EL MARXISMO Y LOS PROBLEMAS DE LA LINGÜÍSTICA
ACERCA DEL MARXISMO EN LA LINGÜÍSTICA
Publicacion de Stalin para Pravda, tomada del blog España Roja.
Dividida en dos partes para su facil lectura y por que el formato de ste foro no permite textos de desiada extencion.
Buena obra del camarada Stalin sobre la linguistica. Hoy y entre los Habla hispana nos puede servir a los marxistas-leninistas para polemizar con postmodernos, Feministas y pseudo marxistas sobre lo que es la lengua como superestructural, y que sobre esa base, sin la estructura correspondiente pretenden modificar la "superestructura", cambiando el lenjuaje en formas sumamente molestas como la E en remplazo de la O, o la molesta X.
ACERCA DEL MARXISMO EN LA LINGÜÍSTICA
Publicacion de Stalin para Pravda, tomada del blog España Roja.
Dividida en dos partes para su facil lectura y por que el formato de ste foro no permite textos de desiada extencion.
Buena obra del camarada Stalin sobre la linguistica. Hoy y entre los Habla hispana nos puede servir a los marxistas-leninistas para polemizar con postmodernos, Feministas y pseudo marxistas sobre lo que es la lengua como superestructural, y que sobre esa base, sin la estructura correspondiente pretenden modificar la "superestructura", cambiando el lenjuaje en formas sumamente molestas como la E en remplazo de la O, o la molesta X.
Un grupo de camaradas jóvenes me ha pedido que exponga en la prensa mi opinión sobre los problemas de la lingüística, especialmente en lo que concierne al marxismo en la lingüística. Yo no soy un lingüista y, por supuesto, no puedo dar plena satisfacción a los camaradas. En cuanto al marxismo en la lingüística, lo mismo que en las demás ciencias sociales, con eso tengo relación directa. Por ello he accedido a dar respuesta a algunas preguntas hechas por los camaradas.
PREGUNTA. ¿Es cierto que la lengua es una superestructura de la base?
RESPUESTA. No, no es cierto.
La base es el sistema económico de la sociedad en una etapa dada de su desarrollo. La superestructura la constituyen las concepciones políticas, jurídicas, religiosas, artísticas y filosóficas de la sociedad y las instituciones políticas, jurídicas, etc., etc., que les corresponden.
Toda base tiene la superestructura correspondiente. La base del régimen feudal tiene su superestructura, sus concepciones políticas, jurídicas, etc., etc., y las instituciones que les corresponden; la base capitalista tiene su superestructura, y la socialista, la suya. Si se modifica o se destruye la base, se modifica o se destruye a continuación su superestructura; si nace una nueva base, nace a continuación la superestructura correspondiente.
En este sentido la lengua se diferencia esencialmente de la superestructura. Tomemos, por ejemplo, la sociedad rusa y la lengua rusa. En el curso de los 30 años últimos, en Rusia ha sido destruida la vieja base, la base capitalista, y construida una base nueva, una base socialista. En consonancia, ha sido destruida la superestructura de la base capitalista y creada una nueva superestructura, que corresponde a la base socialista. Por consiguiente, las viejas instituciones políticas, jurídicas y otras han sido reemplazadas por instituciones nuevas, socialistas. Sin embargo, la lengua rusa ha continuado siendo, por su esencia, la misma que era antes de la Revolución de Octubre.
¿Qué ha cambiado desde entonces en la lengua rusa? Ha cambiado en cierta medida el vocabulario de la lengua rusa, ha cambiado en el sentido de que se ha visto enriquecido con un considerable número de nuevas palabras y expresiones, nacidas con la nueva producción socialista, con el nuevo Estado, con la nueva cultura socialista, con las nuevas relaciones sociales, con la nueva moral y, finalmente, con el desarrollo de la técnica y de la ciencia; muchas palabras y expresiones han cambiado de sentido y adquirido una significación nueva; cierto número de palabras ha caído en desuso, ha desaparecido del vocabulario. En lo que respecta al caudal de voces básico y a la estructura gramatical de la lengua rusa, que constituyen su fundamento, lejos de haber sido liquidados y sustituidos por un nuevo caudal básico y por una nueva estructura gramatical después de la destrucción de la base capitalista, se han conservado intactos y perviven sin ninguna modificación seria; se han conservado precisamente como fundamento de la lengua rusa contemporánea.
Prosigamos. La superestructura es engendrada por la base; pero eso no significa, en modo alguno, que la superestructura se circunscriba a reflejar la base, que sea pasiva, neutral, que se muestre indiferente a la suerte de su base, a la suerte de las clases, al carácter del régimen. Por el contrario, al nacer, la superestructura se convierte en una fuerza activa inmensa, coadyuva activamente a que su base tome cuerpo y se afiance y adopta todas las medidas para ayudar al nuevo régimen a rematar y destruir la vieja base y las viejas clases.
Y no puede ser de otra manera. La superestructura es creada por la base precisamente para que la sirva, para que la ayude activamente a tomar cuerpo y a afianzarse, para que luche activamente por la destrucción de la base vieja, caduca, y de su antigua superestructura. Basta que la superestructura renuncie a este su papel auxiliar, basta que pase de la posición de defensa activa de su base a la posición de indiferencia hacia ella, a una posición idéntica ante las distintas clases, para que pierda su calidad y deje de ser superestructura.
En este sentido, la lengua se diferencia esencialmente de la superestructura. La lengua no es engendrada por una u otra base, por la vieja o por la nueva base, en el seno de una sociedad dada, sino por todo el curso de la historia de la sociedad y de la historia de las bases a través de los siglos. La lengua no es obra de una clase cualquiera, sino de toda la sociedad, de todas las clases sociales, del esfuerzo de centenares de generaciones. La lengua no ha sido creada para satisfacer las necesidades de una clase cualquiera, sino de toda la sociedad, de todas las clases sociales. Precisamente por eso, ha sido creada como lengua de todo el pueblo, única para la sociedad y común a todos sus miembros. En virtud de ello, el papel auxiliar de la lengua como medio de relación entre los hombres no consiste en servir a una clase en perjuicio de las demás, sino en servir por igual a toda la sociedad, a todas las clases sociales. A ello, precisamente, se debe el que la lengua pueda servir por igual al régimen viejo y moribundo y al régimen nuevo y en ascenso, a la vieja base y a la nueva, a los explotadores y a los explotados.
Todo el mundo sabe que la lengua rusa ha servido al capitalismo ruso y a la cultura burguesa rusa antes de la Revolución de Octubre tan bien como sirve hoy día al régimen socialista y a la cultura socialista de la sociedad rusa.
