartre (publicado en 1983 y reeditado en 2005 bajo el título Crítica del liberalismo libertario, genealogía de la contrarrevolución) y en Las metamorfosis de la lucha de clases (1996). Según el filósofo marxista, «el capitalismo ha girado hacia la izquierda en el plano político-cultural y hacia la derecha en el plano económico-social».
Esta combinación ha permitido la instalación de una «socialdemocracia libertaria» que también denomina como el «liberalismo libertario». Es un sistema en constante revolución: la vieja descripción marxista de un capitalismo en movimiento perpetuo[iii], que odia la estabilidad, se hace más que nunca de actualidad. Las «nuevas clases medias» juegan un rol fundamental en este nuevo modo de organización de la producción. Aunque no posea ni el capital, ni los medios de producción, esta parte de las masas asalariadas se encarga de la animación (vertiente cultural) y de la dirección (vertiente económica) del liberalismo libertario.
Mientras que, hasta ahora, la represión había permitido que el capitalismo funcione, es gracias a la seducción y el desarrollo de un nuevo mercado del deseo que toma impulso el capitalismo. La publicidad y la moda se vuelven esenciales. El individuo es educado para consumir desde su más tierna edad y es mantenido en la infancia, incluso a la edad adulta. Una nueva cultura de masas falsamente subversiva –Clouscard habla de «subversión subvencionada»– ve el día. Toma cuerpo principalmente a través de la música rock –«la música de la subversión y la rebelión», que ocupa el lugar del jazz, con los vaqueros, los flippers, los jukebox, las melenas y la droga. Según Clouscard, esta última representa la «esencia misma de la sociedad de consumo. Mientras que su imagen ideológica pretende lo contrario». En este contexto, la liberación sexual se convierte rápidamente en «liberalización sexual» integrada al capitalismo, lo que hace pasar a la mujer de mujer-vientre a mujer-sexo.
Esta homogeneización aparente de toda la sociedad en consumidores enmascara una lucha de clases aún muy viva. La integración por el consumo está acompañada en efecto por una diferenciación de los estilos de vida. Clouscard explica así que «este igualitarismo de la diferencia autoriza otro sistema de jerarquías. Mientras que pretende superar la jerarquía de clases, las refuerza por las jerarquías mundanas. En cada momento, un signo implica barrera y nivel. Torrente de diferencias, torrente de desprecios, torrente de esnobismos». Clouscard señala también que este sistema es «permisivo con el consumidor y represivo hacia el productor», lo cual significa que el consumo se hace en beneficio de los más favorecidos y en detrimento de los trabajadores proletarios. Estos últimos son mantenidos en efecto en el deseo constante, sin por ello poder acceder a este consumo de masas con el cual la sociedad le hace fantasear. La fórmula «todo está permitido, pero nada es posible» adquiere todo su significado. Pero según Clouscard, este «capitalismo de la seducción» sólo es transitorio y por ello ya en 1981 profetiza que «La crisis va a revelar la naturaleza profunda de este sistema: la austeridad (represión económica sobre los trabajadores, esencialmente la clase obrera) tiene como corolario no solamente el mantenimiento, sino la expansión del consumo «libertario» socialdemócrata. Es en pleno periodo de crisis que nace la ideología de la informatización de la sociedad al servicio de la convivialidad. A medida que se agrava la austeridad, aumentan la cifra de negocios de la industria del ocio, del turismo, del placer. Ambos parecen estar en razón inversa. El “goce” libertario socialdemócrata tiene como condición el productivismo, la inflación, el paro, etc.»
