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    Luchar contra el fascismo es luchar contra el capitalismo - Discurso de Bertolt Brecht en el Primer Congreso Internacional de escritores - París, 1935

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Dom Feb 12, 2017 12:07 pm

    Luchar contra el fascismo es luchar contra el capitalismo

    Discurso de Bertolt Brecht en el Primer Congreso Internacional de escritores para la Defensa de la Cultura - París, 23 de junio de 1935


    extractos publicados por el blog elcomunista.net


    “El escritor puede decir: Mi cometido es denunciar la injusticia, y puede dejar a cargo del lector el cuidado de acabar con ella. Pero luego el escritor hará una experiencia singular. Se dará cuenta de que la cólera, como la compasión, es algo masivo, algo que existe en cantidad y puede agotarse. Y lo peor del caso: se agota en la medida en que se hace más necesaria. Algunos camaradas me han dicho: cuando referimos por primera vez que nuestros amigos eran sacrificados, hubo un clamor de horror y se ofrecieron muchas ayudas. Entonces hubo cien muertos. Pero cuando fueron mil y la carnicería no tenía fin, cundió el silencio y cada vez hubo menos ayuda. Así son las cosas: Cuando los crímenes proliferan, se hacen invisibles. Cuando las penas se vuelven insoportables, ya no se oyen clamores. Un hombre es golpeado y el espectador de la escena se desmaya. Claro que es natural. Cuando llega el crimen, como la lluvia que cae, ya nadie grita entonces “alto”.

    … ¿Cómo remediarlo? ¿No existe el medio de impedir al hombre que vuelva la cara ante la abominación? ¿Por qué vuelve la cara? Vuelve la cara porque no ve ninguna posibilidad de intervenir. El hombre no se detiene en el dolor del otro si no puede ayudarle. Uno puede detener el golpe, si sabe cuándo cae y hacia dónde y por qué, y para qué cae. Y si uno puede detener el golpe, si existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de detenerlo, entonces puede sentir compasión de la víctima. De no ser así, también se puede sentir compasión, pero no por mucho tiempo, en todo caso no durante todo el tiempo que silben los golpes sobre la víctima. Por tanto: ¿Por qué cae el golpe? ¿Por qué se arroja la cultura por la borda como un lastre, aquellos restos de cultura que nos quedan? ¿Por qué la vida de millones de seres, de la mayoría de seres, está tan depauperada, despojada, semi o totalmente destruida?

    Algunos de nosotros responden a esta pregunta diciendo: por salvajismo. Creen estar viviendo una terrible erupción en una gran parte de la humanidad, cada vez mayor, un fenómeno horripilante sin causas aparentes, que aparece de repente y tal vez, es de esperar, desaparezca también de repente, el desbordamiento impetuoso de una barbarie largo tiempo sofocada o adormecida, de naturaleza instintiva.

    Los que responde así, se dan cuenta, naturalmente, ellos mismos, de que tal respuesta no alcanza lo suficiente. Y también se dan cuenta de que no se puede dar al salvajismo visos de fuerza natural, de potencia invencible de los infiernos.

    Hablan también de negligencia en la educación del género humano. Algo se desatendió en este sentido o no puede hacerse con las prisas. Ahora hay que recuperar lo perdido. Contra el estado salvaje hay que implantar la bondad. Hay que evocar las grandes palabras, los conjuros que ya en una ocasión prestaron ayuda, los conceptos imperecederos: amor a la libertad, dignidad, justicia, cuya eficacia está históricamente garantizada. Y emplean los grandes conjuros. ¿Qué sucede? A la alusión de que el fascismo es salvaje responde éste con el elogio fanático del salvajismo. Acusado de fanático, responde con el elogio del fanatismo. A la imputación de que conculca la razón, condena alegremente la razón.

    También el fascismo encuentra la educación descuidada. Espera mucho de una influencia sobre los cerebros y un fortalecimiento de los corazones. A las brutalidades de sus sótanos de tortura añade las de sus escuelas, periódicos, teatros. Educa a la nación entera, y lo hace durante todo el día. No dispone de demasiadas cosas que ofrecer a la gran mayoría, y eso significa tener que educar mucho. Como no proporciona comida, debe educar para la autodisciplina. Como es incapaz de poner orden en su producción y necesita guerras, debe educar para el valor físico. Necesita víctimas, y entonces tiene que inculcar a la gente el espíritu de sacrificio. También ideales, postulados formulados a los hombres, algunos son incluso grandes ideales, grandes postulados.