Lo mismo hay que decir de las lenguas ucraniana, bielorrusa, uzbeka, kazaja, georgiana, armenia, estoniana, letona, lituana, moldava, tártara, azerbaidzhana, bashkira, turkmena y de otras lenguas de las naciones soviéticas, que sirvieron al viejo régimen burgués de esas naciones tan bien como sirven al régimen nuevo, al régimen socialista.
Y no puede ser de otra manera. Si la lengua existe, si ha sido creada, es precisamente para que sirva a la sociedad, considerada como un todo, de medio de relación entre los hombres; para que sea común a los miembros de la sociedad y única para ésta; para que sirva por igual a sus miembros, sea cual fuere la clase a que pertenezcan. Basta que la lengua abandone esta posición de servicio a todo el pueblo, basta que adopte una posición de preferencia y de apoyo a un grupo social cualquiera en detrimento de los demás grupos sociales, para que pierda su calidad, para que deje de ser un medio de relación entre los hombres en la sociedad, para que se convierta en la jerga de un grupo social cualquiera, degenere y se condene a la desaparición.
En este sentido, la lengua, que se diferencia en principio de la superestructura, no se distingue de los instrumentos de producción, por ejemplo, de las máquinas, que son tan indiferentes a las clases como la lengua y que pueden servir por igual tanto al régimen capitalista como al socialista.
Prosigamos. La superestructura es producto de una época en el curso de la cual existe y funciona una base económica dada. Por eso, la superestructura no vive largo tiempo; es liquidada y desaparece con la destrucción y la desaparición de la base dada.
La lengua, por el contrario, es producto de toda una serie de épocas, en el curso de las cuales cristaliza, se enriquece, se desarrolla y se pule. Por eso, la lengua tiene una vida incomparablemente más larga que cualquier base y que cualquier superestructura. A ello, precisamente, se debe que el nacimiento y la destrucción no sólo de una base y de su superestructura, sino de varias bases y de sus correspondientes superestructuras, no conduzca en la historia a la destrucción de una lengua dada, a la liquidación de su estructura y al nacimiento de una nueva lengua con un nuevo vocabulario y una nueva estructura gramatical.
Desde la muerte de Pushkin han pasado más de 100 años. En ese tiempo fueron destruidos en Rusia los regímenes feudal y capitalista y surgió un tercer régimen, el régimen socialista. Por consiguiente, fueron destruidas dos bases con sus superestructuras y surgió una base nueva, la base socialista, con su superestructura. Sin embargo, si tomamos, por ejemplo, la lengua rusa, veremos que en este gran intervalo no ha experimentado ningún trastorno y que la lengua rusa contemporánea difiere bien poco, por su estructura, de la lengua de Pushkin.
¿Qué ha cambiado durante este tiempo en la lengua rusa? Durante este tiempo se ha enriquecido considerablemente el vocabulario de la lengua rusa; han desaparecido de él muchas palabras caídas en desuso; ha cambiado el significado de un considerable número de vocablos; se ha perfeccionado la estructura gramatical de la lengua. Por lo que se refiere a la estructura de la lengua de Pushkin, con su sistema gramatical y su caudal de voces básico, se ha conservado en todo lo substancial como el fundamento de la lengua rusa contemporánea.
Lo apuntado es bien comprensible. En efecto, ¿para qué es necesario que después de cada revolución la estructura existente de la lengua, su estructura gramatical y su caudal de voces básico sean destruidos y reemplazados por otros nuevos, como ocurre habitualmente con la superestructura? ¿Quién puede necesitar que «agua», «tierra», «montaña», «bosque», «pez», «hombre», «andar», «hacer», «producir», «comerciar» etc., no se denominen agua, tierra, montaña, etc., sino de otra manera? ¿Quién puede necesitar que la variación de los vocablos en la lengua y su combinación en las oraciones no se hagan con arreglo a la gramática existente, sino ateniéndose a una gramática completamente distinta? ¿Qué provecho obtiene la revolución con semejante cambio en la lengua? Por regla general, la historia no hace nada esencial si no existe una necesidad particular. ¿Qué necesidad hay --se pregunta uno-- de semejante revolución en la lengua si está demostrado que la lengua existente, con su estructura, es por completo apta, en lo fundamental, para dar satisfacción a las necesidades del nuevo régimen? Se puede y se debe destruir en unos cuantos años la vieja superestructura y sustituirla por otra nueva para dar libre curso al desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad; pero ¿cómo se puede destruir la lengua existente y crear en su lugar otra nueva en unos cuantos años sin llevar la anarquía a la vida social, sin crear un peligro de disgregación de la sociedad? ¿Quién, de no ser un quijote, puede plantearse semejante tarea?
Por último, otra diferencia esencial entre la superestructura y la lengua. La superestructura no está ligada directamente a la producción, a la actividad productora del hombre. Está ligada a la producción sólo de modo indirecto, a través de la economía, a través de la base. Por eso, la superestructura no refleja los cambios en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas inmediata y directamente, sino después de los cambios en la base, por refracción de los cambios de la producción en los cambios de la base. Eso quiere decir que la esfera de acción de la superestructura es estrecha y limitada.
La lengua, por el contrario, está ligada directamente a la actividad productora del hombre, y no sólo a la actividad productora, sino a cualquier otra actividad del hombre en todas las esferas de su trabajo, desde la producción hasta la base, desde la base hasta la superestructura. Por eso, la lengua refleja los cambios en la producción inmediata y directamente, sin esperar los cambios en la base. Por eso, la esfera de acción de la lengua, que abarca todos los campos de la actividad del hombre, es mucho más amplia y variada que la esfera de acción de la superestructura. Más aún, es casi ilimitada.
A ello, ante todo, se debe que la lengua, mejor dicho, su vocabulario, se encuentre en un estado de cambio casi ininterrumpido. El desarrollo incesante de la industria y de la agricultura, del comercio y del transporte, de la técnica y de la ciencia exige que la lengua enriquezca su vocabulario con nuevas palabras y expresiones, necesarias para su trabajo. Y la lengua, al reflejar directamente estas necesidades, completa su vocabulario con nuevas palabras y perfecciona su estructura gramatical.
Así, pues:
a) un marxista no puede considerar la lengua como una superestructura de la base;
b) confundir la lengua con la superestructura significa incurrir en un error de bulto.
PREGUNTA. ¿Es cierto que la lengua ha tenido siempre y sigue teniendo un carácter de clase y que no existe una lengua común y única para la sociedad, una lengua común a todo el pueblo y sin carácter de clase?
RESPUESTA. No, no es cierto.