Luchar contra el capitalismo y resolver la lucha de clases
Clouscard fue no obstante capaz de superar el simple análisis para proponer también soluciones. Sorprendentemente para un marxista, la defensa del Estado-nación forma parte de su combate, sin por ello caer en el nacionalismo. Sobre esta cuestión, se coloca más de lado de Rousseau y de Hegel que de Marx. Al igual que el primero, cree que el Estado es el único legítimo para mantener la libertad y la igualdad de los ciudadanos. Al igual que el segundo, cree que el Estado-nación es una construcción histórica «difícilmente superable», sin por ello suponer «el fin de la historia». Finalmente, cree que el capitalismo sólo puede ser sometido por el contrato social ciudadano, que pone en relación todos los componentes de la economía. Desde la revolución de 1789, los grandes logros sólo han sido logrados por el Estado-nación. Su superación no es por lo tanto deseable. El capitalismo liberal sólo se expresa, en su forma moderna, a través de la globalización y la Unión Europea que destruyen todos los márgenes de maniobra económica. Explicaba así en una entrevista al periódico comunista L’Humanité: «El Estado ha sido la instancia superestructural[iv] de la represión capitalista. Es por ello que Marx lo denuncia. Pero hoy, con la globalización, la inversión es total. Mientras que el Estado-nación pudo ser el medio de opresión de una clase sobre otra, se convierte en el medio de resistir a la globalización. Es un juego dialéctico.» He aquí por qué Clouscard, al ver el peligro que suponía la moneda única, militó junto con el PCF contra el tratado de Maastricht y por la defensa de la soberanía nacional, único fundamento de la soberanía popular.
El sociólogo desea no obstante una reforma radical del Estado socialista y sugiere pistas en Las metamorfosis de la lucha de clases y sobre todo en Refundación progresista. Mientras que el capitalismo organiza la desregulación de la moral, el marxista reflexiona sobre una moral socialista, que no sería represiva sino responsabilizante. Para luchar contra el liberalismo libertario y su permisividad, Clouscard defiende una ética inmanente a la producción moral de las condiciones de existencia, que el bautiza ética de la praxis. Ésta, lejos de ser un nuevo moralismo, se basa en el equilibrio entre la producción y el consumo, para hacer equitativas las relaciones entre consumidores y productores.
Finalmente, a fin de resolver las contradicciones que surgen de los conflictos de clase, propone la creación de una «cámara de representantes del mundo del trabajo» donde serían debatidas las grandes opciones de la sociedad. Este «parlamento del trabajador colectivo» tendría como objetivo el permitir una autogestión democrática del conjunto de trabajadores.
Intelectual muy por delante de su tiempo, Michel Clouscard ha sido no obstante marginado en su propio campo, que prefirió a su rival Louis Althusser. Hasta el punto de dejar el monopolio de su posteridad al nacional-socialista Alain Soral, al cual sin embargo desautorizó en las columnas de L’Humanité antes de su muerte, explicando notablemente que «nunca lo designó como heredero» y añadiendo que «asociar de una manera o de otra nuestros dos nombres se asemeja a un desvío de fondos». Si Clouscard, que ignoraba (por no decir que despreciaba) completamente las problemáticas ecológicas o los combates llamados «minoritarios» (feminismo, anti-racismo, etc.) no está exento de críticas, su aportación sigue siendo esencial. Fue en efecto el primero en comprender lo que –dos décadas después de él– Luc Boltanski y Eve Chiapello denominaron «el nuevo espíritu del capitalismo»[v]. Al percibir en el auge del liberal-libertarismo el advenimiento de una clase media educada y urbana sometidas a sus propios deseos y a su libido, el filósofo anticipó la literatura de Houellebecq[vi]. Recordaremos de él que supo comprender que la liberalización de las costumbres defendida por la pequeña burguesía, sin cuestionar el capitalismo, conduce hacia la falsa libertad de consumir defendida por la gran burguesía.
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Notas:
[i] El excelente panfleto redactado en 1966 por el situacionista Mustapha Khayati junto con Guy Debord, titulado Sobre la miseria en el medio estudiantil considerada bajo sus aspectos económicos, políticos, psicológicos, sexuales y notablemente intelectuales y sobre algunos medios para remediarlo, que provocó el «escándalo de Estrasburgo», es indudablemente una de las inspiraciones de la revuelta estudiantil. La publicación en 1967 de la obra cumbre de Guy Debord, La sociedad del espectáculo, también jugó un papel destacado.
