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    El estado y la libertad (Felix Rodrigo Mora)

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    Mensaje por nunca Dom Jun 17, 2012 5:03 pm

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    Mensaje por nunca Dom Jun 17, 2012 5:08 pm

    Aquí dejo otro sobre el naturalismo, el ecologismo y el estado:

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    Mensaje por Durruti_36 Lun Jun 25, 2012 10:21 pm


    De Felix se puede aprender algunas cosas buenas pero no es anarquista.
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    Mensaje por AliveRC Sáb Ago 11, 2012 12:38 am

    No es anarquista, es un idiota que suelta muchas perlas. Aquí una reciente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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    Mensaje por AliveRC Sáb Ago 11, 2012 12:42 am

    Además es un idiota peligroso parecido a los de New Age: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    En efecto, el ayuno de siete días requiere supervisión médica pero el de tres días se puede hacer de manera habitual, sin tomar tales precauciones caso de que la persona que se decida a hacerlo tenga una salud normal.

    La revolución integral requiere del ascetismo, del rigor, de la autoexigencia, del esfuerzo, del saber decir no a lo que nos disminuye, apoltrona, debilita y envilece. Por eso estar siete días diciendo no a los alimentos es un ejercicio tan magnífico como revolucionario.

    Y luego dice en los comentarios que con el ayuno se puede solucionar la esclerosis múltiple. Un idiota peligroso.
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    Mensaje por Durruti_36 Vie Ago 17, 2012 5:02 pm

    Aparte de los ayunos y la nueva cuerda new-age que está tomando, sus pensamientos sobre racismo, sexismo o religión distan mucho de ser anarquistas. Pero nada, que vamos a hacer, todavía se le da cancha desde ciertos sindicatos de ciertas provincias (aunque en la mayoría no se come un rosco), ¿quiza por ser anti-estatista? pufff, si hasta los libertarianos capitalistas lo son Neutral.

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    Mensaje por nunca Miér Mayo 06, 2015 7:47 pm

    Atención al minuto 54, dice que el estado del bienestar lo crearon los nazis. Y en el minuto 1:05 dice que el modelo de IU es China y Corea del Norte.

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    Mensaje por nunca Sáb Sep 12, 2015 7:52 pm

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    Mensaje por nunca Mar Sep 15, 2015 6:28 pm

    nunca escribió:[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    Mejor lo cuelgo resumido.
    OS INVITO A LEER “PRECISIONES SOBRE EL FUERO DE MADRID DE 1202”


    Con ese título he colgado en mi página un trabajo de mediana extensión, que analiza tan notable documento medieval, elaborado por el concejo de Madrid ese año, esto es, por la red de asambleas soberanas de la villa (de unos 3.000 habitantes) y de las aldeas de la Tierra, en torno a un centenar.

    Este asunto permite comprender el funcionamiento del concejo de Madrid en tanto que sistema complejo y multiforme de juntas populares, con el que se autogobernaban unas 20.000 personas, agrupadas en unas 110 asambleas de base. Había además 16 distritos electorales (entonces llamados colaciones), enviando cada uno sus portavoces (que no representantes al estar obligados por el mandato imperativo) al organismo unificador de toda la estructura participativa y de autogobierno popular.

    El texto estudia también la asistencia de la villa y Tierra de Madrid en las cortes de Castilla, cuando éstas eran una reunión de portavoces de más de cien entidades similares.

    Asimismo, trata sobre las legendarias milicias concejiles y acerca de la participación plena de las mujeres en las asambleas políticas, al mismo tiempo legislativas, judiciales, gubernativas, convivenciales y de dirección de la vida económica.

    Todo ello organizaba el gobierno del pueblo por el pueblo, haciendo real la soberanía popular. Los inmensos bienes comunales plasmaban además, según se ha expuesto, la democracia económica, al ser regidos desde el régimen de asambleas, desde el concejo.