Es fácil comprender que no cabe siquiera hablar de una lengua de clase en una sociedad sin clases. El régimen gentilicio de la comunidad primitiva no conocía las clases; por consiguiente, en él no podía tampoco haber una lengua de clase: en él, la lengua era común y única para toda la colectividad. La objeción de que debe entenderse por clase toda colectividad humana, comprendida la comunidad primitiva, no es una objeción, sino un juego de palabras que ni siquiera merece ser refutado.
Por lo que se refiere al desarrollo posterior, desde las lenguas gentilicias hasta las lenguas tribales, desde las lenguas tribales hasta las lenguas de los pueblos y desde las lenguas de los pueblos hasta las lenguas nacionales, en todas partes, en todas las etapas del desarrollo, la lengua, como medio de relación de los hombres en la sociedad, ha sido común y única para la sociedad, ha servido por igual a los miembros de ésta, independientemente de su condición social.
No me refiero a los imperios de los períodos esclavista y medieval, al imperio de Ciro y de Alejandro Magno, pongamos por caso, o al imperio de César y de Carlomagno, que no poseían una base económica propia y eran agrupaciones militares y administrativas efímeras y precarias. Ninguno de estos imperios tenía ni podía tener una lengua única y comprensible para todos sus miembros. Eran un conglomerado de tribus y de pueblos que vivían su propia vida y tenían sus propias lenguas. Por consiguiente, no me refiero a esos imperios y otros semejantes, sino a las tribus y los pueblos que formaban parte del imperio, poseían una base económica propia y tenían sus lenguas, formadas desde hacía tiempo. La historia nos enseña que las lenguas de estas tribus y de estos pueblos no tenían un carácter de clase, sino que eran comunes a toda la población, comunes a las tribus y a los pueblos y comprensibles para ellos.
Naturalmente, existían a la par dialectos, hablas locales, pero la lengua única y común de la tribu o del pueblo prevalecía sobre ellos y se los subordinaba.
Más tarde, con la aparición del capitalismo, con la supresión del fraccionamiento feudal y la formación del mercado nacional, los pueblos se desarrollaron hasta constituirse en naciones, y las lenguas de los pueblos, hasta llegar a ser lenguas nacionales. La historia nos enseña que las lenguas nacionales no son lenguas de clase, sino lenguas comunes a todo el pueblo, comunes a los miembros de la nación y únicas para ella.
Ya hemos dicho que la lengua, como medio de relación de los hombres en la sociedad, sirve por igual a todas las clases de la misma y manifiesta en este sentido cierta indiferencia hacia las clases. Pero los hombres, los diversos grupos sociales y las clases distan mucho de ser indiferentes hacia la lengua. Se esfuerzan por utilizarla en interés propio, imponerle su léxico particular, sus términos particulares, sus expresiones particulares. En este sentido se distinguen especialmente las capas superiores de las clases poseedoras --la alta aristocracia y las capas superiores de la burguesía--, que están divorciadas del pueblo y lo odian. Se crean dialectos y jergas «de clase», «lenguajes» de salón. A menudo, en la literatura se califica erróneamente de lenguas a esos dialectos y jergas: «lengua de la aristocracia», «lengua de la burguesía», en oposición a la «lengua proletaria», a la «lengua campesina». Esa es la razón de que algunos camaradas nuestros hayan llegado --por extraño que pueda parecer-- a la conclusión de que la lengua nacional es una ficción y de que, en la realidad, sólo existen lenguas de clase.
Yo creo que no hay nada más equivocado que esa conclusión. ¿Puede considerarse lenguas a esos dialectos y jergas? Indiscutiblemente que no. No se puede, en primer lugar, porque estos dialectos y jergas no tienen una estructura gramatical propia y un caudal de voces básico propio: los toman de la lengua nacional. No se puede, en segundo lugar, porque los dialectos y las jergas tienen una esfera de circulación estrecha entre los miembros de la capa superior de tal y cual clase, y son absolutamente inservibles como medio de relación entre los hombres, para la sociedad en su conjunto. ¿Qué poseen, pues, los dialectos y las jergas? Poseen un fárrago de vocablos específicos, que reflejan los gustos específicos de la aristocracia o de las capas superiores de la burguesía; poseen cierto número de expresiones y giros que se distinguen por su rebuscamiento y galantería y que están exentos de los «burdos» giros y expresiones de la lengua nacional; poseen, por último, cierto número de palabras extranjeras. Sin embargo, lo fundamental, es decir, la inmensa mayoría de las palabras y la estructura gramatical, está tomado de la lengua nacional, común a todo el pueblo. Por consiguiente, los dialectos y las jergas son ramificaciones de la lengua nacional, común a todo el pueblo, privadas de toda independencia lingüística y condenadas a vegetar. Suponer que los dialectos y las jergas pueden desarrollar&e y llegar a ser lenguas independientes, capaces de desplazar y de sustituir a la lengua nacional, es perder la perspectiva histórica y abandonar las posiciones del marxismo.
Se remiten a Marx, citan un pasaje de su artículo, El santo Max, donde se dice que el burgués tiene «su propia lengua», que esta lengua «es un producto de la burguesía» y está penetrada del espíritu del mercantilismo y de la compraventa. Algunos camaradas quieren demostrar con esta cita que Marx sustentaba, al parecer, el punto de vista de que la lengua tenía «carácter de clase» y negaba la existencia de una lengua nacional única. Si estos camaradas fueran en este caso objetivos, habrían citado también otro pasaje del artículo El santo Max, donde Marx, refiriéndose a las vías de formación de una lengua nacional única, habla de «la concentración de los dialectos en un idioma nacional único, condicionada por la concentración económica y política».
Por consiguiente, Marx reconocía la necesidad de una lengua nacional única, como forma superior a la que, como formas inferiores, están subordinados los dialectos.
En ese caso, ¿qué puede ser la lengua del burgués, según Marx «producto de la burguesía»? ¿La consideraba Marx una lengua como la nacional, con su estructura lingüística particular? ¿Podía considerarla como tal lengua? ¡Desde luego que no! Marx quería simplemente decir que los burgueses habían ensuciado la lengua nacional única con su léxico de mercaderes y que, por tanto, los burgueses tenían su propia jerga de mercaderes.
Resulta que estos camaradas han deformado la posición de Marx. Y la han deformado porque no han citado a Marx como marxistas, sino como dogmáticos, sin calar en la esencia de las cosas.