[ii] Guy Debord define el espectáculo como «el capital en tal grado de acumulación que se convierte en imagen», así como el «la realización sin freno de las voluntades de la razón mercantil». Ver Guy Debord, La Sociedad del espectáculo, Buchet-Chastel, 1967 ; Champ libre, 1971 ; Gallimard, 1992 y Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, editorial Gérard Lebovici, 1988 ; Gallimard, 1992.
[iii] «Esta agitación y esta inseguridad perpetuas distinguen a la época burguesa con respecto a todas las anteriores» escriben Carlos Marx y Federico Engels en El Manifiesto Comunista (1848).
[iv] En la teoría marxista, la superestructura designa las producciones no materiales de la sociedad –es decir el conjunto de ideas e instituciones– y la infraestructura representa las producciones materiales –es decir en relación a la economía. En regla general, los marxistas consideran que la superestructura deriva enteramente de la infraestructura.
[v] Ver la obra de Luc Boltanski y Ève Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, Gallimard, « NRF essais », 1999
[vi] En Ampliación del campo de batalla, notablemente, el narrador explica que «el liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su ampliación a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad. Igualmente, el liberalismos sexual es la ampliación al campo de batalla, su ampliación a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad». Ver Michel Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, Editorial Maurice Nadeau, 1994. Ver también el excelente libro Houellebecq economista, Flammarion, 2014, del añorado Bernard Maris
Michel Clouscard, filósofo y simpatizante del Partido Comunista de Francia
Nacido en 1928 en Montpinier (departamento del Tarn), Michel Clouscard es el autor de una de las críticas más radicales del capitalismo, y la más consecuente de finales del siglo XX. Este filósofo próximo al Partido Comunista Francés intenta definir las bases de una sociedad sin clases, radicalmente democrática, partiendo del pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, Friedrich Engels y Karl Marx, al considerar que sus respectivos pensamientos se inscriben en una misma línea. El pensador del Tarn define a Rousseau como un precursor del socialismo democrático, fundador de la concepción moral y de las definiciones modernas de igualdad y libertad. Opuesto al neo-kantismo de Jean Paul-Sartre, Jacques Lacan, Michel Foucault, Claude Lévi-Strauss o incluso Roland Barthes (según Clouscard fundamentalmente contrarrevolucionario), Clouscard les reprochará el haber tergiversado el concepto de libertad y sentará, a partir de 1972, las bases de su crítica del nuevo rostro del capitalismo, que él calificará de liberal-libertario.
Mayo del 68: todo está permitido, pero nada es posible
Si Clouscard ya se distingue por su tesis, El Ser y el código, defendida en 1972 bajo la dirección del célebre sociólogo marxista Henri Lefebvre, es el año siguiente cuando su pensamiento se revela al público con Neo-fascismo e ideología del deseo. En este panfleto contra el «freudo-marxismo» (etiqueta en la cual mete a Gilles Deleuze o incluso a Herbert Marcuse), desarrolla un análisis –imperfecto pero revolucionario– de mayo del 68 y de sus consecuencias en la sociedad francesa.
Si el PCF –al igual que la CGT– apoyó el movimiento obrero, el principal movimiento social del siglo XX (recordémoslo), siempre despreció el mayo del 68 estudiantil, que calificada de «burgués» y al cual el PCF acusaba de amenazar la hegemonía del Partido en el seno de la “izquierda de la izquierda”. El error de Michel Clouscard fue recoger este marco analítico y ver el movimiento de mayo del 68 estudiantil como un bloque único. Sin embargo, el movimiento estaba atravesado por inspiraciones contradictorias –aunque todas estaba impregnadas del mismo hedonismo– y una parte no desdeñable de los estudiantes, influenciados por las ideas de Cornelius Castoriadis, Henri Lefebvre y Guy Debord[i] intentó hacer revivir el espíritu de la Comuna y combatir la naciente sociedad del espectáculo[ii]. Este «pecado original» de Clouscard no le impide sacar buenas conclusiones sobre las consecuencias de lo que él denomina «el 1789 de las clases medias».