    El trabajo analiza también el proceso de aniquilación del régimen del concejo abierto en la villa de Madrid, que culmina en 1346 con la imposición del concejo cerrado por el rey Alfonso XI, al establecer éste una junta de regidores de 12 miembros designados por él como ayuntamiento. Así pues, durante 261 años, desde 1085 (cuando Madrid se libera del colonialismo islámico) al año citado, esa comunidad humana se gobernó asambleariamente. Hay que añadir que en las aldeas de la Tierra el concejo abierto continuó activo, en alguna hasta el presente, o casi.

    El caso de Madrid es, en lo esencial, idéntico al de cualquier villa o ciudad de Galicia, León, Navarra, Aragón o Cataluña en esos tiempos, pues en todos los territorios, sin negar sus diferencias culturales, históricas y lingüísticas, existió el mismo régimen político, económico y social, al que cabe denominar como asambleario, consuetudinario y comunal con monarquía. El origen de todo ello fue la revolución civilizatoria e integral de la Alta Edad Media, siglos VII al X.

    El sistema medieval (o más exactamente de la Edad Media alta y central) puede proporcionarnos inspiración al considerar de manera transformadora muchos problemas cardinales de nuestro tiempo, por ejemplo, cómo organizar eficazmente un territorio extenso con decenas de miles de personas por medio de una red de asambleas soberanas. Y cómo poner fin al capitalismo estableciendo en su lugar una economía colectivista asambleariamente ordenada. Considerando que la denomina “democracia representativa”, o régimen parlamentario hoy en vigor, es una estafa, por ser realmente una dictadura económica y política de unas élites super-poderosas, las prácticas asamblearias del pasado están en condiciones de enseñarnos muchísimo. Por eso es necesario unir tradición y revolución, para que ésta última sea fecundada por las experiencias y la sabiduría de nuestros ancestros.

    Un abrazo, amigas y amigos.

    Artículo completo :WEB La vida como esfuerzo y servicio desinteresados

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    Mensaje por nunca Lun Ene 04, 2016 2:17 pm


    ENGAÑO, FRAUDE Y ECOCIDIO EN LA CUMBRE DEL CLIMA DE PARÍS (y II)




    Hay que fomentar el bosque autóctono. Hay que, en la península Ibérica y Canarias, retirar 10 millones de has de la agricultura (aproximadamente la mitad de las hoy en laboreo), para su reforestación con especies autóctonas. Esto equivale a plantar al menos unos 2.000 millones de árboles[1] y una cantidad al menos 5 veces superior de arbustos de sotobosque, también autóctonos, lo que regularía funcionalmente el clima, enfriaría la superficie, originaría un flujo de la biodiversidad y activaría el ciclo del agua, haciendo retroceder al proceso de desertificación en curso, que ya afecta a los 4/5 partes del territorio. Esa reforestación a gran escala no es compatible con la proliferación de los aerogeneradores, tan agresivos contra la cubierta vegetal. Las eólicas, por tanto, no pueden ser más que un remedio secundario y subordinado, aunque útil en ciertos casos, siempre a pequeña o mediana escala.

    Para realizar esa tan gigantesca como imprescindible mutación hay que ir sustituyendo nuestra alimentación actual, basada en productos de la agricultura, por otra en la que las plantas silvestres y los frutos de especies no cultivadas tengan un peso significativo, hasta llegar a ser al menos un tercio del total ingerido. Al mismo tiempo, conviene ir supliendo las medicinas químicas y tecnológicas por los remedios a base de elementos vegetales[2]. Tenemos que retroceder parcialmente a la fase de recolectores, aprendiendo a comer[3] y a curarnos con lo que la naturaleza nos da sin cultivar, graciosa y generosamente. Hemos, así pues, de afirmar nuestra condición de seres de la naturaleza para reducir nuestro vigente estatuto, tan artificial como peligroso, de entes de la política, la tecnología y la economía. Para que el bosque sea dominante hemos de aprender a vivir del bosque.