    Bien, sabemos para qué sirven estos ideales, quién educa y a quién será útil esta educación –no a los educados-. ¿Qué ocurre con nuestros ideales? También aquellos de nosotros que ven el origen de todos los males en el salvajismo, la barbarie, sólo hablan, como hemos podido comprobar, de educación, de intervenir en los espíritus –de ningún otro tipo de intervención, sin embargo-. Hablan de educar a la gente para la bondad. Pero la bondad no saldrá a fuerza de exigir la bondad, exigirla bajo todas las condiciones, incluso las peores, así como la brutalidad no puede salir de la brutalidad
    Yo, por mi parte, no creo en la brutalidad por amor a la brutalidad. Hay que defender a la humanidad contra la acusación de que sería también brutal, si esto no fuera tan buen negocio; es una tergiversación ingeniosa de mi amigo Feuchtwanger cuando dice: la villanía precede al egoísmo; pero no tiene razón. El salvajismo no viene del salvajismo, sino de los negocios, que sin él no podrían seguir haciéndose.

    En el pequeño país del cual procedo, reinan condiciones menos alarmantes que en muchos otros países; pero cada semana son destruidas 5.000 reses de matanza. Es una cosa grave, pero no es una explosión repentina de sangre. Si lo fuera, la cosa sería menos grave. La destrucción de cabezas de ganado y la destrucción de la cultura no tienen sus causas en instintos bárbaros. En ambos casos se destruye una parte de bienes producidos no sin esfuerzo, porque se ha convertido en una carga. (…) En la mayoría de los países de la tierra tenemos hoy unas condiciones sociales en las que los crímenes de toda clase son altamente premiados y las virtudes cuestan mucho: “La buena persona está indefensa, y el indefenso es apaleado, pero con la brutalidad puede uno tenerlo todo. La villanía toma sus medidas para 10.000 años. La bondad, por el contrario, necesita una guardia de corps; pero no la encuentra”.

    ¡Guardémonos buenamente de pretenderla de los hombres! ¡Y ojalá no pretendiéramos nada imposible! ¡No nos expongamos al reproche de que también nosotros hacemos llamamientos a los hombres para cosas sobrehumanas, esto es que, a base de practicar virtudes sublimes, sobrelleven condiciones de vida horribles que, desde luego, es posible cambiar, pero que no van a cambiar! ¡No hablamos solamente en pro de la cultura!

    Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada, si los hombres se salvan. No nos debemos arrastrar hasta el punto de afirmar que los hombres existen para la cultura y ¡no la cultura para los hombres! Haría pensar demasiado en la práctica de los grandes mercados, donde los hombres acuden para las reses, ¡no las reses para los hombres!

    ¡Camaradas, reflexionamos sobre las raíces del mal!

    Muchos de nosotros, escritores, que viven el horror del fascismo y se horrorizan de él, no han comprendido todavía esta doctrina, no han descubierto aún las raíces del salvajismo que les aterra. Siempre existe en ellos el peligro de considerar las atrocidades del fascismo como atrocidades inútiles. Siguen aferrados a las condiciones de propiedad imperantes, porque creen que, para su defensa, no son necesarias las atrocidades del fascismo. Sin embargo, para el mantenimiento de esta situación son necesarias las atrocidades del fascismo.

    En esto no mienten los fascistas, dicen la verdad. Aquellos de nuestros enemigos que están tan horrorizados como nosotros de las atrocidades fascistas, pero quieren mantener las actuales condiciones de propiedad o se muestran indiferentes ante su mantenimiento, no pueden hacer una guerra lo bastante vigorosa y duradera contra la barbarie predominante, porque no son capaces de ayudar a sugerir y crear unas condiciones sociales en las cuales la barbarie sea superflua.

    Pero aquellos que, en la búsqueda de las raíces del mal, han dado con las condiciones de propiedad, han ido profundizando más y más, a través de un infierno de atrocidades cada vez más bajas, hasta llegar al lugar donde una pequeña parte de la humanidad ha anclado y establecido su dominio despiadado. Ha echado el ancla en aquella propiedad del individuo que sirve a la explotación del prójimo y es defendida a ultranza con uñas y dientes, abandonando una cultura que no se presta ya a defenderse o ya no es capaz de hacerlo, abandonando, en fin, todas las leyes de la convivencia humana, por las cuales la humanidad ha luchado desesperadamente tanto tiempo y con tanto denuedo.

    ¡Camaradas, hablemos de las condiciones de propiedad!
     


    Última edición por RioLena el Dom Feb 12, 2017 12:28 pm, editado 2 veces
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    Mensaje por RioLena Dom Feb 12, 2017 12:09 pm

    Introducción al discurso de Bertolt Brecht publicada por el blog Cuestionatelotodo:

    El fascismo no es, como tanto intentan hacernos creer, una explosión de salvajismo aleatorio, un grupo de hombres que se vuelven locos y deciden tomar el poder pisoteando a quien se ponga por delante. Eso, en todo caso, son sus consecuencias, no sus causas.

