Tengo curiosidad por las opiniones de los compañeros sobre este texto de Rosa Luxemburgo, crítico con la Revolución de Octubre y con la política de los bolcheviques.
Introducción:
1. Importancia fundamental de la Revolución Rusa
2. La política agraria de los bolcheviques
4. La Asamblea Constituyente
Introducción:
- Spoiler:
[En febrero de 1917 comenzó la Revolución Rusa con el derrocamiento del zarismo y la
instauración de una democracia burguesa. Pero las contradicciones sociales eran tan agudas en Rusia que ningún gobierno capitalista tenía la menor posibilidad de resolverlas. Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, el Partido Bolchevique denunció ante las masas, incansablemente, las contradicciones y errores del gobierno liberal burgués, y señaló que la única solución era la revolución socialista.
[En octubre los bolcheviques tomaron el poder y procedieron a satisfacer las exigencias de
tierra, paz y pan elevadas por los campesinos, soldados y obreros. Pronto se vieron
embarcados en una lucha amarga y devastadora por la supervivencia de la revolución.
Tuvieron que combatir al Ejército Blanco180 contrarrevolucionario apoyado por las tropas invasores de catorce naciones. [Rosa Luxemburgo, todavía encerrada en su celda de Alemania, seguía con tremendo
entusiasmo el desarrollo de la Revolución, y también con mucho temor de que no pudiera
resistir a la furiosa embestida de sus enemigos si no acudía pronto en su ayuda la
revolución en Europa Occidental, especialmente en Alemania. Todo lo que escribió sobre Rusia desde febrero de 1917 hasta noviembre de 1918 tenía el objetivo de extraer enseñanzas de la Revolución Rusa y movilizar a los obreros alemanes; los instaba a emprender la acción, en beneficio de ellos mismos y de la vanguardia combatiente de la
revolución mundial, el proletariado ruso.
[No mezquinó palabras en su condena a los “Kautskys rusos” (los mencheviques), que declaraban que Rusia no era capaz de llegar al socialismo y en consecuencia saboteaban todo esfuerzo por avanzar. Elogiaba sin reservas a los bolcheviques y reconocía la importancia mundial de la tarea histórica que habían encarado. A eso se refiere exactamente cuando termina su folleto diciendo: “el futuro pertenece en todas partes al ‘bolchevismo’.”
[Rosa Luxemburgo percibió claramente la grandeza esencial de la Revolución Rusa, y reconocía que su curso podría haber sido muy distinto si los obreros alemanes hubieran
acudido en auxilio de sus camaradas rusos. Al mismo tiempo, mantenía una posición muy
crítica sobre algunos aspectos de la política bolchevique de gobierno, como lo expresa en el borrador inconcluso de “La Revolución Rusa”.
180 Ejército Blanco se llamaba a las fuerzas contrarrevolucionarias en Rusia después de la Revolución de Octubre. 370
[En nuestra introducción a esta obra exponemos en extenso los temas de que trata y las circunstancias en que se escribió el folleto; aquí señalaremos sólo algunas cuestiones. [Como ya dijimos, el folleto fue escrito en la cárcel, donde era muy restringido el acceso a la información sobre los acontecimientos que se sucedían en ese momento. Incluso fuera de los muros de la prisión, el gobierno alemán no tenía ningún interés en proporcionar a los obreros de su país, cada vez más rebeldes, un informe diario de cómo hacer una revolución. Los dirigentes de la Liga Espartaco que estaban en libertad adoptaron una política extremadamente cautelosa hacia cualquier crítica a los bolcheviques, a causa de la dificultad para obtener información desprejuiciada y exacta, y porque su responsabilidad fundamental era defender la Revolución Rusa y explicar su significación a los obreros alemanes. Eso era lo esencial, y no querían que hubiera ninguna ambigüedad respecto a quién apoyaba en Alemania a la Revolución Rusa.
[En las publicaciones de Espartaco aparecieron algunos artículos criticando aspectos de la política bolchevique, pero un artículo escrito por Rosa Luxemburgo en prisión fue rechazado por los editores. Paul Levi viajó especialmente a Breslau para disuadirla de publicarlo. Estuvo de acuerdo, porque Levi la convenció de que daba armas a los enemigos de la Revolución Rusa aportando su autoridad moral a los ataques a la política de los bolcheviques, especialmente en lo referente a la conclusión del Tratado de Brest-Litovsk.
[Después que partió Levi hizo un borrador de su folleto sobre la Revolución Rusa y se lo envió con una nota que decía: “Escribo esto para tí, y si logro convencerte a tí el esfuerzo no estará perdido”. Nunca lo publicó ni intentó hacerlo; fue recién después que a Levi se lo expulsó del Partido Comunista Alemán que éste lo publicó por su cuenta en 1922. Respecto a algunas cuestiones, aunque no todas, Rosa Luxemburgo cambió definitivamente su posición durante los últimos meses de su vida.
[El capítulo sobre “La cuestión de las nacionalidades” constituye uno de sus ataques más claros y enconados al apoyo bolchevique al derecho de las naciones a su autodeterminación. [La traducción al inglés es de Bertram D. Wolfe. Fue publicada por primera vez por Workers Age Publishers en 1940. En 1961 apareció una nueva edición de Ann Arbor Paperbacks (Imprenta de la Universidad de Michigan). En muchas partes el original consiste en notas en borrador que nunca fueron muy elaboradas, pero en la mayor parte de estos casos queda claro qué quiso decir la autora.]
1. Importancia fundamental de la Revolución Rusa
- Spoiler:
La Revolución Rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra Mundial. Su estallido, su radicalismo sin precedentes, sus consecuencias perdurables, son la condena más evidente a las mentiras que con tanto celo propagó la socialdemocracia oficial a comienzos de la guerra como cobertura ideológica de la campaña de conquista del imperialismo alemán. Me refiero a lo que se dijo respecto a la misión de las bayonetas alemanas, que iban a derrocar al zarismo ruso y liberar a sus pueblos oprimidos.
El poderoso golpe de la Revolución Rusa, sus profundas consecuencias que transformaron todas las relaciones de clase, elevaron a un nuevo nivel todos los problemas económicos y sociales, y, con la fatalidad de su propia lógica interna, se desarrollaron consecuentemente desde la primera fase de la república burguesa hasta etapas más avanzadas, reduciendo finalmente la caída del zarismo a un simple episodio menor. Todo esto deja claro como el día que la liberación de Rusia no fue una consecuencia de la guerra y de la derrota militar del zarismo ni un servicio prestado por “las bayonetas alemanas en los puños alemanes”, como lo prometió una vez, en uno de sus editoriales, el Neue Zeit dirigido por Kautsky. Demuestran, por el contrario, que la liberación de Rusia hundía profundamente sus raíces en la tierra de su propio país y su maduración completa fue un asunto interno. La aventura militar del imperialismo alemán, emprendida con la bendición ideológica de la socialdemocracia alemana, no produjo la revolución en Rusia. Sólo sirvió para interrumpirla al principio, para postergarla por un tiempo luego de su primera alza tempestuosa de los años 1911-1913 y luego, después de su estallido, para crearle las condiciones más difíciles y anormales.
