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    La conflictualidad convivencial

    Nestor Estebenz Nogal
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    La conflictualidad convivencial Empty La conflictualidad convivencial

    Mensaje por Nestor Estebenz Nogal Dom Mayo 23, 2010 8:59 pm

    La coexistencia pacífica es una de las tesis para la armonía internacional. Vivir por y para los demás ha sido uno de los eslóganes altruistas. El otro como gran parámetro de dedicación y pasión lo ha sido del humanismo. Lo semejante atrae a lo semejante y lo reúne. Un ser humano inspira a otro. En los lugares más remotos los viajeros visita(ba)n zonas que no habian explorado antes y tomaban contacto con sus nativos. El interés exploratorio por como es el otro ha venido formando parte de las inquietudes humanas por conocerlo todo. Las mezclas de sangres por via genital reproductiva abrieron un vasto proceso de mestizaje al mismo tiempo que se dieron las transacciones de conocimientos mutuos. De distintas formas y gentes de orígenes diversos se han puesto a compartir espacios domésticos. Una hipótesis de compatibilidad lo permitía. Sin embargo, las diferencias raciales e idiomáticas siguen activando procesos de unión y separación a la vez. El concepto de semejanza es vivido con diversas visiones así como el de diferencia. Para la formación integral y holística cuanta mas exposición tenga un ser creciente a las variedades de razas y culturas más síntesis podrá hacer y mas holística y ecléctica será su conciencia.
    La tendencia asociativa humana para la colaboración mutua en sus tareas de supervivencia ha sido una constante. A la vez la tendencia a la manipulación desde posiciones de poder también. En las relaciones bipersonales que intiman y sientan las bases de una convivencialidad los planteamientos de placer y coexistencia conectan con las dificultades y las experiencias que vienen teniendo los humanos desde los milenios conocidos y probablemente desde todos los milenios que viene habitando el planeta.
    La convivencialidad es el espacio cotidiano mas concreto que pone en evidencia la disposición o no de cada sujeto a compartir y compartirse: desde el territorio y los recursos comunes a su tiempo personal y su cuerpo. La tendencia asociativa natural es la de buscar personas con las que compartir goces, espectáculos y trabajos, también producciones y reproducción humana. Se diría que el estado natural de la vida y relación humana es la de vivir con alguien si no fuera porque los porcentajes de vivir sin nadie son altos e indicativos. Hay distintas vías por las que llegar a la vida casera solitaria generalmente impuestas por una ruptura decisiva: la viudedad y la separación. Separarse del otro presupone quedarse solo al menos aparentemente. Si no hay hijos o parentela u opciones con las que compartir un espacio con otro lo que queda es vivir en soledad. La soledad no es una tragedia ya que tampoco es tan extrema. Cada día da la opción a ir a numerosos lugares con los que tener contacto con los demás y eventualmente traerlos a casa a cenar o a pasar la noche. Las ventajas de vivir en soledad han sido sobradamente descritas. Quien tiene toda la casa (el apartamento) para sus haceres y deshaceres no tiene porque ser un cascarrabias, un maniático o un inconvivencial. Puede evaluar que esa manera es la mejor de vivir. Como que mucha gente sino casi todo el mundo ha tenido la oportunidad de vivir las dos clases de experiencias: la de vivir acompañado y la de vivir en soledad, puede decidir lo que más le conviene e incluso lo que más le conviene según el periodo biográfico en el que se halle.
    Suelo decirme que prefiero la convivencia con alguien a vivir solo en mi apartamento. A la vez sé que toda apuesta unilateral es un tanto simplista. Cada situación tiene sus ventajas y desventajas. Si bien mi línea basal es la apuesta por compartirlo todo, por compartir la vida, las ideas, las experiencias, las cosas, los recursos, la inteligencia y las relaciones de intimidad; entiendo que tal proposición choca con una sociedad blindada y con miles de millones de individuos agazapados por sus miedos y ansiedades. En la realidad cotidiana compartir el espacio personal que es como se concreta la convivencialidad pone en peligro la relación con las cosas. Llevo años comprobando como los objetos desaparecen o son dañados sin que su autor los reponga o repare o ni siquiera afirme su responsabilidad causal. Ese es un hecho comprobado tanto con invitados de temporada como con convivientes de larga relación. Si uno solo ya tiene dificultades a veces en gestionar sus recursos y en encontrar sus cosas a no ser de que sea sumamente organizado hasta la meticulosidad, la variables o variables introducidas por otros que añaden su propio desorden puede ocasionar el caos o al menos ser motivo de disgustos. Debe pesar más el interés por las ventajas que proporciona la convivencialidad (lo cierto es que dormir cada noche junto a alguien es una fuente de calor y de fusión) que los desajustes con la que cursa. No puedo entender que la persona con la que convives por años decida hacer modificaciones importantes en el hábitat o comprar cosas significativas que lo alteran sin consultarlo. A fuerza de querer entenderlo todo y a fuerza de querer aceptar al otro tal cual es no queda otro remedio que relativizar conductas ajenas que condicionan a la propia. Por encima de todo nos decimos los unos a los otros que lo fundamental es el respeto y que nos toca comprendernos y perdonarnos. Esa apología del respeto es una trampa ya que respetar a quien no te respeta es tanto como no respetarte a ti mismo, pero para que las confrontaciones no lleven el malestar a situaciones peores se acepta al otro en sus curiosidades un tanto imperdonables, y si lo son, inolvidables. Cada uno somos un itinerario que es el que es. El paso de los años no lo olvida, depende, claro, de la memoria recíproca. Un perfil de comportamiento biográfico da las claves de acciones y actitudes de