    En 1935, como respuesta al auge del terror fascista en toda Europa, de su violencia metódica contra los trabajadores, contra las otras razas, contra la cultura, los intelectuales, unidos en la Asociación de Escritores Revolucionarios, deciden hacer algo para enfrentarlo, celebrándose el 21 de junio de 1935 en la Sala de la Mutualité, en París el Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, inspirado en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos que se había efectuado en agosto y septiembre de 1934 en Moscú.

    Al Congreso de París acudirían grandes figuras de la literatura como Romain Rolland, Breton, Eluard, Jean Giono, Ilia Ehrenburg, Alexei Tolstoi, Tristan Tzara, el español Álvarez del Vayo (que fue en sustitución de Valle-Inclán, enfermo) y otros.

    En el congreso se adoptaron algunas decisiones, como fue la obligación del escritor de comprometerse con la defensa de la democracia y la cultura, apoyar la formación de Frentes Populares, y formar una asociación que fuera la parte intelectual de esos Frentes Populares: la Alianza Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que tendría delegaciones en cada país, y que en España daría lugar a la Asociación de Escritores Antifascistas ( encargada de celebrar en Valencia el II Congreso, en 1937, ya en plena agresión fascista contra la República).

    De todos los discursos pronunciados en la Mutualité, edificio donde se celebró el Congreso, destaca el del gran dramaturgo y poeta comunista alemán Bertolt Brecht, en el cual advertía de que si bien importante es defender la cultura, mucho más lo es la defensa del hombre, y que no basta con acusar al fascismo y a sus políticas salvajes, sino que hay que buscar su raíz, su causa, cuál es la serpiente que puso tal huevo podrido.

    "Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada, si los hombres se salvan" No basta, para Brecht, con intentar salvar la cultura, pues lo que está el juego es la propia humanidad, "¡Camaradas, reflexionamos sobre las raíces del mal!", exige.

    Para Brecth esa raiz, la causa del salvajismo, de las brutalidades del fascismo, están más que claras: el fascismo no es más que una consecuencia del capitalismo, producto inevitable de sus relaciones de producción. Por ello, los intelectuales, como termina el intelectual aleman su discurso, no deben limitarse a hablar y defender la cultura, sino que, los arenga, "!Camaradas, hablemos de las condiciones de propiedad!"

    Con motivo del aniversario del nacimiento del gran poeta alemán antifascista, reproducimos en su homenaje algunos extractos del discurso de Bertolt Brecht tomados del libro de Manuel Aznar Soler, I Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (París, 1935),pp. 217-221.    
       
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    Mensaje por RioLena Dom Feb 12, 2017 12:24 pm

    Reseña del Primer Congreso Internacional de escritores para la Defensa de la Cultura realizada por el peruano (en aquellos entonces todavía comunista) Armando Bazán Velásquez, publicada por la revista Nueva Cultura:

    Desde el 19 hasta el 24 de Junio se celebró en París el Congreso mundial de escritores para la defensa de la cultura. En el Palacio de la Mutualité, donde se realizaron los trabajos, se vieron reunidos durante esos días los más prestigiosos valores de la cultura de nuestros tiempos. Representaron a Francia, entre otros grandes escritores, André Gide, Barbusse, Malraux, Richard Bloch, Cassou; a Alemania, Heinrich y Thomas Man, Glaeser, Ana Seghers; a Inglaterra, Foster, Huxley; a Estados Unidos, Waldo Frank, Anderson, Nexce, Michael Gold; a la Unión Soviética, Pasternak, Babel, Panfferof, Ehrenburg. Causas invencibles de enfermedad impidieron la asistencia de Romain Rolland, uno de los organizadores del Congreso, de Gorki y de Valle-Inclán.

    La historia, la personalidad, la obra de los escritores que organizaron el Congreso bastaban ya para saber la naturaleza de tal concilio y la dirección precisa de su finalidad. Todo escritor medianamente culto está en la obligación de saber lo que representan para el pensamiento de nuestros días y para la dignidad humana de todos los tiempos hombres como Romain Rolland, Barbusse, Gide y Malraux. No dejaremos de anotar por eso el máximo asombro que nos produjo el hecho de que algunos de nuestros escritores formularan en la prensa preguntas sobre la naturaleza del Congreso, sobre la clase de cultura que se trataba de defender y hasta se permitieran dar consejos y señalar derroteros al respecto {1}.