Más aun; para cualquier observador reflexivo estos hechos refutan de manera decisiva la teoría que Kautsky compartía con los socialdemócratas del gobierno, que suponía que Rusia, por ser un país económicamente atrasado y predominantemente agrario, no estaba maduro para la revolución social y la dictadura del proletariado. Esta teoría, que considera que la única revolución posible en Rusia es la burguesa, es también la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, los llamados mencheviques, que están bajo la experta dirección de Axelrod y Dan. En esta concepción basan los socialistas rusos su táctica de alianza con el liberalismo burgués. En esta concepción de la Revolución Rusa, de la que se deriva automáticamente su posición sobre las más mínimas cuestiones tácticas, los oportunistas rusos y los alemanes están en un todo de acuerdo con los socialistas 372
gubernamentales de Alemania. Según estos tres grupos, la Revolución Rusa tendría que haberse detenido en la etapa que, según la mitología de la socialdemocracia alemana, constituía el noble objetivo por el que bregaba el imperialismo alemán al entrar en la guerra; es decir, tendría que haberse detenido con el derrocamiento del zarismo. Según ellos, si la revolución ha ido más allá, planteándose como tarea la dictadura del proletariado, eso se debe a un error del ala extrema del movimiento obrero ruso, los bolcheviques. Y presentan todas las dificultades con las que tropezó la revolución en su desarrollo ulterior, todos los desórdenes que sufrió, simplemente como un resultado de este error fatídico.
Teóricamente, esta doctrina (recomendada como fruto del “pensamiento marxista” por el Vorwaerts de Stampfer181 y también por Kautsky) deriva del original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista es nacional y un asunto, por así decirlo, doméstico, que cada país moderno encara por su cuenta. Por supuesto, en medio de la confusa neblina de la teoría, un Kautsky sabe muy bien cómo delinear las relaciones económicas mundiales del capital que hacen de todos los países modernos un organismo único e integrado. Además, los problemas de la Revolución Rusa, por ser éste un producto de los acontecimientos internacionales con el agregado de la cuestión agraria, no pueden resolverse dentro de los límites de la sociedad burguesa.
Prácticamente, esta teoría refleja el intento de sacarse de encima toda responsabilidad por el proceso de la Revolución Rusa, en la medida en que esa responsabilidad afecta al proletariado internacional, y especialmente al alemán; y también de negar las conexiones internacionales de esta revolución. Los acontecimientos de la guerra y la Revolución Rusa no probaron la inmadurez de Rusia sino la inmadurez del proletariado alemán para la realización de sus tareas históricas. Una examen crítico de la Revolución Rusa debe tener como primer objetivo dejar esto perfectamente aclarado.
El destino de la revolución en Rusia dependía totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial. Esto revela el poderoso avance del desarrollo capitalista durante la última década. La revolución de 1905-1907 despertó apenas un débil eco en Europa. Por lo tanto, tenía que quedar como un mero capítulo inicial. La continuación y la conclusión estaban estrechamente ligadas al desarrollo ulterior de Europa.
181 Friedrich Stampfer (1874-1917): uno de los principales dirigentes del PSD alemán y director de su diario, Vorwaerts.
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Concretamente, lo que podrá sacar a luz los tesoros de las experiencias y las enseñanzas no será la apología acrítica sino la crítica penetrante y reflexiva. Nos vemos enfrentados al primer experimento de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se pueda concebir, en medio de la conflagración mundial y la masacre imperialista, atrapado en las redes del poder militar más reaccionario de Europa, acompañado por la más completa deserción de la clase obrera internacional). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro.
Hacer entender esto claramente, en todos sus aspectos y con todas las consecuencias que implica, constituye el deber elemental de los socialistas de todos los países. Pues sólo sobre la base de la comprensión de esta amarga situación podemos medir la enorme magnitud de la responsabilidad del proletariado internacional por el destino de la Revolución Rusa. Más aun; sólo sobre esta base puede ser efectiva y de decisiva importancia la resuelta acción internacional de la revolución proletaria, acción sin la cual hasta los mayores esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país inevitablemente se confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales.
No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin y Trotsky, han dado más de un paso decisivo en su espinoso camino sembrado de toda clase de trampas con grandes vacilaciones interiores y haciéndose una gran violencia. Están actuando en condiciones de amarga compulsión y necesidad, en un torbellino rugiente de acontecimientos. Por lo tanto, nada debe estar más lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación.
No menos erróneo sería suponer que un examen crítico del camino seguido hasta ahora por la Revolución Rusa debilitaría el respeto hacia ella o la fuerza de atracción que ejerce su ejemplo, que son lo único que puede despertar a las masas alemanas de su inercia fatal. Nada más lejos de la verdad. El despertar de la energía revolucionaria de la clase obrera alemana ya nunca más podrá ser canalizado por los métodos carceleros de la 374
socialdemocracia de este país, de tan triste memoria. Nunca más podrá conjurarla alguna autoridad inmaculada, ya sea la de nuestros “comités superiores” o la del “ejemplo ruso”. La genuina capacidad para la acción histórica no renacerá en el proletariado alemán en un clima de aplaudir indiscriminadamente todo. Sólo puede resultar de la comprensión de la tremenda seriedad y complejidad de las tareas a encarar; de la madurez política y la independencia de espíritu; de la capacidad coartada, con distintos pretextos, por la socialdemocracia en el transcurso de las últimas décadas. El análisis crítico de la Revolución Rusa con todas sus consecuencias históricas constituye el mejor entrenamiento para la clase obrera alemana e internacional, teniendo en cuenta las tareas que le aguardan como resultado de la situación actual.
El primer periodo de la Revolución Rusa, desde su comienzo en marzo hasta la Revolución de Octubre, corresponde exactamente, en líneas generales, al proceso seguido tanto por la gran Revolución Inglesa como por la gran Revolución Francesa. Es el proceso típico de todo primer ensayo general que realizan las fuerzas revolucionarias que alberga la sociedad burguesa en sus entrañas.
Su desarrollo avanza siempre en línea ascendente: desde un comienzo moderado a una creciente radicalización de los objetivos y, paralelamente, desde la coalición de clases y partidos hasta el partido radical como único protagonista.
En el estallido de marzo de 1917, los “cadetes”182, es decir la burguesía liberal, estaban a la cabeza de la revolución. La primera oleada ascendente de la marea revolucionaria arrasó con todos y con todo. La Cuarta Duma, producto ultrarreccionario del ultrarreaccionario derecho al sufragio de las cuatro clases, que fue una consecuencia del golpe de Estado, se convirtió súbitamente en un organismo revolucionario. Todos los partidos burgueses, incluyendo los de la derecha nacionalista, de pronto formaron un frente contra el absolutismo. Este calló al primer golpe, casi sin lucha, como un organismo muerto que sólo necesita que se lo toque para caerse. También se liquidó en pocas horas el breve intento de la burguesía liberal de salvar al menos el trono y la dinastía. La arrolladora marcha de los acontecimientos saltó en días y horas distancias que anteriormente, en Francia, llevó décadas atravesar. En este aspecto, resulta claro que Rusia aprovechó los resultados de un siglo de desarrollo europeo, y sobre todo que la revolución de 1917 fue la continuación directa de la de 1905-1907, no un regalo del “liberador” alemán. El movimiento de marzo de 1917 comenzó exactamente en el punto en que fue interrumpido
182 Cadetes (Partido Constitucional Demócrata): partido liberal burgués que postulaba en Rusia una monarquía constitucional.
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diez años antes. La república democrática fue el producto completo, internamente maduro, del primer asalto revolucionario.