Se remiten a Engels, citan de su folleto La situación de la clase obrera en Inglaterra los pasajes donde dice que «... la clase obrera inglesa, en el transcurso del tiempo, ha llegado a ser un pueblo completamente distinto de la burguesía inglesa»; que «los obreros hablan otro dialecto, tienen otras ideas y concepciones, otras costumbres y otros principios morales, otra religión y otra política que la burguesía». Partiendo de esta cita, algunos camaradas sacan la conclusión de que Engels negaba la necesidad de una lengua nacional, común a todo el pueblo, y que, por tanto, sustentaba el punto de vista de que la lengua tenía «carácter de clase». La verdad es que Engels no habla aquí de una lengua sino de un dialecto, comprendiendo perfectamente que el dialecto, como ramificación de la lengua nacional, no puede sustituir a ésta. Mas, a esos camaradas no les agrada mucho, por lo visto, la diferencia existente entre una lengua y un dialecto...
Es evidente que la cita aducida está fuera de lugar, pues Engels no habla en esos pasajes de «lenguas de clase», sino, principalmente, de las ideas, de las concepciones, de las costumbres, de los principios morales, de la religión y de la política de clase. Es absolutamente cierto que las ideas, las concepciones, las costumbres, los principios morales, la religión y la política de los burgueses y de los proletarios son diametralmente opuestos. Pero ¿qué tiene que ver esto con la lengua nacional, o con el «carácter de clase» de la lengua? ¿Acaso la existencia de contradicciones de clase en la sociedad puede servir de argumento en favor del «carácter de clase» de la lengua, o en contra de la necesidad de una lengua nacional única? El marxismo dice que la comunidad de lengua es uno de los rasgos más importantes de la nación, sabiendo perfectamente, al afirmar eso, que dentro de la nación hay contradicciones de clase. ¿Reconocen los mencionados camaradas esta tesis marxista?
Se remiten a Lafargue, señalando que, en su folleto La lengua y la revolución, reconoce el «carácter de clase» de la lengua y niega, al parecer, la necesidad de una lengua nacional, común a todo el pueblo. Eso es falso. Lafargue habla, efectivamente, de la «lengua de la nobleza» o «de la aristocracia» y de las «jergas» de las distintas capas de la sociedad. Pero esos camaradas olvidan que Lafargue, sin interesarse por la diferencia entre lengua y jerga y llamando a los dialectos unas veces «lenguaje artificial» y otras «jerga», declara explícitamente en su folleto que «el lenguaje artificial que distingue a la aristocracia... salió de la lengua común a todo el pueblo que hablaban los burgueses y los artesanos, la ciudad y el campo».
Por consiguiente, Lafargue reconoce la existencia y la necesidad de una lengua común a todo el pueblo, comprendiendo perfectamente el carácter subordinado y la dependencia de la «lengua de la aristocracia» y los demás dialectos y jergas respecto de la lengua común a todo el pueblo.
Resulta que la referencia a Lafargue no da en el blanco.
Se remiten a que, en cierta época, los señores feudales de Inglaterra hablaron «durante siglos» en francés, mientras que el pueblo inglés hablaba la lengua inglesa, y aducen esta circunstancia como un argumento a favor del «carácter de clase» de la lengua y contra la necesidad de una lengua común a todo el pueblo. Pero eso no es un argumento, sino una anécdota. En primer lugar, a la sazón no hablaban en francés todos los feudales, sino un número insignificante de grandes feudales ingleses en la corte del rey y en los condados. En segundo lugar, no hablaban en una «lengua de clase», sino en la lengua francesa corriente, común a todo el pueblo francés. En tercer lugar, como se sabe, ese antojo de hablar en francés desapareció después sin dejar rastro, cediendo el puesto a la lengua inglesa común a todo el pueblo. ¿Creen esos camaradas que los feudales ingleses y el pueblo inglés se entendieron «durante siglos» por mediación de intérpretes, que los feudales ingleses no hacían uso de la lengua inglesa, que no existía por aquel entonces una lengua inglesa común a todo el pueblo, que el francés era entonces en Inglaterra algo más que una lengua de salón, empleada únicamente en el estrecho círculo de la alta aristocracia inglesa? ¿Cómo se puede negar con tan anecdóticos «argumentos» la existencia y la necesidad de una lengua común a todo el pueblo?
En un tiempo, también a los aristócratas rusos les dio por hablar el francés en la corte del zar y en los salones. Se jactaban de que, al hablar en ruso, tartamudeaban en francés y que sólo sabían hablar el ruso con acento francés. ¿Quiere eso decir que no existía entonces en Rusia la lengua rusa, común a todo el pueblo, que la lengua común a todo el pueblo era entonces una ficción, y las «lenguas de clase» una realidad?
Nuestros camaradas incurren aquí, cuando menos, en dos errores.
El primer error consiste en que confunden la lengua con la superestructura. Creen que si la superestructura tiene un carácter de clase, la lengua no debe ser común a todo el pueblo, sino que debe tener un carácter de clase. Pero ya he dicho anteriormente que la lengua y la superestructura son dos conceptos diferentes y que un marxista no puede confundirlos.
El segundo error consiste en que esos camaradas conciben la oposición de intereses de la burguesía y del proletariado y su encarnizada lucha de clases como una desintegración de la sociedad, como una ruptura de todo vínculo entre las clases hostiles. Consideran que, como la sociedad se ha desintegrado y no existe ya una sociedad única, sino solamente las clases, no se necesita una lengua única para la sociedad, no se necesita una lengua nacional. ¿Qué queda, pues, si la sociedad se ha desintegrado y no existe ya una lengua nacional, común a todo el pueblo? Quedan las clases y las «lenguas de clase». De por sí se desprende que cada «lengua de clase» debe tener su propia gramática «de clase», que debe haber, por tanto, una gramática «proletaria» y una gramática «burguesa». Cierto es que no hay tales gramáticas bajo la capa del cielo; pero esta circunstancia no inmuta a esos camaradas: están persuadidos de que tales gramáticas han de aparecer.
En tiempos hubo entre nosotros «marxistas» que afirmaban que las líneas férreas que habían quedado en nuestro país después de la Revolución de Octubre eran burguesas y no procedía que nosotros, los marxistas, las utilizásemos; que era preciso desmontarlas y construir ferrocarriles nuevos, «proletarios». Debido a ello, esas gentes recibieron el sobrenombre de «trogloditas».
De por sí se desprende que esa primitiva concepción anarquista de la sociedad, las clases y la lengua no tiene nada de común con el marxismo. Pero, indudablemente, existe y continúa alentando en las cabezas de algunos camaradas desorientados.