    Las ciudades convierten las zonas rurales en suministradores de alimentos, materias primas, agua, energía y mano de obra (a través del ominoso sistema de la emigración). Con ello devastan el medio natural[4], sustituyen el monte autóctono por las tierras de cultivo, en proceso continuado de erosión y aridificación, y por las plantaciones forestales de especies de crecimiento rápido, esas parodias de florestas. La ciudad consume el bosque pero no lo produce, en lo que se diferencia cualitativamente de la aldea, que ésta compelida a mantener las condiciones edafoclimáticas locales para preservar sus modos de existencia.

    Ciudad quiere decir Estado. Las megalópolis crecen, en número y población, con el ascenso del Estado. A medida que se expande el aparato militar, policial, judicial, funcionarial, educativo, fiscal, etc., aumenta la naturaleza urbana de una sociedad. También, con la acumulación del capital, financiero, industrial y comercial, pues éste asimismo sitúa su espacio de asentamiento y organización en la ciudad. El desarrollo de las megalópolis mide hoy el ascenso del ente estatal y la concentración del capital.

    Si el par Estado-capital crea ciudades, éstas originan agricultura y ganadería industrial, maquinizada y quimizada, incompatibles con la existencia de masas boscosas mínimamente suficientes. Así las cosas, la crisis climática es inevitable, en las condiciones actuales afectando a todo el planeta y no sólo a una porción, como sucedió en diversas ocasiones en el pasado, según se ha expuesto. Así pues, por la propia naturaleza de los hechos, la recuperación del clima, y con él de los fundamentos de la vida vegetal y animal tal como se ha dado desde hace milenios, demanda la conquista de la democracia, esto es, de un orden político sin aparato de Estado, autogobernado y libre. Requiere, por tanto, la revolución.

    El ecologismo ofrece como pretendidos remedios ampliar las causas del mal. Su obsesión es incrementar las inversiones “verdes”, políticas, administrativas y económicas, lo que equivale a ampliar el número de organismos, la cantidad de funcionarios y la cifra de las empresas capitalistas. Esto lleva a concentrar todavía más la población y la actividad en las ciudades. Al considerar “insuficientes” los 100.000 millones de dólares prometidos está pidiendo más dinero para sí mismo, para engordar en tanto que ecofuncionariado venal, arribista y parasitario, dedicado a hacer aceptables entre las masas las pseudo-explicaciones con que el sistema de poder vela la realidad del desorden climático y evita la insurgencia popular por causas medioambientales. Tras más de medio siglo ofreciendo soluciones falsas en unos casos o e insignificantes o banales -cuando no frívolas- en otros, dirigidas a ampliar todavía más el aparato estatal, nos encontramos con que la situación del medio natural es peor que nunca, y con que el ecologismo, en esta coyuntura crítica e incluso dramática, se obstina en ofrecer como remedio al mal lo que llana y lisamente es el reforzamiento de sus causas.

    El reto está lanzado: no es solución la simple reducción de los gases de efecto invernadero, hay que poner fin a las ciudades autodistribuyendo equilibradamente la población por todo el territorio, hay que liquidar la agricultura industrial, dirigida por el Estado y la UE, y reducir al mínimo cualquier tipo de agricultura. Hay que forestar, forestar y forestar. Hay que alimentarse y curarse, en una cierta proporción, desde la flora silvestre. Hay que eliminar en lo ideológico al fundamento del Estado, la voluntad de poder, y de la gran empresa capitalista, la codicia, el culto por el dinero y por lo material.

    La gravedad, imposible ya de ocultar, de la crisis del clima muestra que la formación social actual está llegando a sus últimos momentos. Ya no puede avanzar mucho más porque choca con la resistencia del medio natural para adaptarse a su maldad y locura congénitas. El clima del planeta tierra es obra de los seres vivos que la habitan, por tanto, cuando la agresión contra aquéllos supera un nivel dado se origina un caos climático incontrolable, el actual en su desarrollo último. Las decisiones adoptadas en París en el mejor de los casos pueden hacer más lento el calentamiento global y las demás consecuencias de la naturaleza irracional y antinatural del actual orden mundial pero no extinguen sus causas (concausas) fundamentales[5].