Pero luego comenzó la segunda tarea, la más difícil. Desde el primer momento la fuerza motriz de la revolución fue la masa del proletariado urbano. Sin embargo, sus reivindicaciones no se limitaban a la democracia política; atacaban esa cuestión tan candente que era la política internacional al exigir la paz inmediata. Al mismo tiempo, la revolución abarcó a la masa del ejército, que elevó la misma exigencia de paz inmediata, y a la gran masa campesina, que puso sobre el tapete la cuestión agraria, que desde 1905 constituía el eje de la revolución. Paz inmediata y tierra: estos dos objetivos provocarían inevitablemente la ruptura del frente revolucionario. La reivindicación de paz inmediata se oponía irreconciliablemente a las tendencias imperialistas de la burguesía liberal, cuyo vocero era Miliukov.183 Y el problema de la tierra se erguía como un espectro terrorífico ante la otra ala de la burguesía, los propietarios rurales. Además significaba un ataque al sagrado principio general de la propiedad privada, punto sensible de toda clase propietaria.
En consecuencia, al día siguiente de los primeros triunfos revolucionarios comenzó una lucha interna sobre las dos cuestiones candentes: paz y tierra. En la burguesía liberal se dio la táctica de arrastrar los problemas y evadirlos. Las masas trabajadoras, el ejército, el campesinado, presionaban cada vez con más fuerza. No cabe duda que la cuestión de la paz y la de la tierra signaron el destino de la democracia política en la república. Las clases burguesas, arrastradas por la primera oleada de la tormenta revolucionaria, se dejaron llevar hasta el gobierno republicano. Luego comenzaron a buscarse una base de apoyo en la retaguardia y a organizar silenciosamente la contrarrevolución. La campaña del cosaco Kaledin184 contra Petersburgo expresó claramente esta tendencia. De haber tenido éxito el ataque, no sólo hubiera quedado sellado el destino de la cuestión de la paz y de la tierra, sino también el de la república. El resultado inevitable hubiera sido la dictadura militar, el reinado del terror contra el proletariado y luego el retorno a la monarquía.
De todo esto deducimos el carácter utópico y fundamentalmente reaccionario de las tácticas por las cuales los “kautskianos” rusos o mencheviques se permitían guiarse.
183 Pavel Nikolaievich Miliukov (1859-1943): dirigente del partido Cadete. Ministro de relaciones exteriores del gobierno provisional, marzo-mayo de 1917. Enemigo de la Revolución de Octubre, inició muchos intentos contrarrevolucionarios.
184 Alexei Maximovich Kaledin (1861-1918): general zarista, comandante de los Cosacos del Don en 1917. Después de octubre inició la guerra civil contra los soviets. Derrotado por el Ejército Rojo y por las deserciones de su propio campo se suicidó.
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Petrificados por el mito del carácter burgués de la Revolución Rusa -¡todavía hoy sostienen que Rusia no está madura para la revolución social!- se aferraron desesperadamente a la coalición con los liberales burgueses. Pero ésta implica la unión de elementos a los que el desarrollo interno natural de la revolución ha separado y ha hecho entrar en el más agudo de los conflictos. Los Axelrod y los Dan185 querían, a toda costa, colaborar con las clases y los partidos que significaban el mayor peligro y la mayor amenaza para la revolución y la primera de sus conquistas, la democracia.
Resulta especialmente asombroso observar cómo este industrioso trabajador (Kautsky), con su incansable labor de escritor metódico y pacífico, durante los cuatro años de la guerra mundial horadó una brecha tras otra en la estructura del socialismo. De esa obra el socialismo emerge agujereado como un colador, sin un punto sano. La indiferencia acrítica con la que sus seguidores consideran la ardua tarea de su teórico oficial y se tragan cada uno de sus nuevos descubrimientos sin mover una pestaña, solamente encuentra parangón en la indiferencia con que los secuaces de Scheidemann186 y Cía. contemplan cómo este último llena de agujeros al socialismo en la práctica. Ambos trabajos se complementan totalmente. Desde el estallido de la guerra, Kautsky, el guardián oficial del templo del marxismo, en realidad ha estado haciendo en la teoría las mismas cosas que los Scheidemann en la práctica, es decir: 1) la Internacional como instrumento de la paz; 2) el desarme, la liga de naciones y el nacionalismo; 3) democracia, no socialismo.
En esta situación, la tendencia bolchevique cumplió la misión histórica de proclamar desde el comienzo y seguir con férrea consecuencia las únicas tácticas que podían salvar la democracia e impulsar la revolución. Todo el poder a las masas obreras y campesinas, a los soviets: éste era, por cierto, el único camino que tenía la revolución para superar las dificultades; ésta fue la espada con la que cortó el nudo gordiano, sacó a la revolución de su estrecho callejón sin salida y le abrió un ancho cauce hacia los campos libres y abiertos.
El partido de Lenin, en consecuencia, fue el único, en esta primera etapa, que comprendió cuál era el objetivo real de la revolución. Fue el elemento que impulsó la revolución, y por lo tanto el único partido que aplicó una verdadera política socialista.
185 Pavel Axelrod (1850-1928): uno de los primeros dirigentes del Partido Socialdemócrata Ruso. Apoyó a los mencheviques. Feodor Dan (1871-1947) dirigente menchevique. Pacifista durante la guerra. Miembro del Soviet de Petrogrado en 1917. Adversario de la Revolución de Octubre.
186 Philip Scheideman (1865-1937): dirigente socialdemócrata alemán del ala derecha. Apoyó la guerra. El kaiser lo nombró secretario de estado en 1918, pero no logró salvar a la monarquía. Ministro del gabinete de Ebert, aplastó la insurrección espartaquista. 377
Esto explica, también, cómo fue que los bolcheviques, que al comienzo de la revolución eran una minoría perseguida, calumniada y atacada por todos lados, llegaron en un breve lapso a estar a la cabeza de la revolución y a nuclear bajo su estandarte a las genuinas masas populares: el proletariado urbano, el ejército, los campesinos, y también a los elementos revolucionarios dentro de la democracia, el ala izquierda de los socialrevolucionarios. Trascrito por Célula 2 para Izquierda Revolucionaria.
La situación real en que se encontró la Revolución Rusa se redujo en pocos meses a la alternativa: victoria de la contrarrevolución o dictadura del proletariado, Kaledin o Lenin. Esa era la situación objetiva, tal como se presenta en toda revolución después que pasa el primer momento de embriaguez, tal como se presentó en Rusia como consecuencia de las cuestiones concretas y candentes de la paz y la tierra, para las que no había solución dentro de los marcos de la revolución burguesa.
La Revolución Rusa no hizo más que confirmar lo que constituye la lección básica de toda gran revolución, la ley de su existencia: o la revolución avanza a un ritmo rápido, tempestuoso y decidido, derriba todos los obstáculos con mano de hierro y se da objetivos cada vez más avanzados, o pronto retrocede de su débil punto de partida y resulta liquidada por la contrarrevolución. Nunca es posible que la revolución se quede estancada, que se contente con el primer objetivo que alcance. Y el que trata de aplicar a la táctica revolucionaria la sabiduría doméstica extraída de las disputas parlamentarias entre sapos y ratones lo único que demuestra es que le son ajenas la sicología y las leyes de existencia de la revolución, y que toda la experiencia histórica es para él un libro cerrado con siete sellos.