Según él en efecto, mayo del 68 es ante todo la revolución de las nuevas clases medias educadas que persiguen ser dominantes en el seno de la sociedad. Allí ve el punto culminante de una era que se inició con el Plan Marshall. Al «ayudar» a los países europeos, los norteamericanos permiten al viejo continente el poder acceder sobre todo a su modelo consumista, que entra en conflicto con el capitalismo de Estado en boga en aquella época. Nace un nuevo mercado del deseo, así como una nueva clase media. Según el sociólogo, el movimiento estudiantil marca el advenimiento de esta última. Explica que, por lo tanto, se trata de una lucha que opone tres personalidades que simbolizan cada una de ellas una clase dominante diferente. Una especie de juego de rol entre el «padre severo (de Gaulle), el ‘enfant terrible’ (Cohn-Bendit), y el liberal bonachón (Pompidou)».
Para Clouscard, el mayo del 68 estudiantil es «la alianza del liberal y del libertario para liquidar al viejo, que tuvo que irse». En efecto, si el presidente de la República de la época representa a la burguesía tradicional, cuyos valores sirven de dique contra el capitalismo desenfrenado –sin por ello representar una alternativa anticapitalista–, no sucede lo mismo con los otros dos protagonistas. El antiguo Primer ministro y ex-director general del banco de negocios Rotschild anticipa el neoliberalismo, es decir el capitalismo inhumano que convierte en siervos a los hombres, al someterlos al deseo compulsivo de consumir. Pero este viraje desde un capitalismo tradicional a un capitalismo liberal se ve frenado por el conservadurismo del gaullismo, que hay que liquidar a toda costa. Allí es donde interviene «Dany el rojo», el (liberal)-libertario. La liberalización total de las costumbres que él defiende permite emancipar a los franceses de los viejos valores –a veces sofocantes, es cierto– para someterlos a la ideología del consumo de masas. Este libertarismo –que no tiene mucho que ver con el liberalismo auténtico– defiende una liberalización de la consciencia de clase en beneficio de la satisfacción del deseo. La seducción del capitalismo puede al fin alcanzar su apogeo y la ilusión consumista parece infranqueable. Mayo del 68 anuncia entonces el reparto del pastel entre los tres poderes que conforman el consenso siguiente: socialdemócrata, liberal, libertario. Al primero se le asigna la gestión administrativa, al segundo la gestión económica, y finalmente al tercero la gestión de las costumbres necesarias para el advenimiento de un mercado del deseo. La consecuencia es una esclavitud sin precedentes, en una sociedad donde todo parece estar permitido, pero donde en realidad nada es posible.
Neo-capitalismo: entre la seducción, el deseo… y represión
El resto de la obra de Clouscard sigue estando principalmente dedicada al análisis de la mutación de la sociedad de consumo –pareciéndose a veces a otro estudiante de doctorado de Henri Lefebvre, Jean Baudrillard– que se pone en marcha después de mayo del 68. Se emplea a ello notablemente en su obra cumbre, El capitalismo de la seducción–Crítica de la socialdemocracia (publicado en 1981, al principio de la era Mitterrand) así como en De la modernidad: Rousseau o Sartre (publicado en 1983 y reeditado en 2005 bajo el título Crítica del liberalismo libertario, genealogía de la contrarrevolución) y en Las metamorfosis de la lucha de clases (1996). Según el filósofo marxista, «el capitalismo ha girado hacia la izquierda en el plano político-cultural y hacia la derecha en el plano económico-social».
Esta combinación ha permitido la instalación de una «socialdemocracia libertaria» que también denomina como el «liberalismo libertario». Es un sistema en constante revolución: la vieja descripción marxista de un capitalismo en movimiento perpetuo[iii], que odia la estabilidad, se hace más que nunca de actualidad. Las «nuevas clases medias» juegan un rol fundamental en este nuevo modo de organización de la producción. Aunque no posea ni el capital, ni los medios de producción, esta parte de las masas asalariadas se encarga de la animación (vertiente cultural) y de la dirección (vertiente económica) del liberalismo libertario.