    Hay que enfatizar que el clima es obra sobre todo de los seres vivos (vegetales) y no de los gases de efecto invernadero, por tanto, sólo promoviendo aquéllos, en particular a los que habitan en los bosques -en primer lugar a los árboles- es posible revertir el actual estado de cosas y volver a una situación positiva. Olvidar a las criaturas vivas dadoras de vida para pensar exclusiva o principalmente en realidades inanimadas, en gases, es otra expresión del antagonismo existente hoy entre el statu quo, tecnificado-cientifista, y lo viviente.

    El modelo actual de orden social, malsanamente estatizado, urbanizado y capitalizado, no tiene futuro, como ha probado el desorden climático manifestado en 2015. Ya no hay progreso posible con él, salvo hacia escenarios y situaciones cuya consideración produce intenso temor. No sirven ahora las soluciones fáciles y los paños calientes ofrecidos por los santones del ecologismo subvencionado, legicentrista, policiaco e institucional[6]. Ahora lo que está puesto sobre la mesa es la elección entre un cambio integralmente revolucionario o una explosión de nocividades que no logramos comprender del todo, ni en su esencia ni en sus efectos, tan inquietantes.

    Considerando con realismo que las fuerzas mundiales de la revolución integral no alcanzan, ni mucho menos, para poner fin al actual régimen planetario de dominación, explotación y ecocidio, estamos obligados a contemplar el futuro inmediato con preocupación, aunque al mismo tiempo con la esperanza de que lo extremado de la situación lleve a millones de personas a despertar intelectual y emotivamente, a comprometerse y a intervenir de manera revolucionaria. Lo que está en juego es la continuidad de la vida en el planeta tierra, no sólo de la humana sino de toda ella.
    Fin




    [1]En verdad la cantidad a plantar es mucho mayor pues el índice de marras, de plántulas que perecen antes de los 5 años, suele ser del 80%, lo que demanda insistir una y otra vez. Considerando lo muy dañados que están los suelo y las disfunciones climáticas tan colosales que padecemos (sobre todo el tremendo calor de los veranos y la cada dia más larga sequía estival), para alcanzar los 2.000 millones de árboles maduros hay que poner unos 10.000 millones, al menos. Es una tarea que exige un tiempo bastante largo, probablemente entre 50 y 100 años. Por el momento no se está haciendo prácticamente nada desde las instituciones y la empresa privada, si se dejan de lado los funestos cultivos forestales de coníferas y eucaliptos. Únicamente algunos grupos y personas, casi siempre por su cuenta y a su costa, persisten en esta decisiva batalla por la continuidad de la vida. Las instituciones otorgan cantidades notables de dinero para todo tipo de asuntos perniciosos y destructivos pero no tienen fondos para arbolar. Ni el 1% de lo que realmente se embolsan los partidos políticos de derecha e izquierda destina el Estado a esta tarea…