Veamos el proceso de la Revolución Inglesa desde su comienzo en 1642. Allí la lógica de los acontecimientos determinó que los presbiterianos, al vacilar, porque sus dirigentes eludían deliberadamente la batalla decisiva con Carlos I y el triunfo sobre éste, fueran reemplazados por los independientes, que los echaron del Parlamento y se adueñaron del poder. Del mismo modo, dentro del ejército de los independientes, la masa de soldados pequeño-burguesa más plebeya, los “niveladores” de Lilburn, constituían la fuerza motriz de todo el movimiento independiente; así como, por último, los elementos proletarios dentro de la masa de soldados, los que más lejos iban en sus aspiraciones de revolución social, y que estaban expresados por el movimiento de los “Diggers”, constituían a su vez la levadura del partido democrático de los “Levelers”.187
187 Diggers y Levelers (respectivamente “cavadores” y “niveladores”): los grupos más extremos en la guerra civil inglesa (1641-1649).
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Sin la influencia moral de los elementos proletarios revolucionarios sobre la masa de soldados, sin la presión de la masa democrática de soldados sobre las capas superiores burguesas del Partido de los Independientes, no se hubiera “purgado” el Parlamento de presbiterianos; no hubiera terminado en un triunfo la guerra con el ejército de los cavaliers188 y los escoceses; no se hubiera juzgado y ejecutado a Carlos I; no se hubiera abolido la Cámara de los Lores ni proclamado la República.
¿Y qué sucedió en la gran Revolución Francesa? Después de cuatro años de lucha, la toma del poder por los jacobinos demostró ser el único medio de salvar las conquistas de la revolución, de alcanzar la República, de liquidar el feudalismo, de organizar la defensa revolucionaria contra los enemigos internos y externos, de terminar con las conspiraciones de la contrarrevolución y de expandir la ola revolucionaria de Francia a toda Europa.
Kautsky y sus correligionarios rusos, que querían que la Revolución Rusa conservara su “carácter burgués” de la primera fase, son la contrapartida exacta de esos liberales alemanes e ingleses del siglo pasado que distinguían entre los dos consabidos periodos de la gran Revolución Francesa: la revolución “buena” de la primera etapa girondina y la “mala” de la etapa posterior al levantamiento jacobino. La superficialidad liberal de esta concepción de la historia seguramente no se toma el trabajo de comprender que sin el levantamiento de los jacobinos “inmoderados” hasta las primeras conquistas de la etapa girondina, tímidas y débiles como fueron, pronto hubieran sido enterradas bajo las ruinas de la revolución, y que la alternativa verdadera a la dictadura jacobina, tal como el curso de hierro del desarrollo histórico planteó la cuestión en 1793, no era la democracia “moderada”, ¡sino... la restauración borbónica! No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo.
Queda claro entonces que en toda revolución sólo podrá tomar la dirección y el poder el partido que tenga el coraje de plantear las consignas adecuadas para impulsar el proceso hacia adelante y de extraer de la situación todas las conclusiones necesarias para lograrlo. Esto hace evidente, también, el rol miserable que jugaron los Dan, los Tseretelli,189 etcétera, que al comienzo ejercían una enorme influencia sobre las masas pero, después de
188 Cavaliers (caballeros): los partidarios del rey Carlos.
189 Iraklii Tseretelli (1882-1959): menchevique ruso. Apoyó la guerra. Fue ministro en marzo-agosto de 1917. Adversario de los bolcheviques, emigró en 1919.
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sus prolongadas oscilaciones y de que se opusieron con todas sus fuerzas a asumir el poder y la responsabilidad, fueron despiadadamente arrojados de la escena.
El partido de Lenin fue el único que asumió el mandato y el deber de un verdadero partido revolucionario garantizando el desarrollo continuado de la revolución con la consigna “Todo el poder al proletariado y al campesinado”.
De esta manera resolvieron los bolcheviques el famoso problema de “ganar a la mayoría del pueblo”, problema que siempre atormentó como una pesadilla a la socialdemocracia alemana. Como discípulos de carne y hueso del cretinismo parlamentario, estos socialdemócratas alemanes han tratado de aplicar a las revoluciones la sabiduría doméstica de la nursery parlamentaria: para largarse a hacer algo primero hay que contar con la mayoría. Lo mismo, dicen, se aplica a la revolución: primero seamos “mayoría”. La verdadera dialéctica de las revoluciones, sin embargo, da la espalda a esta sabiduría de topos parlamentarios. El camino no va de la mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría.
Sólo un partido que sabe dirigir, es decir, que sabe adelantarse a los acontecimientos, consigue apoyo en tiempos tempestuosos. La resolución con que, en el momento decisivo, Lenin y sus camaradas ofrecieron la única solución que podía hacer avanzar los acontecimientos (“todo el poder al proletariado y al campesinado”), los transformó de la noche a la mañana en los dueños absolutos de la situación, luego de haber sido una minoría perseguida, calumniada, puesta fuera de la ley, cuyo dirigente tenía que vivir, como un segundo Marat,190 escondido en los sótanos.
Más aun; los bolcheviques inmediatamente plantearon como objetivo de la toma del poder un programa revolucionario completo, de largo alcance; no la salvaguarda de la democracia burguesa sino la dictadura del proletariado para realizar el socialismo. De esta manera, se ganaron el imperecedero galardón histórico de haber proclamado por primera vez el objetivo final del socialismo como programa directo para la práctica política.
Todo lo que podía ofrecer un partido, en un momento histórico dado, en coraje, visión y coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la social democracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.
190 Jean Paul Marat (1743-1793): revolucionario francés del ala extrema. Murió asesinado. 380
2. La política agraria de los bolcheviques
- Spoiler:
Los bolcheviques son los herederos históricos de los niveladores ingleses y los jacobinos franceses. Pero la tarea concreta con la que se vieron enfrentados después de la toma del poder era incomparablemente más difícil que la de sus predecesores históricos. (Importancia de la cuestión agraria. Ya en 1905. ¡Luego, en la Tercera Duma, el ala derecha del campesinado! La cuestión campesina y la defensa, el ejército.)
Con toda seguridad la solución del problema a través de la expropiación y distribución directas e inmediatas de la tierra por los campesinos era la manera más breve y simple de lograr dos cosas distintas: romper con la gran propiedad terrateniente y ligar inmediatamente a los campesinos al gobierno revolucionario. Como medida política para fortalecer el gobierno proletario socialista, constituía un excelente movimiento táctico. Desgraciadamente, sin embargo, la cuestión tiene dos caras; y el reverso consiste en que la apropiación directa de la tierra por los campesinos no tiene nada en común con la economía socialista.
En lo que se refiere a las relaciones dentro del agro, la transformación socialista de las relaciones económicas presupone dos cosas:
En primer lugar, sólo la nacionalización de las grandes propiedades rurales, que constituyen las formas y medios de producción agraria más avanzados técnicamente y más concentrados, puede servir de punto de partida al modo socialista de producción de la tierra. Por supuesto, no es necesario sacarle su parcela al pequeño campesino. Podemos esperar con confianza que será ganado voluntariamente por las ventajas de la producción social y que se persuada, primero, de la conveniencia de unirse a una cooperativa, y luego de la de entrar a formar parte del conjunto de la economía socializada. Sin embargo, toda reforma económica socialista de la tierra debe empezar obviamente por la gran propiedad y la mediana. El derecho de propiedad debe, antes que nada, ser patrimonio de la nación, o, lo que tratándose de un gobierno socialista significa lo mismo, del Estado. Esta es la única manera de posibilitar la organización de la producción agrícola de acuerdo con las necesidades de la producción socialista a gran escala.