Mientras que, hasta ahora, la represión había permitido que el capitalismo funcione, es gracias a la seducción y el desarrollo de un nuevo mercado del deseo que toma impulso el capitalismo. La publicidad y la moda se vuelven esenciales. El individuo es educado para consumir desde su más tierna edad y es mantenido en la infancia, incluso a la edad adulta. Una nueva cultura de masas falsamente subversiva –Clouscard habla de «subversión subvencionada»– ve el día. Toma cuerpo principalmente a través de la música rock –«la música de la subversión y la rebelión», que ocupa el lugar del jazz, con los vaqueros, los flippers, los jukebox, las melenas y la droga. Según Clouscard, esta última representa la «esencia misma de la sociedad de consumo. Mientras que su imagen ideológica pretende lo contrario». En este contexto, la liberación sexual se convierte rápidamente en «liberalización sexual» integrada al capitalismo, lo que hace pasar a la mujer de mujer-vientre a mujer-sexo.
Esta homogeneización aparente de toda la sociedad en consumidores enmascara una lucha de clases aún muy viva. La integración por el consumo está acompañada en efecto por una diferenciación de los estilos de vida. Clouscard explica así que «este igualitarismo de la diferencia autoriza otro sistema de jerarquías. Mientras que pretende superar la jerarquía de clases, las refuerza por las jerarquías mundanas. En cada momento, un signo implica barrera y nivel. Torrente de diferencias, torrente de desprecios, torrente de esnobismos». Clouscard señala también que este sistema es «permisivo con el consumidor y represivo hacia el productor», lo cual significa que el consumo se hace en beneficio de los más favorecidos y en detrimento de los trabajadores proletarios. Estos últimos son mantenidos en efecto en el deseo constante, sin por ello poder acceder a este consumo de masas con el cual la sociedad le hace fantasear. La fórmula «todo está permitido, pero nada es posible» adquiere todo su significado. Pero según Clouscard, este «capitalismo de la seducción» sólo es transitorio y por ello ya en 1981 profetiza que «La crisis va a revelar la naturaleza profunda de este sistema: la austeridad (represión económica sobre los trabajadores, esencialmente la clase obrera) tiene como corolario no solamente el mantenimiento, sino la expansión del consumo «libertario» socialdemócrata. Es en pleno periodo de crisis que nace la ideología de la informatización de la sociedad al servicio de la convivialidad. A medida que se agrava la austeridad, aumentan la cifra de negocios de la industria del ocio, del turismo, del placer. Ambos parecen estar en razón inversa. El “goce” libertario socialdemócrata tiene como condición el productivismo, la inflación, el paro, etc.»
Luchar contra el capitalismo y resolver la lucha de clases
Clouscard fue no obstante capaz de superar el simple análisis para proponer también soluciones. Sorprendentemente para un marxista, la defensa del Estado-nación forma parte de su combate, sin por ello caer en el nacionalismo. Sobre esta cuestión, se coloca más de lado de Rousseau y de Hegel que de Marx. Al igual que el primero, cree que el Estado es el único legítimo para mantener la libertad y la igualdad de los ciudadanos. Al igual que el segundo, cree que el Estado-nación es una construcción histórica «difícilmente superable», sin por ello suponer «el fin de la historia». Finalmente, cree que el capitalismo sólo puede ser sometido por el contrato social ciudadano, que pone en relación todos los componentes de la economía. Desde la revolución de 1789, los grandes logros sólo han sido logrados por el Estado-nación. Su superación no es por lo tanto deseable. El capitalismo liberal sólo se expresa, en su forma moderna, a través de la globalización y la Unión Europea que destruyen todos los márgenes de maniobra económica. Explicaba así en una entrevista al periódico comunista L’Humanité: «El Estado ha sido la instancia superestructural[iv] de la represión capitalista. Es por ello que Marx lo denuncia. Pero hoy, con la globalización, la inversión es total. Mientras que el Estado-nación pudo ser el medio de opresión de una clase sobre otra, se convierte en el medio de resistir a la globalización. Es un juego dialéctico.» He aquí por qué Clouscard, al ver el peligro que suponía la moneda única, militó junto con el PCF contra el tratado de Maastricht y por la defensa de la soberanía nacional, único fundamento de la soberanía popular.