muchos antes un determinado gesto de muchos años después. Ningún detalle es insignificante para la interpretación, todos arrojan datos para formarse una idea precisa de como es el otro o especialmente con quien te juegas los cuartos cada día. La convivencialidad amorosa por una parte tan deseada (te quiero y quiero pasar la mayor cantidad de tiempo de mi vida contigo, decimos) puede crear un ring de problemas cuando las actitudes muy concretas son contradictorias y a veces antagónicas. La intimidad con los demás demuestra que hay personas que son irreconciliables y que lo mejor que se `puede hacer con ellas es eludir al máximo al contacto. En la lista de contactos con los demás caben miles de ellos. De la mayoría todo lo que queda es su rastro como nombres ordenados en la agenda, ya es mucho alcanzar a recordarlos a todos. Se sabe que se les conoció y trató pero tras un contacto mas o menos efímero desparecieron.
    De las convivencias se puede decir que sus espacios son cruciales. Han sido formadores de carácter (la primera, la familiar) y altamente influyentes para conocer a los demás en la intimidad, tambien para conocerse uno a si mismo al ponerse a prueba en sus reacciones. Muchas relaciones convivenciales son de amor-odio. Su arco de comunicabilidad va desde el deseo imperioso a compartirlo todo y a amar cada momento a la insoportabilidad de la presencia del otro por sus hábitos incluso por su olor. Personalmente, tras pasar por distintos tipos de convivencias se a priori que un tipo de gente la descartaría nada mas recibir su propuesta. Basta que uno sea fumador y que su habito pasa por obligarme a que lo sea yo como pasivo para descartarlo. Basta que alguien no tenga la costumbre de asearse a diario para excluirlo. Hay mil detalles por los cuales el otro puede ser descartado. Sin embargo muchas relaciones se organizan sobre la base una incompatibilidad pero que genera resultados creativos (el dueto W.Herzog-K-Kinski por ejemplo). En el espacio doméstico en especial si ademas de usarlo como recurso logístico lo es de trabajo y se pasa la mayor cantidad de horas diarias coincidiendo lo ideal es tener subespacios separados si la superficie global del edificio lo permite.
    Hay que contar desde el principio con la potencialidad conflictual de toda convivencialidad. Antes o después surgen maneras muy diferentes en el trato de las cosas, en la elección de las formas, en la organización de los medios, en lo que se guisa, en lo que se compra, en lo que se hace, con quien se invita... Lo que una contradicción la hace en incompatible es la condición de sujeto que quiere interpretarla como insostenible. Contradicciones que están al principio de las relaciones se convierten en antagónicas con el paso del tiempo: el umbral de tolerancia se ha agotado. Lo que hace al otro en inaguantable es el agotamiento de la propia resistencia. Para una paciencia infinita cabe toda clase de atropellos y de irrespetuosidades. De las convivencias se aprende que el otro perfecto no existe. Al contrario, el excesivo perfeccionismo es una de las peores imperfecciones (recuérdense los personajes de Mattau y J.Lemon en el apartamento que comparten). La opción que queda es la de la flexibilidad mutua que permita el acoplamiento sobre la marcha, una sinergia para la felicidad. Eso no se planifican. No hay normas por muy estrictamente que se apliquen que la garanticen. El bienestar doméstico es una habilidad importante que refuerza la felicidad, lo que es seguro que la convivencialidad tensa y caótica es la vía rápida para perderla. Es cuando se dice que más vale estar solo que mal acompañado. Conozco a bastante gente que tras sus experiencias convivenciales con parejas y familias optaron por vivir solas rechazando propuestas convivenciales una tras otra. Tener el espacio domestico para uno/a solo/a es ejercer la soberania hasta el ultimo rincón. No hay porque compartirlo con nadie, siempre se tiene el mando de la situacion cuando se tienen invitados y no hay que consultar por nada ni pedir excusas por las propias manías. Tradicionalmente se ha considerado al personaje solitario que no ha querido compartir su casa como un ser enclaustrado y maníaco. No discutiré esa apreciación, múltiples testimonios la corroboran. Hay que admitirlo: hay personas dispuestas a compartir los espacios y recursos ajenos y totalmente inhábiles para compartir los propios. Lo cierto es que compartir y estar abierto a las convivencias permanentemente requiere no solo una alta dosis de hospitalidad tambien de idealización de como es el otro. Cuando los invitados te cambian las cosas, te rompen las copas de vino por negligencia o dejan las cosas que han ensuciado para que te ocupes de ellas, no te quedan muchas ganas de repetir la experiencia. Lo mejor es tener un pabellón aparte para que los invitados sigan sus ritmos sin molestarte los propios pero eso solo lo pueden hacer los afortunados que disponen de fincas con distintos lugares.
    Los roces que lleva la misma dinámica de la convivencialidad, tanto con compañeros/as de piso como con parejas, apuntan a ser conflictos duros dependiendo del cuadro de obesividad que arroje cada cual. Cuanto mas maníaco sea el otro menos se puede hacer. Los razonamientos chocan contra las pijadas más tontas cuando se toman por principios inmodificables.
    Si los individuos fueran educados en distintas clases de convivencias desde la niñez y tambien a vivir con total independencia material con espacios únicos tal vez los aprendizajes los entrenarían para saber compartir mas. Hoy por hoy hay una conexión entre la crisis de la filosofía del compartir (del mundo posible por hacer se hace demagogia cuando no somos capaces de compartir y/o dejar nuestras casas, coches u ordenadores) y la demora de cambios excepcionales en el sistema. Todo discurso sobre la acracia y una sociedad sin poder unicéntrico se viene abajo cuando la cotidianeidad convivencial pasa para por la manipulación y el imposicionismo.

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