Además, en segundo lugar, constituye un requisito para esta transformación terminar con la separación entre economía rural e industria, tan característica de la sociedad burguesa; así se logrará la interpenetración y fusión de ambas, preparando el camino para la planificación de la producción agrícola e industrial con un criterio unificado. Cualquiera que sea la forma práctica particular en que se organice la economía (a través de comunas urbanas, como proponen algunos, o dirigida desde un centro gubernamental) debe estar 381
precedida por una reforma introducida desde el centro, y ésta a su vez precedida por la nacionalización de la tierra. Nacionalización de las grandes y medianas propiedades y unión de industria y agricultura: éstos son los dos requisitos fundamentales de cualquier reforma económica socialista; sin ellos no hay socialismo.
¡Quién puede reprochar al gobierno soviético no haber llevado a cabo estas poderosas reformas! Lenin y sus camaradas, en su breve periodo de gobierno, se han visto metidos en el centro de un rugiente remolino de luchas internas y externas, atacados por incontables enemigos y adversarios. Sería muy triste criticarlos porque, en tales circunstancias, no resolvieron, ni siquiera atacaron, una de las tareas más difíciles, con toda seguridad la más difícil, de todas las que plantea la transformación socialista de la sociedad. ¡Incluso en Occidente, en condiciones mucho más favorables, nos romperemos muchas veces los dientes cuando estemos en el poder con esta dura nuez antes de poder resolver las más complicadas de las miles de dificultades que presenta esta tarea gigantesca!
Un gobierno socialista que tomó el poder debe, en todo caso, hacer una sola cosa: tomar medidas que apunten en la dirección de ese requisito fundamental de una reforma socialista posterior de la agricultura; debe por lo menos evitar todo lo que pueda trabar el camino a esas medidas.
Pero la consigna levantada por los bolcheviques, toma y distribución inmediata de la tierra por los campesinos, necesariamente apunta en la dirección opuesta. No sólo no es una medida socialista; no permite encarar esas medidas; acumula obstáculos insuperables para la transformación socialista de las relaciones agrarias.
La toma de las grandes propiedades agrarias por los campesinos, siguiendo la consigna breve y precisa de Lenin y sus amigos: “vayan y aprópiense de la tierra”, llevó simplemente a la transformación súbita y caótica de la gran propiedad agraria en propiedad campesina. No se creó la propiedad social sino una nueva forma de propiedad privada, es decir, la división de grandes propiedades en propiedades medianas y pequeñas, o de unidades de producción grandes relativamente avanzadas en primitivas unidades pequeñas que utilizan técnicas del tiempo de los faraones.
¡Y eso no es todo! Con estas medidas, y por la manera caótica y puramente arbitraria en que fueron ejecutadas, la diferenciación creada por la propiedad de la tierra, lejos de eliminarse, se profundizó. Aunque los bolcheviques llamaron a los campesinos a formar comités para intentar, de alguna manera, que la apropiación de la tierra de los nobles constituyera un acto colectivo, resulta claro que este consejo general no podía cambiar la práctica y la relación de fuerzas reales en lo que se refiere a la tierra. Con o sin comités, los 382
principales beneficiarios de la revolución agraria fueron los campesinos ricos y los usureros, la burguesía de las aldeas, que tienen en sus manos el poder real en cada aldea rusa. No hace falta estar presente allí para imaginarse que con la distribución de la tierra no se eliminó, sino que aumentó, la desigualdad económica y social entre los campesinos, y que los antagonismos de clase se agudizaron. Esta apropiación del poder va en contra de los intereses del proletariado y el socialismo. Antes, se oponían a la reforma socialista en el campo solamente una reducida casta de propietarios rurales nobles y capitalistas y una pequeña minoría de burgueses ricos de las aldeas. Y su expropiación por un movimiento popular revolucionario de masas era un juego de niños. Pero ahora, luego de la “apropiación”, hay una masa enorme, recién desarrollada y poderosa de campesinos propietarios opuestos a todo intento de socialización de la producción agraria, que defenderán con uñas y dientes su propiedad recientemente adquirida contra cualquier ataque socialista. La cuestión de la futura socialización de la economía agraria (es decir, cualquier socialización de la producción en general en Rusia) se ha transformado ahora en una cuestión de oposición y lucha entre el proletariado urbano y la masa campesina. Hasta qué punto se ha vuelto agudo este antagonismo lo demuestra el boycot campesino a las ciudades, que les proporcionan el medio en el cual ejercer la especulación, de la misma manera en que lo hace el junker prusiano.
El pequeño campesino francés se transformó en el más firme defensor de la gran Revolución Francesa, que le dio la tierra confiscada a los émigrés.* Como soldado de Napoleón, condujo a la victoria el estandarte francés, cruzó toda Europa e hizo pedazos el feudalismo en un país tras otro. Lenin y sus amigos pueden haber esperado un resultado similar de su consigna agraria. Sin embargo, ahora que el campesino ruso se apropió de la tierra con su propio puño ni sueña con defender a Rusia y la revolución a la cual le debe esa tierra. Se aferra obstinadamente a sus nuevas posesiones y abandonó la revolución a sus enemigos, el estado a la decadencia y la población urbana al hambre.
(Discurso de Lenin sobre la necesidad de la centralización en la industria, la nacionalización de los bancos, el comercio y la industria. ¿Por qué no de la tierra? Aquí, por el contrario, descentralización y propiedad privada.
(El propio programa agrario de Lenin era diferente antes de la revolución. La consigna tomada, o casi, de los tan vituperados socialrevolucionarios sobre el movimiento campesino espontáneo.
* En francés en el original. [N. del T.]
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(Con el fin de introducir los principios socialistas en las relaciones agrarias, el gobierno soviético ahora intenta crear comunas agrarias con proletarios que en su mayoría son desempleados de la ciudad. Pero es fácil prever que los resultados de esos esfuerzos serán tan insignificantes que desaparecerán comparados con el amplio espectro de las relaciones agrarias. Buscando los puntos de partida más apropiados para la economía socialista, dividieron las grandes propiedades en unidades pequeñas; ahora tratan de construir unidades productivas modelo, comunistas, a partir de comienzos insignificantes. En estas circunstancias, estas comunas podrán considerarse solamente experimentos, no una reforma social general. Monopolio del grano con subvenciones. ¡Ahora, post festum, quieren introducir la guerra de clases en la aldea!)
La reforma agraria leninista creó una nueva y poderosa capa de enemigos populares del socialismo en el campo, enemigos cuya resistencia será mucho más peligrosa y firme que la de los grandes terratenientes nobles.
- Spoiler:
- Los bolcheviques son en parte responsables de que la derrota militar se haya transformado en el colapso y la caída de Rusia. Más aun; ellos mismos, en cierta medida, profundizaron las dificultades objetivas de esta situación con una consigna que adquirió importancia primordial en su política: el supuesto derecho de autodeterminación de los pueblos, o -lo que realmente estaba implícito en esta consigna— la desintegración de Rusia.