    Y al hacer esta anotación tenemos que preguntar al mismo tiempo si la actitud que señalamos es originada por la falta de documentación al respecto, o si es que se finge ignorancia para dejar libre paso a la expresión de susceptibilidades más o menos infantiles.

    En cualquiera de estos casos, tal actitud no deja de ser en extremo deslucida y lamentable.

    Este Congreso trataba de reunir, y lo ha logrado en gran parte, a los escritores más avanzados de todos los países, a todos aquellos escritores que sin necesidad de estar adscritos a un partido político determinado, están unidos, sí, inquebrantablemente por sus mismas obras y por la misma fuerza de solidaridad en la defensa de los valores conquistados por el trabajo del pensamiento humano. El Congreso no ha sido más que una expresión de esta solidaridad ya existente, en un momento crítico de la historia, en que una ola catastrófica de locura y de barbarie amenaza cerrar el paso a los avances del progreso.

    No es la primera vez que Romain Rolland se levanta para denunciar la inminencia y después la consumación de un gran crimen colectivo. Hoy, en 1935, como en 1914, no defiende ni exalta el furor bélico de sus compatriotas: hoy, como ayer, se rebela contra los ajetreos y las combinaciones monstruosas del imperialismo francés y de los demás imperialismos que preparan entre bastidores la gran carnicería; Barbusse vivió en el frente la sangrienta pesadilla de 1914, pero tal experiencia fue una fuente preciosísima de documentación que le sirvió para lanzar eficazmente esa tremenda acusación que es El Fuego; Gide también ha abrazado desde hace tiempo la causa de los oprimidos. Allí está su libro El viaje al Congo, y André Malraux, más cerca aún de las fuerzas heroicas que tratan de transformar el mundo, nos ha dado en Los Conquistadores y Condición Humana la visión más amorosa y conmovedora de los revolucionarios chinos.

    Estos luminosos espíritus han sido los organizadores del Congreso mundial de escritores en defensa de la cultura. ¿Es posible aún preguntar qué cultura se trata de defender?

    ———

    ¿Cuáles han sido concretamente las tareas del Congreso?

    En primer lugar no es cierto, como han escrito algunos periodistas extranjeros y españoles, que en el Congreso se hubieran manifestado dos tendencias de principio antagónicas. Hubo un principio básico que orientó a la totalidad de congresistas, desde Julián Benda hasta Michael Gold, para citar a un comunista, hacia una decidida actitud de repudio contra el fascismo; todos los oradores señalaron desde distintos puntos de vista, todo lo que tiene de reaccionario, de retrógrado y monstruoso. Siendo Alemania el país donde el fascismo se presenta en este momento más exacerbado y bestial, hubo necesidad de referirse a él con gran insistencia, pero la condenación de tal epilepsia alcanzó a todos los países donde las clases privilegiadas se sienten más cerca del abismo. De esta manera las intervenciones de Waldo Frank y de Forster, hicieron luz sobre las formas empleadas por el capitalismo norteamericano y el inglés (las democracias perfectas) para implantar lenta y disimuladamente la dictadura de la ignorancia y del patíbulo.

    ———

    En un discurso profundo y brillante André Gide demostró en primer lugar que el concepto de nacionalismo (llevado a su más baja naturaleza por el fascismo) no se contrapone, sino que se compenetra al del internacionalismo en el pensamiento y en la acción revolucionaria de nuestros días. Allí tenemos el ejemplo brillante de la U.R.S.S.

    Otro aspecto del discurso destruye la fórmula civilización mentira (la civilisation c'est le mensonge) que un escritor representativo del pensamiento idealista lanzaba en L'Action Française pocos días antes del Congreso, refiriéndose precisamente a la actitud de Gide: «Una civilización ficticia que quiere serlo y que se proclama ficticia; una civilización que es digno reflejo y producto de un estado social de falsedad, lleva en sí mismo los gérmenes de muerte», dice el autor de Los monederos falsos, y establece la identidad existente entre civilización y verdad, y hace ver cómo es necesario defender esta verdad, cuando a causa de los intereses de las minorías la mentira trata de sustituirla.

    La tendencia de principio, como decimos anteriormente, arrastró a la totalidad de escritores que asistieron al Congreso hacia una actitud de identificación del artista, del creador intelectual auténtico con el avance revolucionario de la sociedad, puesto que sólo la revolución la preserva de la muerte y la impulsa hacia formas cada vez más perfectas de convivencia humana. Las discrepancias de criterio que pudieron surgir se refirieron única y exclusivamente a la manera cómo el escritor debe servir más eficazmente a su propio destino y al de la revolución.
       
     
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    •Se pueden leer los resúmenes de las intervenciones de André Gide y André Malraux en:

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