Naturalmente, no es cierto que, debido a una encarnizada lucha de clases, la sociedad se haya desintegrado en clases que ya no están ligadas económicamente las unas a las otras en el seno de una sociedad única. Al contrario: mientras subsista el capitalismo, burgueses y proletarios estarán ligados recíprocamente por todos los lazos de la economía, como partes constitutivas de una sociedad capitalista única. Los burgueses no pueden vivir ni enriquecerse si no disponen de obreros asalariados; los proletarios no pueden subsistir sin vender su fuerza de trabajo a los capitalistas. El cese de toda relación económica entre ellos implica el cese de toda producción, y el cese de toda producción conduce al perecimiento de la sociedad, al perecimiento de las clases mismas. De por sí se desprende que ninguna clase quiere condenarse a perecer. Por eso, la lucha de clases, por aguda que sea, no puede conducir a la desintegración de la sociedad. Sólo la ignorancia en cuanto al marxismo y la incomprensión absoluta de la naturaleza de la lengua han podido sugerir a algunos de nuestros camaradas la fábula de la desintegración de la sociedad, la fábula de las lenguas «de clase», de las gramáticas «de clase».
Se remiten, además, a Lenin y aducen que reconocía la existencia de dos culturas, la burguesa y la proletaria, bajo el capitalismo y que la consigna de cultura nacional es, bajo el capitalismo, una consigna nacionalista. Todo ello es cierto, y Lenin tiene absoluta razón. Pero ¿a qué viene aquí eso del «carácter de clase» de la lengua? Al remitirse a las palabras de Lenin de que bajo el capitalismo existen dos culturas, esos camaradas quieren --a lo que se ve-- inculcar al lector que si en la sociedad existen dos culturas, la burguesa y la proletaria, debe haber también dos lenguas, pues la lengua está ligada a la cultura, y que, por lo tanto, Lenin niega la necesidad de una lengua nacional única, manifestándose, por consiguiente, a favor de las lenguas «de clase». El error que esos camaradas cometen aquí consiste en que identifican y confunden la lengua con la cultura. Pero la cultura y la lengua son dos cosas distintas. La cultura puede ser burguesa o socialista, mientras que la lengua, como medio de relación, es siempre común a todo el pueblo y puede servir tanto a la cultura burguesa como a la socialista. ¿Acaso no es un hecho que las lenguas rusa, ucraniana y uzbeka sirven actualmente a la cultura socialista de estas naciones tan bien como sirvieron antes de la Revolución de Octubre a sus culturas burguesas? Por consiguiente, esos camaradas están muy equivocados al afirmar que la existencia de dos culturas diferentes lleva a la formación de dos lenguas distintas y a la negación de la necesidad de una lengua única.
Cuando hablaba de dos culturas, Lenin partía precisamente de la tesis de que la existencia de dos culturas no puede llevar a la negación de la lengua única y a la formación de dos lenguas, y de que la lengua debe ser única. Cuando los bundistas acusaron a Lenin de que negaba la necesidad de la lengua nacional y consideraba que la cultura «carece de nacionalidad», Lenin, como es sabido, protestó enérgicamente y declaró que luchaba contra la cultura burguesa, y no contra la lengua nacional, cuya necesidad estimaba indiscutible. Causa extrañeza que algunos camaradas nuestros hayan seguido las huellas de los bundistas.
Por lo que se refiere a una lengua única, cuya necesidad dicen que Lenin negaba, sería conveniente prestar oído a las siguientes palabras de Lenin:
«La lengua es un importantísimo medio de relación entre los hombres; la unidad de la lengua y su desarrollo sin trabas son una importantísima condición de una circulación mercantil verdaderamente libre y amplia, correspondiente al capitalismo moderno, y de una libre y vasta agrupación de la población en las diferentes clases».
Resulta que esos estimados camaradas han tergiversado las ideas de Lenin.
Se remiten, por último, a Stalin. Reproducen una cita de Stalin que dice que «la burguesía y sus partidos nacionalistas fueron y continúan siendo en este período la principal fuerza dirigente de las naciones de ese tipo». Todo esto es cierto. La burguesía y su partido nacionalista dirigen, efectivamente, la cultura burguesa, del mismo modo que el proletariado y su partido internacionalista dirigen la cultura proletaria. Pero ¿qué tiene que ver esto con el «carácter de clase» de la lengua? ¿Acaso esos camaradas no saben que la lengua nacional es una forma de la cultura nacional y que puede servir tanto a la cultura burguesa como a la socialista? ¿Es que nuestros camaradas ignoran la conocida fórmula de los marxistas de que las actuales culturas rusa, ucraniana, bielorrusa y otras son socialistas por el contenido y nacionales por la forma, es decir, por la lengua? ¿Están de acuerdo con esta fórmula marxista?
El error que nuestros camaradas cometen aquí consiste en que no ven la diferencia entre la cultura y la lengua y no comprenden que la cultura cambia de contenido con cada nuevo período del desarrollo de la sociedad, mientras que
la lengua continúa siendo en lo esencial la misma a lo largo de varios períodos, sirviendo por igual tanto a la nueva cultura como a la antigua.
Así, pues:
a) la lengua, como medio de relación ha sido siempre y sigue siendo única para la sociedad y común para todos sus miembros;
b) la existencia de dialectos y jergas no niega, sino que confirma la existencia de una lengua común a todo el pueblo, de la que esos dialectos y jergas son ramificaciones y a la que están subordinados;
c) la fórmula relativa al «carácter de clase» de la lengua es una fórmula errónea, no marxista.
PREGUNTA. ¿Cuáles son los rasgos característicos de la lengua?
RESPUESTA. La lengua es uno de los fenómenos sociales que actúan mientras existe la sociedad. Nace y se desarrolla con el nacimiento y el desarrollo de la sociedad. Muere cuando muere la sociedad. No hay lengua fuera de la sociedad. Por eso, la lengua y las leyes de su desarrollo solamente pueden ser comprendidas si se estudian en ligazón inseparable con la historia de la sociedad, con la historia del pueblo al que pertenece la lengua estudiada y que es su creador y portador.
La lengua es el medio, el instrumento con el que los hombres se relacionan, intercambian ideas y logran entenderse unos a otros. Directamente ligada al pensamiento, la lengua registra y fija en palabras y en palabras combinadas en oraciones los resultados del trabajo del pensamiento, los progresos de la actividad cognoscitiva del hombre, y, de esta forma, hace posible el intercambio de ideas en la sociedad humana.
El intercambio de ideas constituye una necesidad permanente y vital, ya que sin él sería imposible organizar las acciones conjuntas de los hombres en la lucha contra las fuerzas de la naturaleza, en la lucha por la producción de los bienes materiales indispensables; sería imposible conseguir éxitos en la actividad productora de la sociedad y, por tanto, lo sería también la existencia misma de la producción social. De ahí que sin una lengua comprensible para la sociedad y común a sus componentes, la sociedad tenga que cesar de producir, se desintegre y deje de existir como tal. En este sentido, la lengua, siendo medio de relación, es, al mismo tiempo, un instrumento de lucha y de desarrollo de la sociedad.