Nuevamente proclamaron con obstinación doctrinaria, como grito de batalla especial de Lenin y sus camaradas, la fórmula del derecho de las distintas nacionalidades del Imperio Ruso a determinar independientemente sus destinos, “incluso hasta el punto del derecho a tener gobiernos separados del de Rusia”, durante su oposición al imperialismo miliukovista y luego al kerenskista. También fue el eje de su política interna después de la Revolución de Octubre. Y también constituyó el programa de los bolcheviques en Brest-Litovsk,191 todo lo que tenían para oponer al despliegue de fuerzas del imperialismo alemán.
Lo que inmediatamente llama la atención es la obstinación y la rígida consecuencia con que Lenin y sus camaradas adhieren a esta consigna, que se contradice totalmente tanto con el centralismo que otrora predicaban en política como con su actitud hacia otros principios democráticos. Demostraron un frío desprecio por la Asamblea Constituyente, el
191 Brest-Litovsk: aldea cercana a la frontera ruso-polaca donde se firmó el tratado de paz ruso-germano el 3 de marzo de 1918.
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sufragio universal, las libertades de reunión y prensa, en síntesis, por todo el aparato de las libertades democráticas básicas del pueblo, que tomadas de conjunto constituyen el “derecho de autodeterminación” dentro de Rusia. A la vez tratan el derecho de autodeterminación de los pueblos como la joya de la política democrática, en función de la cual deben dejarse de lado todas las consideraciones prácticas de la política realista. No se permitieron la más mínima concesión en lo que se refiere al plebiscito para la Asamblea Constituyente en Rusia, plebiscito realizado sobre la base del sufragio más democrático del mundo, con toda la libertad de una república popular. Simplemente lo declararon nulo y vacío, en función de una evaluación muy sobria de sus resultados. Pero son los campeones del voto popular de las nacionalidades extranjeras de Rusia sobre la cuestión de a qué país quieren pertenecer, como si esto fuera la panacea de la libertad y la democracia, la quintaesencia pura de la voluntad de los pueblos y la forma de hacer la justicia más profunda en lo que se refiere al destino político de las naciones.
La contradicción que parece tan obvia resulta más difícil de entender ya que las formas democráticas de la vida política de cada país, como veremos, realmente involucran los fundamentos más valiosos e incluso los más indispensables de la política socialista, mientras que el famoso derecho “a la autodeterminación” de las naciones es solamente fraseología hueca y pequeñoburguesa.
¿Qué se supone que significa este derecho? Que el socialismo se opone a toda forma de opresión, incluso la de una nación por otra, constituye el ABC de la política socialista.
A pesar de esto, políticos tan serios y críticos como Lenin, Trotsky y sus amigos, que responden sólo con un irónico encogerse de hombros a cualquier tipo de fraseología utópica como desarme, Liga de las Naciones, etcétera, en este caso hicieron de una frase hueca exactamente del mismo tipo su hobby preferido. Ello se debe, me parece, a una política fabricada para la ocasión. Lenin y sus camaradas calcularon que no había método más seguro para ganar a los pueblos extranjeros del Imperio Ruso para la causa de la revolución, para la causa del proletariado socialista, que el de ofrecerles, en nombre de la revolución y el socialismo, la libertad más extrema e ilimitada para determinar sus propios destinos. Es una política análoga a la que se dieron los bolcheviques con el campesinado ruso, satisfaciendo su hambre de tierra con la consigna de apropiación directa de las propiedades nobles, en el supuesto de que así se los ganaría para la revolución y el gobierno proletario. En ambos casos, desafortunadamente, el cálculo resultó completamente erróneo.
Está claro que Lenin y sus amigos esperaban que, al transformarse en campeones de la libertad nacional hasta el punto de abogar por la “separación”, harían de Finlandia, 385
Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Cáucaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución Rusa. Pero sucedió exactamente lo contrario. Una tras otra, estas “naciones” utilizaron la libertad recientemente adquirida para aliarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución Rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar dentro de la misma Rusia el estandarte de la contrarrevolución. Un ejemplo perfecto lo constituye el jueguito que se hizo en Brest con Ucrania, que provocó un giro decisivo en las negociaciones y sacó a luz la situación política, tanto interna como externa, a la que se ven enfrentados en la actualidad los bolcheviques. La actitud de Finlandia, Polonia, Lituania, los países del Báltico, los pueblos del Cáucaso, nos demuestra de manera convincente que aquél no es un caso excepcional sino un fenómeno típico.
Seguramente, en todos estos casos no fue realmente el “pueblo” el que impulsó esta política reaccionaria sino las clases burguesas y pequeñoburguesas. Estas, en total oposición a sus propias masas proletarias, pervirtieron el “derecho nacional a la autodeterminación”, transformándolo en un instrumento de su política contrarrevolucionaria. Pero (y llegamos al nudo de la cuestión), aquí reside el carácter utópico, pequeñoburgués de esta consigna nacionalista: que en medio de las crudas realidades de la sociedad de clases, cuando los antagonismos se agudizan al máximo, se convierte simplemente en un instrumento de dominación de la burguesía. Los bolcheviques aprendieron, con gran perjuicio para ellos mismos y para la revolución, que bajo la dominación capitalista no existe la autodeterminación de los pueblos, que en una sociedad de clases cada clase de la nación lucha por “determinarse” de una manera distinta, y que para las clases burguesas la concepción de la liberación nacional está totalmente subordinada a la del dominio de su clase. La burguesía finesa, al igual que la de Ucrania, prefirió el gobierno violento de Alemania a la libertad nacional si ésta la ligaba al bolchevismo.
La esperanza de transformar estas relaciones de clase reales en su opuesto, de ganar el voto de la mayoría para la unión con la Revolución Rusa, haciéndolo depender de las masas revolucionarias, tal como seriamente lo pretendían Lenin y Trotsky, refleja un grado de optimismo incomprensible. Y si solamente se trataba de un recurso táctico en el duelo entablado con la política de fuerza de Alemania, entonces era un juego con fuego muy peligroso. Incluso sin la ocupación militar de Alemania, el resultado del famoso “plebiscito popular”, suponiendo que se hubiera llegado hasta allí en los estados limítrofes, hubiera proporcionado pocos motivos de alegría a los bolcheviques. Tenemos que tener en cuenta la sicología de las masas campesinas y de grandes sectores de la pequeña burguesía, y las miles de maneras con que cuenta la burguesía para influir sobre el voto. Por cierto, debe
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considerarse una ley absoluta que en estos asuntos de plebiscitos sobre la cuestión nacional la clase dominante siempre sabrá evitarlos cuando no sirven a sus propósitos, o, cuando se realizan, utilizará todos los medios para influir sobre sus resultados, los mismos medios que hacen imposible introducir el socialismo mediante el voto popular.
El simple hecho de que la cuestión de las aspiraciones nacionales y tendencias a la separación fuera introducida en medio de la lucha revolucionaria, incluso puesta sobre el tapete y convertida en el santo y seña de la política socialista y revolucionaria como resultado de la paz de Brest, produjo la mayor confusión en las filas socialistas y realmente destruyó las posiciones ganadas por el proletariado en los países limítrofes.
En Finlandia, donde el proletariado luchó formando parte de la estrecha falange socialista rusa, logró una posición predominante en el poder; tenía la mayoría en el Parlamento y el ejército, redujo a su burguesía a una impotencia completa y, dentro de sus fronteras, era dueño de la situación.