    [2] Otro asunto es reducir al mínimo el despilfarro de los alimentos. Hoy se arroja a la basura entre el 30%-50% de los adquiridos, cuando lo correcto debería ser el 2%. En “Despilfarro. El escándalo global de la comida”, Tristram Stuart. Si esto se corrigiera se podrían dedicar, en nuestro caso, hasta 6 millones de has agrícolas a forestación, únicamente a partir de tal cuestión. El obstáculo estructural está en el régimen capitalista de comercialización, que promueve el despilfarro para incrementar sus beneficios, lo que ha creado una mentalidad de descuido y derroche en las masas, hoy casi universal. La solución no puede ser exclusivamente de tipo moral y medioambiental sino que hay que operar sobre su componente básico, situado en la estructura misma del sistema económico capitalista. Por lo demás, el libro citado admite que este despilfarro, al ampliar la superficie cultivada, “trastoca el clima” (esto contradice el argumentario de la Cumbre parisina, unilateralmente gasista), altera “el ciclo hidrológico” y “agosta el suelo agrícola”, incrementando la “presión sobre los ecosistemas”. Respecto al progresivo empeoramiento de los terrenos agrícolas advierte que su productividad “puede disminuir hasta un 25 por ciento en este siglo”. Considerando esos y otros hechos coincidentes, Paul Roberts ha escrito un libro cuyo título dice bastante acerca de lo que cabe esperar si no hay un cambio revolucionario, “El hambre que viene”. Quienes siguen poseídos por el infantil optimismo propio del credo progresista burgués deberían adecuar sus percepciones a la realidad, no para entregarse al pesimismo sino para ponerse en pie y pasar a la acción transformadora. Sea como fuere: basta de narcóticos espirituales. Otro motivo de despilfarro, aciago también medioambientalmente, son los excesos en la alimentación, que lleva a un consumo por persona de unas 3.300 calorías diarias cuando basta con 2.500. Domeñar la gula permitiría excluir de la agricultura quizá un 20% del terreno cultivado, ganándolo para el bosque. Para eso hace falta sustituir las metas y fines materiales de la vida humana por otros de tipo inmaterial, convivencial y espiritual, y esto requiere una revolución integral que asigne otros fines, otro sentido y otro significado a la existencia.

    [3] Al respecto, se debe estudiar la obra de César Lema Costas, en especial el libro “Manual de cocina bellotera para la era Post Petrolera”.

    [4] La condición ambientalmente no sostenible de las sociedades sustentadas en ciudades (esto es, en Estados poderosos que se organizan en las ciudades) es expuesta, para diversas culturas, por Jared Diamond en “Colapso”. Si se llega a producir el colapso por motivos medioambientales de nuestra formación social, muy estatizada y por tanto urbanizada desmesuradamente, sería uno más de los que se han dado en el transcurso de la historia humana por ese motivo. El mal añadido es que ahora estamos ante un orden planetario y no ante casos que únicamente afectaron a un área o territorio parcial, con lo que el desorden y sus tremendos efectos son globales.
    [5] El adversario principal de lo acordado en París fue Arabia Saudí, calificada por ello de “Fossil Colosal”, al haberse erigido en principal defensor de los combustibles fósiles. Cuenta John Perlin en “Historia de los bosques” la enorme devastación medioambiental que la expansión imperialista del islam a partir de la segunda mitad del siglo VII ocasionó en las orillas del Mediterráneo, sobre todo por construir flotas de guerra con las que efectuar su política de violencia y agresión, de conquista y activo comercio de esclavos y, sobre todo, de esclavas. Eso afectó no sólo a la orilla sur de ese mar sino a la norte, donde en particular Sicilia, Cerdeña y la península Ibérica quedaron gravemente desarboladas. Pero Perlin no describe, ni mucho menos, todo lo que sucedió. Al ser las sociedades islámicas superlativamente estatizadas, al carecer de libertad para el pueblo, se organizan rígidamente desde las ciudades, lo que ocasiona una degradación medioambiental enorme. Para mantener megalópolis tan aberrantes como Córdoba, con más de medio millón de habitantes en los tiempos del califato (siglo X), el régimen andalusí desertificó la mitad sur de la península (Andalucía sobre todo), dañando los encinares, promoviendo el monocultivo del olivo, etc., situación que se revertió tras su liberación por los pueblos del norte en los siglos XI-XIII. Algo similar hizo en África, lo que explica la progresión del desierto del Sahara desde hace siglos. La aspiración a constituir un Estado islámico poderoso lleva a prácticas ecocidas múltiples. Así pues, la reprobable actuación de Arabia Saudí en la Cumbre del Clima de París es expresión de lo habitual en este tipo de formaciones sociales.

    [6] Mi posición sobre el llamado “movimiento ecologista”, hoy reducido a un peculiar cuerpo de neofuncionarios notablemente desprestigiados, está expuesta en “Los límites del ecologismo”, contenido en “¿Revolución integral o decrecimiento? Controversia con Serge Latouche”.

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