Es sabido que todas las palabras de una lengua constituyen, juntas, lo que se llama su vocabulario. Lo principal en el vocabulario de una lengua es su caudal de voces, del que forman parte, como núcleo suyo, todas las palabras raíces. El caudal de voces básico es mucho menos amplio que el vocabulario de la lengua, pero vive mucho tiempo, durante siglos, y suministra a la lengua una base para la formación de nuevas palabras. El vocabulario refleja el estado de la lengua: cuanto más rico y variado es el vocabulario, más rica y desarrollada es la lengua.
Sin embargo, el vocabulario, por sí solo, no constituye todavía la lengua: es, más bien, el material de construcción para la lengua. Del mismo modo que los materiales de construcción no constituyen el edificio, aunque sin ellos no es posible levantarlo, así también el vocabulario no es la propia lengua, aunque sin él es inconcebible toda lengua. Pero el vocabulario adquiere una importancia enorme cuando se halla a disposición de una gramática, que establece las reglas que rigen las modificaciones de las palabras y la combinación de las palabras en oraciones y, de este modo, hace de la lengua algo armónico y coherente. La gramática (morfología, sintaxis) es el conjunto de reglas que rigen las modificaciones de las palabras y su combinación en oraciones. Por tanto, gracias precisamente a la gramática, la lengua obtiene la posibilidad de dar a los pensamientos humanos una envoltura lingüística material.
El rasgo distintivo de la gramática consiste en que da las reglas para la modificación de las palabras teniendo en cuenta no palabras concretas, sino las palabras en general, desprovistas de todo carácter concreto; da las reglas para formar oraciones teniendo en cuenta no oraciones concretas con un sujeto concreto, un predicado concreto, etc., sino todas las oraciones, sin relación con la forma concreta de una u otra oración. Por consiguiente, la gramática, haciendo abstracción de lo particular y de lo concreto, tanto en las palabras como en las oraciones, toma lo que hay de general y básico en la modificación de las palabras y en su combinación en oraciones, sacando de ello las reglas gramaticales, las leyes gramaticales. La gramática es el resultado de una prolongada labor de abstracción realizada por el pensamiento humano, un exponente de los enormes progresos del pensamiento.
En este sentido, la gramática se parece a la geometría, que da sus leyes haciendo abstracción de los objetos concretos, considerando los objetos como cuerpos carentes de concreción y estableciendo las relaciones entre ellos no como relaciones concretas de determinados objetos concretos, sino como las relaciones de los cuerpos en general, desprovistos de todo carácter concreto.
A diferencia de la superestructura, que no está ligada a la producción directamente, sino a través de la economía, la lengua está directamente ligada a la actividad productora del hombre, lo mismo que a todas sus demás actividades en todas las esferas de su trabajo, sin excepción. A ello se debe que el vocabulario, por ser lo más susceptible de cambiar, se encuentra en un estado de transformación casi incesante; al mismo tiempo, la lengua, a diferencia de la superestructura, no tiene que esperar a que la base sea liquidada e introduce modificaciones en su vocabulario antes de la liquidación de la base e independientemente del estado de la base.
Sin embargo, el vocabulario de una lengua no cambia como la superestructura, es decir, aboliendo lo viejo y construyendo lo nuevo, sino enriqueciendo el vocabulario existente con nuevas palabras, surgidas en relación con los cambios en el régimen social, con el desarrollo de la producción, el progreso de la cultura, de la ciencia, etc. Además, aunque cierto número de palabras anticuadas desaparece habitualmente del vocabulario, a él se suma un número mucho mayor de palabras nuevas. Por lo que respecta al caudal básico, se conserva en todo lo que tiene de esencial y es usado como base del vocabulario de la lengua.
Eso es comprensible. No hay ninguna necesidad de destruir el léxico básico cuando puede ser utilizado eficazmente en el transcurso de varios períodos históricos, sin hablar ya de que la destrucción del caudal básico, acumulado durante siglos, vista la imposibilidad de crear un nuevo vocabulario básico en plazo breve, conduciría a la parálisis de la lengua, a la desorganización total de las relaciones entre los hombres.
La estructura gramatical de una lengua cambia aún más lentamente que su caudal de voces básico. La estructura gramatical, elaborada a lo largo de varias épocas, y siendo como es carne de la carne y sangre de la sangre de la lengua, cambia más lentamente todavía que el caudal básico. Naturalmente, sufre cambios con el curso del tiempo, se perfecciona, mejora y precisa sus reglas, se enriquece con nuevas reglas, pero las bases de la estructura gramatical subsisten durante un período muy largo, ya que, como lo demuestra la historia, pueden servir eficazmente a la sociedad en el transcurso de muchas épocas.
Por lo tanto, la estructura gramatical y el caudal básico constituyen la base de la lengua y la esencia de su carácter específico.
La historia demuestra que la lengua posee gran estabilidad y una colosal capacidad de resistencia a la asimilación forzosa. Algunos historiadores, en lugar de explicar este fenómeno, se limitan a manifestar su asombro. Pero aquí no hay ninguna razón para asombrarse. La lengua debe su estabilidad a la estabilidad de su estructura gramatical y de su caudal básico. Los asimiladores turcos se esforzaron durante siglos por mutilar, destruir y aniquilar las lenguas de los pueblos balcánicos. En este período, el vocabulario de las lenguas balcánicas sufrió cambios considerables, fueron adoptadas no pocas palabras y expresiones turcas, hubo «convergencias» y «divergencias», pero las lenguas balcánicas resistieron y han perdurado. ¿Por qué? Porque la estructura gramatical y el léxico básico de estas lenguas se han mantenido en lo fundamental.
De todo esto se desprende que la lengua y su estructura no pueden ser consideradas como el producto de una sola época. La estructura de la lengua, su estructura gramatical y caudal básico son el producto de varias épocas.
Es de suponer que los elementos de las lenguas contemporáneas se constituyeron en la antigüedad más remota, antes de la época de la esclavitud. Era aquélla una lengua poco compleja, con un caudal de voces muy exiguo, pero con su propia estructura gramatical, que, si bien era primitiva, no dejaba, por ello, de ser estructura gramatical.
El posterior desarrollo de la producción; la aparición de las clases; la aparición de la escritura; el nacimiento del Estado, que necesitaba para la dirección una correspondencia más o menos ordenada; el desarrollo del comercio, que precisaba de ella todavía en mayor medida; la aparición de la imprenta, los progresos de la literatura: todo eso ocasionó grandes cambios en el desarrollo de la lengua. Durante este tiempo, las tribus y los pueblos se fraccionaban y dispersaban, se mezclaban y se cruzaban, y posteriormente aparecieron las lenguas nacionales y los estados nacionales, se produjeron revoluciones, a los viejos regímenes sociales sucedieron otros. Todo ello introdujo cambios mayores aún en la lengua y en su desarrollo.