O tomemos Ucrania. A comienzos de siglo, antes de que se inventaran la tontería del “nacionalismo ucraniano” con sus rublos de plata y sus “universales”, o el hobby de Lenin de una Ucrania independiente, Ucrania era la columna vertebral del movimiento revolucionario ruso. Allí, en Rostov, Odesa, la región del Donetz, brotaron los primeros ríos de lava de la revolución, que encendieron todo el sur de Rusia en un mar de llamas (ya en 1902-1904), preparando así el alzamiento de 1905. Lo mismo sucedió en la revolución actual, en la que el sur de Rusia proveyó las tropas selectas de la falange proletaria. Polonia y las tierras del Báltico fueron desde 1905 los núcleos revolucionarios más poderosos e importantes, y en ellos el proletariado jugó un rol de primera magnitud.
¿Cómo puede ser entonces que en todos estos países triunfe la contrarrevolución? El movimiento nacionalista, justamente porque alejó de Rusia al proletariado, lo mutiló y lo entregó a manos de la burguesía de los países limítrofes.
Los bolcheviques no actuaron guiándose por la misma genuina política internacionalista de clase que aplicaron en otros asuntos. No trataron de lograr la unión compacta de las fuerzas revolucionarias de todo el imperio. No defendieron con uñas y dientes la integridad del Imperio Ruso como área revolucionaria, oponiendo a todas las formas del separatismo la solidaridad e inseparabilidad de los proletarios de todos los países que están bajo la esfera de la Revolución Rusa, haciendo funcionar a ésta como el comando político superior. En lugar de eso, los bolcheviques, con su hueca fraseología nacionalista sobre “el derecho a la autodeterminación hasta la separación”, lograron todo lo contrario, y
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le dieron a la burguesía de los países limítrofes los pretextos más refinados, más deseables, para sus esfuerzos contrarrevolucionarios.
En vez de prevenir al proletariado de los países limítrofes de que todas las formas del separatismo son simples trampas burguesas, no hicieron más que confundir con su consigna a las masas de esos países y entregarlas a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista produjeron la desintegración de la misma Rusia y pusieron en manos del enemigo el cuchillo que se hundiría en el corazón de la Revolución Rusa.
Seguramente, sin la ayuda del imperialismo alemán, sin “los rifles alemanes en los puños alemanes”, como decía el Neue Zeit de Kautsky, los Lubinski y otros bribonzuelos de Ucrania, los Erich y Mannerheim192 de Finlandia, los barones bálticos, nunca hubieran ganado a lo mejor de las masas trabajadoras socialistas de sus respectivos países. Pero el separatismo nacional fue el caballo de Troya dentro del cual los “camaradas” alemanes, bayoneta en mano, hicieron su entrada en todas esas tierras. Los antagonismos de clase reales y la verdadera relación de fuerzas en el plano militar provocaron la intervención alemana. Pero los bolcheviques proporcionaron la ideología con la que se enmascaró esta campaña de la contrarrevolución; fortalecieron la posición de la burguesía y debilitaron la del proletariado.
La mejor prueba de esto la da Ucrania, que iba a jugar un rol tan tremendo en el destino de la Revolución Rusa. El nacionalismo ucraniano fue en Rusia algo bastante diferente, digamos, del nacionalismo checo, polaco o finlandés. El primero era un mero capricho, una tontería de unas pocas docenas de intelectuales pequeño-burgueses, sin ninguna raíz económica, política o sicológica. No se apoyaba en ninguna tradición histórica, ya que Ucrania nunca fue una nación ni tuvo gobierno propio, ni tampoco una cultura nacional, a excepción de los poemas reaccionario-románticos de Shevchenko. ¡Es exactamente lo mismo que si un día los habitantes del Wasserkante quisieran fundar una nueva nación y un nuevo gobierno en la Baja Alemania [Plattdeutsche]! Y esta pose ridícula de unos cuantos profesores y estudiantes universitarios fue inflada por Lenin y sus camaradas hasta transformarla en una fuerza política con su agitación doctrinaria sobre “el derecho a la autodeterminación hasta etcétera”. ¡Se le dio tanta importancia a lo que en sus comienzos fue una mera farsa, que la farsa se transformó en una cuestión de importancia fundamental,
192 Barón Carl von Mannerheim (1867-1951): responsable de la supresión de la República Obrera de Finlandia en 1918. En 1939 y 1941 dirigió el ejército finés contra Rusia. Presidente de Finlandia en 1944-1946.
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no como movimiento nacional serio, para lo cual carecía de raíces tanto antes como después, sino como flameante bandera de la contrarrevolución! En Brest asomaron las bayonetas alemanas de adentro de este huevo podrido.
Hay oportunidades en que frases como ésas adquieren un significado muy real en la historia de las luchas de clases. Es una desgracia del socialismo el que en esta guerra mundial le haya sido dado proporcionar los argumentos ideológicos a la política contrarrevolucionaria. Cuando estalló la guerra, la socialdemocracia alemana se apresuró a justificar la expedición depredatoria del imperialismo alemán con un argumento ideológico extraído de los desvanes del marxismo: declararon que se trataba de una expedición liberadora contra el zarismo ruso, tal como lo habían soñado nuestros viejos maestros (Marx y Engels). Y a les bolcheviques, que eran la antípoda de nuestros socialistas gubernamentales, les tocó ser quienes llevaran agua al molino de la contrarrevolución con su fraseología sobre la autodeterminación de los pueblos; en consecuencia, no sólo proporcionaron la ideología para justificar el estrangulamiento de la misma Revolución Rusa, sino también los planes que permitieron activar la crisis producida por la guerra mundial.
Tenemos buenas razones para analizar muy cuidadosamente la política de los bolcheviques sobre esta cuestión. El “derecho a la autodeterminación de los pueblos”, junto con la Liga de las Naciones y el desarme por gracia del presidente Wilson,193 constituyen el grito de batalla que hará saltar el próximo enfrentamiento entre el socialismo internacional y la burguesía. Es obvio que la fraseología sobre la autodeterminación y el conjunto del movimiento nacionalista, que al presente constituye el mayor peligro para el socialismo internacional, se han fortalecido extraordinariamente desde la Revolución Rusa y las negociaciones de Brest. Sin embargo, tendremos que tocar fondo en el camino que marca este programa. El trágico efecto de esta fraseología sobre la Revolución Rusa, en cuyas espinas los mismos bolcheviques estaban destinados a quedar prisioneros y a sufrir profundos arañazos, debe servir de advertencia y lección al proletariado internacional.
Todo esto dio lugar a la dictadura de Alemania desde la época del tratado de Brest a la del “tratado complementario”. A los doscientos sacrificios expiatorios en Moscú. Al terror y la supresión de la democracia.
193 Woodrow Wilson (1856-1924): presidente de los EE.UU. en 1913-1921.
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4. La Asamblea Constituyente
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Analicemos más a fondo el problema tomando algunos ejemplos.
La tan conocida disolución de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917 jugó un rol destacado en la política de los bolcheviques. Esta medida fue decisiva en la posición que tomaron posteriormente; en cierta medida, representó el momento culminante de su táctica.
Es un hecho que Lenin y sus camaradas exigían furiosamente el llamado a la Asamblea Constituyente hasta su triunfo de octubre. La política del gobierno de Kerenski194 de escabullirle el bulto a la cuestión constituía uno de los blancos preferidos de crítica de los bolcheviques y la base de algunos de sus más violentos ataques. Por cierto, Trotsky, en su interesante folleto De Octubre a Brest-Litovsk, dice que “la Revolución de Octubre representó la salvación de la Asamblea Constituyente”, tanto como la salvación de la revolución de conjunto. “Y cuando dijimos —continúa— que no se podía llegar a la Asamblea Constituyente a través del Parlamento Preliminar de Tseretelli sino solamente a través de la toma del poder por los Soviets, teníamos completa razón.”