El sociólogo desea no obstante una reforma radical del Estado socialista y sugiere pistas en Las metamorfosis de la lucha de clases y sobre todo en Refundación progresista. Mientras que el capitalismo organiza la desregulación de la moral, el marxista reflexiona sobre una moral socialista, que no sería represiva sino responsabilizante. Para luchar contra el liberalismo libertario y su permisividad, Clouscard defiende una ética inmanente a la producción moral de las condiciones de existencia, que el bautiza ética de la praxis. Ésta, lejos de ser un nuevo moralismo, se basa en el equilibrio entre la producción y el consumo, para hacer equitativas las relaciones entre consumidores y productores.
Finalmente, a fin de resolver las contradicciones que surgen de los conflictos de clase, propone la creación de una «cámara de representantes del mundo del trabajo» donde serían debatidas las grandes opciones de la sociedad. Este «parlamento del trabajador colectivo» tendría como objetivo el permitir una autogestión democrática del conjunto de trabajadores.
Intelectual muy por delante de su tiempo, Michel Clouscard ha sido no obstante marginado en su propio campo, que prefirió a su rival Louis Althusser. Hasta el punto de dejar el monopolio de su posteridad al nacional-socialista Alain Soral, al cual sin embargo desautorizó en las columnas de L’Humanité antes de su muerte, explicando notablemente que «nunca lo designó como heredero» y añadiendo que «asociar de una manera o de otra nuestros dos nombres se asemeja a un desvío de fondos». Si Clouscard, que ignoraba (por no decir que despreciaba) completamente las problemáticas ecológicas o los combates llamados «minoritarios» (feminismo, anti-racismo, etc.) no está exento de críticas, su aportación sigue siendo esencial. Fue en efecto el primero en comprender lo que –dos décadas después de él– Luc Boltanski y Eve Chiapello denominaron «el nuevo espíritu del capitalismo»[v]. Al percibir en el auge del liberal-libertarismo el advenimiento de una clase media educada y urbana sometidas a sus propios deseos y a su libido, el filósofo anticipó la literatura de Houellebecq[vi]. Recordaremos de él que supo comprender que la liberalización de las costumbres defendida por la pequeña burguesía, sin cuestionar el capitalismo, conduce hacia la falsa libertad de consumir defendida por la gran burguesía.
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Notas:
[i] El excelente panfleto redactado en 1966 por el situacionista Mustapha Khayati junto con Guy Debord, titulado Sobre la miseria en el medio estudiantil considerada bajo sus aspectos económicos, políticos, psicológicos, sexuales y notablemente intelectuales y sobre algunos medios para remediarlo, que provocó el «escándalo de Estrasburgo», es indudablemente una de las inspiraciones de la revuelta estudiantil. La publicación en 1967 de la obra cumbre de Guy Debord, La sociedad del espectáculo, también jugó un papel destacado.
[ii] Guy Debord define el espectáculo como «el capital en tal grado de acumulación que se convierte en imagen», así como el «la realización sin freno de las voluntades de la razón mercantil». Ver Guy Debord, La Sociedad del espectáculo, Buchet-Chastel, 1967 ; Champ libre, 1971 ; Gallimard, 1992 y Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, editorial Gérard Lebovici, 1988 ; Gallimard, 1992.
[iii] «Esta agitación y esta inseguridad perpetuas distinguen a la época burguesa con respecto a todas las anteriores» escriben Carlos Marx y Federico Engels en El Manifiesto Comunista (1848).
[iv] En la teoría marxista, la superestructura designa las producciones no materiales de la sociedad –es decir el conjunto de ideas e instituciones– y la infraestructura representa las producciones materiales –es decir en relación a la economía. En regla general, los marxistas consideran que la superestructura deriva enteramente de la infraestructura.
[v] Ver la obra de Luc Boltanski y Ève Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, Gallimard, « NRF essais », 1999
[vi] En Ampliación del campo de batalla, notablemente, el narrador explica que «el liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su ampliación a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad. Igualmente, el liberalismos sexual es la ampliación al campo de batalla, su ampliación a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad». Ver Michel Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, Editorial Maurice Nadeau, 1994. Ver también el excelente libro Houellebecq economista, Flammarion, 2014, del añorado Bernard Maris