Sin embargo, sería un error de bulto suponer que la lengua se ha desarrollado del mismo modo que la superestructura, es decir, destruyendo lo que existía y edificando lo nuevo. En realidad, las lenguas no se han desarrollado destruyendo las existentes y creando otras, sino desarrollando y perfeccionando los elementos fundamentales de las lenguas existentes. Además, el paso de un estado cualitativo de la lengua a otro estado cualitativo no se ha operado por explosión, destruyendo de un solo golpe lo viejo y edificando lo nuevo, sino por acumulación gradual y prolongada de los elementos del nuevo estado cualitativo, de la nueva estructura de la lengua, por la extinción gradual de los elementos del viejo estado cualitativo.
Hay quien dice que la teoría del desarrollo estadial de la lengua es una teoría marxista, porque reconoce la necesidad de explosiones súbitas como una condición para el paso de la lengua de su vieja calidad a una calidad nueva. Eso es falso, claro está, pues resulta difícil encontrar en esta teoría algo de marxista. Y si la teoría del desarrollo estadial reconoce efectivamente las explosiones súbitas en la historia del desarrollo de la lengua, tanto peor para ella. El marxismo no reconoce las explosiones súbitas en el desarrollo de la lengua, la muerte repentina de una lengua existente y la súbita creación de una nueva lengua. Lafargue no tenía razón cuando hablaba de la «súbita revolución lingüística que se produjo entre 1789 y 1794» en Francia (Véase el folleto de Lafargue La lengua y la revolución). En la Francia de entonces no se produjo ninguna revolución lingüística, y menos aún súbita. Claro está que en ese período el vocabulario de la lengua francesa se enriqueció con nuevas palabras y expresiones; desaparecieron algunas palabras caídas en desuso, cambió el sentido de ciertas palabras, y nada más. Sin embargo, tales cambios no deciden en modo alguno la suerte de una lengua. Lo principal de una lengua lo constituyen su estructura gramatical y su caudal básico. Pero la estructura gramatical y el vocabulario básico de la lengua francesa, lejos de desaparecer en el período de la revolución burguesa en Francia, se conservaron sin cambios esenciales, y no sólo se conservaron entonces, sino que continúan existiendo hoy día, en la lengua francesa contemporánea. No hablo ya de que para suprimir una lengua nacional y crear otra (¡«una súbita revolución lingüística»!), cinco o seis años son un plazo ridículamente breve: para eso hacen falta siglos.
El marxismo considera que el paso de la lengua de una vieja cualidad a una cualidad nueva no se produce por explosión ni por destrucción de la lengua existente y creación de una nueva, sino por acumulación gradual de los elementos de la nueva cualidad y, por tanto, por extinción gradual de los elementos de la vieja cualidad.
Hay que decir en general, para conocimiento de los camaradas que sienten pasión por las explosiones, que la ley del paso de una vieja cualidad a una cualidad nueva por explosión no sólo es inaplicable a la historia del desarrollo de la lengua; tampoco puede aplicarse siempre a otros fenómenos sociales de la base o de la superestructura. Esa ley es obligatoria para la sociedad dividida en clases hostiles. Pero no es obligatoria, en modo alguno, para una sociedad en la que no existan clases hostiles. En un período de ocho a diez años realizamos en la agricultura de nuestro país la transición del sistema burgués, basado en las haciendas campesinas individuales, al sistema socialista, al sistema koljosiano. Fue una revolución que liquidó el viejo sistema económico burgués en el campo y creó un nuevo sistema, el sistema socialista. Sin embargo, esta revolución no se efectuó por explosión, es decir, derrocando el Poder existente e instaurando un nuevo Poder, sino por transición gradual del viejo sistema burgués en el campo a un nuevo sistema. Y ello fue posible porque se trataba de una revolución desde arriba, porque la revolución se llevó a cabo por iniciativa del Poder existente con el apoyo de las masas fundamentales del campesinado.
Hay quienes dicen que los numerosos casos de cruce de lenguas que registra la historia dan fundamento para suponer que con el cruce se crea una nueva lengua por explosión, por transición súbita de una vieja cualidad a una cualidad nueva. Eso es absolutamente falso.
El cruce de lenguas no puede ser considerado como un solo golpe decisivo que surte efecto en unos pocos años. El cruce de lenguas es un proceso largo, que dura siglos. Por eso no puede hablarse aquí de ninguna explosión.
Prosigamos. Sería absolutamente erróneo suponer que el cruce de dos lenguas, pongamos por caso, produce una lengua nueva, una tercera lengua que no se parece a ninguna de las dos cruzadas y se distingue cualitativamente de ambas. En realidad una de las lenguas suele salir victoriosa del cruce, conserva su estructura gramatical y su léxico básico y continúa desarrollándose con arreglo a sus leyes internas, mientras que la otra lengua pierde gradualmente su cualidad y se extingue poco a poco.
Por consiguiente, el cruce no da una lengua nueva, una tercera lengua, sino que conserva una de las lenguas cruzadas, su estructura gramatical y su caudal básico, permitiéndole desarrollarse con arreglo a sus leyes internas.
Verdad es que con el cruce el vocabulario de la lengua victoriosa se enriquece en cierta medida a cuenta de la lengua vencida, pero eso, lejos de debilitarla, la fortalece.
Ese ha sido el caso, por ejemplo, de la lengua rusa, con la que se han cruzado en el curso del desarrollo histórico las lenguas de otros pueblos y que ha salido siempre victoriosa.
Naturalmente el vocabulario de la lengua rusa se ha completado a cuenta del vocabulario de esos otros idiomas, pero esto, lejos de debilitarla, la ha hecho más rica y fuerte.
En cuanto al carácter específico nacional de la lengua rusa, no sufrió el menor daño, pues, conservando su estructura gramatical y su vocabulario básico, la lengua rusa ha continuado progresando y perfeccionándose según las leyes internas de su desarrollo.
No cabe la menor duda de que la teoría del cruce no puede aportar nada serio a la lingüística soviética. Si es cierto que la tarea principal de la lingüística consiste en estudiar las leyes internas del desarrollo de la lengua, habrá que reconocer que la teoría del cruce ni siquiera la plantea, sin hablar ya de que no la resuelve; sencillamente no la ve o no la comprende.
PREGUNTA. ¿Ha procedido acertadamente Pravda al abrir una libre discusión sobre los problemas de la lingüística?
RESPUESTA. Sí, ha procedido acertadamente.
En qué dirección serán resueltos los problemas de la lingüística se verá claro al final de la discusión. Pero ya ahora se puede decir que la discusión ha sido muy provechosa.