Y luego, pese a estas declaraciones, el primer paso de Lenin después de la Revolución de Octubre fue... la disolución de esta misma Asamblea Constituyente a la cual se suponía se le abría el camino. ¿Qué razones podían determinar un giro tan asombroso? Trotsky discute todo el asunto en el folleto antes mencionado. Expondremos aquí sus argumentos:
“Así como en los meses anteriores a la Revolución de Octubre las masas fueron hacia la izquierda y los obreros, soldados y campesinos se volcaron espontáneamente hacia los bolcheviques, dentro del Partido Social Revolucionario este proceso se expresó en el fortalecimiento del ala izquierda a costa de la derecha. Pero en la lista de candidatos de los socialrevolucionarios los viejos nombres del ala derecha todavía ocupaban las tres cuartas partes de los puestos [...]
”Además se dio la circunstancia de que las elecciones se realizaron en el curso de las primeras semanas posteriores a la Revolución de Octubre. Las noticias del cambio que había ocurrido se expandían muy lentamente, en círculos concéntricos que iban desde la capital a las provincias y desde las ciudades a las aldeas. Las masas campesinas, en muchos lugares, apenas tenían noción de lo que sucedía en Petrogrado y Moscú. Votaban por
194 Alexander Kerenski (1881-1972): socialrevolucionario ruso. Patriota durante la guerra. Vicepresidente del Soviet de Petrogrado, ocupó varios puestos ministeriales durante 1917. Primer ministro del gobierno provisional. Derrocado por la Revolución de Octubre, murió en el exilio en EE.UU.
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‘Tierra y libertad’ y elegían como representantes a los comités locales a los que permanecían bajo la bandera de los narodniki. Votaban, en consecuencia, por Kerenski y Avxentiev, que habían disuelto los comités locales y arrestado a sus miembros [...] Este estado de cosas da una idea clara de hasta qué punto la Asamblea Constituyente había quedado atrás en el desarrollo de la lucha política y de los agrupamientos partidarios.”
Todo esto está muy bien y resulta bastante convincente. Pero uno no puede menos que preguntarse cómo personas tan inteligentes como Lenin y Trotsky no llegaron a la conclusión que surge inmediatamente de los hechos mencionados. Dado que la Asamblea Constituyente fue electa mucho antes del cambio decisivo, la Revolución de Octubre, y que su composición reflejaba el pasado ya desvanecido y no la nueva situación, se deduce automáticamente que tendría que haberse anulado la Asamblea Constituyente ya superada y llamado, sin dilación, a elecciones para una nueva Constituyente. No querían confiar, y no debían hacerlo, el destino de la revolución a una asamblea que reflejaba la Rusia kerenskista de ayer, del periodo de las vacilaciones y las alianzas con la burguesía. Por lo tanto, lo único que quedaba por hacer era convocar una asamblea que surgiera de la Rusia renovada que tanto había avanzado.
En lugar de esto, Trotsky extrae de las características específicas de la Asamblea Constituyente que existía en octubre una conclusión general respecto a la inutilidad, durante la revolución, de cualquier representación surgida de elecciones populares universales.
“Gracias a la lucha abierta y directa por el poder —escribe— las masas trabajadoras acumulan en un tiempo brevísimo una gran experiencia política, y en su desarrollo político trepan rápidamente un peldaño tras otro. Cuanto más extenso es el país y más rudimentario su aparato técnico, menores son las posibilidades del farragoso mecanismo de las instituciones democráticas de seguir el ritmo de este desarrollo.”
Aquí nos encontramos con un cuestionamiento al “mecanismo de las instituciones democráticas” como tal. A esto debemos objetar inmediatamente que en esa estimación de las instituciones representativas subyace una concepción algo rígida y esquemática a la que la experiencia histórica de toda época revolucionaria contradice expresamente. Según la teoría de Trotsky, toda asamblea electa refleja de una vez y para siempre sólo la mentalidad, madurez política y ánimo propios del electorado justo en el momento en que éste concurre a las urnas. De acuerdo con eso, un cuerpo democrático es el reflejo de las masas al final del periodo electoral, del mismo modo que los espacios celestes de Herschel siempre nos muestran los cuerpos celestiales no como son en el momento en que los contemplamos, 391
sino como eran en el momento en que enviaron a la tierra sus mensajes luminosos desde las inconmensurables distancias espaciales. Se niega aquí toda relación espiritual viva, toda interacción permanente entre los representantes, una vez que han sido electos, y el electorado.
Sin embargo, ¡hasta qué punto lo contradice toda la experiencia histórica! La experiencia demuestra exactamente lo contrario; es decir, que el fluido vivo del ánimo popular se vuelca continuamente en los organismos representativos, los penetra, los guía. Si no, ¿cómo sería posible el espectáculo, que a veces presenciamos en todo parlamento burgués, de las divertidas volteretas de “los representantes del pueblo”, que se sienten súbitamente inspirados por un nuevo “espíritu” y pronuncian palabras totalmente inesperadas; o encontrarse en determinadas oportunidades con que las momias más resecas se comportan como jovencitos o con los pequeños Scheidemänchenn más diversos que de golpe empiezan a usar un tono revolucionario; todo esto siempre que hay alboroto en las fábricas y talleres y en las calles?
¿Y habrá que renunciar, en medio de la revolución, a esta influencia siempre viva del ánimo y nivel de madurez política de las masas sobre los organismos electos, en favor de un rígido esquema de emblemas y rótulos partidarios? ¡Todo lo contrario! Es precisamente la revolución la que crea, con su hálito ardiente, esa atmósfera política delicada, vibrante, sensible, en la que las olas del sentimiento popular, el pulso de la vida popular, obran en el momento sobre los organismos representativos del modo “más maravilloso. De este hecho dependen, con toda seguridad, los tan conocidos cambios de escena que invariablemente se presentan en las primeras etapas de toda revolución, cuando los viejos reaccionarios o los extremadamente moderados, que surgieron de una elección parlamentaria con sufragio limitado realizada bajo el antiguo régimen, súbitamente se transforman en los heroicos y ardientes voceros del alza. El ejemplo clásico es el del famoso “Parlamento Largo” de Inglaterra: fue electo y se reunió en 1642, permaneciendo en su puesto durante siete años completos. En ese periodo reflejó en su vida interna todas las alteraciones y desplazamientos del sentimiento popular, de la madurez política, de las diferenciaciones de clase, del progreso de la revolución hasta su culminación, desde la devota adoración a la corona del principio, cuando el orador permanecía de rodillas, hasta la abolición de la Cámara de los Lores, la ejecución de Carlos y la proclamación de la república.
¿Y acaso no se repitió la misma transformación maravillosa en los Estados Generales franceses, en el parlamento sujeto a la censura de Luis Felipe, e incluso (y este último ejemplo, el más impactante, le fue muy cercano a Trotsky) durante la Cuarta Duma rusa
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que, electa en el año de gracia de 1909, bajo el más rígido dominio de la contrarrevolución, sintió súbitamente el aliento ardiente de la revuelta que se preparaba y se convirtió en el punto de partida de la revolución?
Tod