La discusión ha puesto en claro, ante todo, que en las instituciones lingüísticas, tanto en el centro como en las repúblicas, imperaba un régimen impropio de la Ciencia, impropio en los hombres de ciencia. La menor crítica de la situación en la lingüística soviética, incluso los más tímidos asomos de crítica de la llamada «nueva doctrina» en la lingüística, eran perseguidos y sofocados por los círculos lingüísticos dirigentes. Valiosos trabajadores e investigadores eran destituidos de sus cargos o rebajados a puestos de menor importancia por abordar críticamente la herencia de N.Y. Marr o expresar la menor desaprobación de su teoría. Se elevaba a los altos cargos a lingüistas, no por el índice de trabajo sino porque aceptaban incondicionalmente la doctrina de N.Y. Marr.
Todo el mundo reconoce que no hay ciencia que pueda desarrollarse y prosperar sin lucha de opiniones, sin libertad de crítica. Pero esta regla universalmente reconocida era ignorada y pisoteada sin contemplaciones. Se formó un grupo cerrado de dirigentes infalibles que, poniéndose a salvo de toda posible crítica, hacía ley de sus caprichos y arbitrariedades.
Un ejemplo: el llamado «Curso de Bakú» (las conferencias pronunciadas por N.Y. Marr en Bakú), que el autor mismo declaró defectuoso y prohibió reeditar, ha sido, no obstante, reeditado por disposición de la casta de dirigentes (el camarada Meschanínov los llama «discípulos» de N.Y. Marr) e incluido, sin hacer ninguna salvedad, entre los libros de texto recomendados a los estudiantes. Eso quiere decir que se ha engañado a los estudiantes, haciendo pasar por un libro de texto de pleno valor un «Curso» reconocido como defectuoso. Si yo no estuviera convencido de la honradez del camarada Meschanínov y de otros lingüistas, diría que semejante proceder equivale a un sabotaje.
¿Cómo ha podido ocurrir eso? Ha ocurrido porque el régimen a lo Arakchéev implantado en la lingüística fomenta la irresponsabilidad y estimula tales arbitrariedades.
La discusión ha resultado muy provechosa, ante todo, porque ha sacado a la luz ese régimen a lo Arakchéev y lo ha pulverizado.
Pero el provecho reportado por la discusión no acaba ahí. La discusión no sólo ha demolido el viejo régimen imperante en la lingüística, sino que, además, ha puesto de manifiesto la increíble confusión de ideas que reina, en los problemas más importantes de la lingüística, entre los círculos dirigentes de esta rama de la ciencia. Antes de comenzar la discusión, los «discípulos» de N.Y. Marr callaban, silenciando que las cosas no marchaban bien en la lingüística. Pero, una vez comenzada la discusión, se hizo imposible callar y tuvieron que pronunciarse en la prensa. Y ¿qué ha resultado? Ha resultado que en la doctrina de N.Y. Marr hay muchas lagunas, errores, problemas sin precisar y tesis insuficientemente elaboradas. ¿Por qué --se pregunta uno-- los «discípulos» de N.Y. Marr no han hablado de ello hasta después de abierta la discusión? ¿Por qué no se han preocupado de ello antes? ¿Por qué no lo dijeron a su debido tiempo, franca y honradamente, como corresponde a los hombres de ciencia?
Resulta que, después de haber reconocido «algunos» errores de N.Y. Marr, sus «discípulos» creen que únicamente se puede desarrollar la lingüística soviética basándose en una versión «precisada» de la teoría de N.Y. Marr, considerada por ellos una teoría marxista. Pero ¡líbresenos del «marxismo» de N.Y. Marr! N.Y. Marr quería, efectivamente, ser marxista y se esforzó por serlo, pero no lo consiguió. No fue más que un simplificador y un vulgarizador del marxismo, como los de «proletcult»100 y los de la R.A.P.P.101
N.Y. Marr introdujo en la lingüística la fórmula errónea, no marxista, de que la lengua era superestructura, y se hizo un embrollo, embrolló a la lingüística. Es imposible desarrollar la lingüística soviética basándose en una fórmula errónea.
N.Y. Marr introdujo también en la lingüística otra fórmula errónea y no marxista, la del «carácter de clase» de la lengua, y se hizo un embrollo, embrolló a la lingüística. Es imposible desarrollar la lingüística soviética basándose en una fórmula errónea, que está en contradicción con todo el curso de la historia de los pueblos y de las lenguas.
N.Y. Marr introdujo en la lingüística un tono inmodesto, jactancioso y altanero, impropio del marxismo, un tono que conduce a negar gratuitamente y a la ligera todo lo que había en la lingüística antes de N.Y. Marr.
N.Y. Marr denigra chillonamente el método histórico-comparativo, tachándolo de «idealista». Sin embargo, hay que decir que el método histórico-comparativo, a pesar de sus graves defectos, vale más que el análisis según cuatro elementos --método verdaderamente idealista-- inventado por N.Y. Marr, pues el primero impulsa al trabajo, al estudio de las lenguas, mientras que el segundo sólo induce a tumbarse a la bartola y a leer en tazas de café los decantados cuatro elementos.
N.Y. Marr denigra altaneramente todo intento de estudiar los grupos, (familias) de lenguas, viendo en él una manifestación de la teoría de «protolengua». Y sin embargo, no puede negarse que el parentesco idiomático de naciones como, por ejemplo, las eslavas no ofrece lugar a dudas ni que el estudio de ese parentesco idiomático podría ser de gran valor para el estudio de las leyes del desarrollo de la lengua. Y eso sin hablar de que la teoría de «protolengua» no tiene nada que ver aquí.
Oyendo a N.Y. Marr y, sobre todo, a sus «discípulos», podría pensarse que antes de N.Y. Marr no existía la lingüística, que la lingüística apareció con la «nueva doctrina» de N.Y. Marr. Marx y Engels eran mucho más modestos: consideraban que su materialismo dialéctico era producto del desarrollo de las ciencias, incluida la filosofía, en el período precedente.
Por tanto, la discusión ha ayudado a la causa en el sentido de que también ha descubierto lagunas ideológicas en la lingüística soviética.
Creo que cuanto antes se desembarace nuestra lingüística de los errores de N.Y. Marr, tanto más rápidamente se la podrá sacar de la crisis por que atraviesa ahora.
Liquidar el régimen a lo Arakchéev en la lingüística, renunciar a los errores de N.Y. Marr, introducir el marxismo en la lingüística: tal es, a mi juicio, el camino para sanear la lingüística soviética.
Publicado en «Pravda», el 20 de junio de 1950.Final de la parte primera